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El actual diálogo de paz, entre el Gobierno y las FARC-EP, tiene una agenda
puntual, seis puntos que se expondrán aquí, en la que se intenta abordar buena
parte de las causas que dieron origen al conflicto armado y provocaron su
prolongación en el tiempo. Si bien la negociación no ha sido fácil, hasta el
momento, esos dos universos –Gobierno y FARC– con visiones del mundo en
ocasiones diametralmente opuestas siguen avanzando. Mientras eso ocurre en el
país aumenta la polarización entre quienes prefieren que el fin del conflicto sea por
la vía política –diálogos de paz– o por la vía armada –enfrentamiento militar.
Para pensar en los problemas de Colombia basta dar un vistazo a los problemas
comunes de América Latina (inequidad social, falta de oportunidades, corrupción y
un largo etc.) que para el lector de este breve artículo probablemente no serán
ajenos. Sin embargo, las dinámicas de cada país varían y para el caso de
Colombia esos problemas comunes desataron un conflicto armado prolongado.
¿Opositores o Enemigos?
1 Historiadora, Magíster en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Autora del libro Una guerra de origen
campesino inmersa en un mundo cambiante. La influencia de Estados Unidos en la construcción del enemigo en
Colombia. El caso de las FARC-EP (1948-2016).
2 Schmitt, Carl. El concepto de lo político, Madrid, Alianza Universidad, 1987.
En las guerras internacionales, la identidad del enemigo y la definición de la
amenaza suele ser bastante más clara que en las guerras domésticas; dado que
la nacionalidad del enemigo, su ubicación territorial y el discurso que justifica la
agresión son distintivos en un bando y otro. En las guerras de carácter interno, la
definición del enemigo es más compleja puesto que implica un proceso de
construcción discursiva en el que los actores buscan excluir de la comunidad
política a un sector de la población –de la misma sociedad–, presentándolo como
una amenaza para la supervivencia y la seguridad del conjunto del país.
Poner fin al conflicto armado no es tarea fácil. Los problemas del país son
profundos y las soluciones no son inmediatas, el Estado necesita crear
condiciones que permitan construir el país que hasta el momento no se ha
construido por causa de la guerra. La firma del acuerdo sería el fin de la guerra
entre el Estado y las FARC-EP pero no el fin del conflicto. El reto es afrontar la
posibilidad de solucionar los conflictos, políticos, sociales y económicos, sin
armas.
Permitir el debate y la oposición, sin armas, así como redireccionar los recursos de
la guerra para dar solución a otros problemas sociales es lo que se discute en el
punto 3 de la agenda, lo que en cierta medida es la base para el fin del conflicto.
Para finalizar el conflicto armado es necesario, entre otras cosas, que Colombia
deje de ser uno de los mayores productores de drogas ilícitas. El narcotráfico,
fenómeno que cobró fuerza en la década de los 80 desató en el país una ola de
violencia y una “narco-cultura” del dinero fácil que sumada a la problemática
existente acrecentó el conflicto territorial y condujo a una compleja
deshumanización del mismo. La Solución al problema de las drogas ilícitas es el
punto 4 de la agenda (La Habana, 16 de mayo de 2014).
Si bien las FARC tienen vínculos con el narcotráfico no son un cartel, la diferencia
está en que las FARC usan el narcotráfico fundamentalmente para obtener
recursos para la guerra en tanto un cartel usa el narcotráfico para el
enriquecimiento como negocio. El narcotráfico es un problema global, de manera
que no se solucionará con los acuerdos actuales que se firmen en La Habana.
Pablo Catatumbo afirma que “el fenómeno del narcotráfico, en Colombia, se inicia
debido a todas las contradicciones que existen en el campo colombiano […] a la
no existencia de una política agraria que garantice que el campesino subsista
cultivando productos que sean lícitos”. En tanto para el Centro Democrático el
acuerdo en el tema de los cultivos ilícitos “será la más grande operación de lavado
de activos de la historia colombiana”. Con lo que asume que las FARC son un
cartel de narcotraficantes pero en esa afirmación se dejan de lado otras realidades
inherentes al conflicto.
Negociar en medio del conflicto es una de las características de este diálogo, así
como preponderar el papel de las víctimas para garantizar la no repetición, lo que
sin duda es una situación sui géneris que puede servir de experiencia para otros
países. En Colombia el número de víctimas del conflicto armado sobrepasa los
seis millones de personas, la deshumanización se ve reflejada en los actos
atroces que cometen todos los actores involucrados (guerrillas, paramilitares,
fuerzas estatales) lo que ha producido la banalización de la infamia, por lo
inhumana y a la vez cotidiana que resulta la muerte y la violencia en un conflicto
que sobrepasa medio siglo y donde la noción víctima/victimario muchas veces se
funde. Los casos de ejecuciones extrajudiciales “falsos positivos” (más de 5000
personas asesinadas) se suman a la ignominia. El pasado 22 de junio el Gobierno
y las FARC lograron un importante acuerdo sobre el cese bilateral del fuego, con
lo que se busca, principalmente, evitar que Colombia continúe siendo una fabrica
de muerte.
A este marco de jurisdicción especial pueden acogerse todos los actores del
conflicto, para lo cual es necesario declarar la verdad plena, reparar a las víctimas
y dar garantías de no repetición. En el caso de las FARC-EP la participación
estaría sujeta a la dejación de armas. Existirán dos tipos de procedimientos: uno
para quienes reconocen verdad y responsabilidad –tendrán una pena de 5 a 8
años de restricción de la libertad en condiciones especiales–. Otro para quienes lo
hacen tardíamente –pena de 5 a 8 años de cárcel–, o no lo hacen –pena de 20
años de cárcel–. Lo que indica que en este proceso no se habla de amnistía ni de
perdón y olvido para quienes cometieron crímenes de lesa humanidad.
Los acuerdos no implican el inmediato fin del conflicto pero deben conducir a que
pare la generación de nuevas víctimas y la revictimización de quienes han sufrido
el flagelo de la violencia. Ese es uno de los retos a los que se enfrentaría el país
en el periodo de posacuerdo. El Estado –a quien indudablemente las FARC
reconocen su legitimidad– tendrá que enfrentarse a los distintos grupos ilegales
que continúen produciendo actos violentos, y tanto el Estado como las FARC-EP
estarán en la obligación de respetar lo pactado.