influencia determinante en la tradición norteamericana del control social descansa.
Intrínseca a esta concepción es la noción de normalidad, la cual es definida como todo comportamiento y pensamiento subsidiarios del orden, la estabilidad social y la sumisión de todos por la aceptación de lo establecido. Las conductas disonantes son tratadas según parámetros de tolerancia y varían, desde los típicas de los alienados inofensivos, hasta las de los rebeldes potencialmente impugnadores del sistema de cosas. Como hicieron ver primero los representantes del etiquetamiento (labelling approach) y posteriormente la criminología crítica latinoamericana, esta manera de entender las cosas considera al Estado y a los poderes civiles incapaces de incurrir en conductas desviadas. Por el contrario, tanto el labelling, como la crítica latinoamericana consideran que el juez puede también ser juzgado; lo cual equivale a reconocer una latencia de disonancia en el Estado mismo.1 La experiencia histórica incluye diversos episodios en los cuales el Estado aparece dotado de una alta capacidad criminógena. Se le ve con frecuencia reactivo y coercitivo, antes que preventivo y persuasivo. Dichos comportamientos describen una <<criminalidad gubernativa>>, de los gobernantes, desde ellos y en contra de los gobernados. El análisis permite ver un conjunto de responsabilidades en la delineación de esa criminalidad, unas internas, otras externas, como puede observarse en este capítulo. La criminalidad gubernativa En gran medida, el término <<cultura de la muerte>> conjunta una casuística relacionada con el accionar ilegal de aquellos regímenes de control social, caracterizados por cometer atrocidades en nombre del orden. El Derecho integra las normas a observarse e impone las sanciones correspondientes a quienes las infrinjan. Sin embargo, con frecuencia el derecho 1 Ver los planteamientos teóricos de Talcott Parsons, Robert K. Merton y Labelling approach, en el Capítulo I. 2 es omitido, por lo cual una de las demandas enarboladas por grupos civiles es la instauración del Estado de derecho garante de los valores fundamentales del hombre: vida, libertad y propiedad. La bilateralidad y la reciprocidad que ostentan las teorías jurídicas no siempre se han observado. Con frecuencia, y particularmente en los episodios de autoritarismo, los gobiernos latinoamericanos han aplicado la coercibilidad en primera y última instancias, obligando a las personas físicas y morales a cumplir obligaciones jurídicas y desconociendo sus derechos más elementales. Es decir, ha prevalecido el carácter heterónomo del derecho, el cual consiste en imponer normas independientemente de la voluntad de las personas y de los pueblos. Esto es posible debido a la falta de representatividad auténtica de las ciudadanías respectivas y al raquitismo institucional. La confrontación de los abusos de las autoridades en la aplicación del derecho ha abierto un capítulo de derechos humanos en el cual participan organismos de las incipientes sociedades civiles, contra la criminalidad atribuida a los gobernantes. Una criminalidad oculta La criminalística formal en general no da cuenta de la masa real de crímenes cometidos en un lugar y un tiempo determinados, mucho menos de los crímenes presuntamente cometidos por los gobernantes. Esta situación se explica por la magnitud de los intereses participantes, así como por la impunidad derivada de la ocupación de posiciones relacionadas con la administración de la justicia. “Hay infracciones tan graves, de tantas implicaciones y consecuencias que por su misma naturaleza no se denuncian nunca. Tal es el caso, por ejemplo, de ciertos hechos imputables a jefes de estado, gobernantes, legisladores o jefes militares por promulgar leyes o normas arbitrarias, cometer actos violentos o expoliatorios contra los ciudadanos o la colectividad, practicar discriminaciones calculadas, agitar las masas contra determinados sectores de la sociedad, divulgar tesis políticas o filosóficas insostenibles, conducir el país a una guerra injusta. Entre otras razones, estos hechos no se suelen denunciar, a causa de la duda que puede existir respecto a su existencia real, de la falta de valentía en el momento de denunciarlos, de la ausencia de pruebas suficientes para que una eventual acción pueda alcanzar algún resultado. “Los delitos de ‘cuello blanco’ y ‘de caballero’, conceptos bastante vagos que encubren tanto ciertas conductas fraudulentas (fraudes fiscales y aduaneros, viajes clandestinos, hurtos en las obras públicas, hurtos de souvenirs cometidos por los 3 turistas, fraudes en los seguros) como otros hechos caracterizados por la idea general de que ‘todo el mundo lo hace’ (infracciones de tránsito, caza ilegal, delitos en materia de derechos de autor) constituyen igualmente formas delictivas con respecto a las cuales la cifra negra es considerable.”2 La naturaleza del delito lo hace indenunciable. Implicaciones a personajes, grupos o instituciones reales, cuyo conocimiento puede causar escándalo y cuestionamientos sobre la ética de las instituciones y sus representantes; las cuales podrían acarrear desasosiego en la sociedad. Desde las perspectivas oficiales de los regímenes de control no es conveniente dar a conocer los hechos. Para ello, el sistema jurídico contiene las fórmulas de secresía apropiadas: el secreto bancario, la caducidad de los archivos oficiales que, o no son abiertos nunca o se abren muchos años después de cometidos los delitos. He aquí un cuestionamiento. La criminología tradicional, particularmente el estructural funcionalismo, presentó al control social como respuesta a una necesidad inherente a todas las sociedades y universal por representar los intereses de todos los grupos sociales. Paradójicamente, son los encargados de legislar y administrar la justicia y la convivencia social —jefes de estado, gobernantes, legisladores o jefes militares— quienes han llegado a cometer actos a todas luces materia del control social coercitivo socialmente injustificados. Actos contra los ciudadanos, como despojos de tierras, discriminaciones étnicas, sociales, religiosas, mentiras, calumnias, asesinatos, hurtos, fraudes, infracciones diversas y ejercicio de la piratería, entre tantos más. En gran medida, la criminalidad gubernativa forma parte de la criminalidad oculta, por las razones antedichas. La denominación <<cuello blanco>> nos recuerda el peyorativo <<sepulcros blanqueados>> utilizado en el cristianismo para describir a los judíos fariseos de doble personalidad: rectos y justos por fuera, pero corruptos e inicuos por dentro.3 Lo de caballeros no aplica a los personajes en la escena. 2 Rico, José M., op. cit., p. 34. 3 “El término ‘Criminalidad de cuello blanco’, ahora generalizado, se debe a Edwin Sutherland, que lo acuña en 1949, para designar cierto tipo de criminales que pertenecen a una clase socioeconómica privilegiada, y que cometen actividades delictuosas en el desarrollo de sus actividades [...] La denominación ‘cuello blanco’ (white collar) proviene del cuello de las camisas blancas que utilizan los funcionarios y administrativos de un empresa frente al cuello azul (blue collar) de los overoles de los obreros de las fábricas.” (Rodríguez Manzanera. 1995: 21-22). 4 “Surge entonces un concepto prestigioso de delincuente político, precisamente porque el concepto de delincuente político ha surgido de la diversidad de regímenes políticos. Se identifica al delincuente político con la figura de un héroe romántico altruista filantrópico que lucha por ideales y, en general, por consagrar un régimen de libertades en su país.”4 La autoimagen difundida por los personeros del poder autoritario es la de un hombre sacrificado por el bien de su patria, lo cual justifica la impunidad en que se mueven. Como muchas cosas indeseables para la buena marcha de las sociedades latinoamericanas, durante periodos de endurecimiento de los regímenes, este fenómeno aumenta. […] “los delincuentes se dan hoy más frecuentemente que antes en las altas esferas política, ideológica, económica, industrial, laboral y demás. Ciertamente, algunos jefes de Estado raramente cometen delitos por sí mismos pero los hacen cometer.”5 La criminalidad de los gobernantes hace referencia a delitos que no comete el ciudadano común. Son de naturaleza hierática, pues no observan solemnidad ni reverencia alguna respecto a lo respetable; su contenido natural es el poder despótico, pues implican y generan impunidad. [...]delitos cometidos prevaliéndose de un cargo oficial (privación de la libertad y otros derechos fundamentales, torturas, mutilaciones, asesinatos; espionaje y sabotaje; corrupción); los crímenes contra el derecho internacional (genocidios, violaciones de las convenciones internacionales sobre prisioneros de guerra o delincuentes políticos); finalmente, algunas infracciones que resultan de actos patrióticos, políticos y revolucionarios (en especial, secuestros y asesinatos de personalidades, secuestros de aeronaves, actos terroristas).6 Muchos de esos actos no solamente permanecen ocultos, sino también los responsables se mueven libremente en la impunidad. En esos contextos los aparatos judiciales no sancionan los actos de los personajes gubernamentales, debido a los compromisos establecidos por los representantes de los tejidos institucionales; los cuales operan tanto en las esferas públicas, como en las privadas. 4 Lamarca Pérez, Carmen, “Delincuencia política y Estado de Derecho”, en Criminalia, Organo de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, México, Editorial Porrúa, Año LXVI, Número 1, Ene.-Abr. 2000, pp. 27-89, p. 34. 5 López-Rey, Manuel, “Las dimensiones de la criminalidad”, en Criminalia, Organo de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, México, Editorial Porrúa. Año LI, Nos. 1-12, Ene-Dic, 1985, pp. 116-125, p. 121. 6 Rico, José María, Crimen y justicia en América Latina, México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 36. 5 [...] “político (o público) y económico (o privado), a pesar de que, en la práctica, hay una profunda interrelación entre ellos, y en ocasiones (criminalidad dorada), es casi imposible distinguirlos. Se abusa del poder político cuando es utilizado para: a) Mantenerse en el poder; b) Sostener los privilegios de un grupo (partido, familia, clase, raza, etc.); c) Obtener beneficios económicos.”7 En la práctica, las decisiones políticas se enfilan a favorecer el campo económico, por lo cual, aunque analíticamente se dividan de esa manera, fácticamente constituyen dos caras de la misma moneda. Tal criminalidad “dorada” describe la abominable asociación de los poderes político y económico para orientar la operación de los procesos sociales a favor de intereses privados, sean personales o grupales. A ello contribuye la precaria institucionalidad prevaleciente en nuestra región, lo cual permite la discrecionalidad en amplios márgenes de decisiones, favorece el nepotismo, el compadrazgo y la operación de redes de intereses facciosos. Aunque es un fenómeno característico de nuestra América, Tiende a internacionalizarse a través de las empresas transnacionales […] Aprovecha las lagunas de la ley de países en vías de desarrollo para saquearlos, o en su caso corrompe funcionarios.8 También puede clasificarse el fenómeno en función de la gravedad política o moral. “Hay dos categorías de comportamientos ilícitos que revisten una particular gravedad política: los delitos que implican violaciones de derechos fundamentales (escuchas telefónicas ilegales, uso ilegítimo de la violencia pública, etc.) y la corrupción, es decir, la actuación de un agente público motivada por una recompensa económica indebida. En estos dos supuestos, la criminalidad gubernativa se halla en estado puro, ya que se trata de conductas delictivas que tienen una incidencia directa sobre el funcionamiento de los poderes públicos. La idea de criminalidad gubernativa, no obstante, debe ser aplicada también a todos los demás casos de delitos cometidos por los gobernantes, aún cuando carezcan de una connotación política inmediata”9 Se observa en dicha actitud un desprecio a la participación ciudadana en igualdad de competencias, debido a que los grupos en el poder han dispuesto los recursos públicos para disminuir las capacidades de sus adversarios. Este tipo de comportamientos 7 Rodríguez Manzanera, Luis, “La criminalidad ante el crimen organizado”, en, Criminalia, Organo de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, México, Editorial Porrúa. Año LXI, No. 2, May-Ago., 1995, pp. 20-30, p. 23. 8 Idem., p. 24. 9 Cfr. Díez-Picazo, Luis María, La criminalidad de los gobernantes, Barcelona, Crítica Grijalbo Mondadori, 1996, p. 149. 6 gubernamentales, por supuesto, revisten gravedad política, por su agresión a los más elementales derechos civiles en una democracia y por afectar la dinámica institucional. Por otra parte, el concepto de criminalidad gubernativa abarca un amplio abanico de áreas de acción ejecutiva, no se reduce a las acciones netamente políticas. La clase de delitos cometidos por los personajes del poder constituyen la norma en contextos de autoritarismo, como las dictaduras militares.