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Abstract
Keywords This work examines from the perspective of critical discourse analysis, the Atten-
Diagnosis tion Deficit with Hyperactivity Disorder diagnosis as stated by the DSM–IV and
Atention Deficit with Hiper- ICD-10. It considers as basis the difficulties posed by medical taxonomy of child-
activity Disorder hood as a distinct social category from adulthood, the using the sign of hyperkine-
Childhood sia as an evidence of the disorder, and the utilization of auxiliary instruments, ex-
DSM-IV ternal to the clinical “setting”, as the “Test of Conners”. The context of analysis
Conners Test. refers to conditions present in Chile. Specifically, taking into consideration the di-
agnostic applications in the institutional space of the school. Finally, the diagnosis
is analyzed from the uses and effects in regulating and self-government of individ-
uals and bodies.
Peña Ochoa, Mónica; Rojas Navarro, Patricio y Rojas Navarro, Sebastián (2015). ¿Cómo diagnosticar a un niño?
Diagnóstico del Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactividad desde una perspectiva discursiva crítica.
Athenea Digital, 15(1), 91-110. http://dx.doi.org/10.5565/rev/athenea.1304
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Este trabajo se realizó gracias a un “Fondo Semilla” para la investigación, entregado por la Universidad Diego
Portales de Santiago de Chile.
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Un interesante trabajo crítico sobre trastornos de conducta en infancia es el de Valerie Harwood en “El diagnósti-
co de los niños y adolescentes problemáticos. Una crítica a los discursos sobre los trastornos de la conducta”
(2009), tomando los conceptos y las relaciones entre poder, verdad y discursos.
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Mónica Peña Ochoa; Patricio Rojas Navarro; Sebastián Rojas Navarro
Para explorar las consecuencias que se desprenden de la tensión que hemos pre-
sentado entre las categorías de adulto, por una parte, e infancia y el niño, por otra, es
necesario remarcar que no se trata de nociones homogéneas y menos aún naturales.
Entendemos la infancia como una construcción social históricamente situada que des-
cribe las posiciones de una sociedad respecto a los niños y niñas como grupo social. La
niñez, por su parte, será entonces la experiencia concreta que vive el sujeto niño o
niña dentro de dicho ordenamiento (James y James, 2004; 2008). Infancia y niñez son
entonces conceptos relacionales que se determinan mutuamente.
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chas categorías está signada por el hecho de que los niños y niñas se encuentran loca-
lizados en una posición subordinada y dependiente con respecto al mundo adulto, di -
ferencia marcada no sólo por la debilidad instrumental del niño(a) sino también por lo
que Mayall llama la diferencia generacional, es decir, la vivencia diferenciada de distin-
tas etapas socio-históricas. Esta diferencia parece estar aceptada socialmente, asumien-
do que los niños aún no han desarrollado suficientemente aún ni su moralidad ni su
autonomía, así la dominación de lo adulto es un hecho que no se discute (Burman,
1998). La infancia se reconocería como un espacio marcado por ciertas carencias, y de-
bido a ellas los actores aceptarían sin mayores conflictos o resistencias la sumisión al
mundo adulto. No obstante, la relación entre los niños(as) y los adultos también se ca -
racteriza por el desencuentro, la fricción y los consabidos procesos de negociación aso-
ciados a cualquier conflicto entre clases distintas (Bjerke, 2011; Burman, 1998; Mayall,
2002; Punch, 2001; Solberg, 1997). Pese a reconocer la existencia de dicha tensión, se
reconoce al mismo tiempo que ésta no resulta suficiente como para sostener cierta
igualdad en la relación establecida entre el mundo adulto y el infantil. Como menciona
Eva Giberti (1997), la autonomía del llamado “menor de edad” no logra ser puesta en
juego en nuestra sociedad.
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ternidades del último siglo han sido escritas de un modo informado por los imperati -
vos que la psicología ha desarrollado con valor de verdad (Rose, 1998; Burman, 1998).
Lo antes mencionado ha contribuido a que por largo tiempo y hasta nuestros días
el niño(a) y adolescente se encuentre en lo que los estudios de análisis crítico de dis-
curso han llamado “marginalización discursiva” (Wodak, 2001). Este concepto busca
dar cuenta del hecho que niños y niñas han sido hablados por los discursos dominan-
tes científicos y escolares, por ejemplo, pero que su propia palabra ha resultado invisi-
bilizada y poco incentivada. Esta marginalización, compartida con otros grupos socia-
les subordinados, contribuye a legitimar las asimetrías de poder con respecto a los
adultos, dificultando que los niños participen en la producción social de textos y en la
transformación de los estereotipos que circulan en torno a ellos (Vergara, Chávez,
Peña y Vergara, 2014).
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Como se ha señalado, Chile presenta una prevalencia del TDA-H del 10,3% como
media nacional (De la Barra, Vicente, Saldivia y Melipillán, 2012), cifra significativa-
mente superior a la prevalencia internacional que es de un 3 a 5% según el manual
diagnóstico de la APA DSM-IV, y al 1,7% según el manual de la OMS. Esto lo constitu-
ye como la principal causa de consulta de salud mental en niños, niñas y adolescentes
en el país (Aboitiz y Schröter, 2005).
Las altas tasas de prevalencia de este cuadro han generado el desarrollo de mu-
chas perspectivas tradicionales para explicar su aumento, centrándose en los cambios
ambientales y sociales de los últimos años (De la Barra et al., 2012), pero también hay
explicaciones de carácter alternativo que intentan entender el aumento como la conse-
cuencia de una forma particular de malestar en los niños(as) (Untoiglich, 2009; 2011).
En este trabajo el análisis se centrará en fragmentos de los textos que sostienen el
diagnóstico tradicional, ya que consideramos que el TDA–H no escapa de uno de los
problemas fundamentales de la gnoseología contemporánea: la confusión entre con-
ductas consideradas socialmente inapropiadas y la enfermedad mental, situación que
atraviesa históricamente a las prácticas psiquiátricas (Harwood, 2009; Parker, 1997). La
relación entre infancia, TDA-H y los documentos utilizados para orientar su diagnósti-
co y tratamiento, es extremadamente delicada: la construcción desde un prisma cientí-
fico del DSM muchas veces lo excusa de ser analizado desde un perspectiva psicoso-
cial, y como es en este caso además, crítica.
Como este trabajo no pretende abordar la figura del TDA-H pero sí las prácticas
diagnósticas asociadas, prácticas sociales contextualizadas, usaremos el análisis crítico
de discurso (ACD) para comprender los efectos que podría tener un instrumento su-
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1. La descripción lingüística del texto. Textos para Fairclough (1995) son los
elementos lingüísticos semióticos de los eventos sociales, partes aislables
(analíticamente hablando) del proceso social.
El ACD sostiene que el discurso es una práctica que media entre el texto y la prác-
tica sociocultural a través de convenciones, por lo tanto, uno de sus objetivos funda-
mentales es analizar cuidadosamente las relaciones entre discurso y hegemonía, y
cómo los discursos, a veces con ropajes libertarios, pueden ser fundamentalmente he-
gemónicos. Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (en Fairclough, 1995) sostienen que algu-
nas estructuras semióticas se vuelven hegemónicas haciéndose parte del sentido co-
mún que son fundamento de las relaciones de dominación. Así, según Fairclough
(1995), los textos se vuelven profundamente ideológicos, ya que, la ideología es una re-
lación entre el texto y el poder, pero también es la relación del poder con los órdenes
del discurso y el lenguaje.
Para Fairclough (1995, p. 3), el poder es entendido por una parte en términos de
“asimetrías entre los participantes de los eventos discursivos”, y por otra, la desigual
capacidad de controlar cómo los textos son producidos, distribuidos y consumidos. Es
desde aquí que a continuación abordaremos los tres textos ya adelantados en el aparta-
do anterior, y que actúan como parte de discursos “oficiales” sobre lo que es el TDA-H
y cómo puede llevarse a cabo su diagnóstico. Se trata de tres textos que se sitúan como
parte del discurso de la ciencia, y que se sirven de todos sus medios de producción y
distribución. A continuación analizaremos, entonces, las clasificaciones propuestas por
el DSM-IV, se comparará con un fragmento del CIE-10, y consideraremos conjunta-
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mente la operatoria diagnóstica que el llamado “Test de Conners” desprende del DSM,
concentrándonos fundamentalmente en las implicaturas del discurso, aquellos aspec-
tos menos explícitos de los textos analizados, y que como efecto sobrepasan al campo
del diagnóstico psiquiátrico.
El DSM-IV (APA, 2000) hace eco del carácter metonímico del trastorno y va a con-
siderar que el Trastorno por Déficit Atencional se da con Hiperactividad en todos los
casos, teniendo tres tipos más específicos: (a) combinado (donde la parte “desatención”
y la parte “hiperactividad” se dan en partes iguales), (b) con predominio del tipo hipe-
ractivo-impulsivo, y (c) con predominio del déficit de atención. Es posible decir que en
esta configuración gnoseológica se asume que hay un problema no detectable en el
simple examen físico (el déficit de la atención) que afecta en el control de la motrici-
dad, generando en los niños(as) una activación de la psicomotricidad como consecuen-
cia de la dificultad de centrar la atención en un foco.
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Si el DSM-IV (APA, 2000) era cauto en aceptar la edad de inicio del trastorno des-
pués de los 7 años, el CIE-10 (OMS, 1994) asume un comienzo precoz, relacionado con
el tipo de etiología divergente que se desprende de ambos manuales: para el manual
americano es necesario esperar para demostrar el problema cognitivo expresado, por
ejemplo, en el ambiente escolar; para el CIE-10 basta ser testigo de la hiperactividad en
cualquier aspecto cotidiano.
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Así, la gnoseología del déficit atencional debe estar acompañada de ciertas condi-
ciones deliberadas con la finalidad de no confundir el TDA-H con alguna conducta no
patológica que se dé en forma intermitente, durante poco tiempo y en un solo ámbito,
es decir, que sea una respuesta a una situación de carácter ambiental; asumiendo que
las conductas descritas —si ocurren de manera aislada— pueden considerarse parte de
las conductas esperables o “típicas” de niños y niñas enfrentados al mundo adulto.
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extrañar que los criterios diagnósticos del TDA-H incluyan el no terminar a tiempo las
tareas encomendadas, el no respetar los turnos conversatorios; el salirse, en definitiva,
de los mandatos atribuidos a una corporalidad escolar.
El orden de cuerpo incluye las actividades reguladas que la escuela organiza: algu-
nas de las actividades realizadas en la escuela están diseñadas para el aprendizaje y
otras cuantas para la disciplina. Pero cabe preguntarse entonces, ¿cuánto del aprendi-
zaje escolar no es también un proceso de disciplinamiento? De ahí que haya resultado
relativamente sencilla la tarea de emparejar la figura del TDA-H con la de la “dificul-
tad de aprendizaje” (Harwood, 2009). Otra arista importante respecto al orden del
cuerpo es que esto no se juega en el cuerpo singular, en el individuo aislado, sino que
en contraste con el cuerpo de un otro, de los pares, en base a la sanción de una norma,
tal como el manual psiquiátrico lo hace a través de la contabilización estadística del
signo en una muestra que se pretende universal.
Desde 1997, se cuenta con una versión revisada de la escala (“Conners Rating Sca-
les Revised”, o CSR-R) que puede aplicarse a sujetos-objetivo de entre 3 y 17 años.
Aunque existe una versión de auto-reporte pensada para adolescentes y cuyo uso está
contemplado a partir de los 12 años, las escalas de mayor difusión son las dirigidas a
padres y profesores, es decir, aquellas que permitirían la evaluación de la conducta del
niño(a) en la casa y en la escuela. Mediante la utilización de dichas escalas, se espera
una evaluación del comportamiento del niño(a) sobre el que recae la sospecha sinto-
mática de TDA-H mediante una serie de ítems en los que se invita al evaluador a pre-
guntarse —considerando el último mes previo a la evaluación— si determinadas con-
ductas-problema se han presentado “nunca” o “rara vez”, “a veces” u “ocasionalmente”,
“muchas veces” o “frecuentemente”, o “siempre o con mucha frecuencia”. Mediante
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esas cuatro categorías se van puntuando ítems que buscan pesquisar irregularidades
en la conducta, capacidad atencional, actividad y rendimiento en tareas.
Por otra parte, podemos atestiguar una amplia difusión y utilización (a través de
la web) de versiones ad-hoc de las escalas, que modifican significativamente el número
de ítems y el contenido de los enunciados con que estos están construidos, creando
nuevas sub-escalas y variando continuamente los sistemas de puntuación sin un traba-
jo de revisión de validez o confiabilidad para la prueba. De hecho, para los profesores
chilenos circula una versión de la escala reducida a 10 preguntas, motivando preguntas
respecto a la utilidad, posibilidades y precisión de una herramienta diagnóstica ya
cuestionable, que además no cumple con los criterios que la psicología tradicional su-
pone, al no ser estandarizada y, además, encontrarse sumamente abreviada (Oyarce,
2005).
Es por ello que para Conners sea tan fundamental apoyar la clínica con la obser-
vación de los padres y de los profesores en ambientes fuera de la consulta médica. Me -
diante este gesto, el diagnóstico clínico, en tanto mirada y enunciado respecto del
cuerpo sobre el que recae la sospecha del signo de hipercinesia, se extenderá al espacio
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del signo. Así, la observación debe estar acompañada de ciertas condiciones delibera-
das con la finalidad de no confundir el TDA-H con alguna conducta no patológica que
se dé en forma intermitente, durante poco tiempo y en un solo ámbito, una simple res-
puesta a una situación de carácter ambiental, asumiendo de alguna forma que las con-
ductas descritas si ocurren de manera aislada, reactivas al medio, o en algunas situa-
ciones también pueden considerarse parte de las conductas esperables o “típicas” de
niños enfrentados al mundo adulto.
La observación directa del signo y que esta observación sea hecha por un
adulto remiten al problema de la relación que tiene la infancia con la verdad, en tanto
se asume que no será posible en una sola entrevista clínica confirmar un buen diag-
nóstico, porque el signo, en este caso transformado en conducta, se desplegará en con-
diciones particulares y no se presentará en un espacio artificial como es la consulta
médica.
Esto demuestra que el niño es un fenómeno que debe ser leído con técnicas más
cercanas al desciframiento que a la lectura tradicional, es más un jeroglífico que una
palabra. Entonces es posible suponer que existe una cotidianeidad habitada por el
niño(a) donde el sujeto suele desplegar el signo en toda su magnitud, mientras que por
otro lado, se asume que ese terreno de lo cotidiano no logra recubrir a la escena de la
entrevista clínica: el niño o niña se comportará de una manera distinta a la que carac-
teriza al trastorno. De ahí que sea tan importante el “Test de Conners” como instru-
mento diagnóstico.
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también los ámbitos de la normalidad conductual escolar. El diagnóstico tiene que ver
con la enfermedad pero también, especialmente cuando circula en lo cotidiano, con la
salud. La pregunta por lo normal y lo esperable o lo saludable es el reverso de los pro -
cesos de psicopatologización.
Con esto queremos finalizar nuestras reflexiones llamando la atención sobre el he-
cho de que, junto a la dimensión disciplinaria relevada en este artículo —en que el
TDA-H moviliza una serie de discursos y prácticas que imponen una norma definida a
priori sobre los niños(as)—, debe prestarse atención sobre los modos en que los esfuer-
zos de gobierno que hablan a nombre de la salud, movilizan estrategias, técnicas y pro-
gramas que propician que aquellos que se encuentran en torno al TDA-H se gestionen
a sí mismos poniendo en juego formas de normatividad distintas, pero complementa-
rias a aquellas del disciplinamiento (Foucault, 2007). Vale la pena considerar en esta di-
rección la forma de gobierno que Rose (2007) ha llamado ethopolítica, que apunta a las
sociedades que denomina “democracias liberales avanzadas” (p. 25, traducción propia),
donde las formas de subjetivación se han anudado a una forma de ejercicio de ciudada-
nía fundada en procurar una relación activa, informada y positiva respecto de las con-
diciones de vida presentes y futuras. En ese marco, la salud se convierte en un impera-
tivo ético, y una coordenada fundamental para que los individuos actúen sobre sí.
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diagnóstico de TDA-H, como hemos visto, no sólo implica tratamiento con fármacos,
sino también la medición, comparación y sanción acuciosa y sistemática del niño(a) —
sus conductas y características— con las de otros niños en espacios institucionales dis-
tintos. Los discursos asociados al TDA-H también lo promueven como suerte de tecno-
logía del yo mediante la cual el sujeto-niño debe producirse a sí mismo mediante una
disposición que lo lleve a juzgarse, compararse, y establecer una relación particular y
activa consigo mismo y con los otros, de modo de poder “mejorar” y lidiar activamente
con su condición de niño-TDA-H.
Bajo esta dimensión analítica, la función del TDA-H como diagnóstico no está en
la entrega de un mapeo evidente de lo moral o socialmente aceptable o deseable, sino
la promoción de cierta incitación a que tanto discursos y saberes impersonales como
aquellos seres concretos y entornos que lidian con el TDA-H se encuentren en la nece-
sidad, vaga pero urgente, de “hacer algo al respecto” –activa y racionalmente, o a ve-
ces, angustiosamente (ver Isin, 2004).
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