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ECONOMÍA DE LOS CUIDADOS.

I. Introducción.

El concepto de los cuidados es relativamente nuevo. Antes se llamaba trabajo


doméstico, tomado así como el trabajo que realizaban las mujeres en casa de
forma gratuita. No es el mismo trabajo que se encuentra en el mercado hay un
componente emocional y afectivo que marca la diferencia. Por ello iremos
explicando de que trata esta definición a parte de observar la crisis que está
sufriendo.

II. Desarrollo

La economía de los cuidados se refiere a todas aquellas acciones que se llevan a cabo
para poder mantener un Estado de Bienestar estable de los ciudadanos. Dentro de
esta nos encontramos con distintos tipos de cuidados como son los cuidados
directos; todo lo que está relacionado con el trato directo con las personas como dar
de comer, acompañar a un enfermo, bañar a un niño, hablar por teléfono con un
familiar para saber cómo se encuentra…;Precondiciones del cuidado que son aquellas
tareas que establecen las condiciones materiales para el cuidado directo: hacer la
comida, lavar la ropa… y la gestión mental. Este concepto sería mucho más difuso en
el momento de contabilizar el tiempo invertido. Organizar el tiempo, planificar,
coordinar tareas y supervisar las de otros.

Los aportes teóricos, desde la economía, sobre el trabajo de cuidado, referido


fundamentalmente como trabajo doméstico no remunerado, se inician con los
economistas clásicos. Ellos identificaron la importancia de la reproducción de la fuerza
de trabajo, pero concentraron su atención sólo en la cuestión de los “bienes salarios”
consumidos por los hogares, sin explorar el rol del trabajo doméstico en este proceso.
Esto es así porque su interés radicaba en la relación entre el valor del trabajo (su
precio natural) y el precio del trabajo (el salario), tal como se determina en el mercado.
Para ellos el precio del trabajo está dado por el valor de los bienes de subsistencia del
trabajador, sin los cuales no podría participar en los procesos productivos y, por
consiguiente, crear riqueza. El trabajo doméstico, entonces, contribuiría a la
generación del valor de estos bienes de subsistencia consumidos por los trabajadores.
En el contexto de esta discusión, los clásicos asumieron como natural el modelo
jerárquico del matrimonio y la familia con la autoridad investida en la figura del
esposo/padre.

La pregunta siguiente sería: ¿qué actividades domésticas no remuneradas se incluyen


en el dominio de la economía del cuidado, ¿se incluyen todas las actividades realizadas
por los miembros del hogar que tengan como objetivo cuidar de sí mismos o de otros
miembros?. Este refiere a todas las actividades desarrolladas por y para los miembros
del hogar que podrían ser delegadas a una tercera persona y que producen bienes o
servicios mercantilizables (en el sentido de pasibles del intercambio mercantil). Se
distingue de esta manera de las tareas de cuidado personal que cada persona realiza
por sí misma (comer, lavarse) y actividades recreativas que no pueden delegarse
(mirar televisión, escuchar música).

En España se emplearon 130 millones de horas diarias en 2018 en trabajo de cuidados


no remunerado, una cifra que equivale a 16 millones de personas trabajando ocho
horas al día sin percibir remuneración alguna y al 14,9% del PIB, según ha asegurado
la directora del Departamento de Condiciones de Trabajo e Igualdad de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), Manuela Tomei.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) sostiene que si se aumentasen las


inversiones en un 109% con respecto a los niveles de 2015, España podría crear más
de un millón de trabajos en el sector de los cuidados.

Según la organización, "para alcanzar las metas" de educación y salud de los


Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y "cerrar los déficits que
hay de cuidados se estima que en España" habría que alcanzar una inversión pública
y privada de 282 millones de dólares para 2030, cerca de 246 millones de euros (en
2015 fue de 135 millones de dólares, unos 118 millones de euros), es decir aumentar
las inversiones a en un 109% con respecto a los niveles de 2015.

También observamos como existe una gran brecha salarial es este tipo de trabajo.
Aunque la contribución de los hombres al trabajo de cuidados no remunerado ha
aumentado, la Organización Internacional del Trabajo calcula que se necesitarían
210 años a ese ritmo para cerrar la brecha de género en este sector. En el mismo, el
dato más destacado es que a nivel mundial, las mujeres realizan el 76,2 por ciento
del trabajo no remunerado de cuidados, dedicándole 3,2 veces más tiempo que los
hombres, según ha informado la organización.

Asimismo, el informe alerta que, de no afrontar los déficits actuales en la prestación


de servicios de cuidado y su calidad, se creará una “grave e insostenible” crisis del
cuidado a nivel mundial y aumentarán más aún la desigualdad de género en el
trabajo. Según datos de 2015 a nivel mundial, 2.100 millones de personas necesitan
cuidados, incluidos 1.900 millones de niños menores de quince años y 200 millones
de ancianos.

Otra cuestión relevante es que el trabajo de cuidados no remunerado afecta


también al número de horas disponibles de las mujeres para trabajar en el mercado
de trabajo que incide sobre sus ingresos y sus condiciones de trabajo. En este
sentido, las madres de niños menores de cinco años presentan las tasas de empleo
más bajas (el 47,6 por ciento) en comparación no solo con los padres (el 87,9 por
ciento) y los hombres que no son padres (el 78,2 por ciento), sino también con las
mujeres que no son madres (el 54,4 por ciento) de niños de 0 a 5 años.

Respecto al cuidado infantil, la Encuesta de Condiciones de Vida revela que el 46,8%


de la población de 3 y 4 años del total del país asiste a algún centro de cuidado
infantil (principalmente guarderías y jardines). Pero este nivel de asistencia difiere
mucho por nivel socio-económico. Mientras que en los hogares del primer quintil de
ingreso (los más pobres) menos del 30% asiste, este porcentaje se eleva a casi 90%
en el estrato superior (quinto quintil). Asimismo, más de la mitad de la población que
asiste a un centro de cuidado infantil lo hace a un establecimiento público, pero
nuevamente, esto cambia significativamente según el quintil de ingreso por lo que se
demuestra, por otra parte, que a una buena economía de los cuidados solo pueden
llegar los que poseen mayor poder adquisitivo.

En síntesis, la evidencia muestra que el trabajo de cuidado es asumido mayormente


por los hogares y, dentro de los hogares, por las mujeres y es aquí donde aparece la
economía feminista.

Esto deviene de la concurrencia simultánea de una serie diversa de factores. En


primer lugar, la mencionada división sexual del trabajo. En segundo lugar, y
relacionado con lo anterior, la naturalización de la capacidad de las mujeres para
cuidar. Esto es, la construcción de una idea social (que las mujeres tienen mayor
capacidad que los hombres para cuidar) a partir de una diferencia biológica (la
posibilidad que las mujeres tienen y los hombres no, de parir y amamantar). Así, se
considera que esta capacidad biológica exclusiva de las mujeres las dota de
capacidades superiores para otros aspectos del cuidado (como higienizar a los niños
y las niñas, preparar la comida, limpiar la casa, organizar las diversas actividades de
cuidado necesarias en un hogar). Lejos de ser una capacidad natural, se trata de una
construcción social sustentada por las relaciones patriarcales de género, que se
sostiene en valoraciones culturales reproducidas por diversos mecanismos como la
educación, los contenidos de las publicidades y otras piezas de comunicación, la
tradición, las prácticas domésticas cotidianas, las religiones, las instituciones.

En tercer lugar, la forma que adopta la organización social del cuidado depende de
los recorridos históricos de los regímenes de bienestar, en los que la cuestión del
cuidado fue considerada como responsabilidad principal de los hogares (y dentro de
ellos, de las mujeres). De este modo, la participación del Estado quedó reservada
para aspectos muy específicos (por caso, la educación escolar) o como complemento
de los hogares cuando las situaciones particulares lo ameritaran (por ejemplo, para
el caso de hogares en situaciones de vulnerabilidad económica y social).

Finalmente, la forma de la organización social del cuidado se vincula con el cuidado


como experiencia socioeconómicamente estratificada. En efecto, los hogares
pertenecientes a diferentes estratos económicos cuentan con distintos grados de
libertad para decidir la mejor manera de organizar el cuidado de las personas. Las
mujeres que viven en hogares de ingresos medios o altos cuentan con la
oportunidad de adquirir servicios de cuidado en el mercado (salas maternales o
jardines de infantes privados) o de pagar por el trabajo de cuidado de otra mujer
(una empleada de casas particulares). Esto alivia la presión sobre su propio tiempo
de trabajo de cuidado no remunerado, liberándolo para otras actividades (de trabajo
productivo en el mercado, de autocuidado, de educación o formación, de
esparcimiento). Estas opciones se encuentran limitadas o directamente no existen
para la enorme mayoría de mujeres que viven en hogares de estratos
socioeconómicamente bajos. En estos casos, la presión sobre el tiempo de trabajo de
las mujeres puede ser superlativa y las restricciones para realizar otras actividades
(entre ellas, la participación en la vida económica) son severas. De este modo, la
organización social del cuidado resulta en sí misma un vector de reproducción y
profundización de la desigualdad.

Adicionalmente, la organización social del cuidado puede adoptar una dimensión


trasnacional que se verifica cuando parte de la demanda de cuidado es atendida por
personas trabajadoras migrantes. En las experiencias de la región, sucede con
frecuencia que las personas que migran y se ocupan en actividades de cuidado
(mayoritariamente mujeres) dejan en sus países de origen hijos e hijas cuyo cuidado
es entonces atendido por otras personas, vinculadas a redes de parentesco (abuelas,
tías, cuñadas, hermanas mayores) o de proximidad (vecinas, amigas). Se conforman
de este modo las llamadas «cadenas globales de cuidado», es decir, vínculos y
relaciones a través de los cuales se transfiere cuidado de la mujer empleadora en el
país de destino hacia la trabajadora migrante, y desde esta hacia sus familiares o
personas próximas en el país de origen. Los eslabones de la cadena tienen distinto
grado de fortaleza y la experiencia de cuidado (recibido y dado) se ve de este modo
determinada y atravesada por condiciones de vida desiguales. En este sentido, en su
dimensión trasnacional, la organización social del cuidado agudiza su rol como vector
de desigualdad.

III. Conclusión.

Como ya hemos podido observar, después de esta explicación podemos concluir


que la economía de los cuidados crece cada vez en un ámbito más machista y
xenófobo a la hora de otorgar estos trabajos principalmente solo a mujeres
extranjeras (sobre todo sudamericanas). La valorización del trabajo de cuidados
pasa por un mejor reparto de tareas entre hombres y mujeres, requiere mayor
compromiso por parte del Estado para proporcionar infraestructura y recursos, y
sobre todo, supone la eliminación de una sociedad patriarcal que funciona con
prioridades monetarias y masculinas . Solo así la incorporación de las mujeres al
mundo laboral y a espacios públicos podrá ser en condiciones de igualdad y sin
sobrecargas como viene siendo hasta ahora. Además, es imprescindible la
participación de las mujeres en espacios de toma de decisiones para poder
modificar éstos aspectos.
IV. Bibliografía.

Gálvez Muñoz, L. (2016). La economía de los cuidados. Madrid: deculturas. Recuperado el


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Carrasco Bengoa, C. (2011). La economía del cuidado: planteamiento actual y desafíos


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Rodríguez Enríquez, C. (2005). Políticas de protección social, economía del cuidado y equidad
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https://www.cepal.org/mujer/reuniones/mesa38/c_rodriguez.pdf

Fuentes: La vanguardia. Organización Internacional del trabajo (OIT). Ministerio de Sanidad


y Salud.

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