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AMLO Y LA RELIGIÓN: EL ESTADO LAICO BAJO AMENAZA, DE B.

BARRANCO Y R. BLANCARTE (III)


Leopoldo Cervantes-Ortiz
23 de enero, 2020

La entrega que [AMLO] ofreció al pueblo de México es total. Se ha dicho


que es un protestante disfrazado Es un auténtico hijo laico de Dios y un
servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos (AMLO y la religión,
pp. 133-134).
PORFIRIO MUÑOZ LEDO, presidente de la Cámara de Diputados

La segunda parte del libro “AMLO y la irrupción política de las iglesias”


(pp. 91-202), incluye la colaboración del sociólogo y periodista Bernardo
Barranco, conductor del programa televisivo “Sacro y profano”, que
consta de seis secciones. En la introducción se refiere la importancia de la
laicidad como un “régimen de libertades que en México hemos construido
a jaloneos” y que “ha otorgado a la nación estabilidad frente a los afanes e
intereses de los más diversos actores políticos y religiosos”. Advierte que
su trabajo no ataca la llamada “4T” (o “cuarta transformación”, que es
como ha denominado el presidente López Obrador a su sexenio, como
supuesta continuidad de las tres transformaciones iniciales del país) sino
que es una defensa del Estado laico, el cual se encuentra ante el riesgo de
“exponer de más el espacio público a segmentos fundamentalistas de
algunos evangélicos y a las posturas de católicos intransigentes con sed
de revancha” (p. 93). Asimismo, señala que las posibles modificaciones al
Estado bajo este régimen es algo que podría lamentarse si se lleva a cabo.
También destaca la inesperada y sólida preponderancia que, desde la
campaña electoral de 2018, han tenido los grupos evangélicos como
nunca antes en la historia reciente de México, además de que la iglesia
católica “ve perder sus ancestrales privilegios y reacciona con
discrepancia en agendas que podrían convertirse en confrontaciones
abiertas con la 4T”. Todo ello va acompañado de otras circunstancias
cuestionables como la distribución de la Cartilla moral de Alfonso Reyes y
el protagonismo excesivo de algunos líderes religiosos y políticos ligados
a AMLO y a su proyecto, entre varios elementos más. La introducción
concluye con un planteamiento inquietante: “Más que pensar en la
moralización de la sociedad y en la participación de las iglesias en
programas sociales, creo que la cuestión de fondo es otra, y recorre todo
el texto: ¿cómo colaboran las iglesias en la construcción de una
democracia madura e incluyente?”.
Para Barranco el mayor error que puede cometer AMLO en esta
materia “es pretender convertir a las diversas asociaciones religiosas en
iglesias de Estado” (p. 95). Y a fin de mostrar la problemática surgida de
esta tendencia, expone en la primera sección (“Transformaciones de lo
sagrado: debacle católica e irrupción política de los evangélicos
pentecostales”) un tema sobre el que ha vuelto muchas veces: el
derrumbe católico en América Latina y en México durante los últimos 50
años, lo que ha producido una serie de rápidas transformaciones del
rostro religioso de la región. Como buen conocedor del catolicismo,
enumera hasta 11 factores de la crisis de la Iglesia católica que han
contribuido a este derrumbe religioso, desde los escándalos ocasionados
por la pederastia hasta la “paganización de lo católico”, sin olvidar hacer
una nueva crítica a algunos jerarcas como Norberto Rivera, a quien mira
como un “miembro de la clase política embelesado por los símbolos y
códigos del poder” (p. 99). El aumento de fieles evangélicos ha conllevado
un aumento inevitable de su presencia en los espacios socio-políticos,
como nunca antes. La forma en que esto ha sucedido tiene un nombre:
estamos ante la “irrupción pentecostal” en la política latinoamericana, un
creciente fenómeno de visibilización de los sectores cristianos no católicos
que consideran que ha llegado su tiempo para influir de manera
determinante en el destino de los diferentes países.
El crecimiento de la presencia evangélica en América Latina alcanza
ya el 25% de la población, con regiones en donde es mayor como
Centroamérica. Esa realidad obliga a replantear estrategias desde la
arena política, lo que ha estado sucediendo en mayor o menor medida en
Brasil, principalmente, pero también en otros países. Las características
actuales de las iglesias evangélicas que antes no estuvieron interesadas
en la política las ha llevado a colocarse en esa trinchera gracias a algunos
elementos ideológicos tan cuestionables como la llamada “teología de la
prosperidad”, el uso del marketing y una fuerte actividad en los medios
electrónicos de comunicación. Barranco se sirve de una tabla para
mostrar la existencia de partidos filo-evangélicos en todo el
subcontinente. El caso de México (con 6.3 de evangélicos), con un nuevo
mosaico religioso, confirma el descenso del catolicismo y, a la vez, la
conformación de nuevos sectores activos, como lo ha mostrado el censo
de 2010. Esto lleva al autor a referirse a “la falacia del voto religioso”
mediante la descripción de lo acontecido con la alianza que llevó al poder
a AMLO, en la que participó el evangélico Partido Encuentro Social (PES),
como una auténtica “presencia extraña” en el conjunto de fuerzas
pretendidamente izquierdistas que lo lanzaron como candidato
presidencial. Al interior de esta coalición hubo irritación por la
negociación que permitió que este partido tuviera un lugar tan relevante
al momento de las elecciones de julio de 2018. Paradójicamente, y para
alivio de muchos críticos, el PES perdió su registro electoral, aun cuando
obtuvo un buen número de diputados y senadores. Este hecho soporta el
argumento de que el voto arrollador por López Obrador no obedeció tanto
a la filiación religiosa como al hartazgo hacia el régimen anterior
expresado en las urnas, el cual estuvo presente en todas las confesiones e
incluso en los sectores irreligiosos.
Lo anterior puso en tela de juicio la efectividad del liderazgo del PES
y la amplia pluralidad que permitió que AMLO accediera al poder, quien
como candidato comenzó a multiplicar las alusiones religiosas y bíblicas
de un modo desmedido: “El candidato parecía en ocasiones un pastor

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misionero, cuya prédica era un relato simple y contundente: canalizar el
hartazgo del pueblo. Por ello, su discurso consistía en prometer moralizar
la vida pública del país recurriendo al poder de Estado con la sapiencia
religiosa contenida en los libros sagrados” (p. 114, énfasis agregado). Ésa
es la razón por la que AMLO se pareció a Bolsonaro en Brasil, al
costarricense F. Alvarado y hasta al guatemalteco Jimmy Morales: un
“candidato de Dios” presentándose a sí mismo “al clásico estilo
evangélico” (Ídem). Detrás de la alianza política estaba, como en esos
países, el eventual avance de las agendas derechistas encarnadas en el
discurso conservador del PES, que trató muy mal de disimular Hugo Éric
Flores, su dirigente más visible, aun cuando la alianza ideológica no fue
tan evidente antes de los comicios. La irrupción política de los evangélicos
no podía significar otra cosa que el ascenso de agendas religiosas
intransigentes y una nueva forma de “reconfesionalización de la clase
política” (p. 115). Al pretender sumar a las iglesias a la moralización del
país, AMLO se ha acercado al riesgo de reconfigurar la laicidad del
Estado mexicano, esté consciente o no de los alcances que esto podría
tener.
En “¿AMLO: homo religiosus o animal político?”, Barranco se acerca
a una innegable realidad: “Las creencias religiosas del presidente se han
vuelto una cuestión de Estado” (p. 119), es decir, algo que en los sexenios
recientes no era un asunto tan relevante para la marcha del país. Ahora,
con la forma tan aguerrida en que el presidente ha optado por darle tan
amplio lugar a la religión, se discute (hasta frívolamente) si es evangélico
o católico, un tema que debería estar en un plano muchísimo menor,
especialmente ante la abierta ambigüedad con que se ha comportado al
respecto, mandando señales en uno u otro sentido. Sus frecuentes citas de
la Biblia y la recurrente incorporación de símbolos religiosos en su
discurso producen mucha desazón. De ahí que se haya tenido que servir
de una especie de “vocero religioso” (o “capellán”, como lo han llamado
algunos) para atemperar y clarificar, si fuera posible, ese caudal
irrefrenable que lo llevó a una forma de “sacralización” de su candidatura
(p. 122), mediante la cual quiso imponer algo así como un fetichismo
alrededor de su persona. Ese mesianismo de naturaleza mística no ha
dejado de percibirse negativamente y ha servido para explicar muchas de
sus expresiones relacionadas, por ejemplo, con el “bienestar del alma” o
la necesidad de que este régimen garantice la “felicidad” de la población.
Estamos, pues, delante de una auténtica “sacralización secular” de
los políticos en el poder (p. 126), la que hace ver a AMLO como un
verdadero “elegido” que ha sido llamado para sanear la vida completa de
México. Con ello se reciclaron, en opinión de Barranco, los rasgos más
fastuosos y simbólicos del presidencialismo mexicano de otras épocas, en
las que el ocupante del mando máximo era visto como un semidiós capaz
de ejercer un poder irrestricto y absolutamente aceptado, además de
venerado. La exaltación casi religiosa de la figura presidencial retomó su
curso y se convirtió en una impostura más que se ha sumado a la de otros

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candidatos y actores políticos en los años recientes (p. 128). La
simbología religiosa manejada por López Obrador desde su toma de
protesta ha llegado a límites inaceptables en otros momentos similares en
gobiernos pasados: recibió el bastón de mando de representantes
indígenas en una ceremonia de corte animista, hincándose ante ellos en
señal de reconocimiento de su autoridad. La repetición de símbolos
sagrados se ha opuesto frontalmente a la necesaria “religión civil” que la
teoría política ha propuesto como sucedáneo de las antiguas ceremonias.
Entendiéndose a sí mismo como “hombre-nación” (p. 131), ha ligado lo
religioso a lo político de manera altamente preocupante. Y lo mismo vale
para el ejercicio de la tarea presidencial: AMLO parece ser el
todopoderoso cuya misión es sanar las heridas del pueblo y brindarle una
salvación mediada por la moralización suficiente para acabar con la
corrupción acumulada durante décadas: “Ahí simbólicamente se pretende
constituir el arca de la alianza, nueva y eterna, que guarda los designios
sagrados y la alianza privilegiada de Dios con su pueblo” (p. 132).
Desde estos antecedentes y con esta perspectiva, el autor acomete,
en las siguientes secciones algunos de los temas que causan mayor
polémica, como son: la concesión de medios electrónicos a las iglesias
evangélicas, el debate sobre la distribución de la Cartilla moral, la
rebeldía de algunos grupos evangélicos ante la posible manipulación de
que puedan ser objeto y, finalmente, la disyuntiva de las iglesias: ¿forjar
una moral restauradora o contribuir para formar una democracia plena?
De estos últimos aspectos nos ocuparemos en la próxima entrega, pues
representan situaciones muy concretas en las que los ámbitos político y
religioso se entrecruzan como pocas veces antes en la historia reciente
del país, tan agobiado por la violencia, la inseguridad y la corrupción en
todos los niveles sociales.

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