Вы находитесь на странице: 1из 4

CASO 2

Chico de 12 años al que su madre llevó llevó para evaluación psiquiátrica por presentar rabietas que
parecían contribuir al declive de su rendimiento escolar. A la madre se le saltaban las lágrimas al referir
que las cosas habían sido siempre difíciles, pero que había empeorado al llegar su hijo a la secundaria.

Los profesores de sexto grado referían que el paciente era académicamente capaz, pero poco hábil para
hacer amigos, parecía desconfiar de las intenciones de los compañeros de clase que trataban de ser
agradables con él y, sin embargo, confiaba en otros que riéndose, fingían estar interesados en los coches
y camiones de juguete que llevaba al colegio. Los profesores habían observado que lloraba a menudo y
rara vez hablaba en clase. En los últimos meses, varios profesores le habían oído gritar a otros chicos,
generalmente en el pasillo, pero a veces en medio de alguna clase. Los profesores no habían detectado
ninguna causa pero, en general, no lo habían castigado porque consideraban respondía a alguna
provocación.

Al entrevistarlo a solas, respondió con balbuceos no espontáneos a las preguntas sobre el colegio, los
compañeros de clase y la familia. Sin embargo, cuando el examinador le preguntó si le interesaban los
coches de juguete, se animó. Sacó de la mochila varios coches, camiones y aviones, y sin mirar mucho a
los ojos, se puso a hablar largo y tendido sobre los vehículos, utilizando aparentemente denominaciones
exactas (por ejemplo pala mecánica, B-52). Al preguntarle de nuevo por el colegio, sacó el móvil y
presentó una serie de mensajes de texto: “Bobo” “bicho raro” “todos te odian”. Mientras el examinador
leía la larga lista de mensajes que el paciente había guardado pero que, al parecer, no había enseñado a
nadie, el muchacho añadió que otros chicos le susurraban palabras malas en clase y que después le
gritaban al oído en el vestíbulo. “y yo odio los ruidos fuertes”. Dijo que había pensado en fugarse, pero
que después había decidido que lo mejor era, quizá, huir a su propio cuarto.

En cuanto al desarrollo, dijo su primera palabra a los 11 meses de edad y empezó a utilizar frases cortas a
los 3 años. Siempre le han interesado mucho los camiones, los coches y trenes. Según la madre, siempre
había sido “tímido” y nunca había tenido un mejor amigo. Le disgustaban los chistes y las bromas típicas
de la niñez porque lo “entiende todo literalmente”. La madre venía observando desde hacía mucho que
ese comportamiento era “un poco raro”, pero añadió que no era muy distinto del padre, un abogado
exitoso que tenía intereses similares. Ambos eran “tiquismiquis con las rutinas” y “sin sentido del humor”.

En la exploración se mostró tímido y por lo general nada espontaneo. El contacto ocular era inferior al
promedio. El discurso era coherente e intencional. En ocasiones se trababa con las palabras, hacia pausas
excesivas y a veces repetía rápidamente las palabras. Dijo se encontraba bien pero le daba miedo el
colegio. Parecía triste y solo se animaba a hablar de los coches de juguete. Cognición intacta, no había
ideas de suicidio ni síntomas psicóticos.
Caso 3

Estudiante universitario de 19 años de edad, acudió a consulta de atención primaria para que lo ayudaran
con sus problemas académicos. Desde que empezó la universidad hace 6 meses, había rendido poco en
los exámenes y se había sentido incapaz de cumplir con su programa de estudios. La preocupación que
acabaran suspendiéndolo y echándolo de la universidad le provocaba insomnio, mala concentración y
sensación general de desesperanza. Después de una semana especialmente dura, regresó a casa
inesperadamente y comunicó a su familia que creía debía dejar los estudios. La madre lo llevo enseguida
al centro donde ya lo habían ayudado previamente. En la niñez había tenido problemas escolares por no
seguir instrucciones, levantarse del asiento, no hacer los deberes, no esperar su turno y no escuchar. Le
costaba concentrarse excepto en los video juegos, a los que podía jugar durante horas. Aparentemente
había empezado a hablar tardíamente, pero el parto y el desarrollo habían sido por lo demás normales.
Repitió primer grado por su inmadurez conductual y problemas para aprender a leer.

En una evaluación a los 9 años presentó problemas de lectura (especialmente de fluidez y comprensión)
y también de ortografía y expresión escrita. El medico recomendó terapia farmacológica pero la madre en
lugar de esto buscó tutores para que ayudaran al paciente.

Desde que comenzó la universidad refirió no podía concentrarse en la tareas y las clases. Se distraía con
frecuencia y tenía problemas para entregar a tiempo los trabajos. Se quejó de sentirse inquieto, agitado
y preocupado. Refirió dificultades para conciliar el sueño, poca energía e incapacidad para divertirse como
sus compañeros. Dijo que los síntomas depresivos iban y venían, durante la semana, pero que no parecían
influir en sus problemas de concentración. Afirmó que no consumía ninguna sustancia.

Dijo que en el bachillerato había tenido muy buenos profesores que le habían comprendido, ayudado a
entender lo que leía y permitir grabar en audio las clases y emplear otros formatos (videos, wikis) para
presentar los trabajos finales.

En la exploración, vestía limpio, permanecía sentado, quieto y encorvado. Suspiraba constantemente y


rara vez miraba a los ojos al clínico. Tamborileaba los dedos con frecuencia y se removía en el asiento,
pero era educado y respondía debidamente a las preguntas. A menudo tamborileaba y pronunciaba mal
algunas palabras sobre todo aquellas de varias silabas. No tenía problemas de visión ni audición.
Caso 5

Chico de 9 años fue enviado a la consulta psiquiátrica por un profesor al notar en este que su atención
flaqueaba. En aquel momento, estaba en cuarto grado en un colegio privado de educacion normal para
chicos. El profesor les dijo a sus padres que, aunque el chico había sido uno de los mejores alumnos de la
clase durante el otoño, sus notas habían empeorado en el semestre primaveral. Tendía a no estarse quieto
y distraerse cuando el trabajo de la clase se hacía más exigente, y el profesor sugirió a los padres que lo
llevaran a hacerle pruebas neuropsiquiátricas.

En casa explicaba la madre, parecía últimamente más emotivo; “a veces parece lloriquear, lo que es raro
en él”. Negó que hubiera problemas en casa y dijo que su marido, su hijo, una hija de 8 años y ella
formaban una “familia feliz”. Sin embargo había notado que a su hijo le intranquilizaba quedarse solo. Se
había vuelto “pegajoso”, siguiendo a sus padres a menudo por toda la casa, algo que nunca había hecho
antes., y detestaba estar solo en alguna habitación. También había comenzado a meterse en la cama de
sus padres durante la noche, cosa que nunca había hecho antes. Aunque tenía amigos en el barrio y
colegio, y le gustaba que otros niños fueran a la casa, él se negaba a quedarse a dormir en casa de los
demás.

La madre admitió que su hijo parecía estar menos quieto. Había notado que se encogía de hombros. Hacia
muecas y guiñaba los ojos con frecuencia, lo que había considerado una señal de ansiedad. Estos
movimientos empeoraban cuando estaba cansado o frustrado y su frecuencia disminuía al realizar
actividades tranquilas que requiriesen concentración, como tocar el clarinete o hacer los deberes, sobre
todo si ella lo ayudaba.

La madre refirió que se había vuelto de repente “supersticioso”. Siempre que pasaba por una puerta,
avanzaba y retrocedía hasta tomar las dos jambas con las manos al mismo tiempo, dos veces en rápida
sucesión. Esperaba que los hábitos más visibles hubieran cedido para el verano, en el momento de las
vacaciones anuales de la familia.

Embarazo deseado, sin complicaciones y desarrollo normal, visitaba con frecuencia la enfermería del
colegio aduciendo dolor de estómago.

Durante la exploración parecía nervioso, el hecho de escuchar a su madre hablar de sus nuevos
movimientos parecía evocarlos, el examinador también observo que el paciente en ocasiones apretaba
los parpados, ponía los ojos en blanco. El paciente dijo que a veces le preocupaba que a sus padres le
pasaran cosas malas. Sin embargo sus preocupaciones eran vagas y parecía temer únicamente que
entraran ladrones a la casa.
Caso 6

El niño es enviado al servicio de atención a la infancia por su pediatra. Existe un retraso general en casi
todas las áreas del desarrollo sin que se haya podido encontrar causa médica que lo justifique. Además,
observan una relación extraña entre madre e hijo. Cree que lo que le pasa al niño es por falta de
estimulación. Después de investigar la situación, nos encontramos con lo siguiente. El niño y sus padres
viven en una habitación en el domicilio de los abuelos maternos. La relación con éstos es mala, motivo
por el cual, no salen de la habitación y los abuelos no se relacionan con el nieto. El padre pasa todo el día
fuera trabajando (en este momento, el padre se encuentra en el domicilio de sus progenitores, en una
provincia limítrofe, dicen que recuperándose de un accidente laboral, sin que sepamos si es verdad). La
madre pasa todo el día en la habitación con el niño. Raramente salen de casa. En la visita domiciliaria, el
niño se agarra a la pierna de la trabajadora social para que no le metan en la habitación. El menor no
puede moverse por el resto de la casa. Se le alimenta sólo con potitos. La primera recomendación que se
le hace es que lleve al niño a una guardería. De esta manera, estará más estimulado y tendremos un
espacio privilegiado para la observación. Acude a una guardería que a partir de los tres años será también
su colegio. Desde allí nos informan que el retraso que presenta es muy acusado, que con su incorporación
a la guardería ha mejorado pero que no lo hará significativamente si no cambia la situación en casa.
Presenta retrasos en todas las áreas: lenguaje, conducta motora, no tiene hábitos para comer, dormir,
etc. En la observación del caso, llama la atención la aparente falta de cariño que la madre muestra hacia
el niño. No le besa ni le hace carantoñas. No juega con él ni le lee o cuenta cuentos. Refiere que no le
gustan los niños pequeños, que no "le salen" estas conductas y que no tienen tanta importancia como
nosotros le tratamos de hacer ver. En cuanto al niño, destaca su aspecto inexpresivo, como falto de
inteligencia. La primera vez que lo veo, lo cojo en brazos y le doy un beso. Se abraza a mí con naturalidad.
Muestra el mismo comportamiento conmigo y con la trabajadora social que con su madre. Con la única
persona que hay diferencias es con su maestra, a la que sigue, se angustia con su separación y llama
mamá. Nuestra evaluación, basada en la observación directa y en la aplicación de la Escala observacional
del desarrollo de F. Secadas (1), presenta las siguientes conclusiones:

Escasa selectividad en la vinculación. Abraza y besa a cualquier adulto que se le ofrezca de manera
adecuada no mostrando respuestas ansiosas ni de protesta cuando se le separa de las figuras que, en
principio, debían ser afectivamente más cercanas. Muestra interés por el contacto con el adulto. Ligero
retraso psicomotor, sobre todo en lo referente a la locomoción y a las conductas que requieren mayor
coordinación. Desarrollo perceptivo normal, con algunas lagunas en lo referente a la coordinación
intersensorial. Ligero retraso en el control de esfínteres. Psicomotricidad por debajo de lo esperable,
sobre todo la fina. El desarrollo del esquema corporal se mantiene dentro de los límites normales. Se
observa una clara intención comunicativa e interés por incorporarse a las relaciones, actos y conductas
sociales. Sin embargo estas intenciones se ven notablemente interferidas por el grave retraso en el
desarrollo del lenguaje que presenta el niño. En cuanto al desarrollo de la inteligencia y el pensamiento
(simbolización, conceptuación, categorización, etc.), parece estar gravemente retrasado. Sin embargo,
estas observaciones quizá deban interpretarse en clave de ejecución y no de competencia, debido a que
buena parte de su exploración debe inferirse de las conductas verbales. De todos modos, lenguaje y
pensamiento no se desarrollan por caminos separados

Вам также может понравиться