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Traducciones 2 (1996) 1-84.

Impreso en México. Derechos reservados © 1996 por CINVESTAV (ISBN 9977-64-769-0).

El concepto de función
hasta la primera mitad del siglo XIX*

1.- OBSERVACIONES PRELIMINARES


Hasta ahora, la historia de las funciones no ha sido estudiada con la debida suficiencia. En realidad, este importante
tema lo esquiva incluso C. Boyer, de cuyo libro [1] sobre la historia de los conceptos más importantes del cálculo se
efectuaron tres ediciones. Resulta innecesario decir que en este trabajo, así como en otros que existen sobre la histo-
ria de las matemáticas, se hacen algunas referencias a características aisladas de la evolución del concepto de depen-
dencia funcional, así como las interpretaciones que diversos eruditos han dado a esta dependencia. aun cuando son
indudablemente valiosos, tales enunciados no nos proporcionan el panorama global de la cuestión, ni siquiera cuan-
do se los considera en su conjunto. Además, las opiniones de diversos autores con frecuencia difieren entre sí; en
particular, no se ponen de acuerdo con respecto a la época en que realmente se originó el concepto de función. Tal
vez el punto de vista que más comúnmente se expresa es el que apareció en el famoso libro de D. E. Smith ([2] pág.
376), quien hace unos cincuenta años afirmaba:
“... después de todo, el primero en expresar clara y públicamente la idea de la relación funcional, según lo de-
muestra la utilización de coordenadas, fue Descartes ...”
Sin embargo, la opinión que externa Boyer ([1], pág. 156) hablando de las obras de Fermat, hombre erudito contem-
poráneo de Descartes, es la siguiente:
“... el concepto de función y la idea de que ciertos símbolos representen variables, no parecen figurar en el tra-
bajo de ninguno de los matemáticos de la época ...”
Por otro lado, W. Hartner y M. Schramm ([3], pág. 215) suponen que:
“... La cuestión del origen y el desarrollo (del concepto de función) por lo común se trata con sorprendente uni-
lateralidad; se la trata casi exclusivamente en relación con el análisis cartesiano, el cual, a su vez, se afirma
(erróneamente, a nuestro entender) que es un rebote tardío de las latitudines formarum con que trabajaban los
eruditos del Medievo ...”
Y además:
“... la operación con funciones había ya alcanzado un alto grado de perfección en la época en que se hicieron
los primeros intentos por conformar un concepto general de las mismas ...”
Estos autores aducen que las operaciones con funciones se pueden encontrar en los cálculos astronómicos de los sa-
bios de la antigüedad (como, por ejemplo, en los de Ptolomeo), posteriormente en la ciencia árabe y, desde luego, en
los trabajos de Al-biruni ( a quien se refiere el articulo de los autores).
En un libro (4) publicado después del citado anteriormente (1) y dedicado a la historia de geometría analítica, Boyer
señala otro prototipos de funciones entre los matemáticos griegos. Así, considerando el uso de las proporciones, dice
(pág. 5):
Esto era, en cierta medida, equivalente al uso moderno de las ecuaciones como expresiones de relaciones fun-
cionales, aun cuando mucho mas restringido.
El mismo autor ([4], pág. 46), así como J. E. Hofman ([5], pág. 80-81), A. C. Crombie ([6], vol. II, pág. 88-89) y
otros, establecen una relación entre las expresiones geométricas de la funciones y el cálculo de sus valores, por un

*
A.P.Youschkevitech, 1976. “The concept of function up to the middle of the 19th
century”, Arch. Hist. Exact. Sci. No. 16. pp. 37-85.
Traducción: Dra. Rosa María Farfán

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lado y, por el otro, la teoría de cálculos y la teoría de las latitudes de las formas que aparecieron en el siglo XIV. Sin
embargo H. ([7], pág. 145) suponía que la idea de función en la ultima de las teorías mencionadas, (no) contenía
“... nicht die geringste Vorstellung der zahl enmängigkeit einer Grösse von einer anderen, ...”
(... ni el mas mínimo concepto de la dependencia de una magnitud con respecto a otra ...),
en tanto que para E. T. Bell ([8],pág. 32), hasta los matemático babilonios poseían el instinto de la relación de fun-
ción. Y finalmente, la opinión de la existencia de una idea de función entre los matemáticos antiguos ha sido expre-
sada recientemente por O. Pedercen [9].
No voy a ser más extensa esta lista de opiniones, alguna de las cuales concuerdan, mientras que otras se oponen en-
tre sí; a veces son correctas y otras incorrectas o, cuando menos, incompletas. Únicamente agregaré que, por lo que
toca al siglo XIX, la definición clásica de función que aparece en casi todos los tratados de la época sobre análisis
matemático, por lo común es atribuida o bien a Dirichlet o a Lobachevski (1837 a 1834, respectivamente). Sin em-
bargo, históricamente hablando esta opinión generalizada es inexacta, ya que el concepto general de función como la
relación arbitraria entre pares de elementos, cada uno tomado de su propio conjunto, fue formulada mucho antes, a
mediados del siglo XVIII.
La importancia del análisis histórico del concepto de función resulta obvia, especialmente si se tiene en cuenta los
debates contemporáneos sobre este mismo concepto. Sin tratar de alcanzar tal objetivo, me limitaré a ofrecer alguna
observaciones breves sobre las etapas principales del desarrollo de la idea de función, hasta mediados del siglo XIX.
A mi modo de ver estas etapas son las siguientes:
1. La Antigüedad, es decir, la etapa en la que con el estudio de casos particulares de dependencias entre dos canti-
dades, aun no habían aislado las nociones generales de cantidades variables y funciones.
2. La Edad Media, que es la etapa en que, dentro de la ciencia de la Europa del siglo XIV, estas nociones generales
se expresaron por vez primera de un modo definido, tanto mediante formas geométricas como mecánicas, pero en
la que, al igual que en la Antigüedad, cada caso concreto de dependencia entre dos cantidades era definido por
medio de una expresión verbal, o con una gráfica, en vez de darle una fórmula.
3. El Período Moderno, o sea, la etapa en la que, a partir del siglo XVI, y especialmente durante el XVII, comien-
zan a prevalecer las expresiones analíticas de las funciones, siendo la clase de aquellas que generalmente se ex-
presan mediante sumas de series de potencias infinitas, la que pronto pasó a ser la más utilizada.
Fue la introducción de las funciones por el método analítico lo que revolucionó a las matemáticas; y debido a su ex-
traordinaria eficacia esta forma le ganó un lugar central al concepto de función, en todas las ciencias exactas.
No obstante, y por muy fructífera que fuera, hacia mediado del siglo XVIII esta interpretación de las funciones como
expresiones analíticas resultó ser inadecuada, y así, durante este mismo período se introdujo una nueva definición
general de función, que posteriormente paso a ser aceptada universalmente en el campo del análisis matemático.
En la segunda mitad del siglo XIX, esta definición general de función abrió las más amplias posibilidades para el de-
sarrollo de la teoría de las funciones, pero a la vez, puso de manifiesto ciertas dificultades lógicas que, en el siglo
XX, originaron la reconsideración de la esencia del concepto de función (como hubo que reconsiderar también a
otros conceptos importantes del análisis matemático). El forcejeo entre los distintos puntos de vista, aun persiste; sin
embargo, y como he dicho, no hablaré de este período (o, más bien, de estos dos períodos que tienen que ver con la
teoría de las funciones y con la lógica matemática, respectivamente), que ya ha sido descrito por A. F. Monna [10].
Por lo general, en el presente trabajo me referiré a las funciones univalentes de una variable real. Tales funciones se
representan en los tratados modernos de análisis matemático bajo definiciones algo diversas pero que tienen todas un
significado común. En el sentido más general, una función y de la variable x, y = f(x), es una relación entre pares de
elementos de dos conjuntos numéricos x y y, tal que cada elemento x del primer conjunto X se le asigna un elemento
y, y solamente uno del segundo conjunto Y, según alguna regla definida. Dejando aparte las dificultades lógicas que
le son inherentes a la definición que se acaba de dar1, sólo deseo señalar que la regla, o “ley”, de la función se puede

1
El estudio de algunos aspectos de la idea de función que representa esta definición (pero no de las dificultades mencionadas), así como de la ter-
minología tradicional, orientada a círculos más amplios de lectores, se puede encontrar en el libro de Kenneth O. May ([11], pág 253-262).

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... concepto de función ... 3

dar en diversas formas: verbalmente, mediante una tabla de valores de x y y, con una expresión analítica, por medio
de una gráfica, etc., y esto únicamente está sujeta a la condición de que esta regla sea definida y que una vez que se
de un valor a x dicha regla sea suficiente para encontrar a y.
La idea de función, entendida en uno u otro sentido, esta implícita en las reglas para medición de las áreas de las fi-
guras más sencillas, tales como rectángulos, círculos, etc., que eran conocidas ya desde los albores de la civilización,
e igualmente en las primeras tablas de sumar, multiplicar, dividir, etc., que se utilizaron con objeto de facilitar los
cálculos.
Obviamente, las relaciones entre números, o de manera más general, entre cantidades, se encuentran, a cada paso en
el campo de lo que se denomina las matemáticas elementales. Sin embargo, este hecho trivial es en sí infructuoso pa-
ra nuestra búsqueda del momento en que se forma la idea de función, de su generalización y comprensión gradual,
del significado concreto que adquiere con el progreso científico y filosófico y, finalmente, del papel que desempeña
durante las diversas etapas de este progreso.

2.- LAS FUNCIONES TABULADAS Y LOS “SÍNTOMAS” DE LAS SECCIONES EN LA ANTIGÜEDAD.


Tal como se ha dicho, la primera etapa del concepto de función es la de la Antigüedad. Ya en el año 2000 a. de C. se
había extendido entre los matemáticos babilonios el uso de las tablas sexagesimales de recíprocos, cuadrados y raí-
ces cuadradas, cubos y raíces cúbicas, además de algunas otras, con las que realizaban sus cálculos. También para la
astronomía los babilonios utilizaron tablas de funciones de dos tipos distintos -las de funciones escalonadas y las de
la función lineal en zigzag (step-function y linear-zigzag-function, respectivamente, según las ha denominado O.
Neugebauer ([12], Cap. 5), - durante el reinado de los Seleucidas, para la elaboración de efemérides del Sol, la Luna
y los planetas. A partir de esa época, las funciones tabuladas empíricamente se convirtieron en los cimientos mate-
máticos de todo el desarrollo subsiguiente de la astronomía.
Nuevos brotes del concepto de función aparecieron en la matemática y las ciencias naturales de los griegos. Los in-
tentos atribuidos a los primeros pitagóricos, por determinar las leyes más sencillas de la acústica, son tipos en la bús-
queda de interdependencias cuantitativas entre diversas cantidades físicas como, por ejemplo, las longitudes y los
tonos de las notas emitidas por cuerdas de la misma especia, al ser pulsada bajo tensiones iguales. Posteriormente,
durante la época alejandrina, los astrónomos desarrollaron toda una trigonometría de las cuerdas correspondientes a
una circunferencia de radio fijo, y así, utilizando teoremas geométricos y reglas de interpolación, calcularon tablas
de cuerdas que en realidad equivalían a las tablas de senos de la misma índole de las que usaron los Hindúes unos
cuantos siglos mas tarde. La más antigua de las tablas de cuerdas que se conocen es al que se encuentra en el
ALMAGESTO de PTOLOMEO, obra en la que figuran también numerosas tablas astronómicas de otras cantidades,
equivalentes a funciones racionales, así como las funciones irracionales mas simples del seno, [9].
Empero, los griegos no se limitaron al uso de funciones tabuladas. El papel principal en la teoría de las cónicas lo
desempeñaron sus síntomas (συµ τωµατα), es decir, aquellas propiedades planimétricas básicas de las curvas co-
rrespondientes que se derivan en forma inmediata de su definición estereométrica original (aunque en realidad ésta
no fue utilizada), como las secciones planas del cono. Según lo expresaría un matemático moderno, el síntoma de al-
guna secciones cónicas representa, para cada punto de la curva dada, una y la misma dependencia funcional entre su
semicuerda y y el segmento x del diámetro conjugado con la cuerda, siendo los extremos de este segmento el punto
intersección del diámetro con la cuerda y el vértice correspondiente. Los geómetras antiguos describían a los sínto-
mas verbalmente, así como mediante álgebra geométrica (expresión acuñada por H. G. Zeuthen ([13],pág. 7)), en la
cual las identidades y expresiones de los dos primeros grados se representaban por medio de igualdades de áreas de
ciertos rectángulos. El significado de estos síntomas, cuya descripción antigua, con su verbosidad suena poco usual
para los oídos modernos, podría expresarse de manera absolutamente exacta en el lenguaje de la geometría analítica,
mediante ecuaciones de curvas de segundo orden con respecto a sus vértices:
p 2
y 2 = 2 px m x , y 2 = 2 px
a
Sin embargo, las oportunidades que ofrecía el álgebra geométrica eran insuficientes par transmitir de manera similar
las propiedades de las curvas del tercero y cuarto ordenes (la cisoide y la concoide), así como de algunas otras cur-

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vas algebraicas conocidas por los griegos, quienes tenían que definir a todas ellas, y también a ciertas curvas tras-
cendentales, como la cuadratriz y la espiral equiangular por medios de construcciones geométricas o mecánicas (ci-
nemáticas) especiales.
Los matemáticos de la antigüedad establecieron una clasificación peculiar de las curvas, así como de los problemas
que se resuelven mediante ellas. Ya desde antes de Euclides habían puntualizado tres clases de lugares geométricos:
los planos (επιπεδοι), correspondientes a las líneas rectas y círculos; los sólidos (στερεοι), para las secciones cóni-
cas; y los lugares geométricos lineales (τοποι γραµµικοι), que se referían a todas las demás curvas. Resulta real-
mente imposible estudiar aquí el origen y significado de esta clasificación, por lo remota en el tiempo que se encuen-
tra de la nuestra, que tuvo su nacimiento en el siglo XVII ([14], párrafo 25).
En la antigua Grecia, así como en los países helenísticos que posteriormente pasaron a ser provincias romanas, las
funciones que se introducían con relación a problemas matemáticos y de astronomía, eran sometidos a estudios simi-
lares a los que se llevan a cabo en el análisis matemático de la época moderna. En congruencia con la meta que se
perseguía, las funciones se tabulaban recurriendo a la interpolación lineal; y en los casos más simples, se encontra-
x
ban las razones entre dos cantidades infinitamente pequeñas como, por ejemplo, el lím sen cuando x → 0
x
Los problemas relativos a valores extremos y a tangentes se resolvían por métodos equivalentes al método diferen-
cial; las áreas, volúmenes, longitudes y centros de gravedad se determinaban por métodos equivalentes al cálculo de
integrales, como por ejemplo:
a a
2
∫ xdx e ∫ x dx
0 0

y finalmente, los problemas en que se tenía que calcular raíces de polinomios de tercer grado, se resolvían mediante
el uso de secciones cónicas (curvas de segundo orden). Para este propósito, a las raíces de las ecuaciones correspon-
dientes se las consideraba como coordenadas de los puntos de intersección, o de contacto, de dos de tales curvas que
fueran apropiadas. En la presente descripción, yo utilizo la terminología y notación que son comunes modernamente,
y que desconocían los matemáticos de la antigüedad. Esto lo recalco tan fuertemente como es posible hacerlo.
Hasta aproximadamente el siglo III a. de C. el simbolismo griego, aparte del uso de dígitos, se limitaba a denotar las
diversas cantidades mediante diferentes letras del alfabeto. Jamás se introdujo ninguna fórmula algebraica, ningún
tipo de algoritmo literal, ni ninguna expresión analítica. Únicamente en los trabajos de Diofanto, uno de los últimos
matemáticos alejandrinos, y posiblemente en los de sus predecesores inmediatos, cuyos nombres han sido olvidados,
aparecen algunos signos algebraicos como, por ejemplo, los correspondientes a las primeras seis potencias de la in-
cógnita, un signo de igualdad, etc. Sin embargo, con la caída de la civilización antigua, esta notación ya no prosiguió
su desarrollo.

3.- EL CONCEPTO GENERAL DE FUNCIÓN EN LA ANTIGÜEDAD


Aparte de la carencia de simbolismo, que fue lo que frenó el avance integral de las matemáticas, los logros de los
griegos fueron ciertamente substanciales, tanto en lo referente al aumento del número de dependencias funcionales
que utilizaron como en cuanto al descubrimiento de nuevos métodos para estudiarlas; y esto desempeñó un papel
prominente en el desarrollo posterior de las matemáticas, en el que siguió influyendo hasta que finalmente vino la
creación de los nuevos conceptos del álgebra, la geometría analítica y el cálculo infinitesimal, en los siglos XVI y
XVII. Pero a pesar de todo esto, debo repetir que en la época antigua no existía la idea general de la relación funcio-
nal.
El problema de saber si los matemáticos antiguos poseían el concepto general de función también ha sido ponderado
detalladamente por O. Pedersen en el trabajo que dedicó al Almagesto de Ptolomeo [9]. En forma perfectamente co-
rrecta, Pedersen hace la observación en el sentido de que, de acuerdo con el sistema Ptolemaico del mundo, las posi-
ciones del Sol, de la Luna y de los planetas se considera que cambia de manera continua y periódica con el tiempo;
que la determinación de esas posiciones la logra Ptolomeo mediante procedimientos normales, que a veces se expli-
can recurriendo a ejemplos numéricos, o bien, que se formulan verbalmente y de manera perfectamente general; y
finalmente, que estos procedimientos normales se utilizan para compilar diversas tablas astronómicas, es decir, para

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... concepto de función ... 5

tabular funciones correspondientes (y no sólo de una, sino incluso de dos y en varios casos de tres variables). Dán-
dose cuenta de que la palabra función, en sí, no aparece en los trabajos de los matemáticos de la antigüedad, sino que
fue introducida mucho más tarde, Pedersen ([9], pág. 35) se hace la siguiente pregunta:
“... ¿Pero acaso ello justifica que lleguemos a la conclusión de que no tenían idea alguna de las relaciones fun-
cionales? ...”
La respuesta que él mismo da a esta pregunta es que todo depende de lo que en realidad se quiera dar a entender por
función. En caso de que, tal como lo han hecho mucho de los matemáticos del pasado, se quiera interpretar a la fun-
ción como una expresión analítica, entonces la conclusión es que los antiguos no conocían las funciones.
“... Empero -prosigue Pedersen (pág. 6)- si concebimos a la función, no como una fórmula sino como una rela-
ción más general en la que se asocian los elementos de un conjunto de números (verbigracia, los instantes t1, t2,
t3, ...) con los elementos de otro conjunto (como por ejemplo, alguna variable angular en un sistema planetario),
resulta obvio que, en este sentido, las funciones abundan en el Almagesto. Lo único que falta es la palabra; pero
la cosa, en sí, ahí está, y se encuentra claramente representada por las numerosas tablas de elementos corres-
pondientes de tales conjuntos ...”
Casi me siento inclinado a aceptar todo esto. Naturalmente, Ptolomeo, al igual que otros astrónomos de su época y
de las anteriores, sabía que las coordenadas de los cuerpos celestes en movimiento cambian periódicamente con el
tiempo; y también que en un círculo dado, cuerdas de longitudes desiguales guardan relación con arcos de longitudes
desiguales. En el párrafo anterior he mencionado otros ejemplos, anteriores en el tiempo, de funciones que fueron
estudiadas por matemáticos griegos, y quienes para ello no elaboraron tabla alguna. Y además, ya dos mil años antes
de Ptolomeo los babilonios conocían ciertas relaciones tabulares. Pero a pesar de todo esto, la literatura matemática
de los antiguos carece no únicamente de palabras equivalentes al término de función, sino incluso de alguna alusión
a esa idea más abstracta y general mediante la que se unifican las dependencias concretas e independientes entre can-
tidades o números, en cualquier forma (descripción verbal, gráfica tabla) que en un momento determinado se consi-
deren tales dependencias. Existe un buen trecho entre el instinto de la relación funcional (Bell) y la percepción de es-
ta relación; y lo mismo se puede decir por lo que toca a las funciones particulares y al surgimiento del concepto de
función con algún grado de generalidad. La utilización de la forma singular (la cosa en sí, es decir, la relación fun-
cional representada por diversas tablas) por parte de Pedersen en relación con el Almagesto (véase la cita anterior)
me parece incorrecta, en el sentido de que permite que el párrafo entero sea interpretado como si quisiera implicar
que las funciones correspondientes a esas tablas hubieran sido consideradas como ejemplos particulares de una rela-
ción funcional en general.
Se puede encontrar una situación similar en las matemáticas griegas, consideradas como un todo. Los procedimien-
tos que se ahí se utilizaron para calcular o determinar límites concretos individuales jamás originaron una formula-
ción explícita de los conceptos generales de una secuencia, una variable un límite, una cantidad infinitamente peque-
ña, una integral o de los teoremas concernientes a tales conceptos2. Son ejemplos apropiados de esto, las cuadraturas
y cubicaciones logradas por Arquímedes. De hecho, en la resolución de varios problemas (la determinación del área
de una vuelta de espiral, el volumen de un esferoide, el área de un segmento de un hiperboloide de revolución) lo
a
que hizo en realidad fue calcular una integral, y siempre la misma: ∫0 x 2 dx; o bien, para decirlo en otras palabras, el
límite de una suma de “Riemann - Darboux”, y siempre la misma, llevando a cabo completamente y cada vez de
nuevo los procedimientos necesarios, por el método exhaustivo. Observando que también otros de los problemas re-
sueltos por Arquímedes (la cuadratura de la parábola, la determinación del centro de gravedad de un triángulo) se
pudieron haber reducido al cálculo de la misma integral, N. Bourbaki ([15], pág. 208) prosigue:
“... nous ignorons jusqu’a quel point il a pris conscience des liens de parenté qui unissent les divers problemes
dont il traite (liens que nous exprimerions en disant que la meme intégrale revient en maints endroits, sous des
aspects géométriques variés), et quelle importance il a pu leur attribuer ...”

2
Una de las pocas excepciones lo es la Proposición I del libro X de los Elementos de Euclides, según la cual se establece que (utilizando nuestra
terminología), a partir de un criterio de un cierto término, cada término subsiguiente de cualquier secuencia a, aq1, aq1q2, aq1q2q3, ...
(qk ≤1/2, k= 1, 2, 3, ...) se va haciendo más pequeño que cualquier cantidad b.

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(“... ignoramos hasta que punto haya tomado conciencia de los nexos de parentesco que unen a los diversos
problemas con los que trata (nexos que nosotros explicaríamos diciendo que aparece la misma integral en mu-
chos lugares, bajo aspectos geométricos que varían), y qué importancia les haya podido atribuir ...”)
Resulta imposible contestar esta pregunta implícita, pero lo cierto es que Arquímedes no pudo haber dejado de ob-
servar que los procedimientos del cálculo de los tres primeros eran idénticos. Y sin embargo, ni siquiera para el caso
de la única función que utilizó, y = x2, introdujo el concepto general de la integral definida (cf. [16]).
Hablando en términos generales, cuando uno estudia las matemáticas de las épocas del pasado, con frecuencia no só-
lo aprecia su importancia para el desarrollo posterior de esta ciencia (lo cual es necesario hacer), sino que también, y
no frecuentemente, amplía de manera no permisible la interpretación de las ideas manifestadas en esas épocas,
vinculándolas con las nociones y conceptos modernos, que son muchos más generales. Y lo que en realidad sucede
es que, tal como el Fausto de Goethe le hacía observar a su discípulo Wagner, el historiador equipara el espíritu de la
época con el reflejo que éste encuentra en su propia mente:
“... Was ihr den geist der Zeiten heisst, Das ist im Grund der Herren eigner Geist, In dem die Zeiten sich
bespiegeln ...”
(“... Lo que ustedes denominan el espíritu de los tiempos, está en la base del propio espíritu de los hombres en el
que el tiempo se refleja ...”)
En particular, hubiera sido una modernización impermisible el hecho de ver la idea de cantidad variable, en sentido
estricto, en los trabajos de Diofanto, quien sí utilizó la sustitución para el cálculo de las raíces racionales de ecuacio-
nes indeterminadas, y cuyo método efectivamente hace posible, en muchos casos, calcular un número infinito de va-
lores de la incógnita del problema indeterminado. En el mejor de los casos, de lo que se puede hablar, como lo hace
D. T. Whiteside ([17], pág. 19), es de la noción, o mejor aun, del uso real de una variable de sustitución, pero no de
la variable plenamente libre que es característica del álgebra de Viéte.
Las ideas de cambio y de cantidad variable eran ajenas al pensamiento de los griegos. Los problemas de movimien-
to, de continuidad y del infinito, ya eran abordados desde la época de Heráclito y Zenón de Elea, y la Física Aristoté-
lica o filosofía natural (υσιξ significa naturaleza) estaba dedicada al estudio de estos conceptos. Haciendo uso del
término movimiento de la materia, en el sentido amplio de cambio, Aristóteles3 distinguía tres formas principales de
los procesos del mundo: la modificación o cambio de calidad; el cambio de magnitud o de cantidad, como por ejem-
plo, el incremento o decrecimiento; y el movimiento local (motus localis), que era la forma más baja de movimiento
y que necesariamente acompaña a las otras dos formas, más altas, de cambio de la materia. El movimiento local se
subdividía en movimiento uniforme, en el que se recorren distancias iguales (segmentos o, digamos, arcos de circun-
ferencia) en tiempos iguales, y movimiento anómalo; sin embargo, en la antigüedad no se introdujo ni la velocidad
(media), tal como el cociente s/t ni, mucho menos, la velocidad instantánea. En consecuencia, ni el cambio cuantita-
tivo ni el movimiento local, los cuales con el tiempo han encontrado ambos su representación en el concepto más
abstracto de cantidad variable, pasaron a ser objeto de estudio por parte de los griegos. En parte, este hecho pudo
haberse debido a las influencias que ejercieron las paradojas de Zenón.
La relación que existe entre lo anterior y la orientación general que tomó el desarrollo de la mecánica y la astrono-
mía de los griegos resulta notable. Ninguna de estas dos ciencias traspasó los límites del movimiento uniforme, ya
que en los sistemas antiguos del mundo los movimientos irregulares de los cuerpos celestes se reducían a combina-
ciones de movimientos circulares uniformes. Pero el movimiento irregular no fue estudiado como tal. Siempre que
era posible hacerlo, las ideas cinemáticas se proscribían del dominio de la matemática pura. Las proposiciones aisla-
das que se encuentran en Euclides, en las que se utiliza el movimiento y la suspensión, así como los casos también
aislados de definiciones cinemáticas de curvas ( como por ejemplo, la cuadratriz y la espiral equiangular) no modifi-
can la panorámica general.
He dicho anteriormente que incluso los llamados Pitagóricos habían vislumbrado las leyes cuantitativas de la natura-
leza. Empero, aparte de los modelos cinemáticos del sistema del mundo, los griegos desarrollaron muy poco este as-
pecto cuantitativo de las leyes naturales.

3
Aristóteles utilizaba la palabra µεταβολη (cambio) indistintamente con la de κιυησιζ (movimiento).

Traducciones
... concepto de función ... 7

Cualesquiera que hayan sido las causas y circunstancias ideológicas o sociales que dieron lugar a las características
de la ciencia antigua, según se acaba de describir, lo cierto es que el pensamiento matemático de la antigüedad no
creó ninguna noción general, ni de cantidad variable ni de función. En el campo de las aplicaciones, y principalmen-
te en la astronomía, que fue donde los métodos cuantitativos de investigación alcanzaron el mayor desarrollo, la me-
ta principal era la representación tabular de funciones, concebida como relaciones entre conjuntos discretos de canti-
dades constantes dadas, que para efectos prácticos se aislaban a partir de continuos de valores numéricos de cantida-
des que estaban relacionadas entre sí por medio de una función.
En este contexto, viene a sugerirse cierta similitud con el concepto estático de la teoría de conjuntos de Cantor, en la
cual la idea intuitiva de cantidad variable se reduce a la idea de un conjunto de cantidades constantes, dadas de an-
temano. En cualquier caso, el pensamiento de los matemáticos griegos, tomado en general, se hallaba muy, pero muy
alejado del concepto cinemático de cantidad fluyente, que fue característico del cálculo infinitesimal de los siglos
XVII, XVIII y XIX.

4.- REPRESENTACIÓN CINEMÁTICA Y GEOMETRÍA DE LAS RELACIONES FUNCIONALES.


La teoría de cálculos y la de latitudes de las formas
El resurgimiento de la ciencia en los países de cultura arábiga, que ocurrió algún tiempo después de la caída de la
sociedad antigua, no trajo, hasta donde se sabe, ningún desarrollo esencialmente nuevo del concepto de función. No
obstante, se incrementó el número de funciones utilizadas y se mejoraron los métodos para su estudio. Así, se intro-
dujeron todas las funciones trigonométricas importantes, se perfeccionaron los métodos para su tabulación (en parti-
cular, se comenzó a utilizar la interpolación cuadrática, junto con la lineal), y avanzó en forma esencial el estudio de
las raíces positivas de los polinomios cúbicos, por medio de las secciones cónicas. También hubo otros avances en
los campos de la óptica y de la astronomía. Al parecer, una de las excepciones, y muy notable por cierto, desde mi
punto de vista, fue el análisis del movimiento acelerado que se encuentra en el Canon Masúdico de Al - Biruni (de
alrededor de 1030) y cuyo predecesor en algunos aspectos fue Thabit Inb Qurra ([3], pág. 212-214; [17a], pág. 37-
38), en el siglo IX.
Aún así, el análisis y las ideas de Al - Biruni no ejercieron demasiada influencia en sus sucesores. El concepto de
función apareció por vez primera en una forma más general tres siglos más tarde, en las escuelas de filosofía natural
de Oxford y París. Siguiendo las pautas trazadas por pensadores tales como Robert Grosseteste y Roger Bacon, estas
dos escuelas, que florecieron en el siglo XIV, declararon que las matemáticas eran el instrumento principal para el
estudio de los fenómenos naturales. Apartándose de la doctrina aristotélica de la intención (intensidad) y disminu-
ción de las cualidades de las formas (intensio et remissio qualitatum et formarum), abordaron el estudio matemático
del movimiento no uniforme cuantitativo y local.
Las cualidades de las formas son fenómenos tales como el calor, la luz, el color, la densidad, la distancia, la veloci-
dad, etc., que pueden poseer diversos grados (gradus) de intensidad (intensio) y que, en términos generales, cambian
continuamente dentro de ciertos límites determinados. Las intensidades de las formas se consideran en relación con
sus extensiones (extensio), tales como, por ejemplo, la cantidad de materia, el tiempo, etc. En el curso de dichas con-
sideraciones se introdujo toda una serie de conceptos sumamente importantes, como la velocidad instantánea, o pun-
tual (velocitas instantanea, punctualis), la aceleración (intensio motus localis, también llamada velocitatio) y canti-
dad variable, que se concebía como un grado o un flujo de calidad (gradus qualitatis, fluxus qualitatis). En todo esto,
la síntesis del pensamiento cinemático desempeña un papel preponderante.
“... Toute cinématique, -según observa N. Bourbaki ([15], pág. 292)-, repose sur une idée intuitive, et en quelque
sorte expérimentale, de quantités variables avec le temps, c’est-a-dire de fonctions du temps ...”
(“... Toda cinemática descansa en una idea intuitiva, y en cierto modo experimental, de cantidades variables con
el tiempo, es decir, de funciones del tiempo ...”)
Simultáneamente, la idea de que las leyes cuantitativas de la naturaleza eran leyes del tipo funcional, fue madurado
paulatinamente en el campo de la filosofía natural.

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La doctrina de la intensidad de las formas, o para decirlo de otro modo, la teoría de “cálculos” (calculationes) y su
parte mas importante, la cinemática, habían sido desarrolladas en Inglaterra por William Heytes-Bury, Richard Swi-
neshead y otros, especialmente en la dirección aritmético - cinemática, en tanto que en Francia, donde su principal
exponente era Nicole Oresme, se desarrollo, además, en la dirección geométrica.
Resulta de interés especial la teoría de las configuraciones de cualidades (de configurationibus qualitatum), o en
otras palabras, de la uniformidad e irregularidad de las intensidades, o bien, todavía en palabras distintas, de las lati-
tudes de las formas (de latitudinibus formarum), que desarrollo Oresme, a mediados del siglo 14.
“... Toda cosa mensurable, - escribió Oresme (([18], pp. 164 - 165)- salvo los números (que el, al igual que los
antiguos griegos entendía como un conjunto de unidades) se debe imaginar a manera de una cantidad continua.
(Omnis res mensurabilis exceptis numeris ymaginatur ad modum quantitatis continue) ...”
En consecuencia, para poder medir esas cosas es preciso contar con puntos, líneas y superficie, en los cuales, según
Aristóteles se encuentra originalmente la medida o la relación (mensura seu proportio); en todas las demás cosas, la
medida o la relación se obtiene mediante su relación mental con los puntos, las líneas y las superficies.
Oresme representa los grados de intensidad por medio de segmentos con las longitudes correspondientes, que son las
“latitudes” (latitudo), trazados perpendicularmente sobre la línea de “longitudes” (longitudo), cuyos segmentos re-
presentan las extensiones, las relaciones de las intensidades de alguna cualidad es la misma que la de las latitudes co-
rrespondientes, de tal manera que, según lo expresa el propio Oresme, en vez de la intensidad y extensio de alguna
cualidad, se pueden considerar sus latitudes y longitudes. Los extremos superiores de las latitudes de alguna cualidad
generan la “líneas de intensidad” (linea intensionis), o en otras palabras, la “línea de cúspide” (linea summitatis), la
cual, al igual que lo hace la figura delimitada por esta línea, por el segmento de línea de longitudes que se este con-
siderando, y por las dos latitudes extremas, representa a la cualidad dada y a sus “grados”. El ángulo entre las latitu-
des y la línea de longitudes se podría escoger arbitrariamente, aun cuando la forma mas conveniente de construir las
latitudes es perpendicularmente a la línea de longitudes.
Debe ponerse especial atención en una de las observaciones de Oresme, a saber, que a las intensidades se les puede
llamar longitudes, con lo cual entonces las extensiones tienen que denominarse latitudes. Es en este contexto como
se consideran las cualidades “lineales” (linearis), las intensidades de las cuales están distribuidas entre los puntos de
una línea pero existen también cualidades “superficiales” (superficialis) y “corpóreas” (corporalis) distribuidas entre
los puntos de un continuo bidimensional o tridimensional. Las cualidades superficiales se representaban mediante
sólidos con bases planas, pero por lo que toca a las cualidades corpóreas, el problema de su representación geométri-
ca naturalmente le planteo a Oresme dificultades extraordinarias, de tal manera que las observaciones que hace al
respecto de ellas están muy lejos de poseer claridad ([18]; véase especialmente Parte I, capítulos i, IV y x).
Así pues, esta teorías, que se desarrollaron en el siglo XIV parecen estar basadas en el uso consciente de las ideas
generales acerca de las cantidades variables dependientes e independientes, y aun cuando no se encuentras las defi-
niciones directas de estas cantidades, cada una de ellas es designada mediante algún termino especial. A la latitud de
una “cualidad” se le interpreta de una manera sumamente general, como un a cantidad variable dependiente de su
longitud, y en forma similar, a la “línea de cúspide” se la entiende como la representación gráfica de alguna relación
funcional continua ([6], Vol. ii, p. 88; [19], p. 34). Por ende, en estas teorías se define a una función ya sea mediante
una descripción verbal de su propiedad especifica, o directamente por medio de una gráfica.
En el lenguaje matemático de la era moderna, la latitud y la longitud, al igual que las semicuerdas y segmentos de
diámetro que les correspondían en la teoría de las secciones cónicas de la antigüedad (véase párrafo 2), bien se po-
drían denominar la ordenada y la abscisa, respectivamente, con una sola reserva, por mas que esta es sustancial: las
coordenadas que se utilizaban en el siglo XIV siempre se referían a los puntos de alguna curva, y no a puntos arbi-
trarios del plano. sin embargo, la misma receta es valida incluso por lo que toca a Descartes. En realidad, las coorde-
nadas de puntos arbitrarios que no tengan relación con algún curva, al parecer se presentan por vez primera en el
comentario de Fray van Schooten a la edición en latín de la geometría de Descartes (publicada en 1649), en el con-
texto de la deducción de las primeras fórmulas conocidas para la transformación de coordenadas ([20],p. 191 y
).
La teoría de las latitudes de las formas reviste rasgos distintivos a causa de su representación preliminar, absoluta-
mente abstracta, de los problemas resueltos, sin atribuirle ninguna importancia a la forma o cualidad concretas. Pero

Traducciones
... concepto de función ... 9

a continuación, Oresme establece también una especie de clasificación de las principales clases de cualidades linea-
les, a cuyo estudio, en esencia, se limita. Esta clasificación es la siguiente ([18], Parte I, capítulos xi - xvi):
1.- Cualidad uniforme (quantitas uniformis), con latitud constante y cuya línea de intensidad es paralela a la lí-
nea de longitudes. La figura correspondiente es un rectángulo.
2.- Cualidad uniformemente irregular (uniformiter difformis) ([18], pp. 192 - 193), es aquella en la que si se to-
man tres puntos cualesquiera (de la línea que se este considerando), la razón de distancias entre el primero y el
segundo, y entre este y el tercero, es igual a la razón de los excedentes de intensidad del primer punto con res-
pecto al segundo y de este con respecto al tercero, de estos tres puntos, llamo primero a aquel que posee la ma-
yor intensidad. (Est cuius omnium trium punctorum proportio distantie inter primum et 2m ad distantiam inter 2m
et 3m est sicut proportio excessus primi supra 2m ad excessum 2m supra 3m intensione, ita quod punctum intensio-
rem illorum trium voco primum).
Corresponde esta descripción verbal a nuestra ecuación de una línea recta que pasa por dos puntos dados (x1 , y1) y
(x2 , y2):
y − y1 x − x1
=
y2 − y1 x2 − x1

En el caso que nos ocupa, la línea de intensidad queda representada por la hipotenusa de un triángulo rectángulo, o
bien, por el lado superior, inclinado, de un cuadrángulo que tenga dos ángulos rectos en su base, la diferencia entre
estos dos casos la originara el hecho de que si esta línea corta al segmento dado de la línea de longitudes en uno de
sus extremos (en este caso y en la terminología de Oresme, la línea termina sin grado, terminatur ad non gradum,, es
decir, en el punto de latitud cero) o bien, no corta al segmento dado (termina con cierto grado en ambos extremos,
terminatur utrobique ad gradum).
3.- Las cualidades irregularmente irregulares (difformiter difformis), a las que pertenecen todos los demás ca-
sos. Esta, que es la clase mas abundante de cualidades, podría ser “descrita negativamente” (potest describi
negativi) como la relativa a cualidades que no son ni uniformes ni uniformemente irregulares ([18], pp. 194 -
195).
En primer término, Oresme distingue en este caso cuatro clases simples (simplex) de cualidades, que son los arcos
convexos y cóncavo (con respecto a la línea de longitudes) de un circulo, sin rebasar el semicírculo, y también los
arcos similares de una elipse. (No se usa la palabra elipse, en si, si no que en realidad se hace referencia a una curva
con altura proporcional a la de una figura circular). Y después, como segundo tema, Oresme pasa al análisis de 63
irregularidades irregulares “compuestas” (compositae), cuyas líneas de intensidad están conformadas por dos o mas
arcos de curvas previamente descritas, o por segmentos de rectas. Estas líneas combinadas se parecen, en cierta me-
dida, a las curvas “mixtas” (lineae mixtae) de Euler, véase el párrafo 9. Oresme incluso utiliza el mismo nombre:
mixtio, mixture.
Una parte importante de la teoría de los cálculos o de las latitudes de las formas, lo fue el estudio de las funciones
del tiempo. Al señalar correctamente la naturaleza rudimentaria de estos estudios, N. Bourbaki ([15] pág. 217) hace
la observación en el sentido de que, obviamente, fueron desarrollados sans considerations infinitesimales (sin consi-
deraciones infinitesimales). Sin embargo, esto no es exactamente así. Las consideraciones infinitesimales no sola-
mente se hallaban presentes de manera latente en los propios conceptos de velocidad y aceleración instantáneas, si
no que también se utilizaban explícitamente en la resolución de toda una serie de problemas, tales como, por ejem-
plo, los referentes a la determinación de las áreas de algunas figuras de extensión ilimitada, o la velocidad media de
cuerpos cuyas velocidades (instantáneas) cambian por saltos, según cierta ley definida, un numero infinito de veces
durante un intervalo dado de tiempo, dividió en partes tales que formaran una progresión geométrica. En estos pro-
blemas, el método primordial de calculo era precisamente la suma de progresiones geométricas infinitas, posterior-
mente, dentro del marco de la misma teoría, los matemáticos encontraron series mas complicadas, cuyas sumas esta-
ban representadas por cantidades trascendentes (aun desconocidas) que tenían que estimar de modo aproximado, tan-
to desde arriba como desde abajo (A. Thomas, en 1509).
Uno de los logros más importantes para la mecánica, si ya no para las matemáticas, fue la determinación de la velo-
cidad media del movimiento uniformemente irregular (uniformemente acelerado), a pesar de que no se supo relacio-

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Rosa Ma. Farfán 10

nar este problema con el de la caída libre de los cuerpos pesados. Este logro, que por vez primera se alcanzó en Ox-
ford, se describía en los trabajos de W. Heytesbury (en 1335 ?), R. Swineshead y J. Dumbleton, que fueron escritos
casi simultáneamente; estos autores llegaron a la conclusión de que el movimiento uniformemente irregular es equi-
valente a un movimiento uniforme con velocidad igual a la del movimiento acelerado, en el momento medio del
tiempo4. Puesto que los tres eruditos trabajaban en el mismo lugar, a saber, el Merton College de Oxford, en la litera-
tura moderna generalmente se hace referencia a su conclusión denominándola el “teorema de Merton” ([19], capítulo
5).
Oresme, además, demostró su teorema. Representó la distancia recorrida, o la cantidad proporcional a ésta, que es la
velocidad (media) total (velocitas totalis), mediante el área de un triángulo o de un trapecio ([18], Parte III, Cap.
VIII). En realidad, Oresme ([21], pág. 37-39 y 122-124) fue todavía más lejos y determinó que, para una velocidad
inicial de cero, la distancia se incrementa en forma directamente proporcional al cuadrado del tiempo, y también que
las distancias recorridas durante intervalos iguales de tiempo aumentan en proporción con números impares (1.3.5.7.
...). De hecho, Oresme llegó a estos resultados en una forma muy similar a como Galileo habría de hacerlo después
en su estudio de la caída libre de los cuerpos pesados in vacuo, publicado en el Dialogo (en 1632) y de nuevo en los
Discorsi e demostrazioni matematiche (en 1638). Sin embargo, la demostración que hace Galileo del “teorema de
Merton” se apoya explícitamente en el método de los indivisibles, mientras que en la obtenida por Oresme las consi-
deraciones infinitesimales se encuentran únicamente implícitas.
En el siglo XV y también durante la primera mitad del siglo XVI, la teoría de las latitudes de las formas y de cálcu-
los gozó de una fama generalizada, especialmente en Inglaterra, Francia, Italia y España. Se la había explicado en los
cursos de las universidades y no solamente se le habían dedicado trabajos manuscritos, sino también un buen número
de libros impresos. No obstante, en esa época no fue enriquecida en grado apreciable; y en particular, las aplicacio-
nes de sus métodos a la física y a la mecánica no fueron más allá de algunos problemas aislados y de planteamiento
artificial. Según lo expresa A. C. Crombie ([6], Vol. II, pág. 89):
“... En el siglo XIV la idea de las relaciones funcionales fue desarrollada sin recurrir a las mediaciones reales, y
únicamente en principio ...”
En una reseña de los logros generales de la teoría a que nos estamos refiriendo, bien se podría llegar a la conclusión
de que en el desarrollo de algunos de los conceptos básicos de las matemáticas y la mecánica, entre los que figura el
de función, en materia de generalización y de abstracción los filósofos naturales del siglo XIV avanzaron mucho más
que todos sus antecesores juntos. Y también se llegó a resultados particulares de importancia fundamental; así, por
ejemplo, se descubrió la existencia de figuras con extensión ilimitada, pero con área finita, así como la divergencia
de las series armónicas (Oresme). Empero, las posibilidades potenciales que ofrecían los nuevos conceptos, no fue-
ron explotados de manera generalizada ni en las matemáticas, ni en sus aplicaciones. Las escuelas de Oxford y de
París disponían únicamente de medios escasos para la investigación matemática concreta; ni los representantes de es-
tas escuelas ni sus sucesores inmediatos introdujeron novedades substanciales en cuanto a técnicas de cómputo, ál-
gebra (salvo en la teoría de las proporciones y el trabajo de Bradwardine y Oresme), trigonometría o métodos de
cuadratura y de cubicación. Surgió una desproporción evidente entre el alto nivel de las especulaciones teóricas abs-
tractas y la debilidad del aparato matemático.
Determinar la influencia que ejercieron las teorías de cálculos y de las latitudes de las formas sobre las matemáticas
de la era moderna resulta un problema algo complicado, ya que los materiales que tenemos a nuestra disposición son
insuficientes para encontrarle una solución exacta y global. En muchos casos, la similitud entre los conceptos comu-
nes y los resultados particulares de los dos están grande, que difícilmente se pueden atribuir a una coincidencia ordi-
naria. En forma más natural, podemos percibir en esto la persistencia de las tradiciones, que a veces se transmiten
por medios complicados, como por ejemplo, la migración a través de un gran número de países. La información se
pudo haber transmitido no únicamente en forma escrita o impresa, sino también por medio de conferencias o incluso
de conversaciones privadas (de lo cual existen algunas evidencias indudables).
Un ejemplo de esto lo encontramos en el estudio de Galileo sobre la caída libre de los cuerpos pesados; aunque no
sea más que por el parecido general de la interpretación matemática que hace Galileo de la ley en cuestión, con la

4
Una de las características especiales de la investigación de Swineshead fue su intento por estudiar un movimiento rectilíneo cuya velocudad fuese
proporcional a la distancia con respecto a un punto dado ([17], pág. 217).

Traducciones
... concepto de función ... 11

forma en que Oresme interpreta el teorema de Merton, ello implica una continuidad en las ideas; y esta inferencia se
convierte en certidumbre ante el hecho de que M. Clagett ha encontrado el teorema de Merton en no menos de 17 li-
bros impresos en el siglo XVI.
Igualmente notable es la semejanza de algunos de los principios fundamentales de la matemática universal de Des-
cartes, con la teoría de las latitudes de las formas de Oresme. A lo que me refiero en este caso es a la representación
de todas las cantidades y de las relaciones entre ellas, por medio de formas geométricas y, a la postre, mediante seg-
mentos de rectas, tal como el propio Descartes lo expresó en su Regulae ad directionem ingenii, que fue una de sus
primeras obras, ya que fue escrita en 1629. No sabemos si Descartes leyó, en realidad, los libros de Oresme, pero sí
sabemos lo importante que para él fueron las conversaciones con su amigo I. Beeckman, cuyo conocimiento de las
ideas de Oresme y, en particular, del teorema de Merton queda testimoniado en su diario correspondiente al año de
1618 ([19],pp. 417 - 418). En consecuencia, es muy probable que haya habido alguna influencia de Oresme sobre
Descartes; y desde luego, esto no contradice por la relación directa que existe entre el método de coordenadas de
Descartes y los síntomas de las secciones cónicas que describió Apolonio de Perga.5
Asimismo, resulta difícil dudar de que las ideas sobre cinemática que poseyeron los ingleses que fomentaron la teo-
ría de cálculos, no hayan persistido en Inglaterra e influido en los trabajos de Neper, Barrow y Newton. En particu-
lar, sabemos que Swineshead no había sido olvidado ni siquiera en el siglo XVII; entre quienes leyeron a Swines-
head y lo tenían en alta estima figuraba Leibniz, ([1], p.88).

5. LA CANTIDAD VARIABLE DE DESCARTES: LAS FUNCIONES ALGEBRAICAS.


Por más que tenga yo la certeza de que las ideas de la escuela de Oxford y la de París hayan desempeñado un notable
papel en la configuración de las matemáticas de la era moderna y, en particular, en el desarrollo del concepto general
de función, no por ello sostengo que este papel fuera dominante, especialmente si se tiene en cuenta que en el siglo
XVII salió a relucir una nueva interpretación de dicho concepto de función.
Fueron de importancia decisiva para el desarrollo subsiguiente de la doctrina de las funciones, por un lado, el creci-
miento impetuoso de las matemáticas de cómputo; y por el otro, la creación del álgebra literal y simbólica, junto con
la correspondiente ampliación del concepto de número, que ya hacia fines del siglo XVI abarcaba no únicamente el
campo entero de los reales, sino también a los imaginarios y a los complejos. Estos fueron, por así decirlo, los preli-
minares en las propias matemáticas, para la introducción del concepto de función como una relación entre conjuntos
de números, en vez entre “cantidades”, así como para la representación de las funciones mediante fórmulas.. Baste
con mencionar, a este respecto, los avances logrados en la trigonometría y el descubrimiento de los algoritmos; pero
lo que se debe recalcar de manera especial es la introducción de los numerosos signos para las operaciones y rela-
ciones matemáticas (en primer lugar, los de suma, resta, potenciación e igualdad) y, sobre todo los correspondientes
a cantidades y parámetros desconocidos, que Viète, en 1591, denotó mediante las vocales A, E, I, ... y las consonan-
tes B, G, D, ... del alfabeto latino, respectivamente. Por más que se diga, nunca se exagerará la importancia que tuvo
esta notación, que por vez primera en toda la historia de las matemáticas hacía posible poner sobre el papel, en forma
simbólica, ecuaciones y expresiones algebraicas que contenían incógnitas y coeficientes (palabra también inventada
por Viète) arbitrarios. Sin embargo, el creador de la nueva álgebra no utilizó su notable descubrimiento para hacer
avanzar el concepto de función; el “pensamiento funcional” no era característico de su mentalidad.
El simbolismo de Viète padecía de graves deficiencias y pronto fue modificado por un buen numero de eruditos;
posteriormente se llevó más allá de los dominios del álgebra y se utilizó en el cálculo infinitesimal. Descartes, New-
ton, Leibniz (quien concedía una importancia primordial a la selección apropiada de signos), Euler y otros eruditos
de máximo calibre participaron en este proceso de perfeccionamiento del simbolismo matemático; proceso que pro-
sigue en nuestros días, en todas las ramas de la matemática.
Por otro lado, en las ciencias exactas de las primeras épocas, especialmente a partir de comienzos del siglo XVII, la
nueva conceptualización de las leyes cuantitativas de la naturaleza (véase párrafo 4), según la cual se establecían las

5
Esta vinculación ha sido señalada de recientemente por M. Schramm en una polémica con A. C. Crombie, quien supone que Oresme había dado
un paso hacía la fundamentación de la geometría analítica y que Descartes probablemente tenía conocimiento de los trabajos de Oresme ([22], pp.
90 - 91)

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relaciones funcionales entre valores numéricos de cantidades físicas, había venido vigorizándose cada vez en mayor
medida y haciéndose más nítida día tras día. En este proceso desempeñó un papel importante la creación de un cam-
po más extenso de metrología física, con la introducción de las medidas cuantitativas del calor, la presión, etc., al
igual que lo hizo el rápido aumento en la precisión de los experimentos y las observaciones, a consecuencia de la in-
vención de diversos instrumentos científicos. Entre las ciencias, y superando la astronomía, pasó a ocupar el lugar
preponderante la mecánica, junto con su nueva rama, la dinámica, a la que pronto alcanzó en importancia la mecáni-
ca celeste. El estudio de la relación entre el movimiento curvilíneo y las fuerzas que afectan al movimiento había pa-
sado a ser el problema principal de la ciencia. Y este problema dio origen a toda una serie de otros, pertenecientes al
campo del cálculo infinitesimal, cuya solución tenia que llevarse a cabo hasta la obtención de respuestas numéricas.
A consecuencia de todo esto apareció un nuevo método para la introducción de las funciones, que durante mucho
tiempo fue el que principalmente se utilizó en las matemáticas y, especialmente, en sus aplicaciones. Al igual que an-
tes, no era infrecuente que las funciones se introdujeran verbalmente, mediante una gráfica o en términos cinemáti-
cos; y también como antes, las tablas de funciones se siguieron usando en forma sumamente generalizada. Sin em-
bargo, en la investigación teórica fue el método analítico de introducción de funciones por medio de fórmulas y
ecuaciones, el que adquirió preeminencia.
Podemos determinar casi con exactitud cuál fue el momento en que tuvo lugar este cambio en las ideas. Aún a prin-
cipios del siglo XVI, las funciones se introducían únicamente por medio de los métodos antiguos. Fue precisamente
en esta forma como se expresó la función logarítmica (que fue la más importante, junto con las funciones trigonomé-
tricas). J. Burgi calculó sus tablas logarítmicas (publicadas en 1620) partiendo de la relación - en la que antes había
hecho hincapié M. Stiefel (en 1544), pero que ya era conocida incluso por Arquímedes - entre la progresión geomé-
trica de las potencias de alguna cantidad (como por ejemplo, q, q2, q3, ...) y la progresión aritmética de sus exponen-
tes (1, 2, 3, ...). Burgi comprendió intuitivamente - según da prueba de ello el sistema de interpolación que utilizó -
que esta relación era continua. Sin embargo, J. Neper, cuyo trabajo fue publicado de 1614 a 1619, procedió a partir
de la comparación de dos movimientos rectilíneos continuos, siendo uno de ellos el de un punto (L) que se desplaza-
ba uniformemente, y el de otro, el de un segundo punto (N) cuya velocidad se suponía proporcional a su distancia
con respecto a cierto punto fijo 6. En este caso, la distancia recorrida por el punto L es el logaritmo (neperiano) de la
distancia que recorre el punto N.
Pero luego, y solamente 15 ó 20 años después de esto, tanto Fermat como Descartes, cada uno por su lado y aplican-
do la nueva álgebra a la geometría, presentaron el método analítico para la introducción de funciones, iniciando así
una nueva era en las matemáticas.
En su Introducción a los lugares geométricos de planos y sólidos (Ad locos planos et sólidos isagoge), escrita un po-
co antes de 1637, pero que no se publicó hasta 1679, Fermat ([23], p. 91) afirma:
“... Tan pronto como en una ecuación final aparecen dos incógnitas, existe un lugar geométrico, y el punto ex-
tremo de una de esas cantidades desconocidas describe una línea, recta o curva ...”
(quoties in ultima equalitate duae quantitates incognitae reperintur, sit locus loco et terminus alterius ex illis de-
scribit lineam rectam aut curvam).
Aquí, tanto al argumento como a la función, simplemente se los denomina incógnitas, término que en realidad signi-
fica segmentos de línea, de longitud continuamente variable.
A continuación, haciendo uso de la notación de Viète, así como de un sistema de coordenadas rectilíneas, Fermat es-
cribe las ecuaciones de una linean recta y, apoyándose en las Cónicas de Apolonio, da algunas curvas de segundo
orden.
La idea de la introducción de la función por el método analítico fue desarrollada con mayor detalle por Descartes en
su célebre Geometría (La gèometrie, de 1637). Su propósito principal era el de reducir la solución de todos los pro-
blemas y ecuaciones algebraicas, a ciertos procedimientos uniformes para la construcción de sus raíces reales, es de-
cir, los segmentos coordenados de los puntos de intersección de curvas planas adecuadas, del orden más abajo que
fuera posible.

6
Véase la nota 4 de pie de página, que se refiere al trabajo correspondiente de Swineshead.

Traducciones
... concepto de función ... 13

Al relacionar a una curva algebraica plana con una ecuación entre las coordenadas de sus puntos, entendiéndose a
estas coordenadas como segmentos de línea, Descartes ([24], p. 386) escribió:
“... Prenant successivement infinies diverses grandeurs pour la ligne y, on en trouvera aussi infinies pour la lig-
ne x, et ainsi on aura une infinitè de divers points tels que celui qui est marquè C, par le moyen desquels on
dècrit la ligne courbe dèmandèe ... ”
(Tomando sucesivamente un número infinito de diversas magnitudes para la línea y, se encontrará también una
infinidad de ellas para la línea x, y así se tendrá una infinidad de puntos distintos, semejantes al marcado C, por
medio de los cuales queda descrita la línea curva deseada)
Aquí, por vez primera y en forma perfectamente clara, se sostiene que una ecuación en x y y es un medio para intro-
ducir una dependencia entre cantidades variables, a manera de permitir el cálculo de los valores de una de ellas que
corresponden a valores dados de la otra.
Un poco más adelante, Descartes establece una clase especial: la de las curvas algebraicas (a las que denomina cur-
vas geométricas). Todos los puntos de estas curvas, según observó Descartes, guardan cierta relación con todos los
puntos de una línea recta, y es posible representar esta relación mediante alguna ecuación, que es la misma para cada
punto de una determina curva. Al decir ecuación, Descartes, que no tenia medios para escribir simbólicamente ecua-
ciones de ninguna otra especie, en realidad se refería a una ecuación algebraica. Denominando curvas mecánicas a
las de naturaleza no geométrica, Descartes pasa inmediatamente a introducir su clasificación; todavía no perfecta, de
las curvas geométricas en géneros (genres), siendo las del primer género aquellas descritas por ecuaciones de segun-
do grado; del segundo género las descritas por ecuaciones de tercero y cuarto grados, del tercer género, por ecuacio-
nes de quinto y sexto grados, etc.7
La introducción de las funciones en forma de ecuación originó una verdadera revolución en el desarrollo de las ma-
temáticas. El uso de expresiones analíticas, con las cuales las operaciones se efectúan siguiendo reglas estrictamente
especificadas, aportó la característica de un cálculo regular al estudio de las funciones, abriendo así horizontes com-
pletamente nuevos. Este método de representación de las funciones, que tuvo su origen en el proceso de la aplica-
ción del álgebra a la geometría, fue ampliado inmediatamente a otras ramas de las matemáticas, y en primer lugar, al
campo del cálculo infinitesimal.
En notas que escribió hace aproximadamente 100 años, pero que únicamente se publicaron por vez primera en 1925,
el gran pensador F. Engels ([25], p. 275) sostenía que:
“... Der Wendepunkt in der Mathematik war Descartes’ variable Grösse. Damit die Bewegung und damit die
Dialektik in der Mathematik, und damit such sofort mit Notwendigkeit die Differential und Integralrechnung, die
auch sofort anfängt ...”
La opinión del famoso matemático H. Hankel, expresada aproximadamente en la misma época ([26], pp. 44 - 45) es
muy parecida a la aseveración que acaba de citar:
“... während die Alten den Begriff der Bewegung, des räumlichen Ausdruckes der Veränderlichkeit ... in ihrem
strengen Systeme niemals und auch in der Behandlung phoronomischerzeugten Kurven nur vorübergehend ver-
wenden, so datiert die neuere Mathematik von dem Augenblicke, als Descartes von der rein algebraischen Be-
handlung der Gleichngen dazu fortschritt, die Grössenveränderungen zu untersuchen, welche ein algebraischer
Ausdruck erleidet, indem eine in ihm allgemein bezeichnete Grösse eine stetige Folge von Werten durchläuft ...”
Fue precisamente en la época de Descartes y de Fermat cuando el pensamiento funcional pasó a predominar en el
trabajo creativo de las matemáticas. A este respecto, deseo también observar, de paso, que la geometría analítica de
Descartes y de Fermat, por parca que haya sido al principio en cuanto a descubrimientos, comparada con los logros
de la teoría de las secciones cónicas de los antiguos, es potencialmente superior a la geometría analítica de Apolonio
y difiere de ésta en el mismo grado que el álgebra simbólica difiere del “álgebra geométrica” de la antigüedad (cf.
[17], p. 294).

7
La clasificación universalmente aceptada de las curvas algebraicas que introdujo Newton alrededor del año 1670, no fue publicada hasta 1704, en
su Enumeración de las líneas del tercer orden, (Enumeratio linearum tertii ordinis).

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Al principio, la gama de las funciones que se expresaban analíticamente se limitaban a las algebraicas, y Descartes
incluso excluyó de su geometría a todas las curvas mecánicas porque, a su parecer no se prestaban a su método de
análisis. Sin embargo, gracias a un descubrimiento realizado algo más tarde, a mediados del siglo XVI por P. Men-
goli, N. Mercator, J. Gregory e I. Newton, cada uno por su lado, se hizo posible representar analíticamente cualquier
relación funcional de las que se estudiaban en esa época.
Me estoy refiriendo al descubrimiento de la forma de desarrollar las funciones en series de potencias infinitas. Poste-
riormente se agregaron otras expresiones infinitas de las funciones, como los productos infinitos, las fracciones con-
tinuas, etc. En forma embrionaria, la idea de que una expresión infinita era una “función”, no resultaba cosa nueva,
ya que la progresión geométrica infinitamente decreciente era conocida desde hacia mucho tiempo (véase párrafo 4),
pero o fue hasta la segunda mitad del siglo XVII cuando la serie de potencias se convirtió en el método más fructífe-
ro y, tal como se supo incluso durante un buen tiempo después, en el medio universal para la expresión analítica y
para el estudio de cualquier función. P. Boutroux ([27],p. 117) consideraba incluso que la teoría del desarrollo de las
funciones en series de potencia era la componente más original, más notable y fructífera de la nueva matemática que
descubrieron Newton y Leibniz. Sea como fuere, el hecho de que el concepto de función como expresión analítica
llegara a ocupar el lugar central en el análisis matemático se debió, precisamente, a las series de potencias. Por algo
una de las principales obras de Newton se llamó El método de las fluxiones y las series infinitas (Methodus fluxio-
num et serierum infinitarum).

6. EL CONCEPTO DE FUNCIÓN, SEGÚN LO ENTENDIERON NEWTON (ALREDEDOR DE 1670) Y LEIBNIZ (DE 1673
A1694).

No pasó mucho tiempo entre las primeras descripciones de estos nuevos conceptos de función, y la formulación de
las definiciones correspondientes, que al principio tenían características mecánicas o geométricas, debido tanto a la
fuerza de tradición como al hecho de que los métodos del cálculo infinitesimal se crearon principalmente en el curso
de la solución de problemas en el campo de la mecánica y de los relacionados con ellos, de índole geométrico.
La función logarítmica era un área hiperbólica; la función elíptica, un arco de sección cónica; las integrales se repre-
sentaban mediante distancias, áreas, arcos o volúmenes; las diferenciales, por medio de segmentos coordenados infi-
nitamente pequeños; las derivadas, a través de velocidades o razones entre los lados de triángulos rectángulos que ,
en forma característica, eran infinitamente pequeños, etc.
Una interpretación cinemática - geométrica especialmente clara, de los conceptos básicos del análisis matemático,
fue la que presentó Newton, quien desarrollo las ideas de su maestro I. Barrow, según se explica en las conferencias
que impartió en Cambridge durante 1664 y 1665, pero que se publicaron posteriormente [28], en las que se descri-
ben los conceptos de tiempo y movimiento, así como su representación geométrica, que tiene sus orígenes en Galileo
y Oresme ([15], p. 220; [29], p. 240).
Al igual que Barrow, Newton escoge al tiempo como un argumento universal e interpreta a las variables dependien-
tes como cantidades continuamente fluyentes y que poseen alguna velocidad de cambio.
En dos cartas dirigidas a J. Wallis, fechadas el 27 de agosto y el 17 de septiembre de 1692 (del calendario antiguo),
Newton explicaba de manera concisa el concepto que tenia del cálculo infinitesimal, cuyo desarrollo había iniciado
ya desde 1664 - 1666. Las versiones algo acortadas de estas cartas fueron publicadas en 1693, en la edición ampliada
del tratado algebraico, en latín, de Wallis (la edición en ingles es de 1685). Ahí se lee que Newton ([30], p. 39) redu-
jo su método a la solución de dos problemas:
“... Data aequatione fluentes quotcunque quantitates involvente, fluxiones invenire: etvice versa. Per fluentes
quantitates intelligit indeterminatas, id est quae in generatione Curvarum per motum localem perpetuo augentur
vel diminuuntur, et per earum fluxionem intelligit celeritatem incrementi vel decrementi.8

8
En el pasaje que sigue se da una traducción libre, que se hizo a finales del siglo XVII o principios del XVIII, y que fue publicada en 1691 ([31],
p. 222 y siguientes):
El ilustre señor Newton ha reducido la Doctrina de las Fluxiones a dos Proposiciones: 1.- Para cualquier ecuación dada, en la que intervengan can-
tidades fluyentes, encontrar las fluxiones; y viceversa. Entiende por cantidades fluyentes a las cantidades indeterminadas, es decir, aquellas que en
la generación de una curva mediante movimiento local, perpetuamente se incrementan o decrecen; y por el flujo, se refiere a la rapidez de su in-
cremento o decremento.

Traducciones
... concepto de función ... 15

Newton expuso las mismas ideas, con mayor detalle, en un buen numero de trabajos, como por ejemplo, en el men-
cionado Método de las fluxiones y las series infinitas, escrito alrededor de 1670, pero cuya traducción al ingles, a
partir de un manuscrito en latín, no se publicó hasta 1736, [32]. Como es evidente, aun los dos problemas principales
del cálculo infinitesimal fueron expresados en términos mecánicos, a saber dada la ley para la distancia, determinar
la velocidad del movimiento (diferenciación); y dada la velocidad del movimiento, determinar la distancia recorrida
(integración de ecuaciones diferenciales y, en particular, de funciones). No obstante, los conceptos de Newton se in-
clinan claramente hacia una comprensión más abstracta de los términos filosóficos y mecánicos. .Así, con referencia
al argumento universal, es decir, el tiempo, Newton expresa lo siguiente en su Método de las fluxiones ([32], pp. 72
- 73), (cito aquí su versión original en latín, que se remonta a 1670 - 1671):
“... Sin embargo, no podemos tener ninguna estimación del tiempo, salvo en el sentido de que éste queda expli-
cado y medido a través de un movimiento local uniforme, y por lo demás, únicamente se pueden comparar entre
sí cantidades de la misma especie, al igual que sus velocidades de incremento o decrecimiento. Por estas razo-
nes, en lo que sigue no tomaré en cuenta el tiempo, considerado formalmente como tal, sino a partir de cantida-
des propuestas que sean de la misma especie, supondré que alguna se incrementa con un flujo uniforme; a éste
se pueden referir todas la demás como si se tratara del tiempo, y así, por analogía, no resulta impropio conferir-
le el nombre de “tiempo”...”
(“Cum autem temporis nullam habeamus aestimationem nisi quatenus id per aequabilem motum localem expo-
nitur et mesuratur, et praeterea cum quantitates ejusdem tantum generis inter se conferi possint et earum incre-
menti et decrementi celeritates inter se, eapropter ad tempus formaliter spectatum in sequentibus haud respi-
ciam, sed e propostis quantitatibus quae sunt ejusdem generis aliquam aequabili fluxione augeri fingam cui
caeterae tanquam tempori referantur, adeoque cui nomem temporis analogice tribui mereatur ...”)9 .
Algo más adelante ([32 a], pp. 88 - 91) Newton denomina al fluyente, que desempeña el papel de la variable inde-
pendiente, una cantidad correlacionada (quantitas correlata); y a la cantidad dependiente la llama relacionada (rela-
ta). Así, únicamente son las nociones fundamentales las que se introducen cinemáticamente, por lo que, en realidad,
el método de las fluxiones se desarrolla para los fluyentes, expresados analíticamente, ya sea en forma finita o me-
diante sumas de series infinitas de potencias, que son esas fracciones decimales del análisis matemático.
Al principio, también Leibniz llegó a los conceptos básicos del cálculo diferencial e integral desarrollándolos a partir
de la geometría de las curvas. Baste recordar que ya desde que escribió su memoria fundamental sobre el cálculo in-
tegral, un nuevo método para los máximos y mínimo, así como para las tangentes, ... y un singular tipo de Cálculo
para ellos. (Nova methodus pro maximis et minimis, itemque tangentibus ..., et singularis pro illis Calculi genus), en
1684, describió a la diferencial (dy) de una ordenada de cierta curva ([33], V. P: 220) como un segmento cuya razón
con respecto a dx (incremento arbitrario de la abscisa) es igual a la razón de su ordenada con respecto a la subtan-
gente.
La palabra “función” aparece por primera vez en los manuscritos de Leibniz de agosto de 1673, y en particular, en el
titulado El método inverso de las tangentes, o acerca de las funciones (Methodus tangentium inversas, seu de func-
tionibus). Al comienzo, la determinación de las subtangentes, las subnormales y otros segmentos relacionados con
puntos variables de una curva, se trata en esa obra tanto para las curvas “geométricas” como para las “no geométri-
cas”, para las cuales ([34], p. 44):
“... la relación entre su aplicada (la ordenada) ED y la abscisa AE queda representada por alguna ecuación que
conocemos...”
(“... in qua Relatio applicatae ED ad abscissam AE aequatione quadam nobis cognita explicatur ...”)

9
Compárese con lo que expone Oresme ([18], pp. 274 - 275):
“... en consecuencia, el tiempo así expresado, no es en forma alguna “irregular”, o incluso propiamente “uniforme”, ya que tampoco se dice que el
tiempo sea “rápido” o “lento”. Sin embargo, se puede decir en forma impropia que el tiempo es uniforme, puesto que esa duración que es el tiempo
en la forma antes mencionada, no se mide adecuadamente más que mediante el movimiento uniforme, es decir, el movimiento regular ...”
(“... idcirco tempus sic dictum nulla modo est difforme nec etiam proprie uniforme, sicut etiam tempus non dicitur velox vel tardum. Verumtamen
improprie tempues potest dici uniforme quoniam illa duratio que tempus est modo predicto non mensuratur proprie nisi per motum uniformem, id
est, regularem ...”)

2 (1996)
Rosa Ma. Farfán 16

A continuación, Leibniz ([34], p. 47) pasa a considerar el problema inverso de la determinación de las aplicaciones
(ordenadas) a partir de una propiedad dada de la tangente de la curva, o de
“... otras clases de líneas que, en una determinada figura, desempeñan alguna función ...”
(Ex allis linearum in figura data functiones facientum generibus assumtis.)
Se debe recordar que el verbo latino fungor, functus sum, fungi significa desempeñar, cumplir (ejecutar) una obliga-
ción, etc. Tal como observa D. Mahnke ([34],p. 47)
Pero más adelante en el mismo manuscrito, el vocablo función adquiere un nuevo significado, como término general
para los distintos segmentos que se relacionan con una curva dad.
En el mismo sentido relativamente amplio de geometría diferencial, la definición de función aparece impresa por vez
primera en unos cuantos artículos que Leibniz publicó en 1692 y 1694. Ahí denomina funciones (functiones, func-
tions) a cualesquiera partes de líneas rectas, es decir, segmentos, obtenidos mediante la construcción de líneas rectas
infinitas correspondientes a un punto fijo y a los puntos de una curva dada.10 Explica que en realidad se refiere a
abscisas, ordenadas, cuerdas, segmentos de tangentes y de normales cortadas por los ejes de coordenadas, segmentos
de subtangentes y subnormales, etc.; y en el mismo sentido fue utilizada la palabra función por Jakob Bernoulli en el
trabajo que presentó para el Acta Eruditorum de octubre de 1694.
Sin embargo, tal definición de función no corresponde a ningún contexto analítico más amplio. En la corresponden-
cia que sostuvo Leibniz con Johann Bernoulli durante 1694 - 1698, en realidad se discierne la forma en que la caren-
cia de un vocablo general, para indicar a las cantidades arbitrarias dependientes de alguna variable, pronto originó el
uso de la palabra función en el sentido de una expresión analítica.

7. LA FUNCIÓN COMO EXPRESIÓN ANALÍTICA ARBITRARIA: J. BERNOULLI. (1694 - 1718) Y EULER (1748).
En la carta del 2 de septiembre de 1694, en la que Bernoulli ([33], iii, p. 150) le habla a Leibniz de su descubrimien-
to del desarrollo de ∫n dz en la serie infinita:
1 dn 1 ddn
nz − z⋅z⋅ + z 3 2 − ...
1⋅ 2 dz 1 ⋅ 2 ⋅ 3 dz
(que, no obstante, Leibniz ya conocía), aquel explicaba:
“... Entiendo por n a una cantidad formada, de algún modo, a partir de (cantidades) indeterminadas y constan-
tes ...”
(“... Per n intelligo quantitatem quomodocunque formatam ex indeterminatis et constantibus ...”).
En el mismo año, este descubrimiento, expresados con las mismas palabras, apareció en el artículo de Bernoulli
([35], i,p. 126) en el Acta Eruditorum. La palabra funcionaún no se utiliza ahí, y también está ausente en la carta de
Bernoulli fechada el 25 de agosto de 1696 ([33], iii, p. 324), donde propone denotar mediante
1 2
x x
“... a las diversas cantidades dadas de alguna forma por una (cantidad) indeterminada x y por constantes ... (ya
sea) algebraica o trascendentalmente ...”
(“... quantitates diversas utcunque datas per indeterminatam x et constantes ... vel algebraica, vel trancendenter
...”).

10
Véase Leibniz, De linea ex lineis numero infinitis ordinatim ductis inter se concurrentibus formata ..., Acta Eruditorum, abril de 1692 ([33], V.,
p. 268); Nova Calculi differentialis applicatio et usus ..., Acta Eruditorum, julio de 1694 ([33], V., p. 306); Considérations sur la différence qu’il y
a observer entre l’Analyse ordinaire et le nouveau Calcul des Transcendentes, Journal des Scavants, agosto de 1694 ([33], V., pp. 307 - 308). Co-
mo ejemplo véase lo que se dice en ([33], V., p. 306): Funtionem voco portionem rectae, quae, ductis ope sola puncti fixi et puncti curvae cum
curvedine sua dati rectis, abscinduntur.

Traducciones
... concepto de función ... 17

Johann Bernoulli utiliza por vez primera la palabra función dos años más tarde, en un artículo que acompaña, a mo-
do de apéndice, a su carta del 5 de julio de 1698 y que está dedicado a la solución del problema isoperimétrico plan-
teado por su hermano Jakob, a saber: entre todas las curvas PFN de longitud dada y base BN, encontrar una curva en
la que cualesquiera potencias de sus ordenadas FP generen las ordenadas PZ de (otra) curva BZN de área máxima o
mínima.
En realidad, Johann Bernoulli ([33], iii, pp. 506 -507) incluso generaliza este problema, suponiendo que es el si-
guiente:
“... encontrar (una curva) BFN, cuyas ordenadas FP, elevadas a una potencia dada, o, en general, algunas fun-
ciones de estas ordenadas, etc. ...” (“... illa (curva) BFN, cujas applicatae FP ad datam potestatem elevatae seu
generaliter earum quaecunque funtiones, etc. ...”)
En una traducción francesa publicada en 1706, en las Mem, Acad. Sci., París ([35], Tomo 1, p. 424), este pasaje del
original reza así:
“... trouver la courbe BFN telle, que ses appliquèes FP elevèes a une puissance, ou gènèralment telle, que les
funtions quelconques de ces appliquèes PZ, exprimèes par d’autres appliquèes PZ, etc. ...”
Bernoulli no explica en qué sentido toma “algunas” (quaecunque) funciones; sin embargo, mal puede haberse referi-
do a otra cosa más que a las expresiones analíticas, ya conocidas en esa época.11 .
El 29 de julio de 1698 Leibniz expresó su satisfacción por el hecho de que Johann Bernoulli hubiera aceptado utili-
zar el término “función” ([33], iii, p. 526), que el primero había inventado; después de esto, ambos intercambiaron
cartas unas cuantas veces más para externar sus opiniones acerca de loa notación que pudiera resultar más apropiada
para una función de una o muchas variables. Los dos se inclinaban por distinguir a las funciones mediante índices,
mas no en la forma en que lo hacemos actualmente, sino de la siguiente manera: x, x, x; y, etc. ([33], iii, p. 537).
En esa misma carta, Leibniz proponía que se escribiera dz para la razón dz:dx, pero esta notación no resistió el paso
del tiempo.
Simultáneamente, o quizá un poco antes, Leibniz generalizo el uso de las palabras “contante” y “variable” 12, “coor-
denadas” (en 1682, [33], V, p. 268) y “parámetro” en el sentido de un segmento o cantidad constantes y arbitrarias
(en un manuscrito de alrededor de 1679 ([33, iii, p. 103) y en 1692, en un trabajo impreso (ibídem, p. 268)), etc. Fi-
nalmente, vio que la terminología introducida por Descartes no resultaba conveniente, y también la cambio. Descar-

11
Al parecer, el primer intento por dar una definición de la función como expresión “analítica” y, además, que permite la intervención de un
proceso infinito, se encuentra en la obra de J. Gregory: La verdadera cuadratura del círculo y de la hipérbola (Vera circuli et hyperbolae
queadrature), publicada en 1667. Puesto que este libro no es posible encontrarlo, describiré la definición correspondiente introducida por Gregory,
según se explica en el artículo de M. Dehn y E. Hellinger ([36], p. 477):
“... llamamos a una cantidad x compuesta (compositum) de otras cantidades a, b, ..., si x resulta de a, b, ... por las cuatro especies elementales, ex-
tracción de raíces o cualquier otra operación que se pueda imaginar, (quacunque alia imaginabili operatione).
Mediante estas últimas palabras, Gregory se refería a la elaboración de series convergentes, habiendo sido él mismo quien introdujera el término
convergens, posiblemente trasplantándolo de la óptica a las matemáticas, ya que se ocupó bastante de la primera de estas disciplinas. Obsérvese
que Gregory utilizó el vocablo terminatio para referirse al límite de una secuencia convergente (series convergens).
Datos adicionales: Cuando ya había enviado este artículo al Editor, me encontré en posición de agregar el importante pasaje que sigue, tomado de
la obra de Gregory, Vera circuli et hyperbolae quadratur (1667), por el cual quedo grandemente agradecido al Dr. D. T. Whiteside ([37], p. 9).
Definitiones.
5. Quantitatem dicimus a quantitatibus esse compositum: cum à quantitatum additione, subductione, multiplicatione, divisione, radicum extractio-
ne, vel quacunque alia imaginabili operatione, fit alia quantitas.
6. Quando quantitas compositae ex quantitatum additione, subductione, divisione, radicum extractione, dicimus illum componi analytice.
7. Quando quantitates a quantitatibus inter se commensurabilibus analytice componi possunt, dicimus illas esse inter se analyticas.
La definición 5 corresponde a la que publicó J. Bernoulli en 1718 (véase párrafo 8); empero, para Gregory la cualquier otra operación imaginable
significa algún proceso general infinito, al que él denomina nuestra sexta operación (nostra sexta operatio).
La definición 6, que define a la cantidad compuesta analíticamente (analyticè), corresponde, en cierta medida, a nuestra función algebraica. Resul-
ta difícil estar de acuerdo con M. Baron, quien dice ([29], p. 8) que: la palabra “analítica” fue utilizada por vez primera por James Gregory, quien
definió a una cantidad analítica como aquella que podía obtenerse mediante operaciones algebraicas, junto con un paso al límite. La palabra analy-
ticè es empleada aquí por Gregory en el sentido en que lo hace Viète. Tal como lo expresa C. J. Scriba ([37 b], pp. 13 - 14): “Analytisch” nennt er
dabei eine Grösse, die durch endlich viele der fünf Grundoperationen aus zueinander kommensurablen Grössen zusammengesetzt ist.
12
Estas dos palabras adquirieron mayor fama, debido a que en el primer tartado sobre el cálculo diferencial, escrito por L’Hospital y publicado en
1696 [37], desde el principio se definen las quantitas constantes y las quantitates variables.

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tes había clasificado a las curvas en “geométricas” y “mecánicas”, excluyendo erróneamente de la geometría de estas
últimas, por no ser susceptibles de estudio mediante su método (algebraico), véase también el párrafo 5.
Leibniz opto por dividir a las funciones y a las curvas en dos clases: las algebraicas, a saber, aquellas que podían re-
presentarse por medio de una ecuación de cierto orden (certigradus), y las trascendentales. Las funciones y curvas de
esta ultima categoría también podían someterse a estudio y cálculo exactos, aún cuando de naturaleza distinta, me-
diante su representación con ecuaciones de orden indefinido (gradus indefiniti) o infinito, que ([33], V. pp. 123 -
124, de 1684 y 1686, respectivamente):
“... trascienden a cualquier ecuación algebraica (omnium aequationem algebraicam trascendant) ...”13 .
La definición que da Leibniz de las funciones trascendentales, entendiéndolas como no algebraicas, ha sido repetida
en los libros de texto, hasta llegar a nuestros días. Por lo que toca a la propiedad intrínseca de las funciones analíticas
complejas trascendentales (la posesión de cuando menos un punto singular, además de polos y de puntos de rama, de
orden finito), ésta no iba a establecerse más que a mediados del siglo XIX. Sin embargo, tuvieron que pasar veinte
años para que la nueva definición de función apareciera en forma impresa; y durante todo ese tiempo, la palabra fun-
ción, en sí, continúo siendo poco conocida. No se le encuentra en el Mathematisches Lexicon de CHR. Wolff, publi-
cado en 1716, a pesar de que en él figuran dos artículos que guardan relación con el tema: Quantitas constans, eine
unveränderliche Grösse. En el segundo artículo se menciona que la distinción entre esas dos clases de cantidades es
esencial en el nuevo análisis de Leibniz ([38], columnas 1144 y 1149 - 1150).
En la misma fuente, pero en otro artículo, Abscisas, die Abscisse, también se trata de expresión de una cantidad va-
riable por medio de otra. Dice así ([38], columnas 3 - 4):
“... Durch die Relation der Abzisse AP zu der halben (nosotros hubieramos preferido: a la ordenada (completa))
PM Pfleget man die krummen Linien von einander zu unterscheiden ...”
Se presentan algunos ejemplos de funciones en artículos tales como Aequatio exponentialis, eine Exponential - Glei-
chung, y Aequatio trascendens, eine Trascendentische gelichung.
La idea de relación funcional ni siquiera se menciona en artículos como Calculus differentialis, die Differential
Rechnung y Calculus integralis, seu summatorius, die Integral Rechnung. La idea de que el análisis matemático es la
ciencia general de las variables y de sus funciones, al parecer se debe a Euler, quien afirma precisamente esto en el
prefacio a su famosa obra Introductio in analysin infinitorum, que terminó de escribir alrededor de 1744 y que fue
publicado en 1748 [39].
La primera definición explícita de función como expresión analítica, que haya aparecido impresa, es la que se en-
cuentra en el artículo de J. Bernoulli titulado Remarques sur cequ’on a donnè jusqu’ici de solutions de problemes sur
les isoppèrimetres (Observaciones sobre los trabajos que hasta ahora se han realizado en el campo de las soluciones
a problemas de isoperimetría), que se publicó en las Mem. Acad. roy. sci. París, de 1718. Ahí se encuentra lo si-
guiente ([35], ii, p. 241):
“... Definition: On appelle fonction dune grandeur variable une quantitè composèe de queique maniere que ce
soit de cette grandeur variable et de constantes ...” (“... Definición: Se llama función de una magnitud variable
a una cantidad compuesta, en la forma que sea, por esa magnitud variable y por constantes ...”).
En ese mismo lugar, Bernoulli proponía también a la letra griega ϕ como notación para la caractèristique de una
función (término inventado por Leibniz), escribiendo todavía el argumento sin paréntesis: f x. Estos últimos, así
como el símbolo ∫ para función, son ideas de Euler, que los utilizó en su artículo E. 45, divulgado a manera de co-
municación en 1734 y que fue publicado en 1740.
En su definición, Bernoulli no daba indicio alguno acerca de la forma en que se pudieran conformar funciones a par-
tir de la variable independiente. No obstante, resulta obvio que en realidad se refería a expresiones analíticas de las
funciones, ya que esto concordaba con la tendencia fundamental del análisis infinitesimal que, conservando e incluso
vigorizando sus nexos con la geometría, la mecánica y la física, durante el siglo XVIII se convirtió en una disciplina

13
En el manuscrito, fechado en 1679, Leibniz ([33], iii, p. 103) llamaba “qnalíticas” (curva analítica) a las curvas algebraicas; en el mismo lugar se
encuentra también la expresión “curva transcendente”.

Traducciones
... concepto de función ... 19

científica cada vez más autónoma en sus principios. Todos los conceptos iniciales del cálculo, paulatinamente van
perdiendo su cascarón geométrico y mecánico, se formulan geométrica y algebraicamente y comienzan a ser asimi-
lados como los conceptos similares de otras ciencias exactas que, en forma lógica, preceden a éstas.
El proceso de convertir al análisis matemático en una disciplina científica autónoma, que en el siglo XIX pasó a ser
el proceso de aritmetizarla, resultó prolongado. Al principio, incluyó a la mecánica, haciendo de ésta una parte del
análisis matemático; de hecho, para Newton la fluxión de una cantidad era su velocidad de cambio; para Lagrange,
la velocidad era una derivada de la función que representaba a la distancia en términos del tiempo. Además, en su
Mecanique analytique (de 1788) Lagrange manifestaba que la mecánica era una parte del análisis matemático, cuya
exposición no requería ni de figuras, ni de consideraciones geométricas o mecánicas en general. Hubo una tendencia
similar, al respecto de la relación que guardaba el análisis matemático con la geometría y los métodos de esta última
dejaron de aplicarse, no sólo para definir sino incluso para ilustrar los conceptos básicos del cálculo.
Esto queda de manifiesto al hacer una comparación, aunque no sea más que somera, del Analyse des infiniments pe-
tits, etc. de L’Hospital (publicado en 1696), con los cursos de Euler y de Lagrange, en los cuales no se utilizan, en
absoluto, las ilustraciones geométricas. Desde luego, la intuición geométrica continuó desempeñando su papel cons-
tructivo; naturalmente, siempre hubo eruditos que dieron peso a los “teoremas de existencia” analíticos recurriendo a
la evidencia geométrica; y está claro que, a la postre, volvió a comprenderse el valor educativo de las analogías
geométricas y mecánicas.
Sin embargo, la tendencia general no cambia, y por ello, a su debido tiempo (aunque esto no ocurrió más que hasta
la segunda mitad del siglo XIX) resultó necesario definir analíticamente conceptos geométricos tales como el área de
una superficie, la longitud de una curva, etc., que antes habían parecido -ser intuitivamente obvios.
Fue Leonard Euler, el discípulo de Johann Bernoulli, quien efectuó un desarrollo adicional y esencial del concepto
de función. En el Capítulo I del Volumen I de su Introductio in analysin infinitorum, de 1748 (E. 10), Euler sometió
a un estudio más detallado el concepto de función, según éste se utilizaba realmente en el análisis matemático. Co-
menzó por definir nociones iniciales. De acuerdo con Euler, una constante es una cantidad definida, que siempre
asume el mismo valor, y sólo uno, en tanto que una variable se introduce como el conjunto (a veces como uno u otro
subconjunto) de los números complejos.
“... Una cantidad variable, escribió Euler (1341, p. 17), es una cantidad indeterminada, o universal, que com-
prende en sí misma a absolutamente todos los valores determinados ...”
(Quantitas variabilis est quantitas indeterminata, seu universalis, quae omnes omnio valores determinatas in se
complectitur).
En consecuencia, prosigue (p.18), una cantidad variable comprende en si misma absolutamente a todos los números,
tanto positivos como negativos, tanto enteros como fraccionarios, tanto racionales como irracionales y trascendenta-
les. Ni siquiera el cero o los números imaginarios quedan excluidos del significado de cantidad variable.
(Quantitas ergo variabilis in se complectitur omnes prorsus numeros, tam affirmativos quam negativos, tam in-
tegros quam fractos, tam rationales quam irrationales et transcendentes. Quin etiam ciphra et numeri imaginarii
a significatu quantitatis varabilis non excluduntur).
En su definición de función,, Euler una vez más sigue a su maestro, Johann Bernoulli, aún cuando cambia la palabra
“cantidad” por “expresión analítica” (ibídem):
“... La función de una cantidad variable es una expresión analítica compuesta de cualquier manera a partir de
esa cantidad variable y de números o cantidades constantes ...”
(Functio quantitatis variabilis est expressio analytica quomodocunque composita ex illa quantitate variabili et
numeris seu quantitatibus constantibus).
Voy a tener que dejar aparte, tanto la introducción que hace Euler de las funciones de una variable compleja, colo-
cándolas al mismo nivel que las de una variable real (paso de enorme importancia), como ciertas inconveniencias
formales ocasionadas por el hecho de que Euler no consideró que las constantes fueran funciones por derecho pro-

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Rosa Ma. Farfán 20

pio. Para mi, lo importante es que Euler fuese el primero en intentar contestar la pregunta: ¿hasta dónde abarca el
término expresión analítica? O bien -¿a qué métodos para su composición se hace referencia, en realidad? 14
Al enumerar las operaciones por medio de las cuales se componen las expresiones analíticas, Euler comienza por las
operaciones algebraicas (a las cuales remite también la solución de las ecuaciones algebraicas) y después cita a va-
rias de índole trascendente, llegando, en particular, a las funciones exponenciales y logarítmicas, y a un número infi-
nito de otras funciones que proporciona el cálculo integral, incluyendo a la integración de ecuaciones diferenciales.
A continuación, Euler hace la distinción entre funciones explícitas e implícitas Siendo estas últimas las que se origi-
nan mediante la solución de ecuaciones, y formula teoremas sobre la existencia de una función inversa de otra dada,
así como de una función representada paramétricamente (dadas x y y como funciones de z, y es función de x y vice-
versa, es decir x es función de y). Hablando en términos prácticos ((39), p. 25), y debido a la imperfección del álge-
bra, no siempre es posible representar explícitamente a dichas funciones:
“... no obstante, y por el momento, esta reciprocidad de las funciones se entiende como si todas las funciones
pudieran ser resueltas...”
(interim tamen nihilominus, quasi omnes aequationes resolvi possent, haec functionum reciprocatio perspici-
tur)15.
En el párrafo 8 mostraré la forma en que Euler clasifica a estos últimos métodos de introducir funciones, bajo su
primera definición general de función. Por el momento, deseo señalar que la clasificación que hizo Euler de las fun-
ciones (tal como se ha descrito, aunque ciertamente no en forma detallada) se utilizó a cabalidad.

8 FUNCIONES ANALÍTICAS
Resulta obvio que el enumerar los diversos métodos para expresar a las funciones analíticamente parecía cosa impo-
sible; en consecuencia, en el Capítulo 4 de su Introductio Euler los reduce todos a uno solo y declara que la forma
universal y, a la vez, la más conveniente de la expresión analítica de una función es una serie infinita de potencias,
del tipo:
A + Bz + Cz2 + Dz3 +...
Desde luego, como no estaba en posibilidad de demostrar que cualquier función podía desarrollarse en una serie de
esta índole, lanzaba el siguiente reto:
“... en caso de que alguien dude, su duda quedará eliminada mediante el desarrollo de una u otra función...”
(si quis dubitet, hoc dubium per ipsam evolutionem cuiusque functionis tolletur).
Sin embargo, agregaba Euler, con objeto de hacer esta expresión más general, no únicamente deben admitirse
potencias positivas y enteras de z, sino potencias cualesquiera. “... Así, no habrá duda de que cualquier función
de z pueda transformarse en una expresión infinita del tipo:

Az α + Bz β + Cz γ + Dz δ + ...,

donde los exponentes α, β, γ, δ, etc., denotan a números cualesquiera...”


(Quo autem haec explicatio latius pateat, praeter potestates ipsius z exponentes integros affirmativos habentes
admitti debent potestates quaecunque. Sic dubium erit nullum, quin omnis functio ipsius z in huiusmodi expres-
sionem infinitam transmutari possit (see obove) denotantibus exponentibus α, β, γ, δ, etc. numeros quoscunque).
Lo cierto es que la inmensa mayoría de las funciones que se utilizaban en análisis matemático en la época de Euler
eran analíticas (en el sentido en que nosotros usamos esta palabra) en todo el dominio de su definición, salvo, quizá,
para valores aislados del argumento y, en casos especiales, se hubieran podido desarrollar en series de términos que -
-

14
Este problema ya se había encarado incluso en el siglo XVII, (véase la nota 11) cuando J. Gregory trató de resolverlo a su propio modo.
15
Lo que aquí se dice al respecto de las ecuaciones algebraicas, también es válido, mutatis mutandi, para cualesquiera otras ecuaciones.

Traducciones
... concepto de función ... 21

contuvieran potencias fraccionarias o negativas del argumento.16 No debe extrañarnos, pues, que las series de poten-
cias y, en menor grado, los productos infinitos y los desarrollos en sumas de fracciones parciales o continuas, se uti-
licen en el Volumen I de la Introductio como el instrumento principal para el estudio de diversas clases de funciones
elementales.
Tal como se ha dicho líneas arriba, los teoremas sobre la existencia de las funciones implícitas o paramétricas desde
el punto de vista de Euler, se pudieron haber considerado dentro de los límites de una definición general de función.
La cuestión es que, según Euler, una ecuación algebraica arbitraria, de cualquier potencia, puede resolverse mediante
raíces. En un caso más general, y debido a que toda función y se podía representar mediante alguna serie de términos
que contuvieran las potencias del argumento z, este argumento podía expresarse en términos de y por medio de la in-
versión de la serie; los procedimientos para invertir series habían sido introducidos por Newton.
La definición de función dada por Johann Bernoulli y Euler, diciendo que se trata de una expresión analítica, cuya
forma más general es una serie de potencias, fue aceptada por muchos otros matemáticos, incluyendo a Lagrange,
quien al referirse a Leibniz y Bernoulli en su Thèorie des fonctions analytiques (en 1797) denominaba función a
cualquier expression de calcul.17
Mencionaré, de paso, que Lagrange, al igual que Euler y otros matemáticos del siglo XVIII, consideraba, sin lugar a
dudas, que cualquier función del análisis matemático podía ser representada por una serie de términos proporciona-
les a las potencias reales de la variable independiente; además, Lagrange ((40), Parte I, Capítulo I) incluso trató de
demostrar que, en general, las potencias resultantes eran enteros positivos, en tanto que las potencies fraccionarias o
negativas únicamente podían ocurrir en casos que correspondieran a valores aislados y especiales del argumento.
Así, una función, que al comienzo del Volumen I de la Introductio de Euler se ha definido como cualquier expresión
analítica, más adelante se dice que es (en nuestra terminología) una función analítica en todas partes, salvo, tal vez,
en puntos aislados especiales, en las inmediaciones de los cuales puede ser representada por una serie de potencies
generalizada, (véase también el párrafo 10).

9. LAS FUNCIONES CONTINUAS Y DISCONTINUAS (MIXTAS) EN EL SENTIDO DE EULER: LA CONTROVERSIA


ACERCA DE LA CUERDA VIBRANTE

En realidad, en el Volumen I de la Introductio se estudian únicamente las funciones analíticas. No obstante, Euler
sabía que también existían funciones de una clase distinta. Este hecho se señala al principio del Volumen 2 de la In-
troductio, que se dedica principalmente a la teoría de las curvas planas. Al igual que a cualquier función de x le co-
rresponde alguna línea curva, también las líneas curvas se representan mediante funciones de x, dice Euler, quien
prosigue así ((41), p. 11):
A partir de tal idea acerca de las líneas curvas, sigue de inmediato su división en continuas y discontinuas, o
mixtas
(Ex hac linearum curvarum idea statim sequitur earum divisio in continuas et discontinuas seu mixtas.)
Esta terminología, que para Euler tenía un sentido especial, insólito para nosotros, se utiliza hasta la época en que
Bolzano (en 1817) y Cauchy (en 1821) atribuyeron a las expresiones continuas y discontinuas el significado que en
la actualidad ha sido adoptado de manera generalizada; a veces se utiliza incluso hasta en épocas posteriores.
En el sentido de Euler, continuidad significa invariabilidad, inmutabilidad de la ley de la ecuación que determinaba a
la función a lo. largo de todo el dominio de valores de la variable independiente, mientras que la discontinuidad en
una función significaba el cambio de la ley analítica, es decir, la existencia de dos leyes distintas en dos o más inter-
valos de ese dominio. Las curvas discontinuas, explicaba Euler, están compuestas por partes continuas, siendo ésta

16
En esencia, esta interpretación de la representabilidad analítica es similar a los conceptos que sostenían J. Gregory, (véase la Nota 11).
17
Según lo expresa Lagrange ([40], p. 15):
Se denomina función de una o de varias cantidades, a toda expresión de cálculo, en la cual estas cantidades intervienen en una forma cualquiera,
mezcladas o no con otras cantidades a las que se considera poseedoras de valores dados e invariables, en tanto que las cantidades de la función
pueden recibir todos los valores posibles. Así, en la función no se consideran más que a las cantidades que se suponen variables, sin tomar en con-
sideración a las constantes que pudieran estar mezcladas con ellas.

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Rosa Ma. Farfán 22

precisamente la razón por la que se les denomina mixtas o irregulares (irregulares); a veces, también llamaba a estas
curvas mecánicas (mechanices). En geometría, según Euler, se estudian principalmente las curvas continuas (es de-
cir, las analíticas).
Las funciones discontinuas o mixtas, así como las curvas del Volumen 2 de la Introductio, corresponden a nuestras
funciones analíticas por intervalos (piecewise); en consecuencia, su inclusión en el análisis matemático no ofreció
ninguna ampliación esencial del concepto de función.18
Sin embargo, ya en fecha no posterior al año mismo en que se publicó la Introductio (recordemos que el manuscrito
de su trabajo se terminó en 1744), Euler comprendió que la categoría de funciones (curvas) discontinuas, lejos de
quedar agotada por las funciones (curvas) mixtas, debía ampliarse en buena medida. Tal como lo señaló A. I. Mar-
kushevich ((43), pp. 108-109), Euler había visto la necesidad de tal ampliación ya incluso en 1744, durante Su traba-
jo sobre los Methodus inveniendi lineas maximi minimive proprietatis gaudentes (E. 65), cuando comparaba las cur-
vas extremes - soluciones a problemas de variaciones - con las curvas que diferían infinitamente poco de ellas en las
inmediaciones de un punto aislado, o de unos cuantos de estos últimos.
Sin embargo, el principal impulso para el desarrollo ulterior del concepto de función proviene del trabajo de Euler en
la física matemática, comenzando con el famoso problema referente a las vibraciones infinitamente pequeñas de una
cuerda finita y homogénea, fija en ambos extremos.19 La primera interpretación matemática de este problema, sobre
el cual hay especulaciones que se remontan a Galileo, la ofreció Taylor (en 1715), aun cuando el primer paso decisi-
vo hacia una teoría al respecto lo dio D'Alambert en una memoria comunicada a la Acad. Roy. Sci. et Belles lettr.
Berlín, a finales de 1746 y publicada en la Histoire de esta institución, en 1749, (45).
D'Alembert expresó las condiciones de este problema mediante ecuaciones equivalentes a una ecuación diferencial
parcial:
∂2 y 2
2 ∂ y
= a ,
∂t 2 ∂x 2
(que aparecieron en forma explícita en la memoria E. 213 de Euler, publicada en 1755) y demostró que la solución
general del problema podía representarse mediante la suma de dos funciones arbitrarias:
y = ( x + at ) + ( x - at )

la cual, debido a las condiciones de frontera, se reduce a:


y = (at + x ) + (at - x ) .

18
De acuerdo con una opinión recientemente expresada por I. Grattan-Guinness ((421, pp. 6-7), el término continuo de Euler es sinónimo con el
de “diferenciable” que nosotros utilizamos, mientras que su discontinuo corresponde a nuestro “continuo”. Por otro lado, A. Speiser (42a) había
escrito: “por función continua, Euler, al igual que Leibniz antes que él, se refiere a una función especificada por una ley analítica, precisamente en
la misma forma que ocurre con las que en la actualidad se denominan funciones analíticas. Estas tienen la propiedad de quedar determinadas en
todo su rango, por medio de un trozo de ellas arbitrariamente pequeño ...”. Truesdell ([42b], pp. XLI-XLIII), aun cuando aceptaba la afirmación de
Speiser, sostenía que el contexto de las ecuaciones diferenciables parciales, en el que Euler introdujo sus funciones discontinuas, hacía palmario
que consideraba a estas funciones como no susceptibles de diferenciación únicamente en puntos aislados. Escribía lo siguiente: “El universo físico
de Euler ... es uniforme por trozos (piecewise), pero no por ello deja de ser “continuo”, aun cuando en menor grado que el Leibniziano”. Poste-
riormente ([51], pp. 243-247-248, 296-297 y 419) Truesdell aportó evidencias con miras a demostrar que en el contexto de la cuerda vibrante, Eu-
ler daba a entender por “función” (no necesariamente “continua”, según el sentido que él le da) a lo que en la actualidad llamaríamos una función
continua con pendiente y curvatura continuas, por trozos o intervalos (piecewise). Sin embargo, véase lo que se dice en la nota 22a, al respecto del
uso que hace Euler de las funciones discontinuas en el sentido moderno.
Dejando aparte el problema de que Euler haya identificado a las expresiones analíticas con las funciones analíticas (lo que, en esencia, es ilegitimo
hacer), lo que deseo recalcar es que las funciones de Euler, ya sean las continuas o las discontinuas (mixtas) en cualquiera de los sentidos que él dé
a estas palabras, pueden tener discontinuidades, en el sentido moderno, en puntos aislados. En sus trabajos posteriores, Euler, como pondré de ma-
nifiesto, adoptó un punto de vista más amplio al respecto de las funciones discontinuas; véase lo que sigue.
19
La afirmación de Grattan-Guinness ([42], p. 6) en el sentido de que la distinción entre funciones continuas y discontinuas que hace Euler en el
Vol. 2 de su Introductio tiene su origen en su estudio del problema de la cuerda, resulta algo dudoso. Hasta donde yo sé, la única corrección al ma-
nuscrito de su volumen, que ya estaba en manos de M. Busquet, el impresor suizo, y cuya edición fue supervisada por J. Castillon, fue la que envió
Euler el 15 de diciembre de 1744, por mediación de G. Cramer ([44], No. 462-464). La impresión de la Introductio, como lo demuestra una carta
de Cramer a Euler, fechada el 13 de agosto de 1746 ([44], No. 467), había comenzado durante el invierno de 1746-1747, en tanto que el 8 de abril
de 1748, Castillon le informaba a Euler (ibídem, No. 369) que ya había sido terminada.

Traducciones
... concepto de función ... 23

En cada caso particular, las funciones que aparecen en la solución general quedan determinadas por la forma inicial
de la cuerda (y por las velocidades iniciales de sus puntos). Desde luego, estas condiciones iniciales pueden ser muy
diversas, pero D'Alambert restringió estrictamente la categoría de las formas iniciales admitidas para la cuerda, adu-
ciendo que sin tales limitaciones no sería posible llegar a ninguna solución del problema, mediante el análisis mate-
mático. Entre las restricciones que impuso D'Alembert resulta de interés especial la suposición de que la forma ini-
cial de la cuerda debe estar representada, en toda su extensión, por una sola ecuación y siempre la misma; es decir, la
cuerda es continua, an el sentido de Euler.
No tardó Euler en responder a la memoria de D'Alembert, que tuvo oportunidad de estudiar muy poco tiempo des-
pués de que éste último la comunicara, presentando, el 16 de mayo de 1748, su propia memoria titulada De vibratio-
ne chordum execitatio, E. 119, que fue publicada en 1749, en la Nova Acta Eruditorum. (Su versión francesa, Sur la
vibration descorde E. 140, fue publicada en 1750 ((46), pp. 50-77) por la misma Amd. Roy. Berlín).
Aun cuando Euler otorgaba un gran valor al método de D'Alembert en su conjunto, discrepaba de éste en cuanto a la
naturaleza de las funciones que debían admitirse en las condiciones iniciales (y, en consecuencia, en cuanto a la so-
lución del problema). Guiado por consideraciones físicas, así como por una profunda intuición matemática, ya inclu-
so al plantear el problema, escribía ([46], p. 64):
“... la premiere vibration depend de notre bon plaisir, puisqu’on peut, avant de lacher la corde, lui donner une
figure quelconque; ce qui fait que le mouvement vibratoire de le meme corde peut varier a l’infini, suivant qu’on
donne a la corde telle ou telle figure au commencement du mouvement ...”
(“... La primera vibración puede escogerse como nos plazca, ya que antes de soltar la cuerda se le puede dar a
ésta una configuración cualquiera, con lo cual, el movimiento vibratorio de la cuerda puede variar de manera
infinita, según que se le dé a la cuerda tal o cual figura, al inicio del movimiento...”).
Repitiendo esta aseveración en la propia investigación, que en su primera parte se parece a la de D'Alembert, Euler
(p. 27) considera una
“... courbe anguiforme, soit reguliere, contenue dans une certaine equation, soit irreguliere ou mechanique...”
(“... curva anguiforme, o sea regular, contenida dentro de una determinada ecuación, ya sea irregular o mecá-
nica...”),
es decir, sin que se tengan que imponer restricciones a la forma de la cuerda. En un caso particular, llega a una solu-
ción que corresponde a la forma continua inicial representada por una serie trigonometrica:
px 2 px 3 px
y = a sen + sen + sen +..., (+)
l l l
estando la cuerda fija en los puntos extremos x = 0 y x = l
D'Alembert no estaba de acuerdo con Euler. Y así comenzó la prolongada controversia acerca de la naturaleza de las
funciones que debían permitirse en las condiciones iniciales, así como en las integrales de las ecuaciones diferencia-
les, que seguían apareciendo en número cada vez creciente en la teoría de la elasticidad, en hidrodinámica, en aero-
dinámica y en la geometría diferencial.
Esta controversia pronto adquirió una nueva dimensión al incorporarse a ella un nuevo participante, D. Bernoulli,
cuya aportación fue publicada en 1755. Desarrollando el método de la superposición de modalidades, que él mismo
había introducido en sus estudios anteriores, Bernoulli sostenía que tanto la forma inicial arbitraria de la cuerda co-
mo sus vibraciones subsiguientes, podían representarse mediante series infinitas de términos, incluyendo los de se-
nos de ángulos múltiples. Según Bernoulli, con la elección adecuada de coeficientes, tal serie (+) pasa a ser tan gene-
ral como las series de potencias; sin embargo, Bernoulli nunca conoció el método para el cálculo de los “coeficientes
de Fourier”

2 (1996)
Rosa Ma. Farfán 24

Euler, quien poco antes había ofrecido una solución en forma de serie (+), para un caso especial, excluía cualquier
posibilidad de representar en tal forma a funciones mixtas arbitrarias o a clases muy amplias de funciones continuas,
como por ejemplo, las algebraicas.
(Véanse sus Remarques sur les memoirs precedents de M. Bernoulli (E. 213), publicadas en 1755. Eclaircissements
sur le mouvement des cordes vibrantes (E. 317), publicado en 1766; y Sur le mouvement d'une corde qu'au com-
mencement n’a ètè èbranlèe que dans une partie (E. 339), publicado en 1767 ([46], pp. 237, 385, 430, 431)20.
También D'Alembert rechazó la solución de D. Bernoulli. No obstante, la controversia prosiguió. Se incorporaron a
ella Lagrange (en 1759-1762) y, algo más tarde, otros matemáticos prominentes (Monge, Laplace, Arbogast, Fou-
rier, etc.).
Esta controversia de la que Truesdell [51] relata la historia en forma sumamente detalla hasta 1788, fue de importan-
cia capital, tanto para el propio progreso de la física matemática como para el desarrollo metodologico de los funda-
mentos del análisis matemático. Desde el punto de vista de mi exposición, lo esencial es que Euler, ya a partir del
comienzo mismo de su estudio del problema de la cuerda, adelantó la tesis en el sentido de que para su solución de-
bían admitirse curvas de forma arbitraria, es decir, curvas que no pertenecieran a la clase de las funciones mixtas, ya
que, en general (en opinión de Euler), [éstas] no cumplen con ninguna ley analítica.
De manera más detallada, Euler desarrolló sus puntos de vista sobre esta materia en su trabajo De usu functionum
discontinuarum in analysi (E. 322) que envió a la Academia de San Petersburgo en el verano de 1763 y que fue pu-
blicado en 1767 ((52), pp. 74-91). En esta memoria, las funciones continuas se definen, en términos de imágenes
geométricas, suponiendo no únicamente que la relación entre las coordenadas de todos los puntos de alguna de tales
curvas queda determinada por una sola ley o ecuación, y siempre la misma, sino también que (pp. 75-76):
“... todas las partes de la curva (continua) están firmemente conectadas entre sí, de tal manera que resulta im-
posible cualquier cambio en ella, sin perturbar los nexos de continuidad...”
(omnes curvae partes ita vinculo arctissimo inter se cohaerent, ut nulla in illis, mutatio salvo continuitatis nexu
locum invenire possit).
Euler recalca que a lo que se refiere no es a la conexión o continuidad de la trayectoria o camino que sigue la curva
(continuitas tractu), sino exclusivamente, a la unicidad de la correspondiente ley analítica. Así, las dos ramas conju-
gadas de una hipérbola constituyen una curva continua. Esta propiedad principal de las líneas continuas, que para
Euler se desprendía directamente del concepto que tenía de continuidad, podía expresarse de otra manera: cualquier
parte pequeña de una línea (función) continua determina en forma crítica a esta línea como un todo (véase la Nota
18).
Hace ya mucho tiempo, I. Yu. Timchenko ([53], p. 482) hizo la siguiente observación:

20
Euler suponía que una función continua en algún intervalo quedaba definida por una expresión, y solamente una, a lo largo de ese intervalo
(como se dirá más adelante). En consecuencia, y según Euler, la suma impar y periódica de una serie de senos, no podía representar a una función
algebraica cualquiera, ni, por lo común, a ciertas funciones trascendentes. Posteriormente, en su memoria titulada Disquisitio ulterior super serie-
bus secundum multiplae cuisdam anguli progredientibus (E. 704), remitida a la Academia de Ciencias de San Petersburgo el 29 de mayo (9 de Ju-
nio) de 1777 y publicada póstumamente en 1798 ([47] pp. 335-355), Euler dedujo fórmulas para los “coeficientes de Fourier” en el intervalo [0, ].
Sin embargo, ya no volvió a tomar parte en la controversia acerca de la representabilidad de las funciones mediante series trigonométricas.
Algún tiempo antes (en 1722, véase (48)), D. Bernoulli, partiendo de un razonamiento distinto, desarrolló la función
π x
y= + (+)
2 2
en forma de serie, observando correctamente que tal desarrollo es válido para el intervalo [0, 2π] y describiendo, además, de manera muy estricta
el comportamiento de la serie, tanto en ambos extremos como más allá de dicho intervalo. También examinó otros ejemplos.
Lo que resulta notable es que el mismo desarrollo de las funciones (+) haya sido del conocimiento de Euler, quien, a pesar de esta contradicción
con sus propias opiniones, lo incluyó tanto en su carta a Goldbach fechada el 4 de Julio de 1744 ([49], p. 195) como en su trabajo Institutiones
calculi differentialis (E. 212), publicado en 1755 ([50], parte 2, párrafo 92), sin mencionar que el desarrollo solamente es válido para 0 < x < 2π.
No fue ésta la única ocasión en que Euler supo de ejemplos que no cumplían con sus conceptos, pero que quizá haya considerado como excepcio-
nes insignificantes a la regla general.

Traducciones
... concepto de función ... 25

“... Hasta donde Euler identificó a las expresiones analíticas con las funciones susceptibles de ser representa-
das mediante series de Taylor, la propiedad de “continuidad” corresponde con la propiedad de unicidad de las
funciones analíticas, en el sentido de Weierstrass...”21
Por lo que toca a las curvas discontinuas, Euler las define como
“... todas las curvas no determinadas por alguna ecuación definida, del tipo que pueden resultar mediante un
trazo libre de la mano ...”
(omnes enim linease curvae per nullam certam aequationem determinatae, cuiusmodi libero manus tractu deli-
neari solent).
Una vez más, esta discontinuidad no se refiere a la trayectoria de la curva; son también discontinuas aquellas curvas
que se extienden de manera continua (etiamsi continuo procedam) en el sentido de que están conectadas. Si ignora-
mos el hecho empírico de que las figuras geométricas ideales no pueden ser dibujadas, las funciones discontinuas co-
rresponden entonces a nuestras funciones arbitrarias que son continuas por intervalos (piecewise) con derivadas con-
tinuas por intervalos, tanto de primero como de segundo orden (cf. [51], p. 247)22. Sin esta última condición, implíci-
ta en la descripción geométrica, aunque no formulada explícitamente, la discontinuidad se vuelve absolutamente ar-
bitraria, de tal manera que ninguna parte de una curva discontinua necesita ser continua, es decir, susceptible de ser
representada analíticamente y, por ende, según Euler, analítica.
La amplitud del nuevo concepto de Euler queda también confirmada por la mención que hace, inmediatamente des-
pués de dar la descripción de toda la clase de curvas discontinuas, o mecánicas, en el sentido de que (ibídem) a esta
clase.
“... se le deben atribuir también las líneas a las que comúnmente se llama mixtas.
(Atque huc etiam referri convenit líneas vulgo mixtas vocatas)...”,
verbigracia, el perímetro de un polígono (ejemplo que se consideró repetidas veces durante la controversia sobre la
cuerda), etc.
En la parte subsiguiente de su memoria, Euler estudia el papel que desempeñan en las matemáticas las distintas cla-
ses de funciones. En las ramas tradicionales, tanto del análisis matemático como de la geometría avanzada, se estu-
dian las funciones continuas; pero es algo distinto lo que ocurre con ese campo recientemente descubierto y todavía
poco desarrollado del cálculo integral, a saber, la integración de ecuaciones que contienen diferenciales de dos o más
variables.
Al igual que en las integrales de las ecuaciones diferenciales ordinarias aparecen cantidades constantes arbitrarias
también las soluciones de esa clase de ecuaciones, esencialmente nuevas, contienen funciones discontinuas, absolu-
tamente indefinidas y que dependen de nuestro libre arbitrio (ad arbitrio -nostro) ((52), p. 96). Euler suponía que era
precisamente esta circunstancia la que constituía la característica principal (y la mayor fuerza) de la integración de
las ecuaciones diferenciales parciales, tema que presentaba una esfera sumamente amplia para nuevas investigacio-
nes. Algún tiempo después, Euler dedicó a las ecuaciones diferenciales parciales casi la totalidad del Volumen 3 de
su obra Institutiones calculi integralis (E. 315), publicada en 1770, recalcando una vez más y con todo vigor la utili-
dad de las funciones discontinuas ((55), párrafos 37 y 299).

10. LA DEFINICIÓN GENERAL DE FUNCIÓN, SEGÚN EULER.


Puesto que, en opinión de Euler, las funciones discontinuas por lo común no susceptibles de representarse analítica-
mente, la definición de función que se daba en el Volumen I de la Introductio, y que se modifica ligeramente en su
Volumen 2, pasa a ser demasiado restringida. Con objeto de formular otra definición que abarcara a todas las clases
conocidas de relación Euler recurrió a un concepto que siempre estaba presente, por más que no se expresaba explí-
citamente en ninguno de los métodos para introducción de funciones; me refiero a la noción general de la correspon-

21
La unicidad del desarrollo de una función (que posea una variable real) en una serie de Taylor, bajo la hipótesis de que dicha serie efectivamente
existía, ya había sido establecida por C. MacLaurin ([54], Vol. 2, pp. 610-611).
22
En el problema de la cuerda, también se supone su continuidad (conexión) a lo largo de todo el intervalo.

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Rosa Ma. Farfán 26

dencia entre pares de elementos, cada uno de ellos perteneciente a su propio conjunto de valores y de cantidades va-
riables. Este concepto, que no está vinculado con ninguna expresión analítica definida, había sido utilizado más de
una vez en los razonamientos que están implícitos en el Volumen I de la Introductio, especialmente en sus capítulos
2 y 3, el primero de los cuales comienza con la frase siguiente ((39), p. 32):
“... Las funciones se transmutan en otras formas, ya sea mediante la introducción de otra cantidad variable en
vez de la utilizada inicialmente, o (incluso) manteniendo la misma cantidad variable...”(Functiones in alias for-
mas transmutantur vel loco quantitatis variabilis alian introducendo vel eanden quantitatem variabilem retinen-
do).
En los ejemplos que se dan en el mismo pasaje, se ilustra la forma en que una y la misma cantidad variable se puede
presentar de diversas maneras. Así, una función de z,
u = 2 3z + z2
es la misma que
u = (1 - z)(2 - z), y

v = a4 - 4a3z + 6a2z2 - 4az3 + z4

se transforma en una función más siempre de y, v = y4, haciendo la sustitución a - z = y, en tanto que una función
irracional de z,

w = a2 + z2 ,

se convierte en función racional de y,

a2 + y2
w=
2y

tras efectuar la sustitución

a2 − y2
z= .
2y

Resulta obvio que dos (o más) cualesquiera expresiones analíticas de esta índole poseen una propiedad común, a sa-
ber, establecen en forma distinta la misma correspondencia entre dos conjuntos de valores numéricos de la variable z
con las funciones y, ó v, ó w, correspondientes.
Ahora bien, es preciso que esta relación se dé en la forma más universal y abstracta que sea posible, y esto es exac-
tamente lo que hizo Euler al formular su nueva definición de función, en el prefacio a su obra Institutiones calculi
differentialis (publicada en 1755) ((50), p. 4):
“...si algunas cantidades dependen en tal forma de otras cantidades, que en caso de modificar a éstas ultimas
también las primeras sufren un cambio, se dice que las primeras cantidades; son funciones de las segundas. Esta
denominación es de la naturaleza más amplia y abarca a todo método mediante el cual una cantidad puede ser

Traducciones
... concepto de función ... 27

determinada por otras. En consecuencia, si x denota a una cantidad variable, entonces todas las cantidades que
dependen de x en cualquier forma quedan determinadas por -ella y se las denomina funciones de ella.."
(Quae auten quantitates hoc modo ab aliis pendent, ut his mutatis etiam ipsae mutationes subeant, eae harum
functiones appellari solent; quae denominatio latissime patet atque omnes modos, quibus una quantitas per alias
deteminari potest, in se complectitur. Si igitur x denotet quantitatem variabilem, omnes quantitates, quae utcun-
que ab x pendent seu per eam, determinantur, eius functiones vocantur).
Sin embargo, en el propio libro, dedicado al cálculo diferencial, únicamente se consideran las funciones analíticas,
circunstancia que permitió a Euler arreglárselas sin recurrir al uso explícito del concepto del límite de una función
(que únicamente se menciona en el prefacio), basándose en un peculiar “cálculo de ceros” (56).
El concepto de función expresado por Euler ejerció una vigorosa y positiva influencia en todo el desarrollo subsi-
guiente de las matemáticas. En primer lugar, y con importancia capital, estuvo el aislamiento de la categoría de las
funciones continuas, es decir, de las funciones analíticas susceptibles de representarse mediante series de potencias,
y el descubrimiento de las principales propiedades que le son peculiares a esta categoría, y de las cuales hasta ahora
sólo he mencionado Su unicidad (que es característica, según se averiguo únicamente en el siglo XX, incluso de la
categoría mas general de las funciones cuasianalíticas).
Aparte de esta propiedad, Euler (y también en cierta medida D'Alembert) determinó otras propiedades esenciales de
las funciones analíticas. Así, demostró (en un trabajo de 1755, publicado en 1778) que las funciones analíticas pro-
yectan a una esfera sobre un plano de manera conforme, manteniendo la similitud de figuras infinitamente pequeñas;
la expresión en sí (proyectio conformis) se debe a F. Shubert, quien la utilizó en 1789, después del fallecimiento de
Euler. Este, fue el primero en hacer uso de las cantidades complejas en el cálculo de las integrales definidas y, a este
respecto, dedujo (en un trabajo de 1777, publicado en 1797), recurriendo a consideraciones analíticas, las ecuaciones
llamadas de Cauchy - Riemann, las cuales ya D'Alembert había obtenido en 1752, en el transcurso de sus investiga-
ciones sobre hidrodinámica. Así pues, la teoría general de las funciones analíticas del siglo XIX, desarrollada en ca-
da una de las direcciones que escogieron Cauchy, Riemann y Weierstrass, tuvo sus raíces en los trabajos de Euler y
de D'Alembert.
No menos importantes para el desarrollo subsiguiente del análisis matemático, lo fueron la introducción de las fun-
ciones discontinuas arbitrarias y el estudio de un buen número de problemas referentes a las relaciones entre las pro-
piedades intrínsecas de una u otra clase de funciones de una variable real y las herramientas matemáticas que se uti-
lizaban para la representación de estas funciones.
A pesar de la prolongada y persistente oposición de D'Alembert, quien a veces señalaba detalles realmente débiles o
insuficientes en los conceptos de Euler (había dificultades especiales relacionadas con los problemas de la disconti-
nuidad, en e1 sentido que nosotros le damos, de la pendiente y la curvatura de la forma inicial de la cuerda vibrante),
estos conceptos se extendieron, paulatinamente, cada vez más. El primero que vino a colocarse del lado de Euler fue
Lagrange (en 1759-1762), con sus trabajos sobre la propagación del sonido y al respecto de la vibración de las cuer-
das; y aun cuando durante algún tiempo se puso del bando de D'Alembert, posteriormente (en 1788) regresó a su
postura anterior.
Con ciertas reservas o especificaciones, el punto de vista de Euler fue apoyado más tarde por muchos otros matemá-
ticos, entre los que merecen citarse G. Monge, F. S. Laplace, M. J. Condorcet y L. Arbogast. Incluso D'Alembert,
durante sus últimos años, cambió de opinión y permitió que en las soluciones de las ecuaciones diferenciales parcia-
les de cualquier orden, intervinieran funciones discontinuas cuyas derivadas, hasta el mismo orden, no poseyeran
saltos (Sur les fonctions discontinues, 1780). De hecho, en cierto momento D'Alembert utilizó el concepto de la de-
rivada por la izquierda y de la derivada por la derecha [57].
Se debe señalar, a este respecto, que estas polémicas ponían de manifiesto la necesidad de establecer una separación
más nítida de las funciones continuas con respecto a las discontinuas (en el sentido que nosotros le damos), tal como
efectivamente lo hizo L. Arbogast en un trabajo [58] al que la Academia de Ciencias de San Petersburgo le otorgó en
1790 el premio correspondiente a la competencia de 1787, que se refería a la naturaleza de las funciones arbitrarias
que debían admitirse en la resolución de las ecuaciones diferenciales parciales.

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Arbogast creía que era posible (aun cuando no en el problema de la cuerda, en el cual la continuidad de la curva
queda condicionada por su naturaleza propia) utilizar no únicamente funciones con derivadas discontinuas, sino
también funciones que fuesen discontinuas en puntos aislados23; a estas las denominaba ([58] p. 11) functions dis-
contigües,
“... parce que leurs parties ne tiennent pas, ou ne sont pas contigües les unes les autres...” (Porque sus partes no
van sujetas, o no son contiguas entre sí).
Sin embargo, Arbogast no ofrecía ninguna definición analítica de continuidad (o de discontinuidad). Los matemáti-
cos del siglo XVIII no habían sentido la necesidad de dar tal definición; si era necesario, describían a la importante
propiedad de la continuidad en forma verbal.
Así, por ejemplo, al explicar los métodos para el cálculo aproximado de las integrales definidas, en el Volumen I de
su obra Institutiones calculi integralis (E. 342), publicada en 1768, Euler escribía ([59], párrafos 297 y 300) que el
cálculo de xdx sería tanto más exacto cuanto más pequeños fuesen los incrementos supuestos para la variable inde-
pendiente x, siempre y cuando los incrementos del integrando x fueran también pequeños. Euler describe (párrafo
304) en forma igualmente verbal el comportamiento de una función discontinua.
1
x=
1 − x2
en las inmediaciones del punto x =1, señalando que cualquier pequeño incremento de x da lugar a un cambio extre-
madamente grande en la función x, pero no utiliza la palabra continuidad.24
Las discontinuidades en las soluciones de las ecuaciones diferenciales parciales presentan grandes dificultades, cuya
superación sólo resultó posible al nivel mucho más alto que alcanzó el análisis matemático en la segunda mitad del
siglo XIX. (Cf. [51], pp. 286-297). En la presente época, y gracias al análisis funcional, ha surgido un nuevo desa-
rrollo, extremadamente amplio y sumamente importante, de este problema. Me refiero a la teoría de las soluciones
generales de las ecuaciones diferenciales parciales (y, en particular, de la ecuación de una onda), desarrollada princi-
palmente por S. L. Sobolev (1936) y L. Schwartz (1945). Estas funciones (Sobolev) o distribuciones (Schwartz) ge-
neralizadas son funciones lineales que no necesitan ser diferenciales en el sentido usual, pero que poseen derivadas
generalizadas.
De la misma forma en que la teoría moderna de la suma de series demostró que, en esencia, eran correctos los puntos
de vista de Euler en cuanto a la importancia y el uso de las series divergentes, también la teoría de las funciones ge-
neralizadas ilustra de manera sorprendente la profunda intuición y perspicacia de Euler al respecto de las funciones
discontinuas.
No obstante, las condiciones generales en que se encontraba el análisis matemático en el siglo XVIII, en ninguno de
los dos casos permitieron que Euler estableciera sus ideas con precisión (desde el punto de vista de las generaciones

23
En los momentos en que el presente trabajo estaba entrando en prensa, C. Truesdell me hizo poner atención en el escrito E. 340 de Euler,
Eclaircissements plus dètailles sur la génération et la propagation du son et sur la formation de l’ècho, Opera Ownia ser. III, Vol. I, editada por E.
Bernoulli, R. Bernoulli, F. Rudki y A. Speiser, en 1926. En ese trabajo, que fue presentado a la Academia de Berlín los días 19 y 26 de septiembre
de 1765, y que se publicó en 1767, Euler examina la ecuación de la onda en el marco de las perturbaciones del aire. Aquí, a diferencia del
problema de la cuerda vibrante, el problema físico no requiere de soluciones continuas en el sentido moderno. Con objeto de estudiar las
soluciones a la ecuación funcional que Euler considera como equivalente, o quizá como sustituta de las ecuaciones diferenciales parciales,
introduce funciones que poseen el valor de cero en todos los puntos, salvo uno. Señala que, puesto que las funciones de pulso constituyen lo que
en la actualidad se denomina una base (no numerable) para el conjunto de todas las funciones, su utilización como valores iniciales de una función
de onda hace posible describir de manera concisa y en términos geométricos la totalidad de la teoría de la propagación y reflexión de las ondas
planas. Resulta interesante observar también que Euler obtiene estas soluciones mediante diagramas en los que se representan las funciones de
pulso. Esta cuestión la explica Truesdell (42b, pp. LXI-LXII) en forma extensa.
24
Debe observarse que en el caso que se está considerando, Euler en esencia interpreta a la integral definida como al límite de la suma X(xk)dxk;
su propia hipótesis ([59], párrafo 302) era que la integración podía llevarse a cabo con toda la exactitud que se requiriera, pero no dejaba de agre-
gar que la exactitud absoluta únicamente podía alcanzarse cuando todos los x se hacían infinitamente pequeños, es decir, iguales a cero.
Tal concepto de integral definida, expresado originalmente por Leibniz, difiere de la definición básica adoptada por Euler y sus contemporáneos,
según la cual a la integral se la entendía como una función cuya diferencial es igual a Xdx, siendo la integral definida igual a la diferencia entre los
valores de la función primitiva (término acuñado por Lagrange) en los límites de integración superior e inferior.

Traducciones
... concepto de función ... 29

subsiguientes) ni que formulara definiciones exactas, y ni siquiera salvarse de errores, algunos de los cuales fueron
observados incluso por sus contemporáneos más jóvenes

11. CRÍTICA DEL CONCEPTO DE FUNCIONES “MIXTAS”; CHARLES (1780) Y FOURIER (1807-1821).
La primera de las ideas de Euler en ser criticada fue su aislamiento de la categoría de las funciones mixtas. Poco
tiempo después de su muerte se demostró que las funciones que se introducían mediante distintas expresiones analí-
ticas para diferentes regiones de algún intervalo finito (o, a veces, infinito) también podían ser representadas por una
sola ecuación y siempre la misma. Los primeros ejemplos de tales funciones los ofreció J. Charles en su trabajo,
Fragment sur les fonctions discontinues, de 1780 [60].
Mucho tiempo después, incluso el eminente Cauchy consideró que valía la pena dedicar un trabajo expresamente a
este problema, y éste fue su Mèmoire sur les fonctions continues [61] (publicado en 1844). El más sencillo de sus
ejemplos era una función:

 x, x ≥ 0
y=
- x , x < 0
y, en consecuencia, discontinua, pero a la vez susceptible de ser representada por una sola ecuación:

y = x 2 , para toda - 8 < x < + 8

y, por ende, continua. De esta manera, la discriminación entre funciones mixtas y continuas resulta ser teóricamente
insostenible.
Fue mucho más importante, empero, la critica a este mismo concepto de las funciones mixtas, dentro del marco
de la teoría de las series trigonométricas. Como hemos visto (párrafo 9), en dos de sus memorias (E. 317 y E. 339)
Euler negaba categóricamente que fuera posible representar la figura inicial de la cuerda, definida sobre dos partes
de un intervalo finito dado mediante dos ecuaciones distintas, por medio de una serie de términos que contuvieran
senos de arcos múltiples.
A comienzos del siglo XIX, Fourier refutó esta tesitura en sus trabajos sobre la teoría de la propagación del calor,
que también dio origen a la teoría de las series trigonométricas. Ya en 1805, en un fragmento recientemente publica-
do por I. Grattan-Guinness ([67], p. 183), Fourier escribía lo siguiente:
“...Il résulte de mes recherches sur cet objet que les fonctions arbitraires mene discontinues peuvent toujours
etre representèes par les developpements en sinus ou cosinus d'arcs múltiples, et que les integrales (of the partial
differential equations) qui contiennent ces diveloppements sont précisement aussi générales que celles ou entrent
les fonctions arbitraires d'arcs múltiples. Conclusion que le célebre Euler a toujours repoussés ...”
(Mis investigaciones sobre este tema ponen de manifiesto que las funciones arbitrarias aun cuando sean discon-
tinuas, pueden siempre ser representadas por desarrollos en senos y cosenos de arcos múltiples, y que las inte-
grales (de las ecuaciones diferenciales parciales) que contienen estos desarrollos, son precisamente tan genera-
les como aquellas en las que intervienen las funciones arbitrarias de arcos múltiples. Conlusión que el célebre
Euler siempre ha rechazado).
Al proseguir, Fourier presenta unos cuantos ejemplos ilustrados mediante gráficas. Desarrolló su razonamiento en
forma más detallada en su obra, Théorie de la propagation de la chaleur dans les solides, que remitió al Institut de
France el 21 de diciembre de 1807, pero que sólo recientemente ha sido publicada, de nuevo por Grattan-Guinness
(véase [62]), y, posteriormente, en su trabajo fundamental, Théorie analytique de la chaleur, en 1822 (63).
Las conclusiones a las que llegó Fourier en 1807 alarmaron a los matemáticos de las generaciones más antiguas, y el
mismo Lagrange fue uno en los que desconfiaron de ellas; por otro lado, después de 1822 recibieron una entusiasta
acogida por parte de los matemáticos jóvenes.
Educado en las tradiciones del siglo XVIII, el propio Fourier suponía que quizá pudiera utilizarse una serie trigono-
métrica a manera de representar a cualquier función mixta, y no ofreció ningún análisis satisfactorio del problema en

2 (1996)
Rosa Ma. Farfán 30

las representación en las funciones mediante series de esa índole. Sin embargo, una vez que se hubo planteado el
problema, ésta pasó a ser, en el curso de los siguientes años, objeto en estudios especiales basados en el nuevo con-
cepto general del cálculo, cuyos elementos habían sido sistemáticamente desarrollados por Cauchy en su Cours d'a-
nalyse... 1re. partie: analyse algébrique, 1821 [64] y Résumé des lecons ... sur le calcul infinitésimal, 1823 [65].
Puesto que la serie de coeficientes de Fourier de cualquier función dada f(x) es igual a las integrales de los productos
f(x) con nx y f(x) sen nx, la clase de tales series se fueron ampliando gradualmente, a medida que se fueron formu-
lando definiciones de integral cada vez más generales. Y también adquirieren un nuevo contenido, paulatinamente,
los conceptos de convergencia y en sumas de series.

12. DIGRESIÓN: LA REPRESENTACIÓN ANALÍTICA DE LAS FUNCIONES.


No entraremos aquí en los detalles en las numerosas investigaciones que se han dedicado a las condiciones suficien-
tes para la represen tación en las funciones mediante series en Fourier. Únicamente mencionaré que a partir en las
condiciones presentadas por P. Lejeune - Dirichlet en el período en 1629 a 1837 [66], se desprendía que cualquier
función acotada, si es continua y monótona por trozos (piecewise) a lo largo de un intervalo dado, podía desarrollar-
se en una serie en Fourier que convergiera hacia esa función. Esto significaba que una curva arbitraria trazada sobre
un intervalo determinado mediante un trozo a mano libre (es decir, cualquier función arbitraria discontinua, en el
sentido en Euler, y acotada) podía representarse por medio en una sola ley analítica, cambiándola así a curva conti-
nua. Desde luego, no toda función continua sobre un intervalo dado es susceptible de representarse mediante su serie
en Fourier, la cual, es ese intervalo, puede divergir en un número infinito en puntos.
El que una función dada sea susceptible de representarse analíticamente depende de los métodos de expresión analí-
tica que se admitan. En el Volumen I de su Introductio, Euler manifestaba que la forma más general en expresión
analítica era una serie de potencias generada por un número numerable (término moderno) de sumas y multiplica-
ciones en la variable x y un conjunto numerable de constantes, además de permitirse un proceso de paso al límite25.
Posteriormente, Euler expresó definitivamente su confianza en el hecho de que sus funciones discontinuas no son,
hablando en términos generales, analíticas, explicando, además (como por ejemplo, en sus Eclaircissements sur le
mouvement des cordes vibrantes, E. 327 ([46] p. 385) que:
“... on regarderoit fort mal a propos toutes les courbes comme renfermées dans equation parabolique

y = A + Bx + Cx 2 + Dx 3 + etc. ,

quoi qu’on puisse faire passer cette courbe par une infinite de points donnés.
(Se considerarías como muy mala ocurrencia el pensar que todas las curvas están encerradas en la siguiente
ecuación parabólica

y = A + Bx + Cx 2 + Dx 3 + etc. ,

por más que a esta curva se la pudiera hacer pasar por una infinidad de puntos dados.).
Y definitivamente estaba en lo cierto. Cauchy demostró que incluso una función infinitamente diferenciable en un
punto dado, podía aun así, no ser analítica en ese punto. El ejemplo que dio,

 1
exp( − 2 ), x≠0
F ( x) =  x
0, x=0

publicado en 1823, en su Résumé des lecons ... sur le calcul infinitésimal [65], ha pasado a ser clásico26. Por otro la-
do, tal como lo mostró A. Pringsheim (en 1893) hay funciones infinitamente diferenciables que no son analíticas a lo
largo de ningún intervalo.

25
Tal como se ha señalado anteriormente (Nota 11), tal construcción trae a la mente la idea de J. Gregory.
26
Esta función podría escribirse mediante una sola expresión analítica, a saber, por medio de la suma de

Traducciones
... concepto de función ... 31

Si se amplia el acopio de las expresiones algebraicas, también ocurre lo mismo, y en forma sumamente extraordina-
ria con el domino de las funciones susceptibles de representar analíticamente. Así, Weierstrass demostró que cual-
quier función que sea continua o lo largo de un intervalo cerrado se podía representar en ese intervalo, mediante la
suma de series uniformemente convergentes de polinomios enteros (demostración publicada en 1885). Y además, in-
cluso las funciones discontinuas de una naturaleza muy compleja, cuya clasificación fue desarrollada por R. Baire
(en 1898 y 1899) pueden ser representadas por sumas de series convergentes y series múltiples de polinomios. H.
Lebesgue denominó analíticamente representable a cualquier función que pudiera construirse mediante un conjunto
numerable de sumas, multiplicaciones y procesos de paso al límite, llevados a cabo conforme una ley definida refe-
rente a la variable independiente, y un conjunto numerable de cantidades constantes.
La clasificación de Baire (según fue establecida en 1905 por Lebesgue) abarca a todas aquellas funciones que son
también en e1 sentido de E. Borel. A esta ley de construcción Lebesgue la denominó une expression analytique. (cf.
[10]).

13. RECONOCIMIENTO DE LA DEFINICIÓN GENERAL DE EULER: CONDORCET (1778) LACROIX (1797), FOURIER
(1821), LOBATCHEVSKY (1834), DIRICHLET (1837).
Así pues, la división de las funciones en continuas y discontinuas (incluyendo a las mixtas) no pudo mantener su lu-
gar dentro de las matemáticas27; por otro lado, la definición general de función que se debe a Euler (véase el párrafo
10) paulatinamente fue ganando reconocimiento y uso cada vez. más generalizados. Todo parece indicar que el pri-
mero en evaluar correctamente la importancia de esta nueva definición fue Condorcet, quien desarrolló el concepto
de Euler en un Traité de calcul integral, no publicado y cuyo manuscrito inconcluso, remitido a la Academia de
Ciencias de París en el período de 1778 a 1782, se conserva en la Biblioteca del Institut de France con todo y las ga-
leras correspondientes28.
Tal como lo había proyectado e1 autor, este libro debió de haber constado de cinco parte de las cuales en realidad
únicamente se escribieron dos. La primera de estas partes, titulada De fonctions analytiques, comienza con una ex-
plicación de lo que se entiende por función analítica (véase [67], p. 134):
“... Je suppose que j’aie un certain nombre de quantités x, y, z, ..., F, et que pour chaque valeur déterminée de x,
y, z, ... , etc., F ait une on plusieurs valeurs déterminées qui y répondent; je dis que F est une fonction de x, y, z
...”
(Supongo que tengo un cierto número de cantidades x, y z ..., F, y que para cada valor determinado de x, y, z,
...etc., F tiene uno o varios valores determinados que responden a aquellos; digo que F es una función de x, y, z,
... )
Condorcet ofrece unos cuantos ejemplos de funciones explícitas e implícitas, y prosigue:
“... Enfin, si je sais que lorsque x, y, z, seront déteminées, F le sera aussi, quand meme je ne connoitrois ni la
maniere d’ exprimer F en x, y, z, ni la forme de l’equation entre F et x, y, z; je saurai que F est fonction de x, y, z,
...”
(En fin, si yo sé que cuando x, y, z han quedado determinadas, también lo estará F, aun cuando no conozca ni la
forma de expresar a F en x, y, z, ni la forma de la ecuación entre F y x, y, z, sabré que F es función de x, y, z.)
Finalmente, se distinguen tres tipos de funciones:
(1) Las funciones cuya forma es conocida (nosotros diríamos, las funciones explícitas)

27
Estoy dejando aparte la función y=(-1)x que se examina en 1727-1728 en la correspondencia de Euler con Johann Bemoulli ((44), No. 190-192)
y también en el Vol. 2 de la Introductio de Euler ((41), párrafo 517). Esta función, que se expresa mediante una ecuación y, en consecuencia, en
este sentido es continua, asume valores reales solamente para aquellos valores de x que son fracciones irreductibles con denominadores impares.
En el Vol. 2 de la Introductio Euler demostró que esta función, a la que denominó paradójica, queda representada, según lo expresaríamos actual-
mente, mediante dos conjuntos densos en todas partes de puntos aislados que pertenecen a las líneas rectas y = 1 y y = -1.
28
No debe confundirse con el libro anterior de Condorcet que llevaba el mismo título (París, 1765).

2 (1996)
Rosa Ma. Farfán 32

(2) Las funciones introducidas mediante presentación del concepto de función, la que estaba implícita en el Analyse
algébrique (de 1812) de Cauchy, aun cuando en la definición en sí, no se utiliza el término de expresión analítica.29
No había transcurrido mucho tiempo, empero, cuando la definición general de Euler fue aceptada por tres eruditos
del más alto calibre, y en los tres casos en relación con sus respectivas investigaciones sobre la teoría de las series
trigonométricas. En primer lugar, se encuentra esa definición en la Théorie analytique de la chaleur, de Fourier, pu-
blicada en 1821 ([63], p. 500):
“... En général, la fonction f(x) représente une suite de valers ou ordonnées, dont chacune est arbitraire ...”. (En
general, la función f(x) representa a una serie de valores u ordenadas, cada uno de los cuales es arbitrario).
Inmediatamente, Fourier repite lo que acababa de decir, sosteniendo que no supone que estas ordenadas estén sujetas
a una ley común, sino que cada una sucede a la otra, de cualquier forma, y que cada ordenada se puede considerar
que está dada individualmente. En las próximas líneas deseo tocar someramente el sentido que está implícito en Fou-
rier (y en muchos otros matemáticos) cuando hablan de la naturaleza arbitraria de una dependencia funcional.
Después de esta lacónica definición de Fourier, cuyo trabajo de inmediato alcanzó una gran fama, Lobatchevsky y
Dirichlet publicaron definiciones mucho más extensas. En su artículo: “Sobre la desaparición [convergencia] de las
series trigonométricas”, Lobatchevsky escribía en 1834 ([72], p. 43):
“El concepto general exige que se denomine función de x a un número que esté dado para toda x y que cambie
gradualmente junto con x. El valor de la función se puede dar, ya sea mediante una expresión analítica, o a tra-
vés de una condición que ofrezca un medio para probar todos los números y seleccionar uno de ellos; o, final-
mente, la dependencia puede existir, pero permanecer desconocida.”
Y luego, tras manifestar que la supuesta posibilidad de representar analíticamente a cualquier función no es más que
una hipótesis arbitraria, aun cuando no se sabe todavía de ningún ejemplo contradictorio, Lobatchevsky llega a la si-
guiente conclusión (p. 44):
"Parece imposible dudar tanto de la verdad de que todo lo que hay en el mundo se podría expresar mediante
números, como de la corrección (del juicio) de que cualquier cambio y relación que en él se den, quedan repre-
sentados por una función analítica. Por el momento, la teoría, desde un punto de vista amplio, permite la exis-
tencia de dependencias únicamente en el sentido de que los números, unos con respecto a otros, pueden conside-
rarse como si estuvieran dados juntos. Por esta razón, Lagrange, en su Calcul des fonctions,30 con el que desea-
ban reemplazar al cálculo diferencial, dañó la generalidad del concepto, en el mismo grado en que creyó ganar
en cuanto a rigor de juicio."
Queda así expresada en forma perfectamente clara, la tendencia a incluir en el concepto de función también a aque-
llas dependencias hipotéticas que, a la postre, pudieran resultar no susceptibles de representarse analíticamente. Em-
pero, y debido al de que la palabra gradualmente que emplea Lobatcbevsky significa "de manera continua" en el sen-
tido de Cauchy, la definición de Lobatchevsky, tomada literalmente, en forma algo inesperada se refiere únicamente
a las funciones continuas.

29
La definición de Cauchy es la siguiente ((64), Cap. 1, párrafo 1):
Lorsque des quantités variables sont tellement liées entre elles que, la valeur de l’une d’elles ètant donnèe, on puisse en conclure les valeurs de
toutes les autres, on concoit d’ordinaire ces diverses quantités exprimées au moyen de l’une d’entre elles, qui prend alors de nom de variable indé-
pendente et les autres quantités exprimeés au moyen de la variable indépendente sont ce qu’on appelle des fonctions de cette variable.
(Cuando hay cantidades variables, de tal modo vinculadas entre sí, que estando dado el valor de una de ellas se pueden determinar los valores de
todas las demás, por lo común se concibe a estas diversas cantidades como expresadas por medio de una de entre ellas, que entonces toma el nom-
bre de variable independiente; y las demás cantidades expresadas por medio de la variable independiente son lo que se denomina las funciones de
esa variable).
A diferencia de lo que opina M. Kline ((70), p. 950), quien sostiene:
“Esto queda implícito tanto por su formulación, en la que menciona dos veces que on concoit d’ ordinaire que las funciones son exprimées au mo-
yen de la variable indépendente, como por la separación que hace (después de la definición) entre las funciones explícitas y las implícitas, quedan-
do estas últimas caracterizadas por el hecho de que las ecuaciones que ellas y la variable independiente deben satisfacer, no se resuelven algebrai-
camente.
30
En su obra Lecons sur le calcul des fonctions (1801, 2a. edicion de 1806 (73)), Lagrange ofrecia la misma definición de función que ya antes (en
1797) había dado en otro trabajo, su Théorie des fonctions analytiques (vease la Nota 17).

Traducciones
... concepto de función ... 33

Lo mismo vale decir por lo que respecta a la definición que ofreció Dirichlet en 1837, en su memoria Uber die Dars-
tellung ganz willkürlicher Funktionen durch Sinus-und Cosinusreichen, de donde paso a citar ahora la totalidad del
pasaje que tiene relevantes (166), pp. 135-136):
Man denke sich unter a und b zwei feste Wer the und unter x einet veränderliche Grösse, welche nach und nach
alle zwischen a und b liegenden Werthe annehmen soll. Entspricht nun jedem x ein einziges, endliches y, und
zwar so, dass, während x das Intervall von a bis b stetig durchläuft, y = f(x) sich ebenfalls allmählich verändert,
so heisst y eine stetige oder continuirliche Function von x für dieses Intervall. Es ist dabei garnicht nöthing, dass
y in diesem ganzen Intervall nach demselben Gesetze von x abhängig sei, ja man braucht nicht einmal an eine
durch mathematische Operationen ausdrückbare Abhängigkeit zu denken. Geometrisch darstellt, d. h. x und y
als Abszisse und Ordinate gedacht, erscheint eine stetige Function als eine zusammenhängende Curve von der
jeder zwischen a und b enthaltenen Abszisse nur ein Punk entspricht. Diese Definition schreibt den einzelnen
Theilen der Curve kein gemeinsames Gesets vor; man kann sich dieselbe sus den verschiedenartigsten Theilen
zusammengesetzt oder ganz gesetzlos gezeichnet denken. Es geht hieraus hervor, dass eine solche Function für
ein Intervall als vollständig bestimmt nur dann anzusehen ist, wenn sie entweder für den ganzen Umfang dessel-
ben graphisch gegeben ist, oder mathematischen, für die einzelnen Theile desselben geltenden Gesetzen unter-
worfen wird. So lange man über eine Function nur für einen Theil des Intervalls bestimmt hat, bleibt die Art
ihrer Fortsetzung für das übrige Intervall ganz Willkür überlassen.
En esencia, las definiciones dadas por Lobatchevsky y Dirichlet son idénticas, siendo la única diferencia este último
creyó necesario agregar una explicación geométrica. Su naturaleza definitivamente general con respecto a las fun-
ciones continuas y la posibilidad de ser generalizadas en forma directa, a modo de incluir a las funciones disconti-
nuas son aspectos perfectamente obvios
Puesto que esos autores tomaron en consideración a las funciones discontinuas, el hecho de que restringieran sus de-
finiciones a las funciones continuas en el sentido de Cauchy nos parece altamente sorprendente, ya que las funciones
(o derivadas) con puntos de discontinuidad aislados están explícitamente incluidas en las condiciones de suficiencia
para la representación de una función mediante serie de Fourier, tal como los establecieron los propios Lobatchevsky
y Dirichlet. Además, también a este último debemos el famoso ejemplo de una función discontinua en cada punto
del intervalo, 0 x 1:

0, para valores racionales de x ,


f ( x) = 
1, para valores irracionales de x.
¿Por qué estos eruditos creyeron ambos que era conveniente restringir sus definiciones a las funciones continuas?.
La explicación más natural de esta circunstancia es la que ha ofrecido Medvedev ([71], pp. 242-243): la categoría de
las funciones que se acababan 6e aislar es decir, las funciones continuas en el sentido de. Cauchy, inmediatamente
adquirió una extraordinaria importancia, y era precisamente esta clase de funciones a la que necesariamente había
que liberar de la restricción 6e la representación analítica, tanto más, porque incluso algunos eruditos posteriores,
coso por ejemplo V. Ya. Bunyakovsky ([74], p. 246) y G. G. Stokes ([75], p. 240), hacían coincidir la continuidad
en el sentido de Cauchy con la continuidad en el sentido de Euler.
H. Burkhard señalaba que no fue sino hasta 1841 cuando A. Cournot formuló una definición de función, con el gra-
do 6e generalidad que por lo común, se le vino a atribuir a Dirichlet y, más tarde, tanto a éste como a Lobatchevs-
ky31. El hecho de que se le atribuyera a Dirichlet se debe a Hankel, cuyo trabajo se publicó en 187O. Puesto que no
se ha podido obtener la Théorie des fonctions, t. I (París, 1841) de Cournot, citaré sus palabras según las da Bur-
khard ([76], p. 968).
“Nous concevons qu’une grandeur peut dépendre d’une autre, sans que cette dépendance siut de nature a pou-
voir etre exprimée par une combinaison des signes de l’algebre”. (Concebimos nosotros que una magnitud pue-

31
En sus comentarios sobre el trabajo de Lobatchevsky, G. L. Lunz ([72], pp. 15-16) interpretaba la definición que hemos citado, como referente a
cualquier función. Según Lunz, la palabra gradualmente la utilizaba ahí Lobatchevsky como sinónimo de consecutivamente más bien que como
continuamente (en el sentido de Cauchy). Tal como lo señaló Medvendev ([71], pp. 235-236) esta interpretación resulta algo dudosa.

2 (1996)
Rosa Ma. Farfán 34

da depender de otra, aun cuando esta dependencia no sea de naturaleza tal que se pueda expresar mediante al-
guna combinación de los signos del álgebra).
Algo más adelante, Cournot (ibídem) sugería que era posible
“... imaginer une théorie qui aurait pour objet la discussion des propriétés générales des fonctions ...”. (“...
imaginar una teoría que tuviera por objeto la discusión de las propiedades generales de las funciones ...”).

14. LOS TRABAJOS DE HANKEL SOBRE EL CONCEPTO DE FUNCIÓN.


Tal como se acaba de mencionar, resulta obvio que un concepto de función, con no menos generalidad, era el que
habían expresado tanto Lobatchevsky como Dirichlet. Sin embargo, ni el libro de Cournot ni el articulo de Lobatc-
bevsky gozaban en esa época de una gran popularidad, según lo demuestra el trabajo de M. Hankel, Untersuchungen
über die unendlich oft oszillierenden und unstetigen Funktionen ([26], publicado en 1870). Habiendo presentado un
conciso ensayo histórico, Hankel pasa a ofrecer observaciones introductorias sobre el concepto de función, formu-
lando la siguiente definición ([26], p. 49):
“Eine Funktion hei t y von x, wenn jedem Werte der veränderlichen Grö e x innerhalb eines gewissen Intervalles
ein bestimmter Wert von y entspricht; gleichviel, ob y in dem ganzen Intervalle nach demselben Gesetze von x
abhängt oder nicht; ob die Abhän gigkeit durch mathematische Operationen ausgedrückt werden kann oder
nicht”.
Al proseguir, Hankel agrega (ibídem) que a esta definición la llamará de Dirichlet:
“... weil sie [this definition] seinen Arbeiten über die Fourierschen Reihen, welche die Unhaltbarheit jenes älte-
ren Begriffes zweifellos dargetan haben, zugrunde leigt ...”
A este antiguo concepto, Hankel también lo denomina “Eulersche Auffassung” (p. 48), recordando a las funciones
continuas y discontinuas que figuran en la Introductio.
Más adelante, en la página 53, Hankel acota su definición diciendo que el bestimmter Wert von y no incluye el caso
de la discontinuidad infinita, y ofrece una nueva definición que casi coincide con la parte de la original que precede
al punto y coma. En forma exactamente igual a ésta, o muy similar, se dio la definición general de función en los
cursos de análisis matemático de finales del siglo XIX y del siglo XX.
Se debe señalar que Hankel formuló su definición con prudencia. En efecto, no reproducía la definición de Dirichlet,
y se limitaba a indicar que su propia definición en realidad era la piedra angular de la obra Arbeiten über die Fou-
rierschen Reichen, de Dirichlet.
Habiendo trabajado tanto en el estudio de las funciones discontinuas, mal pudo Hankel haber dejado de observar que
la propia definición de Dirichlet tenia que ver con las funciones continuas, circunstancia que únicamente ha sido se-
ñalada en nuestra época, por A. Churhc [77], A. Ostrovsky [78] y otros autores.

15. EL PAPEL HISTÓRICO DE LA DEFINICIÓN GENERAL DE EULER.


Así, todo parece indicar que para Hankel lo principal era el espíritu de la definición de Dirichlet, y no tanto la formu-
lación literal de ésta. Por otro lado, al contrastar la definición de Dirichlet con die Eulersche Auffassung, Hankel es-
taba decididamente equivocado.
Tal como se ha mostrado líneas arriba (véase el párrafo 10), el concepto de función que tenia Euler, en realidad su-
frió una evolución esencial, y si tiene que haber uno u otro nombre que se relacione con la definición de función
como correspondencia biunívoca, este nombre debe ser el de Euler: fue el concepto que éste describió en 1775, el
que desarrollaron muchos eruditos, entre los cuales figuraron Lobatchevsky y Dirichlet.
Queda justificado hacer una consideración especial al respecto de la naturaleza arbitraria de las relaciones funciona-
les, así como sobre su representabilidad analítica.
En primer lugar, los distintos conceptos acerca del grado de arbitrariedad y concernientes al tipo de comportamiento
de las funciones utilizadas son característicos de las diferentes épocas y de las diversas generaciones de matemáticos.

Traducciones
... concepto de función ... 35

Aun cuando Euler, Lacroix o Fourier nunca se toparon con funciones tales como la discontinua de Dirichlet 32 men-
cionada en el párrafo 13, su concepto de función como una correspondencia arbitraria era, para su época, tan general
como lo fue el concepto de Dirichlet para la suya. Y, si a ello vamos, el propio Dirichlet ni se imaginó el tipo de fun-
ciones que se iban a introducir en la época de G. Cantor, Baire, Borel y Lebesgue.
En segundo lugar, y tal como se ha dicho (véase el párrafo 12), el problema de la representabilidad de las funcio-
nes pasó a ser mucho más complejo de lo que habían supuesto los matemáticos, incluso hasta principios del siglo
XX. Evadir la cuestión de la representabilidad analítica fue algo que se consideró necesario durante un largo perio-
do, que comienza con Euler y termina con Dirichlet y Cournot. Poco después, paulatinamente se fue averiguando
que había categorías de funciones, cada vez más extensas - al principio, las que cumplían con las condiciones de Di-
richlet en la teoría de las series de Fourier, y después las funciones continuas e incluso las de carácter más general -,
a las que podía representarse por medio de uno u otro método analítico.
U. Dini, en su obra Fondamenti per la teorica delle funzioni di variabili reali, publicada en 1878 (edición alemana de
1892) en forma muy apropiada planteaba ([79], p. 49) la siguiente pregunta:
“... ob bei Aufrechterhaltung der ganzen in der Definition enthaltenen Allgemeinheit es stets möglich sein wird,
in einem gewissen Intervall eine Funktion y von x für alle Werte der Variabelen in diesem Intervall durch eine
oder mehrere, endliche oder unendliche Reihen von Rechnungsoperationen, die man mit der Variabelen
vornimmt, analytisch auszudrücken oder nicht ...”
Por lo demás, agregaba Dini, tomando en consideración el nivel actual en el que se encuentran los conocimientos
matemáticos, una respuesta totalmente satisfactoria a esta pregunta es simplemente imposible.
Tal como se señaló anteriormente (véase el párrafo 12), Lebesgue, en 1905, dio una respuesta categórica a dicha
pregunta, al respecto de todas las funciones medibles, ofreciendo, simultáneamente, un ejemplo de función que no
era susceptible de representarse analíticamente, en el sentido que él le daba a tal representación.
Me veo obligado a dejar aparte el problema afín de la legitimidad de las construcciones de Baire y de Lebesgue, que
posteriormente fueron sometidas a críticas desde el punto de vista del “efectivismo”, el “constructivismo” y otras di-
recciones de los cimientos de las matemáticas.
Si el rechazo de la representabilidad analítica resulta ser, en cierto sentido, ilusorio, ¿cuál es la importancia que tiene
entonces la definición de Euler de 1755? Y también ¿qué importancia revisten todas las definiciones que de ellas se
originan? El lado débil de la definición de Euler no escapó a la atención de Hankel, quien fue uno de los que la con-
sideraron como una reine Nominaldefinition ([26], p. 49), señalando que las funciones definidas en forma tan uni-
versal no poseen absolutamente ninguna propiedad común.
La respuesta adecuada a la pregunta que se acaba de plantear queda dada por el propio desarrollo de la teoría de las
funciones. A medida que transcurrió el tiempo, al hacerse cada vez más amplia la categoría de las funciones conside-
radas, ésta sufrió cambios esenciales. Puesto que las expresiones analíticas compuestas por medio de operaciones de
cálculo relativamente sencillas habían sido casi la única materia de estudio durante aproximadamente dos siglos,
nunca perdieron su importancia. Pero después, con el paso del tiempo, resultó necesario estudiar diferentes clases de
funciones (continuas, diferenciales, con variación finita, discontinuas por puntos, mensurables, etc.) introducidas
mediante alguna propiedad física que definiera a la estructura completa de una categoría dada, independientemente
de si las funciones de esta clase eran susceptibles o no de representarse analíticamente. Tal como lo formuló N. N.
Luzin en su libro “Series Integrales y trigonométricas”, publicado en 1915 ([80], p. 50),
“ La diferencia principal entre los métodos para el estudio de las funciones, dentro del marco del análisis ma-
temático y (como alternativa) de la teoría de las funciones, radica en que en el análisis clásico se deducen las
propiedades de cualquier función a partir de las propiedades de aquellas expresiones y fórmulas analíticas me-
diante las cuales se ha definido a esa función, mientras que en la teoría de las funciones se determinan las pro-
piedades a partir de la propiedad que, a priori, distingue la clase de funciones consideradas ...”

32
A este respecto, resulta instructivo, sin embargo, recordar la función paradójica de Euler,
y= (-l)x (véase la Nota ).

2 (1996)
Rosa Ma. Farfán 36

También es importante observar que, dentro de la teoría de las funciones, pasan a ser utilizadas en forma generaliza-
da las descripciones verbales del comportamiento de las funciones, sobre algún conjunto de valores de la variable
independiente.
Como se ha mencionado más arriba, la lógica matemática moderna ha descubierto dificultades esenciales inherentes
en la definición universal, y por ende, no algorítmica, de una función. Ya en 1927, H. Weyl sostenía, en forma per-
fectamente correcta, que ([81], p. 8):
“... Niemand kann erklären, was eine Funktion ist. Aber: “Eine Funktion f ist gegeben, wenn auf irgendeine bes-
timmte gesetzmässige Weise jeder reelen Zahl a eine Zahl b zugeordnet ist ... Man sagt dann, b sei der Wert der
Funktion f für den Argument wert a ...”
Así, dos funciones definidas en forma distinta son consideradas idénticas si, para todos los valores posibles de a los
valores correspondientes de b coinciden. Hay diferencias de opinión entre los matemáticos, acerca del sentido de las
palabras auf irgendeine bestimmte gesetzmässige Weise (soy Yo quien lo recalca, y no Weyl). Sin embargo, la defi-
nición general (nominal) que dio Euler de función, y que ya se hizo necesaria desde mediados del siglo XVIII, se ha
usado con éxito para apoyarme en una expresión utilizada en otra ocasión - como ein Medium freien Werdens para
efectuar construcciones cada vez más complejas dentro de la teoría de las funciones, además de que ha abierto nue-
vos horizontes en el desarrollo de muchas ramas del análisis matemático y de sus aplicaciones. Incluso las dificulta-
des inherentes en esa definición desempeñaron un papel positivo en el planteamiento y el estudio de un buen número
de problemas pertenecientes al campo de los fundamentos de las matemáticas y al de la lógica matemática.

APÉNDICE
Cuando estaba por concluir el presente artículo, recibí el Tagungsbericht, Problemgeschichte der Mathematik 22.9
bis 28.9, 1974, Mathematisches Forschungsinstitut Oberwolfach, Rep. Fed. Alemana.
Me entero por esta fuente que el tema central de la Conferencia fue el desarrollo del concepto de función, al que se
dedicaron casi la mitad de las ponencias. La primera de éstas, presentada por la doctora Karin Reich, fue el resumen
de la versión original del presente trabajo (véase, Agradecimiento), y que ella tituló Bericht über einen Ausatz von
A. P. Juschkewitsch zur Geschichte des Funktionsbegriffs. Otros de los informes que se presentaron sobre la materia
fueron los de C. J. Scriba, E. M. Bruins, C. 0. Selenius, I. Schneider, 0. Volk, I. Grattan-Guinness y M. Gericke. Par-
ticiparon en la discusión final H. Gericke, G. Hirsch y J. J. M. Boss, entre otros.
Los resúmenes que se publican en el Tagungsbericht son demasiado concisos como para poderlos tomar en conside-
ración en el presente trabajo, y sólo espero. que los propios informes sean publicados. También lamento que una de
las fuentes que se mencionan en el informe de Scriba, a saber, The rise of functions (El surgimiento de las funciones)
(Rice Univ. Studies 56 (1970), No. 2, 2.21 (1971)) no haya llegado a mi conocimiento.
AGRADECIMIENTO. El presente artículo es una versión considerablemente ampliada y revisada de mi trabajo an-
terior, publicada en ruso en el (INVESTIGACIÓN HISTÓRICO - MATEMÁTICO), XVII, 1966, 123-151 Me com-
place expresar mi gratitud a O. B. Sheynin, quien se encargó de la traducción de la nueva versión al inglés. También
estoy en deuda con Sheynin por algunas observaciones que hizo durante la realización de su labor.

NOTA DEL TRADUCTOR. Al traducir las paginas anteriores, he puesto mi grano de arena para hacer del conoci-
miento de la comunidad científica en general, a quien es el decano de hecho, si ya no formal, de los historiadores so-
viéticos de las matemáticas, y cuyo septuagésimo aniversario fue recientemente celebrado; es a él a quien debo la re-
putación que poseo, y también a quien, finalmente, tengo el honor de dedicar esta traducción. Sabiendo de antemano
que el articulo iba destinado a ese Archive, traté con todo afán, de mantener un alto nivel lingüístico, problema ver-
daderamente difícil para alguien que no practica el inglés hablado. El profesor Youskevitch me ha facilitado gran-
demente el trabajo, al proporcionarme traducciones de muchos términos, así como al aceptar sin reparos ciertos
cambios insignificantes que no cambiaban el significado general de su texto. EL profesor Truesdell corrigió la tra-
ducción a tal grado, que ello, de hecho, puso de manifiesto lo inapropiados que fueron mis esfuerzos.
O. B. S.

Traducciones
... concepto de función ... 37

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Traducciones

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