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La política de alianzas del PSOE puede reforzar al

secesionismo y a Vox

Jesús Sánchez Rodríguez1 07/01/2020

En mi anterior análisis sobre la incapacidad de la izquierda en España para


formar gobierno entre abril y septiembre de 20192 hice algunas hipótesis que no se han
cumplido debido, sobre todo, a un elemento al que ya se hacía referencia en el artículo
anterior y que está pesando especialmente en la nueva coyuntura nacida de las
elecciones de noviembre de 2019, ese elemento se encuentra en el campo socialista,
dónde el PSOE y su líder actual, Pedro Sánchez, están llevando un comportamiento
errático que ya dura varios años y que convierte en imprevisible cualquier análisis
basado en comportamientos racionales.

Pero antes de entrar en el fondo del asunto es necesario centrarse en el resultado


de las elecciones de noviembre de 2019 y los escenarios que se abrían, condicionados
todos ellos por el peso de un conflicto en Cataluña que no solo no remitía, sino que se
agudizó en los últimos meses del año pasado.

En el artículo citado se analizaba la coyuntura en función de un ciclo largo


electoral iniciado en diciembre de 2015 y un ciclo corto a partir de diciembre de 2018,
y también en función de la existencia de dos tipos de campos políticos diferenciados,
uno según el eje izquierda-derecha y otro según el eje identitario. El primer tipo de
campos viene condicionado por la correlación de fuerzas entre ellos y en el seno de
cada uno de ellos, el segundo tipo está expresado por el conflicto catalán e influye en
cada uno de los componentes del primer campo.

La correlación de fuerzas entre la izquierda y la derecha está muy equilibrada


desde las elecciones de 2015, en que el PP perdió la mayoría absoluta anterior, y genera

1
Licenciado y Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Profesor retirado de la UNED. Se pueden
consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/
2
Jesús Sánchez Rodríguez, "España: el fracaso de la izquierda para formar gobierno",
http://miradacrtica.blogspot.com/2019/09/espana-el-fracaso-de-la-izquierda-para.html
un dificultad grave para asentar una gobernabilidad estable sobre la que inciden las
fuerzas nacionalistas y secesionistas periféricas.

En las elecciones de diciembre de 2015 la diferencia entre el campo de la


derecha y la izquierda se inclinó por poco a favor del primero en diputados, 163 frente
a 159, sin embargo la izquierda ganó en número de votos, 11,6 millones de votos frente
a 10,7 millones de la derecha, pero su división en tres partidos (PSOE, Podemos e IU)
la penalizó en escaños. La iniciativa para formar gobierno podría haber correspondido
al campo de la derecha, pero Ciudadanos mantenía fuertes diferencias con el PP por el
asunto de la corrupción y se abrió a un pacto gubernamental con el PSOE que fracasó.
En las elecciones de junio de 2016 El resultado fue de nuevo favorable al campo de la
derecha en votos y diputados, 11 millones de votos y 169 diputados, frente a los de la
izquierda, 10,4 millones de votos y 156 diputados, pero en estas condiciones el
gobierno finalmente fue posible porque el PSOE se abstuvo para que gobernase Rajoy.

En las elecciones de abril de 2019 el campo de la izquierda obtuvo 11.213.684


votos y 166 diputados, y el de la derecha 11.169.796 votos y 147 escaños. Esta
diferencia de escaños con un prácticamente empate en votos se debió a la penalización
sufrida por la derecha al presentarse dividida en tres partidos (PP, Ciudadanos y Vox),
siendo exactamente la situación inversa respecto a la izquierda de 2015. La izquierda
podía haber formado gobierno ahora sin excesivas dificultades, pero la disputa en el
campo de la izquierda entre PSOE y Podemos frustró tal posibilidad. La repetición
electoral de noviembre dio un pequeño vuelco a ese resultado, ahora la izquierda
sumaba 9.850.168 votos y 155 escaños, en tanto la derecha sumaba 10.297.472 votos y
150 diputados, penalizada por su triple división. Con estos resultados se estrechaba la
diferencia de escaños entre ambos campos y la izquierda tenía más dificultades para
formar gobierno, y es en esta situación cuando los partidos independentistas han podido
echar sobre la balanza el peso de sus pocos pero decisivos escaños.

Pero antes de continuar con las consecuencias de estos resultados es necesario


analizar previamente un factor subjetivo que había tenido y va a seguir teniendo una
influencia esencial en el desarrollo de la política española, ese factor subjetivo lo
representa Pedro Sánchez a través de su liderazgo en el PSOE.
Los bandazos del PSOE, bajo el liderazgo de Pedro Sánchez, se pueden ilustrar
en sus políticas de alianzas para alcanzar el gobierno. Tras las elecciones de diciembre
de 2015, el PSOE ensayó investir a su secretario general Pedro Sánchez con el apoyo
de Ciudadanos, para lo que pactaron 200 medidas con dicho partido. Intento que
fracasó al no encontrar el necesario apoyo exterior de Podemos. Este fracaso llevó a la
repetición electoral de junio de 2016. En octubre de 2016, y ante el bloqueo
gubernamental debido a los resultados de las elecciones el PSOE aprobó en su Comité
Federal abstenerse para que Mariano Rajoy pudiese seguir siendo presidente del
gobierno, como así ocurrió, llevando, por ello mismo, a la división interna del PSOE,
con la ruptura de la disciplina de voto de 15 de sus diputados, a la dimisión de su
secretario general Pedro Sánchez, y la formación de una gestora del partido.

Pero Pedro Sánchez inició una campaña en las bases contra la fracción ganadora
en el pulso dentro del aparato y terminó recuperando la dirección del partido en las
primarias celebradas en mayo de 2017. A Sánchez, de nuevo como secretario general
pero sin acta de diputado tras su dimisión, se le presentó la oportunidad, con la
sentencia del caso Gürtel, para lanzar la moción de censura en mayo de 2018. La
moción de censura no le obligó a llegar a pactos explícitos con sus apoyos, pues estos
le fueron ofrecidos para sacar al PP del gobierno de manera gratuita. Pero lo que fue
gratis en mayo de 2018 para investirle presidente, no lo fue para aprobar los
presupuestos, y el rechazo de Sánchez a ceder ante los independentistas le llevó a
convocar las elecciones de abril de 2019. El PSOE experimentó un fuerte crecimiento
electoral, de 85 a 123 diputados, gracias a dos elementos, las políticas progresistas que
implementó en esos meses de gobierno, y a su firmeza en no ceder frente a las
demandas independentistas.

Estos resultados llevaron al PSOE a un nuevo bandazo, del intento de acuerdo


con Ciudadanos en 2015, y del apoyo mediante abstención a Rajoy en 2016, se había
pasado a un dejarse querer por una coalición anti-PP en la moción de censura que no le
había supuesto compromisos con otros partidos. En abril de 2019 Sánchez quiso
prolongar esta situación previa, máxime cuando ERC se avenía a abstenerse en la
investidura de manera gratuita, sin embargo fue esta vez Podemos y sus aliados quienes
exigieron una alianza gubernamental. Tal alianza fue rechazada por el PSOE que
pretendía seguir gobernando en solitario con un acuerdo programático con Podemos,
algo similar al acuerdo con Ciudadanos en 2015. En ambos casos el PSOE fracasó, en
el primero por falta del apoyo externo de Podemos, en el segundo por la propia
negativa de Podemos a apoyar un gobierno del PSOE en solitario, y la consecuencia
como cuatro años atrás fue la repetición electoral3.

Así, cuando se repitieron las elecciones en noviembre, los planes de Sánchez de


gobernar en solitario se terminaron de esfumar, el PSOE no solo no avanzó, sin que
pasó de 123 a 120 diputados, y se hizo más costoso conseguir la investidura de su líder.
Y ello empujó a Sánchez al volantazo más brusco en su política de alianzas llevado a
cabo en dos fases, primero aceptando en pocas horas un gobierno de coalición con
Podemos y sus aliados, cuando durante cinco meses rechazó tal posibilidad con toda
serie de argumentos; segundo aceptando las demandas de ERC que había rechazado a
principios de 2019 y que precipitaron las elecciones de abril.

La ironía no solo es que ahora el PSOE aceptaba unas demandas de los


independentistas catalanes más exigentes que las de principios de 2019, sino que si
entonces su aceptación hubiese supuesto el apoyo de los dos principales partidos
secesionistas, ERC y JxCAT, ahora solo supone la abstención de ERC. De manera que
la política errática de Sánchez en el PSOE ha supuesto que con las mismas o menores
demandas que las aceptadas en este brusco volantazo de finales de 2019 podía: primero
haber conseguido aprobar los presupuestos en 2019 con el apoyo de ERC y JxCAT,
seguir gobernando en solitario, y haber evitado celebrar dos elecciones y el ascenso de
Vox; segundo, si no hubiese aceptado las exigencias secesionistas, tras las elecciones
de abril podía haber aceptado el gobierno de coalición con Podemos y evitar las
elecciones de noviembre y las exigencias de ERC.

Pero el carácter errático, cortoplazista y aventurerista de Sánchez ha terminado


llevándole a él mismo y a la política española al peor de los escenarios posible como
vamos a comentar a continuación.

Las elecciones de noviembre de 2019 supusieron tres cosas importantes:


primero, la derecha supero en votos a la izquierda y solo su triple división evitó que
fuese la que terminase formando gobierno; segundo, a la izquierda se la hizo más difícil
formar gobierno al haber retrocedido en 11 diputados; tercero, en el campo de la

3
Es necesario resaltar en este punto que Podemos iba descendiendo en apoyos electorales, de
71 a 42 y finalmente a 35, como consecuencia, entre otras cosas, de su papel de elemento bloqueante
de gobierno, primero en 2015 y luego en el verano de 2019
derecha se produjo un dramático basculamiento hacia la extrema derecha,
convirtiéndose Vox en la tercera fuerza parlamentaria tras la debacle de Ciudadanos.

Al margen de los resultados electorales otro factor importante vino originado por
la reactivación del activismo separatista catalán motivado, antes de las elecciones, por
la sentencia del juicio a sus líderes presos y las graves protestas con que respondieron
en la calle, y después de las elecciones por los efectos del Tribunal de Justicia y el
Parlamento Europeo de reconocer la calidad de diputados de los dos dirigentes
independentistas huidos de la justicia, Puigdemont y Comín y al líder de ERC en
prisión Oriol Junqueras.

Así, la confluencia de los tres órdenes de factores representados por la nueva


correlación de fuerzas parlamentarias de noviembre, los bandazos del PSOE bajo el
liderazgo de Pedro Sánchez en materia de alianzas, y la reactivación del secesionismo
catalán, han llevado a un dislocamiento dentro de los campos y entre los campos
políticos de cuyas potenciales consecuencias aún es muy pronto para poder tener una
visión clara.

En el interior de cada uno de los campos este dislocamiento se ha expresado de


diferentes maneras. En el campo de la derecha ha sido el más espectacular, de un lado
se produjo la debacle electoral de Ciudadanos, partido que había llegado a representar
un desafío a la hegemonía del PP en la derecha, de otro lado el ultraderechista Vox se
convirtió en la tercera fuerza política del parlamento español impulsada por la
persistencia y reactivación del secesionismo catalán. De esta manera, el efecto
inmediato es que la disputa en el campo de la derecha dejaba de serlo entre dos partidos
liberal-conservadores para dar paso a otra entre conservadores y extrema derecha, y
que, en el contexto de enfrentamiento identitario dominando el panorama político, el
resultado más probable es una derechización del PP para contrarrestar la competencia
de un Vox en crecimiento.

En el campo de la izquierda, el dislocamiento en realidad es una ironía, la


debacle electoral de Podemos y sus aliados, que habían pasado de 71 a 35 diputados en
dos elecciones en siete meses, fue recompensada con la aceptación por el PSOE de un
gobierno de coalición en el que tendrían cinco carteras ministeriales, de manera que
gracias a el giro de 180 grados de Pedro Sánchez una debacle electoral se convertía en
un triunfo, al menos provisionalmente. Si en el campo de la derecha se había agudizado
la competencia en clave ultraderechista, en la izquierda la competencia se había
atenuado mediante una coalición de gobierno, y mientras éste durase.

Pero el dislocamiento también se había producido, y con mayores consecuencias


futuras, en el campo identitario, aquél que enfrenta fundamentalmente al bloque
constitucionalista con el independentista. En este último, tras la grave derrota del otoño
de 2017, se había mantenido una actitud de resistencia estéril basada en movilizaciones
callejeras y gestos de amago de desobediencia institucional, a la vez que aumentaba el
enfrentamiento entre sus dos principales componentes políticos, ERC y el mundo post-
convergente. En el campo constitucionalista la moción de censura de 2018, en la que
Pedro Sánchez había sido apoyado por los independentistas, había creado tensiones por
este mismo hecho, pero la convocatoria de las elecciones de abril de 2019 originada en
la firmeza del PSOE frente a las demandas de los secesionistas había garantizado que el
enfrentamiento en este campo no acabase en ruptura.

Sin embargo, tras las elecciones de noviembre y la decisión del PSOE de pactar
con ERC unas demandas independentistas más exigentes que las que precipitaron las
elecciones de abril, las tensiones se dispararon en ambos campos, con mayor virulencia
en el campo constitucionalista que en el independentista. ERC fue criticada por los
post-convergentes y la CUP por su pacto con el PSOE, pero no se rompió el gobierno
de coalición ERC-JxCAT y, además, ERC cerró filas con el presidente Torra cuando
fue inhabilitado como diputado catalán por la JEC como consecuencia de su acto de
desobediencia durante la campaña electoral de noviembre. Sin embargo si se rompió el
campo constitucionalista. En primer lugar porque de los tres partidos que lo
conformaban, Ciudadanos había sufrido una debacle y, en sus lugar, el tercer puesto en
representación lo había adquirido Vox que, como partido de extrema derecha, está
excluido del campo constitucionalista por su programa extremista. En segundo lugar,
el PSOE aún teniendo una sólida lealtad constitucionalista había tomado dos decisiones
que rebajaban su compromiso o le generarían problemas, primero porque las
condiciones de ERC para apoyar la investidura de Sánchez mediante su abstención
convertían al débil gobierno de coalición progresista en un virtual rehén de ERC, como
así lo advirtió Rufián en la propia sesión de investidura, y segundo porque la coalición
de gobierno la establecía con un socio como Podemos que había dado muestras
continuas de sus simpatías con el independentismo y no había formado nunca parte del
consenso constitucionalista.

Así, de la misma manera que la debacle electoral de Podemos y sus aliados se


había terminado convirtiendo en una victoria al acceder al gobierno, también la derrota
del secesionismo en el otoño de 2017 se estaba convirtiendo en una victoria como
consecuencia del pacto de ERC con el PSOE y el debilitamiento del campo
constitucionalista.

La justificación última de Sánchez para conseguir ser investido por una minoría
mínima e inestable es la de que quiere buscar un camino de negociación que encauce el
conflicto en Cataluña, pero en realidad lo que está generando son otras consecuencias
que se expresarán en el medio, sino en el corto plazo. En primer lugar, impulsa la
excitación del nacionalismo español y facilita que el anterior enfrentamiento entre
constitucionalistas e independentistas se transforme definitivamente en un
enfrentamiento entre nacionalistas españoles e independentistas periféricos, lo cual
representa un impulso decisivo al ascenso de Vox. En segundo lugar, facilita también
que en esta situación la disputa en el campo de la derecha empuje al PP hacia las
posiciones de Vox para evitar que éste último capitalice en exclusiva el nacionalismo
español excitado y termine siendo la principal fuerza de la derecha.

El PSOE ha planteado un programa de gobierno encuadrado en sus aspectos


sociales y económicos dentro de la mejor tradición de la socialdemocracia clásica con
una recuperación de los derechos sociales y laborales perdidos durante los años de la
crisis económica y el impulso de una mejor redistribución de rentas mediante la política
fiscal, y con esa baza intenta contrarrestar la fuerza de arrastre del nacionalismo
español definitivamente abanderado por la derecha en esta etapa histórica. Sin
embargo, esta jugada roza el aventurerismo por diversas razones: En primer lugar, sus
apoyos parlamentarios son los absolutamente mínimos para la investidura o para sacar
adelante presupuestos y leyes. En segundo lugar, su pacto con ERC le convierte
objetivamente en su rehén, con unas condiciones pactadas que se mueven en la
ambigüedad absoluta y en los límites de la constitucionalidad, lo que las sujeta a la
interpretación que de ellas quiera hacer ERC, por un lado, y a continuos recursos de
inconstitucionalidad desde la oposición, por otro, es decir, facilita la persistencia de la
judicialización de la actividad política, en cuanto ésta se plantea estirar peligrosamente
los límites legales. En tercer lugar, al empujar a que el PP gravite hacia las posiciones
de un Vox que se crece en estas condiciones genera una división profunda en toda la
sociedad española que va más allá de las habituales diferencias entre conservadores y
progresistas y que polarizará toda la vida sociopolítica no en el plano económico sino
en el cultural e identitario, terreno dónde se mueve con más ventaja la derecha
radicalizada en estas condiciones. Por último, ensaya un gobierno de coalición con
Podemos y sus aliados, con los que mantiene profundas diferencias justamente por el
conflicto territorial, por lo que Podemos tal vez funcione como una pinza junto a ERC
frente al PSOE. Se trata del primer ensayo de gobierno de coalición de la actual etapa
de la democracia española, realizado en las peores condiciones posibles.

No es posible ignorar que un experimento así tiene altas probabilidades de


fracasar, por la fuerza de arrastre del nacionalismo español exacerbado; por las
intransigencias y retos continuos del independentismo catalán, que es mucho más que
ERC; por la falta de acuerdo con ERC cuando las ambigüedades del pacto se
transformen en propuestas concretas; por la incapacidad de aprobar leyes para los
puntos más importantes del programa progresista; por las diferencias en la coalición de
gobierno; por las tenciones internas del propio PSOE; etc.

La pregunta final es inevitable, dado el nivel de polarización generado con la


opción elegida por el PSOE en esta etapa, ¿qué pasaría si un fracaso del gobierno
progresista llevase a nuevas elecciones? Si las elecciones son fruto de un fracaso del
gobierno tanto el PSOE como Podemos y sus aliados sufrirían fuertemente la
penalización del electorado. La duda que restaría es sobre qué tipo de gobierno tendría
lugar con una victoria de la derecha, recordemos que en votos ésta ya ha ganado en
noviembre de 2019. La decisión del PSOE de pactar con ERC, tras su intento de
secesión unilateral y sin haber hecho autocritica y expresar su rechazo a la vía
unilateral, justifica a los ojos de los conservadores, si se dan las circunstancias políticas
favorables, el que pacten un gobierno con Vox. Ya los han hecho en Andalucía sin
tanta justificación, con más seguridad lo harían, tras el pacto PSOE-ERC, a nivel
nacional.

Mantener el bloque constitucionalista era una tarea que debería haber extendido
sus objetivos más allá de contener los intentos secesionistas de violar las leyes y la
Constitución como ocurrió en el otoño de 2017, para incluir también la contención y
marginación de la fuerza ultraderechista que representa Vox. Pero si es ilegitimo por
parte del PP querer mantener el bloque constitucionalista a la vez que pacta con Vox,
también es ilegitimo por parte del PSOE querer sostener dicho bloque a la vez que
pacta con quienes han intentado y no renuncian a la vía unilateral de secesión violando
las leyes y la Constitución. El resultado es una ruptura clara de dicho bloque
constitucionalista para satisfacción tanto de los independentistas como de Vox.

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