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Fernanda Alanís
El hecho capital es que el mundo real está en gran parte constituido inconscientemente sobre los
hábitos del lenguaje del grupo. Nunca dos lenguajes son suficientemente semejantes para que se los
considere representantes de la misma realidad social. Los mundos en que viven sociedades diferentes
son mundos distintos, y no meramente el mismo mundo con diferentes etiquetas” (SAPIR, El estado de
la lingüística como ciencia, cit. por Beals, p. 571).
Según esto, la lengua no es un instrumento para pensar, sino que condiciona al pensamiento (lleva a
pensar de determinada manera) y aún ordena la realidad de determinada manera (nos hace verla en
determinada óptica).
Whorf ha intentado mostrar –en base a prolongados estudios sobre el idioma hopi- que incluso las
relaciones espaciales y temporales, o de causa y efecto, cambian según las estructuras sintácticas de la
lengua hablada.
Como prueba de esto se ha alegado, por ejemplo, que determinadas culturas de la pradera designan
con más de cincuenta vocablos lo que para nosotros sería “pasto”; o que determinados indígenas ordenan
diversos objetos que se les presentan, no en animales, minerales y vegetales (como tal vez haríamos
nosotros), sino en comestibles y no comestibles.
Eco trae el siguiente ejemplo:
Los esquimales disponen de cuatro palabras en lugar de la nuestra nieve. Pero no es que tengan un
lenguaje más rico, sino que conocen cuatro entidades distintas, según el grado de utilidad vital del
elemento que nosotros denominamos únicamente nieve (ECO, op. Cit. P. 125).
Como se ve, Eco sugiere una explicación. Y entonces plantea el siguiente problema:
El problema estriba en saber si los esquimales tienen cuatro palabras porque, por razones de
supervivencia, perciben instintivamente cuatro cosas, o bien perciben cuatro cosas porque están
condicionados por la existencia de cuatro palabras (cuatro significantes con sus respectivos
significados). El problema puede plantearse así: ¿la lengua se segmenta en signos aislados en los que
nos basamos para organizar la realidad perceptiva, o bien nuestro modo de percibir la realidad obliga
a la lengua a segmentarse de determinada manera? (Id.)
La cuestión que plantea Eco es fecunda porque genera estudios que van arrojando cada vez más luz
sobre la relación lenguaje-pensamiento-realidad.
(…) Para cada hablante de una lengua, las vías de pensamiento y la concepción de lo real ya están
condicionadas por aquella; y por otro lado, la lengua misma es un producto histórico, se va moldeando por
el uso de los hablantes, por su modo de relacionarse con lo real, por su experiencia y su pensamiento.
En otros términos: es un hecho que la lengua determina la experiencia de la realidad, y es un hecho que
la experiencia de la realidad determina la lengua. Que lengua y realidad interactúan dinámica y
dialécticamente. Preguntarse cuál fue primero, o cuál es prioritaria respecto a la otra, arriesga separar lo
que está unido, reducir un nivel al otro. (…)
La incidencia lingüística en el pensamiento y en la concepción de la realidad abarca aspectos más
radicales que la mera clasificación o división de lo real. Pensamos por ejemplo las implicancias que tiene la
distinción que nuestro idioma hace entre ser y estar, distinción imposible en muchos idiomas.
El filósofo norteamericano Pierce dice:
Es seguro que el análisis de la proposición en sujeto y predicado representa de manera tolerable el
mundo como nosotros, arios, pensamos; pero niego que esta sea la única manera de pensar. Ni siguiera
es la más clara o la más eficaz. (Cit. Por Eco).
Extraído de
Bertolini, Langón y otros – “Materiales para la construcción de cursos de filosofía – 3”