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El depósito previo como recaudo de admisibilidad....docx.

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Cita de publicación: Marino, Tomás, “El depósito


previo como recaudo de admisibilidad del recurso de
apelación en el proceso de consumo. El artículo 29 de
la ley 13133”, Revista de Temas de Derecho Procesal,
Ed. Erreius, marzo de 2018, pág. 119

*
El depósito previo como recaudo de admisibilidad del
recurso de apelación en el proceso de consumo. El
artículo 29 de la Ley 13.133.

TOMÁS MARINO

Sumario: 1. Introducción. — 2. Para


qué exigir un depósito previo. — 3.
Imposibilidad de cumplir la carga
procesal. Excepciones y problemas
constitucionales. — 4. Aplicación de la
norma a procesos colectivos e
individuales. — 5. Pluralidad de
apelantes: ¿un depósito único? — 6.
Cuánto y cuándo depositar. Intimación,
estimación y plazos. — 7.
Consecuencias de omitir el depósito.
—— 8. Percepción del dinero y
devengamiento de intereses moratorios.
— 9. Conclusiones.

1. Introducción.
a. Desde hace ya más de trece años que rige en la
Provincia de Buenos Aires la Ley 13.133, denominada
«Código Provincial De Implementación De Los
Derechos De Los Consumidores y Usuarios». Una
norma extensa y orgánica mediante la cual se han
instrumentado múltiples y variados mecanismos de
tutela de los derechos del consumidor.
En sus más de ochenta artículos, la ley contiene
directrices dirigidas al poder ejecutivo para la
conformación de políticas públicas de protección, de
regulación, de control y de educación en materia de
derecho de consumo; incluye además un marco de
actuación del poder de policía que el estado local ejerce
sobre las asociaciones de consumidores y usuarios
(creación, funciones, registro y fomento) así como
también sistemas de prevención y solución de conflictos
en el ámbito administrativo (regulando, a tal efecto, un
detallado procedimiento especial).
El legislador también ha incluido en los artículos
23 a 30 —que dan forma al Título VII de la ley,
llamado "Acceso a la justicia"— una serie de pautas
aplicables a los procesos judiciales en los que se
dirimen controversias derivadas de las relaciones de
consumo (de competencia civil y comercial) y las que
se susciten entre prestadores de servicios públicos o
concesionarios de obras públicas y los usuarios, en
cuanto se encuentren regidas por el derecho
administrativo (que corresponde al entendimiento del
fuero contencioso administrativo). Estas reglas
procesales en algunos supuestos complementan y en
otros sustituyen la regulación de forma prevista en los
códigos de procedimiento (Decreto Ley 7425/68 -
CPCCBA- y Ley 12.008 –CPCA-).
b. En el presente trabajo centraremos nuestra
atención en el artículo 29 de este Código de
Implementación, que prevé una regulación excepcional
para el recurso de apelación interpuesto contra las
sentencias definitivas dictadas en procesos de consumo.
Ubicado en el Capítulo IV del Título VII (denominado
«Efectos de la sentencia»), este precepto normativo
establece que si «la sentencia acogiere la pretensión, la
apelación será concedida previo depósito del capital,
intereses y costas, con la sola excepción de los
honorarios de los profesionales que representan o
patrocinan a la parte recurrente, al solo efecto
devolutivo».
En una primera interpretación, podríamos afirmar
sin temor a equivocarnos que: (i) es una regla de
naturaleza procesal que se aplica en los pleitos en los
que se dirime la procedencia de una pretensión fundada
en la normativa tuitiva de los derechos de los
consumidores y usuarios, sea de competencia civil y
comercial o contencioso administrativo (art. 42, 43 de la
CN, 38 de la CPBA, ley 24.240 y artículos 1092 y sig.
del Código Civil y Comercial); (ii) se aplica siempre y
cuando la sentencia hubiere receptado total o
parcialmente la demanda (lo que dejaría afuera
supuestos en los que la sentencia desestima la
pretensión y el accionado absuelto tuviere interés para
apelar aspectos accesorios -por ejemplo, la forma en
que se impusieron las costas-); (iii) el recurso,
cualquiera sea la parte que lo interponga, se concede
con efecto no suspensivo y; (iv) el demandado
condenado que desea apelar debe cumplir un recaudo de
admisibilidad de contenido económico: depositar el
capital de condena, los intereses y las costas (a
excepción de los honorarios de los profesionales que la
asisten).
Ahora bien, más allá de que esta lectura
superficial de la norma nos permite delinear -muy a
grandes rasgos- su marco de aplicación, lo cierto es que
la redacción es imperfecta y la regulación -como tal- es
incompleta. Su texto, sea por impreciso o por
insuficiente, suscita múltiples problemas interpretativos
que derivan en vacilaciones en torno al propósito que
persigue esta exigencia económica y al modo y la forma
en que debe ser puesta en práctica en el proceso
judicial. Estas inquietudes no solo dificultan la labor del
juez de primera instancia que ha de determinar la
admisibilidad de los recursos de apelación, sino también
del litigante condenado que desea cuestionar la justicia
o el acierto de la sentencia mediante un embate
recursivo que sea -cuanto menos- formalmente
admisible (esto es, con independencia de lo que diga la
Cámara en cuanto al mérito o fundabilidad).
Nos permitimos dar algunos ejemplos. La
ubicación del artículo 29 en la estructura general de la
ley 13.133 puede motivar dudas sobre si se trata de una
norma de aplicación en los procesos colectivos (como
ocurre con el artículo que le precede) o si también
aprehende a los de naturaleza individual o
litisconsorcial. Tampoco es claro quién debe efectuar el
cálculo de la suma que debe depositar el apelante
condenado o en qué etapa del iter recursivo debe
cumplir la exigencia (si antes o después de presentar el
escrito de apelación). Nada dijo el legislador sobre las
consecuencias que se siguen de la falta del depósito (o
qué ocurre si el litigante no puede afrontar la
erogación), ni del plazo que pudiere dársele para
hacerlo (si es que cabe asignarle alguno), o si ello debe
motivar una intimación específica del órgano
jurisdiccional o directamente declararse inadmisible la
apelación.
Cabe preguntarse también qué es lo que debería
hacer la Alzada si advierte que el recurso fue concedido
en primera instancia sin haberse dado cumplimiento a
este depósito previo (y qué temperamento adopta si
estima que es todavía posible subsanar la omisión). Es
menester determinar qué ocurre cuando son varios los
codemandados que apelan y si es necesario que solo
uno de ellos, algunos, o todos cumplan la exigencia
económica. Finalmente, pensamos que a estas
inquietudes puede sumársele otra no menor: si acaso es
posible para el actor -cuya pretensión prosperó en todo
o en parte- tomar provecho del efecto no suspensivo de
la apelación y retirar el dinero depositado ínterin tramita
el recurso (o qué ocurre si, habiéndolo retirado, la
Alzada luego revoca la decisión y rechaza su demanda).
En los párrafos que siguen ofreceremos al lector
algunas reflexiones - seguramente incompletas- sobre
estas cuestiones y otras a ellas vinculadas. Haremos
referencia a los propósitos que persigue este régimen
especial de apelación en los procesos de consumo,
daremos cuenta de la [no muy abundante]
jurisprudencia bonaerense en la que se ha hecho
referencia a esta norma procesal y abordaremos en
clave crítica las interpretaciones que sobre ella se han
realizado en casos específicos. Sobre el final, haremos
algunas conclusiones.

2. Para qué exigir un depósito previo.


​a. No es infrecuente que los ordenamientos
procesales prevean exigencias económicas que
condicionan la admisibilidad de los recursos. Muchas
reglas ponen límites monetarios para acceder a las
instancias recursivas ordinarias u extraordinarias, ya sea
en forma de requerimiento económico previo (e.g., el
art. 280 del CPCCBA y 56 de la LPLBA con relación al
recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley, el arts.
286 del CPCCN en lo que respecta al recurso de queja
ante la Corte Federal por denegación del extraordinario)
o en forma de valores mínimos del litigio o del agravio
(e.g. el art. 280 del CPCCBA y 55 de la LPLBA -500
jus arancelarios como valor mínimo del agravio para el
recurso de inaplicabilidad de ley- o el 242 del CPCCN -
monto mínimo cuestionado en el recurso de apelación
ordinario-). En materia tributaria, no son pocas las
jurisdicciones que contemplan el controvertido (y para
algunos inconstitucional) instituto del «solvet et
repete», donde el cumplimiento de un recaudo
económico es condición sine qua non para acceder a la
vía judicial que permita discutir la validez de un acto
administrativo. La propia ley 13.133 lo ha regulado en
el artículo 70 con relación a las decisiones
administrativas en las que se imponga sanción de multa.
​Estas restricciones pueden obedecer a propósitos
muy variados que van desde descomprimir la labor de
los tribunales o evitar el trámite y resolución de
recursos infundados, hasta permitir el cobro inmediato
de créditos cuyos acreedores merecen una especial
protección o asegurar la rápida recaudación fiscal, entre
otros.
​El artículo 29 de la Ley 13.133 exige un depósito
monetario que condiciona la admisibilidad del recurso
de apelación interpuesto por el demandado proveedor
de un producto o servicio en el marco de la relación de
consumo en cuyo seno se origina la controversia. La
exigencia —que solo recae sobre una de las partes del
litigio— no parece tener una finalidad ni política (de
recaudación) ni de infraestructura (e.g., disminuyendo
el caudal de trabajo de las Cámaras de Apelación), sino
de protección al consumidor y usuario. Ello es
coherente con el tratamiento que en general asigna todo
el microsistema normativo a la parte débil de esta
particular forma de relación comercial, y guarda cierta
similitud –incluso en su redacción– con la regla
contemplada en el artículo 56 de la Ley de
Procedimiento Laboral (y que también obedece a una
finalidad protectoria para con la parte débil del contrato
de trabajo).
Cabe entonces definir cuál es el propósito
inmediato que se persigue mediante esta imposición;
esto es, qué beneficio o ventaja le reportará al actor-
consumidor esta erogación a cargo del demandado
apelante.
En la medida en que el depósito se identifica con la
suma de condena consignada en la sentencia, podría
pensarse –como se ha dicho con relación a la
legislación procesal laboral– que esta exigencia
económica busca garantizar liquidez inmediata que
favorezca la ejecución rápida de todo o parte del crédito
que en definitiva le corresponda al consumidor (sin
necesidad de acudir a embargos ejecutivos -si hubiera
bienes conocidos- o a medidas precautorias que no
aseguran percepción, como una inhibición general de
bienes). Si la Alzada mantiene un resultado de condena
(sea por el mismo monto apelado, uno mayor o incluso
uno menor), el cobro del crédito sin duda será más
rápido si hay dinero en efectivo depositado en una
cuenta judicial.
Así todo, este propósito puede resultar relativo si
se tienen en cuenta dos aspectos: (a) que el beneficio
que al actor le reportaría este dispositivo en términos de
ejecutabilidad futura no es muy distinto al que puede
procurarse acudiendo a una sencilla herramienta de
naturaleza cautelar: el art. 212 inc. 3° del CPC
contempla supuestos de verosimilitud tarifada o
presunta, pudiendo –con el solo resultado favorable de
la sentencia– exigir el embargo preventivo del monto de
condena más otro tanto de intereses y costas, aun
cuando la resolución no se encontrase firme; y (b) el
efecto no suspensivo con el que se concede el recurso
habilita al actor a iniciar la ejecución inmediata
–aunque provisoria– de la sentencia de condena ínterin
la Cámara se expide, lo que permitiría exigir (por lo
menos) percepciones a cuenta de lo que en definitiva le
corresponda y sin que deba ofrecer fianza o caución de
ninguna especie (dado que el consumidor cuenta con el
beneficio de gratuidad contemplado en el art. 25 de la
Ley 13.133 -art. 200 inc. 2° del CPC-).
Ello puede llevar a afirmar que si el propósito de la
norma ha sido [o el operador considera que es]
garantizarle al consumidor la posibilidad de una
ejecución rápida de su crédito (sea actual y provisoria;
sea futura y definitiva), parecía suficiente con regular el
efecto no suspensivo de la apelación. Así todo, también
es cierto es que la ejecución provisoria de una
resolución condenatoria no firme es más aún sencilla y
rápida si es el demandado quien deposita
voluntariamente el capital de condena [y los intereses
hasta ese momento devengados] ante la necesidad de
superar las exigencias de admisibilidad que le impone la
ley procesal para acceder a la instancia revisora. Se
evita de esa manera transitar pasos procesales
innecesarios y eventualmente conflictivos
(intimaciones, imposición de astreintes ante la negativa
del obligado, etc.) o incluso –más grave aún- incurrir en
medidas de agresión patrimonial cuando el deudor no
tuviere liquidez para cumplir aquella exigencia (e.g.,
subastar un bien registrable).
b. Alguna jurisprudencia también ha afirmado que
el requerimiento económico contemplado en el art. 29
de la Ley 13.133 protege a la parte débil de la relación
de consumo (el actor) puesto que desincentiva actitudes
dilatorias de los demandados que especulan con “ganar
tiempo” accediendo a instancias revisoras a sabiendas
de su sinrazón.
El argumento puede merecer algunas
observaciones.
El razonamiento parte de una premisa que
estimamos correcta: todo litigante demandado —y tanto
más el que considera probable que resulte vencido—
encontrará sobrados incentivos para demorar el trámite
del proceso y a postergar, a como dé lugar, el pago del
crédito insatisfecho.
Esta opción siempre le resultará atractiva en la
medida en que se verifiquen cuatro factores: (1) una
coyuntura económica inflacionaria que envilece la
moneda de condena; (2) la prohibición legal de
repotenciar el capital hasta la fecha del efectivo pago
del crédito (art. 7 y 10 de la Ley 23.928 y 4 de la Ley
25.561); (3) ausencia de tasas moratorias legales que
protejan adecuadamente al consumidor de los perjuicios
derivados del pago tardío de los créditos que pudieran
tener frente a los proveedores, derivados de la
responsabilidad civil (art. 768 inc. “c” del CCyC); (4)
una histórica doctrina legal de la Suprema Corte de la
Provincia de Buenos Aires conforme la cual los
intereses moratorios deben calcularse aplicando tasas
bancarias pasivas (partiendo de la idea-ficción de que el
pago tardío supone para el acreedor la pérdida de la
renta de un capital destinado al ahorro –que se repara
con un interés liquidado mediante una tasa bancaria
pasiva-, cuando en la generalidad de los casos puede
estimarse que aquel perjuicio se identifica con el costo
de tener que acudir al crédito para suplir la ausencia de
un dinero que estaba destinado al consumo de bienes y
servicios –financiación para la cual el acreedor debió
abonar una tasa bancaria activa-).
Cuando se conjugan estos factores, el litigante
demandado encontrará en la demora del pleito dos tipos
de beneficios: por un lado, las ganancias derivadas de
conservar el capital en su poder la mayor cantidad de
tiempo posible haciéndolo producir una renta más alta
que la tasa de interés que se devenga mensualmente a
favor del acreedor por la mora (por ejemplo, si se trata
de una entidad financiera, y mientras dure el pleito,
utilizará el dinero para prestarlo a sus clientes y cobrará
para ello tasas activas -lógicamente más altas que las
pasivas con las que capta el ahorro público o con la que
se calculan los accesorios por mora del crédito impago-;
o si se trata de una firma que no realiza actividades
financieras, el capital puede ser invertido en alguna otra
operación particular o incluso en su propia empresa).
Una segunda forma de utilidad que se sigue de la
demora del pleito judicial (reiteramos: desde la óptica
del deudor solvente) es aquella que deriva de la pérdida
del poder adquisitivo de la moneda de condena. La
moneda nacional, en coyunturas inflacionarias como las
que aquejan a nuestro país desde hace ya muchos años,
se deprecia a una tasa más alta que la utilizada para
calcular los intereses moratorios en jurisdicciones que
aplican tasas bancarias pasivas. Si aceptamos que
siempre existirá una diferencia entre el nivel de
inflación de una economía y la tasa pasiva que paga un
banco en una operación simple de captación de ahorros
(como el plazo fijo mensual), debemos reconocer
entonces que el capital de la deuda —inmodificable,
dadas las prohibiciones legales de actualización— se
encuentra en constante desvalorización. En la medida
en que el interés que se devenga por el incumplimiento
tardío de lo debido no logra recomponer ese efecto
sobre el valor del capital, el deudor advertirá que cada
día que pasa debe un poco menos. El paso del tiempo,
por estos motivos, juega a su favor.
​Pero entonces, ¿logra la exigencia del depósito
previo contemplado en el art. 29 de la Ley 13.133
desincentivar los recursos de apelación con finalidad
dilatoria? Si lo dicho hasta aquí es cierto, la respuesta
es: no. O al menos no lo logra sino se conjugan otros
factores que neutralicen eficazmente el efecto de la
inflación en el poder adquisitivo de la moneda de
condena.
La carga de depositar el capital, intereses y parte
de las costas puede, llegado el caso, frustrar la primera
de las ganancias a la que hicimos referencia: el costo de
oportunidad representado por la indisponibilidad
temporal de un capital que le pudo haber reportado al
deudor una renta durante el tiempo que dure el trámite
del recurso. Sin embargo, ello no es suficiente para que
no le siga siendo redituable demorar el pleito por vía
recursiva, o por cualquier otro medio. El paso del
tiempo conlleva a que deba nominalmente cada vez más
unidades monetarias (capital fijo no repotenciable más
intereses), pero la deuda tiene progresivamente un valor
real cada vez menor.
​En otras palabras, el litigante que se sabe
perdidoso siempre encontrará un incentivo para apelar a
sabiendas de su sinrazón, aun cuando para ello tenga
que “ganar menos” depositando el monto de condena,
más intereses devengados y parte de las costas (como le
exige el art. 29 de la Ley 13.133). Incluso cuando ello le
suponga un costo de oportunidad que debe absorber
(representado por las ganancias que no pudo obtener
con ese capital durante el trámite del recurso), la
coyuntura general en la que se inserta el pleito
(inflación, prohibición general de repotenciar deudas,
etc.) sumado a los incentivos que la propia judicatura
genera (fijación de tasas pasivas moratorias) siempre lo
motivarán a dilatar el trámite del proceso y el pago final
de una deuda que cada vez vale menos.
​El esquema de decisión del demandado, muy
rudimentariamente simplificado, reporta dos posibles
caminos de acción: si apela, asume el costo de
oportunidad de lucrar con el capital que tiene la carga
de depositar, pero obtiene una ganancia indirecta
derivada del tiempo que insume el recurso y el impacto
que tiene en el valor de la deuda (además, no debemos
dejar de considerar que si apela tal vez obtenga una
chance de obtener un resultado favorable, sea que se
reduzca o se revoque la condena). Si no apela, no solo
pierde los beneficios económicos derivados de demorar
el pago, sino que también pierde la posibilidad de
obtener ganancias del capital que adeuda, dado que la
firmeza de la condena le significará su ejecución
forzada inmediata (en este último caso, además,
también pierde la posibilidad de lograr un mejor
resultado en la Alzada).
En este marco de decisión, no parece irrazonable
pensar que el litigante demandado igualmente optará
por apelar, sea que se le exija o no depositar por
adelantado el monto de condena y sus accesorios. Y ello
ocurre porque el depósito del art. 29 de la Ley 13.133
no elimina por completo los incentivos que el litigante
tiene para apelar sin razón; solo reduce —aunque sin
hacer desaparecer— las ganancias que reporta ese
camino de acción (sin que ello suponga, en principio,
un beneficio directo al consumidor).
De todas formas, cabe destacar que el hecho de que
el depósito del art. 29 de la Ley 13.133 no desvirtúe
totalmente los incentivos que los demandados suelen
tener para demorar el trámite del proceso no significa
que no puedan aparecer otros caminos u herramientas
—muchos de ellos, de creación o aplicación pretoriana
— orientados a ese mismo propósito (o que
indirectamente generan ese mismo resultado, aun sin
proponérselo), tales como la aplicación del instituto del
daño punitivo cuando se advierten estrategias
procesales ostensiblemente dilatorias en el proveedor
demandado, la utilización de la noción de deuda de
valor al conceptualizar los distintos componentes del
reclamo contenido en la demanda, la regulación de
honorarios en unidades arancelarias de actualización
periódica, la cuantificación de rubros indemnizatorios
en fechas cercanas a la sentencia o difiriendo su
determinación a la etapa de liquidación, entre otros.
Por otra parte, debemos agregar que el escaso
impacto que el depósito previo tiene en términos de
frustrar voluntades dilatorias obedece a una razón
complementaria: la suma que debe entregar no está
sometida al riesgo de su pérdida definitiva, sino que
funciona como un simple adelanto de la totalidad o una
parte de la condena. Es un capital que el proveedor
apelante no “pierde” en el sentido de que cualquiera sea
el resultado que obtenga en Cámara ese dinero operará
a su favor para: (a) ser afectado al pago del crédito una
vez que la sentencia -que le ha sido desfavorable-
adquiere firmeza; o bien (b) serle reintegrado si triunfa
en la Alzada y logra la revocación total o parcial de la
decisión de primera instancia que lo condena.
Distinto hubiera sido el caso si en lugar de un
depósito-adelanto (como prevé la norma en estudio) el
legislador hubiera contemplado un sistema de depósito-
penalidad, como el regulado en el artículo 280 del
CPCCBA para el recurso de inaplicabilidad de ley, o el
contemplado en el art. 286 del CPCCN para la queja
por extraordinario federal denegado. En estos casos —y
a diferencia de la imposición regulada en el art. 29 de la
Ley 13.133— el resultado adverso que pudiera tener el
recurrente no supone un beneficio económico inmediato
para el actor ni ese dinero puede ser luego aprovechado
para el pago de la condena, sino que es un capital
definitivamente perdido y que quedará en el patrimonio
de la Corte (arts. 294 y 295 del CPC; 286 y 287 del
CPCCN). La exigencia económica se traduciría allí en
costo que el eventual recurrente debe ponderar a la hora
de decidir qué hacer (sobre todo si ese costo es más alto
que la ventaja económica que le reportaría la dilación
del trámite). Si la exigencia económica quedase atada a
la suerte del recurso (donde la desestimación de la
apelación conlleva la pérdida del depósito), la apelación
infundada no solo puede dejar de ser lucrativa sino que
además puede ser un camino que empeore la situación
del litigante (escenario que, debemos asumir, intentará
evitar). De todas formas, cierto es que una regulación
de esta naturaleza ha sido aplicada en sistemas
recursivos de carácter extraordinario. Limitar o
dificultar el acceso a una instancia recursiva ordinaria
es una opción de dudosa constitucionalidad (art. 8.2.h
de la C.A.D.H., 75.22 de la C.N. y 15 de la CPBA).

3. Imposibilidad de cumplir la carga procesal.


Excepciones y problemas constitucionales.
El artículo 29 de la Ley 13.133 no prevé
excepciones al régimen de admisibilidad del recurso de
apelación que interpone el demandado condenado. En el
apartado anterior afirmamos que si el proveedor es
solvente, la exigencia económica no repercutía en
mayor medida en sus incentivos para apelar a sabiendas
de su sinrazón o con la sola intención de demorar el
pago de lo debido. Ahora, ¿qué ocurre con aquellos
litigantes demandados que son insolventes,
entendiéndose por tales a quienes no pueden –por una
dificultad económica transitoria o permanente– afrontar
el pago del depósito?.
En estos casos, la exigencia tampoco funciona
como un contra incentivo para demorar el proceso sino
que directamente se presenta como un obstáculo
económico para acceder a la revisión plena de la
sentencia en una instancia recursiva ordinaria. Dicho de
otra forma, el depósito previo no actúa como un
estímulo o una motivación indirecta para que el litigante
adopte -o prefiera no adoptar- un camino de acción
determinado (e.g., apelar para ganar tiempo), sino como
un impedimento directo de carácter insuperable. El
demandado se abstendrá de apelar no porque no quiera
o no le convenga, sino porque no puede afrontar el
costo de hacerlo.
Es importante no confundir el supuesto en el que la
insolvencia o falta de liquidez del deudor frustra el
cobro del crédito emergente de una sentencia ya firme
(sea que ello derive en una instancia liquidativa de sus
bienes, o -en ausencia de tales- en la imposibilidad
definitiva para cobrar la deuda), con el caso en el que
aquella dificultad patrimonial también impide la
revisión de la justicia de una decisión jurisdiccional que
aún no ha pasado en autoridad de cosa juzgada.
En el primer escenario, la insolvencia del deudor
motiva a que el acreedor realice actividades
complementarias en búsqueda de una liquidez forzada
(subasta de bienes) o directamente absorba el costo de
la insatisfacción de su crédito, riesgo ínsito a toda
relación obligacional. En el segundo, el demandado no
solo no puede cumplir el pago de lo que se le reclama,
sino que además —y aquí aparece el problema
constitucional— esa imposibilidad patrimonial le
impide acceder a una revisión de la justicia o acierto de
la sentencia que le ha sido adversa (esto es, el acceso a
la segunda instancia tiene -a su respecto- un costo
prohibitivo). En estos casos, la exigencia económica
prevista en la norma en estudio puede terminar por
afectar severamente su derecho constitucional al
recurso, contexto en el cual la no adopción de
soluciones excepcionales (que eximan de cumplir el
depósito a quien no puede hacerlo) puede derivar en
fundados planteos de inconstitucionalidad (art. 18 y
75.22 de la CN y 8.2.h de la C.A.D.H.).
Partiendo de esa base, y aun sin previsión legal
específica, debemos considerar que se encuentran
eximidos de realizar el depósito previo regulado en el
art. 29 de la Ley 13.133 aquellos demandados que se
encontrasen quebrados (art. 1, 32, 106, 125 y cctes. de
la Ley 24.522), o que hubiesen obtenido el beneficio de
litigar sin gastos (art. 84 del CPCCBA).
También, entendemos razonable aplicar
extensivamente aquella doctrina de la Casación
Provincial conforme la cual —siguiendo los
lineamientos demarcados por la Corte Suprema de la
Nación en el caso “Troche Báez”, y refiriéndose al art.
56 de la LPLBA— no cabe exigir el depósito previo del
capital, intereses y parte de las costas cuando el monto
resultante tiene una magnitud desproporcionada con
relación a la capacidad económica del impugnante y ha
sido demostrada la falta inculpable de los medios para
afrontar esas erogaciones.
Las razones que pudieron justificar adoptar esta
tesitura frente a una exigencia económica que limita el
acceso a una revisión extraordinaria de una sentencia
dictada por un tribunal colegiado se aplican a fortiori
tratándose de una instancia de apelación ordinaria en la
que se evalúa la justicia o el acierto de una decisión
adoptada en un tribunal unipersonal.

4. Aplicación de la norma a procesos colectivos e


individuales.
Expusimos al comienzo de este trabajo que la
lectura del Capítulo VII de la ley 13.133 motiva algunas
inquietudes en torno al marco de aplicación del artículo
29. Más específicamente, sobre el tipo de procesos en
los que esta regla procesal debe regir: si en aquellos
motivados por una acción colectiva -donde se invocan
derechos que tienen por objeto a bienes colectivos o que
versan sobre intereses individuales homogéneos- o
también a los que se gestan como consecuencia de una
acción individual o litisconsorcial.
​Tal vez la confusión sea motivada por la ubicación
de la norma en la estructura orgánica de la ley: el
artículo 29 está incluido en el capítulo IV del título VII,
titulado “efectos de la sentencia”, en el cual el artículo
precedente —el 28— versa sobre el sistema de cosa
juzgada y de publicidad de la sentencia dictada en un
proceso iniciado –o decidido– en clave colectiva. Al
leer la frase “cuando la sentencia acogiere la
pretensión…” contenido en el artículo 29, no es irrisorio
preguntarse si acaso no se está refiriendo a la sentencia
sobre la que versa la norma inmediata anterior (esto es,
la dictada en el proceso colectivo), única que completa
el referido capítulo IV. Pareciera abonar esta
interpretación el hecho de que las fuentes a las que
refiere los fundamentos de la ley o bien refieren al
efecto devolutivo del recurso, en general (art. 496 inc.4°
del CPC), o bien hacen referencia a normas vinculadas
mediata o inmediatamente con los procesos en los que
se dirimen derechos de incidencia colectiva (art. 54
vetado de la Ley 24.240 y Anteproyecto de Ley
Nacional de Defensa Jurisdiccional de los Intereses
Colectivos).
​De todas formas, varias razones puede esgrimirse
para refutar esta lectura que restringe el marco de
aplicación de la norma a los procesos colectivos. En
primer lugar, debemos decir que más allá de la
criticable ubicación orgánica del artículo (y la
disparidad temática que tiene con la norma que le
precede), lo cierto es que no habría motivo para hacer
tal distinción cuando la función que pudiere asignársele
a esta regla procesal (aceptemos de momento que
permite frustrar conductas dilatorias y asegurar la
rápida percepción del crédito una vez que la resolución
adquiere firmeza) ha de tener el mismo impacto
favorable en uno u otro tipo de pleito. No parece
justificado pensar que el propósito del artículo en
comentario (cualquiera este sea) se verificaría
únicamente en los procesos colectivos y no en los
iniciados por acciones individuales o litisconsorciales.
Por otra parte, el artículo 29 no distingue el tipo de
procesos en los que se dicta la sentencia condenatoria y
no sería -en principio- tarea del intérprete realizar
distinciones que la ley no hace (recordemos el adagio
“ubi lex non distinguit, nec nos distinguere debemus”).
Este tema fue analizado por la Cámara de
Apelación Civil y Comercial de San Nicolás, en los
autos “González, María L. c/ Telecom Personal S.A.
s/Daños y Perjuicios” (causa N°11411-2014,
resoluciones del 8 de abril y 22 de mayo de 2014). En
una primera providencia, luego de que la accionada
presente el escrito de expresión de agravios, el Tribunal
advirtió que no se había dado cumplimiento al art. 29 de
la Ley 13.133, motivo por el cual suspendió el trámite y
remitió las actuaciones a primera instancia para que tal
recaudo sea satisfecho. Cuestionada por la demandada
esta decisión, la Cámara desestimó su crítica
argumentando que «si bien es cierto que dentro de los
antecedentes que la ley nº 13.133 mencionó para la
redacción de su art. 29 se encuentra el art. 23 del
Anteproyecto de ley Nacional de Defensa Jurisdiccional
de los Intereses Colectivos de Morello- Stiglitz y el art.
54 (vetado) de la Ley Nacional de Defensa del
Consumidor (nº 24.240), también reconoce como
primera cita al art. 496, inc. 4 del Código Procesal
Civil y Comercial de la Provincia de Buenos Aires, que
regula pretensiones individuales, por lo que el
argumento del impugnante fundado en las fuentes del
precepto no es suficiente para acreditar el error
endilgado. También, cabe agregar que los antecedentes
del art. 29 difieren de los del art. 28, que establece los
efectos de las sentencias de intereses colectivos.»
Este mismo criterio ha sido sostenido por la Sala
Tercera de la Cámara de Mar del Plata en el caso
"Barceloni, Daniel E. c/ Chevrolet S.A. de Ahorro... y
ot. s/ Resolución de Contrato" (c. 155.886, del
14/05/2015), donde se afirmó que el artículo 29 se
aplica a todos los procesos donde resulte de aplicación
la normativa consumeril. Igual tesitura fue volcada en el
voto minoritario de la resolución que dictara la Sala
Tercera de la Cámara de Mar del Plata -con otra
composición- en autos “Cardelino Eva Silvia y otro/A
C/ Bingo Chivilcoy - Atlántica De Juegos S.A. S/ Daños
Y Perjuicios s/ Queja” (c. 163452, del 11/07/2017), en
la que el Dr. Rosales Cuello afirmó que frente a una
acción judicial originada en una relación jurídica que ha
sido encuadrada por el juez de grado como alcanzada
por la Ley de Defensa del Consumidor,
independientemente de que tenga naturaleza individual
o colectiva, la tramitación del recurso de apelación debe
ajustarse a lo dispuesto en el art. 29 de la ley 13.133.
Toda la jurisprudencia a la que haremos referencia
en lo sucesivo versa sobre pleitos individuales, lo que
deja entrever que la interpretación restringida —aquella
que limita la aplicación de la norma a procesos
colectivos— no ha tenido recepción.
5. Pluralidad de apelantes: ¿un único depósito?
​El artículo 29 de la Ley 13.133 —al igual que otras
normas que imponen cargas económicas para recurrir—
nada dice sobre el modo en que debe aplicarse en
pleitos que poseen pluralidad de demandados, sea en
razón de un litisconsorcio pasivo facultativo o
necesario. Siendo tal el caso, y existiendo múltiples
accionados apelantes, ¿debe el juez exigir a cada uno de
ellos la totalidad de los conceptos -capital, intereses y
parte de las costas-?
La norma –reiteramos– nada dice, aunque
podemos imaginar cuanto menos tres soluciones
posibles: (i) exigir un solo depósito, cualquiera sea la
parte que lo efectúe; (ii) exigir al demandado apelante
una parte proporcional del total de condena, intereses y
costas (por caso, prorrateando ese total por la cantidad
de demandados que apelen) y (iii) exigir el depósito
total a cada apelante co-condenado, cualquiera sea el
número de demandados que recurran.
Cada sistema tiene sus ventajas y sus
inconvenientes. El sistema del depósito proporcional
permite asegurar una única suma de dinero que quedará
a disposición del actor si la sentencia favorable se
confirma total o parcialmente (sin generar un saldo que
exorbiten a la condena y que no le reportará -ni a él ni a
su letrado- ningún beneficio inmediato en términos de
liquidez actual o futura) aunque pone en riesgo la
concreción de la finalidad de la norma y la evitación de
conductas dilatorias por vía recursiva (aceptando, por
hipótesis, que ello se logra mediante la exigencia
económica). Además, el juez solo podría cuantificar con
precisión el monto a depositar una vez que sepa quiénes
han apelado, por lo que la intimación solo podría
realizarse una vez finalizado el plazo para recurrir. Si el
prorrateo fuese decidido por los litisconsortes, el juez
solo estaría en condiciones de juzgar su suficiencia si
ambos integran su parte del depósito en simultáneo o
una vez que finaliza el plazo para apelar que tenía la
parte que se notificó en último término.
El sistema de depósito único —al igual que el
proporcional— resguarda el interés del actor de tener un
monto igual al de la condena y que le permita ejecutar
más fácilmente la sentencia, aunque puede resultar
complejo —y eventualmente injusto— determinar cuál
de los demandados debe efectuar la erogación. Las
posibilidades son muchísimas: puede depender del
resultado del caso (por ejemplo, que debiera depositar
el codemandado condenado que, según la sentencia,
debe asumir una mayor porción de la condena), o de un
criterio temporal en términos de quién apela primero (lo
que generaría incentivos para un comportamiento
estratégico innecesario, donde cada parte accionada
intentará ser el último en apelar para no ser obligado a
efectuar la erogación que beneficie a los restantes), o
incluso del azar (por sorteo). Ninguna de estas opciones
luce razonable.
¿Cuál es entonces la modalidad adecuada? En
rigor, ello depende de cuál sea el propósito que creemos
que persigue —o debiera perseguir— esta exigencia
económica: será muy distinta la solución si pensamos
que el artículo 29 de la Ley 13.133 debe procurar única
o primordialmente la ejecución sencilla y rápida de la
sentencia, o bien si creemos que la aplicación de la
norma debe buscar evitar apelaciones con finalidad
dilatoria (o alguna combinación de ambos propósitos).
En otras palabras, no hay una modalidad correcta per
se, sino que la corrección de la solución dependerá de
que ella guarde coherencia con los fines que se le asigne
al depósito.
Si consideramos que una exigencia económica
como la que prevé la norma en estudio desincentiva a
los demandados a interponer recursos de apelación
infundados o con finalidad dilatoria, la mejor opción —
a los efectos de proteger al actor— es exigir a cada
apelante que deposite el total: capital, intereses y la
parte proporcional de las costas, sin importar la actitud
adoptada por los restantes codemandados o que el
monto total termine siendo superior al del crédito que le
fue reconocido al actor. Los incentivos que ese
desembolso dinerario pudiere llegar a tener en las
decisiones de los demandados (si aceptamos que los
tienen) deben pensarse en términos individuales, sin
adoptar modalidades que promuevan comportamientos
conjuntos o estratégicos (y que, eficazmente
distribuidas las cargas económicas entre ellos, pudieran
llegar a mantener la conveniencia de recurrir a
sabiendas de su sinrazón).
En cambio, si creemos que el designio del depósito
previo se orienta a garantizar la rápida percepción del
crédito por parte del consumidor, la opción adecuada
será la del depósito único o pluralidad de depósitos con
base en un prorrateo interno entre los recurrentes (en
este último caso, siempre y cuando sus agravios se
funden en idénticos puntos litigiosos). El depósito
individual y total, bajo esta óptica, será completamente
ineficiente dado que genera un costo innecesario para
los demandados y que no redunda en ningún provecho
para aquel en cuya protección se ha instrumentado el
instituto (el consumidor o usuario actor).
El sistema del depósito único fue sostenido por la
Sala Tercera de la Cámara de Mar del Plata en el citado
caso “Barceloni”, donde afirmó que «si los demandados
conforman un litisconsorcio facultativo y uno solo de
ellos apela la sentencia, aunque la deuda tenga
carácter solidario, deberá afrontar el depósito total de
lo exigido en el art. 29 de la ley 13.133, sin perjuicio de
las pretensiones regresivas a las que se considere con
derecho y deduzca en reclamos autónomos. Por el
contrario, si ambos litisconsortes apelan, bastará que
uno de ellos integre el total para que quede exento el
segundo, sin perjuicio de las acciones regresivas
referidas anteriormente.». Los magistrados
argumentaron en el fallo que la finalidad de la norma es
evitar que la demandada utilice al recurso de apelación
como medio de dilación del proceso perjudicando al
consumidor.
La decisión del Tribunal no es coherente con la
finalidad que el fallo le adjudica a la norma objeto de
interpretación. Por caso, en un juicio en donde hay
cinco demandados con voluntad recursiva, el hecho de
que solo uno de ellos realice el depósito bastaría para
que los demás queden eximidos de hacerlo. El propósito
de la ley queda diluido en un escenario en donde —por
una razón meramente accidental, y eventualmente
temporal o cronológica— cuatro de los cinco
demandados pueden interponer recursos con finalidad
dilatoria sin tener realizar desembolso alguno. La
incorrección de la solución de la cámara marplatense
está dada por la incompatibilidad entre el fin que se le
asigna a la norma y las consecuencias prácticas que se
siguen de su aplicación.
La Suprema Corte ha utilizado el sistema de
depósito único al evaluar el cumplimiento del art. 56 de
la LPLBA que establece idéntica carga procesal para
interponer el recurso extraordinario en el proceso
laboral. La diferencia es que la Casación considera que
esta exigencia económica aplicable en el fuero del
trabajo —reiteramos: análoga a la contemplada en el
art. 29 de la Ley 13.133— está orientada a garantizar el
rápido cobro del crédito del actor. Con esa base
interpretativa, ha dicho en reiteradas oportunidades que,
si en un pleito hay varios legitimados pasivos, se acepta
un único depósito como suficiente —incluso
prorrateado entre las partes— en tanto los recursos de
los litigantes se funden en similares puntos litigiosos,
dado que cualquiera sea el resultado sobre el mérito
queda a salvo la finalidad de la exigencia legal. El
criterio luce adecuado dado que se advierte una estricta
correlación entre la interpretación de la norma procesal
y los resultados que ella genera (proteger al débil
jurídico asegurándole la rápida percepción de su
crédito).
6. Cuánto y cuándo depositar. Intimación,
estimación y plazos.
El artículo 29 de la Ley 13.133 establece que la
apelación “será concedida previo depósito del capital,
intereses y costas, con la sola excepción de los
honorarios de los profesionales que representan o
patrocinan a la parte recurrente, al solo efecto
devolutivo”. El legislador no ha brindado mayores
elementos para definir en qué momento u oportunidad
debe realizarse el depósito, cómo debe determinarse la
suma que debe entregar el demandado apelante y qué
ocurre si esta exigencia no es debidamente cumplida
(sea que ello se advierta en primera o segunda
instancia).
En lo que respecta al primer punto (cuándo
depositar), la ley solo condiciona la concesión del
recurso —y no su interposición— a la realización del
depósito. Esto significa que si el demandado apela sin
acompañar la boleta correspondiente, el juez no se
encuentra habilitado para declarar sin más la
inadmisibilidad el recurso. Esta solución, además de no
tener fundamento en el texto de la ley, resultaría
excesivamente rigurosa en términos de impedir a la
parte acceder a la instancia revisora.
Por el contrario, es perfectamente posible para el
demandado apelar sin depositar y será el juez quien, en
tal caso, deberá efectuar una intimación a la parte para
que satisfaga la carga económica. Esta modalidad —que
resguarda adecuadamente el derecho de defensa de la
demandada y evita ritualismos innecesarios— es
análoga a la que contempla el art. 280 del CPCCBA con
el recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley,
donde la omisión del recurrente de acompañar la boleta
junto al escrito de interposición obliga a la Cámara a
exigirle su integración determinando el importe exacto.
En cuanto al plazo, será de aplicación la regla contenida
en el art. 496 inc. 2° del CPCCBA si el pleito tramitó
bajo las reglas del proceso sumarísimo (o sea, dos días),
y parece razonable conceder cinco días si se trata de
procesos sumarios u ordinarios (arts. 244 y 280 -por
analogía- del CPC). Esta providencia, a la luz de lo
dispuesto por el art. 135.5 y 143 del CPC y 1 del
Acuerdo 3845/17 de la SCBA, debe notificarse por
medios electrónicos.
La determinación de la suma a depositar no puede
ser exacta: mientras que el capital se identifica con el
monto de condena y los intereses son fácilmente
calculables, el valor del proporcional de las costas es
todavía incierto dado que depende, entre otras cosas, de
regulaciones de honorarios que todavía no se han
efectuado (art. 51 de la Ley 14.967). En nuestra opinión
la estimación del monto debe ser efectuada por el
juzgado, tal como ocurre con la carga económica
prevista en el art. 280 del CPC para el recurso de
inaplicabilidad de ley, o con la intimación de pago y
embargo del art. 529 de los juicios ejecutivos (donde el
magistrado intima a abonar el capital más otro tanto que
se presupuesta en concepto de intereses y costas). La
decisión debe ser irrecurrible para evitar incidencias
innecesarias.
Si el juzgado de primera instancia concede el
recurso de apelación sin exigir la integración del
depósito, la Cámara —que siempre conserva la facultad
de juzgar la admisibilidad de los recursos con
independencia de lo resuelto por el a quo— podrá
advertir la omisión y reclamar su cumplimiento. A tal
fin, algunos Tribunales optan por remitir el expediente a
primera instancia en tanto que otras directamente
intiman a la parte para que haga el depósito en la
Alzada. Esta última, por ser la más rápida, es la opción
más conveniente.
Algunos fallos de fecha reciente -o dictados no
hace muchos años- han abordado los diversos aspectos
que aquí comentamos.
En la causa "Mastai, Ricardo J. c/ BBVA Banco
Francés S.A. s/ Daños y perjuicios" (c. 163222, del
17/08/2017) la Sala Primera de la Cámara de Mar del
Plata señaló que el artículo 29 del Código de
Implementación no establece plazo alguno para el
cumplimiento del mencionado recaudo económico, ni
consigna literalmente la denegación del remedio ante su
inobservancia, sino que lo condiciona al previo depósito
de capital, intereses y costas –con exclusión de los
honorarios de la parte apelante-, para lo cual es
menester efectuar una liquidación que estime de manera
provisoria los conceptos referidos. Agregó el Tribunal
que la no realización del depósito no conlleva la
deserción (y ello es así por razones constitucionales y
de resguardo del derecho de defensa) y que si tal
omisión es advertida por la Cámara debe intimarse al
apelante para que la cumpla asignándole un plazo bajo
apercibimiento de no conceder la apelación o declararla
desierta si ya hubiese sido concedida. Sobre esa base, la
Cámara -que advirtió la falta de integración denunciada
por la actora- intimó a la demandada para que efectúe el
depósito dentro de los cinco días bajo apercibimiento de
deserción. La determinación de la suma a integrar fue
realizada por la misma Alzada en la providencia de
intimación con base en un presupuesto “prima facie” de
capital, intereses y parte de las costas.
La Cámara Civil y Comercial de Necochea, en
causa “Mayer, Rosa M. c/ Caja de Seguros S.A. s/
Cumplimiento de Contrato” (23/02/2017, Publicado en
La Ley AR/JUR/13662/2017), señaló que frente a un
recurso de apelación interpuesto por la demandada el
juez debe controlar los recaudos formales (plazo,
legitimación, tipo de resolución, etc.), conceder el
recurso con efecto devolutivo e intimar al recurrente a
que presente el memorial y acompañe la boleta de
depósito con el capital de condena más intereses y
costas que la propia parte debe presupuestar. En cuanto
al plazo, el Tribunal señaló que será “el que
corresponda”, citando a tal fin el art. 496.2 del CPC que
refiere al plazo de dos días en pleitos que tramitan bajo
las reglas del proceso sumarísimo (art. 496 inc. 2° del
CPC).
La Cámara de San Nicolás, a su turno, dijo una
resolución dictada en la causa “González, María L. c/
Telecom Personal S.A. s/ Daños y Perjuicios” (c.
11411-2014 del 08/04/2014) que la determinación del
monto a depositar la debe realizar el secretario del
juzgado de primera instancia, labor para lo deben
regularse los honorarios de la letrada de la parte actora.
Por su parte, la Sala Primera de la Cámara de Azul,
aplicando por analogía las previsiones contenida en el
art. 280 del CPCCBA, resolvió en los autos “Zampini,
Guillermo M. y ot. c/ HSBC Bank Argentina S.A. s/
Daños y perjuicios” (c. 1-59051-2014, del 17/06/2014)
que ante la omisión del demandado de integrar el dinero
al recurrir corresponde otorgar un plazo de cinco días
para dar cumplimiento a la exigencia y que el monto
debe ser determinado en la instancia de origen.
En similar sentido se expidió la Sala Primera de la
Cámara Civil y Comercial de Quilmes en los autos
“Ruiz Alonso, María B. c/ Constructora Roca SRL s/
Cobro de Pesos” (c. 15876, del 16/10/2014), que al
advertir que la demandada apelante no integró el
depósito regulado en el art. 29 de la Ley 13.133 dispuso
que las actuaciones sean remitidas a la instancia de
origen para que se adopten las medidas necesarias para
adecuar la concesión del recurso a lo normado en dicha
norma procesal.

7. Consecuencias de omitir el depósito.


¿Cuál es la consecuencia que se sigue de incumplir
la exigencia económica del artículo 29 de la Ley
13.133? El ejercicio de cualquier facultad procesal de
naturaleza petitoria (demandar, recurrir, etcétera) está
sujeto a recaudos de admisibilidad que se vinculan con
los aspectos técnico-formales y recaudos de
procedencia, que se relacionan con el fondo de la
cuestión objeto de petición y su eventual recepción
favorable por parte del tribunal que debe evaluarla. La
imposición económica regulada en el art. 29 de la Ley
13.133 sin duda configura un requisito de
admisibilidad, y en nada se relaciona con la
fundabilidad o el mérito de la voluntad recursiva del
apelante (esto es, si acaso tiene o no razón en los errores
que -según alega- tiene la sentencia). De ello se sigue
que si aquella exigencia económica no fuere cumplida
por el demandado una vez que es intimado para hacerlo,
la consecuencia es la inadmisibilidad del recurso de
apelación.
También es posible hablar de deserción del
recurso, aunque ello exige efectuar una precisión
terminológica. Hemos dicho en otra oportunidad que la
idea de "deserción" es metafórica: el legislador ha
pretendido designar a aquella vía recursiva que una vez
interpuesta (y concedida) es luego abandonada, dejada a
su suerte por el impugnante. El sujeto procesal
desatiende, deja en soledad a su primigenia voluntad de
impugnar la resolución que lo agravia (v.gr., por no
presentar las copias pertinentes cuando el recurso es
concedido con efecto devolutivo -art. 250 inc. 3° del
CPC-, por no presentar el memorial en el plazo
correspondiente cuando el recurso es concedido en
relación -art. 246 del CPC-, por no efectuar una crítica
concreta y precisa de las partes del fallo que se invocan
como equivocadas -art. 260 y 261 del CPC-, etcétera).
Por ello, el incumplimiento de la carga de efectuar
el depósito del art. 29 del Código de Implementación
podría derivar en una deserción solo cuando el recurso
interpuesto en tiempo fue erróneamente concedido por
el juez pero en un momento posterior -por caso, luego
de remitido a la Alzada y de intimado para acompañar
la boleta- el apelante no satisface la carga económica
que se le exige.
Técnicamente, no podría hablarse de “deserción”
en primera instancia puesto que allí la falta de
integración del depósito, aun mediando intimación,
obsta la concesión del recurso.

8. Percepción del dinero y devengamiento de


intereses moratorios.
​ l recurso de apelación contra la sentencia
E
definitiva condenatoria se concede con efecto
devolutivo. Esto significa que el actor puede ejecutar la
sentencia apelada ínterin se sustancian los recursos y la
Alzada se expide sobre su mérito (arts. 29 de la Ley
13.133 y 250 del CPC).
​Si como consecuencia del cumplimiento de las
exigencias económicas contempladas en el art. 29 de la
Ley 13.133 hubiese dinero depositado en el expediente
(lo cual incluirá, necesariamente, el capital, intereses
devengados y parte de las costas), no existen óbices
para que el consumidor reclamante pueda solicitar su
percepción. En la medida en que goza del beneficio de
gratuidad, no podrá exigírsele ninguna forma de contra
cautela o fianza como recaudo para disponer el
libramiento del giro (art. 25 de la Ley 13.133 y 200 inc.
2° del CPC).
De todas formas, el retiro del dinero es una opción
que no está exenta de riesgos: mediando recursos de la
demandada, el triunfo del consumidor es provisorio y
esencialmente mudable por lo que si la Cámara revoca
total o parcialmente la sentencia (rechazando la
demanda, o haciéndola prosperar por un monto menor),
se verá obligado devolver todo o parte de lo que hubiese
percibido.
Por otra parte, cabe apuntar que el retiro del dinero
debe necesariamente influir en el devengamiento de los
intereses moratorios que acceden a la condena.
Recordemos que la aplicación de tasas pasivas
moratorias —como las que ha fijado la Suprema Corte
bonaerense por vía de doctrina legal— se sustenta en
una regla básica: el menoscabo patrimonial sufrido por
el acreedor se [supone que se] compensa pagándole la
renta que hubiera obtenido si el capital, entregado en
tiempo oportuno, hubiese sido colocado a plazo fijo en
un banco público. Partiendo de esa premisa, es posible
razonar de la siguiente manera: si el actor retiró el
dinero del expediente corresponde que se suspenda el
devengamiento de los intereses moratorios que está
obligado a abonar el deudor como accesorio de la
condena. Y ello es así puesto que al día siguiente de
realizar la extracción el reclamante se vio en
condiciones de colocar el capital a plazo fijo
procurándose —o pudiendo procurarse— la misma
renta que justifica el pago de los intereses moratorios.
Si los intereses moratorios compensan una forma
de lucro cesante (la renta bancaria que el acreedor vio
frustrada por el incumplimiento de su deudor), el cobro
provisorio del dinero depositado en el expediente
permite detener esa situación lesiva. No importa si el
actor efectivamente utiliza ese dinero para producir una
ganancia en una entidad financiera o le da otro destino,
pero bastará aquella posibilidad para que los acrecidos
dejen de devengarse a su favor.
Si el consumidor apeló la sentencia y obtuvo en la
Alzada un resultado incluso mejor que el obtenido en
primera instancia, los intereses moratorios continuarán
devengándose por el saldo o diferencia que el
demandado condenado está obligado a integrar una vez
realizada la liquidación.
​Si ningún retiro es requerido por el actor, pueden
las partes –incluso el demandado depositante–
solicitarle al magistrado la afectación de los montos
depositados en la cuenta judicial a un plazo fijo a treinta
días, de forma tal de evitar (rectius: reducir tan solo un
poco) la pérdida de su poder adquisitivo. Los intereses
que la entidad financiera oficial abone por ese plazo fijo
quedarán afectados al mismo destino que tiene el
depósito contemplado en el art. 29 de la Ley 13.133, sea
pagar todo o parte del crédito (si la Cámara confirma la
victoria del actor), o serle devuelto al apelante (si este
último triunfa en la segunda instancia). En el caso de
que la entidad financiera pague un interés que no es el
“más alto” (lo cual es posible, dado que estos últimos
están reservados para plazos fijos constituidos vía
homebanking, modalidad a la que -en principio- no
puede acceder el órgano jurisdiccional) el demandado,
de resultar definitivamente vencido, deberá integrar la
diferencia entre el interés que pagó el banco y el “más
alto” que hubiera podido obtener el actor en ese tipo de
operación.

9. Conclusiones.
Algunas de las ideas que hemos expuesto en este
trabajo pueden sintetizarse de la siguiente manera:
(1) El artículo 29 de la Ley 13.133 prevé un
régimen legal específico para el recurso de apelación
interpuesto contra las sentencias definitivas dictadas en
procesos de consumo (sean de competencia civil y
comercial o contencioso administrativa). Mediando una
sentencia condenatoria, el recurso -cualquiera sea la
parte que lo interponga- se concede con efecto no
suspensivo; pero si el que apela es el demandado, debe
satisfacer una carga económica previa: depositar el
capital de condena, los intereses y las costas (a
excepción de los honorarios de los profesionales que la
asisten).
(2) No son claros los propósitos que persigue la
norma al exigir un depósito previo como condición de
admisibilidad del recurso de apelación que interpone el
proveedor accionado. Podemos pensar, por un lado, que
se pretende garantizar al consumidor la rápida
percepción de su crédito, aunque si así fuera hubiera
bastado regular el efecto no suspensivo del recurso que
permite la ejecución inmediata y provisoria de la
sentencia. Similar resultado obtiene el actor si acude al
embargo preventivo contemplado el art. 212.3 del CPC
para supuestos de sentencia favorable no firme. Por otro
lado, cabe considerar -como lo ha hecho algún
precedente jurisprudencial- que lo que se busca es evitar
que los demandados (proveedores en el marco de la
relación de consumo) apelen a sabiendas de su sinrazón
o al solo fin de dilatar el trámite del proceso. Empero, el
desembolso anticipado de la condena y sus intereses no
logra esa finalidad: el demandado tendrá un costo de
oportunidad representado por las utilidades que deja de
percibir por no disponer del capital durante el tiempo
que insuma el recurso, pero igualmente estarán
presentes los incentivos —en general— llevan a los
litigantes a demorar el proceso: tasas judiciales bajas
para liquidar intereses moratorios que no logran
recomponer la depreciación de la moneda producto de
la inflación (lo que lleva a la licuación progresiva del
crédito reclamado).
Otras herramientas lucen más eficaces para evitar
la demora intencional de los pleitos, tales como la
aplicación de sanciones (e.g., vía daño punitivo), la
utilización de la noción de deuda de valor al
conceptualizar los componentes de un reclamo judicial,
la regulación de honorarios en unidades arancelarias
actualizadas, la cuantificación de rubros
indemnizatorios en fechas cercanas a la sentencia o
difiriendo su determinación a la etapa de liquidación,
entre otros.
(3) El depósito regulado en el art. 29 de la Ley
13.133 no ha sido previsto como una sanción monetaria
que se pierde ante un resultado recursivo adverso, sino
como un anticipo o adelanto de condena. Esa erogación
no queda atada a la suerte del recurso interpuesto (de
suerte tal que si no triunfa en la Alzada, lo pierde), sino
que puede ser utilizado para el pago definitivo de la
deuda (si la sentencia termina por confirmarse), o bien
para que le sea devuelto (si la Alzada, o instancias
recursivas superiores revocan la condena). Si bien un
sistema de depósito-penalidad pudiera ser más eficaz
que el depósito-adelanto a los fines de frustrar
voluntades dilatorias de los litigantes, lo cierto es que la
restricción económica directa de una instancia recursiva
ordinaria resulta cuestionable desde el punto de vista
constitucional (art. 8 de la C.A.D.H., 18, 75.22 de la
C.N. y 15 de la CPBA).
(3) La aplicación del art. 29 de la Ley 13.133 debe
admitir excepciones, aun cuando ellas no se encuentren
expresamente contempladas en el texto legal. Cabe
eximir de realizar el depósito previo a aquellos
demandados que se encuentren quebrados (art. 1, 32,
106, 125 y cctes. de la 24.522) o que hubiesen obtenido
el beneficio de litigar sin gastos (art. 84 del CPCCBA).
Asimismo, corresponde adoptar una interpretación
análoga a la que la Suprema Corte —siguiendo a la
Corte Federal— ha realizado sobre el artículo 56 de la
Ley de Procedimiento Laboral y conforme la cual no
cabe exigir el depósito previo del capital, intereses y
parte de las costas en aquellos supuestos en los que el
monto resultante tiene una magnitud desproporcionada
con relación a la capacidad económica del impugnante
y ha sido demostrada la falta inculpable de los medios
para afrontar esas erogaciones.
(4) Más allá de la ubicación que la norma tiene en
la estructura orgánica de la ley (y la temática regulada
en el artículo que le precede), no se aprecian motivos
suficientes para restringir su aplicación a los procesos
de naturaleza colectiva. La poca jurisprudencia que hay
sobre la materia ha desestimado explícita o
implícitamente esta interpretación.
(5) El artículo 29 de la Ley 13.133 nada dice sobre
la forma en que debe exigirse el depósito en supuestos
de litisconsorcio pasivo necesario o facultativo. De las
diversas modalidades posibles (depósito único a cargo
de alguno de los apelantes; depósito individual
proporcional; depósito total a cargo de cada apelante) la
elección de aquella que se estime correcta depende de
cuál sea la finalidad que persigue o debiera perseguir
esta carga económica. Si se considera que busca
desincentivar la voluntad dilatoria de los apelantes, la
mejor opción es exigir a cada litigante que deposite el
total (capital, intereses y parte de las costas). Si, en
cambio, la protección del consumidor se piensa en
términos de favorecer la ejecución rápida del crédito, la
modalidad adecuada es aquella que la Suprema Corte ha
aplicado al interpretar el art. 56 de la Ley de
Procedimiento Laboral: es admisible un depósito único
–incluso prorrateado por las partes– en tanto los
recursos de los litigantes se funden en similares puntos
litigiosos.
(6) La ley condiciona la concesión —y no la
interposición— del recurso a la previa integración del
capital, intereses y parte de las costas. El demandado
puede apelar sin acompañar la boleta correspondiente,
contexto en el cual el magistrado -verificados los
restantes recaudos de admisibilidad, aunque sin todavía
conceder el remedio- deberá formular una intimación a
la parte para que supla la omisión. La estimación del
monto a depositar (que es solo aproximada, dado que
depende de regulaciones de honorarios todavía no
realizadas) deberá ser efectuada por el órgano
jurisdiccional en una decisión que no admitirá recurso.
El plazo para cumplir será de dos días si el pleito
tramitó bajo las reglas del proceso sumarísimo (art. 23
segundo párrafo y 29 de la Ley 13.133 y 496.2 del
CPC) o de cinco días, si fuere sumario u ordinario (arts.
244 y 280 -por analogía- del CPC). Tratándose de una
intimación, la notificación debe ser realizada por
medios electrónicos (por medios electrónicos (art. 135
inc. 5°, 143 del CPC y 1 y sig. del Acuerdo 3845/17 de
la SCBA, del 22/03/2017).
(7) La Cámara de Apelación conserva la facultad
de advertir el incumplimiento de la exigencia
económica contemplada en el art. 29 de la Ley 13.133
hasta el momento mismo de abordar el mérito de los
recursos. En tal caso, suspenderá el trámite (o incluso el
llamamiento de los autos para dictar sentencia) e
intimará a la parte para que cumpla con el recaudo
omitido y en la misma providencia determinará el
monto que debe integrarse. Razones de economía
procesal hacen preferible que el requerimiento sea
realizado y cumplido en la segunda instancia, bajo
apercibimiento de deserción. La notificación también
debe ser realizada por medios electrónicos (art. 135 inc.
5°, 143 del CPC y 1 y sig. del Acuerdo 3845/17 de la
SCBA, del 22/03/2017).
(8) El efecto no suspensivo con el que se conceden
los recursos de apelación en el proceso de consumo
permite al actor ejecutar provisoriamente la sentencia
no firme. No existen impedimentos para que el
consumidor solicite la percepción del dinero que -en
concepto de capital e intereses- hubiera sido depositado
como consecuencia de la concesión del recurso de
apelación del demandado. Si el resultado en Cámara le
es luego desfavorable (sea porque rechaza la demanda,
o porque prospera por un monto menor), deberá
devolver todo o parte de lo que hubiese retirado. Dado
que goza del beneficio de gratuidad, no puede exigírsele
al consumidor contra cautela o fianza como recaudo
para librar el giro (art. 25 de la Ley 13.133).
(9) El retiro del dinero depositado -excluyendo el
proporcional de las costas- suspende el devengamiento
de los intereses moratorios que está obligado a abonar
el deudor como accesorio de la condena. Si el actor
también apeló la sentencia y obtuvo en la Alzada un
resultado mejor que obtenido en primera instancia, los
intereses moratorios continuarán devengándose por el
saldo o diferencia que el demandado condenado está
obligado a integrar una vez realizada la liquidación.

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