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La revolución cultural del Renacimiento 1®

Rafael Herrera Guillén

CONTENIDOS

I. Qué es “filosofía renacentista”, 1


1. Antecedentes: Jacob Burckhardt, 2
2. Negación de la existencia de la Filosofía Renacentista, 3
3. Defensa de la existencia de la Filosofía Renacentista, 6

II. Estatuto histórico de la Filosofía renacentista, 7


1. Edad Media y Renacimiento: ruptura, continuidad, contigüidad, 7
2. Modernidad e Ilustración, 8
3. Actualidad de la Filosofía renacentista, 9
4. Conclusión, 11

I. Qué es “filosofía renacentista”

La Filosofía Renacentista es un período diferenciado y único, un episodio nuclear


de la historia general de la filosofía, que comenzó a finales del siglo XIV y finalizó a
principios del siglo XVII y no puede reducirse a un mero apéndice final de la Edad
Media. De hecho, la Filosofía Renacentista debe comprenderse como la filosofía de
la “primera modernidad” o la primera filosofía moderna y constituyó una
verdadera revolución respecto del período inmediatamente precedente. Vamos a
analizar, a continuación, las diferentes perspectivas acerca del Renacimiento que la
crítica ha venido estableciendo desde el siglo XIX hasta la actualidad, con el fin de
establecer críticamente y fortalecer nuestra propia consideración de la Filosofía
Renacentista.

1Éste es un documento de estudio para uso exclusivo de los alumnos de la asignatura Historia de la
Filosofía Medieval y Renacentista II, de la UNED, curso 2018-2019. Queda prohibida su
reproducción, publicación y/o distribución total o parcial por cualquier medio.

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1. Antecedentes: Jacob Burckhardt

Es de sobra conocido el origen teológico-filosófico de la idea de “renacer”. Uno de


los enclaves históricos de este concepto se halla, de hecho, en las cartas de Pablo de
Tarso en torno al bautismo y la vida en Cristo. Sin embargo, hacia el final de la
Edad Media, comienza a atribuirse un sentido diferente a esta noción religiosa. Se
atribuye a Giorgio Vasari (1511-1574) ser el primero que empleó la palabra
“rinascita”, como un instrumento lingüístico para diferenciar dos períodos
históricos, caracterizados, fundamentalmente del siguiente modo: La Edad Media
es presentada por el italiano como una larga era decadente y bárbara que se alzó
sobre las ruinas de la civilización romana. Frente a esta época oscura, Italia
produjo una “rinascita” de la civilización, gracias al rescate y traducción de las
obras originales del mundo clásico. En este sentido, Vasari no hacía más que seguir
una línea de auto-compresión propia del Humanismo desde sus inicios con
Petrarca (1304-1374).
No obstante, sin entrar en pesquisas histórico-conceptuales de mayor
calado que no vendrían ahora al caso, se considera comúnmente La cultura del
Renacimiento en Italia de Jacob Burckhardt (1818-1897) como el primer texto
moderno en donde se trazaron unas líneas de comprensión sobre qué fue el
Renacimiento que perduran hasta la actualidad. Sin ánimo reduccionista, se puede
decir que la principal característica que Burkhardt le atribuyó al Renacimiento fue
su talante individualista, frente al mundo comunitario, estamental y severamente
reglado de la Edad Media, en donde el individuo como tal no existiría. De este
modo, La cultura del Renacimiento en Italia ofrece una imagen de individualidades
(el tirano, el humanista, el pintor, el retórico…) que se expresan en diferentes
esferas de acción, pero siempre dentro del mundo italiano, frente al resto de
Europa. Según Burckhardt, el Renacimiento fue un movimiento específicamente
italiano, en donde emergieron las formas fundamentales del individualismo
moderno.
Sin embargo, consideramos que debe ser revisada esta lectura, en el fondo
demasiado dependiente del romanticismo historiográfico de tradición alemana.
Nuestra perspectiva, desde luego, atiende y considera la efectiva emergencia de
individuos seguros de sí, con voluntad de diferencia, en el Renacimiento, pero no
depende de esta visión como norma genérica para establecer qué es la Filosofía
Renacentista ni la revolución cultural en que se forjó. No obstante, consideramos
fundamental conocer el significado que Burckhardt le dio al período como uno de
los momentos fundacionales de la consideración del Renacimiento como un tiempo
con un estatuto único y autónomo. Al mismo tiempo, debemos reflexionar
mínimamente para establecer una relación adecuada con el texto del suizo, como
antecedente historiográfico de legitimación de la existencia de una Filosofía
renacentista.
Junto con el individualismo, Burckhardt estableció como segundo pilar del
Renacimiento el regreso activo de los humanistas en su vocación de recuperar el

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Mundo Antiguo. El espíritu moderno, que se caracteriza por su rasgo
individualista, fue posible porque los italianos diseñaron su propio perfil y destino
a través de la reconfiguración del espíritu clásico. En las ruinas de Roma hallaban
las formas de una vida nueva que se proyectaba autónomamente hacia el porvenir,
soltando amarras con el pasado inmediato, al cual se desprecia.
Burckhardt interpreta de manera radical el paso de la Edad Media al
Renacimiento. A su juicio, el tránsito entre ambas épocas se produjo en la forma de
una reacción total frente a su pasado inmediato. Asimismo, interpreta también de
manera brusca y radical la dicotomía Italia/resto de Europa. Así, el Renacimiento
sería una cisura respecto de la Edad Media, que nació y evolucionó en Italia, y sólo
más tarde se extendió por Europa. Fue gracias al “genio itálico” que ahondó en su
glorioso pasado para crear un mundo nuevo, la Modernidad. Hay en esta
perspectiva un cierto romanticismo histórico en Burkhardt, quien incluso llega a
considerar a los italianos como “la nación más espiritual y más avanzada del
mundo”.
A su juicio, en la Edad Media no se comprendía el sentido individual del
sujeto, mientras que los italianos lo descubrieron y ejercieron. Por ello, Burckhardt
celebra la muerte de la Edad Media a manos de los humanistas. Frente al sublime
italiano, Burckhardt dibuja la figura del inferior y perverso y atrasado español,
artífice de la neutralización del Renacimiento y del intento de su paralización con
la Contrarreforma. Por eso, sitúa la decadencia del período en 1527, con el saqueo
de Roma por Carlos V. Si no hubiera sido por la Contrarreforma española, Italia
habría logrado los mismos objetivos que la Reforma luterana.
Por tanto, las principales características del Renacimiento (italiano), según
Burckhardt fueron: Individualismo, Mundo Antiguo redivivo, laicismo, igualdad
social y espíritu nacional (nacionalismo)
Burkhardt elaboró una imagen muy viva y atractiva de la cultura
renacentista, que todavía perdura. Pero el suizo no tematizó expresamente la
cuestión sobre el estatuto de una filosofía peculiar del Renacimiento. Al cabo, éste
no era su objetivo, sino más bien relatar con rigor y pasión lo que él denominó
como “cultura” del Renacimiento, dentro del cual estaría la filosofía como un
elemento más. Pero desde aquí no podemos establecer sobre sólidas bases la
existencia de una filosofía propia del Renacimiento. Pues bien, vamos ahora a
detenernos justamente en aquellas posiciones que niegan esto, a saber: la
existencia de una filosofía renacentista.

2. Negación de la existencia de la Filosofía Renacentista

Durante el siglo XX se desarrollaron dos posiciones nítidamente opuestas acerca


del carácter filosófico del Humanismo. Se puede considerar a Paul Oskar Kristeller
como el representante de la corriente que niega tal carácter filosófico a los sabios
del Renacimiento. En clásicos como El pensamiento renacentista y sus fuentes y en

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Ocho filósofos del Renacimiento italiano establece las principales líneas
argumentales para poner en tela de juicio el valor filosófico del Humanismo. Frente
a Kristeller, especialistas del área han defendido el estatuto específicamente
filosófico de los humanistas, como auténticos creadores de la primera filosofía
moderna. Esta tesis, que veremos sucintamente en el punto siguiente, la defiende
Eugenio Garin.
Kristeller rebaja hasta prácticamente negar la dimensión filosófica del
Humanismo. De hecho, restringe el concepto de Humanismo justo al área en que
los propios actores de la época lo aplicaban, a saber: a los estudios de gramática,
historia, retórica, poesía, moral… . De esta adscripción hay que excluir la filosofía,
porque los humanistas no fueron a su juicio filósofos ni aportaron nada digno de
tal nombre a la historia del pensamiento.
Los humanistas, dice Kristeller, no fueron filósofos, sino retóricos, y no
pueden por ello ser considerados como reformadores de la filosofía y mucho
menos como fuente del pensamiento moderno.
Este estudioso y erudito alemán describe el humanismo como un programa
cultural y pedagógico, que en ningún momento puede definirse como corriente
filosófica. Ahora bien, obviamente, Kristeller no negaba la existencia de la
producción filosófica del Renacimiento. Sin duda hubo una filosofía en el
Renacimiento. Esto abunda en su tesis de que los humanistas no representaron la
suma total de la renovación renacentista, sino sólo su parte literaria, en sentido
amplio –por cierto, justo una parte que ignoraba como disciplinas propias la
metafísica y la lógica-. En definitiva, la tesis negacionista de Kristeller afirma que el
Humanismo fue sólo una parte del Renacimiento, pero nunca su parte filosófica.
Ahora bien, en cuanto al concepto de Renacimiento como tal, Kristeller
afirma, como axioma historiográfico, que el Renacimiento tuvo una “fisonomía
propia”, y en cuanto tal hay que estudiarlo. Él lo ubica de 1300 a 1600. Lo propio y
peculiar del Renacimiento, lo que lo diferencia de la Edad Media y de la
Modernidad, es la centralidad que adquieren los estudios clásicos. En la Edad
Media lo central eran la Escrituras, obviamente, y a ellas estaba supeditado el
clasicismo.
Kristeller redujo el Humanismo a una fase más de la “tradición retórica de la
cultura occidental” A nuestro modo de ver, esto destila un concepto muy
restringido de Humanismo, pero también de Filosofía. Lo que está en juego aquí es
si el Humanismo definió todo el período del Renacimiento, y por tanto también
constituyó la esencia de su filosofía, o sólo fue un elemento más entre otros de los
que se produjeron en el Renacimiento. No es nuestro objeto aquí decidir en una
cuestión tan compleja, pero sí manifestar que el Humanismo fue un movimiento lo
suficientemente importante y extenso como para poder considerarlo la clave de
bóveda de todo el Renacimiento, incluida, obviamente, su filosofía.
No obstante, Kristeller defiende que el Humanismo fue literatura, retórica,
filosofía moral como mucho, pero nunca filosofía metafísica, lógica ni ninguna otra
disciplina fuera de los studia humanitatis. De hecho, Kristeller remonta esta

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tradición humanista a los sofistas. Vistas así las cosas, parece sugerir que las
humanidades impulsaron el estudio de la retórica al estilo de la sofística,
completamente al margen de la verdadera filosofía. Con ello, niega el estatuto
filosófico a las humanidades, del mismo modo que lo hiciera Platón con la sofística.
La filosofía y la retórica son enemigas seculares, según Kristeller, como así fue en el
Renacimiento, cuando los humanistas se alzaron como enemigos de la filosofía de
su tiempo, que no era otra que la escolástica aristotélica.
Los tratados y diálogos de los humanistas constituyen lo mejor del
pensamiento humanista, opina el alemán; pero son libros de filosofía moral. Son
textos hechos con gracia, donosura, y señalan problemas que, tal vez, no trataron
los filósofos profesionales de su época y fueron desarrollados después. Pero, a
juicio de Kristeller, son libros vacíos, de diletante filosófico, no se pueden
considerar obras de enjundia filosófica, no tienen un genuino carácter especulativo
y ni siquiera se puede ver en su pulcritud y autoconsciencia filológica el
antecedente de la filosofía del lenguaje de un Vico.
Los tratados humanistas revelan un pensamiento ecléctico hecho de migajas
de conocimiento muy bien expuestas, hilvanadas en tramas retóricas aprendidas
en Cicerón. Naturalmente, Kristeller reconoce que hubo grandes filósofos en el
Renacimiento, que tuvieron también una gran formación humanista, tales como
Cusa, Ficino y Pico, pero, a su juicio, su altura filosófica no procedía de su
formación humanista, o no sólo por ella, sino por otras causas y fuentes; y sería un
error considerar que estos grandes filósofos son los representantes de una
presunta filosofía humanista.
Kristeller sintetiza su posición en este fragmento: “Por todo esto, quisiera
entender el humanismo renacentista, por lo menos en sus orígenes y en sus
representantes típicos, como un amplio movimiento cultural y literario que, por su
esencia, no era filosófico, pero sí conllevaba importantes nociones y consecuencias
filosóficas. No he logrado descubrir en la literatura humanista ninguna doctrina
filosófica general, a no ser la creencia en el valor del hombre y de las humanidades
y en la renovación de la sabiduría antigua.” 2
Es verdad que “Los humanistas provocaron un cambio total en la filosofía”,
por el descubrimiento y traducción directa de obras latinas y sobre todo griegas
desconocidas, que ofrecieron nuevos materiales olvidados hasta entonces. Pero
esto no los convierte en filósofos, asegura Kristeller; ellos marcaron la época,
ofrecieron un marco retórico y unos materiales a los que la filosofía del
Renacimiento, por fuerza, no fue inmune y de los cuales se benefició. Ellos
construyeron la identidad del período, señalando que las humanidades habían
permitido el renacimiento de la mejor Antigüedad, la de la poesía, la de la retórica,
la del buen gusto literario frente a la filosofía (escolástica). Pero el programa del
humanismo fue una contribución “cultural”, no “filosófica” Existen numerosas

2 Paul Oskar Kristeller. El pensamiento renacentista y sus fuentes. México: Fondo de Cultura
Económica, 1982, p. 51.

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filosofías renacentistas, pero todas tienen sus fuentes y antecedentes proceden y
están en deuda con la Edad Media, no con el Humanismo.

3. Defensa de la existencia de la Filosofía Renacentista

Como adelantábamos algo más arriba, Eugenio Garin mantiene una posición
totalmente opuesta a Kristeller. Desde la perspectiva del alemán, se hace muy
complicado sostener la necesidad de un tratamiento específico de la filosofía
renacentista. Según su cuadro histórico, lo genuinamente novedoso, aquello que
marcó la diferencia respecto de la Edad Media, no era la filosofía, sino el
Humanismo, entendido con carácter reductivo como un programa cultural,
sofístico, retórico. Pero la filosofía del período, según Kristeller, no participaría de
este espíritu innovador, único, explícitamente diferente del pasado inmediato, sino
que, antes al contrario, no sería sino una derivación adjunta y dependiente del gran
momento de la escolástica medieval. Si es cierta, como pensamos, la tesis de que lo
genuinamente moderno, único, distinguido respecto de lo anterior, del
Renacimiento fue el Humanismo, no podemos desgajar de este movimiento a la
filosofía. Es preciso abrir la perspectiva a un espíritu diferente y más abierto
acerca del carácter del Humanismo y de la filosofía, más en consonancia con las
ideas que vamos a desarrollar a continuación.
Sólo se puede negar el carácter genuinamente filosófico a los Humanistas
bajo el peso de una noción reduccionista y en cierto modo hoy muy anticuada de la
filosofía. Hoy sabemos que Filosofía no son sólo aquellas construcciones
sistemáticas con presunciones omniabarcadoras. Ha existido desde siempre, desde
el mismo Sócrates por lo menos, otro tipo de especulación filosófica abierta,
problemática, absolutamente al margen de aspiraciones sistemáticas apabullantes,
pero a la vez profundamente racionales, críticas y radicales, de gran alcance en el
tiempo. De hecho, si había algo con lo que la filosofía humanista quería romper era
con los grandes sistemas explicativos de la filosofía, que se habían ido sucediendo
en la Edad Media, y que prometían una visión completa de la realidad. Estos
auspicios totalizadores de la filosofía no eran sino una estrategia teológica, que
nada tenía que ver con la filosofía ironista griega de un Sócrates, pero también (no
lo olvidemos) del carácter dialéctico, abierto de los diálogos de Platón. Por tanto, el
programa humanista creó una filosofía parcial, limitada, finita.
La perspectiva filológica del humanista permitió la emergencia de una
nueva filosofía, que hizo del pasado un objeto técnico de estudio, y por tanto,
creación del ser humano, como terminó siendo, por ejemplo, la cosmología de
Ptolomeo, que como otro libro más, podía ser examinada y, en su caso, rebatida. La
filosofía humanista objetivó y redujo a su carácter histórico aquello que la filosofía
escolástica y los grandes sistemas afirmaban como ontología. La filosofía del
humanismo era parcial, “filológica”, resultado de la experiencia, finita, frente a la
filosofía en el sentido de “oráculo de la naturaleza o de Dios”.

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No se puede excluir conceptualmente humanismo y renacimiento: son un
fenómeno unitario: el humanista quiere renacer, y el renacimiento se hace a través
de la humanitas, en el sentido profundo de la misma, no meramente escolar. Ello
produjo lo que podemos llamar una Filosofía Renacentista, que fue a la vez fuente y
cristalización del programa a gran escala puesto en marcha por los humanistas.
Dicho programa se sostenía sobre una ideología muy determinada que afectaba a
todos los órdenes de la vida, no sólo a las meras disciplinas académicas. El
humanismo sintetizó, por así decir, la Stimmung de la época, como diría Hans
Ulrich Gumbrecht. El investigador ha de estar en condiciones de percibir en su
lectura dicho espíritu del tiempo.

II. Estatuto histórico de la Filosofía renacentista

1. Edad Media y Renacimiento: ruptura, continuidad, contigüidad

Es evidente que, desde perspectivas como la de un Kristeller no parece viable


defender la pertinencia de tratar la filosofía renacentista con el mismo nivel de
atención que la antigua, la medieval, la moderna o la contemporánea.
Tradicionalmente, el destino de la consideración del estatus histórico del
Renacimiento ha sido determinado por su relación con la Edad Media. Esto ha
producido fundamentalmente dos perspectivas encontradas. Una defendería la
“tesis de la ruptura”, según la cual el Renacimiento fue una quiebra absoluta
respecto de su pasado inmediato medieval, y que se sostiene en la autoridad de un
Burkhardt. La perspectiva opuesta a ésta defendería la “tesis de la continuidad”,
que rebajaría las pretensiones del período hasta el punto de sostener que el
Renacimiento no fue más que una mera continuación de la Edad Media, a pesar de
las protestas retóricas de los humanistas contra la barbarie escolástica, de la que
no habrían sido capaces de desprenderse. Sin embargo, la posición más plausible, a
nuestro juicio, es que el Renacimiento fue una época en sí misma, y por tanto, creó
una filosofía específica que le fue propia, aunque ello no implica en modo alguno
que fuera una época desgajada y del todo contraria a la Edad Media. Podríamos
calificar como “tesis de la contigüidad” la perspectiva que queremos defender.
Entre la Edad Media y el Renacimiento hubo fuertes vínculos, como no podía ser de
otro modo, pero también profundas rupturas propias de una entidad histórica
soberana.
Esto permite responder mejor a la pregunta de si el Renacimiento significó
el nacimiento de la Modernidad. Sin duda, el origen de la modernidad está ya en el
Renacimiento, que se puede considerar como una primera modernidad. Del mismo
modo que la Edad Media ofreció elementos al Renacimiento para su surgimiento.
Por tanto, concluimos que el Renacimiento fue un período diferenciado con un
estatuto propio y con una filosofía aneja. La filosofía renacentista no puede
subsumirse a mero capítulo final de una Filosofía de la Edad Media, y de este modo

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ser reducida a un minúsculo peldaño conceptual que sirviera de apoyo para
emplazar los enormes cimientos subsiguientes de la Filosofía Moderna.

2. Modernidad e Ilustración

Asentado el principio general de la autonomía y la contigüidad del Renacimiento


respecto de la Edad Media, debemos ahora señalar su ubicación en relación a la
Modernidad.
No es competencia de un texto como el presente indagar sobre el concepto
de Modernidad en sí mismo. Nos basta con constatar su largo alcance histórico-
conceptual. Lo que nos interesa mostrar aquí es que el Renacimiento fue la primera
filosofía moderna. Se puede hablar en términos de primera modernidad al
referirnos al Renacimiento. Por tanto, la primera filosofía moderna habría sido la
filosofía humanista.
El gran acto inaugural de la Modernidad que tiene en Descartes su puesta de
largo, sólo se puede entender sobre los parámetros de un largo proceso de
gestación, sin el cual, el Discurso del método puede aparecerse como una rara avis
en medio del agónico páramo medieval. Así quedarían las cosas, si se aceptara
aquella descripción que hace de los humanistas meros profesionales, expertos en
un grupo de materias denominadas studia humanitatis, pero en modo alguno en
Filosofía, pues esta disciplina quedaba fuera de su ámbito de estudio y dedicación.
Pero el Humanismo fue en sí mismo ya una filosofía, la primera filosofía
moderna. Eugenio Darin llega a afirmar que ya en Petrarca se encuentran los
elementos de un nuevo programa filosófico. El amor al libro, la pulcritud en la
recepción de las fuentes clásicas, consideradas como un sagrado hontanar, la
perspectiva profundamente filológica de los humanistas suscitaron pautas
mentales como la crítica, la ruptura del principio de autoridad, la independencia de
criterio, el sentido histórico, todas éstas pautas que pasaron a la modernidad
consolidada, que no podría haber emergido sin los humanistas.
El Humanismo no fue en modo alguno un estorbo retórico que sólo sirvió
para retrasar dos siglos el nacimiento de la ciencia moderna. Estudiosos como
Garin se rebelan contra esta descripción del período, tendenciosa, generalmente
adoptada por medievalistas. La dicotomía entre Humanismo y ciencia es falsa. De
hecho, el humanismo fue una etapa decisiva en la preparación conceptual de la
ciencia moderna. El heliocentrismo científico tuvo conexiones histórico-
conceptuales con el heliocentrismo filosófico del platonismo florentino y la
centralidad ontológica que le profesaba. Los vínculos entre filosofía renacentista y
ciencia moderna también son claros por la propia labor llevada a cabo por los
humanistas y su programa de rescate de obras antiguas olvidadas o desconocidas
de la biblioteca latina y griega, que tanto ayudarían a la ciencia moderna.
Pero no sólo el medievalismo radical ha negado valor a la filosofía
renacentista; también el romanticismo lo hizo, aunque por razones diferentes.

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Herder por ejemplo resaltó el valor de la Edad Media como superior al
Renacimiento. La razón del desprecio romántico del Renacimiento reside en que
veían en este período el origen de la Ilustración. En tal sentido, aunque no
podemos compartir el horror romántico hacia nuestro período, sí consideramos
congruente la conexión que establecieron entre Humanismo e Ilustración como
épocas interconectadas con el valor de la racionalidad frente a la barbarie.
El humanismo creó una filosofía en sí misma. La defensa del buen estilo en
retórica y el rigor gramatical no agotan el talante conceptual de la empresa. Lo que
estaba a la base de las críticas formales y filológicas del Humanismo era una nueva
visión del mundo que quería arrumbar la heredada del pasado, refutarla, por así
decir, atacando en su raíz sus formas expresivas. El Humanismo fue la primera
filosofía que se dio cuenta de que la forma literaria determina la posibilidad de
éxito de una u otra filosofía.
La filosofía renacentista se rebeló contra la pretensión de reducir todo
discurso filosófico a dialéctica; asimismo, arremetió contra el sueño totalizador de
aquella dialéctica que prometía una visión global del universo en un sistema
cerrado y aparentemente autosuficiente. Desde luego que esta consideración de la
filosofía como sistema dialéctico autosuficiente pervivió a lo largo de siglos. De
hecho, las grandes filosofías sistemáticas llegan hasta el siglo XIX e incluso a la
actualidad. No obstante, la batalla de la filosofía renacentista por otro tipo de
filosofía más humilde, menos pretenciosa en sus posibilidades de ofrecer una
verdad sistemática, quedó restaurada de nuevo para la filosofía. No es extraño que
fuera precisamente en esta época cuando Montaigne creó el género ensayo.
Los múltiples ataques contra la barbarie escolástica distaban mucho de ser
una cuestión de sensibilidad retórico-literaria. Ésta era sólo la expresión filológica
del problema de fondo. La batalla era contra el paradigma de la técnica escolástica.
La filosofía humanista desarrolla las grandes estructuras binarias que van a marcar
toda la filosofía posterior, y que serán rescatadas y profundizadas hasta la
radicalidad en la Ilustración. La dicotomía entre civilización y barbarie, entre la luz
de la razón y el oscurantismo de la fe, entre la libertad del individuo y la esclavitud
de las masas, entre el librepensador y los poderes fácticos, entre el amor a los
antiguos y el desprecio a los medievales… constituyeron los esquemas básicos
sobre los que nació y se desarrolló la Ilustración hasta el estallido de la Revolución
Francesa. Pues bien, todo este cosmos conceptual fue la creación de la primera
filosofía moderna: la renacentista. Desde este punto de vista, en la medida en que
somos hijos de la Ilustración, el Renacimiento aparece como un período crucial que
viene a explicar nuestro propio presente.

3. Actualidad de la Filosofía renacentista

Si somos hijos de la Ilustración entonces, siguiendo la metáfora filial, podemos


afirmar que somos nietos del Renacimiento.

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El final del mundo medieval a manos del Renacimiento ha sido una “larga
agonía” cuyo desenlace llega hasta hoy. El final de la segura imagen del mundo
medieval generó el principio de lo que Weber llamó el desencantamiento del
mundo. El Renacimiento fue la toma de conciencia de que la seguridad del mundo
limitado y lleno de sentido cristiano-medieval había entrado en crisis. El hombre
ahora era dueño de su destino tanto porque anhelaba mayor libertad, como porque
se veía forzado a ser libre, a buscar nuevos sentidos en el nuevo mundo que se
abría. Se produjo como una festiva angustia ante el infinito y lo posible, lo porvenir
indefinible. No podemos olvidar la desorientación que produjo la apertura del
mundo, tras el mundo cerrado medieval. Tesis tan importantes para el siglo XX
como la célebre máxima de Sartre (“estamos condenados a ser libres”) tienen en el
Renacimiento su origen genealógico-conceptual.
La filosofía renacentista tiene quizás uno de sus elementos más definitorios
en la reactualización que produjo sobre el clásico tema de la virtus. El nombre de
Maquiavelo (1469-1527) es invocado en este sentido en muchas ocasiones. Y de
hecho, así debe quedar de manifiesto en cualquiera que aspire a comprender el
período.
La transcendencia de la virtus cubrió todos los aspectos del humanismo. Así,
por ejemplo, la virtus del arquitecto en León Battista Alberti (1404-1472) señala la
capacidad práctica para trazar planos perfectos, canónicos, que tengan en cuenta el
terreno, los elementos y el paso del tiempo, de modo que su creación dure el
máximo tiempo posible. Pero jamás será eterna; por más perfecta que sea la obra
creada por el arquitecto virtuoso, al final caerá, porque todo cae. El ser humano es
creador, en efecto, pero igualmente, finito; saber que nada absoluto está en su
mano ni en su entendimiento es parte de la virtus del arquitecto.
Este espíritu está también en el humor de Tomás Moro (1478-1535), quien
sabe que la creación absoluta, ex nihilo, de Utopo, sólo puede ser narrada por un
bufón como Hitlodeo. Alberti, en su sátira Momus sive de principe (1450), defiende
la creatividad absoluta del poeta y de la naturaleza, y se ríe del resto,
especialmente de los dioses (“si estuviera sólo, también me reiría de ella [la
religión]”, dice Caronte en Momus). Se ríe de la creación de mundos (sistemas) de
los filósofos, de todos ellos, excepto de la ironía de Sócrates. Su ironía no tiene
límites; por eso, al final, paradójicamente, Alberti escribe una exhortación a
respetar los límites.
Alberti comprende que los dioses han muerto, pero su ironía no le permite
entusiasmarse con el poder humano de control sobre lo absoluto y lo infinito. Esta
radical ingenuidad, o ausencia de ironía, corresponderá a Giordano Bruno (1548-
1600), quien arremeterá con pasión contra los dioses. Bruno se lanza con toda
pasión en brazos del infinito para crear una Unidad que dé sentido a la realidad
desencantada de los dioses viejos. Bruno deseó estabilizar el infinito mediante la
creatividad lógica de la Filosofía; un siglo antes, Alberti ya había renunciado a ello,
despreciando con sorna la invención creadora de mundos por parte de la Filosofía,
y reservando tal capacidad creadora al arte, a la poesía. Considero acertada la tesis

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de Garín, quien considera que “la verdad del Renacimiento” 3 se encuentra en
posiciones como las de Alberti, mejor que en la de aquellos filósofos que en el
fondo imitaron el gesto antiguo de la metafísica de comprender el mundo sobre un
prisma totalizador.
Alberti subraya y celebra la creatividad poética, pero también material y
finita, del arquitecto, del administrador, del mercader, del poeta; asume una
posición finita de sentido. Según Garín la filología, la ciencia, la política, el arte de
un Valla, Maquiavelo, Miguel Ángel, Galileo representan la esencia del
Renacimiento, no la filosofía entendida como metafísica omniabarcadora. Quizás
por eso, por compensación, fueron precisamente filósofos quienes sintieran tal
fascinación por la alquimia y la astrología, para compensar el final del mundo lleno
de sentido medieval. Filósofos como Ficino, Bacon, Moro, Bruno o Campanella
compensaron con la magia y/o la ensoñación utópica un sentimiento de orfandad,
de sentido absoluto y transcendente, del que los filólogos y artistas ya se habían
despedido irónica y creativamente, haciendo un ejercicio de finitud que muchos
filósofos rehuyeron, echándose en manos del infinito con pasión lógico-metafísica
y mística.

4. Conclusión

La filosofía del Renacimiento tiene pues un estatuto propio, diferenciado respecto


de la Edad Media. El Renacimiento como época histórica rompe con la Edad Media,
pero esto no implica que no guardara claras imbricaciones y contigüidades con su
pasado inmediato.
El programa humanista tuvo repercusiones decisivas en la filosofía. No se
puede arrinconar el Humanismo como un elemento más del Renacimiento,
desprovisto de filosofía. Antes al contrario, el Humanismo contiene en sí ya una
filosofía propia, una nueva mirada del mundo, en clara oposición al tiempo
precedente. Esta nueva perspectiva humanista engendró su propio discurso
filosófico: una filosofía de la finitud, de la elegancia en el decir, de la ironía, frente a
los grandes relatos escolásticos que cerraban el mundo en una forma reductiva de
la dialéctica. El Humanismo creo el espíritu de la Filosofía Renacentista.
En Individuo y cosmos en la filosofía del Renacimiento, Ernst Cassirer
considera que la filosofía del protorenacimiento, es decir de los siglos XIII y XIV, no
reflejaba el espíritu de su tiempo. Esto pondría en tela de juicio el dictum hegeliano
de que la filosofía encierra en concepto su propia época. Sin embargo, la nueva
vida, el nuevo mirar en poesía, política, artes e historia, sí tenían conciencia de sí
mismos como renovación espiritual. Mientras la poesía, la política o la retórica se
liberaban del viejo espíritu escolástico, la filosofía iba rezagada; por tanto, aquella
poesía, las disciplinas de la humanitas, la política, la historia, no habían sido
reducidas a concepto.

3Eugenio Garín, “Interpretaciones del Renacimiento”, en Medioevo y Renacimiento, Taurus, Madrid,


1981 (especialmente: “Interpretaciones del Renacimiento”, pp. 69-85, p. 75.

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La filosofía humanista emerge más tarde que el humanismo, podríamos
decir; de hecho, cuando Petrarca se enfrenta a la filosofía escolástica, todavía no
está en condiciones de oponerle un contrincante filosófico; no ofrece una filosofía
humanista frente a la escolástica, sino que le opone la elocuencia, le opone un
nuevo ideal cultural, en definitivo, le opone un programa que atesora
potencialmente el surgimiento de una nueva filosofía. Petrarca arguye contra la
forma de la escolástica, y de los textos de Aristóteles que les habían llegado, que
carecían por completo de elocuencia. Pero a medida que la crítica filológica sobre
la forma bárbara de la escolástica y “su” Aristóteles se fueron perfeccionando, la
crítica comenzó a tener mayor calado doctrinal y transcendencia. Así, los
humanistas recobraron un nuevo Aristóteles, traducido directamente del griego
por Leonardo Bruni, muy diferente del de la escolástica. 4 Los humanistas deploran
el Aristóteles de la escolástica, y descubren el nuevo, “crean” el suyo, el
“verdadero” Aristóteles.
La filología ganó en preeminencia a la filosofía. Esto explica que la autoridad
filológica tuviera consecuencias decisivas en la naturaleza de la filosofía
renacentista. Así, la autoridad de los filólogos bizantinos hizo que autores como
Ficino (y muchos otros) tomaran en serio las obras de Hermes Trimegisto, Orfeo,
Zaratustra… Él invocará la figura de éstos, de Platón y de Moisés para intentar
hallar una filosofía unitaria, en la cual Platón y Aristóteles compartían una unidad
armoniosa, una Prisca teología común a sendas filosofías.
Pues bien, Cassirer demuestra que la filosofía del Renacimiento no es un
apéndice tardío del Humanismo, sino que finalmente refleja el nuevo espíritu de la
época, la nueva vida que fue el período.

4 Sobre la traducción de Bruni y su debate con Cartgagena, véase Rafael Herrera, “The Lost
Modernity: 1436-1439 (Alfonso de Cartagena and Leonardo Bruni)” Transmodernity: Journal of
Peripheral Cultural Production of the Luso-Hispanic World, Volume 6, Issue 2.

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