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Los probióticos podrían ser definido como microorganismos variables, o bacterias, definidas y en

número suficiente, que tienen la capacidad de tránsito gástrico ―a través de la acidez gástrica― y
del intestino delgado ―sales biliares―, la mayoría conformada por una mezcla bacteriana de
lactobacilos, bifidobacterias ciertas levaduras del género Saccharomyces; en el caso particular de las
bifidobacterias formando parte de la microbiótica del intestino humano desde muy temprana edad,
al colonizar una gran parte del intestino del lactante a pocos días del nacimiento. Los productos
lácteos, como el yogurt o diversas leches fermentadas, producidos con diversas bacterias, pueden ser
considerados como alimentos funcionales que, además de aportar los nutrientes recomendados,
ejercen efectos beneficiosos sobre una o más funciones del organismo, fomentando la salud y
reduciendo el riesgo de enfermedades, por ejemplo como fuentes de calcio, necesario en la
prevención de la osteoporosis y se considera que importante en la prevención del cáncer de colon o
como alimentos vehiculizadores de microorganismos vivos que afectan benéficamente al huésped al
mejorar el balance de su microbiótica intestinal.
Se estima que alrededor de unas 400 especies bacterianas pueden colonizar el tracto gastrointestinal
humano, la mayoría conformada por dos grandes categorías: las beneficiosas ―bifidobacterium y
lactobacillus― y las perjudiciales ―enterobacterias y clostridium―; otras cepas probióticas
incluyen Streptococcus, Enterococcus, y Bacillus. Se sabe que una adecuada microbiótica intestinal
asegura una mayor resistencia a infecciones y a una menor producción de agentes cancerígenos. No
obstante, una “adecuada microbiótica intestinal” no es, como podría pensarse, la conformada sólo
por las bacterias benéficas o provechosas, sino la que asegura el equilibrio entre ambas; incluso,
sobre muchos de los supuestos efectos favorables, a un faltan evidencias concluyentes; así, por
ejemplo, se cree que pudieran tener un efecto positivo sobre la colesterolemia, aún no lo
suficientemente demostrado; pero sí, con mayores evidencias que apoyan sus efectos en la reducción
del riesgo de cáncer, particularmente de colon. No obstante sus efectos generales favorables
demostrados, no hay un total consenso, particularmente en el uso de probióticos en pacientes
inmunodeprimidos, lo que “ha sido objeto de un amplio debate desde hace muchos años” (Pérez
Marc, 2017).
En relación con la pregunta planteada de sí es segura o no la suplementación con probióticos en
pacientes inmunosuprimidos; siguiendo lo señalado por (Robles, 2018), para quien “pese a ser
considerados seguros”; como microorganismos vivos que son, las principales preocupaciones en
relación a su uso están relacionadas con translocación bacteriana ―mediante el cual se favorece
la aparición de una infección sistémica o diseminada por parte de microorganismos presentes en el
tracto digestivo, afectando diversos órganos, y dando lugar estados de bacteriemia ―descarga de
bacterias en la sangre a partir de un foco infeccioso― o un “síndrome de sepsis” o septicemia
―afección grave, causada por una respuesta inmunitaria drástica a una infección, en la que el
organismo libera sustancias químicas inmunitarias en la sangre tratando de combatir la infección―,
así como de transferencia de resistencia a antibióticos en determinadas poblaciones más vulnerables.
No obstante, cabrían dos consideraciones: primero, que entre los efectos benéficos de los probióticos
se encuentra la formación de anticuerpos, contribuyendo así a una mayor respuesta inmune a
organismos patógenos y el de evitar su adhesión a la mucosa digestiva (Océano, 2014) y, segundo,
la experiencia positiva demostrada de utilidad de los probióticos en situaciones generales de
inmunosupresión, aún no está totalmente demostrada su pertinencia en situaciones particulares
de determinados pacientes inmunosuprimidos, como, por ejemplo, aquellos que han recibido un
trasplante de médula ósea (Pérez Marc, 2017). Es en este sentido que documenta Prado (2018),
que los efectos beneficiosos de los probióticos son específicos de su cepa, así como de la dosis y
duración empleadas; lo que conlleva a asumir que “sus beneficios no se pueden extrapolar a la
especie o a todo un grupo de probióticos” y a todos los pacientes.
De ahí que diversos estudios recientes se hayan enfocado sobre las particularidades de cada caso o
situación del paciente y el tipo de probiótico administrable, eludiendo las generalizaciones al
considerar que “lo más apropiado es definir con precisión a qué tipo de inmunosupresión y qué
tipo de probiótico se está haciendo referencia en cada caso” (Pérez, 2017). A modo de ejemplo,
no es el mismo tipo de paciente cuya inmunidad se ve afectada por una enfermedad neoplásica a
causa de malnutrición o un proceso primario, que aquel que se encuentra bajo una inmunosupresión
como parte de un tratamiento, o previo a un trasplante de un órgano. Dado que no se trata de pacientes
similares, por lo que los requerimientos tampoco son los mismos. En el mismo sentido, el riesgo es
similar si se administra un probiótico aislado, a un paciente determinado o una mezcla de cepas
bacterianas novedosas.
En este caso, también “es imprescindible establecer una diferencia”, aunque en teoría y
requerimientos nutricionales, ambos podrían beneficiarse notablemente de una flora intestinal sana.
De ahí que los estudios hayan “demostrado una elevada seguridad durante el uso de probióticos
seleccionados”; y que los escasos eventos adversos se hayan “relacionado a la forma de
administración de los organismos” (Pérez, 2017). De lo anterior se deduce que la “seguridad” en la
suplementación con probióticos en pacientes inmunosuprimidos, no está de antemano
garantizada: depende del padecimiento y de la “selección” adecuada del probiótico
administrado.
De todo lo anterior, se deduce que “todos ellos son considerados seguros” (Estatus GRAS o
Generally Recognized As Safe, según la Federal Food Drug and Cosmetic Act). El uso extendido de
los probióticos en los últimos corrobora “su demostrada eficacia”, tanto como tratamiento como en
la prevención de determinadas enfermedades. No obstante su efecto favorable en la promoción de la
salud, ésta “no exime de estar alerta sobre su perfil de seguridad, sobre todo teniendo en cuenta
que, en ocasiones, su uso, establecido en base a estudios en población general con patología leve,
puede no ser extensible a población hospitalizada o expuesta al tratamiento con
inmunosupresores” (Robre, 2017), con supresión o disminución de las reacciones inmunitarias,
inducida mediante la administración deliberada de fármacos inmunosupresores, empleados en el
tratamiento de enfermedades autoinmunes, o en casos de trasplantes órganos a fin de evitar el
rechazo.
De ahí que, siendo aún más preciso, el empleo de probióticos sea seguro en la población general
sana, ya sea en prematuros, embarazadas, lactantes y ancianos, pero no aplica el criterio general a los
casos de personas con padecimientos y, mucho menos, en pacientes inmunosuprimidos. Y no así en
“las personas con patologías, el uso de probióticos debe quedar restringido a las cepas e
infecciones con eficacia probada, evitándose en pacientes con enfermedades de base muy grave
y con fuerte deficiencia inmunológica y/o con la barrera intestinal muy alterada” (Prados,
2018).
REFERENCIA
OCÉANO (2014). Nuevo manual MERCK de información médica general, Merch Sharp & Dohme,
Barcelona.
PÉREZ MARC, Gonzalo (2017). “Probióticos e inmunosupresión: ¿en qué situación estamos?”, El
Probiótico, Evidencia y práctica clínica de los probióticos para el profesional de la salud.
(https://www.elprobiotico.com/probioticos-e-inmunosupresion-en-que-situacion-estamos/ ).
PRADOS, Andreu (2018), “Son seguros los probióticos?
(https://andreuprados.com/2016/01/27/seguros-los-probioticos/ ).
ROBLES, Virginia (2017). “Podemos usar con seguidad los probióticos en todos nuestros paciente?”,
El Probiótico. (https://www.elprobiotico.com/seguridad-probioticos-pacientes/ ).

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