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Este artículo ha sido verificado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas el 4
octubre, 2018
Dicen que perder por aprender no es perder y eso es totalmente cierto. Te derrotan solo si tú
lo quieres: si no quieres, aprovechas esa pérdida para aprender algo nuevo sobre ti, sobre lo
que hace falta, o lo que sobra, para llegar al triunfo.
A veces se gana y a veces se aprende. No hay un solo ser humano que haya pasado por la vida
sin conocer la derrota. De hecho, muchas de las grandes hazañas son una escalada de
desaciertos, hasta que se convierten en un triunfo contundente. ¿No es así como se ha
llegado a los grandes descubrimientos y a las grandes conquistas de la humanidad?
Precisamente lo que hace tan dulce el sabor del triunfo es la dificultad que implica. Nadie
saborea un éxito que llega a sus manos sin luchar por él. Quizás puede ufanarse de su buena
suerte, pero no enorgullecerse de su logro, porque un logro solo lo es si combina talento y
esfuerzo.
A veces se gana
Carlos Serrano es un deportista que tiene el récord mundial en natación paralímpica. En las
redes sociales comparte una foto suya, en donde aparece portando un letrero que dice: “En los
entrenamientos se ganan las medallas. En las competencias se recogen”.
La frase no puede ser más cierta. Lo que garantiza el triunfo es el trabajo sobre uno mismo, la
preparación, el esfuerzo que supone desarrollar todo un proceso en el que paulatinamente
uno va rompiendo sus propias marcas.
Ganar no es una realidad reservada para los que más capacidades tienen, sino a quienes
mejor las usan. Ganar es un fruto que solamente prueban los que son capaces de proponerse
una meta, luchar sin descanso por ella y trabajar una y otra vez sobre sus propias fallas y
vacíos, para hacerse dignos del triunfo.
Se gana primero en la lucha con uno mismo para definir las metas, para confiar en lo que se
es capaz de hacer, para construir una decisión suficientemente resistente a las eventualidades
y para mantenerse firme, a pesar de las vicisitudes. Cuando esto se consigue, lo demás es ir “a
recoger las medallas”.
No existe una receta para el triunfo, pero sí se pueden definir las características del triunfador.
La primera de ellas es la fe en su propio trabajo. A esto puede sumársele una gran capacidad
para ser autocrítico, de una manera sana. Esto quiere decir, tener la capacidad suficiente como
para valorar objetivamente sus aciertos y errores.
A veces se aprende
Por gimnasia entendía la educación del cuerpo y por música, la educación del alma. Para los
griegos era impensable que alguien fuera capaz de triunfar en una competencia deportiva, si
al mismo tiempo no tenía grandes valores como ser humano.
Precisamente lo que hacía meritorio a un atleta era ese “ser mejor” respecto al promedio. Lo
que se exaltaba era su valor y su esfuerzo. Las competencias se nombraban con la palabra
“Agón”, que significa contienda, desafío. De ahí viene la palabra “agonía”, que en nuestros
tiempos se refiere a un padecimiento que separa la vida de la muerte.
Solo hay ganadores y perdedores cuando hay competencia. Y solo hay competencia sana,
cuando se dirige hacia esas zonas de uno mismo que es necesario trabajar, pulir,
mejorar como condición para alcanzar el triunfo.
Para quien tiene una mentalidad triunfadora, la palabra derrota en realidad no existe. Lo que
hay son situaciones en las que logra lo que se propuso y otras en las que tiene la posibilidad de
aprender algo que no sabía.