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PROGRAMA No.

1047
Script / AR
Ready
Recorded / / SM
Edited / /
SANTIAGO Checked / /
Corrected / /
Mastered / /
/

Capítulo 3:1 - 4

Continuamos hoy, amigo oyente, viajando por la epístola de Santiago. Y llegamos al


capítulo 3 de este epístola. Podríamos darle un título un poco sensacional, aunque no nos
gusta hacer esto, pero este título sensacional es un título bíblico. Podemos llamar a esta
sección o a este capítulo 3 de la epístola de Santiago: “arde el infierno”. Y esa es una
expresión que vemos que se usa en este capítulo en particular, para hablar en cuanto a la
lengua.

Mucho se ha oído hablar en nuestros días en cuanto a la libertad de expresión, y a la


libertad de prensa. Eso es algo así como una vaca sagrada hoy, esta idea de la libertad de
expresión y libertad de prensa. La libertad de prensa quiere decir que esta gente puede
hacerle un lavado cerebral a uno según el punto de vista liberal. Y la libertad de
expresión quiere decir que uno puede utilizar un lenguaje soez. Sería muy bueno tener
libertad de oídos. Tenemos solamente una boca, pero tenemos dos oídos, y creemos que
nuestros oídos tienen que ser también protegidos como la boca. Por tanto, necesitamos
hoy libertad de oídos así como libertad de expresión.

Pero esta libertad de expresión la vemos en la universidad de Dios. Este es uno de los
títulos que podemos darle a este capítulo aquí. También podemos darle otro: Dios escucha

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nuestra conversación. No hay ninguna duda de si Él tiene o no tiene el derecho de
escucharnos. Pero sabemos que sí lo tiene y lo ha tenido por mucho tiempo. Él ha
escuchado todo lo que usted ha dicho, amigo oyente. Se estima que la persona común dice
por lo menos 30.000 palabras cada día. Hay algunas personas que opinan que nosotros
decimos muchas más que esas. Pero esas palabras son suficientes como para escribir un
libro de buen tamaño. Hay personas que conocemos que podrían escribir una serie de
libros con todo lo que dicen en un sólo día, y usted y yo podríamos en el transcurso de
nuestra vida llenar una biblioteca completa con lo que decimos. Y Dios ha tomado nota de
todo esto, porque Él escucha nuestra conversación.

Esta libertad de expresión, este movimiento hoy, creemos que tuvo su comienzo en la
zona oeste de los Estados Unidos, allá en la universidad de Berkeley, y a la cual la industria
de medios masivos le dio una proporción que no tenía. Esto preocupó en gran manera a
personas interesadas en la obra de la universidad, que decían que su dinero con el cual
apoyaban estos estudios se utilizaba para otras cosas, y todo resultó en un espectáculo en
realidad ridículo, ya que esos jóvenes de esa época trataron de tomar ventaja de todo esto.
La mayoría de los estudiantes en esa universidad fueron intimados, los estudiantes serios, y
eso, por supuesto, reflejaba sobre las buenas intenciones de obtener una buena educación.
Ha cambiado todo esto ahora y está mucho mejor, pero aún permanecen las cicatrices de
esa época.

Ahora, el problema no está sólo en la universidad y en los medios masivos de


comunicación del presente, sino que también se encuentra en la iglesia, y el problema allí es
un problema de chismografía. Y esto se puede aplicar a cada uno de nosotros que somos
creyentes, y tiene que ver con la libertad de expresión. Este libro de Santiago aquí es
similar al libro de Proverbios, y tiene una universidad. Santiago es el rector de esa
universidad de Dios, al considerar este tema tan controversial. El rector Santiago, pues,

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tiene mucho que decir en cuanto a este asunto del uso y del abuso de la lengua. Nos
gustaría pensar que estamos entrando a un laboratorio, y que ahora vamos a hacer un
experimento.

En esta sección en la cual nos encontramos, Dios está probando nuestra fe en formas
diferentes. Vamos a mencionar esto cuando concluyamos, porque aquí tenemos el último
capítulo que trata de esto. Dios prueba la fe por nuestra lengua. Así es que, queremos
tomar una de las botellas de ácido que tenemos para hacer este experimento. En realidad,
este ácido es mucho más potente que el ácido sulfúrico o cualquier otro ácido que haya sido
creado por el hombre y la etiqueta que encontramos aquí dice LENGUA. No estamos
hablando aquí en cuanto a la composición química de la lengua, amigo oyente, sino en
cuanto a la teología de la lengua. Él ya ha indicado que iba a entrar en esto cuando dijo
allá en el capítulo 1, versículo 26:

26
Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su
corazón, la religión del tal es vana. (Stg. 1:26)

Y él también expresó algo en cuanto a ser prontos para oír, pero tardos para hablar, porque
usted tiene dos oídos, y Dios se los dio a usted para que pueda escuchar dos veces más, y
solamente le dio una boca. Hay algunos que tienen dos, pero la mayoría tenemos una. Hay
personas que tienen doble lengua, como bien sabemos. Ellos dicen una cosa por un lado, y
luego dicen otra cosa por otro lado.

Bien, entremos a este tema tremendo, porque en realidad la lengua es el armamento más
peligroso en el mundo. Es más mortal que la bomba atómica misma, y en realidad, no se puede
inspeccionar nada en cuanto a la lengua. Alguien dijo que fue un milagro cuando el asno de

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Balaam habló en aquel día, pero que hoy es un milagro cuando se queda con la boca cerrada.

Otra persona lo expresó de la siguiente manera. Un bebé necesita dos años para aprender a
hablar, y 50 años para aprender a mantener su boca cerrada. Cierto hombre se encontraba
pescando a orillas del mar. Por allí pasaron dos mujeres, y él estaba pescando sólo y había
estado pescando por varias horas, y por fin cogió un pescadito que por cierto no era muy grande.
Y estas dos mujeres que por allí pasaban decidieron reprender a ese hombre, y le dijeron: “No
tiene usted vergüenza de atrapar tan cruelmente a ese pequeño pescadito?” Y ese hombre que
ya estaba un poco desanimado por haber pasado tanto tiempo sin pescar nada, dijo: “Quizá usted
tenga razón, señora, pero si ese pez hubiera mantenido su boca cerrada no hubiera sido
atrapado”. Se dice que el caracol tiene sus dientes en la lengua, que conserva enrollada como
una cinta mientras que no la necesita. Una vez que llega el momento de usarla, saca su afilada
apéndice y aunque el tamaño de los dientes es realmente microscópico, esto no impide el que
realmente haga una labor devastadora. Lo mismo puede decirse de algunas personas; no parece
sino que tienen dientes en sus lenguas, y muerden al hablar, devorando la buena fama y
reputación de sus semejantes.

El gran predicador Spurgeon, lucía en cierta ocasión una larga y vistosa corbata de aquellas
que estaban de moda en su época, cuando el príncipe de los predicadores llenaba los templos y
salones de espectáculos más grandes de Londres.

Después de la predicación, se le presentó una señora que era conocida de él, de esas que son
muy devotas pero cuya mayor preocupación es descubrir los defectos del prójimo. “Señor
Spurgeon”, le dijo: “he traído mis tijeras, pues deseo acortarle la corbata que es muy mundana y
demasiado larga para un predicador del evangelio”. “Corte como quiera, señora”, fue la
respuesta. “Pero antes, permítame usar sus tijeras para cortar algo que usted lleva, una cosa que
es demasiado larga, y que produce, a mi entender, mucho más escándalo al evangelio que mi

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pobre corbata”. La interpelada aceptó filosóficamente la reprimenda, pensando que se trataba
de algún adorno de su vestido que, en aquellos tiempos, abundaban en los trajes femeninos y
entonces, le entregó las tijeras. Spurgeon, entonces, con una amplia y simpática sonrisa
exclamó: “Señora, saque usted la lengua”.

Creemos que una de las cosas más peligrosas en este mundo, amigo oyente, como ya hemos
dicho, es la lengua. Creemos que ésta es una de las cosas más peligrosas que pueda existir
dentro de la iglesia. Alguien dijo lo siguiente: “Tú puedes controlar la palabra que no se ha
pronunciado, pero la palabra que se ha pronunciado te controla a ti”. Uno que trabaja en la
radio tiene que tener mucho cuidado con lo que dice, porque uno puede ser malentendido muy
fácilmente, y es necesario reconocer esto.

Bien, después de haber dicho todo esto, como introducción preliminar, podemos entrar ahora
sí, al capítulo 3, y ver lo que nos dice el versículo 1 de la epístola de Santiago:

1
Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos
mayor condenación. (Stg. 3:1)

Lo que tenemos aquí es algo importante de notar. Aquí él está diciendo que el maestro tiene
mayor responsabilidad, y la razón para esto es que existe un gran peligro en la boca de la
enseñanza hoy, el enseñar algo equivocado. Estamos sorprendidos absolutamente, y nos
sentimos sobrecogidos por la forma en que tantos creyentes caen en toda clase de enseñanzas que
tiene que ver con la profecía en el presente. Estas personas siguen cualquier cosa. Todo lo que
se necesita hoy es una lengua hábil. Y luego, hay quienes caen siguiendo toda clase de
métodos, toda clase de sectas. Y aún así, estas personas, en realidad, en lo que se refiere a la
Palabra de Dios, son completamente ignorantes. Y esa es la razón por la cual decimos, y nos

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regocijamos en los estudios bíblicos en el hogar. Creemos que éstos han llenado un vacío que
existía. Pero también descubrimos que aquí se está enseñando toda clase de cosas vagas, dando
una interpretación equivocada, y esta gente necesita saber más de la Palabra de Dios de lo que
parece saber. Y eso también ha dado lugar a que muchos se crean gran cosa y que sientan
orgullo, y nos referimos a aquellos que enseñan en estas clases.

El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee contaba que tuvo el privilegio de
guiar al Señor a un joven, pero que luego se había apartado por la tangente, y a quien él había
tratado de que se dedicara a estudiar la Palabra de Dios. Bueno, este joven no lo hizo, y había
comenzado a enseñar una clase, y este joven era muy hábil con su lengua. El Dr. McGee decía
que alguien en esa clase se acercó a este muchacho y le dijo: “¿Sabía usted que lo que está
enseñando es contrario a lo que enseñan la mayoría de los maestros bíblicos, en especial a aquel
que le llevó a usted al Señor?” Y este joven respondió: “¿Y quién es ese?” Y luego esta otra
persona le dijo quien era. Y ese joven dijo: “Ah, McGee. Bueno, él quizá debería corregir su
teología, pues quizá lo tenga que hacer”. Nos sorprendemos, mientras más estudiamos la
Palabra de Dios, de lo ignorantes que somos en cuanto a lo que ésta enseña, y no de nuestro
conocimiento. Amigo oyente, pensamos que hay mucho camino que recorrer aún. Y este
joven nos recuerda lo que dijo un predicador en cuanto a un joven que recién comenzaba. Este
joven parece ser muy orgulloso. Y este hombre dijo: “Sí, él parece creer que es la cuarta
persona de la Trinidad”.

Amigo oyente, la lengua es algo muy peligroso. Y lo que Santiago nos está diciendo aquí:
“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros”, es una advertencia. No crea que
en el momento en que usted es salvo usted ya puede comenzar una clase de estudio bíblico y
enseñar el libro de Apocalipsis. Sabiendo que recibiremos mayor condenación. – dice aquí
Santiago.

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Nosotros pensamos que tenemos mayor responsabilidad que otros creyentes, y que no
tenemos tanta como algunos otros. Mientras mayor es la oportunidad que usted tenga para
predicar y enseñar la Palabra de Dios, amigo oyente, entonces, mayor es su responsabilidad.
Ahora, el versículo 2 de este capítulo 3 de la epístola de Santiago, dice:

2
Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón
perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. (Stg. 3:2)

Este versículo 2, comienza diciendo: Porque todos ofendemos muchas veces. Nos gusta
mucho como esto ha sido traducido. Quiere decir que nosotros podemos tropezar muchas veces
y eso lo hacemos todos nosotros. No hay ninguna excepción a esto, digamos de paso.

Y luego, él dice: Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto. Esto quiere decir
que es un creyente ya maduro como debería ser, como un niño que ya ha crecido. Cuando un
niño tiene cuatro años, es un niñito o una niñita, cualquiera sea el caso. Cuando ya tiene 21
años, entonces, ya está listo para contraer matrimonio. Está diciendo aquí que el hombre o
varón perfecto es capaz también de refrenar todo el cuerpo. Es decir que, si él puede controlar
la forma en que habla, entonces puede refrenar todo su cuerpo, o refrenarlo, en realidad, toda su
vida.

Ahora, aquí leímos: Todos ofendemos muchas veces. Pero debemos recordar que la lengua
en realidad es el índice de nuestras vidas. La lengua levanta o eleva al hombre del mundo
animal. Evita que él sea un simio que produce sonidos sin sentidos o un ave parlanchina. La
lengua es un distintivo que usted y yo llevamos. Nos identifica. Es el índice más indicativo de
la vida. Esto es lo que nos hace resaltar ante los demás, dice a los demás lo que somos.

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Esto ocurre muchas veces a personas que como nosotros trabajan en un medio como la radio.
Hay personas que conocen la voz del locutor, y cuando éste viaja por algún lugar, personas que
han oído su voz por radio le pueden identificar fácilmente, aunque llegue a decir muy pocas
palabras. A veces se sorprende la persona de que le reconozcan en lugares muy apartados,
donde él ni siquiera se imaginaba que le podían conocer. Pero por medio del mensaje de la
radio, la gente ha escuchado su voz, y le conocen entonces. La lengua, entonces, es lo que hace
a esta gente identificar al locutor.

Usted recuerda que el día que crucificaron al Señor Jesús, el Apóstol Pedro le seguía de lejos,
y algunos de los que estaban allí le dijeron a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos; porque
eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos. (Marcos 14:70). Él no podía
negar de donde venía. La lengua, el lenguaje, la forma de hablar de cada uno, indica de dónde
viene, quién es. También demuestra si uno es educado o no lo es. Prueba si uno es limpio o es
inmundo; si usted es una persona vulgar o refinada; si usted es un creyente o un blasfemo; si
usted es un creyente o si no lo es; si usted es culpable o si no lo es. Amigo oyente, pensamos
que, si tuviéramos una grabación hecha de todas las cosas que usted ha dicho durante el mes
pasado, usted no quisiera que el mundo se enterara de lo que dijo.

Bien, veamos ahora si podemos colocar este ácido del cual hablamos sobre la lengua, su
lengua y la mía. Y vamos a descubrir que él menciona aquí una lengua desenfrenada. El
versículo 3 de este capítulo 3 de Santiago, dice:

3
He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y
dirigimos así todo su cuerpo. (Stg. 3:3)

Aquí se está hablando de este caballo. Fue David que dijo en el Salmo 39, versículo 1: Yo

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dije; atenderé a mis caminos para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno, en tanto
que el impío esté delante de mí. David decía: “Yo quiero presentar el testimonio apropiado, por
tanto quiero ponerle freno a mi lengua”. Hay muchos creyentes hoy que deberían poner freno a
su boca. El Salmo 32, versículo 9, dice: No seáis como el caballo, o como el mulo, sin
entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a
ti. Hay muchas personas hoy, y tememos que muchos creyentes, que siempre andan con el pie
metido en la boca. El cabestro y el freno no son cosas muy grandes, sin embargo, pueden
controlar a un caballo muy enérgico y evitar que salga desbocado. Pensamos que muchos de
nosotros aún recuerdan lo días de la carreta y del caballo, y hemos podido observar a un caballo
desbocado que provoca hasta muerte y destrucción a los pasajeros.

Ahora, la lengua puede desbocarse también. Alguna persona hablando de otra persona ha
dicho: “¿Sabe una cosa?, su mente hace que su lengua comience a moverse, luego se apaga la
mente, y lo deja”. Hay muchos de nosotros que pasamos a través de esta vida de esa manera.
Se necesita, amigo oyente, poner un freno a la lengua. Y ahora, Santiago va a cambiar esta
forma retórica de expresarse, y va a decir aquí en el versículo 4:

4
Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son
gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. (Stg.
3:4)

Los grandes barcos tienen un timón por el cual son controlados, y este timón es tan pequeño,
que casi no se puede ver. Una tormenta muy fuerte puede empujar a un barco, y un timón
también puede controlarle. Pero la lengua puede cambiar el curso de su vida. Muchos han sido
arruinados por la lengua. Muchos nombres o reputaciones de mujeres han sido arruinadas
completamente por los chismes de alguna persona. La lengua, amigo oyente, es más peligrosa
que un caballo desbocado, o una tormenta en la mar. Hoy podemos observar que el alcohol, el

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licor, está destruyendo las naciones. ¿Pero sabía usted, amigo oyente, que la lengua se condena
más en las Escrituras que el alcoholismo? Creemos que es más peligrosa hoy que el
alcoholismo y el licor. Esto puede destruir una nación. La lengua es mucho más peligrosa que
eso. Una de las siete cosas que Dios aborrece se menciona allá en el capítulo 6 del libro de
Proverbios, versículo 16, dice: Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los
ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que
maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla
mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos. Como usted puede ver, amigo oyente,
entre estas siete cosas, está también la lengua, la lengua mentirosa. Bien, amigo oyente, vamos
a detenernos aquí por hoy, y continuaremos, Dios mediante, en nuestro próximo programa. Le
invitamos a sintonizarnos. Mientras tanto, le sugerimos que usted continúe leyendo el capítulo
3 de esta epístola de Santiago, porque es sumamente importante para que se familiarice con el
resto de su contenido y así pueda estar mejor preparado para nuestro próximo estudio. También
le aconsejamos que usted estudie el material que le hemos enviado junto con el capítulo 3 de esta
epístola de Santiago, para que se informe mejor. Será pues, hasta nuestro próximo programa,
amigo oyente, ¡que Dios continúe bendiciéndole es nuestra más ferviente oración!

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