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Ángeles-demonios no jueguen a los dados.

Al finalizar un conflicto no hay perdedores, gana la sociedad.

Olga Lucía Estévez Pedraza1.

Si su conocimiento sobre Colombia hace alusión a que es un territorio de América


del Sur, país donde se produce gran cantidad de cocaína, que tiene un conflicto
interno entre diversos actores y sabe quién es Shakira, Juanes, Carlos Vives,
Pablo Escobar y como dato adicional –si es costarricense– en algún momento
escuchó de un tal Rodrigo Granda, debo decir que posee uno de los consabidos
conocimientos que sobre Colombia se tiene en el mundo, lo cual no es de ninguna
manera una crítica, por el contrario, muchos colombianos dirían cuándo alguien
indaga sobre estos temas vox populi que “Colombia es más que eso”. Pero no es
sobre la cumbia, el Amazonas, la salsa, las flores, el café, García Márquez, Álvaro
Mutis, o qué sé yo cuantas cosas más que se podrían mencionar de ese país de lo
que se hablará aquí sino, precisamente, de esa Colombia en conflicto y cocalera
que usted conoce, y también de la que se resiste a seguir contando muertos.

El actual diálogo de paz, entre el Gobierno y las FARC-EP, tiene una agenda
puntual, seis puntos que se expondrán aquí, en la que se intenta abordar buena
parte de las causas que dieron origen al conflicto armado y provocaron su
prolongación en el tiempo. Si bien la negociación no ha sido fácil, hasta el
momento, esos dos universos –Gobierno y FARC– con visiones del mundo en
ocasiones diametralmente opuestas siguen avanzando. Mientras eso ocurre en el
país aumenta la polarización entre quienes prefieren que el fin del conflicto sea por
la vía política –diálogos de paz– o por la vía armada –enfrentamiento militar.

Para pensar en los problemas de Colombia basta dar un vistazo a los problemas
comunes de América Latina (inequidad social, falta de oportunidades, corrupción y
un largo etc.) que para el lector de este breve artículo probablemente no serán
ajenos. Sin embargo, las dinámicas de cada país varían y para el caso de
Colombia esos problemas comunes desataron un conflicto armado prolongado.

¿Opositores o Enemigos?

En un conflicto armado la relación amigo-enemigo constituye el núcleo central de


la guerra, de ella depende el sentido político de la confrontación, la identidad de
los actores involucrados y la estrategia militar que adoptan. Carl Schmitt afirma
que “una guerra no cobra sentido por el hecho de ser llevada a cabo por ciertos
ideales o por normas del derecho, una guerra tiene sentido cuando está dirigida
contra un enemigo verdadero”2.

1 Historiadora, Magíster en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Autora del libro Una guerra de origen
campesino inmersa en un mundo cambiante. La influencia de Estados Unidos en la construcción del enemigo en
Colombia. El caso de las FARC-EP (1948-2016).
2 Schmitt, Carl. El concepto de lo político, Madrid, Alianza Universidad, 1987.
En las guerras internacionales, la identidad del enemigo y la definición de la
amenaza suele ser bastante más clara que en las guerras domésticas; dado que
la nacionalidad del enemigo, su ubicación territorial y el discurso que justifica la
agresión son distintivos en un bando y otro. En las guerras de carácter interno, la
definición del enemigo es más compleja puesto que implica un proceso de
construcción discursiva en el que los actores buscan excluir de la comunidad
política a un sector de la población –de la misma sociedad–, presentándolo como
una amenaza para la supervivencia y la seguridad del conjunto del país.

En el caso del conflicto armado colombiano se suma a la complejidad de esta


confrontación la duración misma del conflicto –más de medio siglo–; de manera
que las acciones para enfrentar al enemigo varían en el tiempo de acuerdo con los
cambios en la percepción de amenaza y seguridad. Esta percepción, para el caso
de las FARC, será influenciada a su vez por la definición de la relación amigo-
enemigo del contexto internacional. Primero, por el contexto geopolítico de la
Guerra Fría –en el que el enemigo es el comunismo– y, posteriormente, por el
contexto de la guerra mundial contra la amenaza de las drogas ilícitas –en el que
el enemigo, narcoguerrilla/terroristas, se torna difuso–.

Más allá de la serie sucesiva de preguntas que se puedan formular al respecto lo


que se puede afirmar es que el origen del conflicto armado en Colombia ahonda
sus raíces en problemas políticos, económicos y sociales irresolutos. Uno de ellos
es la Política de desarrollo agrario –primer punto de la agenda (La Habana, 26 de
mayo de 2013).

Aproximadamente el 74% de los pobladores rurales del país viven de la agricultura


y solo el 45% tiene tierra con título de propiedad, a las zonas rurales muchas
veces ni siquiera llegan los servicios básicos y los niveles de educación son
mínimos. El fracaso del desarrollo rural se relaciona con la concentración de la
propiedad de la tierra, las dificultades geográficas propias del territorio y la
necesidad de gobiernos locales menos corruptos y más eficientes.

En la negociación el Gobierno debe ampliar la mirada sobre los problemas


sociales lo que permitiría generar acciones para cambiar las condiciones que
facilitaron la permanencia del conflicto a nivel rural. Para ello debe crear políticas
de desarrollo que aseguren a los campesinos la rentabilidad sobre el cultivo de
productos diferentes a la coca, considerando que el Estado no ha tenido la
capacidad de crear la infraestructura necesaria y los acuerdos internacionales de
libre comercio no favorecen a los pequeños productores y cultivadores.

Poner fin al conflicto armado no es tarea fácil. Los problemas del país son
profundos y las soluciones no son inmediatas, el Estado necesita crear
condiciones que permitan construir el país que hasta el momento no se ha
construido por causa de la guerra. La firma del acuerdo sería el fin de la guerra
entre el Estado y las FARC-EP pero no el fin del conflicto. El reto es afrontar la
posibilidad de solucionar los conflictos, políticos, sociales y económicos, sin
armas.

Debido a la fuerte polarización, en Colombia, hablar de paz es como desatar otra


guerra, en el ámbito discursivo el proceso de paz debe dar una dura batalla –en la
que juegan un papel relevante los medios de comunicación–. Para evidenciarlo
vale la pena tener en cuenta la voz de las FARC-EP y la voz de la oposición
encabezada por el expresidente Álvaro Uribe y su partido político Centro
Democrático.

Sobre el punto 1 de la agenda Pablo Catatumbo –Jorge Torres Victoria– (miembro


del secretariado y de la delegación de las FARC en La Habana) menciona en una
entrevista realizada por el periodista Antonio Caballero: “Una de las principales
banderas del gobierno del presidente Santos fue devolver las tierras usurpadas a
los campesinos, el presidente no ha podido cumplir […] a los colombianos porque
se le atravesó un grupo que se llama grupo o ejército anti-restitución de tierras,
esta es la hora en que el país no conoce quién es el comandante de ese famoso
grupo […] pero tiene poder porque ha impedido […] cualquier medida que afecte
intereses de terratenientes”.

En tanto el Centro Democrático afirma, en el documento que han denominado Las


52 capitulaciones de Santos en La Habana, que “la principal premisa del acuerdo
es lograr una transformación estructural del campo a partir de una Reforma Rural
Integral (RRI) que desconcentre la propiedad y la colectivice. Parte del
presupuesto de que la tierra es ilimitada para entregarle a cada campesino una
parcela, pero como no lo es entonces crean unos instrumentos de extinción y
expropiación altamente perversos”.

En el acontecer de la guerra se identifica otro aspecto relevante: la imposibilidad


de una democracia que garantice plenamente la participación política. La coalición
creada por los partidos tradicionales para alternarse el poder –denominada Frente
Nacional (1958-1974)–, el exterminio del partido político Unión Patriótica (UP) en
los años 80, la violencia contra candidatos presidenciales y figuras políticas son
algunos ejemplos que permiten comprender el sentido del punto 2 de la agenda:
Participación Política. Apertura democrática para construir la paz (La Habana, 6 de
noviembre de 2013).

En el texto de la agenda se afirma que la participación política no se reduce


simplemente al tema electoral, tiene que ver también con la capacidad del Estado
para ofrecer garantías a los diferentes partidos políticos, incluidos los de la
oposición y de las minorías. El mayor inconveniente que se debe afrontar en este
punto no es si los miembros de las FARC-EP tendrán o no participación en la
arena política sino cómo será esa participación y quiénes participarán. El ambiente
de temor que envuelve la posibilidad de que miembros de esta organización
insurgente asuman cargos políticos permite que se exagere el posible apoyo
social que tendrían los miembros de las FARC en las urnas.
Al respecto Pablo Catatumbo menciona: “la principal garantía que tiene que existir
en Colombia para que pueda ejercerse la oposición es el derecho a la vida”. Por
su parte el Centro Democrático afirma: “Colombia es una democracia, amplia,
pluralista y participativa. Sin embargo, el acuerdo parte de la base de que en
Colombia la democracia es estrecha, no es pluralista, y no hay garantías para la
participación y la inclusión política. Concesión inadmisible al terrorismo”. Visión un
tanto idílica del funcionamiento del sistema democrático en el país.

Permitir el debate y la oposición, sin armas, así como redireccionar los recursos de
la guerra para dar solución a otros problemas sociales es lo que se discute en el
punto 3 de la agenda, lo que en cierta medida es la base para el fin del conflicto.

La prioridad será ahondar esfuerzos en las acciones que permitan el


desescalamiento del conflicto armado y la construcción de confianza entre las
partes para lograr el Cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo. El
Gobierno busca lograr la dejación de las armas y el proceso de reincorporación de
las FARC a la vida civil, así como aumentar la lucha contra la corrupción y la
impunidad, incluido el fenómeno del paramilitarismo, crear garantías de seguridad
y crear las reformas institucionales necesarias para la construcción de la paz.

Para finalizar el conflicto armado es necesario, entre otras cosas, que Colombia
deje de ser uno de los mayores productores de drogas ilícitas. El narcotráfico,
fenómeno que cobró fuerza en la década de los 80 desató en el país una ola de
violencia y una “narco-cultura” del dinero fácil que sumada a la problemática
existente acrecentó el conflicto territorial y condujo a una compleja
deshumanización del mismo. La Solución al problema de las drogas ilícitas es el
punto 4 de la agenda (La Habana, 16 de mayo de 2014).

Si bien las FARC tienen vínculos con el narcotráfico no son un cartel, la diferencia
está en que las FARC usan el narcotráfico fundamentalmente para obtener
recursos para la guerra en tanto un cartel usa el narcotráfico para el
enriquecimiento como negocio. El narcotráfico es un problema global, de manera
que no se solucionará con los acuerdos actuales que se firmen en La Habana.

El discurso de seguridad estadounidense basado en la lucha antinarcóticos y


antiterrorista –que se intensificó tras los atentados del 9/11– provocó que Estados
Unidos se involucrara cada vez más en el conflicto interno colombiano, el Plan
Colombia es resultado del diagnóstico que asume que acabando con el
narcotráfico se acabaría con la guerrilla. Percepción que provoca en un sector de
la sociedad la identificación de las FARC como un enemigo con el que no es
posible negociar y lo perciben como narcoguerrilla (término acuñado por el
embajador estadounidense Lewis Tambs) o terroristas.

En el año 2007 el Gobierno presentó la Estrategia de Fortalecimiento de la


Democracia y del Desarrollo Social, conocida como Plan Colombia II. En 2016 (15
años del Plan Colombia), se anunció que la cooperación de Estados Unidos será
destinada a fortalecer la etapa de postconflicto, el presidente Obama lo denominó
Plan Paz Colombia con un presupuesto de US$450 millones.

Las FARC conocen bien el territorio y la lógica de producción de cultivos ilícitos, la


propuesta del acuerdo es que se conviertan en agentes del proceso de
erradicación manual y sustitución de cultivos. Aquí se tendrá que discutir el tema
de la extradición, un asunto de relevancia diplomática entre Colombia y Estados
Unidos.

Pablo Catatumbo afirma que “el fenómeno del narcotráfico, en Colombia, se inicia
debido a todas las contradicciones que existen en el campo colombiano […] a la
no existencia de una política agraria que garantice que el campesino subsista
cultivando productos que sean lícitos”. En tanto para el Centro Democrático el
acuerdo en el tema de los cultivos ilícitos “será la más grande operación de lavado
de activos de la historia colombiana”. Con lo que asume que las FARC son un
cartel de narcotraficantes pero en esa afirmación se dejan de lado otras realidades
inherentes al conflicto.

La complejidad radica entonces en las causas del origen, las causas de la


perpetuación, la diversidad de actores, la deshumanización y el número de
víctimas, entre otros aspectos. Las delegaciones del Gobierno y FARC afirman
que las víctimas están en el centro del acuerdo de paz. En este tema central del
punto 5 de la agenda existen algunos avances (La Habana, 7 de junio de 2014).

Los aspectos más relevantes se refieren tanto al reconocimiento de las víctimas


como a la responsabilidad de los actores en hechos victimizantes, por lo que se
habla de esclarecimiento de la verdad, justicia y reparación para disminuir el
riesgo de impunidad, garantías de protección, seguridad y no repetición.

Negociar en medio del conflicto es una de las características de este diálogo, así
como preponderar el papel de las víctimas para garantizar la no repetición, lo que
sin duda es una situación sui géneris que puede servir de experiencia para otros
países. En Colombia el número de víctimas del conflicto armado sobrepasa los
seis millones de personas, la deshumanización se ve reflejada en los actos
atroces que cometen todos los actores involucrados (guerrillas, paramilitares,
fuerzas estatales) lo que ha producido la banalización de la infamia, por lo
inhumana y a la vez cotidiana que resulta la muerte y la violencia en un conflicto
que sobrepasa medio siglo y donde la noción víctima/victimario muchas veces se
funde. Los casos de ejecuciones extrajudiciales “falsos positivos” (más de 5000
personas asesinadas) se suman a la ignominia. El pasado 22 de junio el Gobierno
y las FARC lograron un importante acuerdo sobre el cese bilateral del fuego, con
lo que se busca, principalmente, evitar que Colombia continúe siendo una fabrica
de muerte.

A pesar de la expansión territorial de las confrontaciones, una parte de la


población no se ha visto enfrentada de manera directa a los vejámenes de la
guerra, lo que les ha permitido ser indiferentes y cerrar los ojos ante el dolor y
vivencias de otros. Son estas personas las que ponen la atención del proceso no
en las víctimas sino en el futuro de los victimarios.

El Gobierno y las FARC deberán velar porque se cumpla lo acordado y procurar


garantías de no repetición, de esto se trata el punto seis de la agenda:
Implementación, verificación y refrendación. En este punto se tendrá en cuenta la
jurisdicción especial para la paz que hace parte del Sistema Integral de Verdad,
Justicia, Reparación y No Repetición.

A este marco de jurisdicción especial pueden acogerse todos los actores del
conflicto, para lo cual es necesario declarar la verdad plena, reparar a las víctimas
y dar garantías de no repetición. En el caso de las FARC-EP la participación
estaría sujeta a la dejación de armas. Existirán dos tipos de procedimientos: uno
para quienes reconocen verdad y responsabilidad –tendrán una pena de 5 a 8
años de restricción de la libertad en condiciones especiales–. Otro para quienes lo
hacen tardíamente –pena de 5 a 8 años de cárcel–, o no lo hacen –pena de 20
años de cárcel–. Lo que indica que en este proceso no se habla de amnistía ni de
perdón y olvido para quienes cometieron crímenes de lesa humanidad.

La propuesta no ha sido bien recibida por los opositores al proceso quienes


afirman que promueve la impunidad. Sin embargo, cabe preguntarse qué mayor
impunidad existe que la que se produce en un conflicto armado.

Los acuerdos no implican el inmediato fin del conflicto pero deben conducir a que
pare la generación de nuevas víctimas y la revictimización de quienes han sufrido
el flagelo de la violencia. Ese es uno de los retos a los que se enfrentaría el país
en el periodo de posacuerdo. El Estado –a quien indudablemente las FARC
reconocen su legitimidad– tendrá que enfrentarse a los distintos grupos ilegales
que continúen produciendo actos violentos, y tanto el Estado como las FARC-EP
estarán en la obligación de respetar lo pactado.

La última palabra la tendrán los colombianos en el proceso de refrendación, el


próximo 2 de octubre de 2016, ellos decidirán el tipo de conflicto y de enemigo que
el país debe hoy combatir, y si es posible para la sociedad dar un paso hacia la
reconstrucción y la reconciliación. Como diría Cortázar, no me creas demasiado
optimista; conozco a mi país, y a muchos otros que lo rodean. Pero hay signos,
hay signos.

Las fallidas experiencias de negociación evidencian que el actual es el proceso de


negociación que más posibilidades ha dado al país de finalizar el conflicto armado
entre el Gobierno y las FARC-EP, las cartas están jugadas.

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