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BEN CLARK
MEMORÍA
1ª Edición: de 2008
© Ben Clark
© Prólogo: Ángel Luis Prieto de Paula
© Fotografía de portada: Pablo S. Herrero
© Fotografía del autor: Alberto de la Rocha
© HUACANAMO, S. L.
Passeig del Born 16, 1º 2ª
08003 Barcelona
www.huacanamo.com
ISBN:
Depósito Legal:
Impreso en España – Printed in Spain
Imprenta: Romanyà-Valls
PRÓLOGO
LLAVES
DE
LA
MEMORIA,
CERROJOS
DE
LA
MUERTE
Tuve
la
primera
noticia
de
Ben
Clark
por
su
libro
Los
hijos
de
los
hijos
de
la
ira
(2006).
La
referencia
a
Dámaso
Alonso
y
a
la
angustia
entre
existencial
e
histórica
de
su
Hijos
de
la
ira
no
ocultó
la
novedad
de
esa
propuesta.
La
del
joven
no
era
ya
la
voz
agónica
de
su
predecesor,
que
clamaba
en
los
albañales
funerarios
de
una
ciudad‐pudridero
(“Madrid
es
una
ciudad
de
más
de
un
millón
de
cadáveres”...),
sino
una
voz
de
muy
distinto
signo,
ajena
a
aquel
horror
demasiado
explícito,
a
sus
jadeos
tremendistas
y
a
su
alegorismo
trascendente.
Por
los
bulevares
y
parques
de
hormigón
de
la
nueva
urbe,
alumbrados
por
una
luz
irreal
en
la
que
espejean
las
partículas
en
suspensión
del
smog
industrial,
paseaba
un
flâneur
aturdido
que
decía
ser
poeta.
Supongo
que
el
libro
llamó
a
muchos
la
atención
porque
podía
vincularse
a
modelos
conocidos:
un
poeta
recién
incorporado
mordía
la
mano
de
la
tradición
que
le
daba
de
comer.
A
mí,
sin
embargo,
me
interesó
sobre
todo
por
su
actitud
ante
el
mundo
alejada
de
las
dicotomías
morales,
que
encauzaba
estéticamente
un
estupor
contemporáneo
que
no
respondía
a
las
fórmulas
estabilizadas
del
arraigo
(y
su
placidez
discursiva)
y
del
desarraigo
(y
sus
estertores
tremebundos).
Ahora
Ben
Clark
trae
bajo
el
brazo
un
libro
titulado
Memoría.
Las
citas
que
lo
encabezan
(de
Boris
Vian,
Félix
de
Azúa,
Jorge
Luis
Borges)
engarzan
la
memoria
y
la
muerte,
y
compendian
el
encuentro
entre
la
reviviscencia
del
pasado
y
la
figuración
de
la
propia
consunción,
adobado
con
una
invocación
al
amor.
El
poeta,
que
en
su
libro
anterior
había
liberado
una
sucesión
de
endecasílabos
en
tropel
pisándose
5
los
talones,
refrena
aquí
su
ritmo.
Éste
es
aún
muy
marcado
en
general,
de
endecasílabos
combinados
ocasionalmente
con
otros
versos,
octosílabo
incluido,
y
con
tiradas
prosarias
de
gran
espesura
narrativa,
como
poniendo
en
cuestión
la
poesía
que
se
sabe
poesía.
El
sujeto
de
estos
versos,
templado
en
la
intemperie,
no
cifra
su
proyecto
de
vida
en
subvertir
el
Estado
de
Cosas,
sustituir
a
algún
dios
o
hacer
pedazos
el
mundo,
sino
en
“salir
a
la
calle
a
ser
un
hombre
/
más”.
Lo
cual
recuerda
a
aquellos
autores,
ellos
sí
hijos
de
la
ira,
que
más
de
medio
siglo
atrás
pretendían
cantar
lo
que
el
poeta
“tiene
de
común
con
los
demás
hombres”
(lo
dijo
Hierro
en
la
Antología
consultada
de
Ribes).
Pero
si
en
Hierro
—o
en
Nora,
en
Crémer,
en
Celaya—
la
homogeneidad
de
los
hombres
no
abjuraba
de
la
función
profética
y
redentora
de
la
poesía,
en
los
lindes
de
la
fraternidad
bíblica,
en
Ben
Clark
viene
acompañada
de
una
consideración
muy
rebajada
de
la
propia
escritura:
una
tarea
que,
hoy
como
ayer,
da
cuenta
de
la
vida
“con
los
mismos
artificios
/
baratos
que
otros
muchos
/
ya
usaron
(y
mejor)”,
según
expresa
el
poema
final,
que
concluye
con
este
broche:
“Es
igual:
al
final
todo
es
lo
mismo”.
Alienta
en
el
libro
una
esencial
identidad
entre
la
belleza
y
la
muerte,
en
la
que
repararon
numerosos
poetas
anteriores
(al
fondo,
August
von
Platen
y
su
“Tristán”).
Pero
la
virtud
de
un
tópico
no
se
cifra
en
la
hipotética
verdad
que
encarna
fuera
del
ámbito
literario,
sino
en
su
capacidad
de
suscitar
una
emoción
bajo
la
costra
de
su
calcificación
cultural;
aquí,
la
muerte
a
que
aboca
la
contemplación
de
la
belleza.
El
poema
“La
mamparra”
—alusión
al
arte
de
pesca
que
atrae
los
peces
mediante
una
luz
submarina—
simboliza
esa
propensión
letal
de
la
que
sólo
puede
uno
escapar
renunciando
a
la
luz,
como
el
pez
que,
habiendo
estado
a
las
puertas
de
la
claridad
suma,
“seguirá
nadando
6
un
poco
más”;
aunque
esa
vida
por
venir,
conseguida
a
tan
alto
precio,
sea
ya
sólo
un
montoncito
de
escoria.
Resulta
así
la
vida
un
don
que
se
niega
a
sí
mismo,
pues
en
su
propia
naturaleza
se
agazapa
la
renuncia
al
todo:
como
dijera
a
otro
propósito
Valente,
los
vivos
somos
unos
supervivientes
fraudulentos.
En
el
libro
hay
fábulas
docentes,
redes
de
símbolos,
máximas
(mínimas
o
no
tanto)
sobre
esto
y
aquello,
imágenes
nunca
desbordadas
de
alguien
que
se
sitúa
extramuros
de
la
realidad
que
ocupan
los
otros.
Pues
nadie
debería
engañarse:
so
capa
de
cotidianidad,
con
esa
llaneza
expresiva
y
ese
aire
de
andar
por
casa
(y
por
las
calles
del
barrio),
este
autor
actúa
como
aquel
que
ha
caído
en
la
cuenta
frente
a
quienes,
o
crédulos
o
gregarios,
tienen
fe
en
sus
actos
y
organizan
su
existencia
en
un
orden
finalista,
personificados
en
los
aplicados
lectores
o
estudiosos
del
poema
“En
una
biblioteca
en
Salamanca”:
“Me
pregunto
qué
esperan
sobre
el
conglomerado,
/
qué
les
han
prometido
para
arquearse
así,
/
rindiendo
pleitesía,
cargados
de
esperanza”.
Este
libro
ya
no
es,
como
el
que
le
antecedió,
un
libro
generacional
que
hubiera
de
leerse
en
clave
posmoderna:
un
dibujo
de
la
nada
en
que
quedaron
los
proyectos
metafísicos
tras
haberse
precipitado
por
el
derrumbadero
de
las
gemonías.
Es
más
bien
el
testimonio
de
alguien
que
ha
marcado
distancias
también
con
los
suyos
y
ha
acotado
el
territorio
de
su
yo,
tan
precario
como
se
quiera.
Por
sí
sola,
su
juventud
ya
no
le
propiciará
aplausos
ni
lo
amparará
de
críticas.
Que
cada
palo
aguante
su
vela:
la
suya
va
bien
sujeta,
encarando
los
vientos
destemplados
de
un
mundo
en
que
la
poesía
busca
un
nuevo
acomodo.
Ángel
Luis
Prieto
de
Paula
7
Prólogo: Maïakovski aparta, pensativo, la
nieve de su puerta
9
I
24 h. Black Out
13
La mamparra
(o el amor)
14
50
—¿Qué cosas desea hacer antes de morir?
—Ninguna en especial. Bueno, preferiría no morirme.
15
Reserva para el Bulli
16
La mandrágora
(canción)
La mandrágora crece
prometiendo tesoros,
los oblongos durmientes se asfixian en su hedor;
Ríe el enterrador.
17
Cuando era pequeña, Du’a Khalil Aswad subía
con sus amigos a los tejados a contemplar
el espectáculo de los bombardeos
18
Breve Historia de la Muerte
19
Dr. en medicina y cirugía
20
Vallejo, virginidad y Volkswagen
Well you’re just 17 and all you wanna do is disappear
QUEEN
21
34.500 corazones
(26 de septiembre 2005)
fui juzgado
por el áspero viento, por la lluvia,
por los huesos inmóviles del cóndor
y por —y acaso es esto lo que a un hombre
mayor, a un hombre viejo, más le duele—
22
el amor,
que juró, como Pedro, que jamás
me había conocido,
que el nombre de Guzmán ni le sonaba.
23
1984
24
Más instrucciones para amar las ciudades
Toda ciudad son capas superpuestas
de una ciudad distinta, misteriosa
Andrés Catalán
25
26
26
Memoria de papel
/1992
/2005
27
II
HAI EXCOMUNIÓN
En una biblioteca en Salamanca
31
Aclaración para antólogos
32
Nadie más
33
Poema para un espermatozoide vago
34
cuando alguien te aconseja con la vida.
Pero antes de vencer ten esto claro:
aquí no gana nadie.
35
Entrevista ebria a un poeta apócrifo y
petulante
36
Doce versos para Maupassant
37
Plegaria del que no comprende nada
38
Vivat Academia, vivant Professores
39
Árboles
40
sobre abedules, plátanos, sabinas,
magnolias, eucaliptos y secuoyas.
41
Apuntes sobre Houellebecq
42
Homo spains spains
(2 de mayo 2008)
43
III
OMENAGES
Omenage al último post de A. Grado Cero
47
Omenage a la geografía
Imposible.
48
también causó estragos entre aquel deleble puñado
de futuro que constituía 3º B: algunos
–la mayoría– abandonaron la literatura para siempre,
otros se aferraron a ella como balseros con tisis.
49
Omenage a Timothy Treadwell
50
Omenage a Grito hacia Roma
51
Una inyección de amor es diminuta,
pero puede con todas las estatuas.
No hay en la desgarrada espera manos
de anillos de un prodigio de millones.
Hay cuchillos de nieve y una nube
de lamentos forjando sesos de hombre,
idiota muchedumbre de ciudades
que da la sangre porque la paloma
cumpla la voluntad, no de muchachos,
ni de mujeres, pero de sus carnes.
La luz para cegar todos los ojos.
que tirite hasta el vino de los peces:
porque ya hay ataúdes para sierpes,
no de aliso en el dorso, ni cubiertos
por plata y un millón de finos caños.
¡Carpinteros! ¡Que llega el aclamado!
¡Pongan entre sus ropas tiburones,
escupideras rosas con manzanas
rasgadas por amores minerales!
Y una maravillosa desgranada
columna de coral con espadines
de lepra en las heridas instaladas.
¡Ay! Espiga, reposo de la bala
parturienta que quema campanillas,
definitivo amor que lucha, viejo
beso de mar, punzante paz y llanto
que ha de gritar amor, amor, amor.
Gritar ¡queremos cada día amor!
Y quien abra el amor en las cloacas,
entre heridas de miles dirá tanto,
dirá que quien reparta las heridas
mece fuego debajo del aceite.
52
Las oscuras gaviotas caerán
sahumadas sobre quien llore el amor,
caerán las desgarradas nubes sobre
los elefantes –aunque hay quien dirá
que se estrellen, que hieren–. Pero viene
como una inundación, dirá que rompan
las gotas, el violín ha de gritar:
‹‹La dinamita está donde el que escupe
por el pico el gemido machacado. ››
53
Omenage a Eric
55
Omenage a las lecturas de Víctor Balcells Matas
(La madrugada escorada de los títeres)
Enrique Vila-Matas
Yo no sé si podría soportarlo.
56
Omenage a Enrique Garcés Blancart
(exbibliotecario estrangulado por su propia imagen reflejada en
el espejo)
57
tanto alcohol entre los dos; quizá por eso Doc entró de
nuevo en el salón con una expresión desolada, como la del
asesino al que de golpe le remite la fiebre, la mirada huera de
un muñeco abandonado por el juego (ya no llevaba gafas,
las habría olvidado en la terraza o en el lavabo), dejando un
reguero de palabras moribundas a las que nadie prestó
atención y, al rato, cayó al suelo y alguien que pasaba por allí,
o que estaba bailando una especie de danza furiosa, ¿la
camarera de piernas morenas?, le pisó una mano o la cara,
aunque Doc no se quejó, se hizo un ovillo junto al sofá
morado y, no sé, ¿es cierto lo que voy a decir; alguien lo
recuerda también? Comenzó a musitar una especie de
letanía en una lengua balcánica o una canción infantil y se
durmió.
58
Epílogo
(A un poema extraviado en correos)
60
que cerraba este libro y que cerraba
lo que un día borracho mal llamé
Trilogía del Somme. ¿Dónde estará
ahora mi paquete? ¿Leerá
algún desaprensivo mi poema,
el que debía estar sobre esta página?
61
Índice
II HAI EXCOMUNIÓN
III OMENAGES