Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
2
misionero, cuya prédica era un relato simple y contundente: canalizar el
hartazgo del pueblo. Por ello, su discurso consistía en prometer moralizar
la vida pública del país recurriendo al poder de Estado con la sapiencia
religiosa contenida en los libros sagrados” (p. 114, énfasis agregado). Ésa
es la razón por la que AMLO se pareció a Bolsonaro en Brasil, al
costarricense F. Alvarado y hasta al guatemalteco Jimmy Morales: un
“candidato de Dios” presentándose a sí mismo “al clásico estilo
evangélico” (Ídem). Detrás de la alianza política estaba, como en esos
países, el eventual avance de las agendas derechistas encarnadas en el
discurso conservador del PES, que trató muy mal de disimular Hugo Éric
Flores, su dirigente más visible, aun cuando la alianza ideológica no fue
tan evidente antes de los comicios. La irrupción política de los evangélicos
no podía significar otra cosa que el ascenso de agendas religiosas
intransigentes y una nueva forma de “reconfesionalización de la clase
política” (p. 115). Al pretender sumar a las iglesias a la moralización del
país, AMLO se ha acercado al riesgo de reconfigurar la laicidad del
Estado mexicano, esté consciente o no de los alcances que esto podría
tener.
En “¿AMLO: homo religiosus o animal político?”, Barranco se acerca
a una innegable realidad: “Las creencias religiosas del presidente se han
vuelto una cuestión de Estado” (p. 119), es decir, algo que en los sexenios
recientes no era un asunto tan relevante para la marcha del país. Ahora,
con la forma tan aguerrida en que el presidente ha optado por darle tan
amplio lugar a la religión, se discute (hasta frívolamente) si es evangélico
o católico, un tema que debería estar en un plano muchísimo menor,
especialmente ante la abierta ambigüedad con que se ha comportado al
respecto, mandando señales en uno u otro sentido. Sus frecuentes citas de
la Biblia y la recurrente incorporación de símbolos religiosos en su
discurso producen mucha desazón. De ahí que se haya tenido que servir
de una especie de “vocero religioso” (o “capellán”, como lo han llamado
algunos) para atemperar y clarificar, si fuera posible, ese caudal
irrefrenable que lo llevó a una forma de “sacralización” de su candidatura
(p. 122), mediante la cual quiso imponer algo así como un fetichismo
alrededor de su persona. Ese mesianismo de naturaleza mística no ha
dejado de percibirse negativamente y ha servido para explicar muchas de
sus expresiones relacionadas, por ejemplo, con el “bienestar del alma” o
la necesidad de que este régimen garantice la “felicidad” de la población.
Estamos, pues, delante de una auténtica “sacralización secular” de
los políticos en el poder (p. 126), la que hace ver a AMLO como un
verdadero “elegido” que ha sido llamado para sanear la vida completa de
México. Con ello se reciclaron, en opinión de Barranco, los rasgos más
fastuosos y simbólicos del presidencialismo mexicano de otras épocas, en
las que el ocupante del mando máximo era visto como un semidiós capaz
de ejercer un poder irrestricto y absolutamente aceptado, además de
venerado. La exaltación casi religiosa de la figura presidencial retomó su
curso y se convirtió en una impostura más que se ha sumado a la de otros
3
candidatos y actores políticos en los años recientes (p. 128). La
simbología religiosa manejada por López Obrador desde su toma de
protesta ha llegado a límites inaceptables en otros momentos similares en
gobiernos pasados: recibió el bastón de mando de representantes
indígenas en una ceremonia de corte animista, hincándose ante ellos en
señal de reconocimiento de su autoridad. La repetición de símbolos
sagrados se ha opuesto frontalmente a la necesaria “religión civil” que la
teoría política ha propuesto como sucedáneo de las antiguas ceremonias.
Entendiéndose a sí mismo como “hombre-nación” (p. 131), ha ligado lo
religioso a lo político de manera altamente preocupante. Y lo mismo vale
para el ejercicio de la tarea presidencial: AMLO parece ser el
todopoderoso cuya misión es sanar las heridas del pueblo y brindarle una
salvación mediada por la moralización suficiente para acabar con la
corrupción acumulada durante décadas: “Ahí simbólicamente se pretende
constituir el arca de la alianza, nueva y eterna, que guarda los designios
sagrados y la alianza privilegiada de Dios con su pueblo” (p. 132).
Desde estos antecedentes y con esta perspectiva, el autor acomete,
en las siguientes secciones algunos de los temas que causan mayor
polémica, como son: la concesión de medios electrónicos a las iglesias
evangélicas, el debate sobre la distribución de la Cartilla moral, la
rebeldía de algunos grupos evangélicos ante la posible manipulación de
que puedan ser objeto y, finalmente, la disyuntiva de las iglesias: ¿forjar
una moral restauradora o contribuir para formar una democracia plena?
De estos últimos aspectos nos ocuparemos en la próxima entrega, pues
representan situaciones muy concretas en las que los ámbitos político y
religioso se entrecruzan como pocas veces antes en la historia reciente
del país, tan agobiado por la violencia, la inseguridad y la corrupción en
todos los niveles sociales.