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Investigaciones Feministas
ISSN: 1131-8635
https://dx.doi.org/10.5209/infe.66502
Resumen. El presente artículo analiza el contexto político y cultural en que emerge el movimiento
de ex pacientes o sobrevivientes de la psiquiatría en torno a la promesa emancipadora del feminismo
de segunda ola en el campo de la locura. Posteriormente, desarrolla un cuestionamiento hacia las
perspectivas reformistas de trato igualitario que se expresan en el ámbito de la terapia feminista como
dispositivo neoliberal que ofrece soluciones individuales en el mercado terapéutico. Finalmente, se
describen las contribuciones del “feminismo loco” para enriquecer los planteamientos de justicia de
género en la salud mental contemporánea, en base al apoyo mutuo entre mujeres y la recuperación del
activismo feminista como expresión de bienestar y autocuidado.
Palabras clave: Feminismo; locura; antipsiquiatría; terapia feminista; salud mental
Cómo citar: Castillo Parada, T. De la locura feminista al “feminismo loco”: Hacia una transformación
de las políticas de género en la salud mental contemporánea, en Investigaciones feministas 10 (2), 399-
416.
1
tatiana.castillo.parada@gmail.com
Centro de Estudios Locos, Chile
“¿Quién mejor que las locas, sin duda las más crueles de las brujas, las que más
castigo han recibido, las que menos tienen que perder?”
Kate Millett
1. Introducción
2
La discusión respecto al número de olas en el movimiento feminista constituye un debate abierto al interior del
campo académico. Al respecto, el feminismo liberal sufragista caracterizaría la primera ola feminista durante
el siglo XIX (Freedman, 2003). La segunda ola del feminismo tendría lugar en la década de los 60’ y 70’ del
siglo XX en torno a las luchas de liberación de las mujeres. La tercera ola del feminismo se inicia en la década
de los 90’, constituye un rescate y actualización de las demandas de la segunda ola, con énfasis en las luchas
micropolíticas desde una perspectiva interseccional (Tong, 2018). Finalmente, la cuarta ola del feminismo se
desarrolla en la actualidad e incluye el movimiento de huelgas feministas contra la violencia hacia las mujeres,
por la defensa de derechos sexuales y reproductivos y contra la precarización de la vida (Arruzza, Bhattacharya
y Fraser, 2018) así como los cuestionamientos hacia la categoría de sujeto político feminista y el propio con-
cepto de “mujeres” (Cobo, 2019). El presente artículo se inscribe en el contexto de la segunda ola feminista y
desarrolla eventuales aportaciones a las olas feministas posteriores, que se encuentran aún en curso.
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las mujeres. Estos planteamientos de Millett sostenían un rechazo hacia las normas
sociales, configurando un feminismo rebelde y transgresor como expresión de una
locura colectiva.
A pesar de ello, la vinculación de Millett con la antipsiquiatría tuvo que esperar
hasta 1973, año en que fue ingresada en un psiquiátrico en California, diagnosticada
como maníaco-depresiva y medicada contra su voluntad. Para compartir su testi-
monio en relación a la locura, luego de dejar la medicación psiquiátrica comienza
a escribir en 1980 el libro “The Loony Bin Trip”, publicado tardíamente en 1990
(Millett, 2019). En base a esta publicación y a partir de su propia experiencia, Milett
inició un camino de denuncia hacia el poder de la psiquiatría, cuestionando esta dis-
ciplina por apoderarse de la locura y ejercer control sobre las mujeres diagnosticadas
(Wiener, 2005).
La influencia cultural de Millett como un ícono del feminismo radical que se de-
finió como ex paciente y sobreviviente de la psiquiatría en una variedad de contextos
públicos, contribuyó a dar visibilidad a un movimiento social que en Norteamérica
había iniciado un recorrido fructífero de elaboración crítica vinculando el feminismo
y la antipsiquiatría. Este movimiento de ex pacientes y sobrevivientes de la psiquia-
tría comenzó a desarrollar acciones de denuncia de los tratamientos psiquiátricos
hacia las mujeres, contribuyendo a imaginar formas de resistencia colectiva y cons-
trucción de autonomía en el espacio público en clave feminista (Chamberlin, 1978;
1994). Sin embargo, durante la década de los 70, el naciente campo de la salud
mental generó las condiciones para una institucionalización de las demandas del
movimiento feminista contra la psiquiatría, legitimando una modalidad de atención
profesional especializada hacia las mujeres: la terapia feminista. Este enfoque tera-
péutico, sensible a una mirada de género y al lugar de las mujeres como colectivo
social oprimido, alteró radicalmente la comprensión de la relación mujer y locura.
El ascenso y auge del neoliberalismo, así como la institucionalización de un en-
foque de género en los espacios académicos, contribuyeron a situar en el ámbito de
la atención profesional la alianza entre el feminismo y la antipsiquiatría, retirando
su potencialidad crítica de la esfera política. Debido a ello, los planteamientos de
la terapia feminista fueron criticados abiertamente por mujeres activistas del movi-
miento de ex pacientes y sobrevivientes de la psiquiatría en la medida que habían
desarrollado un camino alternativo para abordar sus problemas subjetivos, en base
a relaciones horizontales bajo los principios de la hermandad entre mujeres some-
tidas al abuso y poder psiquiátrico. De acuerdo a esta perspectiva, el movimiento
de mujeres psiquiatrizadas se orientó a problematizar y cuestionar los discursos y
prácticas de las mujeres profesionales a favor de la terapia feminista, al considerar
que sus planteamientos individualizaban las relaciones de poder que determinaban la
explotación y opresión patriarcal de las mujeres “locas” (Chamberlin, 1978; 1994).
En este marco, la activista Judi Chamberlin tuvo un rol protagonista al desarrollar
un cuestionamiento radical hacia las modalidades de atención profesional del siste-
ma de salud mental, planteando la necesidad de valorar el activismo feminista como
expresión de bienestar y autocuidado, en base a la colaboración entre pares y el apo-
yo mutuo (Chamberlin, 1994). De esta manera, el activismo de las mujeres “locas”
contribuyó al desarrollo de puentes y lazos de vinculación de la antipsiquiatría con
el feminismo más allá y en contra de la terapia feminista. Sin embargo, hasta el pre-
sente estas iniciativas no han sido estudiadas en profundidad desde una perspectiva
conceptual e histórica.
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Junto con ello, insistiendo en que «lo personal es político» este movimiento ex-
pandió los límites de la protesta alcanzando la esfera de la subjetividad. En esta
línea, Kate Millett (1995) planteó la necesidad de un análisis profundo de las rami-
ficaciones psicológicas que genera el patriarcado en las mujeres en base a la acepta-
ción de la dominación masculina y la opresión internalizada. A partir de este análisis
en torno a la subjetividad de las mujeres, las feministas comienzan a incorporar la
crítica hacia la violencia psiquiátrica, lo que contribuyó a la escritura sobre la locura
(Harrison, 2016).
El análisis histórico de las vivencias de encierro y segregación de las mujeres
confinadas en los manicomios y tratadas por la psiquiatría, planteó una comprensión
de la locura como expresión de la transgresión y rebeldía frente a las restricciones
impuestas de los mandatos de género (Caminero-Santangelo, 1998). Así, la locura
señalaba el descontento y el enfado de las mujeres hacia la opresión patriarcal (Gil-
berto y Gubar, 1979). Junto con ello, el vínculo del feminismo y la antipsiquiatría
extendió esta mirada crítica hacia las ciencias psi en general, incluyendo la psicolo-
gía, que tradicionalmente había aportado a la opresión de las mujeres (Alvelo, 2009).
Al respecto, en el texto “Lo personal es político”, Carol Hanisch (1970) sostiene que
la terapia psicológica representa una alternativa individual y el feminismo busca so-
luciones colectivas y a través de esas acciones colectivas transformar las estructuras
sociales que oprimen a las mujeres en vez de proponer un cambio individual.
En el campo de la literatura, el feminismo inició un rescate de los relatos au-
tobiográficos de mujeres encerradas en los manicomios estableciendo un análisis
crítico de las intervenciones psiquiátricas como un legado de la violencia patriarcal
(Masson, 1986). Una de las publicaciones más relevantes en este ámbito fue el libro
escrito por Hersilie Rouy titulado “Memorias de una loca”, publicado en Francia en
1883, en el que relata su paso por los asilos y los procedimientos psiquiátricos a los
que fue sometida bajo la etiqueta diagnóstica de “insania moral” (Masson, 1991).
En base a este análisis de la literatura sobre la mujer y la locura, se iniciaron
una serie de cuestionamientos hacia la conexión entre los discursos dominantes de
la psicología, la psiquiatría y la opresión patriarcal; criticando específicamente al
psicoanálisis como una teoría que interpretaba las frustraciones y resentimientos de
las mujeres como conflictos internos, anulando los aspectos sociales (Friedan, 1963;
Greer, 1971). Al respecto, Masson (1985) documentó cómo Freud escogió ocultar
las revelaciones de abuso sexual durante la infancia realizadas por mujeres con diag-
nóstico de histeria, al presentarlas como memorias de fantasías, en vez de memorias
de experiencias reales.
De forma paralela a estos cuestionamientos, en los espacios académicos se co-
menzó a estudiar el malestar que generaba el rol matrimonial en las mujeres (Ga-
vron, 1966). Se empezó a plantear que el confinamiento de las mujeres al hogar
y a las tareas domésticas conllevaba altos niveles de frustración (Busfield, 1988).
Así, la literatura especializada inició un cuestionamiento a la psiquiatría como
un método para controlar socialmente a las mujeres y una herramienta para me-
dicalizar su malestar en un contexto opresivo (Wright y Owen, 2001). Bajo estas
orientaciones críticas, diversas teóricas feministas sostuvieron que la opresión que
experimentaban las mujeres generaba “enfermedades mentales” y a su vez, que el
etiquetamiento de mujeres como “enfermas mentales” era una demostración del
poder patriarcal representado principalmente por la autoridad médica masculina
(Busfield, 1988).
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Bajo esta clave de lectura, el mayor número de mujeres diagnosticadas por mo-
tivos psiquiátricos sería una consecuencia de la opresión que enfrentan en una so-
ciedad patriarcal, de esta manera, la construcción discursiva de los diagnósticos psi-
quiátricos tenía relación con una atribución de los roles y estereotipos de género
que se imponen a las mujeres como medio de control social (Kaplan, 1983; Ussher,
1991; Russell, 1995). Al respecto, uno de los trabajos que tuvo mayor influencia fue
el libro de Phyllis Chesler (1972) “Women and Madness”, en el que argumenta que
la construcción de las etiquetas diagnósticas se encuentran relacionadas con las ideas
tradicionales de masculinidad y feminidad. De esta forma, analiza críticamente el
daño que ha provocado la psiquiatría y sus instituciones hacia las mujeres patologi-
zadas, señalando cómo las mujeres han sido consideradas deficientes mentalmente
por el simple hecho de ser mujeres (Chesler, 1972).
Esta mirada crítica hacia la psiquiatría desde una perspectiva feminista no sólo
tuvo su desarrollo en Norteamérica, sino que se expandió al resto de la sociedad oc-
cidental. En Italia –durante el proceso de desinstitucionalización y cierre de los ma-
nicomios en la década de 1970– la activista Franca Basaglia-Ongaro (1987) sostuvo
que para comprender la relación mujer y locura si bien se debía tener en cuenta el
denominador común en el primer nivel de opresión que es haber nacido mujer, había
que considerar las diferencias de clases en los niveles de opresión, en términos de
desigualdad de privilegios y de derechos. En este sentido, planteaba que las mujeres
más adineradas, al volverse locas, asistían a psicoterapia, mientras que las muje-
res empobrecidas eran encerradas en los hospitales psiquiátricos (Basaglia-Ongaro,
1987).
Junto con las críticas hacia las relaciones jerárquicas de la psiquiatría, sustentadas
por figuras masculinas y paternalistas, las feministas también se pronunciaron acerca
de los tratamientos que se utilizaban para “sanar” la locura entendidos como dispo-
sitivos de exclusión de las diferencias y normalización de la subjetividad (Harrison,
2016). Para algunas feministas, ésta crítica se podía extender hasta el ámbito econó-
mico, postulando que la locura representaba un arma para desestabilizar el sistema
capitalista y patriarcal, al negarse las mujeres locas a ser consideradas ciudadanas de
bien y productivas (Alvelo, 2009).
De esta manera, el feminismo de segunda ola implicó la irrupción de la locura
feminista en el escenario político. Este movimiento permitió cuestionar cómo las
etiquetas psiquiátricas habían sido históricamente utilizadas para reprimir a las mu-
jeres e impedir su rebelión contra la hegemonía patriarcal. Así, la locura feminista
representó una corriente política y contracultural por la despatologización del males-
tar de las mujeres provocado por los mandatos de género; un ejemplo de ello fueron
las feministas francesas que defendían la recuperación de la histeria como una causa
política de rechazo al patriarcado (Harrison, 2016).
3
El centro “Elizabeth Stone House” tuvo un marcado posicionamiento político basado en el feminismo. Esta ini-
ciativa rescataba el nombre de una de las mujeres pioneras contra la opresión psiquiátrica del siglo XIX, quien
había sido internada por su familia debido a su conversión de metodista a baptista (Chamberlin, 1978).
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“La cultura loca me motivó a desarrollar una conciencia política sobre la terapia y
el asalto psiquiátrico. Es esta comunidad que me apoya y me ayudó inicialmente a
desarrollar el orgullo como mujer loca y sobreviviente de la violencia médica. Mis
compañeros locos nunca me han hecho sentir extraña o avergonzada sobre mi vida
al haber estado en una jaula psiquiátrica. Quieren escuchar mi versión de la rea-
lidad y mi experiencia pasada con trabajadores de salud mental. Con las mujeres
locas no necesito usar poleras de manga larga para esconder mis cicatrices o cerrar
mi boca para esconder el dolor” (Blackbridge y Gilhooly, 1985, p. 90).
“Por el solo hecho de ser mujeres, nuestra credibilidad es desafiada, nuestras pala-
bras no son tomadas en cuenta, independiente de lo que digamos. Sin embargo, para
las mujeres ex pacientes o cualquier mujer con antecedentes de una ʻenfermedad
mentalʼ, este problema es exacerbado. Nuestro estatus como mujeres locas es utili-
zado en nuestra contra: estamos mintiendo o alucinando. Incluso, nuestras herma-
nas feministas que son terapeutas también nos fallan. Nos etiquetan, nos rechazan
o no logran ver las conexiones que vemos nosotras. Nos unimos al movimiento
de ex pacientes y esperábamos encontrarnos con el sexismo, pero no aceptaremos
el fracaso de los miembros por no reconocerlo o no hacerse responsables de ello.
Nuestra pasión y urgencia deriva de nuestra conciencia hacia todas las mujeres que
realmente son oprimidas; en instituciones, amarradas, aisladas, drogadas, electro-
cutadas, violadas o maltratadas. Tenemos la responsabilidad de protestar por lo que
les está sucediendo a nuestras hermanas” (Raymond et al., 1983, p.6-7).
“El problema radica en la involucración del sistema de salud mental en sí. La
violencia contra las mujeres no es un asunto personal o individual, sino una rea-
lidad política. El concepto de ʻsalud mentalʼ implica la correspondencia de una
patología, pero las mujeres que sobreviven a la violencia no están enfermas. El
foco sobre el individuo es destructivo por dos razones. Primero, enfocarse sobre la
mujer individual conlleva a culpar a la víctima a través de un proceso terapéutico
que busca motivaciones escondidas. Segundo, este enfoque lleva a una evaluación
del violador como sufriente de una patología individual. Es por tanto liberado de
la responsabilidad de sus acciones y los valores socioculturales que motivan la
violencia contra las mujeres es ocultado” (Raymond et al., 1983, p.7).
“El feminismo es la base de apoyo para las mujeres que se reúnen para compartir
estrategias colectivas sobre cómo manejar nuestra opresión común. Las mujeres
entran al movimiento con grandes expectativas y necesidades de apoyo, y al de-
cepcionarse, usualmente recurren a la terapia feminista para llenar ese vacío. Este
y otros usos de la terapia feminista son extremadamente problemáticos para noso-
tras como ex pacientes psiquiátricas feministas que reconocemos a la terapia por
lo que es: un mecanismo de control social” (Raymond et al., 1983, p.7).
“Las terapeutas feministas tampoco han tomado una posición crítica sobre otros
asuntos críticos: internación civil, internación voluntaria coercitiva, electroshock,
medicación forzosa. ¿Cómo podemos confiar en ellas? Finalmente, la terapia fe-
minista es una contradicción en términos feministas. El feminismo comenzó y
continúa en base a la concientización como la esencia para reunir a mujeres y apo-
yarse unas con otras, y para definir colectivamente nuestros problemas. Estamos
conscientes de las consecuencias dañinas de tener a ʻprofesionalesʼ definiendo o
lidiando con nuestros problemas. La terapia feminista es una parte del sistema
psiquiátrico, y, por lo tanto, es un método de control social que refleja la sociedad
en sí” (Raymond et al., 1983, p.8).
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Frente a este escenario, el “feminismo loco” como movimiento político que nace
desde las mujeres ex pacientes y sobrevivientes de la psiquiatría, sostiene que la
terapia feminista niega las diferencias e invisibiliza la desigualdad entre las mujeres
“locas” (psiquiatrizadas) y “cuerdas” (profesionales de la salud mental), establecien-
do un marco de autoridad y una dependencia profesional al interior del movimiento
feminista (Wolframe, 2012). Al respecto, el “feminismo loco” apuesta por el reco-
nocimiento de las identidades oprimidas en el campo de la salud mental, destacando
los puentes de comunicación y conciencia colectiva de las mujeres que han vivido la
experiencia de la psiquiatrización bajo un modelo de dominación patriarcal y cuer-
dista. Considerando las experiencias situadas y concretas de las mujeres “locas”,
el “feminismo loco” se posiciona desde el reconocimiento de la diferencia: no es
lo mismo ser mujer loca que ser mujer cuerda. Desde esta perspectiva, la terapia
feminista posee un foco reduccionista que no permite ver el carácter específico de
la opresión de género hacia las mujeres “locas”. Así, el “feminismo loco” permite
comprender que la terapia feminista es parte de un feminismo “cuerdo”, que se ha
apropiado de la definición de opresión en el campo de la salud mental, negando la
capacidad de autodefinición y autodeterminación de las mujeres “locas” y anulando
su potencial transformador desde la voz en primera persona.
Al respecto, el “feminismo loco” en su crítica al feminismo “cuerdo” comparte
las premisas del movimiento feminista negro en su denuncia de la apropiación de
la historia por parte de los feminismos de las mujeres blancas, despojando de su
propia historia a otros feminismos. En este sentido, los paralelismos del movimiento
feminista negro y el movimiento feminista “loco” responde a las mismas premisas
de reivindicación histórica: un acto de reconocimiento frente a los procesos de oscu-
recimiento, ocultación y negación por parte del pensamiento feminista hegemónico
(Jabardo, 2012).
Por otra parte, el “feminismo loco” plantea que las terapeutas feministas, en tanto
mujeres cuerdas, se encuentran poco sensibilizadas hacia el reconocimiento de la
experiencia de la locura, por lo que actúan en complicidad con las disciplinas psi
patriarcales y cuerdistas. Por ello el “feminismo loco” sostiene la necesidad de una
acción de resistencia y transformación desde y para las mujeres locas, junto con
aliadas, contra el cuerdismo y el patriarcado en su conjunto, sin considerar que se
esté desviando la atención del género. En este sentido, el “feminismo loco” sustenta
una mirada crítica hacia el discurso de unidad de las mujeres en torno a la opresión
patriarcal, ya que invisibiliza y excluye otras opresiones, ocultando que buena parte
de la violencia cuerdista y patriarcal la ejercen las propias mujeres “cuerdas”, repre-
sentantes de la psiquiatría o la psicología, contra las mujeres “locas”. Al respecto,
hooks (2017) sostiene que luchar por acabar con la violencia de los hombres contra
las mujeres dejando de lado las demás formas de violencia patriarcal no es útil al
movimiento feminista.
En oposición a la terapia feminista, el “feminismo loco” sostiene que la condición
de igualdad y las experiencias compartidas en torno a la locura por parte de las mu-
jeres que han vivido la experiencia de la psiquiatrización es la base del apoyo mutuo
entre pares. Así, el “feminismo loco” promueve la creación de grupos de auto-ayuda
sin líderes ni estructuras autoritarias en continuidad con el activismo desarrollado
por el movimiento de ex pacientes y sobrevivientes de la psiquiatría. En oposición
al legado terapéutico del feminismo “cuerdo”, en los grupos de apoyo mutuo no hay
intercambio de dinero y las participantes han experimentado en primera persona el
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problema que quieren discutir (Masson, 1991). Por lo tanto, al igual que la lucha de
las mujeres negras al interior del feminismo, existe una necesidad por parte del “fe-
minismo loco” de crear una verdadera sororidad basada en un movimiento feminista
anti cuerdista. Al respecto, para hooks (2017) el apoyo mutuo es la base del amor y
la práctica feminista es el único movimiento por la justicia social de nuestra sociedad
que crea las condiciones en las que se puede cultivar. En este sentido, el “feminismo
loco” sostiene que no hay ni puede haber expertas profesionales en el campo de la
subjetividad y promueve un ámbito de demostración que las mujeres pueden resol-
ver sus problemas subjetivos en grupos de pares bajo los principios de la sororidad
y el apoyo mutuo.
Como acción política, el “feminismo loco” permite reactivar la promesa emanci-
padora y el proyecto liberador de la segunda ola feminista, en el que la lucha contra
las injusticias de género estaba necesariamente ligada a la lucha contra el racismo,
el imperialismo, la homofobia y el dominio de la clase, todo lo cual exigía trans-
formar las estructuras profundas de la sociedad capitalista (Fraser, 2015). Desde
su propia especificidad, el “feminismo loco” plantea la necesidad de reconectar la
crítica feminista con la antipsiquiatría con el objetivo de ampliar los espacios polí-
ticos de alianza y luchas comunes contra el patriarcado y el cuerdismo en el campo
de la subjetividad. En este sentido, el “feminismo loco” contribuye a enriquecer la
tercera ola feminista (Biswas, 2004) en la búsqueda por generar puntos de encuentro
y articulación con los diversos feminismos, promoviendo la interconexión con otras
opresiones y contribuyendo a una mirada interseccional de etnia, clase y género
(Viveros, 2016). De esta manera, el “feminismo loco” posibilita diálogos no solo
respetuosos de las diferencias sino en contra de la invisibilidad y la marginación
como han planteado los feminismos indígenas (Marcos, 2017) y de la diversidad
funcional (Arnau, 2005).
En el ámbito académico, el “feminismo loco” plantea un pensamiento femi-
nista que no se distancie de la militancia, sino que surja de ella. Esta perspectiva
favorece una aproximación crítica en torno a la creciente medicalización de la
subjetividad femenina y las prácticas de violencia psiquiátrica hacia las mujeres
en la sociedad contemporánea (Burstow, 2006, 2016; Linardelli, 2015; Rodríguez,
2014). Al respecto, el estudio de las diferencias de género en el consumo de psi-
cofármacos ha mostrado mayores niveles de dependencia a estas sustancias por
parte de las mujeres (Ettorre y Riska, 1995). A su vez, la prescripción de fármacos
psiquiátricos se ha asociado a una estrategia de disciplinamiento de los cuerpos
femeninos para mejorar su productividad y flexibilidad (Blum y Stracuzzi, 2004).
En este sentido, el desarrollo de investigaciones sobre la relación psicofármacos y
subjetividad desde un enfoque feminista constituye un desafío relevante y promi-
sorio en la actualidad.
En definitiva, el “feminismo loco” constituye un quehacer teórico y una práctica
política que nace desde el protagonismo de las mujeres “locas” para la autoorga-
nización del malestar colectivo y la construcción de su bienestar, planteando una
subversión de las políticas de género en salud mental. En estos términos, es posible
reconocer los cuestionamientos hacia la terapia feminista y la construcción de au-
tonomía de las mujeres “locas” hacia la abolición de la psicología y la psiquiatría.
El carácter radical del “feminismo loco” sostiene que ese horizonte es necesario y
deseable hacia la construcción de una sociedad basada en los principios de igualdad
y justicia social.
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