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Debate Feminismo

Igualdad y Liberalismo
El meollo de la filosofía liberal es la creencia en la dignidad del individuo, en la libertad que
tiene de aprovechar al máximo su capacidad y sus oportunidades de acuerdo con sus propias
preferencias, siempre que no interfiera con la libertad de los otros individuos que hacen lo
mismo. Esto implica la creencia en la igualdad de los hombres en un sentido; y en su
desigualdad en otro sentido. Todo el mundo tiene igual derecho a la libertad. Este es un
derecho importante y fundamental, precisamente porque los hombres son diferentes, porque
un hombre querrá hacer con su libertad cosas diferentes que otro hombre, y en el proceso
puede contribuir más que otro a la cultura general de la sociedad en la que viven. (Capitalismo
y Libertad)
A diferencia de lo que erróneamente muchos creen, el Liberalismo no aboga por el
empresario por el hecho de serlo. Si el empresario es un vil sujeto que hace las cosas torcidas
para tener éxito en los negocios, sería descabellado abogar por su defensa tan solo por ser
empresario, aun cuando genere empleo y riqueza. Tampoco aboga por el afrodescendiente,
el campesino, el homosexual o la mujer por haber estado en desventaja jurídica durante
mucho tiempo. Aboga estrictamente por el INDIVIDUO, entidad a la cual considera la figura
central de la vida política, económica y social de la sociedad y entorno a la cual gira toda su
estructura ideológica, sin importar ninguna índole de las mencionadas u otras.
Se aboga fundamentalmente por la libertad del individuo para que este pueda pensar, decidir,
actuar y responsabilizarse por las consecuencias de sus acciones; para que pueda vivir y
disfrutar del fruto de su esfuerzo sin que ningún tirano se lo arrogue por la fuerza; para que
sencillamente pueda vivir de acuerdo con su criterio, con su cosmovisión, con su perspectiva
de la vida, siempre en el marco del irrestricto respeto por los derechos fundamentales del
individuo: vida, libertad y propiedad, además de la búsqueda de su felicidad, porque
considera que este es un ser racional capaz de desarrollar y sostener su vida con
independencia y autonomía. Considerar como no apta a una persona para realizar lo
anteriormente mencionado tan solo porque su piel cuenta con mayor pigmentación, porque
su par de cromosomas número veintitrés no es XY, porque nació y creció en tal o cual país,
porque su apellido no es «de abolengo», porque profesa uno u otro credo o por cualquier otra
característica accidental o por «razones» colectivistas tales como que «el hombre es malo por
naturaleza» y que por ello necesite ser educado y controlado, o aquella que reza que «el fin
justifica los medios», con lo cual se pretende conferirle moralidad a cualquier vía de acción
en pos de la consecusión del objetivo que sea (usualmente, los personajes que adhieren a
dicha máxima creen ser dueños de la verdad y tener las soluciones para los demás, cuales
seres omniscientes), es propio de inmorales irracionales. Es a estos y sus ideas a las cuales,
sin importar la doctrina que profesen o el espectro político en el que se hallen, hay que
combatir sin cesar.
El liberalismo parte del principio de que todas las personas son sujetos éticos iguales, y por
tanto las normas de convivencia generales deben de ser universales y simétricas. Es decir, las
obligaciones y prohibiciones mediante las que se regula la convivencia en sociedad deben
ser independientes del sexo, raza, religión u opinión de los sujetos a los que se aplican: toda
norma ética que aplique a una persona o grupo debería aplicar por igual a toda persona o
grupo. Es desde esta premisa desde la que se deducen los principios básicos de justicia del
liberalismo: la libertad individual, los derechos de propiedad y la autonomía contractual. En
resumen, el liberalismo se basa en la igualdad ante la ley, y por tanto es incompatible con
que la ley discrimine entre mujeres y hombres.
Hasta hace relativamente poco tiempo, las leyes y normas que regían en Occidente tenían
una marcada discriminación contra la mujer: sin ir más lejos, en España hasta hace escasas
décadas a la mujer se la consideraba jurídicamente incapaz para tomar libremente muchas
decisiones, realizar ciertas acciones o firmar contratos que el hombre sí podía; de hecho, la
mujer en muchos de estos ámbitos quedaba de facto tutelada por su padre o por su marido,
estableciendo una clara desigualdad ante la ley. Esto sigue siendo cierto en muchos países
del mundo. Ante esta realidad, los esfuerzos de las feministas que buscaban alcanzar la
igualdad de derechos entre hombres y mujeres estaban más que justificados. Y el liberalismo
no sólo es compatible con esos esfuerzos, sino de hecho incompatible con la desigualdad
jurídica entonces existente. No por casualidad, muchas de las históricas pensadoras
feministas que defendían la igualdad moral y jurídica entre hombres y mujeres eran
reconocidas liberales: es el caso, por ejemplo, de la inglesa Mary Wollstonecraft, la española
Clara Campoamor o la estadounidense Martha Nussbaum. En la actualidad, en el entorno del
Instituto Juan de Mariana destaca la economista María Blanco, que en los próximos
días publicará un nuevo libro titulado “Afrodita desenmascarada: Una defensa del feminismo
liberal”.
Es cierto que, incluso tras establecer la igualdad ante la ley, puede quedar una inercia en los
hábitos y comportamientos de las personas que manifiesten desprecio o discriminación hacia
las mujeres por el hecho de ser mujeres. En este caso, el liberalismo también es totalmente
compatible con todo movimiento feminista que pretenda influir en el comportamiento de los
demás mediante el debate y campañas pacíficas de concienciación. La única condición para
ello es que no se emplee la violencia, la coacción o el intervencionismo estatal para influir
en la moralidad ajena, pues en ese caso se estarían violando los derechos fundamentales de
las personas.
Sin embargo, una parte importante del movimiento feminista actual no está de acuerdo con
esta visión liberal del feminismo. No busca alcanzar la igualdad de hombres y mujeres ante
la ley, sino todo lo contrario: reclama privilegios legales para las mujeres. El denominado
feminismo radical tiene por objetivo transformar por completo una sociedad que percibe
como patriarcal y opresora, y pretenden hacerlo mediante la discriminación jurídica y la
coacción estatal. Así, la concesión de privilegios legales o la imposición de normas distintas
para los mismos actos en función de si son realizados por hombres o mujeres, rompen el
principio liberal de igualdad ante la ley, y por tanto hacen del feminismo radical un
movimiento esencialmente antiliberal. Desde el punto de vista del liberalismo es tan
reprobable un sistema que privilegie a los hombres a costa de las mujeres, que uno que
privilegie a las mujeres a costa de los hombres.
Cabe preguntar por qué las feministas radicales consideran que una sociedad en la que impere
la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, y en la que las normas de convivencia sean
universales y simétricas, sería una sociedad en la que la mujer no puede desarrollar
plenamente sus planes vitales; por qué asumen que la mujer va a ser sistemáticamente
dominada incluso con unas reglas institucionales neutras. Las respuestas que parecen
desprenderse de esta paradoja es que, o bien estas feministas radicales consideran a la mujer
incapaz de desarrollar sus planes vitales incluso con reglas iguales para todos, o bien que su
objetivo no es generar un marco de convivencia que considere a todos como sujetos éticos
iguales, sino que sitúe a unos individuos moralmente por encima de otros.

Sobre feminismos y masculinismos


El Liberalismo no aboga por el pensamiento feminista ni masculinista, no por ser opuesto a
la mujer o al varón, sino porque es, en esencia, metodológicamente individualista, postura
diametralmente opuesta al colectivista Feminismo, así como al Masculinismo o el
Indigenismo. El pensamiento liberal no contempla distinciones basadas en características
accidentales, tales como el sexo, la etnia, el apellido, el credo o cualquier otra. Solo se toma
en cuenta al individuo, razón por la cual este y solo este es la única entidad poseedora de
derechos. Está de más decir que cualquier tipo de violencia, esto es, el uso de la fuerza, de la
coerción, para alcanzar los fines que fuera, cuando no es ejercida en forma estrictamente
defensiva, es absolutamente reprochable, sea cual fuera el sexo de la víctima. Todo ser
humano tiene el derecho a que se respete su vida e integridad, y, del mismo modo, tiene la
tácita obligación de no socavar los derechos de sus semejantes, puesto que los derechos de
uno y los de los demás son los mismos: los derechos individuales.
Aun cuando su discurso sea ataviado con una retórica buenista, lo cierto es que la prédica
colectivista no tiene como finalidad el bienestar del hombre sino su dominio. De ello su
oposición a la idea de que este sea libre, ante lo cual su alegato estriba en la imperfección de
este, como si ellos —quienes buscan planificar y controlar— no lo fueran. Y ni aun siéndolo
dicha postura adquiriría validez ni moralidad, puesto que la naturaleza del ser humano no se
condice con la coerción sino con la volición que deviene de la libertad.
Igualdad de Ingresos
La imposibilidad de una igualitaria redistribución de los recursos económicos dispuestos en
un país es un inexorable hecho que no solo es posible de demostrar en el plano pragmático,
sino también en el de las ideas. A veces se tiende a decir que las políticas de planificación
centralizada de la economía suelen tener «buenas intenciones». Ante esto, cabe preguntarse,
¿qué de «bueno» puede tener el que un puñado de arrogantes, pretendiendo actuar como seres
omniscientes, porque solo entidades así serían capaces de conocer y entender a cabalidad las
diversas decisiones y motivaciones subyacentes que conducen al hombre a la acción,
centralice el poder emanado de la sociedad para determinar cómo se tienen que destinar los
recursos derivados de las actividades constituyentes del complejo conjunto denominado
mercado? ¿Qué de bueno puede tener el que unos demagogos, mediante el uso de burdos
sofismas, subsidien a ciertas personas a costa de lo que producen otras, agravándose tal hecho
dado que la causa que los motiva, más allá de que la maquillen con la infame expresión de la
«justicia social», es la de ganar la necesaria aceptación popular que los conduzca a y
entornille en el poder, a la vez que, aprovechando su posición de poder, se arrogan parte de
la riqueza que no produjeron?
No solo es la imposibilidad económica la que torna este hecho en indeseable, sino la profunda
inmoralidad que la caracteriza, pues no puede haber moral en el expolio ni en la entrega de
dádivas a costa de terceros. La única vía moral de redistribución es la no igualitaria, esto es,
la redistribución justa, aquella basada en lo que cada individuo obtiene de acuerdo con lo que
genera, en un contexto en el que el respeto por los derechos de sus semejantes sea de carácter
irrestricto. Del resto, aun cuando se pretenda aglomerar medidas objetivamente morales e
inmorales, las segundas siempre terminarán estableciendo la ruta que seguirán ese tipo de
políticas.
Derechos Sociales y Liberalismo
Un derecho define y establece la libertad de acción de un individuo, mas no la obligación
para que alguien más le provea aquello a lo cual el derecho en particular se refiera. El derecho
de propiedad o a la propiedad, no constituye garantía de que cualquier persona será
propietaria de algún bien o servicio no producido o ganado; solo le garantiza la libertad para
producirlo u obtenerlo legítimamente, conservarlo y beneficiarse de su propiedad. Cada vez
que algún político demagogo o un entusiasta de los «derechos humanos» habla acerca de que
el Estado tiene que garantizarle a sus ciudadanos cosas tales como una vivienda, cobertura
de salud, un empleo, educación, salarios y precios «justos», entre otros, está hablando acerca
de socavar los legítimos derechos de sus semejantes para que otros se beneficien de lo que
produjeron los primeros, puesto que el financiamiento necesario no crece en los árboles ni lo
produce el Estado o los políticos, solo los ciudadanos trabajadores. Tal hecho constituye una
deliberada e inexorable afrenta a los derechos individuales, razón por la cual un «derecho»
que beneficie a unos en detrimento de otros no es un derecho, y el individuo que sea
perjudicado ante tal inmoral acto tiene el legítimo derecho a defender su propiedad, sea ante
un vulgar ladrón o ante un pusilánime gobernante.

Puesto que no existe tal entidad conocida como "el público", ya que el público es
meramente una cantidad de individuos, la idea de que "el interés público" va por encima
de los intereses y derechos privados solo tiene un significado: que los intereses y derechos
de algunos individuos tienen prioridad sobre los intereses y derechos de los demás (La
rebelión del Atlas)

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