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SCHILLEBEECKX, E. O. P.

Cristo, sacramento del encuentro con Dios, Ediciones


Dinor, S. L. Cuarta Edición, San Sebastián, España, 1968, 262 pp.

Edward Schillebeeckx, nació el 12 de noviembre de 1914, Amberes, Bélgica,


fallece el 23 de diciembre de 2009, Nimega, Países Bajos. Dominico y doctor en teología.
Fue teólogo asesor del episcopado neerlandés durante el Concilio Vaticano II. Entre las
numerosas obras cabe citar: Cristo, sacramento del encuentro con Dios (1958), Dios
futuro del hombre (1965) y Jesús, un intento de cristología (1974). De sus últimos libros
hay que destacar Soy un teólogo feliz (1994) y Los hombres, relato de Dios (1995).

Un encuentro auténticamente humano sólo puede darse cuando la persona


humana se abre libremente al otro que se confía a esta manifestación.

Ante este posible encuentro nos encontramos con algunos problemas, la teología
de los manuales omite con frecuencia el hacer la distinción precisa entre el modo propio
de la existencia humana y la simple presencia de las cosas materiales, además se ha
perdido así mismo de vista el acto tan simple del encuentro con Dios.

Para poder responder a la problemática se analizará la sacramentalidad en la


religión, para que así, se pueda concluir finalmente que los sacramentos son el modo
específicamente humano del encuentro con Dios.

La humanidad siempre va en busca del sacramento con Dios, desde la Iglesia del
paganismo religioso, en la fase precristiana llegando a la Iglesia de los primogénitos; el
hombre no puede alejarse de Dios, porque Dios no le abandona, es por eso que al
principio del caminar Dios está presente y el que es religioso debe vivir de una manera
eclesial y sacramental. Por eso Israel, es la primera fase de la Iglesia, es el fruto de la
intervención misericordiosa de Dios.

Esta intervención de Dios la encontraremos en Cristo, sacramento original, es


decir, el encuentro con Cristo terrestre es el sacramento del encuentro con Dios;
sacramento es pues un don divino de salvación en y por una forma exteriormente
perceptible, constatable, que concretiza ese don: un don salvífico en visibilidad histórica.

La revelación del amor misericordioso y redentor de Dios éste es el sentido de la


misión del Hijo sobre la tierra, por medio de Jesús se ha revelado Dios y mediante la
redención nos ha reconciliado con su Padre. En la redención podemos distinguir cuatro
elementos: 1) la iniciativa del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. 2) La respuesta
humana de la vida de Cristo a la iniciativa de misión del Padre. 3) Respuesta divina a la
humillación obediente de la vida de Jesús. 4) Misión del Espíritu Santo.

Cristo atribuyó a su muerte el sentido de una donación, está concretizada en la


muerte que le influye la humanidad pecadora, el acto de la redención se distribuye en tres
momentos: Pascua, Ascensión y Pentecostés. La Pascua es el misterio de la sumisión
plena de amor de Jesús al Padre, hasta la muerte. La Ascensión es la glorificación de
Cristo en donde queda plenamente constituido como Mesías, es el punto final
eternamente duradero de la encarnación del Hijo de Dios. Pentecostés es el ejercicio o
la realización eternamente duradera de este misterio en y por el Espíritu.

Por lo tanto, como Dios, Cristo es en todo igual al Padre. Pero esto de tal manera
que el mismo es lo que es por el Padre; al recibir todo del Padre, el Hijo se conforma
totalmente a él. El amor humano de Jesús es la traducción humana del amor mismo de
Dios.

La necesidad de nuestro encuentro con el Cristo celestial es mediante su ausencia


corporal, esta parece más bien favorable al encuentro mismo con Cristo. La unión
corporal glorificada con el Señor, inaugurada por la Parusía, es el punto final y eterno de
la vida cristiana, aunque es en la sacramentalidad el puente sobre la lejanía o la
desproporción que existe entre el Cristo celestial y la humanidad.

Los sacramentos, son una manifestación concreta del acto salvífico celestial de
Cristo, lo que era visible en Él, ha pasado a los sacramentos de la Iglesia. Es entonces
la Iglesia sacramento del Cristo celestial, la esencia de ella es pues la gracia final de
Cristo, Él se hace presente históricamente y visiblemente en toda la Iglesia como
sociedad visible.

Ante esta sociedad visible, existe una función jerárquica, en donde los mismos
fieles son Iglesia, la Iglesia es la presencia visible de esta actividad perfecta de Cristo en
y por su humanidad glorificada, en ella está resguardado el sacramento, es un acto
salvífico personal del mismo Cristo celestial, en forma de manifestación visible de un acto
funcional de la Iglesia, por lo tanto, la validez de un sacramento es pues el equivalente
de su eclesialidad auténtica.

Cada sacramento es el mismo Cristo, pero lo es sobre la base de su acto de


redención eternamente actual, son un encuentro, en los que se da una triple dimensión,
una anamnesis [o celebración rememorativa del sacrificio pasado], afirmación visible [que
comunica el don actual de la gracia] y una garantía [de salvación escatológica]. El
sacramento es también la visibilidad del amor divino que Cristo tiene por lo hombres (don
de gracia) y del amor humano que siente hacia Dios (culto).

Un acto cultual de la Iglesia, en el que está, en comunión de gracia, con su cabeza


celeste, Cristo, implora del Padre la gracia para que aquel que reciba el sacramento y al
mismo tiempo los sacramentos con una actuación santificante. La Iglesia actúa de
manera santificadora.

Recordando un poco la historia, el Concilio de Trento, dice que los sacramentos,


supuestas las disposiciones requeridas en el sujeto que los recibe, produce la gracia ex
opere operato. Hablando negativamente esta gracia no depende de la santidad del
ministro, y que la fe del sujeto no se apodera de la gracia, positivamente nos encontramos
ente un acto del mismo Cristo.

El sacramento es un signo eficaz de la gracia, es decir, que confiere efectivamente


la gracia que simboliza. Es una expresión de amor del Hombre Dios con todas las
consecuencias que implica. Los sacramentos son un acto personal salvífico, realizados
por Cristo celestial en su Iglesia y por ésta, para que este acto simbólico sea realmente
eclesial y para que haya una auténtica sacramentalización y válida del acto celestial por
Cristo, son necesarias cuatro condiciones: 1) Por parte de la actividad de símbolo, la
doble estructura litúrgica; 2) Por parte del ministro de la Iglesia, la intención de hacer lo
que hace la Iglesia; 3) Por parte del sujeto que recibe, la intención de recibir el
sacramento; 4) Fundamentalmente, la institución de los sacramentos eclesiales por
Cristo.

En una visión histórica se comprende de igual manera cuatro momentos: 1)


Profesión de fe, son partes constitutivas del signo sacramental externo; se añade unas
palabras a un elemento, y resulta un sacramento. 2) La palabra y el elemento (cosa o
acción) estos dos elementos juntamente constituyen ahora lo que se llama la substancia
del sacramento. 3) Materia y forma; 4) Acto ritual y litúrgico.

Un sacramento no es válido o auténtico a menos que sea eclesial, en ellos la gracia


viene a nosotros en visibilidad eclesial.

La plena realidad de la esencia de los sacramentos es su fecundidad. La actitud


interna religiosa del sujeto receptor no es constitutiva de la validez del sacramento. La
reciprocidad es esencial en todo encuentro. El sacramento consiste en hacer nuestra, por
la fe y el amor, la redención de Cristo, de la que la Iglesia es la representación en el
mundo. El sacramento tiene dos resultados, uno en relación con la Iglesia visible y el otro
en relación con Cristo y Dios.

El sacramento eclesial se da evidentemente en el encuentro mismo con Dios en y


por el encuentro sacramental mimo con Dios. La gracia sacramental significa la gracia
producida por el sacramento, encontrarse con Cristo es encontrarnos con Dios.

Ahora, es necesario ver el valor religioso de los sacramentos en las Iglesias


cristianas separadas. La promesa de Dios, su gracia, llega hasta nosotros por medio de
la predicación, los sacramentos son pues signos y sellos divinos de la promesa de Dios
que fortalecen nuestra fe, aunque sólo se pueden reconocer dos sacramentos el
bautismo y la cena.

En la vida cristiana juntamente con la vida sacramental surgen algunas


interrogantes, por ejemplo, ¿Para qué se emplean los sacramentos, a fin de cuentas, si
podemos unirnos a Cristo sin ellos? Entre estas interrogantes no se debe olvidar la
distinción de la vía normal de la gracia de las vías extraordinarias de Dios.

No se puede pues aislar los sacramentos del conjunto orgánico de una


perseverancia cristiana, el encuentro con los hombres se convierte así ara los hombres
en el sacramento del encuentro con Dios. Nadie se puede administrar un sacramento así
mismo. Por último, los sacramentos son una peregrinación.

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