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ENERO 2020
Estado es Patria
Tras las dictaduras de Hugo Banzer (1971-1978) y Luis García Meza (1980-1981), el modelo
burocrático-autoritario boliviano comenzó a agotarse. Las prácticas represivas, el desprestigio
de las cúpulas militares y la fragmentación corporativa, condujeron al ocaso de la Junta Militar
que entregó el poder en 1982. La post-transición democrática obligó a las Fuerzas Armadas a
mostrar una imagen institucionalista y de respeto a la Constitución. Sin embargo, esta imagen
no estuvo acompañada de una clase política dirigente que asumiera una conducción civil
adecuada y limitó al proceso de democratización boliviano a un «pacto de coexistencia
pragmática civil-militar», en palabras del militar y sociólogo Juan Ramón Quintana.
Devenidos los años democráticos, las Fuerzas Armadas viraron su foco a mantener el orden
interno y conservar cierta autonomía para tutelar la institucionalidad y la democracia boliviana
bajo el principio de «Estado es Patria». Dos momentos críticos precedieron al triunfo electoral
de Evo Morales en 2006. En el año 2003 se produjo el llamado «Octubre Negro». Se trató de
una violenta represión de los militares frente a la insurrección popular que llevó al
enjuiciamiento del entonces presidente Sánchez de Lozada y el Alto Mando militar. En 2005, el
desplazamiento de Carlos Mesa del gobierno a partir de una poderosa insurrección popular que
exigía la nacionalización del gas, volvió a mostrar a las Fuerzas Armadas en el centro de la
escena. Este último evento dividió a los militares entre un mando más tradicionalista y los
sectores ligados al Movimiento al Socialismo (MAS), la base operativa y política de Evo.
Cuando Morales asumió la presidencia, buena parte de los militares jóvenes respondían
directamente a él. La llegada de Evo en 2006 encaminó un proyecto para recuperar la tradición
nacionalista declarando a las Fuerzas Armadas «socialistas, antiimperialistas y anticapitalistas»
y convirtiéndolas en una pieza central de su proyecto político.
La transformación no solo fue constitucional, sino que también atrajo medidas simbólicas: la
incorporación de la Wiphala a los uniformes y el nuevo lema «Patria o muerte. ¡Venceremos!».
A esto se sumó un mayor financiamiento, el otorgamiento de cargos civiles en la
administración pública nacional y la creación de la Escuela Antiimperialista. Además, para
mantener su relación libre de rivalidades, Evo reconoció públicamente que los militares no
habían sido las culpables de los cruentos actos de la dictadura, justificándolos con el argumento
según el cual se habían limitado a obedecer órdenes civiles e imperialistas.
Es una trampa
No es curioso que un país con déficits estructurales, una burocracia debilitada y un Estado que
no alcanza a colmar las necesidades sociales en todo el territorio, emplee sus Fuerzas Armadas
para cubrir sus necesidades institucionales. Sin embargo, la lógica del MAS ha consistido en un
estilo de liderazgo personalista y el otorgamiento de autonomía y poder a cambio de lealtad y
apoyo político. En un continente de instituciones y partidos políticos débiles, este tipo de
relación puede resultar peligrosa. Se genera una situación de gran dependencia que deteriora la
calidad de la institucionalización del control civil y limita a los gobiernos a la contención del
poder militar. El rol del Ministerio de Defensa es prueba de esta pasividad: un ministerio que es
menos relevante que el Comando Conjunto Militar y que tampoco somete jerárquicamente al
comandante en jefe de las Fuerzas Armadas (depende del presidente y ejerce un poder paralelo
al Ministro de Defensa). Ante la ausencia de una burocracia especializada, la planificación y la
gestión han quedado en las manos de los propios militares.
Fue el proyecto político de Evo el que llevó a los uniformados a alcanzar altos niveles de
relevancia, pero terminó condicionando aquella dimensión política y democrática donde hizo
más transformaciones. Al fin y al cabo, la necesidad de evitar rivalidades, la construcción de
relaciones personales cercanas, la pobre implementación de mecanismos efectivos de
supervisión y la limitación a la contención, se sumaron al exabrupto legal y constitucional de
quien construyó este esquema y lo condujeron directamente hacia una trampa.
Cuando el gobierno de facto tomó el poder, las Fuerzas Armadas se volvieron corresponsables
más por omisión que por acción. Su involucramiento ha sido posterior, tutelando la transición -
cuanto menos peligrosa- del gobierno interino. Mientras tanto, Bolivia y su democracia
interrumpida agonizan.