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La Iglesia utilizaba para la mujer dos imágenes, que pretendía instaurar como
modelo en una sociedad cada vez más compleja que debía dirigirse con mano de hierro si
se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la costilla de
Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso por su pecado original. La segunda es
la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación como madre y como
esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias, pero no es sino la impresión
general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo real.
Como se muestra a continuación, esta imagen era amparada y fomentada por las
semillas plantadas por los Padres de la Iglesia, de diferentes épocas, pero cuya palabra
permanecía respetada.
Según San Agustín (s IV d.C): “ Hay que dirigirse a las mujeres con severidad y
hablar con ellas lo menos posible…No se puede confiar ni en la más virtuosa”
Santo Tomás de Aquino (s. XIII d.C.): “…bajo el encanto de sus palabras se
esconde el virus de la mayor lascivia. “ Dios creó a la mujer más imperfecta que el hombre
por tanto debe esta obedecerle ya que el hombre pose más sensatez y razón”
San Jerónimo (s IV d.C.): “…jamás os detengáis con una mujer sola y sin testigo”
A diferencia del ideal de mujer que existía en la época, también surgió otra figura
importante en torno a la mujer, que contradecía todo lo que se planteaba sobre esta, pues
era rebelde y liberal: la mujer cortesana. En el renacimiento hubo una cierta elevación de
la mujer cortesana, como, por ejemplo, en Italia y en Venecia. El oficio de estas mujeres
era la prostitución, a medida asociada con ricos y aristócratas. Estas lograron traspasar de
a poco la barrera que las separaba de los hombres, y consiguieron educarse en las materias
más importantes, pues, al no ser mujeres “dignas” según la sociedad, y como no habrían
de formar familia en corto plazo, debían hacerse valer y conseguir trabajo a través de
otros medios. El trato que se les daba y la libertad de la que gozaban era profundamente
a la de aquellas que sus funciones exclusivas seguían siendo la procreación y la
satisfacción del hombre. Estas mujeres estaban inmersas en un mundo intelectual elevado,
a comparación de sus pares, pero además estaban sumidas en un mundo erótico,
hedonista, donde las artes de la sexualidad no pasaban desapercibidas. Frecuentemente se
les adjudicaba la figura de Eva, como mujer sensual, pecaminosa, que se rebelaba contra
las reglas a las cuales estaba sostenida, y que por ende, llevaba al pecado.
Siendo las cortesanas la excepción, la educación no era algo habitual para el
común de las jóvenes europeas. Dentro de las familias nobles, las hijas recibían una
educación conducida por los varones y se limitaba a los oficios del hogar y a la
colaboración con el futuro marido en la administración de sus tierras. Existían
recomendaciones, exigencias y limitaciones respecto de lo que las mujeres podían leer,
alejándola de cualquier tipo de literatura que la llevase al pecado. Tomando lo
mencionado, se puede apelar nuevamente al libro “La perfecta Casada”, de Fray de León,
que recomienda la lectura de La Biblia principalmente, y textos de literatos como Cicerón,
Séneca, entre otros de dicha naturaleza.
La educación es uno de esos campos en los que la mujer tiene cierto espacio en
esta época. Era ella, desde que la mayoría de la población es analfabeta, la encargada de
transmitir la cultura y los conocimientos que poseía a los hijos y las hijas. Si nos referimos
a las nobles, hoy en día sabemos que la mayoría de ellas cultivaron saberes.
Por el contrario, el acceso a la educación para las clases bajas fue mucho más
complicado, especialmente en las zonas rurales. Las monjas eran las más afortunadas
entre todas las mujeres si a la educación nos referimos, ya que podían llegar incluso a
conocer el latín y el griego y por tanto a leer y escribir. Debieron enfrentarse a un
cuestionamiento ya que se las consideraba sin rigor por simple hecho de ser mujeres, así
como con menor inteligencia, menos capacidades: las prescripciones o normas que debían
seguir las mujeres, independientemente de su edad o clase social, se regían por libros y
tratados siempre escritos por hombres. Sin embargo, la educación de las mujeres que se
contemplaba por los tratadistas como un medio para que cumplieran con sus obligaciones
y se mantuvieran sumisas a los hombres.
En el siglo XVI, el teólogo Gaspar de Astete decía que las mujeres no podían
ganarse la vida escribiendo, entonces se preguntaba para qué darles algo que no les servirá
para nada. Y, por el contrario remarcaba que las armas de la mujer debían ser el huso y la
rueca. A modo de mencionar el pensamiento maculino mayoritario de la época, anexamos
el pensamiento del pedagogo, humanista y filósofo Juan Luis Vives, quién defendía que
las mujeres debían saber leer pero sólo debían leer determinadas obras.
Si bien se les instruía en lectura, fueron pocas las mujeres que se instruyeron en
escritura, puesto no se consideraba algo bien visto o correcto; Según Carmen Sanchidrián
(2016) la escritura siempre implicaba un «riesgo» más. Si sólo sabes leer, podemos
«aprehender» las ideas de los demás, pero no podemos trasmitir las nuestras más que
oralmente. Lo que implica la capacidad de escribir es, precisamente, el peligro de trasmitir
a los demás y a muchas personas a la vez, si se imprimen y a personas de muchas
generaciones, las propias ideas. (En Historia y Memoria de la Educación; pp.10. 2016)
De todos modos y como puede verse en mayor o menor medida en todas las
épocas, siempre ha habido figuras que se han rebelado contra lo establecido. Además de
las ya mencionadas cortesanas, hubo algunas mujeres destacadas, ya sea en el campo de
las artes o de la literatura, que lograron hacer de sus talentos una profesión, viviendo de
ello.
WEBGRAFÍA: