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¿Qué son las

instituciones?
Geogref M. Hodgson.

Traducción al español del texto:


Hodgson, Geogref M. (2006) “What are
Institutions”, in Journal of Economic
Issues. Vol. XL. No. 1 March 2006.
¿Qué son las instituciones?

Geoffrey M. Hodgson*

En años recientes se ha extendido profusamente el uso del término institución en las


ciencias sociales, mostrando el crecimiento de la economía institucional y el uso del
concepto institución en diversas disciplinas, entre ellas filosofía, sociología, política y
geografía. El término tiene una historia añeja en cuanto a su uso en ciencias sociales,
remontándose por lo menos hasta Giambattista Vico en su Scienza Nuova (1725). No
obstante lo anterior, incluso en nuestros días, no hay unanimidad en cuanto a la
definición de este concepto.
Asimismo, disputas interminables sobre la definición de términos clave como los
de institución y organización han llevado a que algunos autores renuncien al asunto de
la definición para, en su lugar, proponer dedicarse a cuestiones prácticas. Sin embargo,
no es posible empeñarse en ningún análisis empírico o teórico sobre cómo operan las
instituciones u organizaciones sin contar con una concepción adecuada de qué es una
institución o una organización.
Este ensayo propone que los que renuncian lo hacen de manera apresurada; que
es posible llegar a una definición consensuada una vez superados ciertos obstáculos y
dificultades en el camino. También es importante evitar algunos sesgos en el estudio de
las instituciones, donde ciertas instituciones y características específicas de un tipo
particular de instituciones se sobregeneralizan como atributos de las instituciones en
general. También hace notar algunos peligros con respecto a destacar demasiado la auto-
organización y las instituciones insensibles a la agencia.
Este trabajo parte de ideas expresadas en varias disciplinas académicas y está
organizado en seis secciones. Las tres primeras están dedicadas a la definición y
comprensión de las instituciones en términos generales. La primera sección explora el
significado de términos importantes como los de institución, convención y regla. La
segunda discute algunos aspectos generales referentes a cómo operan las instituciones y
*
El autor es profesor investigador en Estudios sobre la Empresa en la Business School, de la Universidad
de Hertfordshire, Campus De Havilland, Hatfield, Reino Unido. Está profundamente agradecido con
Margaret Archer, Ana Celia Castro, Raúl Espejo, Ronaldo Fiani, Jane Hardy, Anthony Kasozi, Uskali
Mäki, Douglass North, Pavel Pelikan, John Searle, Irene van Staveren, Victor Vanberg, referencias
anónimas y otros por los comentarios vertidos en la discusión. Asimismo, el material incluye otros
materiales provenientes de Hodgson 2001, 2002 y 2004.

2
cómo interactúan con agentes individuales, sus hábitos y sus creencias. La tercera
examina la diferencia entre organizaciones e instituciones y qué se quiere decir cuando
se emplea el término formal en relación con las instituciones y las reglas, para lo cual se
centra en algunas aseveraciones que hace Douglass North en relación con estos temas.
La cuarta identifica un sesgo excesivo hacia las instituciones del tipo auto-organización,
mostrando que teóricamente se trata de un caso especial. La quinta sección sostiene que
las instituciones también difieren con respecto a su grado de sensibilidad hacia cambios
en la personalidad de los agentes participantes. En la sexta y última sección se anotan
las conclusiones.

Sobre las instituciones, las convenciones y las reglas

Las instituciones son del tipo de estructuras de mayor importancia en la esfera de lo


social: constituyen la materia misma de la vida social. El creciente reconocimiento del
papel que desempeñan las instituciones en la vida social implica reconocer que buena
parte de las interacciones y actividades humanas está estructurada en términos de reglas
explícitas o implícitas. Sin violentar mucho la literatura pertinente, podemos definir las
instituciones como sistemas de reglas sociales establecidas y predominantes que
estructuran las interacciones sociales.1 La lengua, el dinero, la legislación, los sistemas
de pesos y medidas, los buenos modales en la mesa y las empresas (al igual que otras
organizaciones) son, entonces, instituciones.
Siguiendo a Robert Sugden (1986), John Searle (1995) y otros podemos definir,
para efectos prácticos, una convención como un caso particular de una regla
institucional. Por ejemplo, todos los países cuentan con reglas de tránsito vehicular, sin
embargo, es un asunto de convención (arbitraria) si la regla dicta conducir del lado
derecho o izquierdo. De forma que (digamos) en relación con el sistema institucional

1
Jack Knight (1992: 2), por ejemplo, define de forma similar la institución, como “un conjunto de reglas que estructuran las
interacciones sociales de maneras particulares”. No obstante hay un debate en la nueva economía institucional en cuanto a si hay
que referirse a las instituciones esencialmente como equilibrio, normas o reglas (Aoki, 2001; Crawford y Ostrom, 1995). Sin
embargo, esta interpretación conflictiva surge esencialmente en la tradición intelectual que toma las preferencias o propósitos
individuales como dados. Siendo relativamente estables, las instituciones poseen cualidades parecidas al equilibrio aun cuando su
equilibrio puede alterarse. Este equilibrio puede reforzarse en la medida que las preferencias o propósitos se ven moldeados por los
resultados. En cuanto a las normas y reglas, no son simplemente el “ambiente” donde el actor (racional) debe decidir y actuar;
también se encuentran internalizadas en las preferencias de los individuos, y replicándose a través de su comportamiento.
Comportamientos repetidos, condicionados, parecidos a reglas, adquieren peso normativo en la medida que la gente acepta la
costumbre como virtud moral, ayudando así a estabilizar el equilibrio institucional. Una vez que observamos los efectos de las
instituciones en los individuos, así como los efectos de los individuos en las instituciones, quedan entrelazados los tres aspectos de
las instituciones.

3
británico de reglas de tránsito vehicular, la convención específica es que se conduzca a
la izquierda.2
En algún momento tenemos que considerar cómo las instituciones estructuran
las interacciones sociales y en qué sentido se encuentran establecidas e adheridas. En
parte, la permanencia de las instituciones surge del hecho que pueden crear —en
términos prácticos— expectativas estables con respecto al comportamiento de otros.
Generalmente, las instituciones permiten pensamiento, expectativa y acción ordenados
imponiendo forma y consistencia a las actividades humanas. Dependen de los
pensamientos y las actividades de los individuos, aunque no se pueden reducir a dichos
pensamientos y actividades.
Las instituciones limitan y fomentan el comportamiento a la vez. La existencia
de reglas implica límites. No obstante, una limitación de este tipo puede abrir
posibilidades: puede posibilitar opciones y acciones que de otra manera no existirían.
Por ejemplo: las reglas del idioma nos permiten comunicar; las reglas de tránsito
vehicular, permiten que dicho tránsito fluya más fácilmente y con mayor seguridad; el
imperio de la ley puede incrementar la seguridad personal. La regulación no siempre es
la antitesis de la libertad; puede ser su aliada.
Como Alan Wells (1970: 3) señala: “Las instituciones sociales son un elemento
de un concepto más general, conocido como estructura social.” Los economistas
institucionales originales, en la tradición de Thorstein Veblen y John R. Commons,
entendieron las instituciones como un tipo especial de estructura social con el potencial
de cambiar los agentes, incluyendo cambios en sus propósitos y preferencias.
Sin embargo, algunos institucionalistas como John Fagg Foster (1981: 908) han,
equivocadamente, definido las instituciones como “patrones prescritos de
comportamiento correlativo”.3 Definir las instituciones como comportamientos podría
conducirnos erróneamente a suponer que las instituciones dejarían de existir si sus
comportamientos asociados quedaran interrumpidos. ¿La monarquía británica deja de
existir cuando todos los integrantes de la familia real duermen y cuando no se lleva a
cabo ninguna ceremonia real? Por supuesto que no: las prerrogativas y poderes reales
permanecen, aun cuando no están en práctica. Son estos poderes, no los
2
Nótese que la escuela francesa de economie des conventions adopta una definición general de convención muy cercana a la noción
de regla que adoptamos aquí (Thévenot, 1986; Orléan, 1994; Favereau y Lazega, 2002).
3
Tony Lawson (2003a: 189–194) enlista varias definiciones de comportamiento en la literature institucional y hace una crítica
correcta de las mismas. La famosa definición que Walter Hamilton hace de una institución como “una forma de pensamiento o
acción de cierta prevalencia o permanencia, que se encuentra incrustada en los hábitos de un grupo o las costumbres de un pueblo”
(1932: 84) es preferible a algunas definiciones de institucionalistas posteriores, pero sólo en tanto se interprete los hábitos y las
costumbres como disposiciones y no como meros comportamientos.

4
comportamientos en sí mismos, que significan que la institución existe. No obstante,
dichos poderes podrían decrecer y las disposiciones institucionales podrían
desvanecerse, si no se ejercen con suficiente frecuencia. Además, la única forma en la
cual podemos observar instituciones es a través del comportamiento manifiesto.4
No todas las estructuras sociales son instituciones. Las estructuras sociales
incluyen conjuntos de relaciones que podrían no estar codificados en discursos, como
las estructuras demográficas en especies animales o en sociedades humanas antes que se
tenga una comprensión de la demografía. Las estructuras demográficas podrían limitar
el potencial social en términos del número de infantes o de personas ancianas que
requieren cuidado y el número disponible de adultos con capacidad para proporcionar
atención, producir y procrear. Si bien no necesariamente hacen lo anterior mediante el
funcionamiento de reglas.5
El término regla se entiende ampliamente como un precepto socialmente
transmitido y normado por la costumbre o una disposición intrínsicamente normativa,
de forma que en circunstancias X hay que hacer Y.6 Una regla prohibitiva implicará una
gran cantidad de acciones Y, de las cuales quedan excluidos los resultados prohibidos.
Otras reglas podrían implicar desarrollar menos cantidad de acciones en Y. Una regla
podría ser considerada, reconocida o seguida sin pensarla mucho. El adjetivo
intrínsecamente normativa exige que al escudriñar o cuestionar la regla surja el aspecto
normativo.
El adjetivo socialmente transmitido significa que la replicabilidad de tales reglas
depende de una cultura social desarrollada y de cierto uso de la lengua. Esas
disposiciones no aparecen simplemente como resultado de genes heredados o instintos;
dependen de estructuras sociales contingentes y podrían no tener representación directa
u obvia en nuestra estructura genética. Las reglas incluyen normas de comportamiento y
convenciones sociales, lo mismo que reglas legales. Tales reglas pueden estar
codificadas. Integrantes de la comunidad en cuestión comparten conocimiento tácito o
explícito de estas reglas. Este criterio de codificabilidad es importante porque significa
que puede identificarse plenamente el quebranto de la regla. Asimismo, ayuda a definir
la comunidad que comparte y entiende la regla en cuestión.
4
Siendo que resultan inconsistentes, las definiciones de institución en términos de comportamiento eran entendibles durante la era
del positivismo en la psicología y las ciencias sociales —más o menos del decenio de 1920 hasta bastante después de la segunda
guerra mundial— cuando se sostenía amplia y erróneamente que en la ciencia no tenían lugar las discusiones sobre lo no observable
(Hodgson, 2004).
5
Aun cuando resulta útil la discusión de Margaret Archer (1995) con respecto a la estructura demográfica, no distingue entre
estructuras en general y estructuras institucionales, basadas en reglas.
6
Véase Ostrom (1986) y, Crawford y Ostrom (1995) para un análisis detallado de la naturaleza de las reglas institucionales.

5
El aspecto normativo de una regla no sería tan importante, y no habría la
necesidad apremiante de transmitirla de generación en generación, si las circunstancias
físicas y naturales únicamente permitieran una opción Y* en circunstancias X. Si
estuviéramos compelidos por la leyes de la naturaleza a hacer Y* en circunstancias X
entonces no habría necesidad de coacción normativa o sanciones. En contraste, es típico
que se puedan imaginar múltiples opciones para la forma de una regla. Una cultura
puede mantener que hay que hacer Y en circunstancias X, mientras que otras podrían
exigir hacer Z en circunstancias X. No obstante, las leyes de la naturaleza limitan el
conjunto de posibles reglas que podrían formularse. Una regla factible no puede
pedirnos que desafiemos la ley de la gravedad o convertirnos en Julio César. El conjunto
de reglas posibles puede ampliarse mediante avances tecnológicos o institucionales. Por
ejemplo, la tecnología de la escritura hace posible la regla según la cual un contrato
válido en papel debe estar firmado.7
Como ha sostenido Searle (1995, 2005), la representación mental de una
institución o sus reglas constituye hasta cierto punto la institución, ya que sólo puede
existir si la gente tiene creencias específicas y relacionadas, lo mismo que actitudes
mentales, con respecto a dicha institución. Así, una institución es un tipo especial de
estructura social que implica reglas de interpretación o comportamiento potencialmente
codificables y (evidente o intrínsecamente) normativas. Algunas de estas reglas
conllevan símbolos o significados comúnmente aceptados, como evidentemente es el
caso con el dinero o la lengua. No obstante, como apuntó Max Weber en 1907, algunas
reglas se siguen sin que en el pensamiento se haga ninguna formulación subjetiva de la
“regla” (1978: 105). Por ejemplo, pocos de nosotros podemos especificar plenamente
las reglas gramaticales del idioma que utilizamos cotidianamente o especificar completa
y detalladamente algunas destrezas prácticas. Sin embargo, las reglas institucionales son
en principio codificables, de forma que el quebranto de estas reglas puede ser sujeto de
discurso.
Aún con este criterio de posible codificación, surge un problema en cuanto hasta
qué punto podemos extender el significado del término regla en la definición de una
institución. Friederich Hayek (1973: 11), por ejemplo, subraya que el “[h]ombre es un
animal seguidor de reglas tanto como un buscador de propósito”. Sin embargo, su
noción de regla era extremadamente laxa. Para Hayek (1967: 67) el término regla “es

7
La definición de tecnología es de suyo problemática y no intentamos llegar aquí a una definición. Entre otros, véase Nelson y
Sampat (2001).

6
una afirmación que puede describir una regularidad de la conducta de los individuos,
independientemente que la regla ‘tenga’ o no para dichos individuos un sentido distinto
de aquel con el cual actúan normalmente…” Hayek (1979: 159) acoge reglas emanadas
de “la base poco cambiante de los impulsos ‘instintivos’ genéticamente heredados” lo
mismo que de la razón y de la interacción humana. Para este autor, en consecuencia, una
regla es cualquier disposición de comportamiento, incluyendo instintos y hábitos, que
pueden llevar a “una regularidad de la conducta de los individuos”.
Esta definición excesivamente amplia incluiría regularidades del
comportamiento como respirar o el latido del corazón, lo cual estira la noción de regla a
un extremo inaceptable (Kley, 1994). A pesar del énfasis general que pone Hayek en el
comportamiento guiado por un propósito y su rechazo de la psicología conductista, llaga
a una definición de regla que depende únicamente de regularidades del
comportamiento, dejando de lado la ontología de las reglas y los mecanismos
implicados en su creación y réplica.
Esencialmente, la replicabilidad de las reglas sociales se hace a través de
mecanismos distintos al genético. Sin embargo, si bien las reglas no se encuentran en el
ADN sería un error colocarse en el otro extremo y referirse al seguir reglas como algo
totalmente deliberado. Michael Polanyi (1967) sostuvo convincentemente que siempre e
inevitablemente hay un sustrato tácito de conocimiento que no puede ser plenamente
articulado, incluso con las acciones más deliberadas. Las reglas, para ser efectivas en el
contexto social, nunca pueden ser pura o totalmente un asunto de deliberación
consciente.
La dimensión tácita del conocimiento crea un problema cuando queremos trazar
una línea entre regularidades de comportamiento instintivas —o autónomas— por un
lado y un genuino seguir reglas por el otro. Algunos autores se refieren a la segunda
categoría de comportamiento como ‘intencional’, no así con respecto a la primera. El
problema aquí es que el concepto de intencionalidad a veces se estira para abarcar
comportamientos que no son deliberados (por ejemplo Bhaskar, 1989; Searle, 1995;
Lawson, 1997). Sostener que tal estado ‘intencional’ inconsciente “tiene que estar en
principio accesible a la consciencia” (Searle, 1995: 5) crea límites a este concepto
ampliado de intencionalidad aunque extiende su territorio hasta algunos
comportamientos autónomos o instintivos, como el respirar o parpadear (no así el latir
del corazón), que hasta cierto punto y en ciertas ocasiones pueden ponerse bajo control

7
consciente. El criterio de Searle sugeriría, entonces, que el respirar y el parpadear
siempre serían intencionales.8
Otra estrategia, que prefiere el autor del artículo que usted tiene entre manos,
contiene dos elementos. Primero, el concepto de intencionalidad se reserva para la
anticipación consciente y el razonamiento auto-reflexivo, con respecto a eventos futuros
o resultados. Como lo señala Hans Joas (1996: 158), la intencionalidad “consiste de un
control auto-reflexivo que ejercemos sobre nuestro comportamiento presente”. Los
actos no intencionados carecen de cualquier deliberación consciente y anticipación.
Segundo, se hace referencia a las reglas como disposiciones social y culturalmente
transmitidas, con un contenido normativo presente o potencial. Una prueba
frecuentemente útil de transmisión sociocultural y no genética es la existencia presente
o potencial de sistemas de reglas muy distintos, incluso en ambientes naturales
similares.
Raimo Tuomela (1995) hizo una distinción entre reglas y normas en función de
la forma de su reforzamiento. Para ello, desarrolló una noción de intencionalidad
colectiva similar a la de Searle (1995).9 La intencionalidad colectiva surge cuando un
individuo atribuye una intención a un grupo al cual él/ella pertenece, en el momento en
que dicho individuo abraza esa intención y cree que otros integrantes del grupo también
la abrazan. Entonces, actuamos porque creemos que otros tienen el mismo objetivo.
Evidentemente, muchas regularidades del comportamiento se desarrollan en la sociedad
debido a esa reciprocidad de intenciones y expectativas. Tuomela describe esas
regularidades como normas. Implican una red de creencias mutuas más que verdaderos
acuerdos entre los individuos; las normas implican aprobación o desaprobación. En
contraste, para Tuomela, las reglas son producto de acuerdos explícitos a los que se
llega mediante una autoridad e implican sanciones. Las reglas y las normas difieren
entonces por virtud de las distintas formas como imponen tareas a los individuos.
Sin embargo, es difícil mantener esa división tan tajante e inmediata. La
reciprocidad de creencias mutuas deviene acuerdos explícitos a los que se agregan
signos únicos y compartidos o palabras de consentimiento. Algunas regularidades de
comportamiento pueden emerger originalmente sin coacción externa, sin embargo, una

8
Roy Bhaskar (1989: 80, 85 y 112) escribió “el comportamiento humano intencional… siempre está ocasionado por razones” y “la
razón para el comportamiento es una creencia en sí”. Sin embargo, posteriormente admite que: “[l]as creencias pueden ser
inconscientes, implícitas o tácitas…”. Consecuentemente, al concepto de intencionalidad se lo fuerza hasta el punto que abarca el
comportamiento inconsciente y nos deja sin criterios que nos permitan decidir si una forma de comportamiento es “acción” o “mero
movimiento”.
9
Para una discusión crítica del tratamiento que John Searle da a la intencionalidad colectiva véase Vromen (2003).

8
autoridad externa puede imponer sanciones después. La diferencia entre tales sanciones
impuestas y la amenaza percibida de desaprobación de los otros se debilita cuando uno
considera que ambas implican algún grado de malestar para los individuos implicados.
Sugden (2000) profundizó en esta línea sosteniendo que ambas se pueden
explicar exclusivamente en términos de preferencias. Pero, aun si rechazamos la
combinación utilitaria de valores y preferencias, ni las sanciones externas ni la
desaprobación social están exentas de cuestiones de valor. Las sanciones externas y la
legislación tienen la capacidad de promover su propia autoridad moral y trasgredirlas
también puede implicar desaprobación social. Así, la gente obedece leyes no sólo por
las sanciones que suponen sino porque los sistemas jurídicos pueden adquirir la fuerza
de la legitimidad moral y el apoyo moral de otros.

De cómo operan las instituciones

¿En general, cómo la gente entiende reglas y opta por seguirlas? Tenemos que explicar
no sólo los incentivos y desincentivos implicados sino cómo los interpreta la gente y
cómo los valora. Esta apreciación y valoración de las reglas es, inevitablemente, un
proceso de interacción social. Como lo señaló Ludwing Wittgenstein (1958: 80): …una
persona se guía por señalizaciones sólo cuando existe un uso frecuente de
señalizaciones, una costumbre.”
Tales consideraciones son importantes cuando abordamos el caso especial de las
reglas jurídicas (legal rules). Para que las leyes se conviertan en reglas en el sentido que
discutimos aquí, deben hacerse costumbre. Como comentaremos más adelante en este
ensayo, hay ejemplos de leyes que son ampliamente ignoradas y no han adquirido la
condición de costumbre o disposición que tiene una regla. Las leyes que se pasan por
alto no son reglas; para que las nuevas leyes se conviertan en reglas tienen que
imponerse hasta el punto que el incumplimiento o cumplimiento del comportamiento en
cuestión se haga costumbre y adquiera una condición normativa.
Los economistas institucionales en la tradición vebleniana, y los filósofos
modernos y pragmáticos originales, sostienen que las instituciones operan únicamente
porque las reglas implicadas están internalizadas en hábitos compartidos de
pensamiento y comportamiento (James, 1892; Veblen, 1899; Dewey, 1922; Joas, 1993,
1996; Kilpinen, 2000). Sin embargo, ha habido cierta ambigüedad en la definición de
hábito. Veblen y los filósofos pragmáticos se refirieron al hábito como una propensión

9
adquirida o capacidad, que podría o no expresarse en un comportamiento. El
comportamiento repetido es importante para establecer un hábito, sin embargo, el hábito
y el comportamiento no son la misma cosa. Si adquirimos un hábito no lo utilizamos
necesariamente todo el tiempo; un hábito es una disposición a asumir un
comportamiento o pensamiento previamente adoptado o adquirido, desencadenado por
un estímulo o contexto apropiado.10
Consecuentemente, los sociólogos pragmáticos William Thomas y Florian
Znaniecki (1920, 1851) criticaron “el uso indistinto del término ‘hábito’ para indicar
cualquier uniformidad de comportamiento… Un hábito… es la tendencia a repetir la
misma acción en condiciones materiales similares.” También William McDougall
(1908: 37) al tratar el hábito como propensión escribió sobre “adquirir hábitos de
pensamiento y acción” como “resortes para la acción” y vio los “hábitos como una
fuente de impulso o poder de motivación”. Como John Dewey (1922: 42) señaló: “[l]a
esencia del hábito es una predisposición adquirida hacia formas o modos de respuesta.”
Muchos hábitos son inconscientes. Los hábitos son repertorios subyacentes de posibles
pensamientos o comportamientos; un estímulo o contexto apropiado puede
desencadenarlos o reforzarlos.11
La adquisición de hábitos (o habituación) es el mecanismo psicológico que
constituye la base de mucho del comportamiento que sigue reglas (rule-following
behavior). Para que un hábito adquiera la condición de una regla, debe adquirir cierto
contenido normativo inherente, tener la posibilidad de ser codificado y prevalecer entre
un grupo. Hábitos persistentes y compartidos son la base de las costumbres. William
James (1892: 143) afirmó: “El hábito es así el enorme volante de la sociedad, su agente
de conservación más valioso.”
La estructura de reglas prevaleciente proporciona incentivos y límites a la acción
individual. Al canalizar de esta manera el comportamiento, se desarrollan más hábitos
compartidos que, asimismo, se refuerzan entre la población. Así, la estructura de reglas
ayuda crear hábitos y preferencias que son consistentes con su reproducción. Los
hábitos son el material constitutivo de las instituciones, proporcionándoles duración,
poder y autoridad normativa mejorados. A su vez, al reproducir hábitos de pensamiento
compartidos, las instituciones crean fuertes mecanismos de conformidad y acuerdo
10
Lawson (2003b: 333) ha hecho una interpretación distinta de Veblen, sin que haya de por medio evidencia textual, señalando que
“el término hábito indica ciertas formas de acción (repetidas)”. Por el contrario hay varios pasajes en los trabajos de Thorstein
Veblen que sugieren una visión de los hábitos como propensiones o disposiciones (véase Hodgson, 2004: 169).
11
El hábito concebido como una propensión o disposición también puede encontrarse en trabajos modernos como en los de CAPIC
(1986); Margolis (1987); Murphy (1994); Ouellette y Wood (1998); Kilpinen (2000); Wood et al. (2002), y otros.

10
normativo. Como Charles Sanders Peirce (1878: 294) afirmara la “esencia de la
creencia es el establecimiento del hábito”. En consecuencia, el hábito no es la negación
de la deliberación sino su necesario fundamento. Las razones y las creencias
frecuentemente son la racionalización de sentimientos y emociones profundamente
asentados que surgen repentinamente a partir de hábitos establecidos mediante
comportamientos repetidos (Kilpinen, 2000; Wood et al., 2002). Este interjuego de
comportamiento, hábito, emoción y racionalización ayuda explicar el poder normativo
de la costumbre en la sociedad humana. De esta forma, “la costumbre nos reconcilia con
todo” —como escribiera Edmund Burke en 1757— y las reglas de la costumbre pueden
adquirir la fuerza de autoridad moral. A su vez, estas normas morales ayudan a reforzar
la institución en cuestión.
Los hábitos se adquieren en un contexto social y no son genéticamente
transmitidos. Al aceptar el papel fundamental que desempeña el hábito para sostener el
comportamiento que sigue reglas podemos comenzar a construir una ontología
alternativa de las instituciones en la cual evitamos los problemas conceptuales de una
explicación basada primordialmente en la intencionalidad. Ello no significa negar la
importancia de la intencionalidad, sino verla como una consecuencia tanto como una
causa y colocarla en el contexto más amplio y ubicuo de otros comportamientos no
deliberativos.12
Al estructurar, limitar y permitir comportamientos individuales, las instituciones
tienen el poder de moldear de forma fundamental las capacidades y comportamiento de
los agentes: tienen capacidad de cambiar aspiraciones y no sólo posibilitarlas o
limitarlas. El hábito es el mecanismo clave en esta transformación. Las instituciones son
estructuras sociales que pueden implicar una causación reconstituyente descendente
(reconstitutive downward causation) actuando hasta cierto punto sobre los hábitos de
pensamiento y acción individuales. La existencia de una causalidad reconstituyente
descendente no quiere decir que las instituciones determinen directa, entera o
uniformemente las aspiraciones individuales, sino simplemente que puede haber efectos
descendentes significativos. En cuanto las instituciones llevan a regularidades del
comportamiento, se establecen hábitos acordes entre la población, llevando a propósitos
y creencias congruentes. De esta manera la estructura institucional se sostiene.13
12
El tratamiento de propensión que se hace aquí del hábito es ampliamente consistente con el concepto de Viktor Vanberg (2002) de
actividad “basada en un programa”, que dicho autor insiste debe ser consistente con nuestro conocimiento de la evolución humana.
13
Para una discusión del concepto original de “causalidad descendente” (“downward causation”) véase Sperry (1991). En Hodgson
2003 y 2004 se discute la causalidad reconstituyente descendente (reconstitutive downward causation), mientras que en Hodgson y
Knudsen (2004) al proceso se lo modela con el mecanismo formador de hábito.

11
Debido a que las instituciones dependen de las actividades de los individuos al
mismo tiempo que las constriñen y moldean, ello hace que a través de esta retroalimen-
tación positiva posean fuertes características de auto-reforzamiento y auto-perpetuación.
Las instituciones se perpetúan no sólo por la conveniente coordinación de reglas que
proporcionan, sino porque confinan y moldean las aspiraciones de los individuos y
sobre la base de las mentes de muchos individuos —a las que tiñen con sus
convenciones— sientan las bases para su existencia.
Ello no significa, sin embargo, que las instituciones se mantengan separadas del
grupo de individuos involucrado; la existencia de las instituciones depende de los
individuos, sus interacciones y particulares patrones de pensamiento compartidos. No
obstante, cualquier individuo nace en un mundo institucional pre-existente que lo/la
confronta con sus reglas y normas.14 Las instituciones que enfrentamos residen en las
disposiciones de otros individuos aunque también dependen de las interacciones
estructuradas entre ellos, frecuentemente también incluyendo artefactos materiales o
instrumentos. La historia proporciona los recursos y límites —materiales y cognitivos—
con los cuales pensamos, actuamos y creamos.
De esta manera las instituciones son simultáneamente estructuras objetivas “ahí
afuera” y resortes subjetivos de la agencia humana “en la cabeza de los seres humanos”.
En este sentido las instituciones son como las botellas de Klein: el “adentro” subjetivo
es al mismo tiempo el “afuera” objetivo. Así, la institución proporciona un vínculo entre
lo ideal y lo real. Los conceptos gemelos de hábito e institución podrían de esta manera
contribuir a superar el dilema filosófico entre realismo y subjetividad en las ciencias
sociales. Si bien el actor y la estructura institucional son distintos están conectados
mediante un círculo de acción recíproca e interdependencia.
Commons (1934: 69) señaló que: “[a] veces una institución semeja un edificio,
una especie de marco de leyes y reglamentaciones, en el cual los individuos actúan
como inquilinos. A veces parece significar el propio comportamiento de los inquilinos.”
A la fecha este dilema de puntos de vista persiste. Por ejemplo, la definición que hace
North de instituciones como “reglas del juego… o… límites ideados” hace hincapié en
las restricciones de la prisión metafórica en la cual actúan los “inquilinos”. En contraste,
la descripción que Veblen hace de las instituciones (1909: 626) como “hábitos
establecidos de pensamiento comunes a la generalidad de los hombres” parecería no

14
Véase Hodgson (2004) para una discusión sobre el tratamiento histórico que se ha dado a este planteamiento desde Comte,
pasando por Marx, Lewes, Durkheim, Veblen y otros a Archer (1995).

12
partir de los límites objetivos sino de “los inquilinos mismos”. Sin embargo, al igual que
Commons deja ver, y sostiene Veblen (1909: 628-630) con mayor profundidad, el hábito
de comportamiento y la estructura institucional están entrelazados y se refuerzan
mutuamente: ambos aspectos son relevantes para tener una imagen completa. Se
requiere un doble hincapié, esto es, en la agencia y en la estructura institucional, con el
cual se entiende que las instituciones mismas son el resultado de las interacciones y
aspiraciones humanas, sin que sean concientemente diseñadas en cada uno de sus
detalles por parte de un individuo o grupo cualquiera, al mismo tiempo que instituciones
dadas anteceden históricamente a cualquier individuo.

Algunos problemas con la exposición de Douglass North

Al iniciar con una definición de instituciones como sistemas de reglas socialmente


anclados es evidente que las organizaciones son un tipo especial de instituciones, con
otras características agregadas. Las organizaciones son instituciones especiales que
implican: a) criterios para establecer sus linderos y para distinguir a sus miembros de
sus no miembros, b) principios de soberanía con respecto a quién está al mando y c)
cadenas de mando que delinean responsabilidades en la organización.
No obstante, en varias aseveraciones de peso, North caracteriza de otra manera
instituciones y organizaciones. El propósito de esta sección es exponer algunas
dificultades en tales caracterizaciones y mantener las definiciones que propongo. Estas
dificultades tienen que ver con la aparente distinción que North hace entre a)
instituciones y organizaciones, y b) entre “reglas formales” y “límites informales”.
North no ha sido suficientemente claro y por ello mucha gente lo malinterpreta
considerando que sugiere que las organizaciones no son un tipo de institución. También
se lo malinterpreta cuando se considera que hace una distinción entre instituciones
formales e informales. En estricto sentido North no sostiene ninguna de estas dos
distinciones. Asimismo, sostengo que North no elaboró suficientemente la naturaleza y
funcionamiento de las reglas sociales que correctamente identificó como la esencia de
las instituciones. Su hincapié en el carácter parecido a una regla que tienen las
instituciones es consistente con mi definición, sin embargo, creo que hay que agregar
algo. En relación con las instituciones en general North (1990: 3-5) escribió:

13
Las instituciones son las reglas del juego en la sociedad o, más formalmente, son
los límites ideados que dan forma a la interacción humana. En consecuencia
estructuran incentivos en el intercambio humano, sean políticos, sociales o
económicos… Conceptualmente, lo que debe quedar claramente diferenciado
son las reglas y los actores. Aunque el propósito de las reglas es definir la
manera cómo habrá de jugarse el juego, el objetivo del equipo en ese contexto de
reglas es ganar el juego… Modelar las estrategias y habilidades del equipo
conforme se desarrolla es un proceso separado del modelar la creación,
evolución y consecuencias de las reglas.

North insiste correctamente que “lo que debe quedar claramente diferenciado son las
reglas y los actores”. La distinción entre actores y reglas es similar a la distinción entre
agentes y estructuras, como se ha discutido en otros trabajos (Archer, 1995; Lawson,
1997; Hodgson, 2004). Las estructuras dependen de los agentes, si bien ambos son
diferentes y distintos. North (1994: 361) también escribe:

Es la interacción entre instituciones y organizaciones que da forma a la


evolución institucional de una economía. Si las instituciones son las reglas del
juego, las organizaciones y sus emprendedores son los actores. Las
organizaciones están conformadas por grupos de individuos unidos por un
propósito común para alcanzar ciertos objetivos.

North razonablemente ve las organizaciones como incluyendo partidos políticos,


empresas, sindicatos, universidades, etcétera. La gente ha interpretado que North señala
que las organizaciones no son instituciones, sin embargo, no escribe tal cosa.
Simplemente centra su interés en los sistemas económicos más que en el
funcionamiento interno de organizaciones individuales. No está tan interesado en las
reglas sociales internas de las organizaciones porque quiere tratarlas como actores
integrados y centra su atención en interacciones en el ámbito nacional u otros en niveles
más altos.
En principio no hay nada equivocado con la idea que, bajo ciertas condiciones,
se puede tratar a las organizaciones como actores individuales. Por ejemplo, cuando hay
procedimientos para que los integrantes de una organización expresen una decisión
común o de la mayoría. Como Barry Hindess (1989: 89) sostiene, a las organizaciones

14
se les puede tratar como actores sociales hasta tanto “posean medios para llegar a
decisiones y actuar sobre algunas de ellas”. James Coleman (1982) llegó a una
conclusión similar. Es interesante que el criterio que a veces nos permite tratar como
actores a las organizaciones requiera que las entendamos como un sistema social con
límites y reglas.
No obstante, surge un problema si definimos las organizaciones como actores.
Ello llevará a una combinación no garantizada de agencia individual y organización.
Organizaciones —como empresas y sindicatos— son estructuras conformadas por
actores individuales, frecuentemente con objetivos contrapuestos. Aun cuando haya
mecanismos ubicuos “para llegar a decisiones y actuar sobre algunas de ellas”
(Hindess: 1989), tratar una organización como actor social no debe ignorar el conflicto
potencial en la organización. Dar trato de actor social a una organización abstrae de
dichos conflictos internos, sin embargo, una abstracción no habrá de convertirse en un
principio fijo o definición que podría obstaculizar cualquier consideración de conflicto
interno o estructura.
Abstracción y definición son procedimientos analíticos completamente distintos.
Cuando los matemáticos calculan la trayectoria de un vehículo o satélite a través del
espacio, frecuentemente lo tratan como una partícula única. En otras palabras, ignoran
la estructura interna y rotación del vehículo o satélite, sin embargo, ello no significa que
el vehículo o satélite en cuestión queda definido como una partícula.
North no aclara suficientemente si define las organizaciones como actores o si se
refiere a ellas como actores en tanto que una abstracción analítica. Esto ha ocasionado
mucha confusión, con otros autores insistiendo que hay que definir las organizaciones
como actores. No obstante, en correspondencia con este autor (10 de septiembre de
2002 y 7 de octubre de 2002) North ha dejado claro que trata las organizaciones como
actores, simplemente para analizar los sistemas socio-económicos como un todo y que
no hace referencia a las organizaciones como siendo esencialmente la misma cosa que
un actor en cualquier circunstancia. Al señalar que las “organizaciones son actores”,
North hace una abstracción, más que definir de esa manera una organización.
Cuando North (1994: 361) escribió que las organizaciones “están conformadas
por grupos de individuos unidos por un propósito común”, simplemente ignora
ocasiones en las que no es el caso. Está menos interesado en los mecanismos internos
mediante los cuales las organizaciones ejercen coerción o persuaden sus integrantes
para que actúen conjuntamente hasta un cierto punto. Crucialmente estos mecanismos

15
siempre implican sistemas de reglas incrustadas. Las organizaciones implican
estructuras o redes, las cuales no pueden operar sin reglas de comunicación, suscripción
o soberanía. La inevitable existencia de reglas dentro de las organizaciones significa
que, incluso en la propia definición de North, hay que referirse a las organizaciones
como un tipo de institución. En efecto, básicamente North ha aceptado que las
organizaciones tienen actores internos y sistemas de reglas, y, consecuentemente, que
las organizaciones son un tipo especial de institución (carta del 7 de octubre de 2002
dirigida a este autor).15
Como reconoció North, es posible tratar las organizaciones como actores bajo
algunas circunstancias y generalmente se puede hacer referencia a ellas como
instituciones. Agentes individuales actúan dentro del sistema de reglas de la
organización. A su vez, bajo ciertas condiciones, las organizaciones pueden recibir el
trato de actores dentro de otros sistemas integrales de reglas institucionales. Hay
múltiples niveles en los cuales las organizaciones proveen reglas institucionales para los
individuos y posiblemente, a su vez, estas organizaciones también pueden recibir el
trato de actores en un marco institucional más amplio. Por ejemplo, el individuo actúa
en la nación y, a su vez, la nación a veces puede ser tratada como actor en un marco
internacional de reglas e instituciones.
Surgen posteriores ambigüedades con la distinción que North hace entre “reglas”
formales y “límites” informales. No obstante que varios autores intentan hacer cierta
distinción entre lo formal y lo informal, y que dicha distinción es importante, la hacen
de forma diversa y confusa. Algunos identifican lo formal con lo jurídico (legal) y ven
las reglas informales como no jurídicas (nonlegal), aún estando escritas. Sí lo “formal”
significa “jurídico” entonces no queda claro si lo “informal” debería significar ilegal o
no jurídico (esto es, no expresado en legislación). Otra posibilidad es que la distinción
formal/informal se exprese en términos de reglas explícitas en oposición a reglas tácitas.
Otra variante en la literatura identifica lo formal con las instituciones diseñadas y lo
informal con las instituciones espontáneas, coincidente con Carl Menger y su famosa
distinción entre instituciones programáticas e instituciones orgánicas. Tenemos por lo
menos tres distinciones importantes y no solamente una. North, al igual que muchos
otros autores, no deja suficientemente clara la distinción que hace entre “formal” e
“informal”.

15
Véase el apéndice para la correspondencia con Douglass North en relación con este tema.

16
El asunto se complica todavía más con el uso distinto que North hace de los
términos regla y límite. North (1990, 1991, 1994) ha escrito con mayor frecuencia sobre
límites formales e informales, más que sobre reglas formales e informales, sin embargo,
no ha indicado porque abandonó el sustantivo regla y si los límites son o no reglas.
North ha escrito frecuentemente sobre “reglas formales” y no sobre “reglas informales”.
Sin embargo, algunos autores interpretan que North hace una distinción entre reglas
formales e informales (por ejemplo, Schout, 1991). Los ejemplos de “límites formales”
que menciona North (1994: 360) son “reglas, leyes, constituciones”, mientras que los
ejemplos de “límites informales” son “normas de comportamiento, convenciones,
códigos de conducta auto-impuestos”. Ello sugiere que las reglas son un tipo especial de
límite formal.
Esto crea un problema posterior para North. Si todas las reglas son formales y
las instituciones son esencialmente reglas, entonces todas las instituciones son
formales. Sin embargo, posteriormente North (1995: 15) redefine las instituciones en los
siguientes términos: “Las instituciones son los límites que los seres humanos imponen a
las interacciones humanas.” Al redefinir las instituciones básicamente como límites, en
lugar de reglas, hace que surja la pregunta sobre la posible distinción entre límites
formales e informales. Esta definición de institución, que data de 1995, deja de lado el
aspecto posibilitador de las instituciones al destacar nada más los límites. Después,
North (1997: 6) regresa al concepto de instituciones como “las reglas del juego de una
sociedad”.
En correspondencia escrita que mantuvo con el autor de estas líneas, North
identifica “reglas formales” con reglas jurídicas que “imponen los tribunales” (7 de
octubre de 2002, véase apéndice). En contraste las “normas informales generalmente las
imponen los pares u otros que impondrán costos si no cumples con dichas normas.” A
pesar del continuo énfasis analítico que North hace en su trabajo con relación al poder
de lo informal y las relaciones habituales, sus definiciones lo predisponen a identificar
reglas e instituciones con reglamentos “formales” (esto es, jurídicos).16
Este confinar el concepto de una institución a sistemas de reglas jurídicas puede
ser criticado por excluir órdenes sociales que no están expresados jurídicamente dentro
de la categoría de una institución. Destacar exclusivamente reglas jurídicas puede

16
Al igual que North, John R. Commons avanza una concepción predominantemente jurídica de una institución (1934), aspecto que
ya he criticado en otros espacios (Hodgson, 2004: cap. XIII). Véase Fiori (2002) para una discusión sobre el papel que desempeña la
distinción entre reglas formales y límites informales en el trabajo de North.

17
disminuir la existencia de reglas e instituciones que también pueden limitar y modelar
significativamente al comportamiento humano.
Ejemplos importantes incluyen la lengua y fuertes costumbres sociales como las
de clase en Gran Bretaña, las castas en India, el género en numerosos países y muchos
otros fenómenos. Algunas reglas e instituciones —como la lengua y algunas
convenciones de tránsito vehicular— pueden surgir en su mayor parte espontáneamente
como equilibrios de coordinación y, ante todo, se reproducen porque resultan
convenientes para que los agentes se conformen a dichas reglas e instituciones. Hasta
cierto punto las creencias morales, sanciones y límites operan en todos estos casos. No
todas las reglas estrictas o instituciones están decretadas en legislación.
Correctamente, North enfatiza “límites informales” aunque no admite la
categoría de reglas informales. Sin embargo, todos los límites contingentes que se
derivan de la acción humana (más que las leyes de la naturaleza) son básicamente
reglas. En consecuencia no hay una línea clara entre reglas y límites, como sugiere
North y, por el contrario, los límites sociales son básicamente reglas.
Además, un hincapié exagerado en los aspectos formales y jurídicos podría pasar
por alto que los sistemas jurídicos descansan ellos mismos en reglas y normas
informales. Como sostuvo Émile Durkheim en 1893: “en un contrato no todo es
contractual” (1984: 158). Siempre que hay un contrato hay reglas y normas que no están
necesariamente codificadas en la legislación. Las partes en un acuerdo están forzadas a
descansar en reglas institucionales y patrones de comportamiento, que no pueden —por
razones prácticas y de complejidad— estar plenamente establecidas como leyes. Los
sistemas jurídicos están invariablemente incompletos y abren espacio para que la
costumbre y la cultura operen (Hodgson, 2001).
North acepta totalmente la importancia de la esfera informal y frecuentemente
discute los aspectos informales de las instituciones formales (esto es, de lo jurídico).
Hace hincapié en, por ejemplo, el papel que desempeñan la ideología y la costumbre.
Sin embargo, no reconoce suficientemente las instituciones informales que no aparecen
decretadas en legislación, incluyendo aquellas que surgen espontáneamente, como los
equilibrios de coordinación. North (1990: 138) ha destacado adicional y correctamente
los “límites informales” y la “transmisión cultural de valores”, pero restringe
innecesariamente su definición de instituciones a reglas codificadas en legislación.
Sea que estemos tratando con reglas formales o informales, tenemos que
considerar la manera como se promulgan las reglas. Aunque dicha consideración no

18
tiene que ocuparse necesariamente de la definición de una institución o regla, sí tiene
que explicar cómo los sistemas de reglas afectan el comportamiento de las personas.
Apuntar los incentivos y sanciones asociados con las reglas no es suficiente porque no
explicarían cómo las personas evaluarían las sanciones o incentivos implicados.
También tenemos que explicar por qué podrían, o no podrían, tomar en serio los
incentivos y sanciones.
Es claro que no resulta suficiente la mera codificación, legislación o proclama de
una regla para que dicha regla afecte el comportamiento social. Simplemente podría ser
ignorada, de la misma forma que muchos conductores exceden los límites de velocidad
en las carreteras y muchos europeos continentales ignoran las restricciones para fumar
en restaurantes. Al respecto, el término inadecuado regla podría llevarnos a un error.
North reconoce plenamente que la pura proclama de la regla no es suficiente. No
obstante al tratar de entender cómo se fija o cambia el comportamiento, su atención a
veces vira hacia los “límites informales” de la vida cotidiana. Por supuesto, la esfera
informal es vital aunque irónicamente, según las propias definiciones de North, los
“límites informales” no son, en ningún sentido, instituciones. Yo prefiero una
concepción más amplia de las instituciones que incluye las bases informales de todo
comportamiento estructurado y duradero. Es por ello que defino instituciones como
sistemas duraderos de reglas sociales establecidas e internalizadas que estructuran las
interacciones sociales, más que reglas como tales. Para decirlo en pocas palabras, las
instituciones son sistemas de reglas sociales, no solamente reglas.
La ambigüedad de los términos formal e informal con respecto a las
instituciones y las reglas sugiere que o bien se abandona el uso de estos sustantivos o
bien se los utiliza con extremo cuidado. En su lugar podría ser mejor utilizar términos
más precisos como jurídico, no jurídico y explícito. Al suscribir en general las
definiciones de North, Pavel Pelikan (1988: 372; 1992: 45) compara las “reglas” de
North con el “genotipo” en el “fenotipo” de la estructura organizacional. 17 Si las reglas
son similares a genes, entonces ello destaca la importancia de considerar sus
mecanismos de supervivencia y réplica, y la forma como pueden afectar los individuos
o las organizaciones. Las reglas no tienen la capacidad de reproducirse a sí mismas
directamente; se replican mediante otros mecanismos psicológicos. Desde una
perspectiva pragmática las entidades similares a genes que se encuentran detrás de las

17
Aunque las definiciones de Pavel Pelikan (1988, 1992) son similares a las de North, no son idénticas. Aun cuando Pelikan trata
las instituciones como “reglas” también considera explícitamente las “instituciones” internas (reglas) de las organizaciones.

19
reglas son hábitos individuales, ya que dichos hábitos son las disposiciones similares a
reglas que orientan el comportamiento. Generalmente las reglas operan sólo porque
están internalizadas en hábitos de pensamiento y comportamiento compartidos. En
consecuencia es mejor tratar los hábitos, que no las reglas, como genotipos sociales.

Auto-reforzamiento vs reforzamiento externo

Con una posible excepción, todas las instituciones dependen de otras instituciones.
Como Searle (1995: 60) señala: “… la lengua es la institución social básica en el sentido
que todas las otras presuponen la lengua, sin embargo, la lengua no presupone las
otras.” La lengua es básica porque todas las instituciones implican interacciones sociales
e interpretaciones de algún tipo. En consecuencia, todas las instituciones implican por lo
menos rudimentarias reglas de interpretación.
La literatura relativa a la auto-organización y órdenes espontáneos proporciona
la idea esencial que las instituciones y otros fenómenos sociales pueden surgir sin que
sean diseñadas, mediante interacciones estructuradas entre los agentes. El centro de los
aspectos auto-organizativos del sistema social se remonta a David Hume y Adam Smith
y es un tema de gran importancia en la escuela austriaca de economía, de Carl Menger a
Hayek. Esta literatura muestra que el orden social puede surgir y que en sí mismo no es
una intención o propiedad de ningún individuo o grupo de individuos.
Sin embargo, incluso las instituciones auto-organizadas requieren una lengua
(rudimentaria) de forma que, con excepción hecha de la propia lengua, el concepto de
auto-organización debe quedar calificado por el reconocimiento de la organización
previa y externa de reglas de comunicación o interpretación.
Además, los conceptos de auto-organización u orden espontáneo son
insuficientes para una comprensión de todas las instituciones. El propio Menger ([1871]
1981) reconoce una distinción entre instituciones “orgánicas” (auto-organizadas) y
“pragmáticas” (diseñadas). No obstante, subsecuentes autores ignoran las últimas para
concentrar su atención en las primeras. En efecto, mucho de la literatura referente a las
instituciones destaca excesivamente la idea de auto-organización que, aun siendo
esencial, va en detrimento de otros mecanismos vitales de surgimiento y sostenimiento
institucional.
Con instituciones que no son auto-organizadas hay una dependencia aún más
fuerte de otras instituciones, requeridas para reforzar las reglas internas. En primer lugar

20
examinamos algunos mecanismos típicos de auto-organización para luego citar algunos
casos donde dicha dependencia externa es una característica.
Una configuración arquetípica de auto-organización es un juego de
coordinación. Típicamente, las reglas de coordinación proporcionan incentivos para que
todo mundo se conforme a la convención. En consecuencia un equilibrio de
coordinación puede ser auto-vigilante y altamente estable. La lengua es un ejemplo. En
la comunicación tenemos incentivos e inclinaciones muy fuertes a utilizar palabras y
sonidos de forma tal que las conformemos lo más cercanamente posible a la norma
percibida. Las normas de la lengua y de la pronunciación son entonces, en gran medida,
auto-vigilantes (Quine, 1960). De manera similar, algunas (no todas) reglas jurídicas
tienen un fuerte elemento auto-vigilante. Por ejemplo, hay incentivos obvios (además de
evitar las sanciones legales) para detenerse ante un semáforo en rojo y conducir en la
misma dirección que conduce el resto de las personas. Aun cuando habrá quien las
infrinja, los conductores pueden ellos mismos sujetarse a estas leyes debido a que la
violación puede incrementar el riesgo personal percibido.
Un equilibrio de coordinación puede auto-reforzarse no solamente porque cada
uno de los actores carece de un incentivo para cambiar la estrategia sino que cada uno
de ellos desea que los otros también mantengan su estrategia (Schotter, 1981: 22-23). Si
los agentes tienen preferencias compatibles y estrategias en este sentido, entonces con
frecuencia las reglas de coordinación pueden emerger espontáneamente y auto-
imponerse. Incluso si prefiero conducir en el lado izquierdo, cuando me encuentro en un
país donde la convención es manejar al lado derecho, entonces conduciré al lado
derecho y los otros preferirán que así lo haga. Un equilibrio de coordinación tiene
características de estabilidad y auto-reforzamiento, aun cuando el equilibrio no sea ideal
para todos los involucrados.
No obstante, los juegos de coordinación son un caso especial. Configuraciones
contrastantes incluyen el famoso dilema de los prisioneros que, se sostiene, representa
varios tipos de situaciones sociales como: el uso ventajoso aunque no socialmente
óptimo del automóvil privado, en lugar del transporte público (Best, 1982); la famosa
“tragedia de los comunes” (Hardin, 1968), y aspectos del contrato de trabajo
(Leibenstein, 1982).
Por lo menos en un juego del dilema de los prisioneros sin repeticiones, cada
uno de los jugadores tiene un incentivo para abandonar la partida. La situación de mutua
cooperación no es un equilibrio tipo Nash porque cada uno de los jugadores puede

21
obtener ventaja dejando de lado la cooperación para abandonar. El equilibrio de Nash se
da cuando ambos jugadores abandonan y cada uno de ellos/ellas consigue menos de lo
que hubieran obtenido de haber cooperado. Podría surgir un “orden espontáneo”, pero
evidentemente no sería óptimo tomando en consideración cualquier criterio razonable.18
Las reglas de coordinación se siguen en primer lugar por conveniencia. En
contraste, con los resultados no óptimos en el juego del dilema de los prisioneros surgen
preguntas normativas de forma más aguda. No obstante que cualquier regla implica
costos y beneficios hay una gran diferencia entre seguir una regla simplemente porque
es conveniente hacerlo que seguir una regla debido a una creencia normativa. Viktor
Vanberg (1994: 65) ha señalado correctamente que los autores en la tradición del orden
espontáneo —de Hume a Smith y de Merger a Hayek— no reconocen adecuadamente la
moral adicional y los mecanismos jurídicos requeridos para aplicar restricciones en los
juegos donde no hay coordinación. Walter Schultz (2001: 64-66) destaca una distinción
similar en su consistente discusión del problema referente al reforzamiento de las reglas
sociales.
Hasta muy recientemente, el problema del reforzamiento ha sido relativamente
relegado en los trabajos. Como hicimos notar previamente, algunas reglas son en gran
medida auto-reforzantes. En contraste, las leyes que restringen el comportamiento —y
cuando se percibe que su trasgresión trae consigo ventajas netas sustantivas— son las
que requieren de mayor vigilancia. En consecuencia es frecuente que la gente evada
pagar impuestos o que viole los límites de velocidad. Sin una actividad vigilante, lo más
probable es que se infrinja la ley, se desvalorice y se la “lleve al descrédito”.
Por ejemplo, hay incentivos para desvalorizar el dinero. Si pueden evitar ser
detectados, los agentes individuales tienen un obvio incentivo para usar versiones
menos costosas, de mala calidad o falsificadas, del medio de intercambio. Si se permite
que dichos falsificadores o degradadores perduren, el dinero malo eliminará al bueno. El
dinero no es auto-vigilante en el mismo sentido que lo es la lengua y podría requerir una
autoridad externa que imponga las reglas, como el propio Merger reconoció (Latzer y
Schmitz, 2002).
Pueden socavarse los mecanismos de auto-vigilancia si existe la posibilidad de
que haya variaciones no detectadas de la norma y si hay un incentivo suficiente para
ampliar dichas variaciones. La lengua y el dinero difieren al respecto. El argumento de
18
Aun cuando pudiera surgir la cooperación mutua en varias partidas del dilema de los prisioneros, la estrategia de “toma y da”
(“tit-for-tat”) de Robert Axelrod (1984) podría quedar fuera a causa de otras estrategias alternas (Kitcher, 1987; Lindaren, 1992;
Binmore, 1998).

22
un tercero que se encargue de imponer, como lo es el caso del Estado, es, entonces, más
fuerte en el caso del dinero y algunas leyes que en el caso de la lengua.
Los intentos por explicar la evolución del contrato y la propiedad privada en
términos totalmente espontáneos han fracasado. Algunos autores intentan explicar la
imposición de los derechos de propiedad mediante instrumentos como las coaliciones
comerciales (Greif, 1993). Itai Tened (1997) mostró que los derechos de propiedad no
son totalmente auto-reforzantes por lo que se requiere de una institución externa como
el Estado para imponerlos. Con un gran número de actores, es más difícil para los
individuos establecer arreglos mutuos y recíprocos que aseguren el cumplimiento del
contrato (Mantzavinos, 2001: cap. VIII). Si surgen las coaliciones comerciales, éstas
adoptan cualidades similares a las del Estado para imponer los acuerdos y proteger la
propiedad. En un mundo de información incompleta e imperfecta, altos costos de
transacción, relaciones de poder asimétricas y agentes con visión limitada, son
necesarias instituciones fuertes que impongan los derechos.
Queda como pregunta abierta si cualquier otra institución fuerte, aparte del
Estado, puede cumplir con este papel necesario. Simplemente señalo que existe una
clase importante de instituciones que dependen de otras instituciones para imponer
efectivamente sus reglas. En el mundo real, hay muchos ejemplos de instituciones
sostenidas y apoyadas por otras. El papel del Estado para imponer el derecho y proteger
los derechos de propiedad no es sino un ejemplo. Una agenda de investigación de mayor
envergadura habrá de explorar en profundidad hasta qué punto se dan dichas
complementariedades y entender sus mecanismos.

Instituciones sensibles al agente e instituciones insensibles al agente

Aquí introduzco una distinción diferente con los términos de instituciones sensibles al
agente e instituciones insensibles al agente. Una institución sensible al agente es
aquella donde el equilibrio reinante o las convenciones pueden resultar sensiblemente
alterados si cambian las preferencias o disposiciones de algunos de los agentes, en un
conjunto posible de tipos de personalidad. Este asunto puede abordarse de mejor forma
si se consideran algunos ejemplos de instituciones sensibles al agente.
En uno de sus primeros trabajos, Gary Becker (1962) demostró que el
comportamiento regulado por el hábito o por la inercia puede tanto como la
optimización racional predecir la curva de la demanda descendente, estándar y las

23
actividades de las empresas en función de la búsqueda de ganancias. Mostró cómo una
curva de la demanda del mercado con pendiente negativa podría resultar del
comportamiento habitual ante una restricción presupuestaria. Una restricción significa
que los agentes —sean éstos súper-racionales o los impulse el hábito— tienen que
quedarse en un lado de la línea. Con agentes de cada tipo, los cambios en la restricción
presupuestaria pueden ocasionar curvas descendentes de la demanda,
independientemente que los agentes se comporten —en términos de Becker— habitual
o racionalmente.19
Mucho después, Dhananjay Gode y Shyam Sunder (1993) mostraron que en
experimentos realizados con agentes de “cero inteligencia”, éstos tuvieron
comportamientos que difieren poco de los que manifestaron comerciantes humanos.
Sugirieron que límites estructurales pueden producir resultados similares, cualesquiera
sean los objetivos o comportamientos de los agentes individuales. Como en el modelo
de Becker (1962), límites sistémicos predominan sobre micro-variaciones. El
comportamiento ordenado de mercado puede resultar de la existencia de límites en
términos de recursos e instituciones, y podría, en gran medida, ser un comportamiento
independiente de la “racionalidad” o, de otro modo, de los agentes. Los límites
estructurales, no los individuos, es lo que hay que investigar. Entonces, enfrentamos la
posibilidad de un estudio de los mercados que se enfoque sobre todo en las instituciones
y estructuras, hasta cierto punto independientemente de los supuestos que se tenga con
respecto a los agentes.20
Estos modelos sugieren que comportamientos ordenados y en ocasiones
predecibles, a veces pueden resultar en gran medida de límites institucionales. El peso
de la explicación lo portan las estructuras del sistema más que las preferencias o la
psicología de los individuos. Casos como éste los describo como instituciones
“insensibles al agente” porque los resultados son relativamente insensibles a la
psicología o personalidad individual.
En parte sobre la base de los resultados de Gode y Sunder (1993), Philip
Mirowski (2002) sostiene que para entender los mercados no hay que poner mucha

19
Nótese que Gary Becker implica una dicotomía entre comportamiento “habitual” y “racional” (1962), la cual abandonará
posteriormente al tratar de explicar el comportamiento habitual en términos racionales (Becker y Murphy, 1988). La posición de
Becker contrasta con una perspectiva pragmática, donde el hábito es el punto de partida más que la antitesis o resultado de la
deliberación racional.
20
Para una discusión fructífera de estos resultados, véase Denzau y North (1994), Mirowski (2002) y Mirowski y Somefun (1998).
Jean-Michel Grandmont (1992) demuestra de forma similar que la demanda agregada puede mostrar un comportamiento adecuado
bajo ciertas restricciones distributivas, simplemente partiendo del supuesto que el comportamiento individual satisface las
restricciones presupuestarias, sin hacer referencia alguna a la maximización de la utilidad. También véase Hildenbrand (1994).

24
atención a las psicologías, procesos cognitivos o capacidades computacionales de los
agentes participantes. En lugar de ello, este autor trata al propio mercado como una
entidad computacional. Sus argumentos pueden aplicarse a algunas estructuras
institucionales, incluidos algunos mercados, y hasta ahí son importantes y valen la pena.
Sin embargo, no constituyen una estrategia teórica general a menos que la insensibilidad
al agente sea ella misma general entre las instituciones.
Lo que tienen en común los modelos de Becker (1962) y Gode y Sunder (1993)
es la existencia de límites (presupuestarios) sólidos e infranqueables. Empujan a que los
agentes asuman una posición y les ofrecen pocas opciones, cualesquiera que sean sus
inclinaciones. Así, estos modelos son insensibles al agente y los límites hacen en gran
medida el trabajo explicativo. Tales límites sólidos existen en realidad pero más bien
son casos especiales. Otros límites institucionales operan mediante desincentivos o
sanciones legales. Pero, en tales casos, es posible cruzar la línea o quebrantar la ley. La
propensión a quebrantar las leyes o transgredir los límites dependerá en parte de las
preferencias o disposiciones de cada agente individual. Si los límites fueran más laxos,
entonces los agentes tendrían mayor discreción y lo más probable es que se tendrían que
tomar en consideración sus personalidades. Al sugerir equivocadamente que la
insensibilidad al agente es un caso general, la estrategia de investigación de Mirowski
conlleva el peligro de una fusión general de la agencia en la estructura institucional.
Considérese la posibilidad alterna de incentivos relativamente fuertes para
conformarse a una convención. Un juego de coordinación es manifiestamente insensible
al agente debido a que los actores tienen un incentivo para conformarse a la convención
reinante, aun cuando no sea su opción más favorable. Los conductores británicos
conducirán al lado derecho en Estados Unidos y en Europa continental incluso si para
ellos es más fácil conducir del lado izquierdo. Hasta cierto punto, tales convenciones de
tránsito vehicular son insensibles al agente. Sin embargo, es posible alterar una
convención cuando un número suficiente de personas la desafían. Hasta tanto los
beneficios de una coordinación sean finitos existe la posibilidad que un tipo de
personalidad relativamente extrema pudiera inclinarse a alterar una convención. En el
caso distinto de límites rígidos, todos los agentes cumplen a pesar de sus inclinaciones.
En contraste con un sistema que se caracterice por tener límites rígidos, hay
varias configuraciones que son sensibles al agente. Considérese, por ejemplo, una pauta
imperante de cooperación en reiteradas partidas del dilema de los prisioneros, que
resulta de una población dominada por unidades que utilizan la estrategia del “toma y

25
da” (tit-for-tat). Sin embargo, dichas unidades pueden sufrir la invasión de un flujo de
otros que siempre cooperan. De ocurrir, la consecuente población de cooperantes
quedaría claramente en situación de vulnerabilidad ante la invasión de una especie que
consistentemente abandona. A su vez, si dicha invasión resulta incompleta o quedara
sujeta a un cierto error, entonces una nueva invasión de actores que emplean la
estrategia de “toma y da” puede aprovechar el hecho que el abandono consistente no era
absoluto. Cada uno de estos resultados es inestable (Kitcher, 1987; Lindgren, 1992). Las
convenciones prevalecientes en ocasiones son sensitivas al tipo de actores que
participan. Otra posibilidad de sensibilidad al agente resulta de la existencia de
equilibrios múltiples (Nash). Ligeras diferencias entre las personalidades de los agentes
podrían importar si hubiera la posibilidad de elegir entre dos o más posiciones (casi)
óptimas.
Si introducimos mayor variación en personalidad y observamos la estabilidad de
las convenciones prevalecientes, entonces podemos calibrar la sensibilidad al agente de
la estructura institucional en cuestión. Las instituciones muestran diferentes grados de
sensibilidad e insensibilidad al agente por lo que la investigación no debería limitarse a
tipos extremos o particulares.

Conclusiones

Este ensayo propuso algunas definiciones clave, a saber:

 Las estructuras sociales incluyen todo conjunto de relaciones sociales, incluidas


las episódicas y aquellas que no tienen reglas, lo mismo que instituciones
sociales.
 Las instituciones son sistemas de reglas sociales establecidas e internalizadas
que estructuran las relaciones sociales.
 En este contexto se entiende que las reglas son socialmente transmitidas y
preceptos normados por la costumbre o disposiciones intrínsecamente
normativas, del tipo en las circunstancias X se hace Y.
 Las convenciones son casos particulares de reglas institucionales.
 Las organizaciones son instituciones especiales que conllevan: a) criterios para
establecer sus linderos y para distinguir a sus miembros de los no miembros, b)

26
principios de soberanía en lo que se refiere a quién está al mando de qué y c)
cadenas de mando que delinean responsabilidades dentro de la organización.
 Habituación es el mecanismo psicológico mediante el cual los individuos
adquieren disposiciones para adoptar comportamientos, tipo regla, previamente
adoptados o adquiridos.

Parte de la discusión en este ensayo ha incluido llenar con contenido el esqueleto de


estas definiciones, particularmente en el caso de instituciones y reglas. Esto incluye el
concepto clave de hábito, al que nos referimos como elemento central para la
comprensión de cómo se internalizan las reglas en la vida social y cómo es que se
sostienen las estructuras institucionales.
Muchos autores han intentado establecer distinciones entre instituciones
“formales” e “informales” o reglas. Sin embargo, el uso de dichos términos ha sido
equívoco e indistinto. ¿El término formal significa jurídico, escrito, explícito, confiable
o algo más? La ambigüedad que rodea estos términos no permite que se los tome por
sentados. Uno se ve precisado a especificar con mayor claridad qué se quiere decir en
cada caso o bien utilizar términos más transparentes como jurídico, no jurídico y
explícito.
En general, que haya una línea divisoria entre instituciones completamente
“formales” por un lado e instituciones completamente “informales” por el otro es una
idea falsa, pues, para operar, las instituciones “formales” (en cualquiera de los sentidos
previos) siempre dependen de reglas no jurídicas y normas no explícitas. Si las leyes o
declaraciones no se hacen costumbre o no están internalizadas en las disposiciones
individuales, entonces —“formales” o no— tienen efectos insignificantes. Son meras
declaraciones o proclamas, más que reglas sociales efectivas. Algunas declaraciones
simplemente codifican costumbres existentes. Otras proclamas podrían, finalmente,
convertirse en reglas efectivas pero sólo mediante poderes adicionales como persuasión,
legitimación o imposición. Para decirlo en otras palabras, las instituciones jurídicas o
“formales” que no tengan sólidos apoyos “informales” son declaraciones legislativas sin
sustento, más que verdaderas instituciones. Esto no quiere decir que las reglas jurídicas
no sean importantes sino que se hacen importantes al incorporarse en la costumbre y el
hábito.
Aquí también se ha intentado evitar hacer generalizaciones excesivas con
respecto a la naturaleza de las instituciones. En particular, mientras la auto-organización

27
es un fenómeno extremadamente importante tanto en la naturaleza como en la sociedad,
sería una equivocación sugerir que todas las instituciones son de este tipo. Se ha
mostrado aquí que la imposición de algunas reglas institucionales requiere de otras
instituciones.
Segundo, si bien hay casos donde las reglas institucionales o límites cumplen en
mucho con el trabajo explicativo, y en consecuencia los resultados institucionales son
relativamente insensibles a las personalidades o psicologías de los agentes participantes,
estos casos no son universales. Referirse a todas las instituciones como insensibles al
agente lleva al posterior error de fusionar los individuos en la estructura institucional,
cuando lo que se requiere es la acción recíproca de ambos para comprender cómo se
forman las instituciones y cómo se mantienen.

Apéndice A

Extractos de la correspondencia entre Douglass C. North y Geoffrey M. Hodgson

NORTH, 10 de septiembre de 2002


“Antes que nada… las organizaciones, usted señala, son instituciones especiales. Pienso
que para ciertos propósitos podemos considerar las organizaciones como instituciones,
pero para mis propósitos tenemos que separar las organizaciones de las instituciones.
Esto es, estoy interesado en el aspecto macro de la organización, no en la estructura
interna de la organización. Si estuviera interesado en esto último… estaría interesado en
la estructura interna, gobierno (governence) y ciertamente en todo tipo de problemas
internos de estructura, organización y conflicto de intereses… no estoy interesado en
nada de ello. Lo que me interesa son los actores en los procesos del cambio social,

28
político y económico… puedo olvidarme de la estructura interna, incluso de cómo se
toman las decisiones dentro de la organización y simplemente observar a los
emprendedores de organizaciones como actores clave en el proceso del cambio
institucional… Para ciertos propósitos uno puede considerar las organizaciones como
instituciones pero para los propósitos que trato —esto es, observar los aspectos macro
del cambio institucional— no tengo que, de hecho no quiero hacerlo… Como señalé en
un inicio, no creo que realmente estemos tan en desacuerdo. Creo que el asunto
realmente está en el tipo de preguntas que hago, las cuales hacen que me enfoque de una
forma particular.”

HODGSON, 19 de septiembre de 2002


Entiendo completamente que esté interesado antes que nada en el cambio socio-
económico, más que en la estructura interna de las organizaciones. Creo que un enfoque
especial como ese es totalmente legítimo. Y soy uno de los muchos que realmente
aprecian su inmensa aportación en esta área.
Quiero suponer que usted también creerá que es legítimo estudiar la estructura
interna de las instituciones… Lo que me preocupa es la necesidad de dialogar y tener
una comprensión compartida entre quienes… se concentran en la estructura interna de
las organizaciones y aquellos que (como usted) se concentran en el cambio socio-
económico general. Para que el diálogo se dé debemos compartir los significados de los
términos.
En este sentido encuentro que declaraciones como “las organizaciones son
actores” son potencialmente problemáticas. Si “las organizaciones son actores” quiere
decir “para los propósitos del tipo de análisis que realizo daré a las organizaciones trato
de actores”, entonces desde mi punto de vista ello estará BIEN, dadas ciertas
condiciones. Sin embargo, si “las organizaciones son actores” significa “las
organizaciones están definidas como actores” o “las organizaciones son esencialmente
lo mismo que individuos o actores”, entonces encuentro que estas formulaciones llevan
a error… cuando usted dice “las organizaciones son los actores” quiere decir:

a) “para el propósito del análisis de los sistemas socio-económicos como un todo es


legítimo tratar las organizaciones como si fueran actores” o
b) “las organizaciones son esencialmente la misma cosa que actores”, esto es, ¿en
cualquier circunstancia?

29
Si usted sigue la opción a) —y en su carta del 10 de septiembre parece inclinarse en esa
dirección— entonces una definición de organización sigue pendiente. En este caso,
haría otra pregunta:

a*) ¿Aceptaría una definición de organización que admita que las organizaciones
mismas poseen actores internos y sistemas de reglas y que, por tanto, las
organizaciones son un tipo especial de institución?

Agradecería mucho su ayuda y que aclarara estos aspectos. Si sus respuestas para a) y
a*) fuesen afirmativas entonces concordaría totalmente con usted.

También quisiera pasar a un segundo aspecto que no me queda muy claro. Tiene
que ver con la distinción entre formal e informal. Pienso que este tema es importante y
también que hay mucha confusión en la amplia literatura sobre el tópico…

c) ¿La dicotomía formal/informal hace referencia a una distinción entre jurídico y


no jurídico o a una distinción entre reglas/límites explícitos y tácitos?
d) Dada la respuesta a c), ¿existen cosas tales como reglas informales?
e) ¿Un límite social/organizacional/de comportamiento también es una regla?

Sé que lo estoy presionando un poco pero creo que es importante alcanzar una máxima
claridad y, espero, un posterior consenso en esta área… Espero que podamos acrecentar
nuestro acuerdo y seguir avanzando.

NORTH. 7 de octubre de 2002


En respuesta a su carta, concuerdo completamente con usted en la primera parte de su
pregunta. Esto es, concuerdo en que a) y a*) son exactamente lo que tengo en mente, de
forma que estamos totalmente de acuerdo. Con respecto al otro tema, me refiero a las
normas informales no como reglas sino como normas de comportamiento que tienen
otras características de reforzamiento en comparación que las reglas formales. Las
reglas formales las imponen los tribunales y cosas así. Las normas informales
generalmente las imponen los pares u otros que impondrán costos si no se cumple con

30
dichas normas. En ese sentido, debido a que tienen otras características para reforzarse,
no considero que sean reglas en el mismo sentido que lo son las reglas formales.

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