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JORNADA OCTAVA NOVELA CUARTA torcida y los labios gruesos y los dientes mal compuestos y grandes, y

tiraba a bizca, y nunca estaba sin los ojos malos, y de un color verde y
amarillo que parecía que no en Fiésole sino en Sinagalia había pasado el
El preboste de Fiésole ama a una mujer viuda; no es amado por verano; y además de todo esto, era coja y un tanto manca del lado
ella y, creyendo acostarse con ella, se acuesta con una criada derecho. Y se llamaba Ciuta, y porque tan lívida cara tenía, por todos era
suya, y los hermanos de la señora hacen que su obispo lo llamada Ciutazza ; y aunque fuese contrahecha en la figura, era, sin
descubra. embargo, bastante maliciosa. A la cual, la señora llamó, y le dijo:
-Ciutazza, si quieres hacerme un servicio esta noche, te daré una buena
Había llegado Elisa al fin de su historia, no sin gran placer de toda la camisa nueva. Ciutazza, oyendo mentar la camisa, dijo:
compañía habiéndola contado, cuando la reina, volviéndose a Emilia, le -Señora, si me dais una camisa, me arrojaré al fuego, no ya otra cosa.
mostró que quería que ella, después de Elisa, la suya contase; la cual, -Pues bien --dijo la señora-, quiero que esta noche te acuestes con un
prestamente, comenzó así: hombre en mi cama y que lo acaricies, y guárdate de decir palabra, que
Valerosas señoras, cuán solicitadores de nuestros pensamientos son los no te sientan mis hermanos, que sabes que duermen al lado; y luego te
curas y los frailes y todo clérigo, en muchas historias de las contadas daré la camisa. Ciutazza dijo:
recuerdo que se ha demostrado; pero porque nunca podría hablarse de -Así dormiría yo con seis, no con uno, si hiciese falta.
ello tanto que no quedase mucho más por decir, yo, además, entiendo Venida pues la noche, el señor preboste vino, como le había sido fijado; y
contaros una sobre un preboste el cual, a pesar de todo el mundo, quería los dos jóvenes, como la señora había combinado, estaban en su alcoba y
que una noble señora viuda le amase, quisiera ella o no; la cual, como hacían mucho ruido; por lo que el preboste, silenciosamente y a oscuras
muy sabia, le trató tal como se merecía. entrando en la alcoba de la señora, se fue a la cama como ella le había
Como todas vosotras sabéis, Fiésole, cuya colina podemos desde aquí dicho, y del otro lado Ciutazza, bien informada por la señora de lo que
ver, fue una ciudad antiquísima y grande, aunque hoy esté toda derruida, tenía que hacer. El señor preboste, creyendo tener a su señora al lado, se
y no por ello ha dejado de tener obispo propio y todavía lo tiene. Allí, echó en los brazos de Ciutazza y comenzó a besarla sin decir palabra, y
cerca de la iglesia mayor, tenía una noble señora viuda, llamada doña Ciutazza a él; y comenzó el preboste a solazarse con ella, tomando
Piccarda, una posesión con una casa no muy grande; y porque no era la posesión de los bienes largamente deseados. Cuando la señora hubo
mujer más acomodada del mundo, allí vivía la mayor parte del año, y con hecho esto, ordenó a los hermanos que hiciesen el resto de lo que habían
ella dos hermanos suyos, jóvenes muy de bien y corteses. Ahora, sucedió planeado; los cuales, calladamente saliendo de su alcoba, se fueron a la
que frecuentando esta señora la iglesia mayor y siendo todavía asaz plaza, y fue su fortuna para lo que querían hacer más favorable de lo que
joven, y hermosa y agradable, se enamoró de ella tan ardientemente el ellos mismos pedían porque, siendo el calor grande, el obispo había
preboste de la iglesia, que nada más veía aquí ni allí, y luego de algún mandado a buscar a los dos jóvenes para ir hasta su casa paseando y
tiempo fue tan atrevido que él mismo dijo a esta señora su deseo, y le beber en su compañía. Pero al verlos venir, diciéndoles su deseo, con
rogó que estuviese contenta de su amor y de amarlo como él la amaba. ellos se puso en camino; y entrando en un patiecillo fresco que ellos
Era este preboste ya viejo de años pero jovencísimo de juicio, petulante y tenían donde había muchas luces encendidas, con gran placer estuvo
altanero, y de sí mismo pensaba todo lo mejor, con modos y costumbres bebiendo un buen vino de los suyos. Y habiendo bebido dijeron los
llenos de afectación y desagrado, y tan cargante y fastidioso que nadie jóvenes:
había que le quisiera bien; y si alguien le quería poco era esta señora -Señor, pues que tanto favor nos habéis hecho, que os habéis dignado
misma, que no solamente no le quería nada sino que lo odiaba más que a visitar esta nuestra pequeña choza a la que veníamos a invitaros,
un dolor de cabeza. Por lo que, como prudente, le repuso: queremos que os plazca ver una cosita que os querríamos mostrar. El
-Señor, que vos me améis debe serme muy grato, y yo debo amaros y os obispo repuso que de buena gana; por lo que uno de los jóvenes,
amaré de buen grado; pero entre vuestro amor y el mío ninguna cosa tomando en la mano una pequeña antorcha encendida y yendo por
deshonesta debe suceder jamás. Sois mi padre espiritual y sois delante, siguiéndole el obispo y todos los demás, se enderezó hacia la
sacerdote, y ya os aproximáis mucho a la vejez, las cuales cosas os alcoba donde el señor preboste yacía con Ciutazza, el cual para llegar
deben hacer honesto y casto; y por otra parte yo no soy una niña a quien pronto se había apresurado a cabalgar y había, antes de que éstos
estos enamoramientos sienten ya bien, y soy viuda, que sabéis cuánta llegasen allí, cabalgado ya más de tres millas; por lo que cansado y
honestidad se espera de las viudas; y por ello, tenedme por excusada, teniendo a Ciutazza en brazos a pesar del calor, dormía. Entrando, pues,
que del modo en que me requerís no os amaré nunca ni así quiero ser con luz en la mano el joven en la alcoba, y el obispo detrás de él y todos
amada por vos. los otros, les fue mostrado el preboste con Ciutazza en brazos. En esto,
El preboste, no pudiendo aquella vez sacar de ella otra cosa, no se dio despertándose el señor preboste, y viendo la luz y esta gente a su
por desmayado y vencido al primer golpe, sino que usando de su alrededor, avergonzándose mucho y amedrentado metió la cabeza debajo
arrogante osadía la solicitó muchas veces con cartas y con embajadas, y de las sábanas; al cual el obispo injurió grandemente y le hizo sacar la
aun por sí mismo cuando a la iglesia la veía venir; por lo que, cabeza y ver con quién estaba acostado. El preboste, al ver el engaño de
pareciéndole este tábano demasiado pesado y demasiado enojoso a la la señora, tanto por él como por el vituperio que le parecía ser,
señora, pensó en quitárselo de encima del modo que merecía, puesto que súbitamente se sintió el más dolorido hombre que jamás había existido: y
de otro no podía; pero no quiso hacer cosa alguna que primero no por mandato del obispo, vistiéndose, a sufrir un gran castigo por el
razonase con sus hermanos. Y habiéndoles dicho lo que el preboste hacía pecado cometido, bien custodiado, tuvo que irse a su casa. Quiso luego
con ella y también lo que ella entendía hacer, y recibiendo de ellos plena saber el obispo cómo había sucedido aquello de que aquél hubiese ido a
autorización, de allí a pocos días volvió a la iglesia como acostumbraba; y acostarse allí con Ciutazza. Los jóvenes le contaron ordenadamente todas
en cuanto la vio el preboste, vino a ella, y como solía hacer, de modo las cosas; lo que oyendo el obispo, mucho alabó a la señora, y también a
confianzudo entró con ella en conversación. La señora, viéndole venir y los jóvenes que, sin querer mancharse las manos con la sangre de un
mirando hacia él, le puso alegre gesto, y retirándose a un lado, sacerdote, le habían tratado como merecía. Este pecado se lo hizo el
habiéndole el preboste dicho muchas palabras del modo acostumbrado, la obispo llorar cuarenta días, pero el amor y la vergüenza le hicieron llorar
señora luego de un gran suspiro dijo: -Señor, yo he oído muchas veces más de cuarenta y nueve; sin contar con que, por mucho tiempo después
que no hay ningún castillo tan fuerte que, siendo combatido todos los no podía andar por la calle sin ser señalado con el dedo por los
días, no llegue a ser tomado alguna vez; lo que veo muy bien que me ha muchachitos, los cuales decían: -¡Mira al que se acuesta con Ciutazza!
sucedido a mí. Tanto unas veces con dulces palabras y otras con bromas Lo que le dolía tanto que estuvo a punto de enloquecer; y de tal manera
y otras con otras cosas me habéis cercado, que me habéis hecho romper la valerosa señora se quitó de encima el fastidio del importuno preboste y
mi propósito; y estoy dispuesta, puesto que tanto os agrado, a ser Ciutazza ganó una camisa.
vuestra. El preboste, todo contento, dijo:
-Señora, mucho os lo agradezco y a decir verdad, me he maravillado
mucho de cómo os habéis resistido tanto, pensando que nunca me ha
sucedido esto con ninguna; así he dicho yo algunas veces que, si las
mujeres fuesen de plata no valdrían ningún dinero porque ninguna
resistiría el martillo . Pero dejemos esto: ¿cuándo y dónde podremos
estar nosotros juntos? A lo que la señora repuso:
-Dulce señor mío, cuándo podría ser la hora que más os agradase porque
yo no tengo marido a quien tenga que dar cuenta de mis noches; pero
dónde no sé pensarlo. Dijo el cura:
-¿Cómo no? ¿Y vuestra casa?
Repuso la dama:
-Señor, sabéis que tengo dos hermanos jóvenes, los cuales de día y de
noche vienen a casa con sus amistades, y mi casa no es muy grande, y
por ello no podría ser, salvo que quisieseis estar allí como si fuerais mudo
sin decir palabra ni resollar, y en la oscuridad, a modo de ciego; si
quisierais hacerlo así se podría, porque ellos no entran en mi alcoba; pero
está la suya tan al lado de la mía que no se puede decir ni una palabrita
tan bajo que no se oiga.
Dijo entonces el preboste:
-Señora, que no quede por ello por una noche o dos, en tanto yo piense
dónde podemos estar en otra parte con más comodidad.
La señora dijo:
-Señor, esto es cosa vuestra, pero una cosa os ruego, que esto quede tan
secreto que no se sepa nunca una palabra.
El preboste dijo entonces:
-Señora, no temáis por ello, y si puede ser, haced que esta noche
estemos juntos. -Me place -y dándole indicaciones de cómo y cuándo
venir debía, se fue y se volvió a su casa. Tenía esta señora una criada,
que no era demasiado joven y que tenía el rostro más feo y más
contrahecho que nunca se vio; que tenía la nariz muy aplastada y la boca

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