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Ideas principales del texto seleccionado de la obra de Gilles Deleuze ¿Qué es filosofía?

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comprendido entre las páginas 7-47 :

Realizado por Daniel Medina Arranz con D.N.I.: 11856851­Y

Introducción: Así pues la pregunta...

La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos. Esta es la respuesta que 
dan Deleuze y Guattari a la pregunta ¿Qué es la filosofía?
Los conceptos necesitan de personajes conceptuales que contribuyan a definirlos. Fueron
los griegos los que ratificaron la muerte del Sabio y lo sustituyeron por los filósofos, amigos
de la sabiduría, los que buscan la sabiduría, pero no la poseen formalmente. Claro que no
se trataría sencillamente de una diferencia de nivel entre filósofo y sabio: el antiguo sabio
piensa tal vez por Figura, mientras que el filósofo inventa y piensa el Concepto.
El filósofo es el amigo del concepto, está en poder del concepto. Lo que equivale a decir que
la filosofía no es un mero arte de formar, inventar o fabricar conceptos, pues los conceptos
no   son   necesariamente   formas,   inventos   o   productos.   La   filosofía   consiste   en   crear
conceptos, conceptos siempre nuevos.
Los conceptos no nos están esperando hechos y acabados, como cuerpos celestes. Hay que
inventarlos, fabricarlos o más bien crearlos, y nada serían sin la firma de quienes los crean.
Nietzsche determinó la tarea de la filosofía cuando escribió:  “Los filósofos ya no deben
darse por satisfechos con aceptar los conceptos que se les dan para limitarse a limpiarlos y
a   darles   lustre,   sino   que   tienen   que   empezar   por   fabricarlos,   crearlos,   plantearlos   y
convencer a los hombres de que recurran a ellos”
Hasta ahora, cada cual confiaba en sus conceptos, procedentes de algún mundo milagroso
en el que se habían originado de manera milagrosa. Pero hay que sustituir la confianza por
la   desconfianza,   y   de   lo   que   más   tiene   que   desconfiar   el   filósofo   es   de   los   conceptos
mientras no los haya creado él mismo.
La filosofía no es contemplación, ni reflexión ni comunicación.
(i)   No   es   contemplación   porque   la   contemplación   son   las   propias   cosas   en   tanto   que
consideradas en la creación de sus propios conceptos.
(ii) No es reflexión porque nadie necesita filosofía alguna para reflexionar sobre cualquier
cosa. Cuando a la filosofía se la considera el arte de la reflexión se la despoja de todo. Los
matemáticos nunca esperaron a los filósofos para reflexionar sobre las matemáticas, ni los
artistas sobre el arte; decir que se vuelven filósofos cuando lo hacen constituye una broma
de   mal   gusto,  debido   a  lo   mucho   que  su   reflexión   pertenece  al   ámbito   de  su  creación
respectiva.
(iii) No es comunicación, ya que ésta en potencia sólo versa sobre opiniones, para crear
consensos, y no conceptos.
La  contemplación,  la reflexión,  la  comunicación  no   son  disciplinas,  sino  máquinas para
constituir Universales en todas las disciplinas.
Toda creación es singular, y el concepto  como  creación propiamente filosófica, siempre
constituye   una   singularidad.   El   primer   principio   de   la   filosofía   consiste   en   que   los
Universales no explican nada, tienen que ser explicados a su vez.
Conocerse a sí mismo, aprender a pensar, hacer como si nada se diese por descontado,
asombrarse, etc pueden considerarse como las determinaciones de la filosofía, muchas más
componen   actitudes   interesantes.   Resultan   fatigosas   a   la   larga,   y   no   constituyen   una
ocupación   bien   definida,   una   actividad   precisa,   ni   siquiera   desde   una   perspectiva
pedagógica.
De acuerdo con el veredicto nietzscheano, no se puede conocer nada mediante conceptos a
menos que se los haya creado anteriormente, es decir, construido en una intuición que les
es propia: un ámbito , un plano, un suelo, que no se confunde con ellos, pero que alberga
sus   gérmenes   y   los   personajes   que   los   cultivan.   El   constructivismo   exige   que   cualquier
creación sea una construcción sobre un plano que le dé una existencia autónoma.
Multitud   de   problemas   se   agolpan   ante   nuestra   mirada,   que   verá   cómo   se   enfrentan
conceptos filosóficos y personajes conceptuales de todo tipo. En primer lugar, los conceptos
tienen y seguirán teniendo su propia firma,  sustancia  de Aristóteles,  cogito  de Descartes,
mónada de Leibniz, condición de Kant, tiempo de Bergso, etc. Algunos conceptos reclaman
una   palabra   extraordinaria,   otros   se   conforman   con   una   palabra   corriente.   Algunos
requieren arcaísmos, otros neologismos. Aunque estén fechados, firmados y bautizados, los
conceptos   tienen   su  propio   modo  de  no   morir,  a   pesar   de   encontrarse  sometidos  a   las
exigencias de renovación, sustitución, mutación que confieren a la filosofía una historia y
también una geografía agitadas. Puesto que los conceptos cambian continuamente, ¿qué
unidad permanece para las filosofías?.
¿Por qué hay siempre que crear conceptos y siempre conceptos nuevos, en función de qué
necesidad y para qué? ¿Con qué fin? La respuesta según la cual la grandeza de la filosofía
estribaría precisamente en que no sirve para nada, constituye una coquetería que ya no
divierte ni a los jóvenes.
Nunca hemos tenido problemas respecto a la muerte de la metafísica o a la superación de la
filosofía; no se trata más que de futilidades inútiles y fastidiosas. Se habla del fracaso de los
sistemas en la actualidad, cuando sólo es el concepto de sistema lo que ha cambiado. Si hay
tiempo   y   lugar   para   crear   conceptos,   la   operación   correspondiente   siempre   se   llamará
filosofía, o no se diferenciaría de ella si se le diera otro nombre.
La  filosofía  se ha cruzado  con muchos  rivales.  Primero  fueron  las  ciencias del hombre,
particularmente la sociología, las que pretendieron reemplazarla. Como la filosofía había
ido   descuidando   cada   vez   más   su   vocación   de   crear   conceptos   para   refugiarse   en   los
Universales, ya no se sabía muy bien cuál era el problema. ¿Se trataba acaso de renunciar a
cualquier creación de conceptos para dedicarse a unas ciencias del hombre estrictas, o bien,
por   el   contrario,   de  transformar   la  naturaleza  de   los   conceptos  convirtiéndolos,   ora   en
representaciónes colectivas, ora en concepciones del mundo creadas por los pueblos, por
sus fuerzas vitales, históricas o espirituales? Después les llegó el turno a la epistemología, a
la   lingüística,   incluso   al   psicoanálisis   y   al   análisis   lógico.   Así   de   prueba   en   prueba,   la
filosofía iba a tener que enfrentarse con unos rivales cada vez más insolentes, cada vez más
desastrosos.
Por último se llegó al colmo de la vergüenza cuando la informática, la mercadotecnia, el
diseño, la publicidad, todas las disciplinas de la comunicación se apoderaron de la propia
palabra   concepto   y   los   creativos   se   convirtieron  en   los   conceptores.   El  simulacro   se   ha
convertido en el concepto verdadero, y el presentador­expositor del producto, mercancía u
obra de arte, se ha convertido en el filósofo, en el personaje conceptual o en el artista.
El asunto de la filosofía es el punto singular en el que el concepto y la creación se 
relacionan el uno con la otra.
Los filósofos no se han ocupado lo suficiente de la naturaleza del concepto como realidad
filosófica. Han preferido considerarlo como un conocimiento o una representación dados,
que se explicaban por unas facultades capaces de formarlo (abstracción o generalización) o
de utilizarlo (juicio). Pero el concepto no viene dado, es creado, hay que crearlo; no está
formado, se plantea a sí mismo en sí mismo, la autoposición lo caracteriza.
Cuanto más creado es el concepto, más se plantea a sí mismo. Lo que depende de una
actividad   creadora   libre   también   es   lo   que   se   plantea   en   sí   mismo,   independiente   y
necesariamente:   lo   más   subjetivo   será   lo   más   objetivo.   En   este   sentido   fueron   los
postkantianos los que más se fijaron en el concepto como realidad filosófica, especialmente
Schelling y Hegel.
Hegel definió con firmeza el concepto por las Figuras de su creación y los Momentos de su
autoposición:   las   figuras   se   han   convertido   en   pertenencias   del   concepto   porque
constituyen la faceta bajo la cual el concepto es creado por y en la conciencia, a través de la
sucesión de las mentes, mientras que los momentos representan la otra faceta según la cual
el concepto se plantea a sí mismo y reúne las mentes en lo absoluto del Sí mismo. Hegel
demostraba   de   este  modo   que  el   concepto   nada   tiene  que  ver   con  una   idea  general   o
abstracta, como tampoco con una Sabiduría no creada que no dependiese de la filosofía
misma.
Si   los   tres   períodos   del   concepto   son   la   enciclopedia,   la   pedagogía   y   la   formación
profesional comercial, sólo el segundo puede evitarnos caer de las cumbres del primero en
el   desastre   absoluto   del   tercero,   desastre   absoluto   para   el   pensamiento,
independientemente  por supuesto   de  sus  posibles  beneficios  sociales  desde  el  punto   de
vista del capitalismo unversal.

Capítulo I: ¿Qué es un concepto?

No hay concepto simple. Todo concepto tiene componentes, y se define por ellos. Se trata
de una multiplicidad. No existe concepto alguno que tenga todos los componentes, hasta
los   pretendidos   universales   como   conceptos   últimos   tienen   que   salir   del   caos
circunscribiendo un universo que los explique. Todo concepto tiene un perímetro irregular,
definido por la cifra de sus componentes. Forma un todo fragmentario.
Tenemos un concepto del Otro que tan sólo presupone como condición la determinación de
un mundo sensible. El Otro surge bajo esta condición como la expresión de un posible.
Constituye un concepto de tres componentes inseparables: mundo posible, rostro existente,
lenguaje real o palabra.
Todo concepto tiene su historia, aunque esta historia zigzaguee o incluso llegue a discurrir
por otros problemas o por planos diversos. En un concepto hay, la más de las veces, trozos
o   componentes   procedentes   de   otros   conceptos,   que   respondían   a   otros   problemas   y
suponían otros planos en los que cada componente lleva a cabo una nueva repartición,
adquiere un perímetro nuevo, tiene que ser reactivado o recortado.
Pero, por otra parte, un concepto tiene un devenir que atañe en este caso a unos conceptos
que se sitúan en el mismo plano. Se concatenan unos a otros, se solapan mutuamente,
coordinan sus perímetros, pertenecen a la misma filosofía, incluso cuando tienen historias
diferentes. Todo concepto, puesto que tiene un número finito de componentes, se bifurcará
sobre otros conceptos, compuestos de modo diferente, pero que constituyen otras regiones
del mismo plano.
En suma, la naturaleza del concepto podría determinarse de la siguiente manera:
(i) Cada concepto remite a otros conceptos, no sólo en su historia, sino en su devenir o en
sus conexiones actuales.
(ii) Tiene unos componentes que pueden a su vez ser tomados como conceptos.
(iii) Así pues, se extienden hasta el infinito y, como están creados, nunca se crean a partir
de la nada.
Lo propio de un concepto consiste en volver los componentes inseparables dentro de  él:
distintos, heterogéneos y no obstante no separables. Cada componente distinto presenta un
solapamiento parcial o un umbral de indiscernibilidad con otro componente. Estas zonas,
umbrales o devenires, esta indisolubilidad, son las que definen la consistencia interna del
concepto.
Pero   éste   posee   también   una   exoconsistencia,   con   otros   conceptos,   cuando   su   creación
respectiva  implica la  construcción de un puente sobre el mismo  plano. Las zonas  y los
puentes son las junturas del concepto.
Cada concepto será por tanto considerado el punto de coincidencia, de condensación o de
acumulación de sus propios componentes. Cada componente es un rasgo intensivo, una
ordenada intensiva que no debe ser percibida como general ni como particular, sino como
una   mera   singularidad   que   se   particulariza   o   se   generaliza   según   se   le   otorguen   unos
valores variables o se le asigne una función constante.
Las   relaciones   en   el   concepto   no   son   de   comprensión   ni   de   extensión,   sino   sólo   de
ordenación, y los componentes del concepto no son constantes ni variables, sino meras
variaciones ordenadas en función de su proximidad. Un concepto es una ordenación de sus
componentes por zonas de proximidad. Es un ordinal, una intensión común a todos los
rasgos que lo componen.
El concepto es incorpóreo, carece de coordenadas espaciotemporales, sólo tiene ordenadas
intensivas.   Carece   de  energía,   sólo   tiene  intensidades,   expresa   el   acontecimiento,   no   la
esencia  o la  cosa.  El concepto  se  define por  la inseparabilidad  de un número  finito  de
componentes  heterogéneas recorridas  por  un  punto   en  sobrevuelo   absoluto  a  velocidad
infinita. El concepto es un acto de pensamiento.
Así   pues,   el   concepto   es   absoluto   y   relativo   a   la   vez:   relativo   respecto   de   sus   propios
componentes, de los demás conceptos, del plano sobre el que se delimita, de los problemas
que supuestamente debe resolver, pero absoluto por la condensación que lleva a cabo, por
el lugar que ocupa sobre el plano, por las condiciones que asigna al problema. Es absoluto
como totalidad, pero relativo en tanto que fragmentario. Es infinito por su sobrevuelo o su
velocidad, pero finito por su movimiento que delimita el perímetro de los componentes.
Un   filósofo   reajusta   sus   conceptos,   incluso   cambia   de   conceptos   incesantemente.   No
obstante, lo que permanece absoluto es el modo en que el concepto creado se plantea en sí
mismo y con los demás. La relatividad y la absolutidad del concepto son como su pedagogía
y su ontología, su creación y su autoposición, su idealidad y su realidad.
El concepto se define por su consistencia, endoconsistencia y exoconsistencia, pero carece
de   referencia:   es   autorreferencial,   se  plantea   a   sí   mismo   y   plantea  su  objeto   al   mismo
tiempo que es creado.
Por último, el concepto no es discursivo y la filosofía no es una formación discursiva porque
no enlaza proposiciones. El concepto no constituye en modo alguno una proposición, no es
proposicional, y la proposición nunca es una intensión. Las proposiciones se definen por su
referencia, y la referencia nada tiene que ver con el Acontecimiento, sino con una relación
con el estado de cosas o de cuerpos, así como con las condiciones de esta relación.
La filosofía saca conceptos, que no se confunden con ideas generales o abstractas, mientras
que la ciencia saca prospectos, que no se confunden con juicios, y el arte saca perceptos y
afectos, que tampoco se confunden con percepciones o sentimientos.

                     Realizado por Daniel Medina Arranz con D.N.I.: 11856851­Y

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