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Redención
Contenido
1 Definición
2 Necesidad de redención
3 Modo de redención
o 3.1 Satisfacción de Cristo
o 3.2 Méritos de Cristo
4 Suficiencia de la redención
5 Universalidad de la redención
6 Título y oficios del Redentor
Definición
Es la restauración del hombre, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de
Dios, a través de las satisfacciones y méritos de Cristo. La palabra redemptio es del
Latin Vulgata, derivada del hebreo kopher y del griego lytron que en el Antiguo
Testamento significa, generalmente, precio de rescate. En el Nuevo Testamento, es el
término clásico que designa el "gran precio" (I Cor. 6,20) que el Redentor pagó por
nuestra liberación. La redención presupone la elevación original del hombre a un estado
sobrenatural y su caída a través del pecado; y puesto que el pecado hace descender la ira
de Dios y provoca la servidumbre del hombre bajo la dirección del mal y Satanás, la
redención es con referencia a Dios y al hombre. Por parte de Dios, es con la aceptación
de compensaciones satisfactorias que el honor Divino se repara y la ira Divina se
apacigua. Por parte del hombre, es doble, liberación de la esclavitud del pecado y
restauración a la anterior adopción Divina y esto incluye el completo proceso de vida
sobrenatural de la primera conciliación, a la salvación final. Ese doble resultado, a saber
la satisfacción de Dios y la restauración del hombre, es provocado por el oficio vicario
de Cristo que trabaja a causa de las acciones satisfactorias y meritorias realizadas en
nuestro nombre.
Necesidad de redención
Cuando Cristo llegó, había en todo el mundo una profunda conciencia de depravación
moral y un vago anhelo de un restaurador, apuntando a una necesidad de rehabilitación,
sentida universalmente, (vea Le Camus, "Life of Christ", I, i). De ese sentido subjetivo
de necesidad nosotros no debemos, apresuradamente concluir en la necesidad objetiva
de redención. Si como normalmente se sostiene, contra la Escuela Tradicionalista, la
baja condición moral de la humanidad en el paganismo o incluso en la Ley judía no era
todavía, en sí misma y aparte de revelación, prueba positiva de la existencia del pecado
original, menos podía ser necesaria la redención. Trabajando en datos de la revelación
que involucran al pecado original y a la redención, algunos Padres griegos, como San
Atanasio (De incarnatione, en P. G., XXV, 105), San Cirilo de Alejandría (Contra
Julianum en P. G., LXXV, 925) y San Juan Damasceno (De fide orthodoxa, en P. G,
XCIV, 983), enfatizaron, la aptitud de redención, no solo, como un remedio para el
pecado original, sino también, para evidenciar los únicos y necesarios medios de
rehabilitación.
Sus refranes, aunque calificados por la declaración, tantas veces repetida, que la
redención es un trabajo voluntario de misericordia, probablemente inducido por San
Anselmo (Cur Deus homo, I) la declaran necesaria, en la hipótesis del pecado original.
Esa consideración es ahora usualmente rechazada, puesto que Dios no tuvo ningún
límite de medios para rehabilitar a la humanidad caída. Incluso en el caso de Dios
decretando la rehabilitación del hombre, fuera de su propia y libre volición, los teólogos
señalan otros medios, además de la redención, v.g. la condonación Divina pura y
simple, con la sola condición de arrepentimiento del hombre, o, si alguna medida de
satisfacción fuera requerida, la mediación de un, todavía no creado, elevado inter-
agente. En una hipótesis sólo es redención, como se describió anteriormente, juzgada
completamente necesaria y eso, si Dios debe exigir una compensación adecuada para el
pecado de la humanidad. El axioma jurídico "honor est in honorante, injuria in
injuriato" (el honor es medido por la dignidad de quién lo da, la ofensa por la dignidad
de quién la recibe) muestra que el pecado mortal lleva, en cierto modo, una malicia
infinita y que nada menos que una persona que posea valor infinito, es capaz de elaborar
completas reparaciones para eso.
Modo de redención
El verdadero redentor es Cristo Jesús, según el credo de Nicea, " para nosotros los
hombres y para nuestra salvación descendida del Cielo; y fue encarnado por el Espíritu
Santo en la Virgen María y se volvió hombre. Él también fue crucificado por nosotros,
sufrió bajo Poncio Pilatos y fue sepultado". Las enérgicas palabras del texto griego
[Denzinger-Bannwart, n. 86 (47)], enanthropesanta, pathonta, apuntan a la encarnación
y al sacrificio como el fundamento de la redención. La Encarnación, es decir, la unión
personal de la naturaleza humana con la Segunda Persona de la Santa Trinidad, es la
base necesaria de la redención porque para ser eficaz, debe incluir como atribuciones
del Redentor, ambas, la humillación del hombre, sin la cual no habría satisfacción y la
dignidad de Dios sin la cual, la satisfacción no sería adecuada.
"Para una satisfacción adecuada", dice Santo Tomás, "es necesario que el acto de él que
satisface deba poseer un valor infinito y deba proceder de uno que es, al mismo tiempo,
Dios y Hombre" (III:1:2 ad 2um). El Sacrificio que implica siempre la idea de
sufrimiento e inmolación (ver Lagrange, "Religions semitiques", 244), es el
complemento y la entera expresión de la Encarnación. Aunque una sola acción teándrica
(Nota del traductor: teándrico, adj.- relativo a la unión en Cristo de la naturaleza divina
y humana), debido a su valor infinito habría bastado para la Redención, todavía agradó
al Padre demandar y al Redentor ofrecer, Su esfuerzo, pasión, y muerte (Juan, x, 17-18).
Santo Tomás (III:46:6 ad 6um) señala que Cristo desea liberar al hombre, no solo por
vía del poder, sino también por vía de justicia, buscando el alto grado de poder que
fluye de Su Deidad y el máximo sufrimiento que, según la norma humana, sería
considerado satisfacción suficiente. Es en esta doble luz de encarnación y sacrificio que
siempre debemos ver, los dos factores concretos de la Redención, a saber, la
satisfacción y los méritos de Cristo.
Satisfacción de Cristo
Satisfacción, o pago completo de una deuda, significa, en el orden moral, una aceptable
reparación de la honra ofrecida a la persona ofendida y, por supuesto, implica un trabajo
penal y doloroso. Es la inequívoca enseñanza de la Revelación, que Cristo ofreció a Su
Padre celestial, Sus esfuerzos, sufrimientos y muerte como expiación por nuestros
pecados. El clásico pasaje de Isaías (lii-liii), carácter Mesiánico que es reconocido tanto
por intérpretes rabínicos como por escritores del Nuevo Testamento (ver Condamin, "Le
livre d'Isaie" París, 1905), gráficamente describe al sirviente de Yahveh que es el
Mesías, Asimismo inocente y castigado por Dios, porque Él tomó nuestras iniquidades
sobre Si, Su propia oblación se convirtió en nuestra paz y el sacrificio de Su vida, un
pago por nuestras transgresiones. El Hijo de Hombre se propone asimismo como un
modelo de sacrificio amoroso porque Él "no vino a ser servido, sino para servir y dar su
vida en redención por muchos" (lytron anti pollon) (Matt., xx, 28,; Mark, x, 45).
El famoso tratado de San Anselmo "Cur Deus homo" puede tomarse como la primera
presentación sistemática de la doctrina de la Redención, y, aparte de la exageración
notada anteriormente, contiene la síntesis que predominó en teología católica. Lejos de
ser adversos a la satisfactio vicaria popularizado por San Anselmo, los primeros
Reformadores la aceptaron sin cuestionar e incluso fueron tan lejos como suponer que
Cristo soportó los sufrimientos del infierno en nuestro lugar. Exceptuando las
interpretaciones erráticas de Abelardo Socino (d. 1562) en su "de Deo servatore" fue el
primero que intentó reemplazar, el dogma tradicional de la satisfacción delegada de
Cristo, por una especie de ejemplarismo puramente ético. Él fue, y todavía es, seguido
por la Escuela Racionalista que ve en la teoría tradicional definida totalmente por la
Iglesia, un espíritu de venganza indigno de Dios y una subversión de la justicia
sustituyendo al inocente por el culpable.
Méritos de Cristo
Cristo mereció para Él, no en verdad, gracia ni gloria esencial pues ambas venían
adheridas debido a la Unión Hipostática, sino el honor accidental (Heb., ii, 9) y la
exaltación de Su nombre (Phil., ii, 9-10). También los mereció en favor de nosotros.
Frases Bíblicas semejantes sobre recibir "de su abundancia" (John, i, 16), ser bendecido
con Sus bendiciones (Eph., i 3), ser hecho vivo en Él (I Cor., xv, 22), deberle nuestra
salvación eterna (Heb., v, 9) claramente implican una comunicación de Él hacia
nosotros, al menos, por vía de mérito. El Concilio de Florencia [Decretum pro Jacobitis,
Denzinger-Bannwart, n. 711 (602)] acredita la liberación de hombre de la dominación
de Satanás por mérito del Mediador, y el Concilio de Trento (Sess. V, c.c.p.. iii, vii, xvi
y canons iii, x) repetidamente conecta, los méritos de Cristo con el desarrollo de nuestra
vida sobrenatural, en sus varias fases. Canon iii de Sesión V dice anatema a quien
afirme que el pecado original puede ser cancelado, de distinta manera que por los
méritos de un Mediador, Nuestro Señor Jesucristo, y el Canon x de Sesión VI define
que ese hombre no puede merecer, sin la justicia a través de la que Cristo mereció,
nuestra justificación.
Los objetos de los méritos de Cristo son, para nosotros, los dones sobrenaturales
perdidos por el pecado, es decir, la gracia (Juan I, 14, l6) y la salvación (I Cor., xv, 22);
los dones extraordinarios gozados por nuestros primeros padres en estado de inocencia
no son, por lo menos en este mundo, restaurados por los méritos de la Redención, pues
Cristo anhela que suframos con Él para que podamos glorificarnos con Él (Rom., viii,
17). Santo Tomás explica cómo los méritos de Cristo pasan a nosotros, dice: Cristo
merece por otro como otros hombres en estado de gracia merecen a causa de ellos
mismos (III:48:1). Así que nuestros méritos son esencialmente personales. No así en
Cristo que, siendo la cabeza de nuestra raza (Eph., iv, 15 v, 23), tiene, como señal, la
única prerrogativa de comunicar a los miembros personales subordinados, la vida
Divina cuya fuente Él es. "El mismo impulso del Espíritu Santo", dice Schwalm, " que
nos impele individualmente a través de los varios estados de gracia, hacia la vida eterna,
impele a Cristo, pero como el líder de todos; de modo que la misma ley del eficaz
impulso Divino, gobierna la individualidad de nuestros méritos y la universalidad de los
méritos de Cristo" (Le Christ, 422).
Es verdad, que el Redentor asocia otros a Él " para perfección de los santos. . . para
edificar (moralmente) el cuerpo de Cristo" (Ef., iv, 12), pero su mérito subordinado (el
de los santos) es sólo una cuestión de aptitud y no crea ningún derecho, mientras que
Cristo, por la sola razón de Su dignidad y misión puede reclamar para nosotros una
participación en Sus privilegios Divinos.
Todos admiten, en las acciones meritorias de Cristo, una influencia moral que transfiere
Dios para conferir en nosotros la gracia a través de la cual somos merecedores. ¿Es esa
influencia meramente moral o concurre efectivamente en la producción de la gracia? De
pasajes como Lucas, vi 19, "la virtud salió de él", los Padres griegos insisten mucho en
el dynamis zoopoios o vis vivifica, de la Sagrada Humanidad, y Santo Tomás (III:48:6)
habla de una especie de efficientia, por medio de la cual, las acciones y pasiones de
Cristo, como vehículo del poder Divino, causan la gracia, por vía de la fuerza
instrumental. Esos dos modos de acción no se excluyen entre sí: el mismo acto o
conjunto de actos de Cristo, puede estar probablemente dotado de doble eficacia, uno
meritorio a causa de la dignidad personal de Cristo, otro dinámico a causa de Su
investidura con poder Divino.
Suficiencia de la redención
La redención es llamada por el " Catecismo del Concilio de Trento" (1, v, 15)
"completa, íntegra en todos los puntos, perfecta y verdaderamente admirable".
Semejante es la enseñanza de San Pablo: "donde el pecado abundó, la gracia abundó
más" (Rom., v, 20), es decir, el mal como los efectos de pecado, son más que
compensados por los frutos de la Redención. Haciendo un comentario sobre ese pasaje,
San Crisóstomo (Hom. X en Rom., en P.G., LX, 477) compara nuestra responsabilidad
con una gota de agua y el pago de Cristo con el inmenso océano. La verdadera razón
para la suficiencia e incluso la superabundancia de la Redención es dada por San Cirilo
de Alejandría: "Uno murió por todos. . . pero había en aquel más valor que en todos los
hombres juntos, más incluso, que en la creación completa, porque además de ser
hombre perfecto, Él seguía siendo el único hijo de Dios" (Quod unus sit Christus, en P.
G., LXXV, 135fi). San Anselmo (Cur Deus homo, II, el xviii) probablemente es el
primer escritor que usó la palabra " infinito," en relación con el valor de la Redención:
"ut sufficere possit ad solvendum quod pro peccatis totius mundi debetur et plus in
infinitum."
Esta manera de hablar fue opuesta fuertemente por Juan Duns Scoto y su escuela en el
doble alegato que la Humanidad de Cristo es finita y que la calificación de "infinito"
haría todas las acciones de Cristo iguales, colocando a cada una de ellas en el mismo
nivel con Su sublime entrega en el Jardín y en el Calvario. Sin embargo la palabra y la
idea pasó a la teología actual e incluso fue adoptada oficialmente por Clemente VI
(Extravag. Com. Unigenitus, V, IX, 2), la razón dada por el último, "propter unionem ad
Verbum", siendo idéntica a la aducida por los Padres. Si es verdad que; según el axioma
"actiones sunt suppositorum", el valor de las acciones es medido por la dignidad de la
persona que las realiza y de cuya expresión y coeficiente ellas son, entonces acciones
teándricas deben llamarse y son infinitas porque ellas proceden de una persona infinita.
La teoría de Scoto en que el valor intrínseco infinito, de las acciones teándricas, es
reemplazado por la extrínseca aceptación de Dios, no es en conjunto ninguna prueba
contra el cargo de Nestorianismo igualado en eso por católicos como Schwane y
Racionalistas como Harnack.
Sus argumentos proceden de una doble confusión entre la persona y la naturaleza, entre
el agente y las condiciones objetivas del acto. La Sagrada Humanidad de Cristo es, sin
ninguna duda el principio inmediato de las satisfacciones y méritos de Cristo, pero ese
principio (principium quo) estando subordinado a la Persona de la Palabra (principium
quod), se apropia de esto último fijando un valor, en el presente caso, infinito, de las
acciones ejecutadas. Por otro lado, hay en las acciones de Cristo, como en las nuestras,
un doble aspecto, el personal y el objetivo: en el primer aspecto, solamente, ellas son
uniformes e iguales, mientras, consideradas objetivamente, deben necesariamente
diferenciarse de la naturaleza, circunstancias, y finalidad del acto.
Cuando Lutero, después de negar la libertad humana en que descansan todos los buenos
trabajos, indujo la artificial "fe fiduciaria" como único medio de recibir los frutos de
Redención, no sólo se quedó corto, sino también ejecutó lo opuesto a la clara enseñanza
del Nuevo Testamento que, nos llama a negarnos a nosotros mismos y llevar nuestra
cruz (Mat., xvi, 24), caminar en los pasos del Crucificado (I Pedro. ' ii, 21), sufrir con
Cristo para ser glorificado con Él (Rom. el viii, 17), en una palabra, llenar a esas cosas
que estamos deseando por los sufrimientos de Cristo (Col, i, 24). Nuestros esfuerzos
diarios hacia la imitación de Cristo, lejos de disminuir desde la perfección de la
Redención, son la prueba de su eficacia y los frutos de su fecundidad. "Toda nuestra
gloria", dice el Concilio de Trento, "está en Cristo en quien vivimos, y merecemos, y
satisfacemos, haciendo dignos frutos de penitencia, de Él deriva nuestra virtud, por Él
somos presentados al Padre, y a través de Él encontramos aceptación con Dios"
(Comprende. XIV, c. el viii)
Universalidad de la redención
Si los efectos de la redención se extendieron al mundo angélico o al paraíso terrenal, es
tema de disputa entre teólogos. Cuando la pregunta se limita al hombre caído, tiene
respuesta clara en pasajes como I Juan, ii, 2; I Tim. ii, 4, iv, 10; II Cor., v, 16; etc., todo
lo sostenido en la intención del Redentor incluye en Su trabajo salvador, la
universalidad de los hombres, sin excepción. Algunos textos aparentemente restrictivos
como Mat., xx, 28 xxvi, 28; Rom., v, 15; Heb., ix, 28, donde las palabras "muchos"
(Multi), "más" (plural), son usadas en referencia a la magnitud de la Redención, debe
interpretarse en el sentido de la frase griega no pollon que quiere decir la generalidad de
los hombres, o por vía de comparación, no entre una porción de humanidad incluida en,
y otra dejada fuera de, la Redención, sino entre Adán y Cristo. En la determinación de
los muchos problemas que de vez en cuando se levantaron en esta dificultosa materia, la
Iglesia fue guiada por el principio extendido en el Sínodo de Quercy [Denzinger-
Bannwart n. 319 (282)] y el Concilio de Trento [Sess. VI, c. el iii, DenzingerBannwart,
n. 795 (677)] en que una afilada línea fue trazada entre el poder de Redención y su
aplicación de hecho, a casos particulares.
Sacerdote
El oficio sacerdotal de Redentor es descrito así por Manning (El Sacerdocio Eterno, 1):
¿Cuál es el Sacerdocio del Hijo Encarnado? Es el oficio que Él asumió para la
Redención del mundo por oblación de Él en la vestidura de nuestra masculinidad. Él es
Altar, Víctima y Sacerdote por consagración eterna de Él, que persigue para siempre el
sacerdocio del orden de Melquisedec que es sin principio de días o fin de vida, carácter
del sacerdocio eterno del hijo de Dios.
Profeta
El título de Profeta aplicado por Moisés (Deut., xviii 15) al Mesías próximo y
reconocido como derecho válido por aquellos que oyeron a Jesús (Lucas, vii, 10), no
significa, solamente, la predicción de eventos futuros, sino además y de una manera
general, la misión de enseñar a los hombres en el nombre de Dios. Cristo fue un Profeta
en ambos sentidos. Sus profecías acerca de Él, Sus discípulos, Su Iglesia, y la nación
judía, están tratados en los manuales de apologética (ver McIlvaine, "Evidences of
Christianity", lect. V-VI, Lescoeur, "Jésus-Christ", 12e conféer.: Le Prophète). Su poder
de enseñanza (Mat., vii, 29), un atributo necesario de Su Divinidad, también fue una
parte integrante de la Redención. Él que vino a "buscar y a salvar a quienes estaban
perdidos" (Lucas, xix, 10) debió poseer ambas calidades, Divina y humana, que hicieron
eficaz al maestro. La predicción de Isaías (Iv, 4), "miren yo lo he dado para testimonio a
los pueblos, para líder y maestro de los Gentiles", halla su completa realización en la
historia de Cristo. Un conocimiento perfecto de las cosas de Dios y de las necesidades
del hombre, la autoridad Divina y simpatía humana, precepto y ejemplo, se combinaron
para arrancar de todas las generaciones la alabanza otorgada en Él por Sus oidores -
"ningún hombre habló como este hombre" (Juan, vii 46).
Rey
El título real frecuentemente fue atribuido al Mesías por los escritores del Antiguo
Testamento (Ps. ii, 0,; Is. ix, 6, etc.) y abiertamente reivindicado por Jesús en la Corte
de Pilatos (Juan, xviii, 37) no sólo pertenece a Él en virtud de la Unión Hipostática sino
también por vía de conquista y como resultado de la Redención (Lucas, i, 32). Si o no,
el dominio temporal del universo perteneció a Su poder real y es cierto que Él concibió
Su Reino por ser de un orden más alto que los reinos del mundo (Juan, xviii, 36). La
realeza espiritual de Cristo está caracterizada, esencialmente, por su objeto final que es
la felicidad sobrenatural de los hombres, su conducto y medios que son la Iglesia y los
sacramentos, sus miembros, que sólo son, a través de la gracia, han adquirido el título
de hijos adoptivos de Dios. Supremo y universal, no es subordinado de ningún otro y
tampoco conoce limitación de tiempo o lugar. Mientras las funciones reales de Cristo no
siempre se realizan visiblemente como en los reinos terrenales, sería equivocado pensar
Su Reino como un sistema meramente ideal de pensamiento. Si considerado en este
mundo o en el próximo, "el Reino de Dios" es esencialmente jerárquico, su primer y
último estado, es decir, su constitución en la Iglesia y su consumación en el Juicio Final,
constituyen los actos oficiales y visibles del Rey.
Juez
El oficio judicial aseverado tan enfáticamente en el Nuevo Testamento (Mat., xxv, 31,;
xxvi, 64,; Juan, v, 22 sq.; Acts, x, 42) y los primeros símbolos [Denzinger-Bannwart,
nn. 1-41 (1-13)] corresponden a Cristo en virtud de Su Divinidad y Unión Hipostática y
también como recompensa de la Redención. Sentado a la derecha de Dios, en señal no
sólo de reposo, después de los esfuerzos de Su vida mortal o de gloria, después de las
humillaciones de Su Pasión o de felicidad después de la prueba del Gólgota, sino
también de verdadero poder judicial (San Agustín, "De fide et symbolo", en P.L., XL,
188), Él juzga al que vive y al que muere. Su veredicto instalado en cada conciencia
individual devendrá final, en el juicio particular y recibirá un reconocimiento solemne y
definitivo, en las sesiones del Último Juicio. (Vea EXPIACIÓN.)
Fuente: Sollier, Joseph. "Redemption." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York:
Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12677d.htm>.