Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
CONTENIDOS
1Éste es un documento de estudio para uso exclusivo de los alumnos de la asignatura Historia de la
Filosofía Medieval y Renacentista II, de la UNED, curso 2018-2019. Queda prohibida su
reproducción, publicación y/o distribución total o parcial por cualquier medio.
1
1. Antecedentes: Jacob Burckhardt
2
Mundo Antiguo. El espíritu moderno, que se caracteriza por su rasgo
individualista, fue posible porque los italianos diseñaron su propio perfil y destino
a través de la reconfiguración del espíritu clásico. En las ruinas de Roma hallaban
las formas de una vida nueva que se proyectaba autónomamente hacia el porvenir,
soltando amarras con el pasado inmediato, al cual se desprecia.
Burckhardt interpreta de manera radical el paso de la Edad Media al
Renacimiento. A su juicio, el tránsito entre ambas épocas se produjo en la forma de
una reacción total frente a su pasado inmediato. Asimismo, interpreta también de
manera brusca y radical la dicotomía Italia/resto de Europa. Así, el Renacimiento
sería una cisura respecto de la Edad Media, que nació y evolucionó en Italia, y sólo
más tarde se extendió por Europa. Fue gracias al “genio itálico” que ahondó en su
glorioso pasado para crear un mundo nuevo, la Modernidad. Hay en esta
perspectiva un cierto romanticismo histórico en Burkhardt, quien incluso llega a
considerar a los italianos como “la nación más espiritual y más avanzada del
mundo”.
A su juicio, en la Edad Media no se comprendía el sentido individual del
sujeto, mientras que los italianos lo descubrieron y ejercieron. Por ello, Burckhardt
celebra la muerte de la Edad Media a manos de los humanistas. Frente al sublime
italiano, Burckhardt dibuja la figura del inferior y perverso y atrasado español,
artífice de la neutralización del Renacimiento y del intento de su paralización con
la Contrarreforma. Por eso, sitúa la decadencia del período en 1527, con el saqueo
de Roma por Carlos V. Si no hubiera sido por la Contrarreforma española, Italia
habría logrado los mismos objetivos que la Reforma luterana.
Por tanto, las principales características del Renacimiento (italiano), según
Burckhardt fueron: Individualismo, Mundo Antiguo redivivo, laicismo, igualdad
social y espíritu nacional (nacionalismo)
Burkhardt elaboró una imagen muy viva y atractiva de la cultura
renacentista, que todavía perdura. Pero el suizo no tematizó expresamente la
cuestión sobre el estatuto de una filosofía peculiar del Renacimiento. Al cabo, éste
no era su objetivo, sino más bien relatar con rigor y pasión lo que él denominó
como “cultura” del Renacimiento, dentro del cual estaría la filosofía como un
elemento más. Pero desde aquí no podemos establecer sobre sólidas bases la
existencia de una filosofía propia del Renacimiento. Pues bien, vamos ahora a
detenernos justamente en aquellas posiciones que niegan esto, a saber: la
existencia de una filosofía renacentista.
3
Ocho filósofos del Renacimiento italiano establece las principales líneas
argumentales para poner en tela de juicio el valor filosófico del Humanismo. Frente
a Kristeller, especialistas del área han defendido el estatuto específicamente
filosófico de los humanistas, como auténticos creadores de la primera filosofía
moderna. Esta tesis, que veremos sucintamente en el punto siguiente, la defiende
Eugenio Garin.
Kristeller rebaja hasta prácticamente negar la dimensión filosófica del
Humanismo. De hecho, restringe el concepto de Humanismo justo al área en que
los propios actores de la época lo aplicaban, a saber: a los estudios de gramática,
historia, retórica, poesía, moral… . De esta adscripción hay que excluir la filosofía,
porque los humanistas no fueron a su juicio filósofos ni aportaron nada digno de
tal nombre a la historia del pensamiento.
Los humanistas, dice Kristeller, no fueron filósofos, sino retóricos, y no
pueden por ello ser considerados como reformadores de la filosofía y mucho
menos como fuente del pensamiento moderno.
Este estudioso y erudito alemán describe el humanismo como un programa
cultural y pedagógico, que en ningún momento puede definirse como corriente
filosófica. Ahora bien, obviamente, Kristeller no negaba la existencia de la
producción filosófica del Renacimiento. Sin duda hubo una filosofía en el
Renacimiento. Esto abunda en su tesis de que los humanistas no representaron la
suma total de la renovación renacentista, sino sólo su parte literaria, en sentido
amplio –por cierto, justo una parte que ignoraba como disciplinas propias la
metafísica y la lógica-. En definitiva, la tesis negacionista de Kristeller afirma que el
Humanismo fue sólo una parte del Renacimiento, pero nunca su parte filosófica.
Ahora bien, en cuanto al concepto de Renacimiento como tal, Kristeller
afirma, como axioma historiográfico, que el Renacimiento tuvo una “fisonomía
propia”, y en cuanto tal hay que estudiarlo. Él lo ubica de 1300 a 1600. Lo propio y
peculiar del Renacimiento, lo que lo diferencia de la Edad Media y de la
Modernidad, es la centralidad que adquieren los estudios clásicos. En la Edad
Media lo central eran la Escrituras, obviamente, y a ellas estaba supeditado el
clasicismo.
Kristeller redujo el Humanismo a una fase más de la “tradición retórica de la
cultura occidental” A nuestro modo de ver, esto destila un concepto muy
restringido de Humanismo, pero también de Filosofía. Lo que está en juego aquí es
si el Humanismo definió todo el período del Renacimiento, y por tanto también
constituyó la esencia de su filosofía, o sólo fue un elemento más entre otros de los
que se produjeron en el Renacimiento. No es nuestro objeto aquí decidir en una
cuestión tan compleja, pero sí manifestar que el Humanismo fue un movimiento lo
suficientemente importante y extenso como para poder considerarlo la clave de
bóveda de todo el Renacimiento, incluida, obviamente, su filosofía.
No obstante, Kristeller defiende que el Humanismo fue literatura, retórica,
filosofía moral como mucho, pero nunca filosofía metafísica, lógica ni ninguna otra
disciplina fuera de los studia humanitatis. De hecho, Kristeller remonta esta
4
tradición humanista a los sofistas. Vistas así las cosas, parece sugerir que las
humanidades impulsaron el estudio de la retórica al estilo de la sofística,
completamente al margen de la verdadera filosofía. Con ello, niega el estatuto
filosófico a las humanidades, del mismo modo que lo hiciera Platón con la sofística.
La filosofía y la retórica son enemigas seculares, según Kristeller, como así fue en el
Renacimiento, cuando los humanistas se alzaron como enemigos de la filosofía de
su tiempo, que no era otra que la escolástica aristotélica.
Los tratados y diálogos de los humanistas constituyen lo mejor del
pensamiento humanista, opina el alemán; pero son libros de filosofía moral. Son
textos hechos con gracia, donosura, y señalan problemas que, tal vez, no trataron
los filósofos profesionales de su época y fueron desarrollados después. Pero, a
juicio de Kristeller, son libros vacíos, de diletante filosófico, no se pueden
considerar obras de enjundia filosófica, no tienen un genuino carácter especulativo
y ni siquiera se puede ver en su pulcritud y autoconsciencia filológica el
antecedente de la filosofía del lenguaje de un Vico.
Los tratados humanistas revelan un pensamiento ecléctico hecho de migajas
de conocimiento muy bien expuestas, hilvanadas en tramas retóricas aprendidas
en Cicerón. Naturalmente, Kristeller reconoce que hubo grandes filósofos en el
Renacimiento, que tuvieron también una gran formación humanista, tales como
Cusa, Ficino y Pico, pero, a su juicio, su altura filosófica no procedía de su
formación humanista, o no sólo por ella, sino por otras causas y fuentes; y sería un
error considerar que estos grandes filósofos son los representantes de una
presunta filosofía humanista.
Kristeller sintetiza su posición en este fragmento: “Por todo esto, quisiera
entender el humanismo renacentista, por lo menos en sus orígenes y en sus
representantes típicos, como un amplio movimiento cultural y literario que, por su
esencia, no era filosófico, pero sí conllevaba importantes nociones y consecuencias
filosóficas. No he logrado descubrir en la literatura humanista ninguna doctrina
filosófica general, a no ser la creencia en el valor del hombre y de las humanidades
y en la renovación de la sabiduría antigua.” 2
Es verdad que “Los humanistas provocaron un cambio total en la filosofía”,
por el descubrimiento y traducción directa de obras latinas y sobre todo griegas
desconocidas, que ofrecieron nuevos materiales olvidados hasta entonces. Pero
esto no los convierte en filósofos, asegura Kristeller; ellos marcaron la época,
ofrecieron un marco retórico y unos materiales a los que la filosofía del
Renacimiento, por fuerza, no fue inmune y de los cuales se benefició. Ellos
construyeron la identidad del período, señalando que las humanidades habían
permitido el renacimiento de la mejor Antigüedad, la de la poesía, la de la retórica,
la del buen gusto literario frente a la filosofía (escolástica). Pero el programa del
humanismo fue una contribución “cultural”, no “filosófica” Existen numerosas
2 Paul Oskar Kristeller. El pensamiento renacentista y sus fuentes. México: Fondo de Cultura
Económica, 1982, p. 51.
5
filosofías renacentistas, pero todas tienen sus fuentes y antecedentes proceden y
están en deuda con la Edad Media, no con el Humanismo.
Como adelantábamos algo más arriba, Eugenio Garin mantiene una posición
totalmente opuesta a Kristeller. Desde la perspectiva del alemán, se hace muy
complicado sostener la necesidad de un tratamiento específico de la filosofía
renacentista. Según su cuadro histórico, lo genuinamente novedoso, aquello que
marcó la diferencia respecto de la Edad Media, no era la filosofía, sino el
Humanismo, entendido con carácter reductivo como un programa cultural,
sofístico, retórico. Pero la filosofía del período, según Kristeller, no participaría de
este espíritu innovador, único, explícitamente diferente del pasado inmediato, sino
que, antes al contrario, no sería sino una derivación adjunta y dependiente del gran
momento de la escolástica medieval. Si es cierta, como pensamos, la tesis de que lo
genuinamente moderno, único, distinguido respecto de lo anterior, del
Renacimiento fue el Humanismo, no podemos desgajar de este movimiento a la
filosofía. Es preciso abrir la perspectiva a un espíritu diferente y más abierto
acerca del carácter del Humanismo y de la filosofía, más en consonancia con las
ideas que vamos a desarrollar a continuación.
Sólo se puede negar el carácter genuinamente filosófico a los Humanistas
bajo el peso de una noción reduccionista y en cierto modo hoy muy anticuada de la
filosofía. Hoy sabemos que Filosofía no son sólo aquellas construcciones
sistemáticas con presunciones omniabarcadoras. Ha existido desde siempre, desde
el mismo Sócrates por lo menos, otro tipo de especulación filosófica abierta,
problemática, absolutamente al margen de aspiraciones sistemáticas apabullantes,
pero a la vez profundamente racionales, críticas y radicales, de gran alcance en el
tiempo. De hecho, si había algo con lo que la filosofía humanista quería romper era
con los grandes sistemas explicativos de la filosofía, que se habían ido sucediendo
en la Edad Media, y que prometían una visión completa de la realidad. Estos
auspicios totalizadores de la filosofía no eran sino una estrategia teológica, que
nada tenía que ver con la filosofía ironista griega de un Sócrates, pero también (no
lo olvidemos) del carácter dialéctico, abierto de los diálogos de Platón. Por tanto, el
programa humanista creó una filosofía parcial, limitada, finita.
La perspectiva filológica del humanista permitió la emergencia de una
nueva filosofía, que hizo del pasado un objeto técnico de estudio, y por tanto,
creación del ser humano, como terminó siendo, por ejemplo, la cosmología de
Ptolomeo, que como otro libro más, podía ser examinada y, en su caso, rebatida. La
filosofía humanista objetivó y redujo a su carácter histórico aquello que la filosofía
escolástica y los grandes sistemas afirmaban como ontología. La filosofía del
humanismo era parcial, “filológica”, resultado de la experiencia, finita, frente a la
filosofía en el sentido de “oráculo de la naturaleza o de Dios”.
6
No se puede excluir conceptualmente humanismo y renacimiento: son un
fenómeno unitario: el humanista quiere renacer, y el renacimiento se hace a través
de la humanitas, en el sentido profundo de la misma, no meramente escolar. Ello
produjo lo que podemos llamar una Filosofía Renacentista, que fue a la vez fuente y
cristalización del programa a gran escala puesto en marcha por los humanistas.
Dicho programa se sostenía sobre una ideología muy determinada que afectaba a
todos los órdenes de la vida, no sólo a las meras disciplinas académicas. El
humanismo sintetizó, por así decir, la Stimmung de la época, como diría Hans
Ulrich Gumbrecht. El investigador ha de estar en condiciones de percibir en su
lectura dicho espíritu del tiempo.
7
ser reducida a un minúsculo peldaño conceptual que sirviera de apoyo para
emplazar los enormes cimientos subsiguientes de la Filosofía Moderna.
2. Modernidad e Ilustración
8
Herder por ejemplo resaltó el valor de la Edad Media como superior al
Renacimiento. La razón del desprecio romántico del Renacimiento reside en que
veían en este período el origen de la Ilustración. En tal sentido, aunque no
podemos compartir el horror romántico hacia nuestro período, sí consideramos
congruente la conexión que establecieron entre Humanismo e Ilustración como
épocas interconectadas con el valor de la racionalidad frente a la barbarie.
El humanismo creó una filosofía en sí misma. La defensa del buen estilo en
retórica y el rigor gramatical no agotan el talante conceptual de la empresa. Lo que
estaba a la base de las críticas formales y filológicas del Humanismo era una nueva
visión del mundo que quería arrumbar la heredada del pasado, refutarla, por así
decir, atacando en su raíz sus formas expresivas. El Humanismo fue la primera
filosofía que se dio cuenta de que la forma literaria determina la posibilidad de
éxito de una u otra filosofía.
La filosofía renacentista se rebeló contra la pretensión de reducir todo
discurso filosófico a dialéctica; asimismo, arremetió contra el sueño totalizador de
aquella dialéctica que prometía una visión global del universo en un sistema
cerrado y aparentemente autosuficiente. Desde luego que esta consideración de la
filosofía como sistema dialéctico autosuficiente pervivió a lo largo de siglos. De
hecho, las grandes filosofías sistemáticas llegan hasta el siglo XIX e incluso a la
actualidad. No obstante, la batalla de la filosofía renacentista por otro tipo de
filosofía más humilde, menos pretenciosa en sus posibilidades de ofrecer una
verdad sistemática, quedó restaurada de nuevo para la filosofía. No es extraño que
fuera precisamente en esta época cuando Montaigne creó el género ensayo.
Los múltiples ataques contra la barbarie escolástica distaban mucho de ser
una cuestión de sensibilidad retórico-literaria. Ésta era sólo la expresión filológica
del problema de fondo. La batalla era contra el paradigma de la técnica escolástica.
La filosofía humanista desarrolla las grandes estructuras binarias que van a marcar
toda la filosofía posterior, y que serán rescatadas y profundizadas hasta la
radicalidad en la Ilustración. La dicotomía entre civilización y barbarie, entre la luz
de la razón y el oscurantismo de la fe, entre la libertad del individuo y la esclavitud
de las masas, entre el librepensador y los poderes fácticos, entre el amor a los
antiguos y el desprecio a los medievales… constituyeron los esquemas básicos
sobre los que nació y se desarrolló la Ilustración hasta el estallido de la Revolución
Francesa. Pues bien, todo este cosmos conceptual fue la creación de la primera
filosofía moderna: la renacentista. Desde este punto de vista, en la medida en que
somos hijos de la Ilustración, el Renacimiento aparece como un período crucial que
viene a explicar nuestro propio presente.
9
El final del mundo medieval a manos del Renacimiento ha sido una “larga
agonía” cuyo desenlace llega hasta hoy. El final de la segura imagen del mundo
medieval generó el principio de lo que Weber llamó el desencantamiento del
mundo. El Renacimiento fue la toma de conciencia de que la seguridad del mundo
limitado y lleno de sentido cristiano-medieval había entrado en crisis. El hombre
ahora era dueño de su destino tanto porque anhelaba mayor libertad, como porque
se veía forzado a ser libre, a buscar nuevos sentidos en el nuevo mundo que se
abría. Se produjo como una festiva angustia ante el infinito y lo posible, lo porvenir
indefinible. No podemos olvidar la desorientación que produjo la apertura del
mundo, tras el mundo cerrado medieval. Tesis tan importantes para el siglo XX
como la célebre máxima de Sartre (“estamos condenados a ser libres”) tienen en el
Renacimiento su origen genealógico-conceptual.
La filosofía renacentista tiene quizás uno de sus elementos más definitorios
en la reactualización que produjo sobre el clásico tema de la virtus. El nombre de
Maquiavelo (1469-1527) es invocado en este sentido en muchas ocasiones. Y de
hecho, así debe quedar de manifiesto en cualquiera que aspire a comprender el
período.
La transcendencia de la virtus cubrió todos los aspectos del humanismo. Así,
por ejemplo, la virtus del arquitecto en León Battista Alberti (1404-1472) señala la
capacidad práctica para trazar planos perfectos, canónicos, que tengan en cuenta el
terreno, los elementos y el paso del tiempo, de modo que su creación dure el
máximo tiempo posible. Pero jamás será eterna; por más perfecta que sea la obra
creada por el arquitecto virtuoso, al final caerá, porque todo cae. El ser humano es
creador, en efecto, pero igualmente, finito; saber que nada absoluto está en su
mano ni en su entendimiento es parte de la virtus del arquitecto.
Este espíritu está también en el humor de Tomás Moro (1478-1535), quien
sabe que la creación absoluta, ex nihilo, de Utopo, sólo puede ser narrada por un
bufón como Hitlodeo. Alberti, en su sátira Momus sive de principe (1450), defiende
la creatividad absoluta del poeta y de la naturaleza, y se ríe del resto,
especialmente de los dioses (“si estuviera sólo, también me reiría de ella [la
religión]”, dice Caronte en Momus). Se ríe de la creación de mundos (sistemas) de
los filósofos, de todos ellos, excepto de la ironía de Sócrates. Su ironía no tiene
límites; por eso, al final, paradójicamente, Alberti escribe una exhortación a
respetar los límites.
Alberti comprende que los dioses han muerto, pero su ironía no le permite
entusiasmarse con el poder humano de control sobre lo absoluto y lo infinito. Esta
radical ingenuidad, o ausencia de ironía, corresponderá a Giordano Bruno (1548-
1600), quien arremeterá con pasión contra los dioses. Bruno se lanza con toda
pasión en brazos del infinito para crear una Unidad que dé sentido a la realidad
desencantada de los dioses viejos. Bruno deseó estabilizar el infinito mediante la
creatividad lógica de la Filosofía; un siglo antes, Alberti ya había renunciado a ello,
despreciando con sorna la invención creadora de mundos por parte de la Filosofía,
y reservando tal capacidad creadora al arte, a la poesía. Considero acertada la tesis
10
de Garín, quien considera que “la verdad del Renacimiento” 3 se encuentra en
posiciones como las de Alberti, mejor que en la de aquellos filósofos que en el
fondo imitaron el gesto antiguo de la metafísica de comprender el mundo sobre un
prisma totalizador.
Alberti subraya y celebra la creatividad poética, pero también material y
finita, del arquitecto, del administrador, del mercader, del poeta; asume una
posición finita de sentido. Según Garín la filología, la ciencia, la política, el arte de
un Valla, Maquiavelo, Miguel Ángel, Galileo representan la esencia del
Renacimiento, no la filosofía entendida como metafísica omniabarcadora. Quizás
por eso, por compensación, fueron precisamente filósofos quienes sintieran tal
fascinación por la alquimia y la astrología, para compensar el final del mundo lleno
de sentido medieval. Filósofos como Ficino, Bacon, Moro, Bruno o Campanella
compensaron con la magia y/o la ensoñación utópica un sentimiento de orfandad,
de sentido absoluto y transcendente, del que los filólogos y artistas ya se habían
despedido irónica y creativamente, haciendo un ejercicio de finitud que muchos
filósofos rehuyeron, echándose en manos del infinito con pasión lógico-metafísica
y mística.
4. Conclusión
11
La filosofía humanista emerge más tarde que el humanismo, podríamos
decir; de hecho, cuando Petrarca se enfrenta a la filosofía escolástica, todavía no
está en condiciones de oponerle un contrincante filosófico; no ofrece una filosofía
humanista frente a la escolástica, sino que le opone la elocuencia, le opone un
nuevo ideal cultural, en definitivo, le opone un programa que atesora
potencialmente el surgimiento de una nueva filosofía. Petrarca arguye contra la
forma de la escolástica, y de los textos de Aristóteles que les habían llegado, que
carecían por completo de elocuencia. Pero a medida que la crítica filológica sobre
la forma bárbara de la escolástica y “su” Aristóteles se fueron perfeccionando, la
crítica comenzó a tener mayor calado doctrinal y transcendencia. Así, los
humanistas recobraron un nuevo Aristóteles, traducido directamente del griego
por Leonardo Bruni, muy diferente del de la escolástica. 4 Los humanistas deploran
el Aristóteles de la escolástica, y descubren el nuevo, “crean” el suyo, el
“verdadero” Aristóteles.
La filología ganó en preeminencia a la filosofía. Esto explica que la autoridad
filológica tuviera consecuencias decisivas en la naturaleza de la filosofía
renacentista. Así, la autoridad de los filólogos bizantinos hizo que autores como
Ficino (y muchos otros) tomaran en serio las obras de Hermes Trimegisto, Orfeo,
Zaratustra… Él invocará la figura de éstos, de Platón y de Moisés para intentar
hallar una filosofía unitaria, en la cual Platón y Aristóteles compartían una unidad
armoniosa, una Prisca teología común a sendas filosofías.
Pues bien, Cassirer demuestra que la filosofía del Renacimiento no es un
apéndice tardío del Humanismo, sino que finalmente refleja el nuevo espíritu de la
época, la nueva vida que fue el período.
4 Sobre la traducción de Bruni y su debate con Cartgagena, véase Rafael Herrera, “The Lost
Modernity: 1436-1439 (Alfonso de Cartagena and Leonardo Bruni)” Transmodernity: Journal of
Peripheral Cultural Production of the Luso-Hispanic World, Volume 6, Issue 2.
12