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En primer lugar, Vicente Lecuna perfila el radio de acción de su trabajo. Su interés radica en el
"tipo de fenómenos culturales impuros" que, advierte, afectan de manera transversal el canon
literario y el sistema cultural latinoamericano.
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Habrá que preguntarnos: ¿qué es un fenómeno cultural impuro? Me parece, honestamente, que
se refiere a lo que Canclini señala como el resultado de los procesos de hibridación cultural.
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Ante la presencia de estos procesos de interculturalidad: ¿cuál es el papel del intelectual en estas
sociedades? Lecuna parece responder esta interrogante cuando señala que estamos ante "un
probable
cambio del paradigma intelectual que por fin marca serias diferencias con respecto a la renovación
ocurrida a finales de los años sesenta y que se prolongó por veinte años."
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Volviendo con el tema del papel del intelectual en nuestras sociedades. Lecuna es revelador al
decir lo siguiente: "Tengo la sensación de que la generación
anterior, aunque formuló una gran colección moderna de novelas,
de discursos, de éxitos y revoluciones con un entusiasmo que hoy
día no existe como tal, ha dejado una gran herida. Y esa es, entonces, una de las marcas más o
menos esenciales de mi generación." La metáfora de la herida, me parece, es magistral para
describir el supuesto fracaso de los escritores posboom ante la sombra enorme de GGM, MVLL o
Cortázar, por ejemplo. Hay escritores, en mi opinión, que están casi o a la altura de estos, en
materia estética: Tomás Eloy Martínez, Roberto Bolaño, Fernando Vallejo (aunque a éste no le
interesaría ocupar ese rol del intelectual), Bryce Echenique...
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En realidad, podríamos creer que el fracaso del ideal del intelectual se deba al mismo fracaso de
los procesos revolucionarios en el siglo XX. Lecuna escribe que es "un fracaso que se hace visible
en la poderosa y desgarradora situación de la deuda externa en los ochenta, el
fracaso de los sandinistas (y con ellos de toda una corriente política
que con la significativa excepción de Chiapas, también ha fracasado), el éxito del neoliberalismo en
general, el Tratado de Libre
Comercio en particular, el período especial en Cuba, la desarticulación de los estados nacionales
en favor de las corporaciones transnacionales, y el "escaso brillo" de la narrativa del posboom".
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Páginas más adelante, luego de pormenorizar algunos aspectos históricos, Lecuna plantea dos
cuestionamos que me parecen vitales:
1.
¿Cómo se puede
2.
¿Cómo evitar la tradicional posibilidad exclusiva de ver, a través de la bruma, el mapa de la nueva
fracasado?
Hablamos de una renovación teórica, a mi parecer. Pero también de una renovación en el campo
de la metodología, de la praxis intelectual. Aquí Lecuna, ante estos cuestionamientos, nos da una
respuesta primigenia: "¿Por qué, por
ejemplo, las figuras intelectuales más importantes de los años sesenta y setenta fueron escritores
(novelistas) y críticos literarios
mientras que las figuras intelectuales de los ochenta y noventa parecen ser sociólogos y
especialistas en medios de masa?". Podríamos responder lo siguiente, por añadidura: porque al
escritor o intelectual del boom lo apadrinó el aparato ideológico de la revolución socialista. Y al
sociólogo o especialista en medios de masa el aparato neoliberal, que necesita de un tecnócrata
moldeado por su lógica, su discurso y sus intereses. El intelectual, el escritor latinoamericano, si es
honesto con su oficio, pareciera tener que alinearse -al menos en los 70, 80 y 90- con movimientos
progresistas. Quizás esto explica el porqué a GGM le otorgan el político premio Nobel en los años
80 y a MVLL en el 2010.
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II
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Lecuna, al iniciar el segundo capítulo, se plantea hacer una revisión del fenómeno boom.
4. Sugiere que el gran ideólogo del boom fue la revolución cubana. Hablamos de "un fenómeno
lleno de contradicciones estilísticas, un fenómeno difícil de evaluar no sólo por lo reciente sino
6. Fue un fenómeno editorial que permitió dar vida al protoboom. Consecuencias realistas
mágicas, podríamos decir, que la literatura de los sesenta haya "revivido" o "descubierto" la de
décadas anteriores en Latinoamérica.
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"la novela refundaría el lenguaje y la historia latinoamericanas, daría nuevas palabras, nuevos
mitos y la posibilidad, en
fin, de un futuro mejor, sino que concretamente existía una dominante cultural que suponía que la
rebelión contra los sistemas sociales seudodemocráticos y dictatoriales se podía dar desde la
literatura; que la literatura y la novela específicamente podrían generar un cambio en la praxis
vital, de acuerdo con uno de los sueños
vanguardistas, conformándose en el brazo literario de la revolución".
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Posboom
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"Aquella narrativa
fundacional, total, social, tan atenta a un tipo de lenguaje en el
que colapsaba la vanguardia europea con los intereses locales, expresada en un espacio en
expansión como el boom ideológico y
editorial de los sesenta, se ha transformado en una narrativa de
problemáticas individuales, parciales y de minorías, sin abandonar
del todo la tradición cultural del boom. Se podría trazar un arco
que iría desde la explosión ideológica del boom, pasando por el
fracaso de esas pretensiones, hasta la narrativa desencantada y desconfiada del posboom." Me
atrevería a decir que la novísima narrativa venezolana es profundamente sujeto-céntrica. Es decir,
sus conflictos, sus dramas, son los del individuo ante el sistema imperante. Sánchez Rugeles,
Blanco Calderón, Méndez Guédez, Payares, Urriola, Fleján, Vegas quizás...
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¿Acaso se
puede proponer el colapso del boom como el quiebre de la posibilidad de integrar el arte a la vida,
dándole a éste una posición de
privilegio, con el fracaso del sueño y de la provocación de la vanguardia con las limitaciones de la
nueva mitología que escribía?
¿Y acaso no se puede conectar al posboom con la constatación de
esa imposibilidad y con ejercicio repetido, como tic nervioso, de
una fe perdida?, concluye Lecuna.