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María Tatiana Blanco Soriano

Dra. Aracely Toledo Olivar

Taller de Investigación Documental

Otoño 2019

Ensayo sobre el discurso de la mujer y su representación sexual en la Edad Media

En el siguiente trabajo se desarrollará un acercamiento a la construcción del discurso sobre

la mujer y su ejercicio como sujeto sexual en la Edad Media. Este es constituido a través

del conocimiento de la Antigüedad por saberes médicos y filosóficos. Es a través de esta

visión que pueden encontrarse semejanzas hacia la concepción de lo femenino en pleno

siglo XXI, por eso es importante cuestionar de dónde vienen estos planteamientos y hacia

donde se dirigen en la actualidad, es vital comprender la historia a través de las mujeres.

El principal interés es dar un recorrido histórico por el pensamiento moral del

medievo y la construcción socio-cultural del comportamiento femenino, además hablar

sobre la crítica hacia su rol sexual dentro de la sociedad. Para esto se hablará desde la

sexualidad femenina en el plano de las reglas sociales dirigido hacia la propuesta de la

contaminación sexual planteada por Mary Douglas.

Interpretación de la mujer en la Edad Media

Este discurso es planteado a través de la interpretación del cuerpo femenino y sus

diferencias con lo masculino, desde una perspectiva biológica y simbólica del cuerpo,

sexualidad y género. Primero, para entender el legado sobre las primeras impresiones del

cuerpo, el hombre y su posición en el mundo es importante partir de las propuestas griegas,


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porque influyeron mucho en el mundo medievo. La razón es importante, es un medio por el

cual comenzó a ser legada en segundo plano, desde una mirada que la posiciona como un

ser imperfecto. También tiene relevancia durante la ilustración y la construcción del

hombre racional, más no de la mujer. Una mirada androcéntrica por donde se mire.

Por eso mismo abordan la diferencia psicológica de los hombres y las mujeres:

“La mujer tiene una disposición más suave, más compasiva, más pronta al

llanto, más impulsiva, más celosa, más desconfiada, más cobarde, más

falsa, más inclinada a la murmuración y al regaño; posee menos vergüenza

y dignidad, es menos simple y activa, requiere menor cantidad de alimentos,

pero es más cuidadosa con su prole y tiene mayor memoria retentiva.”

(Yamuni 184)

Es decir, se relega toda racionalidad de la mujer, su comportamiento en la actividad

social deja establecido que su participación en cualquier decisión de importancia quedaría

sesgada por la de su composición femenina, por sus sentimientos, por su histeria. Las

mujeres no pueden utilizar sus facultades racionales con el mismo aplomo que un hombre.

En la Ilustración este pensamiento tuvo mayor peso debido a la importancia de la razón,

facultad que no desarrollaban las mujeres, pensamiento que habita de manera indudable en

nuestros días.

La parte biológica del cuerpo femenino viene de diferentes miradas, pero con una

crítica en común, a lo largo de las diferentes realidades se abre la posibilidad de más

interpretaciones:
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[…] conciben a la mujer fría y húmeda, con los órganos genitales a imagen

y semejanza de los del hombre: con un pene en el interior de su cuerpo que

se llama vagina, con un prepucio transformado en labios, con un escroto

convertido en útero y con unos ovarios que aún no son tales sino testículos

femeninos. La lactancia y la menstruación no suponen tampoco una

diferencia con el varón, puesto que se trata simplemente de variantes

femeninas de un mismo sistema de economía de fluidos […] (Vázquez

Jiménez 142)

Esto finalmente genera una lectura desde la constitución femenina y la diferencia

simbólica entre los fluidos de los hombres y las mujeres, esa diferencia que genera un

pensamiento sobre un cuerpo y el otro. El hombre genera vida con sus fluidos, la mujer es

quien los guarda, los fecunda. Aun así la mujer menstrúa los siguientes meses, después de

dar a luz, “La sangre es el alimento de los animales que tienen sangre. Y el esperma del

varón y la menstruación de la hembra son la excreción excesiva de dicho alimento. La una,

espermática, pura. La otra, sanguinolenta, impura, corrupta.” (Vázquez Jiménez 143) Es

por eso que la diferencia simbólica y vital entre hombres y mujeres se convierte en una

discusión más allá de lo biológico, toma sentido con todas las representaciones sociales y

culturales que se adaptan al medio donde se desarrollan los grupos. En este caso en el

desarrollo de la Edad Media, su moral, sus reglas y su organización.

Mujer y su sexualidad

La mujer ha sido subordinada por su condición femenina, por su cuerpo, o por el

solo hecho de ser mujer, lo cual ya tiene una significativa represión social. En su

composición, entre lo imperfecto y su condición de mujer fría hay una desamortización


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desde dos posiciones: lo puro y lo impuro. Su cuerpo es creador de vida, pero también

sangra y eso significa suciedad. En muchas culturas el sangrado menstrual se ha vuelto

tabú, y tiene parte de ciertas reglas sociales que deben seguirse para tener el orden y no

jugar contra una vertiente sobrenatural que dote de castigo la falta.

Las reglas sociales dentro de un grupo muestran las formas en que circulan las

creencias y la moral, además de las consecuencias que genera romper este orden. En

definitiva es entender las dificultades de fracturar ciertas relaciones entre el mundo

sobrenatural y el mundo real, porque genera un punto de regulación entre lo que se puede o

no hacer en un contexto determinado, es decir, “Las reglas sociales son, por lo tanto, meras

reglas que ponen coto a la divinidad, y la impureza es el peligro de doble sentido que

implica el contacto con la divinidad” (Douglas 22) Es decir, es el enfoque de tabúes del

sexo a través del miedo que inspiran los castigos de ir a contracorriente.

En el medioevo la construcción del sexo se debió a la convicción de la reproducción

sexual, como única forma de la experiencia erótica. Además de establecer la relación

heteronormada de dos sujetos del sexo contrario, como una forma de regular la

organización y crear un sistema de repartición de tareas. Es parte de la experiencia de la

vida social, es decir, “La colaboración sexual es, por propia naturaleza, fecunda,

constructiva; constituye la base común de la vida social” (Douglas 189)

De esta primera discusión deviene la problemática de la dualidad impureza y pureza

a través del contacto sexual, para Mary Douglas la contaminación sexual adquiere una

respuesta al deseo de mantener el cuerpo intacto, de manera física y social. Es por eso que

tienen que mantenerse lejos de ciertos criterios, como el incesto o el adulterio. Lo que
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establece una relación de diferencia entre hombre y mujer y sus diferencias sexuales y

sociales, que son parte de la constitución de una cultura con reglas establecidas.

La relación entre mujer, pureza y peligro y la perspectiva tabú del sexo tienen un

punto de partida, es la regularización de su comportamiento en una sociedad a través de la

formulación de castigos desde un ámbito social. Se beneficia a la castidad pero se rechaza

este desempeño sexual en el rol de la mujer. Se habla de una contaminación sexual que

engloba una posición que no solo es física, es también social. A través de esta prohibición

social la clandestinidad se hace presente y las condiciones de las mujeres se vuelven más

subordinadas, pero es la misma reglamentación que la posiciona en una situación compleja,

donde desempeñar su rol como sujeto sexual está mal, porque lo tiene que ser bajo ciertas

circunstancias y políticas.

La comprensión de esta información tiene relación a partir de un establecimiento

entre la subjetividad de un pensamiento moral medievo y la figura femenina. Encarna una

noción de desconocimiento hacia la sexualidad de otro cuerpo, desde una perspectiva

androcéntrica. Los primeros saberes fueron hechos de hombres para hombres, en sus

respectivas disciplinas.

Por ello la interpretación social, política y económica de la mujer tiene cargas

diferentes, denegadas a una participación más activa. Lo mismo sucede con el ejercicio de

su sexualidad, la voz de su experiencia a través de los años ha sido sesgada por diferentes

reglas que se han perpetuado a lo largo del tiempo. Reniegan de su decisión y autonomía

como sujeto erótico, solo se ve construida por la habilidad de ser madre, cuya interpretación

también tiene una carga religiosa desde una vista bíblica.


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Por último, a lo largo de la redacción del ensayo se rescataron puntos importantes

sobre la concepción histórica de la mujer. La historia de la mujer de la Edad Media nace

desde un pensamiento más antiguo, desde las viejas civilizaciones pero son ideas que se

rescatan para la consolidación de una moral desde la religión. La identificación del cuerpo

femenino y la diferencia con el masculino, que no tiene más diferencias que el significado

simbólico de sus fluidos, y toda la carga que el semen y la menstruación traen consigo. La

situación política de las mujeres dentro de la familia para una organización social. Además

de la relación de las reglas sociales que ejercen poder sobre sus cuerpos como sujetos

sociales y sexuales.

Estos aspectos son importantes para replantear cuál es la situación de la mujer en el

mundo moderno, cómo se conciben ciertas especulaciones por parte de un acercamiento

político-religioso actual. La propuesta de una idea sobre la reglamentación de la

experiencia sexual femenina en la Edad Media está en construcción, y no solo en esta

época, el estudio podría desviarse por diferentes y vastas vertientes de la investigación.


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Trabajos citados

Corleto Oar, Ricardo Walter. «La mujer en la Edad Media.» Revista Teología XLIII.91

(2006): 655-670.

Douglas, Mary. Pureza y Peligro. España: Siglo XXI editores, 1973.

Vázquez Jiménez, Lydia. «La mujer y la sexualidad en la Edad Media y el Renacimiento .»

Cuadernos del CEMyR (2015): 137-154.

Vélez-Sáinz, Julio. «La iconización de lo femenino en la Edad Media (de Prudencio a la

corte de Juan II).» Tejuelo (2008): 57-76.

Yamuni, Vera. «La mujer en el pensamiento filosófico y literario.» Anuario de letras

(1966-1967): 179-200.

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