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BEN CLARK

MEMORÍA
1ª Edición: de 2008



© Ben Clark
© Prólogo: Ángel Luis Prieto de Paula
© Fotografía de portada: Pablo S. Herrero
© Fotografía del autor: Alberto de la Rocha
© HUACANAMO, S. L.
Passeig del Born 16, 1º 2ª
08003 Barcelona
www.huacanamo.com
ISBN:
Depósito Legal:
Impreso en España – Printed in Spain
Imprenta: Romanyà-Valls


PRÓLOGO

LLAVES
DE
LA
MEMORIA,
CERROJOS
DE
LA
MUERTE



Tuve
la
primera
noticia
de
Ben
Clark
por
su
libro
Los
hijos

de
los
hijos
de
la
ira
(2006).
La
referencia
a
Dámaso
Alonso
y

a
la
angustia
entre
existencial
e
histórica
de
su
Hijos
de
la
ira

no
ocultó
la
novedad
de
esa
propuesta.
La
del
joven
no
era

ya
 la
 voz
 agónica
 de
 su
 predecesor,
 que
 clamaba
 en
 los

albañales
funerarios
de
una
ciudad‐pudridero
(“Madrid
es

una
ciudad
de
más
de
un
millón
de
cadáveres”...),
sino
una

voz
de
muy
distinto
signo,
ajena
a
aquel
horror
demasiado

explícito,
 a
 sus
 jadeos
 tremendistas
 y
 a
 su
 alegorismo

trascendente.
Por
los
bulevares
y
parques
de
hormigón
de

la
 nueva
 urbe,
 alumbrados
 por
 una
 luz
 irreal
 en
 la
 que

espejean
 las
 partículas
 en
 suspensión
 del
smog
 industrial,

paseaba
un
flâneur
aturdido
que
decía
ser
poeta.
Supongo

que
 el
 libro
 llamó
 a
 muchos
 la
 atención
 porque
 podía

vincularse
 a
 modelos
 conocidos:
 un
 poeta
 recién

incorporado
mordía
la
mano
de
la
tradición
que
le
daba
de

comer.
 A
 mí,
 sin
 embargo,
 me
 interesó
 sobre
 todo
 por
 su

actitud
 ante
 el
 mundo
 alejada
 de
 las
 dicotomías
 morales,

que
 encauzaba
 estéticamente
 un
 estupor
 contemporáneo

que
no
respondía
a
las
fórmulas
estabilizadas
del
arraigo
(y

su
 placidez
 discursiva)
 y
 del
 desarraigo
 (y
 sus
 estertores

tremebundos).

Ahora
Ben
 Clark
 trae
 bajo
 el
 brazo
 un
 libro
 titulado

Memoría.
Las
citas
que
lo
encabezan
(de
Boris
Vian,
Félix
de

Azúa,
Jorge
Luis
Borges)
engarzan
la
memoria
y
la
muerte,
y

compendian
el
encuentro
entre
la
reviviscencia
del
pasado

y
 la
 figuración
 de
 la
 propia
 consunción,
 adobado
 con
 una

invocación
al
amor.
El
poeta,
que
en
su
libro
anterior
había

liberado
una
sucesión
de
endecasílabos
en
tropel
pisándose

5

los
talones,
refrena
aquí
su
ritmo.
Éste
es
aún
muy
marcado

en
 general,
 de
 endecasílabos
 combinados
 ocasionalmente

con
otros
versos,
octosílabo
incluido,
y
con
tiradas
prosarias

de
gran
espesura
narrativa,
como
poniendo
en
cuestión
la

poesía
que
se
sabe
poesía.

El
sujeto
de
estos
versos,
templado
en
la
intemperie,

no
cifra
su
proyecto
de
vida
en
subvertir
el
Estado
de
Cosas,

sustituir
 a
 algún
 dios
 o
 hacer
 pedazos
 el
 mundo,
 sino
 en

“salir
a
la
calle
a
ser
un
hombre
/
más”.
Lo
cual
recuerda
a

aquellos
autores,
ellos
sí
hijos
de
la
ira,
que
más
de
medio

siglo
 atrás
 pretendían
 cantar
 lo
 que
 el
 poeta
 “tiene
 de

común
 con
 los
 demás
 hombres”
 (lo
 dijo
 Hierro
 en
 la

Antología
 consultada
 de
 Ribes).
 Pero
 si
 en
 Hierro
 —o
 en

Nora,
 en
 Crémer,
 en
 Celaya—
 la
 homogeneidad
 de
 los

hombres
no
abjuraba
de
la
función
profética
y
redentora
de

la
poesía,
en
los
lindes
de
la
fraternidad
bíblica,
en
Ben
Clark

viene
acompañada
de
una
consideración
muy
rebajada
de

la
propia
escritura:
una
tarea
que,
hoy
como
ayer,
da
cuenta

de
 la
 vida
 “con
 los
 mismos
 artificios
 /
 baratos
 que
 otros

muchos
 /
 ya
 usaron
 (y
 mejor)”,
 según
 expresa
 el
 poema

final,
que
concluye
con
este
broche:
“Es
igual:
al
final
todo
es

lo
mismo”.

Alienta
 en
 el
 libro
 una
 esencial
 identidad
 entre
 la

belleza
y
la
muerte,
en
la
que
repararon
numerosos
poetas

anteriores
(al
fondo,
August
von
Platen
y
su
“Tristán”).
Pero

la
virtud
de
un
tópico
no
se
cifra
en
la
hipotética
verdad
que

encarna
fuera
del
ámbito
literario,
sino
en
su
capacidad
de

suscitar
 una
 emoción
 bajo
 la
 costra
 de
 su
 calcificación

cultural;
aquí,
la
muerte
a
que
aboca
la
contemplación
de
la

belleza.
El
poema
“La
mamparra”
—alusión
al
arte
de
pesca

que
 atrae
 los
 peces
 mediante
 una
 luz
 submarina—

simboliza
 esa
 propensión
 letal
 de
 la
 que
 sólo
 puede
 uno

escapar
 renunciando
 a
 la
 luz,
 como
 el
 pez
 que,
 habiendo

estado
a
las
puertas
de
la
claridad
suma,
“seguirá
nadando

6

un
poco
más”;
aunque
esa
vida
por
venir,
conseguida
a
tan

alto
precio,
sea
ya
sólo
un
montoncito
de
escoria.
Resulta
así

la
vida
un
don
que
se
niega
a
sí
mismo,
pues
en
su
propia

naturaleza
 se
 agazapa
 la
 renuncia
 al
 todo:
 como
 dijera
 a

otro
propósito
Valente,
los
vivos
somos
unos
supervivientes

fraudulentos.

En
 el
 libro
 hay
 fábulas
 docentes,
 redes
 de
 símbolos,

máximas
 (mínimas
 o
 no
 tanto)
 sobre
 esto
 y
 aquello,

imágenes
 nunca
 desbordadas
 de
 alguien
 que
 se
 sitúa

extramuros
de
la
realidad
que
ocupan
los
otros.
Pues
nadie

debería
engañarse:
so
capa
de
cotidianidad,
con
esa
llaneza

expresiva
y
ese
aire
de
andar
por
casa
(y
por
las
calles
del

barrio),
 este
 autor
 actúa
 como
 aquel
 que
 ha
 caído
 en
 la

cuenta
frente
a
quienes,
o
crédulos
o
gregarios,
tienen
fe
en

sus
 actos
 y
 organizan
 su
 existencia
 en
 un
 orden
 finalista,

personificados
 en
 los
 aplicados
 lectores
 o
 estudiosos
 del

poema
“En
una
biblioteca
en
Salamanca”:
“Me
pregunto
qué

esperan
 sobre
 el
 conglomerado,
 /
 qué
 les
 han
 prometido

para
 arquearse
 así,
 /
 rindiendo
 pleitesía,
 cargados
 de

esperanza”.

Este
libro
ya
no
es,
como
el
que
le
antecedió,
un
libro

generacional
 que
 hubiera
 de
 leerse
 en
 clave
 posmoderna:

un
 dibujo
 de
 la
 nada
 en
 que
 quedaron
 los
 proyectos

metafísicos
tras
 haberse
 precipitado
 por
el
 derrumbadero

de
las
gemonías.
Es
más
bien
el
testimonio
de
alguien
que

ha
marcado
distancias
también
con
los
suyos
y
ha
acotado

el
 territorio
 de
 su
 yo,
 tan
 precario
 como
 se
 quiera.
 Por
 sí

sola,
 su
 juventud
 ya
 no
 le
 propiciará
 aplausos
 ni
 lo

amparará
de
críticas.
Que
cada
palo
aguante
su
vela:
la
suya

va
 bien
 sujeta,
 encarando
 los
 vientos
 destemplados
 de
 un

mundo
en
que
la
poesía
busca
un
nuevo
acomodo.


Ángel
Luis
Prieto
de
Paula


7




















Prólogo: Maïakovski aparta, pensativo, la
nieve de su puerta

Dejar de amarte tanto todo el tiempo,


extrapolar la vida de la tinta
y salir a la calle a ser un hombre
más, un hombre feliz, a poder ser.

Y si no, simplemente un ser humano.


Con eso bastaría,
con tener libertad para dormir,
comer lo suficiente para andar
un poco sobre el suelo, y en otoño
no ver más que hojas secas en los árboles,
que más tarde la nieve
no sea más que nieve si es invierno.


 9
































I

BREVE HISTORIA DE LA MUERTE









24 h. Black Out

El centro mismo del campus


donde Linchestein recubre
carpetas sueños y pechos
es el sitio que ha elegido
un hombre para decir
que es fácil equivocarse.

La página ciento doce
de la autobiografía
imposible de Bourbaki
es el sitio que ha escogido
un joven para reírse
de su miedo a equivocarse.

Un imperio de neumáticos
que sus súbditos construyen
para hacer que caiga al suelo
es el sitio que ha elegido
un niño para llorar
porque alguien se equivocó.

Un punto a medio camino
entre la magia y la ciencia
donde nunca había estado
fue el sitio que se eligió
la noche del apagón
en pleno centro del campus.


 13
La mamparra
(o el amor)

No digas que no tienta tanta luz.


No digas que no atonta y que no ofrece
algo muy parecido a los domingos
soleados; a ramas rebosantes
de adjetivos maduros y de pulpa
dulce y anaranjada. No me adviertas,
no quiero conocer las consecuencias,
no quiero ni siquiera sospechar
cuánta muerte se esconde en la belleza.

No digas que no tienta, amigo mío.
No digas que es posible continuar
así, como si nada, como un pez
que lo ha olvidado todo en dos segundos,
que seguirá viviendo, por supuesto,
que seguirá nadando un tiempo más,
un tiempo y sólo un tiempo limitado,
que seguirá soñando con el día
cuando estuvo a las puertas de la luz.


 14
50
—¿Qué cosas desea hacer antes de morir?
—Ninguna en especial. Bueno, preferiría no morirme.

R. Bolaño entrevistado por M. Maristain

El hombre ya no ocupa ningún centro.


El hombre no es el centro de su vida.
Ni tampoco es el centro de su muerte.

Pero piensa, pensamos, que no es cierto,


que el hombre es importante todavía,
que el hombre está y que allí se aferra, fuerte.

El hombre, tan contento con su muerte,


que pasea, y vive así su vida:
convencido de ser su propio centro.

Que temprano se muere y no, no es cierto


que ser inteligente te haga fuerte
o que no estamos muertos todavía.


 15
Reserva para el Bulli

Es fácil olvidar y ser feliz.


Fijar nuestra atención en los objetos
que poco a poco ocupan nuestra casa.

Llamar de vez en cuando por teléfono.


 16
La mandrágora
(canción)

Bajo tierra se engendran


los besos de los hombres
apestados y tristes.

La mandrágora crece
prometiendo tesoros,
los oblongos durmientes se asfixian en su hedor;

‹‹¡Pero es justa la muerte!››


Se consuelan los pobres.
‹‹¡Sólo es justa la muerte!››

Ríe el enterrador.


 17
Cuando era pequeña, Du’a Khalil Aswad subía
con sus amigos a los tejados a contemplar
el espectáculo de los bombardeos

La oscuridad es cierta y es sincera,


no hay luz que no nos mienta a largo plazo:
la luz, siempre de paso, siempre en otro
lugar distinto y nunca en el futuro.

Qué embustera la luz y sin embargo


es ella la primera que se engaña:
llueve un mensaje muerto entre el vacío,
transporta los cadáveres del tiempo.
Y es toda ella mensaje,
y es toda ella cadáver,
muriendo eternamente mientras viaja.


 18
Breve Historia de la Muerte

La muerte la ha creado un hombre flaco.


Un hombre muy normal que vive solo.
Empieza a estar ya viejo. Nunca sale.
Ni siquiera al pasillo. Lleva un pin
con una calavera y aprovecha
las veces que el vecino pide sal
para hablar de la liga y comentarle
que él inventó la muerte. Sin querer.


 19
Dr. en medicina y cirugía

La vida siempre apuesta por la vida.


En caso de hemorragia nuestro cuerpo
irá sacrificando,
uno a uno,
sus órganos vitales,
para así alimentar nuestro cerebro
unos segundos más.
Es complicado
escribir un poema donde quede
reflejada esta idea. Pero sirve,
sin embargo, en las tardes otoñales,
cuando todo parece estar muriendo
y el amor se pasea en gabardina,
sirve leer un libro y descubrir
que hay algo indefinido que jamás
se deja convencer, que no se rinde,
un instinto suicida que no atiende
a ninguna palabra salvo vida.


 20
Vallejo, virginidad y Volkswagen
Well you’re just 17 and all you wanna do is disappear

QUEEN

Armazón de hojalata que contienes


dos cuerpos abrazados entre el vaho,
eres viejo, más viejo que este amor.
‹‹Este momento, sólo este momento,
si pudiera morir en este instante;
ahora, que no estoy donde me esperan
y me resulta extraña hasta mi voz››.

Y la noche a través del parabrisas


vela la eternidad como una viuda.


 21
34.500 corazones
(26 de septiembre 2005)

Cuando pienso en los muertos,


logro reconocerlos uno a uno.
Cuando los imagino ahí, en silencio,
recorriendo el sendero luminoso
que yo escogí por ellos
no me siento tan solo. Es difícil
para un hombre mayor —un hombre viejo,
qué carajo, las cosas como son—,
pensar a todas horas en sus muertos.

Por eso me dedico últimamente


a pensar por entero en el amor.

Porque también amamos los verdugos,


a pesar de que piensen que no es cierto.
Y yo he amado mucho.
Cuando se acumulaban los cadáveres,
y hubimos de cavar y abrir más surcos
en el erial del sueño peruano,
pensaba en el amor de los difuntos
y lo juzgaba débil por morir.
De esto sé; porque yo he amado mucho.

Pero, últimamente, mi pasado


parece perseguirme en el presente:

fui juzgado
por el áspero viento, por la lluvia,
por los huesos inmóviles del cóndor
y por —y acaso es esto lo que a un hombre
mayor, a un hombre viejo, más le duele—


 22
el amor,
que juró, como Pedro, que jamás
me había conocido,
que el nombre de Guzmán ni le sonaba.


 23
1984

Nací en un mundo fuera del amor.


Un mundo que no sale en los periódicos.
Recuerdo pocas cosas de mi infancia:
parques con jeringuillas. Y la tele.


 24
Más instrucciones para amar las ciudades
Toda ciudad son capas superpuestas
de una ciudad distinta, misteriosa

Andrés Catalán

¿Qué ciudad hay encima de todas las ciudades

que han ido poco a poco recubriendo


viejas piedras y libros excelentes
que alguien leyó y después dejó olvidados
sobre bancos y setos, entre bolsas
de basura y que nadie encontraría
porque no se trataba de la misma
ciudad, sino de un sitio muy distinto,
al final de la página. Ningún
lector podrá volver a su ciudad,
y ninguna ciudad podrá volver
a ser lo que querríamos que fuera
hoy, mañana, después de estas palabras
como una gran pregunta incontestable


 25
26

Se me ocurre una Ley para poetas:


una Ley que multara a todo aquel
que siguiera escribiendo por encima
de los veintiséis años de John Keats.


 26
Memoria de papel

/1992

Siguiendo la costumbre la casa de mi abuela


tenía las paredes cubiertas de papel.
Es algo muy normal en Inglaterra.
No olvidaré jamás esos dibujos
pálidos sobre un fondo color crema;
las horas que ocupaba memorizando rutas
imposibles trazadas con las yemas
como un niño extranjero en todas partes.

/2005

Y es por este motivo –el que yo recordara


las amables paredes de papel –
que no me sorprendí al abrir la puerta
de esa casa que apenas supo reconocerme.

Hacía pocos días que la Nana


ya no vivía allí ni en otro sitio,
pero aún las paredes ofrecían
un juego parecido al de mi infancia:

mil post-its con el nombre de mi madre,


el mío y el de todos mis hermanos;
mensajes como «es viernes»; «hoy es jueves»;
«Ben ya no vive en casa»; «compra leche»;
números de teléfono improbables;
palabras y palabras y palabras.
Papel sobre papel sobre papel.


 27




























II

HAI EXCOMUNIÓN


















En una biblioteca en Salamanca

Me pregunto qué esperan sobre el conglomerado,


qué les han prometido para arquearse así,
rindiendo pleitesía, cargados de esperanza.

Ignoran que las minas de sus lápices


se han roto imperceptiblemente; ignoran
que en esta biblioteca no te puedes
dejar aconsejar, que no hay amigos
y nunca los habrá.
Leen. Estudian,
y aunque yo no lo quiera me recuerdan
a mi infancia en el pueblo los domingos,
viendo cómo salían de la misa.

Sí: yo también envidio vuestra fe;


vuestra creencia vaga en el mañana.

Vuestra forma sincera de desearos suerte.


 31
Aclaración para antólogos

Nosotros no leemos poesía.


No tendría sentido que lo hiciéramos.
Hemos hablado a veces del amor,
eso es verdad; nos hemos abrazado
hasta sentir el mismo ritmo yámbico.

Es algo muy hermoso ser tan joven.


‹‹Tener toda la vida por delante››
(nos han acostumbrado a repetirlo).
Es algo muy hermoso cuando el frío
del asfalto se entibia con la sangre
y hay alguien que lo cuenta y otro más
que se ríe y también alguien que llora
diciendo es una pena una tragedia:
toda la vida entera por delante.



 32
Nadie más

Escribo porque te odio. Ya lo he dicho.


Escribo porque odio acompañarte
a cada hora y minuto.
Es por eso
que me siento y escribo; nadie más
puede hacerlo por mí.


 33
Poema para un espermatozoide vago

Importan, la verdad, muy pocas cosas;


la lista va cambiando, no es ni bueno
ni malo, es así. Aunque hay algunos
puntos más populares y constantes:
no estar solo. Tener con quien hablar
y dormir por las tardes en el porche.
Verás que a los humanos no nos gusta,
en general, estar sin compañía.
‹‹Mejor solo que mal acompañado››
les oirás comentar más de una vez.
Tú no les hagas caso.
Te mirarás un día en el reflejo
de un vaso de cerveza y pensarás
en lo bien que estaría hacer reír,
provocar una lágrima, cantar.
Procura por lo tanto no estar solo.

¿Qué más puedo explicarte de este sitio?


Tampoco queda mucho por decir:
verás que, como yo, hay otras personas
–por no decirte casi todo el mundo–
que intentarán decirte que la vida
es esto, y esto otro y que después
nada resulta como uno esperaba.

Debes tener paciencia con nosotros,


somos muchos, nos damos todos miedo
y a pesar de sabernos vencedores
de una carrera arcana, compartimos
juntos la sensación de haber perdido
algo en alguna parte. Y es por esto
que debes asentir y decir gracias


 34
cuando alguien te aconseja con la vida.
Pero antes de vencer ten esto claro:
aquí no gana nadie.


 35
Entrevista ebria a un poeta apócrifo y
petulante

Siempre he sido feliz con las palabras


en tanto que podrían, con el tiempo,
mandarnos a tomar por culo a todos
–perdone mis palabras, por favor–
y hacer lo único que hacen las palabras:
es decir, decir.
Nada importará:
todas las señoritas deshonradas,
todos los señoritos afrentados.

No estarán bien ni mal. Esas palabras


–y todas las que nunca se escribieron–
se cansarán un día de nosotros,
se cansarán de ti y también de mí,
se cansarán de oír a T.S. Eliot,
y a todos los poetas que citamos
a T.S. Eliot como quien programa
un horno pirolítico. Feliz.

Feliz es la palabra que sería


si algún día existieran las palabras.


 36
Doce versos para Maupassant

El único consuelo es comprenderse


permitiendo, eso sí, un margen de error
donde quepan los jueves neurasténicos
de mayo, los reproches adiposos,
las lecturas frugales de novelas
y el sexo renegado del kiosco.

Y muy de vez en cuando, con cautela


−tras seis o siete copas, nunca menos−,
adivinar cuál fue nuestro pasado,
al salir a la noche como cuervos
que odian la poesía cuando mienten
y escriben en el hielo que hay futuro.


 37
Plegaria del que no comprende nada

Señor, si fui feliz por qué insististe.


Señor, yo fui feliz y no comprendo
por qué era necesario continuar.

¿Escribir? ¿Recordar con bellas letras?


A mí no me compensa, lo aseguro.

Señor, yo fui feliz y en ese trance


resultaba imposible ser sensato.

No sé qué te reclamo exactamente,


y si lo sé, jamás podría verlo
escrito en un papel.
Señor, no quiero
que pienses que no estoy agradecido.
Quisiera que pensaras que me río
con negras carcajadas de la idea
de tenerte que estar agradecido.
Yo, que fui tan feliz, yo, que sin duda
vivía como un loco que te hubiera
implorado ¿por qué, por qué por qué?

Qué dulce hubiera sido equivocarse,


Señor; sentir la sangre consternada
y morir –ya no puedo no decirlo–
sabiendo que la vida era un buen sitio,
morir con la palabra si... en los labios,
y la irrecuperable dignidad,
oh Señor de las prórrogas sin alma,
de haber caído muerto y sonriendo.


 38
Vivat Academia, vivant Professores

Te he visto, profesor. Te he visto bien.


Dices las mismas cosas cada curso.
Dices las mismas frases cada curso.
Dices siempre lo mismo cada curso.
Cada curso es igual, siempre lo mismo.
Lo mismo cada curso, siempre igual.
Cada curso las mismas frases siempre.
Lo dicen los apuntes, profesor.
Profesor, está escrito en los apuntes.
Lo mismo cada curso, profesor.
Lo hemos visto: lo mismo cada curso.

Alegrémonos pues: siempre lo mismo.


 39
Árboles

Cuando a mí me explicaron la semántica


el viejo profesor nos dijo a todos:
‹‹Quiero que se imaginen un gran árbol››.
Y nosotros, que aún no conocíamos
el amor ni la pérdida, pudimos.

Y yo imaginé un pino sin saber


si aquello estaba bien, si no sería
mejor haber pensado en otra cosa;
un álamo o quizás un alcornoque.

‹‹¿Y usted en qué ha pensado!?››, me tronaron.

En un pino, señor, dije afligido.

¡Ah!, dijo el profesor, meditabundo.

Y entonces escalé para escapar


del profesor, del aula y de los ojos
huecos de la semántica. Subí
hasta sentir las ramas doblegarse,
hasta sentir que el pino me advertía:

‹‹No subas más, mejor hubieras hecho


imaginando un roble, vuelve, ¡vuelve!››
Pero yo no sabía de semántica
y ascendí hasta quedar en equilibrio,
a merced de cualquier idea o viento.

Y desde allí, por fin, los pude ver:

sonreían con miedo entre las copas;


 40
sobre abedules, plátanos, sabinas,
magnolias, eucaliptos y secuoyas.

Y un errático punto allá en el suelo

hablaba de los árboles, del árbol,


de la significancia y de otras cosas.

Pero nadie escuchaba sus palabras.


 41
Apuntes sobre Houellebecq

Los hombres que han nacido en una isla


(y afirman que nací en una isla)
no tardan en decirlo en reuniones
de AMPAS o de vecinos. Como es lógico
los hijos de la Tierra no comprenden
por qué les balbucea aquel isleño
y lo toman por loco. Como es lógico
el isleño no insiste y al final
termina por dejar de aparecer
en cualquier acto público, termina,
como es lógico, inevitablemente
feliz en su miseria. Como es lógico
si el isleño conoce a otro isleño
(lo cual por otro lado es imposible)
se suicida o lo mata o se enamora,
sin comprender jamás la diferencia.


 42
Homo spains spains
(2 de mayo 2008)

Hasta aquí hemos llegado, sin apenas ayuda.

Sabemos quiénes somos, y ésta es nuestra ventaja.


No vivimos de sueños ni de lo que hemos sido
(a pesar de haber sido más de lo que seremos).

Nuestra es la poesía si así lo convenimos,


y todos los derechos que envuelven los deberes
de aquellos que aceptamos. Sabemos protegernos.

Y si nos interrogan por Alá o por el Sabbath,


por las verjas de Ceuta, por las fosas comunes,
pensarán que evitamos darles una respuesta.

Pero esto no es silencio sino lo que buscaban:


todos nuestros motivos, todo nuestro legado,
un erial temeroso, un orgullo sin letra.


 43
































III

OMENAGES









Omenage al último post de A. Grado Cero

Suelo escribir aporreando el teclado porque toco a Schubert


con la misma mala hostia. El resultado, como el sonido, no
importa, y me consuela saber que llegará –pronto, no lo duden–
la Hecatombe binaria, el i-apocalipsis de la red de Charlotte.
Hasta entonces permanezco aquí, suspendido, colgado en el
sentido más telecinquero de la palabra. No me avergüenza
echar de menos la Game Boy que mi madre –quien me la
compró– juraba me llevaría a la ceguera o –y esto sin duda– a
llevar gafas. Hoy veo perfectamente y estoy más gordo que
nunca. Hay cosas que una madre no avisa. Suelo escribir
amenazado por mi recuerdo turístico de Theresienstadt, por las
esbeltas americanas que no creyeron en el holocausto hasta leer
tres de los 97.297 nombres que alguien escribió con tiza sobre
el suelo de Chequia. Oh my God. My God y tu puta madre
guapa y lo buena que estás cuando tiemblas. Cuando leo, en
cambio, pienso en Klaus Kinski diciéndole a Isabelle Adjani
que hay cosas mucho peores que la muerte. Leer, por ejemplo.
Intentar que otro lea (mucho peor) son, quizá, dos de las cosas
que sugería el melancólico vampiro. Yo, por eso, suelo escribir
aporreando el teclado; porque si bien es cierto que hay cosas
peores que la muerte nadie ha dicho que existan cosas mejores
que la vida.


 47
Omenage a la geografía

Recuerdo una discusión feroz


en clase de geografía. El profesor
nos había dicho que el número
de paralelos y meridianos era infinito.
Imposible, gritábamos.

Imposible.

Nosotros éramos apenas unos niños que,


como todos los niños, veníamos de la muerte
y la conocíamos bien. Nosotros
éramos apenas unos niños
frente a un profesor de geografía,
apóstatas de la infinitud frente a un hombre
que ya transpira,
que se enrojece,
que ya parte la segunda tiza por la mitad
mientras berrea sobre la necesidad de que entendamos
la incuestionable infinitud de unas líneas invisibles.

Algunos creyeron comprenderlo y abandonaron


las canicas para siempre.
Vagaban como celadores por los pasillos
durante el recreo, calculando y comentando
la cantidad de paralelos y meridianos
que les perforaban en cada instante.

Los sansebastianes los llamábamos,


víctimas de aquel Diocleciano geográfico y pervertido,
fiel servidor del dios Azimut.
Si bien la comprensión del fenómeno condujo
a los sansebastianes directamente al funcionariado,
la sospecha de que aquello pudiera ser cierto


 48
también causó estragos entre aquel deleble puñado
de futuro que constituía 3º B: algunos
–la mayoría– abandonaron la literatura para siempre,
otros se aferraron a ella como balseros con tisis.

Los que pertenecíamos al segundo grupo


debíamos sufrir una condena que iba más allá
de un suspenso en materia de geografía. Sería
imprescindible mantenerse en movimiento,
recorrer cada escorzo del mundo y huir
de la inmisericorde mirada de Greenwich.

La lectura paliaba el miedo.

Despistábamos las latitudes recorriendo


páginas sin descanso.
Lo que el escritor ha unido
que no lo separe el hombre,
nos había dicho el profesor de literatura,
pero nunca supimos qué es lo que nos quiso decir.
Puede que no significara nada,
del mismo modo que el empeño vacuo
del geógrafo proselitista tampoco tenía
que habernos afectado del modo en que lo hizo.
Pero las cosas son así. Tenemos
la cabeza tatuada con las máximas
herméticas de uno, con las cifras incontestables
del otro.
Recorremos el mundo cada vez en un sentido
diferente y leemos,
sobre todas las cosas,
leemos
para olvidar,
para ser veloces,
para que no
nos puedan definir las coordenadas.


 49
Omenage a Timothy Treadwell

El fin de las vidas improbables es el principio de la tristeza.


Los hombres ilustres no velan en su panteón por la
Humanidad como todos esperamos o queremos creer. La
muerte de la última vida improbable nos asesina a todos
cada día, nos reduce a lo que realmente somos: un montón
de carne, de material ingerible; programado para pudrirse.
No se trata de vidas egoístas: son vidas armadas que los
demás, que gozamos de nuestras vidas predecibles, que los
demás, que etiquetamos, que enumeramos, que siempre
guardamos fuerzas para la vuelta no podemos imaginar sin
orinarnos encima.
El fin de las vidas improbables es el fin.


 50
Omenage a Grito hacia Roma

Maestros de las cúpulas, herreros


de los niños, del hombre, del amor:
la devoción de Cristo no da pan.
Deslumbrante, la cruz ignora el agua
pero orina ternura en la cabeza
de los niños que, mientras tanto, luchan
frente a la sed de fuego en las prisiones.
El oscurísimo hombre blanco ignora
que las noches ahogadas de las niñas
no tiemblen levemente como hierbas
bajo el beso, las cúpulas enormes,
la música, la plata, el cristal.
No gritan como ninfas ni señalan:
¡Moneda! ¡Diamante! ¡Almohada!
A ponerse un terrible llanto en flor
enseñan los maestros de la cúpula,
con la boca tan llena de cordero
que la voz que debía hablar del hambre
ha muerto rodeado de cadenas
de linos de excremento de paloma.
Queremos una Tierra de teléfonos,
triste de amor y aceites moribundos,
que cultive el amor hasta gritar
‹‹Adquirir todavía el pan, gusanos
militares de arsénico perenne,
para más de un millón de cadáveres
negros que tiemblan bajo las traslúcidas
lenguas de tiburones directores,
lleva agujas de cólera en la sangre
que el terror de los mundos enemigos
ignora entre el gentío que desprecia››.


 51
Una inyección de amor es diminuta,
pero puede con todas las estatuas.
No hay en la desgarrada espera manos
de anillos de un prodigio de millones.
Hay cuchillos de nieve y una nube
de lamentos forjando sesos de hombre,
idiota muchedumbre de ciudades
que da la sangre porque la paloma
cumpla la voluntad, no de muchachos,
ni de mujeres, pero de sus carnes.
La luz para cegar todos los ojos.
que tirite hasta el vino de los peces:
porque ya hay ataúdes para sierpes,
no de aliso en el dorso, ni cubiertos
por plata y un millón de finos caños.
¡Carpinteros! ¡Que llega el aclamado!
¡Pongan entre sus ropas tiburones,
escupideras rosas con manzanas
rasgadas por amores minerales!
Y una maravillosa desgranada
columna de coral con espadines
de lepra en las heridas instaladas.
¡Ay! Espiga, reposo de la bala
parturienta que quema campanillas,
definitivo amor que lucha, viejo
beso de mar, punzante paz y llanto
que ha de gritar amor, amor, amor.
Gritar ¡queremos cada día amor!
Y quien abra el amor en las cloacas,
entre heridas de miles dirá tanto,
dirá que quien reparta las heridas
mece fuego debajo del aceite.


 52
Las oscuras gaviotas caerán
sahumadas sobre quien llore el amor,
caerán las desgarradas nubes sobre
los elefantes –aunque hay quien dirá
que se estrellen, que hieren–. Pero viene
como una inundación, dirá que rompan
las gotas, el violín ha de gritar:
‹‹La dinamita está donde el que escupe
por el pico el gemido machacado. ››

Y mientras tanto una mano loca


porque ignora misterio de los labios,
del tisú, del martillo, de los fosos.
(Reunión loca de frutos:
para gritar, en multitud,
un gran muro debajo del amor,
como pálido monte en paz, hay más
donde se disolviera ni una choza,
más donde hay amor vestido de
los pálido de aceite estremecido
debía dar, venir: tan almendra
que unta en ternura gritar se las se le al ti
hacen gritar ha ha por por la de de de y y o
han que del y en sus que que los le
juntas ha
ha gritar las sin y las las las los los los)

Nuestro faisán dirá paz mientras abren


los melones y sacan el carbón


 53
Omenage a Eric

Recuerdo al joven Eric,


que fue joven y joven hasta el fin.
Apenas fue a la escuela y mi hermano
y yo consideramos
que esto era algo salvaje, y una suerte.
No le tenía miedo a las alturas.
Sabía desnucar a una gallina.
Sabía disparar con escopeta.
Fuimos, los tres, amigos de verdad:
era algo muy normal que peleáramos.
Es posible que fuera para mí
una especie de héroe infantil.
Me confesó el secreto de las piñas:
‹‹si entierras una piña crece otra››.
Nunca supe –ni quisiera saber –
si eso es verdaderamente posible.
Era dueño de un burro mal llamado
Houdini que era viejo y no mostró
ni siquiera interés por estirar
de la cuerda peluda que lo ataba.
Tenía un tren pequeño de mentira
que era el único tren que mi hermano
y yo habíamos visto.
No tuvo nunca tele.
Apenas tuvo amigos.
Recuerdo que una vez lo abandonamos
volviendo de excursión:

 54
los dos coches pensaban
que Eric estaba en el otro vehículo.
Vagó toda una noche entre los pinos,
sin luna, junto a los acantilados.
Quiero creer que nunca tuvo miedo.

Murió muy a principios del milenio,


en Londres,
poco antes de los veinte
tras haberse comprado un libro gordo
sobre náutica y nudos.
Se colgó de una viga.
Y quisiera pensar que me equivoco,
que su vida no fue sólo un preámbulo
perfecto de su muerte.
Quiero creer que nunca tuvo miedo.


 55
Omenage a las lecturas de Víctor Balcells Matas
(La madrugada escorada de los títeres)

Por ello, no podía faltar


en el Banhof Zoo el fascinante
universo del títere

Enrique Vila-Matas

César Vallejo no murió en París.


A él le hubiera gustado: los poetas
solemos ser así de vanidosos
a la hora de escribir biografías.

La de César Vallejo la escribió


Rubén Darío al tiempo que anotaba
la dirección postal de los amigos
que mantendría más allá de ‘muerto’.
¡Cómo se iba a reír Juanra Jiménez
hablando por teléfono con Valle-
Inclán! Este Darío modernista…
Lorca no quiso andarse con caprichos.
Graná fecha. Graná fecha. Jamás
sospecharía nadie de algo así.

¿Pero y si hubieran muerto?


¿Y si la teoría que entre copas
confirmamos tú y yo no fuera cierta?

Yo no sé si podría soportarlo.


 56
Omenage a Enrique Garcés Blancart
(exbibliotecario estrangulado por su propia imagen reflejada en
el espejo)

Si nos acercamos un poco más descubriremos que aquel


cuerpo que yace desnudo en el centro del salón, despellejado
brutalmente por los primeros rayos del día, inerme a pesar
de que un sombrero de copa azul metálico trate de cubrir
parte de su sexo, es el de esa camarera de piernas demasiado
morenas, demasiado delgadas para el gusto de Belano, que
se vino con nosotros anoche; que aceptó una invitación que
ya nadie recuerda y que bailó desnuda o sólo bailó como lo
hicimos todos y entonces fue nuestra imaginación la que
construyó el engaño en el que ella lanzaba sus prendas al
aire, retándonos, riéndose como una loca; fue el deseo
borboteante el que inventó que nos cogía uno a uno o dos a
dos de las manos y nos arrastraba al cuarto de Lima o a la
cocina para que sonara por toda la casa algo así como el
gruñido o el aleteo de quién sabe qué clase de animales,
hasta que el sueño, por fin, nos aniquiló lentamente y lo que,
en el espacio desmedido de nuestras cabezas, era un fragor
insoportable, un chirrido de planetas que se rozan, se fuera
convirtiendo poco a poco, sin que casi nos diésemos cuenta,
en la sirena lejana de un barco, en silencio, en oscuridad, en
olvido; o, tal vez, ¿alguien se acuerda?, la camarera apenas
hubiese permanecido en el salón más que el tiempo preciso
para descubrir que se había equivocado, una vez más, y por
eso se pasó toda la noche llorando en la terraza, sin querer
saber nada de nosotros; a pesar de que Doc, tambaleándose,
le llevase un refresco de limón y tratase inútilmente de
arrancarle una sonrisa, unas palabras, y hasta el sujetador; y
lo habría logrado, piensa él ahora, de no haber mediado


 57
tanto alcohol entre los dos; quizá por eso Doc entró de
nuevo en el salón con una expresión desolada, como la del
asesino al que de golpe le remite la fiebre, la mirada huera de
un muñeco abandonado por el juego (ya no llevaba gafas,
las habría olvidado en la terraza o en el lavabo), dejando un
reguero de palabras moribundas a las que nadie prestó
atención y, al rato, cayó al suelo y alguien que pasaba por allí,
o que estaba bailando una especie de danza furiosa, ¿la
camarera de piernas morenas?, le pisó una mano o la cara,
aunque Doc no se quejó, se hizo un ovillo junto al sofá
morado y, no sé, ¿es cierto lo que voy a decir; alguien lo
recuerda también? Comenzó a musitar una especie de
letanía en una lengua balcánica o una canción infantil y se
durmió.


 58
Epílogo
(A un poema extraviado en correos)

The shame that they have laid upon our race


Rudyard Kipling

Siempre habrá un estudiante dislocado,


un tipo que se sepa ya tu chiste,
un cartel de se vende o se traspasa.

Y no es que existan cosas que no cambien,


es que hay cosas que cambian y no importa.

El amor no ha dejado de mutar


y sin embargo míranos aquí;
cantando con los mismos artificios
baratos que otros muchos
ya usaron (y mejor). Es lamentable.

Es lamentable, sí, pero es humano


y en ser humanos somos los mejores
por mucho que le pese a la robótica.

Así se acaba el mundo, sin un bang


y sin un gimoteo:

se acaba entretenido en el asunto


de vivir, de ir viviendo sin causarle
demasiadas molestias a los padres,
a los hijos, a quien vive aguantándonos.

Y es cierto que escribí un largo poema


 60
que cerraba este libro y que cerraba
lo que un día borracho mal llamé
Trilogía del Somme. ¿Dónde estará
ahora mi paquete? ¿Leerá
algún desaprensivo mi poema,
el que debía estar sobre esta página?

Es igual: al final todo es lo mismo.


 61

Índice

Prólogo de Ángel Luis Prieto de Paula 5

Prólogo: Maïakovski aparta, pensativo, la nieve de su puerta 9

I BREVE HISTORIA DE LA MUERTE

24h. Black Out 13


La mamparra (o el amor) 14
50 15
Reserva para el Bulli 16
La mandrágora (canción) 17
Cuando era pequeña, Du’a Khalil Aswad subía con sus amigos
a los tejados a contemplar el espectáculo de los bombardeos 18
Breve historia de la muerte 19
Dr. en medicina y cirugía 20
Vallejo, virginidad y Volkswagen 21
34.500 corazones (26 de septiembre 2005) 22
1984 24
Más instrucciones para amar las ciudades 25
26 26
Memoria de papel 27

II HAI EXCOMUNIÓN

En una biblioteca en Salamanca 31


Aclaración para antólogos 32
Nadie más 33
Poema para un espermatozoide vago 34
Entrevista ebria a un poeta apócrifo y petulante 36
Doce versos para Maupassant 37
Plegaria del que no comprende nada 38
Vivat Academia, vivant Professores 39
Árboles 40
Apuntes sobre Houllebecq 42
Homo spains spains (2 de mayo 2008) 43


III OMENAGES

Omenage al último post de A. Grado Cero 47


Omenage a la geografía 48
Omenage a Timothy Treadwell 50
Omenage a Grito hacia Roma 51
Omenage a Eric 54
Omenage a las lecturas de Víctor Balcells Matas
(La madrugada escorada de los títeres) 56
Omenage a Enrique Garcés Blancart (exbibliotecario
estrangulado por su propia imagen reflejada en el espejo) 57

Epílogo (A un poema extraviado en correos) 60







































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