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El Renacimiento es un período que se enmarcó entre el siglo XV y el siglo XVIII;

se caracterizó por ser la transición de la Edad Media a la Edad Moderna, por su


antropocentrismo y la reivindicación de aspectos de la cultura clásica greco-romana.

Se llama Renacimiento al movimiento cultural que surge en la Europa


del S. XIV -Teniendo su origen en Italia, llegando a su apogeo al iniciarse el
siglo XVI. Y que se caracterizó por ser parte en la transición de la Edad Media a
la Edad Moderna.
La característica principal de este movimiento es que las artes, la ciencia y las
letras junto con la percepción de los gustos italianos se generalizan por toda Europa.
También aparece la admiración por la antigüedad grecorromana. Este entusiasmo
considera a las culturas clásicas como la realización suprema de un ideal de perfección
en todos los órdenes; esto explica el calificativo de Renacimiento, pues se trata de renacer,
volviendo a dar vida a los ideales que el hombre, después del aletargamiento del medioevo
se despierta logrando pensar con más libertad de espíritu, logrando conducirse a la
libertad de pensamiento, el culto a la vida, al amor y también a la naturaleza.
El germen del Renacimiento es también el humanismo, un movimiento cultural
que determina una nueva concepción del hombre y del mundo. Mientras el hombre de la
Edad Media había situado a Dios en el centro del Universo y considerado la existencia
terrena como una estación de paso para conquistar la vida eterna, el hombre del
Renacimiento cambia sus valores y se coloca en el centro de un mundo que considera
digno de ser vivido por si mismo. De esta nueva valoración del hombre nace el
humanismo, cuyo pensamiento y característica fundamental es el antropocentrismo, con
el hombre como centro de todas las cosas, y el geocentrismo; ya no es dios el centro de
todas las cosas como lo era en la Edad Media.
En esta radical división entre el mundo de la razón y el de la fé, también habrá
gran influencia de las escuelas filosóficas. La razón empezará a centrarse en el estudio de
la naturaleza una vez desentendida de lo teológico.
En esta época inicial, la condición de la mujer no sufre una gran variación desde
la Edad Media. Mientras el hombre se coloca como centro del Universo dando lugar al
humanismo, la mujer ocupa el mismo lugar de sumisión y obediencia.

La Iglesia utilizaba para la mujer dos imágenes, que pretendía instaurar como
modelo en una sociedad cada vez más compleja que debía dirigirse con mano de hierro si
se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la costilla de
Adán y propició la expulsión de ambos del Paraíso por su pecado original. La segunda es
la de María, que representa, además de la virginidad, la abnegación como madre y como
esposa. Ambas visiones pueden parecer contradictorias, pero no es sino la impresión
general que tenemos de la época: lo ideal frente a lo real.

Desde el punto de vista social, podríamos hacer una algunas diferenciaciones en


cuanto a la posición de las mujeres; la mujer noble que se dedicaba a educar y criar a sus
hijos y dirigía la casa, la burguesa supeditada fundamentalmente a las tareas domésticas
y a la colaboración con su esposo en el hogar, la campesina compaginaba las tareas
domésticas con las que debía realizar en el campo y la monja que se entregaba a dios y
respondía a sus superiores también masculinos. La primera de ellas era la única que podía
gozar de privilegios y la que, si fuese posible, podría alcanzar un mayor reconocimiento.

La figura de la mujer permaneció como inferior a la del hombre, por lo que el


machismo fue una constante de la época. Hasta el siglo XVIII, la mujer era mirada a
través de una perspectiva aristotélica, es decir, subyugada por el hombre. “El macho es
por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este
principio de necesidad se extiende a toda la humanidad.” (Aristóteles, Política, en La
Naturaleza Humana en Aristóteles). A través de estas palabras, podemos apreciar cómo
Aristóteles creía en la mujer como una persona sumisa al hombre, ideales que se extendían
en el Renacimiento en torno a la mujer, como una figura servil y fiel.

En este período de transición existía un ideal de mujer, una figura a la que se


aspiraba llegar a ser. Se basaba, como se mencionó con antelación, en la imagen de la
Virgen María, mujer angelical, perfecta como ser humano, esposa y madre. Se pretendía
tener a una mujer que imitara la pureza de la Virgen, dedicada al hombre y a las labores
domésticas. Un ejemplo de dicho ideal puede ser visto en “la Perfecta Casada” de Fray
de León, publicado en Salamanca, en 1584. En este libro se plantea como debería ser la
mujer ideal en torno a su familia, esposo y religión. Como menciona dicho autor, “Que
es decir que ha de estudiar la mujer, no en empeñar a su marido y meterle en enojos y
cuidados, sino en librarle de los y en serie perpetua causa de alegría y descanso” (De
León, Luis, 1584). Como se puede ver en dicho extracto, era inherente al ser humano de
esa época valorar a la mujer según su trabajo como madre y ama de casa, y donde la mujer
debía complacer a su marido, despejarlo de sus penas, cuidarlo y servirle.
Por otro lado, la castidad de una mujer, o llámese virginidad, era motivo de honra
para el marido como para el Estado, pues la mujer era “propiedad” de ambos.

La imagen femenina se veía condicionada por el discurso clerical, es decir, el


discurso masculino de quienes detentaban el poder de la palabra, de la cultura y de la
tradición. Diabólico por esencia, el género femenino no se reconocía como como un otro;
sino que, en grados diferentes según regiones y épocas, dependió del universo masculino
para justificar su existencia.

Como se muestra a continuación, esta imagen era amparada y fomentada por las
semillas plantadas por los Padres de la Iglesia, de diferentes épocas, pero cuya palabra
permanecía respetada.

Según San Agustín (s IV d.C): “ Hay que dirigirse a las mujeres con severidad y
hablar con ellas lo menos posible…No se puede confiar ni en la más virtuosa”

Santo Tomás de Aquino (s. XIII d.C.): “…bajo el encanto de sus palabras se
esconde el virus de la mayor lascivia. “ Dios creó a la mujer más imperfecta que el hombre
por tanto debe esta obedecerle ya que el hombre pose más sensatez y razón”

San Jerónimo (s IV d.C.): “…jamás os detengáis con una mujer sola y sin testigo”

A diferencia del ideal de mujer que existía en la época, también surgió otra figura
importante en torno a la mujer, que contradecía todo lo que se planteaba sobre esta, pues
era rebelde y liberal: la mujer cortesana. En el renacimiento hubo una cierta elevación de
la mujer cortesana, como, por ejemplo, en Italia y en Venecia. El oficio de estas mujeres
era la prostitución, a medida asociada con ricos y aristócratas. Estas lograron traspasar de
a poco la barrera que las separaba de los hombres, y consiguieron educarse en las materias
más importantes, pues, al no ser mujeres “dignas” según la sociedad, y como no habrían
de formar familia en corto plazo, debían hacerse valer y conseguir trabajo a través de
otros medios. El trato que se les daba y la libertad de la que gozaban era profundamente
a la de aquellas que sus funciones exclusivas seguían siendo la procreación y la
satisfacción del hombre. Estas mujeres estaban inmersas en un mundo intelectual elevado,
a comparación de sus pares, pero además estaban sumidas en un mundo erótico,
hedonista, donde las artes de la sexualidad no pasaban desapercibidas. Frecuentemente se
les adjudicaba la figura de Eva, como mujer sensual, pecaminosa, que se rebelaba contra
las reglas a las cuales estaba sostenida, y que por ende, llevaba al pecado.
Siendo las cortesanas la excepción, la educación no era algo habitual para el
común de las jóvenes europeas. Dentro de las familias nobles, las hijas recibían una
educación conducida por los varones y se limitaba a los oficios del hogar y a la
colaboración con el futuro marido en la administración de sus tierras. Existían
recomendaciones, exigencias y limitaciones respecto de lo que las mujeres podían leer,
alejándola de cualquier tipo de literatura que la llevase al pecado. Tomando lo
mencionado, se puede apelar nuevamente al libro “La perfecta Casada”, de Fray de León,
que recomienda la lectura de La Biblia principalmente, y textos de literatos como Cicerón,
Séneca, entre otros de dicha naturaleza.

La educación es uno de esos campos en los que la mujer tiene cierto espacio en
esta época. Era ella, desde que la mayoría de la población es analfabeta, la encargada de
transmitir la cultura y los conocimientos que poseía a los hijos y las hijas. Si nos referimos
a las nobles, hoy en día sabemos que la mayoría de ellas cultivaron saberes.

Por el contrario, el acceso a la educación para las clases bajas fue mucho más
complicado, especialmente en las zonas rurales. Las monjas eran las más afortunadas
entre todas las mujeres si a la educación nos referimos, ya que podían llegar incluso a
conocer el latín y el griego y por tanto a leer y escribir. Debieron enfrentarse a un
cuestionamiento ya que se las consideraba sin rigor por simple hecho de ser mujeres, así
como con menor inteligencia, menos capacidades: las prescripciones o normas que debían
seguir las mujeres, independientemente de su edad o clase social, se regían por libros y
tratados siempre escritos por hombres. Sin embargo, la educación de las mujeres que se
contemplaba por los tratadistas como un medio para que cumplieran con sus obligaciones
y se mantuvieran sumisas a los hombres.

En el siglo XVI, el teólogo Gaspar de Astete decía que las mujeres no podían
ganarse la vida escribiendo, entonces se preguntaba para qué darles algo que no les servirá
para nada. Y, por el contrario remarcaba que las armas de la mujer debían ser el huso y la
rueca. A modo de mencionar el pensamiento maculino mayoritario de la época, anexamos
el pensamiento del pedagogo, humanista y filósofo Juan Luis Vives, quién defendía que
las mujeres debían saber leer pero sólo debían leer determinadas obras.

Si bien se les instruía en lectura, fueron pocas las mujeres que se instruyeron en
escritura, puesto no se consideraba algo bien visto o correcto; Según Carmen Sanchidrián
(2016) la escritura siempre implicaba un «riesgo» más. Si sólo sabes leer, podemos
«aprehender» las ideas de los demás, pero no podemos trasmitir las nuestras más que
oralmente. Lo que implica la capacidad de escribir es, precisamente, el peligro de trasmitir
a los demás y a muchas personas a la vez, si se imprimen y a personas de muchas
generaciones, las propias ideas. (En Historia y Memoria de la Educación; pp.10. 2016)

De todos modos y como puede verse en mayor o menor medida en todas las
épocas, siempre ha habido figuras que se han rebelado contra lo establecido. Además de
las ya mencionadas cortesanas, hubo algunas mujeres destacadas, ya sea en el campo de
las artes o de la literatura, que lograron hacer de sus talentos una profesión, viviendo de
ello.

A partir de La ciudad de las Damas de Christine de Pisan publicada en 1405, donde


se desprenden los valores intelectuales de las mujeres y sus capacidades para intervenir
en cualquier asunto, se produjo una respuesta contundente a los escritos que denigraban
al sexo femenino. Este texto se considera el inicio de un debate literario y sobre todo,
social y político, pues preconizaba una nueva organización social, que dio lugar a una
serie de textos escritos o a actitudes de las mujeres a través de los cuales se defendían sus
capacidades y la necesidad de que fueran educadas e instruidas, y temas como la supuesta
inferioridad física de la mujer, la justificación de la violación, como aquellos que se
ajustan más al contexto social en el que vivía, como el impedimento de participación
política en la ciudad por parte de las mujeres, los matrimonios impuestos, entre otros.

Tras lo mencionado, podemos decir que, con el Renacimiento inicia la formación


femenina en las altas esferas sociales. Y también, aunque de modo lento, inicia la
tradición de las mujeres productoras de arte, literatura o pensamiento. La mujer empieza
lentamente a dejar de ser un objeto pasivo, para convertirse en participante en la cultura.
Aunque escueta y muy poco visible en los estudios históricos, la aportación de la mujer a
la cultura europea fue tangible y alentadora para todas las mujeres que les siguieron en el
tiempo. Lo más importante, pues, es el punto de partida, el inicio de una contribución
cultural que irá en aumento y será ya imparable. Desde el Renacimiento hasta nuestros
días, la aportación de la mujer en la cultura europea resulta hoy indiscutible.

Si bien la formación en arte y literatura era imprescindible en una dama de corte,


la formación en la ejecución de las artes plásticas – es decir- aprender a pintar o a esculpir,
no era bien visto en la época. En menor grado la literatura, el ejercicio de la cual resultaba
más “inofensivo” para la inmaculada mujer renacentista. Progresivamente al
debilitamiento de las condiciones que impedían el acceso de las mujeres a la cultura,
aumentó el número de mujeres que escribían poesía y se interesaban por la ciencia, la
política y la música, fundamentalmente entre la clase noble.

El siglo XVIII pone de manifiesto la importancia de la educación y la necesidad


de ampliarla. Para ello, tendrá gran importancia la publicación de la Enciclopedia; esta
obra trataba de recoger todos los conocimientos y transmitirlos a todos aquellos que sepan
leer. Otra obra importante será la de Emilio de Rosseau, en ella da una imagen de la mujer
compañera ideal de Emilio, la cual debe saber coser, cocinar, tocar el clavicordio, pero
no porque supiese tocarlo sino porque sus manos eran bellas sobre el teclado.

Los modelos femeninos de la época se establecen mediante la difusión de ciertos


comportamientos, valores y principios. En el siglo XVI cuando el modelo femenino sufre
una primera ruptura apareciendo diferentes concepciones de lo que hasta ahora había sido
la feminidad. Hay mujeres que dan mayor importancia al cultivo del intelecto (ya no sólo
se consideran esposa y madre).

Este modelo se contrapone al modelo impuesto por la monarquía en el que prima


el recato y la contención. A partir de este siglo, los modelos se sustentan en nuevos
valores, ya que se intentan establecer similitudes con mujeres clásicas y bíblicas.

Entre los principales medios de difusión de estos modelos o ideales femeninos


destacan los tratados de educación, que también se encargan de regular otros aspectos de
su vida cotidiana como la vestimenta o la alimentación, explican cuáles son los pasos para
alcanzar la virtud y la sabiduría, que solo pueden alcanzarse si esta se preocupa de conocer
su cuerpo y su alma dejando a un lado todos aquellos elementos que tratan de modificar
su cuerpo como los ornamentos; y alejan a la mujer de los vicios.

Pese a la revolución científica que supuso el Renacimiento, para la mujer no la


hubo. La ciencia, sobre la mujer, reafirmaba lo que la tradición y la doctrina de la iglesia
decían sobre ella. Las conclusiones de la ciencia continuaron sosteniendo la superioridad
del varón y la subordinación de la mujer; la mujer resulta un tema de controversia, unos
la atacan y otros la defienden.
BIBLIOGRAFÍA:

 Cagnolati. A. (2016) Historia y Memoria de la Educación. Arcibel Editores. Sevilla.


España.
 De León, L. (1584) La perfecta casada; Salamanca. España.
 Pérez Hernández. L. (2016) Apariencia, educación e indumentaria femenina en los
siglos XVI y XVII. Departamento de Historia Moderna. Universidad Complutense de
Madrid. Madrid. España.
 Beltrán Llidó. M. Chabrera Rovira. M. Carmen; y otros (2013) La mujer en el
Renacimiento español; S XVI-XVII. Universitat Jaume. Asunción

WEBGRAFÍA:

 Fraile Seco. D. (s/f) Mujer y cultura: La Educación de las mujeres en la Edad


Moderna. Extraído el 29/07/2019 a las 20:01 horas de:
file:///C:/Users/Martina%201/Downloads/Dialnet-MujerYCultura-2167065.pdf
 Rodríguez Donis. M. (2011) La naturaleza humana en Aristóteles. Universidad de
Sevilla. Extraído el 08/08/2019 a las 17.48 horas de:
file:///C:/Users/Martina%201/Downloads/DialnetLaNaturalezaHumanaEnAristotele
s-3804860.pdf

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