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METODOLOGÍA
El programa se propone brindar conocimientos teóricos, metodológicos y bibliográficos
apelando a un conjunto de estrategias que faciliten la enseñanza y fomente el
pensamiento crítico. Para ello se retoman los postulados de las corrientes didácticas
contemporáneas, basadas en la concepción constructivista de la intervención
pedagógica, donde la estrategia no está destinada solamente a comunicar
conocimientos (tarea informativa), sino también a desarrollar actitudes y modificar
aptitudes (tarea formativa). De este modo, los estudiantes cumplen un rol activo en el
proceso de aprendizaje apropiando las herramientas conceptuales y metodológicas a
través de la indagación, la interacción con los compañeros y el ejercicio de la reflexión
grupal e individual. Desde este lugar, los estudiantes se consideran sujetos activos de
su propio desarrollo cognitivo, valorizando el autoaprendizaje y la creatividad intelectual.
Las clases teóricas y las prácticas estarán estrechamente relacionadas, buscando una
dinámica fluida entre lo abstracto y lo concreto, poniendo a prueba los saberes,
aptitudes y habilidades de los alumnos, a los fines de alcanzar la mejor comprensión de
los temas abordados. Se emplearán distintos recursos didácticos que incluyen trabajos
grupales e individuales, exposiciones orales y ensayos escritos. Para generar una
dinámica de interacción con el contexto local, se realizará una visita guiada al Museo de
Antropología Social y se trabajará en los prácticos con disparadores de diversa índole
(noticias, imágenes, documentos, videos cortos, etc.).
Los edublog o multiblogs de educación han dado un giro en la manera de utilizar y
apropiar los recursos tecnológicos en función del proceso de enseñanza-aprendizaje,
pues habilitan la interacción entre docente y alumnos, como así entre los mismos
alumnos, generando una suerte de entretejido que se va retroalimentando con la
participación de todos los usuarios. En el marco del cursado de una materia, los blogs
puede ser una herramienta muy atractiva puesto que permiten al Docente: subir
bibliografía, material audio visual, trabajos prácticos, parciales, guías de lectura, etc.;
publicar y difundir las actividades programadas por la cátedra y responder a las
consultas de los estudiantes. Asimismo, los edublogs suponen ventajas para el
estudiantado en tanto le permite: preguntar, comentar y aportar material para la
discusión; acceder al material bibliográfico y encontrar información extra-curricular.
En función de lo expuesto, el empleo de un edublog de la materia se orientará por una
parte, a facilitar el acceso y circulación del material bibliográfico y todos los aspectos
logísticos del cursado, y por otro, a continuar, fuera del espacio áulico, el intercambio de
ideas, información, experiencias y preguntas.
EVALUACIÓN
Desde este espacio curricular se espera que los estudiantes comprendan los diferentes
marcos teóricos, manejen el bagaje conceptual y conozcan las herramientas básicas
del método etnográfico. Asimismo, se aspira a que los alumnos logren un conocimiento
panorámico del mapa socio-étnico de la Provincia y fomentar narrativas
comunicacionales más informadas y respetuosas de la diversidad cultural local y
regional. Se espera de ellos, la construcción y elaboración de discursos coherentes
conforme a los materiales trabajados en las clases, logrando una integración
teórica/práctica, que evidencie el afianzamiento de los contenidos.
Se propiciarán diferentes instancias de evaluación grupal e individual, oral y escrita,
haciendo hincapié en la reflexión, el análisis crítico y la producción de sentidos. En
cuanto a la instancia escrita, se buscará fomentar las destrezas para generar narrativas
comunicacionales próximas al relato etnográfico, el ejercicio de la argumentación y el
pensamiento autónomo. En cuanto, al desempeño oral se pretende profundizar y
potenciar sus discursos y expresión oral.
Se proponen como herramientas de evaluación escrita prácticos integradores, ensayos
y reseñas críticas, y de evaluación oral, debates y exposiciones grupales e individuales.
REGIMEN DE CURSADA
ASISTENCIAS: Regularidad 70% de asistencia.
SEGUIMIENTO: 6 trabajos prácticos, una exposición oral y un ensayo personal a ser
entregado al final del cursado.
EVALUACIONES PARCIALES: Se realizarán 2 exámenes escritos que evaluaran los
siguientes aspectos: a) lectura y comprensión de texto, b) manejo conceptual y c)
operacionalización. Se evaluarán la capacidad de articular las clases, las lecturas y los
recursos pedagógicos. Los parciales serán escritos, individuales y presenciales.
MARCO ÉTICO
Se considera un marco de respeto entre alumnos y docente, siguiendo códigos de
solidaridad, honestidad intelectual y relativismo. Las prácticas de plagio o copia sin
referencia se consideran inaceptables. La violación de estos códigos pueden
condicionar la regularidad de los alumnos y se pondrán a disposición de la institución
para la sanción correspondiente.
Las posturas ideológicas, políticas o religiosas no forman parte de lo evaluado, se
pueden expresar durante la cursada en cualquiera de los espacios habilitados (clases,
prácticos, foros y trabajo final) pero no son considerados a la hora de calificar.
UNIDAD I
Bibliografía obligatoria
-BARTOLOMÉ, Miguel. 2003 “En defensa de la etnografía. El Papel contemporáneo
de la investigación intercultural”, en: Revista de Antropología Social Nº 12, pp. 199-
222. Disponible en:
https://revistas.ucm.es/index.php/RASO/article/viewFile/RASO0303110199A/9713
-BOIVIN, Mauricio; ROSATO, Ana & ARRIBAS, Victoria. 2004 (1989) Constructores
de la Otredad. Una introducción a la antropología social y cultural. Introducción y Cap.
5. Ed. Antropofagia. Disponible en:
http://polsocytrabiigg.sociales.uba.ar/files/2014/03/constructores_01.pdf
-ESPINA BARRIO, A. (2005) Manual de Antropologia. Fundação Joaquin Nabuco,
Editora Manssangana, Recife. Introducción: “Antropología y antropologías” y Cap. 1
“Temas introductorios” (Traducción de la cátedra). Disponible en:
https://www.ufpe.br/antropologia/images/documentos/publicacoes/antropologia/manual
_de_antropologia_cultural_massangana.pdf
-GÓMEZ PELLÓN, E. (2007) “El
concepto
de
cultura” Ficha de la Cátedra
Introducción a la antropología social y cultural, Universidad de Cantabria Open COurse
ware. Disponible en: http://ocw.unican.es/humanidades/introduccion-a-la-antropologia-
social-y-cultural/material-de-clase-1/pdf/Tema2-antropologia.pdf
En defensa de la etnografía. El Papel
contemporáneo de la investigación
intercultural
In defense of ethnography. The contemporary
role of intercultural research
This essay concerns the to-be-questioned role of ethnography in the contemporary world.
Without needing to criticize once again its traditionally abused historical roles, this paper
proposes to recover ethnographic knowledge, not only as an instrument for analysis and
for knowledge of cultures alternative to ones own, but also as a resource for intercultural
dialogue in the present-day world where the processes of globalization and homogeniza-
KEY
tion are parallel to those of differentiation. Beginning with the recognition that the consu- WORDS
mers of this type of information now are not only the members of academic communities
but also the very same peoples who have been considered objects of study and who now Ethnography
resist being dominated by others, this paper explores perspectives of more egalitarian rela- Research
Ethics
tionships. Thus, from a methodological viewpoint it attempts to restate the ethical charac-
Latin
teristics of practice at the same time that it makes several somewhat eclectic theoretical- America
methodological suggestions. Intercultural
* Agradezco a mi colega y amigo Joan Josep Pujadas la minuciosa lectura de este ensayo.
1 Hace algunos años propusimos el concepto de transfiguración cultural, para designar el proceso a través del
cual las sociedades nativas cambian para poder seguir siendo ellas mismas, modificando las configuraciones cultu-
rales que constituyen sus referentes identitarios M. Bartolomé y A. Barabas (1996). Este proceso demuestra la irre-
levancia del paradigma de la aculturación, considerado como una necesaria absorción de las sociedades nativas en
el marco de las formaciones estatales-nacionales hegemónicas. Como lo han hecho siempre las culturas cambian,
pero las identidades que generan también cambian pero manteniendo la alteridad étnica de sus portadores.
parte. Hay que reconocer que en estos momentos la investigación y la reflexión antropológicas
se encuentran un tanto mediatizada por las demandas de un medio académico que, quizás en
búsqueda de una mayor legitimación profesional y de una anhelada excelencia científica, tien-
de a hacerse un tanto elitista al expresarse en un lenguaje excesivamente técnico reservado sólo
al grupo de los iniciados, que lo aísla de la misma colectividad que nutre tanto la investigación
como la reflexión. No es necesario abdicar del rigor científico, para asumir que tras los lengua-
jes generalmente esotéricos de las ciencias sociales, se pueden reconocer muchas veces luga-
res comunes del conocimiento y el saber populares. Esta propuesta es tan simple, que por su
misma sencillez no produce gran repercusión en un medio académico demasiado amante de
los malabarismos del lenguaje y orientado a elegir siempre la más compleja entre dos alterna-
tivas expositivas posibles.
En razón de lo anterior, pretendo revalorizar el papel de los estudios situacionales o de diag-
nóstico en etnografía, tarea que ha sido tradicionalmente confundida con las a veces precarias
descripciones sociológicas o con reportes institucionales de naturaleza burocrática. Tanto en el
pasado inmediato como en el presente, los diagnósticos sobre la situación de un grupo nativo
han sido minusvalorados por la tradición etnológica, que los percibe como una especie de tarea
casi periodística que podría ser eventualmente cumplida por cualquier funcionario no espe-
cializado. Sin embargo constituyen un aporte decisivo al conocimiento del contexto contem-
poráneo en el cual se sitúan los pueblos indígenas, saber que no está necesariamente orienta-
do hacia algunas de las estrategias de manipulación social, sino por la voluntad de que los
protagonistas de los contextos interétnicos se reconozcan a sí mismos como miembros de un
sistema articulatorio interdependiente2. El apóstol de la antropología interpretativa, Clifford
Geertz (1987:33), proponía que «...El lugar de estudio no es el objeto de estudio. Los antropó-
logos no estudian aldeas (tribus, pueblos, vecindarios...); estudian en aldeas...». Sin embargo,
el estudio de las aldeas, así como de otras unidades sociales, es ahora una tarea fundamental
para una antropología consciente de su responsabilidad académica y política, aunque ello no
excluya la producción teórica. Y es que el desconocimiento que la sociedad estatal exhibe sobre
las culturas nativas resulta a veces francamente sorprendente. Los estereotipos denigradores
conviven con un imaginario colectivo construido en base al prejuicio y la ignorancia. En el
pasado la misma humanidad de los indígenas fue cuestionada, pero ahora son depositarios de
muchas de las fantasías que la supuesta homogeneidad cultural nacional suele proyectar sobre
los otros3. Quizás los antropólogos no hemos logrado proporcionar a la parte no india del país
2 Dentro de ese espíritu se inscribe la reciente obra colectiva en tres tomos que coordináramos sobre Oaxaca,
México, la que busca proporcionar un panorama más coherente de la multiculturalidad local, donde frecuentemente
los grupos etnolingüísticos son confundidos con grupos étnicos organizacionales (A.Barabas y M.Bartolomé 1999).
La óptica etnológica en los diagnósticos supone, por ejemplo, que la información sobre la tenencia de la tierra en un
ámbito indígena, debe estar también acompañada por una exposición sobre la percepción cultural del territorio nati-
vo, ya que la tierra no es sólo un medio de producción sino un crucial referente simbólico e identitario.
3 En febrero de 1998, en uno de los debates respecto a las autonomías indígenas que tuvieron lugar en la cáma-
ra de diputados de México, un representante expuso que no se podían respetar todas las normas culturales de los
una imagen más realista de las etnias nativas, pero ahora la sociedad en su conjunto y especial-
mente la clase política, están obligadas a tener mayor información respecto a estas sociedades
alternas a la propia, las que no pueden seguir siendo imaginadas sino que deben ser conocidas
para poder ser entendidas. No puede haber un diálogo igualitario construido como monólogo,
en el cual uno de los interlocutores pretende imaginar al otro de acuerdo a su propia lógica o
fantasía.
Todo trabajo etnográfico tiene entonces un potencial contenido y una eventual utilización
política que no siempre está o estuvo presente en la mente de su autor. Quizás un ilustrativo
ejemplo al respecto sea la célebre obra de Maurice Leenhardt Do Kamo, prolija y aséptica etno-
grafía hermenéutica, cuyo autor jamás pudo sospechar que sería utilizada por las actuales orga-
nizaciones etnopolíticas nativas como argumento anticolonial basado en su análisis etnológico
de la relación mítica de los melanesios con la tierra (A. Recasens 1997:15). Sin necesidad de
multiplicar los ejemplos, se puede convenir que la distinción entre el trabajo considerado
netamente académico y la producción escrita de una antropología políticamente comprometi-
da, manifiestan ahora límites ambiguos que responden no sólo a los intereses de sus autores
sino también a los de sus lectores. Las etnohistorias regionales, las historias étnicas, las etno-
grafías descriptivas, las interpretaciones etnológicas o las reflexiones antropológicas, tienen
en los pueblos nativos un público consumidor cuya vocación no es necesariamente académica
sino frecuentemente reivindicativa, y que tienden a instrumentalizarlas de acuerdo a sus pro-
pios fines. Por otra parte, esa misma producción puede ser y es de hecho utilizada por ONGs,
grupos políticos o instituciones estatales, en razón de intereses coyunturales, que pueden estar
tanto orientados a reivindicar como a negar la legitimidad de los derechos indígenas, tal como
ha ocurrido en los recientes debates que tuvieron lugar en el Parlamento mexicano (2001)
sobre la cuestión de las autonomías étnicas. En ambos casos, sea tanto para sus consumidores
nativos como para la información de la sociedad civil y política, no podemos seguir propo-
niendo que el trabajo etnográfico se produce en un vacío ético y político.
Es cierto que la rapidez con que ocurren los acontecimientos contemporáneos en un mun-
do globalizado hace que muchos estudios etnográficos se transformen pronto en crónicas
etnohistóricas. Mientras analizamos un contexto dado, éste suele cambiar a una velocidad
insospechada respondiendo a nuevas dinámicas y adquiriendo otra fisonomía. Se produce así
lo que A. Rita Ramos (1992) consideraba un defasaje entre la reflexión antropológica y el
impulso histórico, ya que la maduración analítica requiere de una temporalidad de la que care-
ce la crónica periodística. Sin embargo, y aún transformada en historia reciente, la producción
pueblos indios, porque ello supondría tener que «aceptar aberraciones tales como la poligamia que practican los
triquis de Oaxaca». Estas palabras aparecieron en los periódicos y aparentemente nadie se sintió obligado a contra-
decirlas; sin embargo los triquis sólo son polígamos en las fantasías masculinas urbanas, que proyectan sobre las
sociedades que desconocen sus propios anhelos de innumerables «casas chicas». También me ha tocado escuchar
a un muy distinguido jurista que goza de gran prestigio, referirse a la cuestión étnica y mencionar a grupos extin-
guidos como si fueran los actuales pobladores indios de México, además de adjudicar la realización de sacrificios
humanos a las sociedades nativas contemporáneas.
etnográfica sigue manifestando una validez que su historicidad no alcanza a opacar. El pasado
autónomo de un pueblo cazador sedentarizado, la situación previa de grupos relocalizados por
la construcción de grandes obras de infraestructura o la recuperación etnológica de institucio-
nes en proceso de desplazamiento y reemplazo, pueden actuar como datos cruciales en la cons-
trucción o reconstrucción de los proyectos colectivos afectados por las compulsiones externas.
No pretendo sobrevalorar la tarea etnográfica, ya que nuestra capacidad de actuar y modificar
la realidad a partir del conocimiento de la misma es casi siempre muy limitada, pero tampoco
se puede aceptar que la producción etnográfica no influya, en alguna medida, sobre la realidad
con la que nos relacionamos4. Ello no nos debe inducir a una inactividad especulativa, sino a la
plena comprensión y asunción de nuestras ineludibles responsabilidades académicas, éticas y
políticas.
4 Todo escrito en un mensaje en una botella que alguien eventualmente encontrará y hará suyo. Hace pocos
años conocí a la hija de un antiguo amigo chatino de Oaxaca que fuera asesinado, debido a su compromiso y mili-
tancia etnopolítica, cuando ella era una niña. La familia se había visto obligada a migrar y grande fue mi sorpresa al
enterarme que la joven me conocía, ya que había accedido al conocimiento de la mitología de su pueblo a través de
una de mis publicaciones.
otros, dar una voz escrita a aquellos pueblos pertenecientes a tradiciones culturales alternas a
la del investigador. Pero los antropólogos latinoamericanos de mi generación nos hemos
encontrado con otra tarea; no sólo escribimos o hablamos sobre indios, sino también con
indios y muchas veces para indios. En los últimos años la escritura antropológica ha cobrado
otro sentido, por el hecho de que su público potencial ya no es sólo el reducido ámbito acadé-
mico, sino también los pueblos que habían sido considerados «objetos» pasivos de nuestras
disciplinas. Todo antropólogo sabe ahora que, en mayor o menor medida y de acuerdo a los dis-
tintos contextos regionales, su obra será leída y criticada por un creciente número de estu-
diantes e intelectuales indígenas. Y es cada vez más frecuente que los otros se nieguen a ser
representados por nosotros, o que no encuentren en los escritos etnográficos un reflejo verí-
dico del mundo del cual forman parte y en el cual puedan reconocerse a sí mismos. La legiti-
midad del conocimiento adquirido no es ahora sólo objeto de análisis y crítica por parte de la
comunidad académica, sino también por aquellos que protagonizan la vida que pretendemos
exponer en nuestros escritos.
Sin embargo, esta perspectiva no excluye aquellas orientadas a informar a otros de las
características de las culturas alternas. No es posible el diálogo intercultural que nuestra épo-
ca reclama, si éste está basado en el mutuo desconocimiento de sus protagonistas. La llamada
globalización ha puesto en contacto aún más intenso y frecuente los diferentes rostros de la
aventura humana. Con todas las limitaciones derivadas tanto de la formación personal del
etnógrafo como de sus mediatizaciones académicas, la práctica etnográfica continúa siendo
una tarea necesaria. No conozco otra forma de hacer visible a un público cada vez más vasto,
la presencia y contemporaneidad de las múltiples experiencias culturales. Indudablemente
en esa tarea nos aventajan los antropólogos nativos, miembros de las mismas culturas que
analizan; será muy difícil competir con un ayuuk (mixe) sobre el conocimiento de la religión
propia. Pero ese extranjero profesional que es el antropólogo perteneciente a una cultura dis-
tinta, siempre tendrá la posibilidad de una reflexión en cuya misma distancia está su capaci-
dad de brindar aproximaciones valiosas, en la medida que pueda ver aquello que la cotidia-
neidad hace invisible a los que lo practican5 y sea capaz de dar cuenta de la alteridad sin
cosificar a sus protagonistas. Y hay mucho que podemos aprender de las culturas nativas tra-
dicionalmente inferiorizadas; cada una de ellas ofrece respuestas y otorga sentidos a la vida a
través de complejos sistemas filosóficos, muchas han desarrollado formas de convivencia con
el medio menos destructivas que las llamadas «occidentales», algunas poseen conocimien-
tos médicos que pueden ayudar a otros, todas tendrían que poder ejercer el derecho a su sin-
gularidad sin temor a ser avasalladas.
5 Es un interesante ensayo nuestro colega brasileño Gustavo Lins Ribeiro (1989), propone que precisamente
el acto de descotidianizar la regularidad de la vida diaria, es el que tipificaría la tarea antropológica en sociedades
diferentes a la propia. Y, a la inversa, debe recurrir al extrañamiento como método para convertir lo familiar en exó-
tico, si estudia su propia cultura.
Otros, sino una convivencia que compromete nuestra cotidianidad y nos involucra en redes
personales, políticas, simbólicas, afectivas y culturales que ya nunca más nos podrán ser aje-
nas. Ello no supone renunciar a la fascinación de lo diverso, al placer de la diferencia, sino ubi-
carlo en un sitio más próximo a la vida diaria; no reservarlo para las vacaciones. Como lo ha
destacado la antropóloga brasileña Alcida Rita Ramos (1994), ni el exotismo ni la alteridad son
invenciones de la antropología, aunque haya algunos autores que lo piensen: Alcida Ramos
propone que en este sentido el exotismo sería como el colesterol, hay uno malo y uno bueno;
uno trivializa la diferencia al advertir sólo su aspecto exterior, otro intenta comprender a los
Otros a partir del reconocimiento de esa diferencia. La tarea etnográfica puede entonces con-
tribuir a ese reconocimiento igualitario de la diferencia.
con informantes, sino con interlocutores pertenecientes a las sociedades que interrogo6. No se
trata sólo de proponer un nuevo término para un viejo estilo de recolección de información,
sino de estipular claramente e inaugurar un diferente tipo de relación social con las personas
con las que nos vinculamos. Dicha relación no puede seguir estando construida a partir del
vacío ético, ni configurada como una transacción mercantil donde se intercambian nociones
culturales por dinero o mercaderías. Por una parte, ello distorsiona el sentido mismo que el
conocimiento de la cultura propia posee para sus relatores, ya que pasa a ser utilizada y conce-
bida como una mercancía a partir del hecho que puede ser vendida. Por otra parte, el mismo
afán mercantil involucrado en este tipo de relaciones, tiende a influir en la naturaleza de la
información que se proporciona, a partir de la asimetría en las relaciones de poder que se ejer-
cen7. En un ensayo que en los últimos años ha sido considerado un «clásico» del «replanteo»
de la investigación etnográfica, Paul Rabinow (1992) se preguntaba sobre la dudosa fidelidad
de sus informantes contratados, quienes de pronto no actuaban hacia él como era de esperar-
se de personas involucradas en relaciones amistosas. Pero olvidaba que todos ellos eran sus
empleados asalariados y no necesariamente sus amigos por elección propia. Una interrogación
mercantil no puede menos que producir resultados mercenarios.
Durante años he convivido y me he relacionado profesional y personalmente con pueblos
pastores, cazadores selvícolas, horticultores amazónicos y agricultores mesoamericanos; es
decir, sociedades cuya vida cultural está vinculada a distintas experiencias económicas y dife-
rentes nichos ecológicos. Puedo entonces proponer con alguna certeza que, más allá de la pre-
sencia de especialistas, toda sociedad tiene intelectuales cuyos conocimientos son superiores a
los de sus paisanos, aunque dichos conocimientos no formen necesariamente parte ni de su
estatus ni de su posición social. Si bien es importante conocer a los especialistas en lo sagrado,
en lo político o en específicos ámbitos de cada cultura, siempre hay personas curiosas, que han
buscado conocer más de lo que les enseñaron y que tienen la posibilidad de ejercer un pen-
samiento analítico sobre sus propias sociedades. Es con ellos con quienes, por lo general, un
antropólogo encuentra más factible establecer diálogos basados en una relación equilibrada, ya
que se trata de compartir un común interés por el conocimiento. Con estas personas resulta
siempre más fluido y agradable construir una comunicación horizontal, puesto que con fre-
cuencia el mismo investigador resulta interrogado sobre su propia cultura. Se produce enton-
6 Como suele suceder, después de haber escrito estas páginas leí un texto casi contemporáneo de mi respeta-
do colega y amigo R. Cardoso de Oliveira (1998), en el que también plantea la necesidad de cambiar a informantes
por interlocutores, buscando un diálogo intercultural que supere las relaciones de poder involucradas. Le reconoz-
co entonces la primacía temporal en acuñar el concepto y me congratulo de la óptica compartida con un autor fun-
damental de la antropología latinoamericana.
7 Recordemos que la información trasmitida en estas interrogaciones resulta fundamental para que el antro-
pólogo realice su propia construcción del mundo social con el que cual se relaciona. Ello llevó a proponer a C. Lisón
Tolosana , que no se trata sólo de informantes, sino de formantes, en la medida que son productores de universos
mentales que posibilitan al investigador el desarrollo de un sentido interpretativo posible respecto a sus sociedades
(2000:25).
8 Por supuesto que ello no significa que sea la única reflexión, pero sí la que más debates ha producido. Es
imposible citar aquí la cantidad de textos que genera la polémica al respecto, pero algunas visiones pueden encon-
trarse en los números especiales de Current Anthropology, Ethnographic Authority and Cultural Explanation (1995,
Vol. 36, N.º 1) y Ethnograpy: Engagement (2000, Vol. 41, N.º 2). Sin embargo mucho más reflexiva y menos reitera-
tiva es la obra española coordinada por Carmelo Lisón Tolosana (2000). Se puede proponer asimismo que el mejor
análisis crítico en lengua castellana lo constituye el libro compilado por el argentino Carlos Reynoso (1991).
«analógicas», por ser un discurso sobre los otros en lugar de un diálogo con los otros, creyen-
do descubrir un camino que ya muchos habíamos recorrido en América Latina, escribiendo
junto con nuestros interlocutores. Si bien los posmodernos han puesto énfasis en la subjetivi-
dad del autor y cuestionado la autoridad del etnógrafo (James Clifford 1988), lo que represen-
ta un avance dentro de la tradición positivista a la que pertenecen, tienden a producir un dis-
curso despolitizado y huérfano de interés humanístico, cuya crítica se orienta más hacia los
autores que a la valoración de los hechos que éstos exponen9. Tal vez sea un buen pan crítico
para nutrir a los académicos, pero se aleja de la vida que alimenta a las obras etnográficas.
Quizás el mayor cuestionamiento que se les pueda realizar es haber deconstruido algo que no
han logrado volver a construir: la carencia de monografías etnográficas posmodernas, que
supongan una mejor aproximación a los mundos alternos es el mayor argumento respecto al
poco futuro de esta perspectiva. Sin embargo, su mérito radica en haber conmovido el avispe-
ro profesional al cuestionar profundamente algunas legitimidades autorales tradicionalmente
establecidas.
Me parece incluso positiva la intención posmoderna de liberar el discurso antropológico del
agobiante marco de la ficción empirista, que proponía lograr la objetividad a partir de la cuan-
tificación a ultranza y de la supuesta exclusión de la subjetividad del autor. Pero debemos reco-
nocer que esto representa también un tardío descubrimiento (o aceptación) de lo que tradi-
ciones académicas de otros países habían postulado hace muchos años. Todas las antropologías
nacionales tienden a ser un tanto provincianas y la norteamericana no constituye una excep-
ción a la regla. No obstante parece saludable que sus representantes hayan aceptado la influen-
cia de Foucault referida a la arbitrariedad de las epistemes (paradigmas y visiones del mundo),
y el corrosivo deconstructivismo «antiepistémico» de Derrida (C. Reynoso 1991). Pero con
este nuevo arsenal crítico el posmodernismo arribó a la heteroglosia, la diglosia y la polifonía
como recursos etnográficos, sin advertir sus antecedentes en las hermenéuticas antropológicas
europeas como la de M. Leenhardt (1997), G. Condominas (1991) o L. Frobenius (1940)10. Aún
así, es válida su preocupación por romper el monólogo del autor. Los posmodernos han carac-
terizado al discurso etnográfico como una ficción, pero esto no significa que sea irreal, sino que
9 Así también lo advirtió Marc Augé cuando señalaba «...que si le creemos a James Clifford, los nuer nos ense-
ñarán más sobre Evans Pritchard que éste sobre aquellos...tratándose de etnología y de literatura etnológica, la her-
menéutica de poco alcance corre el riesgo de la trivialidad...» (1995:42).
10 Quizás cada autor sea sólo comprensible en su contexto y en su tiempo, y aunque Frobenius escribía sobre
Africa en las primeras décadas del siglo XX, de manera casi contemporánea a autores como R. Redfield (1945) que
lo hacía sobre México, en este último no aparecen reflexiones autocríticas comparables a las que registra la obra del
etnólogo alemán ¿Cómo excluir de la tradición etnográfica a uno de los primeros autores del siglo XX que respeta a
los llamados primitivos? A uno que es capaz de proponer que «...la historia, la historia arcaica y la historia primiti-
va tienen su punto de partida en el sentimiento del yo, sólo la etnología nos permite comprender el tú en la esencia
del proceso civilizador...para poder comprender la esencia humana en sí misma, para poder entender los fenóme-
nos culturales sin dejarse engañar por el egocentrismo, es necesario que la vida misma nos provea de un tú absolu-
to (la diferencia)...» (L. Frobenius 1940:73).
es una construcción del que lo escribe, cuya naturaleza de constructo debe ser claramente expli-
citada destacando las condiciones contextuales, históricas y personales, de su realización.
La obra de autores posmodernos como Stephen Tyler, que proponen una etnografía enten-
dida como un modo discursivo superordinado que relativiza a los otros discursos, se declara
necesariamente apolítica y no comprometida, arribando a un estéril juego académico-litera-
rio. Su propósito sería evocar una fantasía (sic) a través de la cual pueda percibirse un mundo,
que si bien fantástico «posea las claves propias del sentido común» (1991:187). Se ha dicho
que el sentido común es el menos común de los sentidos, y aunque C. Geertz (1994) haya pro-
fundizado en el tema, no deja de ser una arbitraria apelación a una lógica cultural que de nin-
guna manera puede ser considerada universal, salvo a partir de perspectivas fundamentalistas.
Incluso Tyler ha sido acusado, y a mi juicio con razón, de que ese discurso superordinatorio que
propone ya ha sido practicado durante milenios por la humanidad «premoderna», y se llama
precisamente «religión» (W. Trajano Filho, 1988:141). Nos encontramos así ante una propo-
sición que considera a la etnografía, no como un intento de aprehender la realidad objetiva,
sino como el acto de evocarla y reconstruirla a partir de un hipostasiado sentido común. Ante
ello cedo la palabra (¡de manera dialógica!) a mi colega brasileño Wilson Trajano «...al final,
una etnografía que se asume posmoderna, escrita por un antropólogo americano sobre los
indios karayá va a restaurar el sentido común de quién ¿de los karayá, de los Estados Unidos,
del Brasil o del antropólogo...?».
De manera explícita, en el discurso de la antropología posmoderna, aparece no sólo una
apelación a que se exponga el contexto del autor, sino también la referencia a que la investiga-
ción etnográfica no sea sino otra manera de que Occidente, y el autor como parte de él, se inte-
rroguen a sí mismos a través de los otros. Esta aparentemente novedosa reflexión olvida que ya
en 1883 Dilthey (1944-1954), proponía en su Introducción a las Ciencias del Espíritu, que en el
conocimiento de la realidad humana el hombre no se encuentra ante un mundo externo a sí
mismo como lo es la naturaleza, sino frente a un otro que es él mismo, «ya que es el hombre el
que indaga y el que es indagado», por lo que el sujeto y el objeto del conocimiento son idénti-
cos entre sí. Esta comprensión es la que le llevó a proponer como un instrumento propio del
conocimiento de lo humano la vivencia (erlebnis), entendida como la experiencia vivida o revi-
vida que nos permite conocer a los otros a través de nosotros mismos11. Es esta perspectiva la
que podemos encontrar en numerosas etnografías que podemos llamar vivenciales, en la
medida en que sus autores se incluyen vitalmente en la exposición, expresando tanto sus moti-
vaciones como sus sentimientos ante los eventos en los que participa, las informaciones que
recibe o los sucesos que contempla.
11 Algunos posmodernos, como Paul Rabinow (1992:27), prefieren recurrir a esta misma operación cognitiva
pero invirtiendo los términos. Es así que dicho autor, siguiendo a Paul Ricoeur, propone que la hermenéutica sería
«la comprensión del yo dando el rodeo por la comprensión del otro». Rabinow se refiere al yo cultural, del cual el
Otro actúa como un espejo, pero si bien la antropología es capaz de producir una reflexión crítica de la propia cultu-
ra a partir de las culturas alternas, reducir su actividad a esa sola alternativa es tan etnocéntrico como egocéntrico.
Y estas obras no están contenidas dentro de diarios de campo personalizados, sino en ensa-
yos tales como La Muerte en los Sara (1985) del recordado Robert Jaulin, donde se narra su con-
flictiva iniciación tribal; o en las vívidas páginas del libro de Georges Condominas Lo exótico es
cotidiano (1965, 1991), texto en el que se combina la experiencia personal vietnamita con la
descripción etnográfica. Otros autores, tales como Jean Duvignaud, nos ha dejado en El Salvaje
y el Proletario (1973, 1977), un excelente fresco de sus históricamente cambiantes experiencias
tunecinas en el oasis de Chebika, o como Pierre Clastres nos ha ofrecido una interpretación
personalizada de la guerra entre los yanomami de la amazonia venezolana en su breve e impac-
tante ensayo El Último Círculo (1980, 1989). Aunque quizás pocas experiencias etnográficas y
existenciales, que han cambiado tanto la vida del autor, tengan el valor testimonial de la obra de
Lluís Mallart, Soy hijo de los evuzok (1996), donde narra los años de convivencia con este pueblo
africano que le hicieron abandonar la vocación sacerdotal misionera y asumir la antropológica.
Algunos de los etnólogos no pudieron conciliar la escritura etnográfica con las vivencias perso-
nales, viéndose obligados a refugiarse en mundos literarios que les permitieron una mayor
libertad creativa. Éste fue el caso, entre otros, de antropólogos como el peruano José María
Arguedas (1958, 1964), o del brasileño Darcy Ribeiro (1983, 1990), cuyas inusitadas novelas
etnológicas desorientaron inicialmente al medio profesional del momento12. Al parecer estos
autores y sus obras, que ya forman parte de la historia de la antropología mundial, tienen en
común el no ser metodológicamente reconocidos como antecedentes por sus posmodernos
colegas norteamericanos, demasiado atentos a la contemplación de su ombligo histórico y
obsesivamente dedicados a la crítica de una pionera pero ya arcaica antropología colonial.
Bienvenida la crítica a la etnografía como obra literaria. Comparto los cuestionamientos de
los mundos aparentemente objetivos, así como la relativización de realidades autoralmente
construidas; pero no puedo aceptar que la realidad sea sólo un relato, o que tenga el mismo
estatus ontológico que lo imaginario. Que la escritura sea una construcción textual, no excluye
el hecho de que ésta se refiera a una realidad fáctica a la cual nos aproximamos, aunque no
podamos aprehenderla en su totalidad de significados. Esa clase de juego despolitizador pue-
de ser válido para antropólogos del primer mundo, y sus tradicionales seguidores periféricos
en América Latina, que siguen ignorando o minusvalorando la dimensión humana de los pue-
blos nativos con los que se relacionan; sus grandezas, miserias y luchas enmarcadas en la tra-
gedia del colonialismo. Con estas observaciones no pretendo descalificar de manera chauvi-
nista a las antropologías metropolitanas en general, cuyos aportes nadie puede desconocer,
12 De José María Arguedas, antropólogo quechua peruano, son especialmente recordables Los Ríos Profundos
(1958) o Todas las Sangres (1964), textos que no ocultan sus referentes biográficos como nativo. Darcy Ribeiro supo
combinar el imaginario brasileño sobre los indígenas con la información etnológica en su novela Maira o la aguda
crítica social a ese imaginario en Utopía Salvaje (1990). Pero Darcy Ribeiro es también autor de una monumental
obra autobiográfica Diarios Indios: os urubú-kaapor (1996), aparecida poco antes de su muerte, que recoge de mane-
ra coloquial parte de su dilatada experiencia etnográfica en la selva amazónica y que nos permite acceder a él a tra-
vés de los otros, al mismo tiempo que a los otros a través de él.
sino a aquellos investigadores que sólo usan a los pueblos nativos como un recurso para sus
carreras académicas. Y en esto sentido tampoco son inocentes las antropologías latinoameri-
canas, algunas de ellas cómplices del integracionismo etnocida propuesto por los aparatos
estatales13 o sólo dedicadas a tratar de legitimarse ante el estado o ante sus colegas metropoli-
tanos, asumiendo un inadmisible vacío ético. No es necesario que el etnógrafo se asuma como
un mesiánico salvador de la sociedad que interroga, para que en su obra se refleje el contexto
político y social dentro del cual desarrolla su tarea.
13 Resulta frecuente reconocer la culpabilidad de la antropología , por sus aportes a las políticas colonialistas
europeas o estadounidenses (G. Leclercq 1972), que aún constituyen un mea culpa reiterado y reiterativo entonado
por muchos miembros de la colectividad profesional. Sin embargo, es menos frecuente reconocer que la práctica
del indigenismos integracionista mexicano, representó una de las mayores empresas etnocidas llevadas a cabo por
un estado bajo la dirección de la antropología, orientada por lo que en la época se llamaba «aculturación dirigida»
y que supuso la descaracterización cultural y la perdida lingüística de millones de personas (M. Bartolomé 1997).
ve en diagonal. Los factores estructurales subyacentes no bastan entonces para explicar la com-
plejidad de las configuraciones culturales, aunque éstas respondan a su lógica. No podemos
reducir las culturas alternas a las lógicas (generalmente nuestras) que podamos identificar en
ellas: a quien busca comprender sentidos no le basta con coleccionar reglas.
Cuando nos encontramos frente a una cultura alterna a la nuestra, partimos de la premisa de
que está integrada por seres humanos iguales a nosotros, cuyas conductas pueden estar condi-
cionadas por múltiples variables, sean éstas ambientales, tecnológicas, políticas o de cualquier
otra naturaleza. Sin embargo, la compleja red de mediaciones simbólicas que constituye la
estructura de sentido de esa sociedad, no puede ser reducida a sus principios condicionantes
sin que su sentido pierda sentido. Es así que, aún en las sociedades más articuladas al medio
ambiente, los universos simbólicos que expresan esta íntima relación entre las personas y el
mundo exhiben una variedad extraordinaria que no permite reducirlos sólo a sus determinan-
tes ecológicos. Es por ello que la etnóloga Alicia se sentía obligada a profundizar en las motiva-
ciones de los extraños personajes que habitaban atrás de los espejos, sin pretender reducir sus
aparentemente incomprensibles conductas a la locura o al desvarío; es decir calificarlas como
desviadas de un posible modelo universal. A pesar de su rígida y condicionante educación for-
mal victoriana, Alicia sabía que «no era correcto» pensar que todas las conductas que se ale-
jaban de su modelo familiar fueran necesariamente absurdas y, por ello, intentaba ejercer, sus
quizás limitadas, pero generosas posibilidades de comprensión, ante cada uno de sus descon-
certantes interlocutores.
Tal vez, pueda sorprender que recurra a la obra de Lewis Carroll, autor al que difícilmente se
le pueda adjudicar una vocación etnográfica. Sin embargo, la llamada lógica del absurdo o,
mejor dicho, una lógica que se va inventando a sí misma en la medida en que tropieza con nue-
vos objetos de conocimiento, se demuestra a veces más competente para dar cuenta de una rea-
lidad alterna que la apelación a una rígida lógica derivada de la propia filiación cultural. Al igual
que el desorientado pero inquisitivo personaje de Carroll, quien interroga al «otro» pretende
pasar a través del espejo: trascender aquel reflejo construido por la proyección de nuestra pro-
pia imagen, y buscar más allá de esa proyección aquello que hace al otro ser lo que es, sin nece-
sidad de intentar traducirlo en términos que casi siempre le son ajenos.
Quizás pueda parecer que estoy proponiendo una apología del eclecticismo pero, aunque
no sea exactamente una apología, sí es por lo menos una llamada de atención en contra de
los prejuicios al respecto. En sus orígenes filosóficos el eclecticismo aludía a la tendencia a
asumir distintas tesis de diferentes filósofos sin reparar demasiado en la coherencia que
dichas tesis mantuvieran entre sí. Así, el eclecticismo pasó a ser entendido como una espe-
cie de incoherencia ante el conocimiento, que se plasmaba en construcciones internamen-
te contradictorias. Sin embargo, ello no se puede aplicar de manera estricta al desarrollo de
la investigación y el conocimiento etnográficos. No hace falta identificarse con las escuelas
teóricas de los distintos autores para valorar y utilizar el conocimiento que produjeron, aun-
que por lo general éste se encuentre tamizado o condicionado por las perspectivas teóri-
cas14. No se necesita hacer acto de fe funcionalista para recurrir a la prolija y valiosa información
contenida dentro de la obra de Malinowski. La riqueza monográfica y analítica de las vastas reco-
pilaciones míticas o parentales de Lévi-Strauss, no requieren de una adhesión estructuralista
para considerarlas parte importante de la historia de la reflexión etnológica. Asumir las propues-
tas dinamistas de G. Balandier, y su lúcido análisis de la situación colonial (1972), no supone
excluir las perspectivas que enfatizan la dimensión simbólica en los sistemas interétnicos. No se
trata de rescatar todos los paradigmas, sino destacar el carácter no necesariamente paradigmáti-
co del conocimiento etnográfico, en la medida que no constituye una acumulación de ciencia nor-
mal guiada por una epistemología exclusiva, sino de datos susceptibles de múltiples posibilidades
interpretativas que pueden no ser mutuamente excluyentes. Quizás, en tanto miembros de «cul-
turas híbridas» (N. García Canclini 1990) no podamos menos que ser etnógrafos eclécticos.
De hecho, todas las generaciones de etnógrafos han generado individualidades, de cual-
quier filiación teórica, cuyas obras representan aproximaciones y/o reflejos creativos de las
culturas a las cuales interrogaron. No pretendo realizar aquí un probablemente injusto listado
de nombres o de obras paradigmáticas, sino señalar que, pese a todas sus contradicciones per-
sonales y limitantes contextuales, la empresa etnográfica es factible además de necesaria. Las
teorías pasan, pero las etnografías permanecen. Este legado está compuesto por una multitud de
obras que no lograron trascender las murallas refractarias del espejo, pero también por otras
que hicieron el mejor esfuerzo para lograrlo. Y es que a pesar de todas las críticas metodológi-
cas a las que se puedan someter a sus autores, lo que las hace recordables es que ellos trataron
de ver un mundo con los ojos de los otros. Aquellos que lograron trascender las distorsionadas
imágenes del espejo, guiados tanto por el conocimiento como por una especial sensibilidad
personal, han dejado registros etnográficos que por sí solos justifican la existencia de nuestra
disciplina. Sus obras no sólo intentaron comprender a otras culturas, sino que también nos
proporcionan un testimonio histórico de realidades dinámicas y cambiantes.
14 Una antigua metáfora utilizada en la sociología del conocimiento, refiere a que si arrojamos a un mar una red
con una abertura de malla de 20 centímetros de diámetro, al recoger la pesca nos sentiríamos inducidos a proponer
que en ese mar sólo existen peces mayores de 20 centímetros, puesto que los otros se nos habrían escapado. Es decir
que nuestra visión de la realidad dependerá del instrumento de medición utilizado para captarla, lo que también se
aplica a las perspectivas teóricas exclusivistas. Sin embargo, por parcial que sea nuestra óptica o instrumento –en
este caso la red–, los peces mayores de 20 centímetros también forman parte de ese mar, por lo que de todas mane-
ras pudimos captar una parte de la realidad.
15 Asumo, junto con la perspectiva dinamista en antropología, que la dinámica es inherente a las estructuras.
La ambigüedad no es equivalente a la ausencia de estructura, sino al constante proceso de estructuración, deses-
tructuración y reestructuración que es propio del pensamiento y de las conductas humanas. Sin pretender recurrir
a analogías de las ciencias exactas, es oportuno recordar que el célebre físico teórico Stephen Hawking propone que
«...la segunda ley de la termodinámica (la entropía) resulta del hecho de que siempre hay muchos más estados des-
ordenados que ordenados...» así, por ejemplo, las piezas de un rompecabezas tienen un solo orden posible en el
cual pueden formar una imagen coherente, existiendo en cambio un número casi infinito de posiciones desorde-
nadas en las que no se puede formar una imagen (1988:192).
16 En lo que atañe a la relación de las acciones verbales (discurso) y las acciones no verbales (hechos), hay un
buen ensayo de una antropóloga española que aborda analíticamente las referencias a «lo que se dice», «lo que se
dice que se hace», lo «que se dice y no se hace» y lo «que se dice que se ha hecho» (M. Jociles Rubio 1999).
17 Hemos abordado el carácter de relación intersubjetiva localizada, pero generalizada en forma de totalización
de las comunidades sociales sobre las que se construye la producción etnográfica, en el prólogo de nuestra obra
Tierra de la Palabra: historia y etnografía de los chatinos de Oaxaca (M. Bartolomé y A. Barabas 1982).
que nos están siendo transmitidos por nuestros interlocutores. Se trata de ejercitar esa
«domesticación teórica de la mirada» que propusiera R. Cardoso de Oliveira (1998), condicio-
nada por los parámetros de la formación profesional. La experiencia personal me induce a no
aceptar como únicas estrategias metodológicas las propuestas que tratan de construir a cada
cultura como un sistema coherente de símbolos, del que estarían ausentes las anómalas con-
ductas reales de sus portadores. Pero para que la observación etnográfica sea posible y legítima
es necesario convivir con la gente y no sólo relacionarse con unos cuantos «informantes».
Se puede incluso proponer que el ámbito simbólico fundamental para relacionarnos con un
mundo culturalmente diferenciado es la zona de frontera que se genera entre sistemas de sig-
nificaciones a veces ambiguos y aparentemente irreductibles. En ese espacio incierto también
las ambigüedades del «otro cultural» se relacionan con las ambigüedades propias del mundo
donde se ha construido culturalmente el antropólogo. En una situación de convivencia margi-
nal tal vez sólo podamos conocer los márgenes de los sentidos profundos, pero toda frontera
cultural revela también los contenidos manifiestos de su núcleo de significados. Allí es donde
trabaja el etnógrafo, habitando esa región fronteriza entre sociedades diversas, construyendo
quizás una nueva área de significación que posibilite la temporaria conjunción de diferentes
sistemas culturales. Nuestra construcción, aunque siempre aproximada, será legítima si logra-
mos identificar no sólo sistemas y estructuras de significados, sino también las tensiones y
ambigüedades que los alimentan y que les imprimen sus potenciales dinamismos.
Se trata de un ámbito donde las relaciones humanas, que se busca objetivar a través de la
descripción etnográfica teóricamente orientada, aparecen cargadas de contenidos subjetivos y
afectivos. Si toda subjetividad humana manifiesta un contenido social que contribuye a confi-
gurarla, el mundo de los otros se diferencia del de nosotros no sólo por sus manifestaciones
objetivas, sino también por ser el espacio de especiales relaciones subjetivas y afectivas en las
cuales tendemos a involucrarnos. De allí la solidaridad y el compromiso que suele generarse en
un etnógrafo respecto a los pueblos con los que ha convivido y en cuyo mundo afectivo ha tra-
tado o tenido que participar con mayor o menor éxito. Ese compromiso suele desconcertar a
quienes ven a las poblaciones indígenas exclusivamente como problemas de investigación,
residuos de un pasado o sólo como seres carenciados; «pueblos objeto» alejados de la vida y la
experiencia propias. Y es que no sólo nos relacionamos con los otros a través de la razón sino
también a través de la afectividad. La propuesta etnográfica es, además de una legítima bús-
queda científica, una compleja experiencia afectiva en la que el análisis conceptual no excluye
la vivencia personal. Para intentar llevarla a cabo es necesario tratar de hacer coincidir los dic-
tados de la razón analítica con la intensidad analógica de la emoción creadora.
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Mauricio Boivin
Ana Rosato
Victoria Arribas
E
A
1
Constructores de Otredad
Introducción
1 Como ejemplo mencionamos a dos autores de habla hispana: Krotz, E., La Otredad cultural entre Utopía y Ciencia, México, FCE, 2002 y a Menén-
dez, E., “Definiciones, indefiniciones y pequeños saberes”. En Alteridades, 1, 1991 pp. 5-11 y su Conferencia Inagural del VI Congreso Argentino
de Antropología Social, “Identidad disciplinaria y campos de aplicación”, realizado en Mar del Plata el 14 al 16 de septiembre del año 2000.
7
Introducción
Cuadro I
Contexto fin del XIX (1) entre guerras (2) después de la 2da. Guerra. (3)
Objeto diferencia cultural diversidad cultural desigualdad cultural
Explicación
evolucionismo funcionalismo estructuralismo neomarxismo
(teorías)
comparativismo/relativismo
Método comparativo relativismo (inductivo)
(formalización/deducción)
inventarios/ observación extrañamiento
Técnicas
encuestas participante interpretación
la idea de la dominación de una cultura sobre otra se puso Esta teoría se desarrolló en una época en la que la
en evidencia, el objeto antropológico se construyó en Antropología se estaba constituyendo como ciencia al
torno a la noción de desigualdad: el otro cultural era pro- mismo tiempo que el campo científico se estaba confor-
ducto de esa desigualdad. mando, buscando su propio espacio, en función de ob-
tener un tipo de autoridad distinta a la de la religión y la fi-
Fines del siglo XIX: losofía, y esa autoridad provenía de la objetividad de la
A fines del siglo XIX, la Antropología se formalizó ciencia y, especialmente, del método científico: un con-
como ciencia. Fue un momento en el cual el conoci- junto de reglas para probar las afirmaciones. En este caso el
miento del mundo, de la existencia de modos de vida di- método de la Antropología fue el comparativo, método de
ferentes, se hizo más patente por los cambios ocurridos moda en las ciencias naturales2.
en Europa y por la expansión de Occidente. Por una La teoría de la evolución se constituyó como tal en fun-
parte, la revolución industrial –como producto de cam- ción de la aplicación del método comparativo y sobre la
bios tecnológicos importantes– generó nuevas diferen- base de una concepción precisa de su objeto: el hombre.
cias: de clase, nacionales, étnicas y “problemas” que con Este objeto era concebido con una particularidad: su dua-
el tiempo fueron denominándose “sociales”. La cues- lidad; el hombre era tanto cuerpo como espíritu. Como
tión fundamental de las ciencias sociales fue la de ex- cuerpo pertenecía al mundo de la naturaleza, en tanto “es-
plicar esos cambios que se producían en el mundo eu- píritu” pertenecía a otro mundo, al de la cultura. Si-
ropeo. Pero, a la par de estos cambios, Occidente se guiendo esta dualidad, la Antropología se constituyó en
expandió sistemáticamente por el mundo, sobre otros dos ramas: la Antropología física y la antropología cul-
pueblos, sobre otras culturas, sobre otros modos de vida tural. Pero, no obstante, las diferencias entre los hombres
distintos al modo europeo. fueron pensadas por estos evolucionistas, básicamente,
Si bien el encuentro intercultural no era nuevo y como “diferencias” culturales.
siempre despertó una actitud de asombro ante lo dis- Para estudiar al hombre en las distintas manifesta-
tinto, en este caso el asombro de Occidente se distin- ciones en las que se presentaba, se estableció una división
guió de los anteriores porque no fue un encuentro in- del trabajo científico dentro de las ciencias humanas y so-
genuo, y por sobre todo, porque ese asombro fue do- ciales. Por un lado, la historia y la sociología tomaron
mesticado bajo las reglas del mundo científico: la como objeto (objetivo) de estudio las sociedades com-
diferencia se constituyó en objeto de explicación cientí- plejas, civilizadas, desarrolladas. Por el otro, las sociedades
fica. El nuevo encuentro de los europeos con otras cul- primitivas, no complejas, no desarrolladas, sin historia y
turas distintas dio origen a lo que sería la pregunta fun- sin Estado pasaron a constituirse como el objeto propio de
dante de la Antropología: ¿por qué estos hombres son la Antropología. Esta división, producto de un proceso
distintos? La primera teoría científica sobre la diferencia histórico, se realizó en función de las distinciones de las so-
fue el evolucionismo que contestó esta pregunta a través ciedades o las culturas en tiempo y espacio, teniendo como
del concepto de evolución. parámetro la ubicación de Occidente (ver cuadro II).
2 La idea era que aquellos que vivían de modo diferente en otros lugares podían dar la clave de como había sido el pasado del hombre civilizado. Se
intentó analizar la naturaleza humana a partir de la diferencia entre las culturas y estas diferencias surgían de la comparación entre ellas.
8
Constructores de Otredad
9
Introducción
Ciencias Antropológicas
3 La Segunda Guerra había contribuido por un lado a ocultar la emergencia de esos nuevos movimientos pero al mismo tiempo los había impulsado
ya que las potencias centrales hicieron participar activamente a sus colonias en el conflicto. Al concluir éste, emergen nítidamente los movimientos
de liberación.
10
Constructores de Otredad
(el acercamiento directo y personal del antropólogo), estas nuevas culturas. Por ejemplo, respecto a la técnica, la
sino que es necesario construir un modelo teórico de so- observación participante era una herramienta creada y
ciedad que, aun cuando no corresponda a ninguna de pensada para estudiar culturas “sencillas” o “primitivas”
las que se pueden observar en la realidad, ayude a com- pero ahora esas culturas se habían transformado en
prender los fundamentos básicos de la existencia hu- “complejas” y no podía aplicársele esa técnica de modo
mana. Esta vía podía hacerse efectiva ya que las opera- directo. Lo mismo sucedió con las teorías que habían
ciones de la mente eran independientes del contexto explicado la diversidad cultural a partir del supuesto de
cultural e histórico, porque a pesar de la “superficial ex- que ésta era un hecho natural y que, por lo tanto, todas las
trañeza de los hombres primitivos”, el espíritu del sociedades debían ser tratadas como “iguales”. Así, los
hombre es, en el fondo, el mismo en todas partes. Esto antropólogos que se preguntaron por las causas de las
permite “desarrollar una ciencia general del pensa- transformaciones se encontraron con que el “hecho
miento, una ciencia conclusa, abstracta, formalista, una natural” era producto de un tipo de contacto particular: el
gramática universal del intelecto”4.Pensado en esta de la colonización. Ésta era considerada como un proceso
ciencia, Lévi-Strauss plantea tres niveles del quehacer an- caracterizado por la dominación de un pueblo sobre otro,
tropológico: lo que produjo un fenómeno evidente: la desigualdad
• un primer nivel en el cual el antropólogo pretende entre culturas. De tal forma que las teorías sobre las
“aislar y describir los modelos que un pueblo usa transformaciones de las culturas “primitivas” se centraron
para percibir, relacionar e interpretar sus experien- en explicar la desigualdad cultural como producto de la
cias”. Es el momento en que el antropólogo realiza dominación de Occidente.
la etnografía; De este modo, la Antropología tuvo un giro teórico y
• un segundo nivel donde el antropólogo compara el metodológico importante, se proveyó de las técnicas de
contenido y la organización de los sistemas cultura- otras disciplinas (principalmente de la Sociología y la
les para analizar, interpretar y explicar la diversidad. Historia) y de otras teorías sociales. No obstante, la teoría
Es el momento de la etnología, del estudio que permitía dar una primera explicación sobre la desi-
comparado de las distintas culturas; gualdad y la dominación era el marxismo. La influencia de
• un tercer nivel, el de la Antropología estructural, en esta línea de pensamiento en las explicaciones
el cual el antropólogo llega, a través de la construc- antropológicas se acentuó aún más dado que durante la
ción de modelos formales a los axiomas básicos, a las década del ‘60 hubo una especie de “explosión” de
estructuras constantes y comunes a todas las cultu- discusiones entre las distintas vertientes del marxismo6,
ras. discusiones que fueron ampliamente difundidas y que
influenciaron de manera directa en algunas de las
No obstante este reconocimiento de la práctica cientí- Antropologías dominantes.
fica como tres momentos interrelacionados, Lévi-Strauss Como ejemplo del impacto que esas discusiones gene-
se centró, casi exclusivamente, en el tercer momento5. raron, algunos antropólogos hicieron una revisión de los
Otros antropólogos, en cambio, tomaron otra vía y se estudios realizados por los clásicos sobre las “sociedades
propusieron estudiar las transformaciones que las socieda- primitivas”, intentando describirlas y explicarlas a partir
des no occidentales estaban sufriendo. Uno de los pro- de las relaciones de desigualdad que, según ellos, existían
blemas que tuvieron que afrontar estos antropólogos fue el dentro de esas sociedades. Los antropólogos que se adscri-
hecho de que las herramientas (teorías y técnicas) de la bieron a esta corriente, tuvieron largas discusiones para
Antropología clásica no eran las adecuadas para explicar adaptar una teoría que intentaba explicar la desigualdad en
4 Lévi-Strauss plantea una nueva forma de acercamiento ya no físico sino intelectual: “¿Nunca habremos de conocer a los salvajes? No, hay otro ca-
mino para acercarnos a su mundo, un camino que no es el de la participación personal en ese mundo: la construcción (partiendo de las partículas y
fragmentos de restos que aun es posible reunir o que ya han sido reunidos) de un modelo teórico de sociedad que, aunque no corresponda a ningu-
na de las que pueden observarse en la realidad, nos ayude no obstante a comprender los fundamentos básicos de la existencia humana. Y esto es po-
sible porque a pesar de la superficial extrañeza de los hombres primitivos, en un nivel más profundo no nos son en modo alguno, extraños. El
espíritu del hombre es en el fondo el mismo en todas partes de manera que lo que no puede realizarse mediante un acercamiento, mediante el in-
tento de penetrar materialmente en el mundo de las tribus salvajes, puede realizarse desarrollando una ciencia general del pensamiento, una ciencia
conclusa, abstracta, formalista, una gramática universal del intelecto” (1976).
5 La Antropología se relaciona en esta perspectiva con la lingüística, el psicoanálisis y con la ciencia de la comunicación.
6 Síntesis de estas discusiones pueden verse en P. Anderson (1983), D.C Fol., E. Loy y Olin Wright (1985) y, de modo más reciente, en T. Skocpol
(1993).
11
Introducción
la sociedad occidental a otras sociedades, ampliando o mo- este período no fueron totalmente superadas ni se que-
dificando categorías y conceptos. Las etnografías que ha- daron ancladas en el tiempo, sino que tuvieron lo que P.
bían escrito los antropólogos de otras corrientes fueron re- Bourdieu denomina un “efecto de teoría” (otros dirían,
visadas teniendo en cuenta que, más allá del modo en que efecto de ideología).Esto significa que cada teoría o ex-
se presentara, la dominación y la desigualdad eran un plicación formulada, “bajó”, se articuló con, se impuso
atributo posible en toda sociedad, en todo tiempo y es- como parte del sentido común, pasó a formar parte de
pacio. lo “imaginario” colectivo en algunos sectores de nuestra
Todo este movimiento y la enorme cantidad de infor- sociedad, se impuso como “modelo” presente en la ex-
mación obtenida hasta el momento, llevó a que la mirada plicación desde el sentido común. Algunas de esas teo-
antropológica se fragmentara y que el antropólogo se rías o algunos aspectos de las mismas se constituyeron
especializara, ya no en las “sociedades primitivas”, sino en en modelos sobre la alteridad, lo distinto. Esos modelos
problemas que toda sociedad o cultura presentaban. Así tienen la fuerza de las “clasificaciones”, no son ideas o
van a surgir las especialidades: antropología económica, representaciones que están sólo en nuestras cabezas o en
simbólica, política, urbana, rural, etc. Es decir, un proceso la cabeza de la gente, sino que sirvieron como “vehí-
opuesto al de las escuelas nacionales (período de entre culos” para la interacción, para las prácticas que desa-
guerras) donde las sociedades o las culturas se tenían que rrollamos, para la comunicación, para marcar anticipa-
tomar como un todo estrechamente relacionado y donde damente una relación entre “nosotros y los otros”. A
no se podían separar las partes. Pero ahora, la especializa- decir de E. Leach, antropólogos y no antropólogos nos
ción permitía nuevamente la aplicación del método com- encontramos realizando la misma operación clasifica-
parativo. Así, por ejemplo, la Antropología política se toria:
dedicaba a establecer semejanzas y diferencias respecto a
las formas de dominación entre distintas culturas o a “Yo” me identifico a mí mismo con un colectivo “noso-
comparar distintos sistemas políticos. tros” que entonces se contrasta con algún “otro”. Lo que
Pero en esta etapa no sólo cambiaron el objeto y las nosotros somos, o lo que el “otro” es, dependerá del con-
teorías; también se sumaron nuevos “sujetos” de conoci- texto (...) En cualquier caso “nosotros” atribuimos cua-
miento: los antropólogos “nativos” que estudiaban sus lidades a los “otros”, de acuerdo con su relación para
propias sociedades. Esto, sin duda, introdujo nuevas pre- con nosotros mismos. Si el “otro” aparece como algo
guntas para la ciencia: muy remoto, se le considera benigno y se lo dota con los
atributos del “Paraíso”. En el extremo opuesto, el
¿Cómo es posible utilizar y cómo hay que transformar un “otro” puede ser algo tan a mano y tan relacionado con-
instrumento cognitivo creado originalmente para un pro- migo mismo, como mi señor, o mi igual, o mi subordi-
pósito determinado (el conocimiento de los otros desde el nado (...) Pero a mitad de camino entre el “otro” celes-
punto de vista del norte) para otro distinto? ¿Cuál es ese tialmente remoto y el “otro” próximo y predecible, hay
otro propósito? ¿Acaso la Antropología generada en los una tercera categoría que despierta un tipo de emoción
países del sur se encuentra limitada a ser una especie de so- totalmente distinta. Se trata del “otro” que estando
ciología nativa? (Krotz, 1993: 3). próximo es incierto. Todo aquello que está en mi en-
torno inmediato y fuera de mi control se convierte in-
Esto trajo problemas teóricos y epistemológicos: mediatamente en un germen de temor (1967: 50-51).
¿quién es ahora el otro? ¿dónde vemos lo distinto? Y una
respuesta posible fue establecer que era el antropólogo el Pero hay una cuarta categoría posible en esta clasifica-
que de manera consciente y metódica marcaba la distin- ción: el otro lejano e incierto. Y es sobre ella que se cons-
ción. Ya no era el “objeto” el distinto por sus caracterís- truyó la Antropología. El antropólogo se constituyó en
ticas propias, sino que el antropólogo construía la distin- “especialista” del otro lejano e incierto. Su tarea consistió
ción, lo extraño. Es éste el que distingue, desconoce, se en borrar la incertidumbre, en transformar eso exótico, en
“extraña”. Esto modificó la base de observación partici- cierto conocido.
pante e introdujo el “extrañamiento” como un recurso En el resto del libro daremos cuenta del modo en que
metodológico y como punto de partida necesario de toda están construidos estos tres modelos en las teorías antro-
investigación antropológica. pológicas –diferencia, diversidad, desigualdad– y de qué
Creemos que lo expuesto anteriormente sintetiza modo son aún utilizados.
una historia de cien años, pero las teorías construidas en
12
Constructores de Otredad
Bibliografía
ANDERSON, P., Tras las huellas del materialismo histórico, LEACH, E., Un mundo en explosión, Barcelona, Editorial
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CLASTRES, P., “Entre silencio y diálogo” en Pingaud, B. y MENÉNDEZ, E, “Definiciones, indefiniciones y pequeños
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FOLD, D.C. LOY y WRIGHT, E. OLI, “Recientes desarro- ——— Conferencia Inagural del VI Congreso Argentino
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——— La Otredad cultural entre Utopía y Ciencia, Mé- ciología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 1993.
xico, FCE, 2002.
13
ANGEL-B ESPINA BARRIO
Manual de Antropología Cultural
Introd. "Antropologías y Antropología"
Ediciones Abya-yala. Quito, 1996
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
Tema
2.
El
concepto
de
cultura
Danza
zulú.
Sudáfrica,
2007.
Foto:
Svdmolen.
Licencia:
CC
Atribución
3.0
2.1 Introducción
2.2 Planteamiento teórico
2.3 Definiciones de la cultura
2.4 El contenido de la cultura
2.5 Aspectos fundamentales de la cultura
2.6 Cultura vs. naturaleza
2.7 Características de la cultura
2.8 Etnocentrismo y relativismo cultural
2.9 Los universales de la cultura
2.10 El cambio cultural
Este capítulo se publica bajo licencia: Creative Commons 3.0 BY‐NC‐SA
1
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
2.1
Introducción
La
antropología
sociocultural
nació
con
el
propósito
de
estudiar
las
culturas
humanas
de
forma
comparada,
y
orientada
muy
específicamente
al
conocimiento
de
las
culturas
que
en
el
siglo
XIX
se
llamaban
primitivas.
De
hecho,
la
más
famosa
de
las
obras
de
E.
B.
Tylor,
escrita
en
1871,
se
titulaba
Cultura
Primitiva.
A
los
antropólogos
evolucionistas
les
llamaba
la
atención
la
existencia
de
culturas
muy
diversas
y,
siguiendo
el
paradigma
que
defendían,
trataban
de
ordenar
las
culturas
humanas,
graduándolas,
supuestamente,
desde
las
salvajes
hasta
las
civilizadas.
Estos
intelectuales
se
sienten
especialmente
atraídos
por
las
que
consideran
más
primitivas
porque
entienden
que
en
ellas
residen
los
orígenes
humanos,
el
punto
de
partida
de
toda
la
evolución
posterior.
En
su
análisis,
los
evolucionistas
situaban
a
las
culturas
occidentales
en
la
cúspide
de
todas
las
culturas.
Sin
embargo,
y
aun
corregidos
los
errores
de
los
evolucionistas,
persistieron
otros
con
posterioridad.
El
hecho
de
que
todas
las
culturas
hayan
sido
vistas
a
la
luz
de
las
occidentales
ha
sido
una
fuente
de
distorsiones
en
la
historia
de
la
ciencia
en
general,
y
de
la
antropología
en
particular.
En
lo
que
sabemos
en
el
presente,
así
como
las
plantas
y
los
animales
se
adaptan
al
medio
natural,
los
seres
humanos
y
algunos
animales
complementan
esta
adaptación
natural
con
otra
de
orden
cultural
que,
al
igual
que
la
biodiversidad,
es
la
clave
de
de
la
existencia
de
cuantas
culturas
han
florecido
y
florecen
sobre
el
Planeta.
Al
contrario
de
lo
que
pensaban
los
evolucionistas,
las
culturas
no
siguen
una
progresión
fija,
sino
que,
al
contrario,
innovan
e
incorporan
elementos
de
otras
culturas
que
las
hace
dar
inmensos
saltos
en
su
evolución
cultural.
El
crecimiento
de
los
medios
de
comunicación
y
de
los
medios
de
transporte
hace
que
la
interacción
entre
las
culturas
sea
sorprendente,
registrándose
una
tendencia
progresiva
a
favor
de
la
igualación.
Las
diferencias
existentes
en
la
actualidad
entre
culturas
muy
distantes
se
han
reducido
a
la
mínima
expresión,
lo
cual
explica
la
desaparición
creciente
de
las
lenguas
y
las
culturas
minoritarias.
2.2
Planteamiento
teórico
Cultura
significaba
entre
los
latinos
“cultivo”
o
“cuidado”,
y
Catón
empleó
el
término
en
referencia
al
campo
(“agri‐cultura”).
Valiéndose
de
la
idea
de
“cultivo
de
la
tierra”
o
agricultura,
Cicerón
utiliza
la
metáfora
de
cultura
animi,
es
decir,
“cultivo
del
alma”,
que
nos
aproxima
un
tanto
al
sentido
que,
en
la
actualidad,
tiene
el
término
en
las
lenguas
occidentales.
De
todas
formas,
el
sentido
más
característico
del
término
en
época
clásica
era
el
referido
al
campo.
Realmente,
el
sentido
del
término
latino,
tal
como
se
ha
explicado,
continuó
estando
vigente
hasta
el
siglo
XVIII,
sin
otra
significación.
A
lo
largo
de
toda
la
Edad
Media,
la
cultura
había
tenido
connotaciones
agrarias.
Pero
en
el
siglo
XVIII
se
gesta
una
significación
que
será
corroborada
con
el
nacimiento
de
las
ciencias
sociales
en
el
siglo
XIX,
cuando
el
concepto
pasa
a
tener
un
significado
diferente,
aunque
inspirado
en
su
viejo
sentido
de
“cultivo
del
alma”
o
“cultivo
del
espíritu”.
Los
ilustrados,
y
particularmente
Rousseau
en
trabajos
como
El
Emilio
(1762),
utilizaron
el
concepto
de
cultura
como
educación
del
individuo,
e
igualmente
Fichte
(Bildung)
en
Los
discursos
a
la
nación
alemana
utilizaría
el
término
a
comienzos
del
siglo
XIX
en
este
sentido.
Este
último
relaciona
la
formación
individual
con
su
pertenencia
a
una
comunidad
(la
nación
alemana).
Nótese
que
la
cultura
hasta
este
momento
tiene
una
dimensión
básicamente
subjetiva,
entendida
como
cultivo
de
un
individuo
o
como
cultivo
de
un
conjunto
de
individuos
que
forman
un
pueblo.
Antes
del
siglo
XVIII,
éste
fue
el
único
significado
de
la
cultura.
Sin
embargo,
poco
a
poco,
desde
una
significación
subjetiva
de
cultura,
se
pasa
a
otra
objetiva
que
ya
se
anticipa
en
el
siglo
XVIII
en
el
ámbito
francés,
como
civilización,
y
en
el
ámbito
alemán,
como
kultur.
2
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
La
civilización
remite
a
una
idea
refinamiento
y
de
educación
del
individuo
y
tiene
un
sentido
de
progreso,
que
se
adelanta
al
evolucionismo:
los
individuos
más
refinados
son
los
habitantes
de
la
ciudad,
de
la
civitas.
El
vocablo
alemán
kultur
se
refiere
más
al
conjunto
de
atributos
que
particularizan
a
una
comunidad,
como
producto
del
paso
del
tiempo
o
como
formación
histórica
que
deviene
en
espíritu
nacional
o
Volkgeist.
Éste
es
un
concepto
más
parecido
al
actual,
y
con
algunas
modificaciones
será
objeto
de
atención
por
parte
de
las
ciencias
sociales
del
siglo
XIX.
Poco
a
poco,
en
Alemania
se
va
forjando
la
necesidad
de
conocer
la
cultura
del
pueblo,
Volkskunde,
en
sus
múltiples
dimensiones:
lengua,
creencias,
costumbres,
tradiciones,
etc.
La
certeza
de
la
existencia
de
la
cultura
objetiva
sería
la
auténtica
novedad
a
partir
del
siglo
XVIII
y
la
que
mueva
al
nacimiento
de
la
antropología
decimonónica.
Los
seres
humanos
están
envueltos
y
condicionados
por
lo
que
la
filosofía
alemana
denomina
el
"espíritu
popular",
ése
que
proporciona
una
identidad
grupal
y
social
o,
si
se
quiere,
una
realidad
colectiva.
En
realidad,
la
antropología
es
una
ciencia
de
la
cultura
que,
dependiendo
de
sus
enfoques,
ha
tenido
y
tiene
diferentes
denominaciones.
Los
que
vieron
la
ciencia
de
la
cultura
como
descripción
de
una
identidad
particular,
como
expresión
de
lo
que
diferencia
a
un
pueblo
de
otros,
la
denominaron
etnografía.
Otros
percibieron
la
ciencia
de
la
cultura
como
análisis
comparado
de
las
culturas
y
prefirieron
denominarla
etnología.
Y
los
que
vieron
la
ciencia
de
la
cultura
como
un
análisis
superior
de
todos
los
datos
proporcionados
por
la
observación
científica
acerca
del
ser
humano
llamaron
a
la
ciencia
de
la
cultura
antropología,
tal
como
se
explicaba
en
el
tema
primero.
En
este
caso,
el
ser
humano
es
analizado
en
cualquier
contexto
social,
pero
siempre
comparativamente,
resultando
como
producto
final
la
captación
científica
de
una
cultura
particular,
o
bien
la
cultura
humana
universalmente
entendida
(como
Cultura).
Recordemos
que
fue
C.
Lévi‐Strauss
quien
propuso
la
armonización
de
estos
términos,
concibiéndolos
como
escalones
metodológicos
que
permiten
la
construcción
de
la
teoría
antropológica.
De
hecho,
el
término
cultura
ha
definido
a
la
antropología
que
hoy
denominamos
social
desde
sus
orígenes
decimonónicos.
En
efecto,
los
primeros
antropólogos,
a
mediados
del
siglo
XIX,
se
valen
del
término
“cultura”
para
definir
el
objeto
primordial
de
su
trabajo.
Entre
los
primeros
antropólogos
ingleses,
y
Tylor
es
un
buen
ejemplo,
late
la
idea
de
la
antropología
como
estudio
comparado
de
las
culturas.
Por
el
contrario,
en
el
resto
de
las
ciencias
sociales,
el
término
“cultura”
está
mucho
menos
presente
y,
generalmente,
por
influencia
de
la
antropología.
Aunque
en
el
transcurso
del
tiempo
las
ciencias
sociales
han
unificado
conceptos
y,
en
ocasiones,
han
acercado
enfoques,
la
sociología,
por
ejemplo,
y
a
pesar
de
sus
orígenes
comunes
con
la
antropología,
empleó
mucho
más
el
de
sociedad.
Ciertamente,
y
con
todas
las
cautelas
necesarias,
podemos
emplear
ambos
términos,
el
de
cultura
y
el
de
sociedad,
como
sinónimos,
salvo
excepciones,
como
veremos
posteriormente.
2.3
Definiciones
de
la
cultura
Fue,
precisamente,
E.
B.
Tylor
quien
acuñó
una
de
las
definiciones
más
clásicas
de
la
cultura,
y
ya
con
el
sentido
que
tiene
hoy,
en
1871,
en
Cultura
Primitiva:
"La
cultura
o
civilización,
en
sentido
etnográfico
amplio,
es
ese
todo
complejo
que
incluye
el
conocimiento,
las
creencias,
el
arte,
la
moral,
el
derecho,
las
costumbres
y
cualesquiera
otros
hábitos
y
capacidades
adquiridos
por
el
hombre
en
cuanto
miembro
de
una
sociedad".
La
definición,
descriptiva
y
minuciosa
de
Tylor
ha
sobrevivido
a
la
superación
de
las
tesis
evolucionistas,
debido
a
la
precisión
que
encierra
la
misma,
pero
también
como
consecuencia
de
su
racionalismo.
Tras
ella
se
encuentran
los
postulados
de
la
antropología
filosófica
alemana
de
mediados
del
siglo
XIX,
y
especialmente
los
de
G.
Klem.
No
obstante,
y
ciertamente,
el
texto
se
encuentra
anclado
en
el
ámbito
de
las
doctrinas
evolucionistas
propias
de
la
adscripción
de
su
autor
y,
asimismo,
3
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
en
el
tiempo
en
que
fue
escrito
aquél.
Tal
contexto
es
el
de
la
unidad
cultural
de
la
humanidad,
y
las
distintas
culturas
que
se
descubren
en
la
misma
no
son
otra
cosa
que
el
reflejo
de
los
diferentes
estadios
que
la
sociedad
ha
de
atravesar
en
su
evolución.
En
la
definición
de
Tylor
se
enfatiza,
por
una
parte,
la
noción
de
totalidad
que
caracteriza
a
la
cultura,
mientras
que,
por
otra
parte,
se
desciende
a
la
composición
de
la
misma
al
referirse
a
las
partes
que
la
integran.
El
significado
de
cada
una
de
éstas
resultaba
capital
en
el
planteamiento
de
E.
B.
Tylor,
puesto
que,
a
partir
de
su
concreción,
se
podrían
rastrear
aquéllos
elementos
que
constituyeran
"supervivencias"
del
pasado
salvaje,
en
rima
con
el
paradigma
evolucionista
que
defendía.
La
crítica
a
que
fueron
sometidas
las
ideas
del
evolucionismo
unilineal
por
parte
del
culturalismo
de
F.
Boas
subrayó
el
carácter
particular
de
cada
cultura
en
el
ámbito
de
la
diversidad
cultural.
F.
Boas
desarrolla
una
tesis
que
contradice
no
sólo
las
tesis
del
evolucionismo,
al
uso
entonces,
sino
también
las
propias
de
los
intelectuales
alemanes,
que
habían
inspirado
su
formación,
basadas
en
el
Volkgeist.
Cada
culutra,
nos
dirá,
es
el
resultado
de
unas
condiciones
naturales
e
históricas
que,
sin
embargo,
no
son
determinantes.
La
idea
de
Boas
sobre
la
cultura
se
halla
contenida
en
la
siguiente
definición:
"Puede
definirse
la
cultura
como
la
totalidad
de
las
reacciones
y
actividades
mentales
y
físicas
que
caracterizan
la
conducta
de
los
individuos
componentes
de
un
grupo
social,
colectiva
e
individualmente,
en
relación
a
su
ambiente
natural,
a
otros
grupos,
a
miembros
del
mismo
grupo,
y
de
cada
individuo
hacia
sí
mismo.
También
incluye
los
productos
de
estas
actividades
y
su
función
en
la
vida
de
los
grupos"
(F.
Boas,
The
Mind
of
Primitive
Man,
1938).
Ese
escepticismo
de
F.
Boas
en
la
búsqueda
de
leyes
en
el
campo
de
las
ciencias
sociales,
tal
vez
consecuente
a
su
formación
en
el
campo
de
las
ciencias
experimentales,
alcanzaba
incluso
a
la
historia
a
la
que
él
parecía
prestar
especial
atención.
Precisamente,
si
su
interés
por
los
procesos
históricos
de
la
cultura
le
aproximaba,
aunque
fuera
mínimamente,
a
los
evolucionistas,
su
visión
particularista
y
relativista
le
distanciaba
considerablemente
de
los
mismos.
Toda
la
obra
de
Boas
está
recorrida
por
su
profundo
relativismo
cultural.
Esta
concepción
marcadamente
empírica
de
la
cultura,
que
tan
bien
se
percibe
en
la
obra
de
F.
Boas,
está
igualmente
presente
en
el
pensamiento
de
algunos
de
sus
discípulos,
cual
es
el
caso
de
R.
Benedict
y
C.
Kluckhohn,
esto
es,
en
los
llamados
configuracionistas.
R.
Beneditct
pone
el
acento
en
la
condición
selectiva
de
la
cultura,
al
entender
que
ésta
se
ajusta
a
una
elección
entre
las
innumerables
posibilidades
que
se
le
ofrecen,
dando
lugar
a
que
cada
cultura
presente
un
perfil
determinado
y
singular.
Es,
justamente,
ella
quien
introduce
los
conceptos
asociados
de
"pauta
de
cultura"
y
de
"rasgo
cultural",
obedeciendo
este
último
a
cada
una
de
las
unidades
que
en
su
conjunto
conforman
la
"pauta
de
cultura".
Constituyen
estas
pautas
el
epicentro
de
las
culturas,
en
torno
al
cual
se
ordenan
los
principios
más
relevantes
de
las
mismas
(R.
Benedict,
1934).
Esta
misma
idea
se
halla
presente
en
la
teoría
de
C.
Kluckhohn,
si
acaso
con
una
precisión
mayor,
en
tanto
que,
a
propósito,
distingue
entre
"pautas
evidentes",
que
hacen
referencia
a
las
normas
específicas
del
comportamiento,
y
"configuraciones",
que
son
los
principios
ocultos
que
rigen
la
cultura,
entendida
ésta
de
manera
abstracta
(C.
Kluckhohn,
1952:
388‐433).
La
importancia
que
adquieren
estos
principios
es
lo
que
le
conduce
a
preconizar
una
concepción
global
de
la
cultura
que
es
necesario
comprender.
Por
el
contrario,
otros
discípulos
de
F.
Boas
adoptaron
posturas
ajenas
a
una
interpretación
psíquica
de
la
cultura,
libre
de
cualquier
condicionamiento
individualista.
Uno
de
éstos
fue
A.
Kroeber,
según
el
cual
los
fenómenos
culturales
responden
a
una
lógica
propia,
en
la
cual
el
individuo
se
halla
4
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
incapacitado
para
intervenir,
en
cuanto
se
halla
fuera
del
alcance
de
su
voluntad:
el
sujeto
por
sí
mismo
no
construye
el
proyecto,
sino
que
el
mismo
le
es
dado
a
través
de
la
herencia
social.
Por
todo
ello,
A.
Kroeber
eleva
la
cultura
a
la
categoría
de
fenómeno
supraorgánico,
de
suerte
que
su
perspectiva
traspone
la
concepción
meramente
biológica.
A
tenor
de
esta
idea,
Kroeber
recluye
la
antropología
en
los
límites
de
la
descripción
de
la
conducta
social,
por
encima
de
la
percepción
individual,
en
tanto
que
el
contenido
de
la
cultura
supera
a
los
propios
actores
de
la
misma
(A.
Kroeber,
1952:
119;
1917:
79):
"Todo
lo
social
sólo
puede
tener
existencia
gracias
a
la
mente.
Por
supuesto,
la
civilización
no
es
en
sí
misma
una
acción
mental;
la
transportan
los
hombres,
sin
que
esté
en
ellos.
Pero
su
relación
con
la
mente,
su
absoluto
enraizamiento
en
la
facultad
humana
es
obvia".
Ha
de
añadirse
que
A.
Kroeber
valoraba
de
forma
similar
los
distintos
rasgos
componentes
de
la
cultura,
sin
conceder
primacía
a
ninguno
de
ellos.
Por
eso,
la
posición
de
quien
tal
vez
sea
su
discípulo
más
consecuente,
L.
White,
resulta
bien
distinta
en
muchos
aspectos.
Efectivamente,
L.
White
atiende
más
a
la
cultura
universal
que
a
la
cultura
en
particular,
destacando
la
combinación
autónoma
de
los
distintos
rasgos
que
la
componen,
hasta
el
extremo
de
subrayar
la
profunda
influencia
que
la
cultura
ejerce
sobre
la
conducta
individual
del
hombre
y
la
impotencia
de
éste
para
controlarla.
Sin
embargo,
junto
a
su
manifiesta
defensa
de
la
cualidad
suprabiológica
o
supraorgánica
de
la
cultura,
se
halla
otra
defensa
no
menos
acusada
del
sometimiento
de
los
distintos
componentes
de
la
cultura
al
factor
tecnológico.
En
la
compilación
que
A.
Kroeber
y
C.
Kluckhohn
(Culture.
A
Critical
Review
of
Concepts
and
Definitions)
llevaron
a
efecto
hace
alguna
décadas
(1952),
después
de
pasar
revista
a
varios
cientos
de
definiciones,
ofrecen
la
siguiente
a
modo
de
síntesis
de
todas
ellas:
"La
cultura
consiste
en
patrones
de
comportamiento,
explícitos
e
implícitos;
adquiridos
y
transmitidos
mediante
símbolos,
que
constituyen
los
logros
distintivos
de
los
grupos
humanos,
incluyendo
su
plasmación
en
utensilios.
El
núcleo
esencial
de
la
cultura
se
compone
de
ideas
tradicionales
(es
decir,
históricamente
obtenidas
y
seleccionadas)
y,
sobre
todo,
de
sus
valores
asociados…”".
Si
en
Norteamérica
los
movimientos
boasianos
y
postboasianos
representaron,
en
general,
una
réplica
al
evolucionismo
unilineal,
en
el
Reino
Unido
esta
contestación
provino
del
funcionalismo,
como
corriente
característicamente
británica.
El
arranque
teórico
del
funcionalismo
hay
que
rastrearlo
en
la
escuela
sociológica
francesa,
y
particularmente
en
el
pensamiento
de
E.
Durkheim,
lo
cual
explica
no
sólo
el
acercamiento
de
la
antropología
a
la
sociología
por
parte
de
los
integrantes
del
movimiento,
es
decir,
de
Malinowski
y
Radcliffe‐Brown,
sino
también
el
hecho
de
que
la
sociedad,
y
no
la
cultura,
se
convirtiera
en
el
objeto
determinante
de
sus
estudios,
por
más
que
se
trate
de
un
dualismo
más
aparente
que
real.
El
funcionalismo,
en
sentido
estricto,
aflora
con
la
obra
de
B.
Malinowski,
quien
sin
menoscabo
del
sustento
teórico
de
la
escuela
sociológica
francesa,
y
en
consecuencia
sin
renunciar
a
la
vertiente
profundamente
social,
acusa
el
significado
de
la
cultura
como
expresión
ineludible
de
las
distintas
funciones
sociales.
Una
cultura
que,
por
otro
lado,
se
halla
sometida
a
una
constante
interacción
con
las
necesidades
naturales:
“Estos
problemas
surgen
del
hecho
de
tener
el
hombre
un
cuerpo
sujeto
a
varias
necesidades
orgánicas
y
de
vivir
en
un
ambiente
natural
que
es
su
mejor
amigo,
pues
lo
provee
de
materias
primas
para
sus
artefactos,
aunque
es
también
peligroso
enemigo,
en
el
sentido
de
que
abriga
muchas
fuerzas
hostiles”
(Una
teoría
científica
de
la
cultura,
1944).
En
la
interpretación
de
B.
Malinowski,
la
cultura
viene
a
constituirse
en
una
respuesta
a
las
necesidades
elementales
del
hombre
‐alimentación,
reproducción,
etc.‐,
dando
lugar
a
un
especie
de
medio
secundario
cuyos
imperativos
resultan
tan
apremiantes
como
las
propias
necesidades
naturales.
Según
señala
Malinowski
en
la
obra
que
se
acaba
de
citar,
la
cultura
de
los
seres
humanos
está
indefectiblemente
unida
a
la
necesidad.
Es
esta
última
la
que
conduce
a
la
organización,
la
cual,
a
su
vez,
precisa
de
instituciones.
Todas
las
grandes
necesidades
del
ser
humano
(refugio,
alimento,
5
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
satisfacción
sexual,
etc.),
en
cualquier
cultura,
se
resuelven
mediante
la
existencia
de
las
correspondientes
instituciones.
Por
otro
lado,
no
ha
sido
la
escuela
funcionalista
británica
la
única
que
ha
tomado
como
referencia
los
enunciados
de
la
escuela
sociológica
francesa.
El
estructuralismo,
y
a
su
frente
C.
Lévi‐Strauss,
representa
a
otro
de
los
movimientos
herederos
de
la
misma,
en
cuya
orientación
se
percibe,
asimismo,
una
notable
influencia
de
la
linguística,
que
da
como
resultado
un
destacado
interés
por
la
semiología,
es
decir,
por
los
signos
de
la
vida
social,
y
en
última
instancia
por
la
estructura
que
ésta
denota,
frente
al
funcionalismo
británico
más
preocupado
por
captar
el
fin
o
la
función
de
la
vida
social.
En
otro
sentido,
la
influencia
de
los
aspectos
linguísticos
que
se
advertía
en
la
obra
de
C.
Lévi‐Strauss,
queda
denotada
también
en
la
de
W.
Goodenough,
al
interesarse
por
lo
que
él
llama
gramática
de
la
cultura,
que
es
la
que
permite
la
interpretación
de
las
reglas
que
rigen
los
fenómenos
sociológicos.
La
tarea
del
antropólogo
consiste
en
aprehender
esas
reglas
que
residen
en
la
mente
de
los
miembros
de
la
sociedad
estudiada,
y
no
propiamente
en
sus
actos,
lo
cual
da
lugar
a
un
problema
de
índole
epistemológico
que
ya
había
sido
advertido
al
tratar
de
la
concepción
de
la
cultura
en
los
superorganicistas,
en
tanto
que
sólo
adquieren
validez
los
hechos
significativos
que
son
susceptibles
de
percepción.
La
antropología
social
queda
así
definida
con
un
carácter
interpretativo
o
hermeneútico
que
intenta
abarcar
la
experiencia
humana.
La
antropología
viene
a
ser
una
descripción
densa
(C.
Geertz,
La
interpretación
de
las
culturas,
1973),
mientras
que
la
cultura
hace
referencia
a
un
sistema
de
símbolos
y
significados
compartidos
por
los
actores
sociales
que
son
los
conductores
de
aquélla.
W.
Goodenough
viene
a
decir
que
el
objetivo
de
una
descripción
etnográfica
es
hacer
posible
al
lector
la
captación
de
los
conceptos
necesarios
para
poder
comprender
la
cultura
descrita,
al
igual
que
el
conocimiento
de
una
gramática
determinada
le
permitiría
aprender
a
hacer
uso
de
una
lengua.
Resulta
muy
jugoso,
al
respecto,
el
comentario
de
Goodenough
sobre
la
dificultad
por
parte
del
antropólogo
para
captar
una
cultura,
debido
a
que
la
gente
viola
constantemente
las
normas
de
la
cultura.
2.4
El
contenido
de
la
cultura
Existe
un
número
importante
de
antropólogos
que
entienden
que
la
cultura
se
compone
de
ideas
o
de
modelos
cognitivos,
y
no
de
objetos
materiales.
Así,
antropólogos
como
B.
Malinowski,
R.
Benedict,
R.
Linton
o
P.
Murdock
perciben
los
objetos
materiales
como
parte
del
entorno
de
la
vida
social,
pero
no
como
el
núcleo
de
la
cultura.
Lo
que
ellos
denominan
cultura
incluye
las
pautas
de
comportamiento,
los
valores
y
las
creencias
de
una
sociedad.
Sociedad
y
cultura
sería
términos
correlativos.
Por
tanto,
estos
antropólogos,
que
no
son
pocos,
no
incluyen
a
la
cultura
material
en
el
concepto
de
cultura.
Es
evidente
que
los
antropólogos
que
excluyen
a
las
cosas
materiales
de
la
cultura
piensan
que
los
modelos
cognitivos
de
una
sociedad
son
los
que
crean
las
cosas
materiales
y,
por
tanto,
estas
últimas
son
secundarias.
Sin
embargo,
es
verdad
que
en
las
sociedades
técnicamente
avanzadas,
las
cosas
materiales
nacidas
de
la
cultura,
acaban,
a
su
vez,
modificando
la
totalidad
de
la
cultura
porque
alimentan
nuevos
valores,
a
la
vez
que
modifican
otros.
En
todo
caso,
la
cultura
incluye
normas,
valores
y
creencias.
Complementariamente,
la
cultura
incluye
expresiones
tangibles
que
integran
la
llamanda
cultural
material.
No
cabe
duda
que
cualquier
artefacto
o
construcción
material
es
producto
de
unas
ideas.
Las
sociedades
logran
innovaciones
materiales
gracias
a
que
se
producen
cambios
en
las
ideas.
Para
entender
lo
dicho,
baste
añadir
que
sólo
la
conjunción
de
muchas
innovaciones,
desde
los
años
ochenta
del
siglo
XIX
al
menos,
hicieron
posible
en
los
años
treinta
la
transmisión
de
imágenes
gracias
a
la
televisión.
La
televisión
era
el
fruto
de
muchas
ideas
que
habían
ido
haciendo
eclosión
en
el
seno
6
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
de
las
sociedades
occidentales.
Ahora
bien,
la
televisión,
a
su
vez,
modificó
la
cultura
occidental,
empezando
por
las
costumbres
familiares.
Por
tanto,
la
cultura
material
hace
referencia
al
mundo
de
los
objetos,
y
es
tangible
por
tanto,
mientras
que
la
cultura
no
material
es
intangible.
Esta
última,
dotada
de
una
gran
amplitud,
contiene
la
esencia
de
la
percepción
del
mundo
y
de
las
cosas
que
tiene
una
sociedad.
La
cultura,
en
todas
sus
dimensiones,
se
construye
diacrónicamente,
por
lo
que
remite
constantemente
a
una
tradición.
Ahora
bien,
en
un
mundo
globalizado
como
el
nuestro
los
préstamos
culturales,
procedentes
de
otras
culturas,
ocupan
una
parte
cada
vez
mayor.
Es
evidente
que
los
objetos
materiales
que
utiliza
una
sociedad
son
la
expresión
de
sus
valores.
Por
supuesto,
las
ideas
éticas
y
las
ideas
estéticas,
cuando
cambian
producen
transformaciones
en
la
cultura
material.
La
tecnología
es
la
expresión
palmaria
de
la
cultura
material,
entendiendo
por
tal
el
conocimiento
aplicado
al
mundo
tangible
que
emplea
una
sociedad
para
vivir.
La
rápida
evolución
de
las
ideas
ha
provocado
una
progresión
tecnológica
imparable
en
Occidente,
pero
eso
no
significa
que
otras
sociedades,
por
muy
elemental
que
sea
su
vida,
carezcan
de
tecnología.
Es
evidente,
por
otro
lado,
que
la
generalización
de
los
elementos
tecnológicos
es
lo
que
hace
que
formen
parte
de
la
cultura
de
una
sociedad.
Hasta
que
esto
no
sucede,
puede
decirse
que
son
logros
individuales
antes
que
colectivos.
Hemos
dicho
que
el
núcleo
de
la
cultura
contiene
normas,
valores
y
creencias.
Las
normas
son
reglas
que
regulan
la
conducta
de
los
miembros
de
la
sociedad.
Son
reglas
de
muchos
tipos:
legales,
consuetudinarias,
morales,
religiosas,
etc.
Algunas
de
estas
reglas
son
comunes
a
muchas
sociedades,
pero
otras
son
específicas.
También
hay
reglas
que
están
presentes
en
todos
los
ámbitos
de
la
cultura,
de
modo
que
son
al
mismo
tiempo
reglas
morales,
religiosas,
legales,
etc.
No
todas
las
reglas
obligan
por
igual.
Las
reglas
legales
entrañan
obligaciones
rígidas,
mientras
que
las
costumbres
comportan
adhesiones
emocionales
más
discretas.
Sin
embargo,
hay
costumbres
que
pueden
estar
respaldas
por
una
coacción
importante
y
su
vulneración
puede
provocar
la
marginación.
Los
valores
de
una
sociedad
son
modelos
culturalmente
definidos,
por
medio
de
los
cuales
las
personas
que
integran
una
cultura
realizan
evaluaciones,
en
una
escala
que
va
desde
lo
que
es
deseable
hasta
lo
que
carece
de
valor.
Muchos
de
estos
valores
se
interiorizan
desde
el
nacimiento
en
la
cultura
en
la
que
se
nace
y
el
individuo
apenas
tiene
conciencia
de
la
importancia
de
los
mismos.
La
importancia
de
los
valores
de
una
sociedad
es
extraordinaria:
es
la
guía
de
los
comportamientos
individuales
y
colectivos
y,
por
eso,
resultan
insalvables
en
la
vida
cotidiana.
Las
normas
y
los
valores
son
la
fuente
de
los
patrones
ideales
de
una
sociedad.
Por
patrones
ideales
entendemos
los
conjuntos
de
ideas
(ideales)
que
indican
los
códigos
de
conducta
preferidos
en
cada
momento.
Las
sociedades
tienen
patrones
ideales,
a
menudo
respondiendo
a
tradiciones
sociales
que,
aunque
no
se
respeten,
se
consideran
preferidos.
Frente
a
los
patrones
ideales
están
los
reales,
que
indican,
no
lo
que
el
individuo
debiera
hacer,
sino
lo
que
realmente
hace
por
lo
general.
La
cultura
se
compone
también
de
creencias.
Las
creencias
están
compuestas
de
enunciados
específicos
acerca
del
mundo
y
de
las
cosas,
no
verificables,
que
se
consideran
ciertas.
Las
creencias
y
la
ideología
comportan
las
dos
dimensiones
fundamentales
de
la
llamada
cultura
inmaterial.
Ambas
proporcionan
la
weltanschauung
o
cosmovisidón
del
individuo.
Las
creencias
en
lo
sobrenatural
son
comunes
a
todas
las
culturas
y
se
presentan
bajo
diversas
formas,
siendo
las
esenciales
la
magia
y
la
religión,
las
cuales,
por
cierto,
se
hallan
frecuentemente
unidas.
Las
creencias,
por
otro
lado,
son
fuentes
motrices
de
los
valores,
puesto
que
orientan
las
valoraciones
modélicas
de
las
sociedades,
trascendiendo
las
propias
creencias.
En
las
modernas
sociedades
occidentales
es
frecuente
que
normas,
valores
y
creencias
entren
en
conflicto,
dado
que
son
sociedades
en
permanente
cambio,
que
incorporan
elementos
de
otras
7
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
culturas
de
forma
constante.
Los
procesos
de
cambio
dan
lugar
a
inconsistencias
valorativas
que
son
causas
de
crisis
generales
dentro
de
las
culturas.
En
las
sociedades
más
tradicionales
la
coherencia
de
las
normas,
los
valores
y
las
creencias
suele
ser
acusada.
En
todo
caso,
cualquier
cultura
añade
cambios
generados
internamente
o
tomados
de
otras
culturas.
Las
variaciones
en
las
culturas
se
producen
por
suma
de
modificaciones
individuales
de
las
conductas.
En
las
culturas
muy
dinámicas,
como
las
modernas
occidentales,
los
cambios
son
constantes.
Sin
embargo,
estas
culturas,
como
otras
culturas,
controlan
los
cambios
mediante
el
establecimiento
de
limitaciones
muy
diversas.
Curiosamente,
en
este
caso,
normas
no
legales
pueden
constituir
claras
limitaciones.
Las
normas
no
legales,
de
índole
tradicional,
actúan
como
limitadoras
de
los
cambios.
Unas
veces
estas
limitaciones
son
directas
y
otras
veces
indirectas.
Mientras
que
las
limitaciones
directas
nos
dicen
de
manera
más
o
menos
explícitas
lo
que
debemos
o
no
debemos
hacer
(la
asistencia
a
determinados
actos
requiere
invitación),
las
limitaciones
indirectas
nos
sugieren
implícitamente
una
actitud
(en
los
actos
a
los
que
soy
invitado,
se
espera
de
mí
un
determinado
comportamiento).
No
hace
falta
añadir
que
la
transgresión
más
o
menos
constante
de
las
limitaciones
culturales
hace
que
las
culturas
cambien.
Nuestras
ideas
acerca
de
los
comportamientos
individuales
y
colectivos
en
la
actualidad
son
bien
diferentes
de
las
de
nuestros
padres
y,
más
aún,
de
las
de
nuestros
abuelos.
Así
como
en
las
sociedades
tradicionales
las
personas
visten
de
manera
similar
en
el
transcurso
del
tiempo,
en
las
nuestras
la
moda
introduce
innovaciones
que
acaban
por
distorsionar
la
diferencia
entre
la
vestimenta
formal
y
la
informal,
por
ejemplo.
2.5
Aspectos
fundamentales
de
la
cultura
La
cultura
está
compuesta
por
símbolos.
Precisamente,
la
capacidad
del
ser
humano
para
simbolizar
lo
ha
convertido
en
un
animal
superior
y
le
ha
permitido
agrandar
su
cultura
incesantemente.
Los
gestos,
las
palabras,
las
actitudes,
etc.
son
simbólicos.
El
significado
de
los
símbolos
depende
de
cada
cultura,
esto
es,
del
consenso
existente
en
cada
cultura
respecto
a
los
significados.
Lo
que
hacen
los
miembros
de
una
sociedad
es
descodificar
constantemente
los
signos
que
perciben,
a
fin
de
dotar
a
los
mismos
de
significados.
A
la
imposibilidad
de
interpretar
los
símbolos
en
una
cultura
distinta
de
la
propia
se
la
denomina
“choque
cultural”.
Si
bien
cuando
vivimos
en
una
cultura
dada
no
pensamos
acerca
de
los
significados
de
los
símbolos
que
nos
rodean,
cuando
viajamos
o
entramos
en
contacto
con
gentes
de
otras
culturas,
experimentamos
lo
que
se
denomina
“choque
cultural”.
Ciertamente
que
hay
símbolos
universales
que
nos
permiten
alcanzar
niveles
mínimos
de
comunicación,
pero
no
es
menos
cierto
que
cada
cultura,
en
general,
posee
sus
propios
símbolos.
En
ocasiones,
idénticos
símbolos
tienen
significados
diferentes,
incluso
en
la
misma
cultura,
dependiendo
de
la
interpretación
que
hacen
las
personas
de
acuerdo
con
la
edad,
el
sexo,
la
clase
social,
la
etnia,
la
religión,
etc.
También
es
frecuente
que
los
grupos
sociales
intenten
apoderarse
de
los
símbolos
y,
como
consecuencia,
un
símbolo
determinado
pasa,
progresivamente,
a
tener
un
significado
del
que
antes
no
estaba
dotado.
Un
coche
excelente
puede
significar
la
identificación
del
usuario
con
una
tecnología
admirable,
pero
también
la
insensibilidad
de
dicho
usuario
ante
el
drama
de
la
pobreza
en
el
mundo.
Por
tanto,
el
ser
humano
se
mueve
en
entornos
simbólicos
por
entero.
En
casi
todas
las
culturas
la
indumentaria
proporciona
información
sobre
el
sexo
y
la
edad
de
quien
la
porta.
En
algunas,
incluso,
indica
el
estado
civil
y
otros
datos
de
la
persona.
El
integrante
de
una
sociedad
que
tiene
un
buen
conocimiento
de
su
cultura
es
capaz
de
entender
la
mayor
parte
de
los
símbolos
empleados,
lo
cual
le
facilita
la
interacción
y
la
consecución
de
sus
8
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
objetivos.
Además,
la
sociedad
gratifica
a
las
personas
más
integradas
en
su
seno,
facilitando
el
acceso
de
las
mismas
a
los
centros
de
decisión.
Ahora
bien,
toda
cultura
reclama
la
lealtad
hacia
sus
símbolos
de
parte
de
quienes
participan
de
la
misma.
En
ocasiones
se
producen
exacerbaciones
de
estas
peticiones
de
lealtad.
Hay
otro
aspecto
inseparable
de
la
cultura,
y
expresión
misma
del
simbolismo,
que
es
el
lenguaje.
Todos
los
seres
humanos
en
condiciones
normales
usan
el
lenguaje
hablado,
como
conjuntos
de
símbolos
dotados
de
significados.
Aunque
hay
muchas
familias
de
lenguas
en
el
mundo,
las
distancias
entre
los
símbolos
que
las
forman
a
menudo
son
apreciables,
debido
a
que
la
lengua
es
la
sustancia
de
la
identidad
del
grupo.
Por
eso,
éste
intenta
mantenerla,
ya
que
al
hacerlo
conserva
la
diferencia
que
alimenta
su
identidad.
Por
otro
lado,
hay
muchas
sociedades
en
el
mundo
que
también
emplean
lenguaje
escrito,
constituido,
asimismo,
por
símbolos.
Acabamos
de
señalar
que
el
lenguaje
hablado
y
el
escrito
son
atribuciones
propiamente
humanas.
Algunos
animales
cercanos
al
ser
humano,
como
los
póngidos,
poseen
formas
de
comunicación,
pero
no
lenguaje
hablado
o
escrito.
El
lenguaje
permite
la
comunicación
y
facilita
el
hecho
de
que
los
conocimientos
almacenados
en
el
cerebro
de
las
personas
sean
transmitidos
a
los
cerebros
de
otras
personas.
De
este
modo,
los
seres
humanos
comparten
experiencias
y
proyectos.
La
singular
agilidad
del
lenguaje
humano
permite
que
las
ideas
y
las
llamadas
de
atención
corran
con
gran
rapidez
en
la
comunicación
interpersonal.
Es
por
ello
que
el
lenguaje
es
la
clave
de
la
reproducción
cultural.
Aún
son
muchas
las
culturas
de
tradición
oral
existentes
en
el
mundo.
Incluso,
en
algunas
en
las
que
está
presente
la
comunicación
escrita,
la
tradición
oral
posee
una
gran
fortaleza.
En
las
culturas
europeas
existen
dichos
y
refranes,
así
como
costumbres,
que
se
han
transmitido
oralmente.
Naturalmente,
en
Europa
la
tradición
oral
formó
parte
de
la
pequeña
comunidad
hasta
que,
sobre
todo
a
partir
siglo
XIX,
se
inicia
el
fenómeno
urbanizador
a
gran
escala.
En
la
ciudad
la
tradición
oral
pierde
efectividad.
Es
obvio
que
la
cultura
influye
sobre
el
lenguaje.
Los
pueblos
pastoriles
poseen
muchos
términos
referidos
a
esta
actividad.
Sin
embargo,
algunos
antropólogos
estuvieron
pronto
convencidos
de
que
también
el
lenguaje
condiciona
la
manera
de
ver
el
mundo.
Bien
conocida
es
al
respecto
la
hipótesis
de
Sapir‐Whorf,
defendida
sucesivamente
por
estos
dos
antropólogos
a
partir
de
sus
investigaciones
de
campo,
según
la
cual
los
hablantes
de
lenguas
con
estructuras
diferentes
tienen
maneras
distintas
de
ver
y
de
percibir
el
mundo
(relativismo
lingüístico).
Por
otro
lado,
el
lenguaje
presenta
tantos
matices
que
la
traducción
entre
lenguas
distintas,
tanto
más
entre
lenguas
de
distintas
familias
lingüísticas,
es
de
una
gran
complejidad.
Las
lenguas
poseen
enormes
capacidades
semánticas,
lo
cual
significa
que
lo
que
en
algunas
lenguas
se
dice
explícitamente,
en
otras
va
implícito
en
algunos
términos
léxicos
y
frases
hechas
(relatividad
lingüística).
Pero,
además,
la
cultura
de
los
seres
humanos
genera
dos
tipos
de
productos:
los
que
podemos
llamar
formales
(organizaciones
e
instituciones)
y
los
que
denominamos
materiales
(artefactos
y
cosas
en
general).
Ambos
productos
se
caracterizan
porque
responden
a
un
proceso
de
elaboración
y,
en
consecuencia,
no
son
accidentales.
Es
importante
señalar
que
no
son
productos
nacidos
de
la
acción
individual,
sino
que,
de
una
manera
o
de
otra,
son
productos
nacidos
de
la
interacción
grupal.
Los
productos,
materiales
y
formales,
son
la
expresión
del
grupo
que
los
produce
y,
en
definitiva,
se
hallan
ligados
a
su
identidad.
Aunque
en
sociedades
fuertemente
globalizadas
como
las
nuestras
estos
productos
se
parecen
extremadamente,
en
las
sociedades
tradicionales
poseen
una
fuerte
impronta
del
grupo
que
los
ha
generado.
Estos
productos
se
hacen
obsoletos
con
el
paso
del
tiempo
y
terminan
por
desaparecer,
al
tiempo
que
se
incorporan
otros
nuevos.
9
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
Se
deduce,
de
este
modo,
que
debido
a
que
el
ser
humano
utiliza
productos
materiales,
maneja
herramientas
y
utensilios.
No
significa
esto
que
otros
animales
no
los
utilicen,
sino
que
el
ser
humano
los
utiliza
constante
y
masivamente,
mientras
que
algunos
animales
los
emplean
accidental
y
débilmente.
Los
simios
emplean
herramientas
(palos
aguzados,
por
ejemplo)
de
forma
relativamente
certera,
cuando
precisan
su
uso.
Pero
el
ser
humano
utiliza
sofisticadas
computadoras
en
su
vida
cotidiana,
de
manera
permanente
y
altamente
eficaz.
2.6.
Cultura
vs.
naturaleza
Desde
el
punto
de
vista
ontológico
el
estudio
de
la
cultura
nos
remite
al
establecimiento
de
la
diferencia
sustancial
que
existe
entre
ésta
y
la
naturaleza.
Ello
acontece
en
el
siglo
XVIII,
cuando
el
hombre,
hecho
razón,
se
adueña
de
toda
la
reflexión
respecto
de
cuanto
existe.
El
ser
humano
es
el
resultado
de
una
larga
evolución,
la
cual
se
ha
traducido
en
cambios
adaptativos,
muy
favorables
para
la
especie.
En
1859
Darwin
enunció
la
primera
parte
de
su
teoría,
la
cual
ponía
de
manifiesto
los
principios
que
habían
permitido
la
evolución
de
los
seres
vivos,
y
tuvo
su
continuidad
en
1871
con
la
publicación
de
Descent
of
Man.
Uno
de
estos
principios
era
el
de
la
selección
natural
que
se
traduce
en
la
supervivencia
de
los
más
aptos.
El
caso
de
los
humanos
no
ha
sido
distinto
y
los
más
inteligentes,
los
más
rápidos,
los
de
mayor
agudeza
visual,
etc.
han
sobrevivido,
gracias
a
su
mayor
aptitud,
generación
tras
generación.
Desde
hace
algo
menos
de
treinta
mil
años,
seguramente,
no
hay
más
que
una
sola
especie
homínida
sobre
la
Tierra,
cuya
denominación
científica
es
Homo
sapiens.
Realmente,
la
misma
existe
sobre
la
Tierra
desde
hace
centenar
y
medio
de
miles
de
años.
Nuestros
ancestros
evolucionaron
a
partir
de
otras
especies,
en
un
proceso
de
especiación
que
no
es
distinto
del
que
se
ha
producido
incesantemente
en
la
Naturaleza.
Algunas
de
las
especies
vivas
se
hallan
relativamente
cercanas
al
ser
humano.
Los
simios
póngidos
se
hallan
próximos
al
ser
humano
en
la
escala
biológica.
Tanto
es
así
que
es
muy
posible
que
el
advenimiento
de
los
homínidos
se
haya
producido
hace
poco
más
de
seis
millones
de
años.
El
hecho
tiene
su
importancia,
sobre
todo
porque
nos
permite
descubrir
que
el
ser
humano
no
es
el
único
que
posee
cultura,
aunque,
por
descontado,
es
la
más
potente,
incomparablemente,
de
cuantas
existen.
Los
chimpancés,
igual
que
los
gorilas
y
los
orangutanes
poseen
cultura:
comen
de
manera
distinta
según
las
áreas
en
las
que
viven,
lo
cual
quiere
decir
que
aprenden
independientemente.
Si
en
lo
general
el
Homo
sapiens
se
ha
beneficiado
de
los
mecanismos
naturales
de
la
evolución,
no
es
menos
verdad
que
la
cultura
le
ha
permitido
alcanzar
metas
imposibles
para
otros
animales.
Algunos
científicos
creen
que
los
seres
humanos
han
reducido
sus
instintos
a
la
mínima
expresión,
de
modo
que
la
distancia
que
los
separa
del
resto
de
los
animales
es
abismal.
La
prueba
de
que
los
seres
humanos
relegan
sus
instintos
se
halla
en
que
a
pesar
de
que
todos
ellos
tienen
necesidades
biológicas
básicas,
la
manera
de
resolverlas
es
distinta
según
las
culturas.
Comen
porque
necesitan
vivir,
pero
comen
distintos
alimentos
y
de
distinta
manera
según
la
cultura
de
pertenencia.
Duermen
porque
el
reposo
biológico
es
imprescindible,
pero
de
manera
distinta
según
la
cultura
a
la
que
pertenezcan.
Los
seres
humanos
pueden
tomar
decisiones,
racionalmente,
que
anulan
la
evolución.
Por
ejemplo,
pueden
optar
por
no
reproducirse,
o
pueden
optar
por
suicidarse.
Además,
hay
seres
humanos
que,
voluntariamente,
dejan
de
comer,
como
ayuno,
o
de
dormir,
como
castigo
autoimpuesto.
En
fin,
en
los
seres
humanos,
los
instintos
son
reducidos
a
la
mínima
expresión
o
sometidos
por
efecto
de
la
cultura.
Casi
la
totalidad
de
la
Tierra
está
habitada
por
seres
humanos,
incluido
el
Polo
Norte,
pero
las
personas
se
distribuyen
formando
parte
de
culturas
que
son
muy
distintas.
La
cultura
es
un
mecanismo
de
adaptación,
similar
al
de
la
biodiversidad
en
las
plantas.
La
diversidad
cultural
de
la
especie
humana
ha
10
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
permitido
que
todo
el
Planeta
fuera
colonizado
de
una
manera
eficaz.
Una
sólo
cultura
no
podría
haberlo
logrado.
Gracias
a
esta
diversidad,
los
seres
humanos
aprovechan
los
recursos
que
tienen
a
su
disposición
en
los
distintos
ecosistemas.
Pero
esta
gran
variedad
cultural
descubre,
asimismo,
la
existencia
de
numerosas
subculturas,
con
tanta
mayor
intensidad
en
los
casos
de
las
grandes
aglomeraciones
humanas,
y
más
aún
en
el
caso
de
las
modernas
urbes.
Evidentemente,
tratándose
de
culturas
muy
reducidas
en
número
de
efectivos
humanos,
estas
subculturas
no
están
presentes.
La
subcultura
es
una
estrategia
adaptativa
que
precisa
que
el
tamaño
de
los
grupos
humanos
sea
suficientemente
grande.
Tan
grandes
son,
aparentemente,
las
diferencias
entre
las
culturas,
que
los
integrantes
de
una
determinada
cultura
consideran
que
los
de
otra
cultura
tienen
costumbres
distintas
de
las
suyas
o
raras.
El
hecho
de
que
los
seres
humanos
se
sientan
miembros
de
un
grupos
social
y
partícipes
de
una
cultura
explica
que
ello
sucede
así
porque
la
conservación
de
la
cultura
es
imprescindible
para
la
supervivencia
de
muchos
grupos
humanos.
De
hecho,
la
cultura
ha
sido
el
mecanismo
que
ha
permitido
al
ser
humano
adaptarse
de
forma
análoga
a
como
lo
ha
hecho
su
naturaleza
biológica
y,
a
partir
de
un
determinado
momento,
la
cultura
ha
conseguido
someter
a
la
naturaleza
en
buena
medida.
2.7
Características
de
la
cultura
Dada
la
amplitud
de
la
cultura,
más
que
enunciar
el
extenso
contenido
de
la
misma
procede
enunciar
sus
características
definitorias.
Aquí
señalaremos
únicamente
las
que
son
básicas
y
comunes
al
conjunto
de
las
culturas.
Por
descontado,
particularmente,
las
culturas
tienen
sus
características
propias.
La
primera
de
estas
características
se
resume
en
el
hecho
de
que
la
cultura
es
aprendida.
Como
se
ha
explicado
en
las
líneas
precedentes,
todo
lo
que
el
ser
humano
es
capaz
de
aprender
se
denomina
cultura.
Lo
que
no
es
aprendido,
es
natural.
Sin
embargo,
hemos
de
huir
de
las
dicotomías
radicales.
La
cultura
precisa
de
la
naturaleza,
en
tanto
que
actúa
sobre
el
soporte
de
la
naturaleza
humana.
Ahora
bien,
la
cultura
es
tan
poderosa
(superorgánica,
decía
Kroeber),
que
es
capaz
de
modificar
la
propia
naturaleza.
Más
que
los
dos
pares
opuestos,
la
cultura
y
la
naturaleza
se
complementan.
El
ser
humano
ha
llegado
a
ser
lo
que
es
gracias
a
esta
complementariedad.
Los
seres
humanos
aprenden
desde
el
nacimiento,
a
lo
largo
de
toda
la
vida.
En
la
infancia
el
aprendizaje
es
muy
intenso,
debido
a
la
elasticidad
del
cerebro
para
aprender,
y
a
la
falta
de
autonomía
del
ser
humano.
Al
aprendizaje,
consciente
o
inconsciente
de
una
cultura
por
parte
del
ser
humano
lo
denominamos
enculturación
o
socialización.
A
través
de
este
proceso
los
seres
humanos
hacen
suyas
las
pautas
que
guían
su
comportamiento
en
la
cultura
y
se
dotan
de
valores.
Obviamente,
las
formas
de
aprendizaje
son
muy
variadas.
A
veces
el
ser
humano
aprende
individualmente,
de
manera
empírica,
mediante
acierto
y
error.
Otras
veces
lo
hace
socialmente,
viendo
lo
que
hacen
los
demás.
Y
otras,
culturalmente,
a
través
de
la
transmisión
simbólica
que
se
produce
entre
las
personas
y
las
generaciones.
Por
tanto,
la
socialización
del
individuo
homologa
valores.
Aunque,
teóricamente,
la
familia
ocupa
un
lugar
primordial
en
la
socialización
de
la
persona,
en
las
modernas
sociedades
occidentales
hay
agencias
de
socialización
que
pueden
llegar
a
tener
un
papel
determinante,
empezando
por
la
guardería
y
siguiendo,
sobre
todo,
por
la
escuela.
La
institucionalización
de
la
escuela
es
la
mejor
expresión
de
su
imprescindible
función.
En
España,
la
Ley
de
Instrucción
Pública
de
Moyano
(1857)
confirió
carácter
obligatorio
y
gratuito
a
la
primera
enseñanza
(de
seis
años
de
duración).
11
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
Conocemos
tan
sólo
unos
pocos
casos
de
niños,
supuestamente,
no
socializados
en
la
infancia,
de
los
cuales
el
más
conocido
es
el
de
Aveyron
(1800),
en
el
sur
de
Francia.
Sin
embargo,
las
dudas
que
basculan
sobre
el
caso
son
muy
numerosas
y
el
posible
retraso
mental
del
niño
lastra
las
conclusiones
que
podamos
obtener,
más
aún
desconociendo
el
impacto
emotivo
que
tuvo
el
hallazgo
para
el
protagonista.
De
lo
dicho
hasta
aquí
se
deduce
que
la
cultura
es
simbólica.
Las
distintas
sociedades
poseen
culturas
en
las
cuales
están
presentes
símbolos
que
son
tanto
verbales
como
no
verbales,
mediante
los
cuales
los
actores
sociales
interactúan
y
generan
productos
formales
y
materiales.
La
cultura
es,
asimismo,
adaptativa,
puesto
que
sirve
para
que
los
seres
humanos
puedan
vivir
en
los
entornos
naturales
y
sociales
que
ocupan.
Cada
generación
trata
de
mejorar
las
condiciones
adaptativas,
conservando
todos
los
elementos
del
pasado
que
poseen
un
mínimo
de
eficacia,
e
incluso
otros
muchos
por
razones
de
identidad.
Por
esta
razón,
los
aspectos
históricos
poseen
un
peso
muy
importante
en
las
culturas.
El
hecho
de
que
la
cultura
sea
adaptativa,
en
general,
no
implica
que
lo
sea
siempre.
En
la
adaptación
se
producen
desajustes
que
explican
los
comportamientos
degradantes
tanto
hacia
el
entorno
natural
como
hacia
el
social.
Como
ejemplo,
piénsese
en
el
desastre
que
supone
el
uso
de
productos
y
residuos
contaminantes,
la
deforestación
de
las
masas
boscosas,
la
desertización
de
algunas
áreas
de
la
tierra,
etc.
Las
costumbres
de
los
seres
humanos
son
adaptativas,
por
lo
general,
en
el
sentido
de
que
existen
porque
favorecen
la
supervivencia.
Pero
hay
costumbres
que
parecen
contradecir
esta
tendencia.
Teóricamente,
al
menos,
debieran
desaparecer
estas
últimas,
mientras
se
conservan
las
costumbres
más
adaptativas.
Es
evidente,
por
el
contrario,
que
las
cosas
no
sucedan
necesariamente
de
esta
manera.
Como
ya
se
ha
adelantado,
es
característico
de
la
cultura
que,
frecuentemente,
domine
a
la
naturaleza,
y
hasta
se
oponga
a
ella.
En
nuestros
días
es
posible
la
introducción
de
modificaciones
genéticas
en
los
seres
vivos,
que
alcanzan
su
grado
más
alto
cuando
afectan
a
los
propios
seres
humanos.
Es
evidente
que
la
Naturaleza
se
viene
modificando.
por
la
acción
de
las
culturas
de
los
seres
humanos,
de
una
manera
continuada
a
lo
largo
de
la
historia.
Por
otro
lado,
la
esencia
de
la
cultura
viene
dada
por
las
reglas
que
la
informan,
de
lo
que
se
sigue
la
importancia
que
las
normas
adquieren
en
el
funcionamiento
de
la
cultura.
Ahora
bien,
para
que
las
normas
den
vida
a
algo
que
denominamos
cultura
es
imprescindible
que
sean
compartidas
por
quienes
participan
de
esta
última,
en
cuanto
miembros
de
una
sociedad.
Es
posible,
sin
embargo,
que
una
parte
de
los
miembros
de
una
sociedad,
sin
dejar
de
compartir
las
reglas
generales
de
la
totalidad
de
la
sociedad,
se
ajusten
a
unas
reglas
propias,
dando
lugar
así
a
una
subcultura.
También
es
posible
que
una
parte
de
la
sociedad
muestre
rasgos
culturales
de
oposición
a
la
cultura
dominante,
en
cuyo
caso
hablaremos
de
contracultura.
La
cultura
se
caracteriza
también
por
constituir
un
sistema
integrado.
Cualquier
modificación
que
se
introduzca
en
un
elemento
afecta
a
otros
muchos.
La
introducción
de
un
deporte
como
el
fútbol
en
España,
a
finales
del
siglo
XIX,
provocó
cambios
en
las
costumbres,
la
aparición
de
nuevas
formas
de
sociabilidad,
la
atención
de
los
medios
de
comunicación,
etc.
Las
repercusiones
de
cada
cambio
tienden
a
ser
absorbidas
por
el
sistema
hasta
donde
es
posible.
Periódicamente
se
producen
desajustes
de
mayor
o
menor
importancia.
También,
de
lo
que
se
acaba
de
señalar
se
deduce
que
la
cultura
es
cambio.
El
cambio
es
un
requisito
de
su
carácter
integrado.
Es
evidente
que
tales
procesos
de
cambio
adquieren
una
especial
profundidad
en
el
tránsito
de
las
sociedades
tradicionales
a
las
modernas.
Los
procesos
de
cambio
12
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
constituyen
un
objeto
de
estudio
de
gran
importancia
para
las
ciencias
sociales,
debido
a
las
repercusiones
de
los
mismos.
Pero,
en
todo
caso,
el
cambio
va
implícito
en
la
cultura.
2.8
Etnocentrismo
y
relativismo
cultural
El
concepto
de
etnocentrismo
está
ligado
al
desarrollo
de
la
teoría
antropológica.
Aunque
ahora
nos
parezca
extraño
que
en
los
primeros
tiempos
de
la
antropología
no
aflorara
la
discusión
sobre
el
concepto,
a
poco
que
reflexionemos
nos
daremos
cuenta
de
que
la
ausencia
de
la
imprescindible
madurez
científica
refleja
el
surgimiento
de
la
noción
de
etnocentrismo.
Dado
que
el
desarrollo
teórico
estaba
de
parte
de
los
occidentales,
éstos
no
se
cuestionaron,
más
que
raramente,
el
hecho,
pensando
que,
en
efecto,
la
cultura
occidental
era
superior.
En
esto
consiste,
precisamente,
el
etnocentrismo,
en
conceder
un
valor
superior
a
la
cultura
propia
frente
al
que
se
otorga
a
la
ajena,
y
en
emplear
los
patrones
de
la
propia
para
juzgar
la
cultura
ajena.
En
la
vida
cotidiana,
el
etnocentrismo
es
bien
perceptible
en
los
juicios
de
valor
de
quienes
ven
a
las
gentes
de
otras
culturas
como
raras
y
atrasadas.
Y,
sin
embargo,
esta
percepción
requiere
una
reflexión
crítica.
El
etnocentrismo
dificulta
e
impide
la
comprensión
de
las
culturas
de
otros
pueblos.
Las
culturas
no
existen
aisladamente
ni
al
azar,
sino
que
se
acompañan
de
poderosas
razones
para
existir.
Por
otro
lado,
el
pensamiento
de
quienes
las
integran
es
lógico,
igual
que
el
nuestro,
y
también
sabemos
que
las
culturas
son
adaptativas
por
lo
general.
En
consecuencia,
no
es
equivocado
pensar
que
las
culturas
tienen
claros
fundamentos
para
existir.
También
es
importante
darse
cuenta
de
que
es
errado
tratar
de
entender
una
cultura
empleando
patrones
de
otra
cultura.
La
lógica
de
la
cultura
exige
que
penetremos
en
la
misma
aprehendiendo
los
elementos
que
la
conforman.
Frente
al
etnocentrismo,
y
como
forma
de
combatirlo,
se
halla
el
relativismo
cultural.
Al
hilo
del
discurso
se
entiende
que
el
relativismo
cultural
consiste
en
ponerse
en
lugar
del
otro
para
entender
su
cultura.
El
relativismo
cultural
consiste
en
adoptar
los
patrones
culturales
de
la
sociedad
que
se
pretende
estudiar,
a
fin
de
poder
comprender
su
lógica
interna.
Sin
embargo,
debemos
comprender
que
este
relativismo
ha
de
ser
puramente
metodológico,
y
no
radical.
Es
evidente
que
las
culturas
no
son
iguales,
ni
tienen
por
qué
ser
aceptables
por
entero
sus
valores.
La
interpretación
radical
del
concepto
de
relativismo
cultural
nos
llevaría
a
aceptar
prácticas
culturales
desechables
por
entero,
como
las
que
se
refieren
al
sometimiento
de
la
mujer,
o
a
su
lapidación.
El
relativismo
es
sólo
un
principio
que
nos
orienta
acerca
de
la
manera
de
comprender
a
otra
sociedad.
El
hecho
de
que
el
antropólogo
se
convierta
en
un
miembro
más
de
la
cultura
que
estudia
no
significa
que
deba
abdicar
de
su
neutralidad
científica.
Las
prácticas
culturales
que
niegan
los
derechos
humanos
son
reprobables
desde
cualquier
punto
de
vista
y,
por
supuesto,
ello
no
contradice
el
principio
del
relativismo
cultural,
según
el
cual
el
antropólogo,
o
el
científico
social
en
general,
debe
tratar
de
ponerse
en
lugar
del
estudiado
para
comprender
mejor
su
cultura.
Por
otro
lado,
el
hecho
de
que
existan
prácticas
culturales
denunciables
no
implica
que
esto
sea
lo
común.
Al
contrario,
la
mayor
parte
de
las
prácticas
culturales
son
respetuosas
con
los
derechos
humanos
y,
además,
respetuosas
con
su
propia
tradición.
Eso
explica
la
reivindicación
de
muchas
sociedades
para
que
sus
derechos
culturales
sean
preservados
y,
de
hecho,
los
grupos
defensores
de
los
derechos
culturales,
de
manera
similar
a
como
lo
hacen
los
defensores
de
los
derechos
humanos,
tratan
de
poner
a
salvo
aquellas
culturas
que
corren
serio
peligro
de
extinción.
Sabido
es
que
en
el
siglo
XX
se
perdieron
numerosas
lenguas,
tal
vez
más
que
nunca
en
el
pasado.
Así
se
explica
que
el
movimiento
en
defensa
de
los
derechos
de
las
minorías
culturales
se
haya
generalizado
en
el
mundo.
Este
movimiento
alcanza
especialmente
a
las
minorías
étnicas
de
toda
la
13
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
tierra.
También
alcanza
a
minorías
religiosas
y,
en
general,
a
todos
los
grupos
humanos
que
poseen
sus
propias
peculiaridades
culturales,
aun
formando
parte
de
los
Estados.
2.9
Los
universales
de
la
cultura
A
medida
que
fue
progresando
la
constitución
del
corpus
teórico
de
la
antropología
se
vio
cada
vez
con
más
certeza
que
existían
muchos
aspectos
comunes
a
la
totalidad
de
las
culturas.
Ello
es
explicable
debido
a
la
existencia
sobre
la
Tierra
de
una
sola
especie
homínida,
cuyo
cerebro
elabora
símbolos
análogos.
El
uso
del
método
comparativo
ha
permitido
verificar
la
existencia
de
estos
universales.
Si
bien
el
interés
por
el
tema
data
de
los
orígenes
de
la
antropología,
fue
a
través
de
Boas
y
de
su
escuela
cuando
mayores
avances
se
produjeron
en
la
detección
de
estos
universales.
La
primera
elaboración
minuciosa
de
los
universales
culturales
fue
la
de
Wissler,
en
1923.
No
obstante,
con
anterioridad
se
había
llegado
a
la
conclusión
de
que
era
universal
la
existencia
del
tabú
del
incesto,
la
creencia
en
la
vida
ultraterrena
o
la
idea
del
alma.
El
hecho
de
que
existan
universales
no
debe
interpretarse
desde
la
perspectiva
de
la
igualdad
extrema.
Lo
que
se
observa
es
que
se
trata
de
unos
mismos
rasgos,
desde
el
punto
de
vista
funcional,
que
se
presentan
bajo
variantes
muy
diversas,
que
en
algunos
casos
poseen
un
parecido
extremo.
Aunque
todas
las
culturas
poseen
mitologías
que,
esencialmente,
responden
a
las
mismas
características,
las
variantes
de
las
mismas
son
muy
numerosas.
¿Por
qué
no
son
idénticos
los
universales?
La
razón
pudiera
hallarse
en
que
el
cerebro
del
Homo
sapiens
utiliza
formas
universales
de
categorizar,
lo
cual
no
implica
que
el
resultado
final
sea
idéntico.
A
menudo
se
ha
puesto
como
ejemplo
el
caso
del
incesto,
el
cual,
siendo
universal
es
lo
sustancial,
presenta
diferencias
entre
las
culturas:
la
prohibición
de
relaciones
sexuales
posee
algunas
particularidades.
Las
razones
de
la
existencia
de
los
universales
culturales
se
han
atribuido
a
condicionamientos
biológicos,
psicológicos
y
sociales.
En
resumen,
la
larga
dependencia
infantil
del
ser
humano
y,
consecuentemente,
el
fuerte
sentido
social
de
este
último,
crearían
los
mismos
universales
culturales.
Hay
otros
rasgos
en
las
culturas
de
los
seres
humanos
que,
sin
ser
universales,
son
generales.
Significa
esto
que
no
están
presentes
en
todas
las
culturas,
pero
si
en
numerosas
culturas.
La
razón
más
convincente
es
la
de
la
difusión
de
invenciones
culturales
que
han
sido
consideradas
satisfactorias
por
el
resto
de
las
culturas.
Pero
también
puede
suceder
que
se
trate
de
invenciones
motivadas
por
necesidades
o
situaciones
muy
frecuentes
entre
los
seres
humanos.
Los
europeos
consideraron
durante
mucho
tiempo
que
gran
parte
de
los
rasgos
que
definían
a
sus
culturas
representaban
una
culminación
evolutiva
y,
por
tanto,
serían
los
que
tendrían
en
el
futuro
los
pueblos
que
en
un
momento
dado
poseían
estructuras
culturales
que
los
europeos
valoraban
como
arcaicas.
El
análisis
detallado
y
riguroso
ha
demostrado
que
los
rasgos
que
los
europeos
veían
como
los
únicos
posibles
no
eran
tal.
Por
ejemplo,
algunos
antropólogos
llegaron
a
pensar
que
el
sistema
de
parentesco
europeo
era
el
único
posible,
y
universal
por
tanto.
Desde
hace
mucho
tiempo
sabemos
que
no
es
ni
siquiera
general,
como
veremos
más
adelante.
Por
último,
hay
rasgos
culturales
que
son
particulares,
es
decir,
propios
de
una
cultura
determinada
o
tan
sólo
de
algunas
culturas,
con
lo
cual
quedan
fuera
del
ámbito
de
los
universales
y
del
de
los
generales.
Los
particulares
tienen
una
gran
importancia
porque
proporcionan
las
claves
de
la
identidad
cultural
de
los
grupos
humanos.
La
posesión
de
particulares
permite
a
estos
grupos
elaboran
su
cohesión
interna
y
las
diferencias
con
otros
grupos.
Algunas
pautas
de
comportamiento
son
particulares
de
las
culturas,
como
por
ejemplo
el
uso
de
las
lenguas.
En
las
creencias
hallamos
muchos
rasgos
culturales
particulares,
al
igual
que
en
las
prácticas
14
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
rituales
asociadas
a
las
mismas.
Las
fiestas
ligadas
a
los
ritos,
presentan
la
suficiente
individualidad
en
las
culturas
para
que,
a
menudo,
sean
distintas
entre
sí.
En
suma,
las
sociedades
poseen
universales
y
generales
para
sentirse
unidas
a
otros
grupos
humanos,
pero
también
poseen
particulares
para
sentir
su
diferencia
y
su
identidad.
Aunque
la
globalización
ha
atenuado
los
particulares
y
ha
enfatizado
los
universales
y
generales,
los
primeros
constituyen
una
necesidad
de
los
grupos
humanos.
2.10
El
cambio
cultural
Ligado
a
todo
lo
anterior,
se
encuentra
algo
que
ocupa
también
los
intereses
de
la
antropología:
el
cambio
cultural.
Entendemos
por
cambio
cultural
o
por
cambio
social
la
transformación
que
afecta
a
la
cultura
y
a
las
instituciones
sociales
con
el
paso
del
tiempo.
Ya
hemos
dicho
que
las
culturas
y
los
grupos
sociales
cambian.
Este
cambio
ha
sido
muy
grande
a
partir
de
la
industrialización.
Aunque
la
industrialización
nace
en
una
parte
de
Europa
en
el
siglo
XVIII,
hay
Estados
del
mundo
actual
que
no
han
conocido
aún
este
proceso
de
cambio.
Las
sociedades
cambian,
en
primer
lugar,
porque
autogeneran
innovaciones,
en
forma
de
invenciones
y
de
descubrimientos
que
trasforman
la
cultura
y
las
instituciones
sociales.
Sin
embargo,
la
mayor
parte
de
las
sociedades
generan
internamente
una
escasa
innovación,
aunque
se
transforman
porque
perfeccionan
rasgos
culturales
que
ya
poseían
con
anterioridad.
Ahora
bien,
la
transformación
más
frecuente
de
las
sociedades
es
la
que
se
produce,
generalmente,
por
la
recepción
de
innovaciones
llevadas
a
cabo
en
otros
grupos
humanos.
Las
sociedades
receptoras,
una
vez
comprobado
su
éxito,
se
limitan
a
aceptar
estos
cambios,
añadiendo
elementos
que
permitan
el
ajuste
a
la
cultura
receptora.
Ya
se
ha
dicho
que
cualquier
cambio
en
un
elemento
de
la
cultura
provoca
desajustes
que
los
grupos
sociales
intentan
minimizar.
A
partir
de
la
primera
industrialización,
los
procesos
de
cambio
han
ido
alcanzando
a
muchas
sociedades,
y
cada
vez
de
una
forma
más
intensa.
Las
sociedades
que
lideraron
la
industrialización,
fueron
también
sociedades
ligadas
al
nacimiento
del
capitalismo,
en
general.
La
globalización
inducida
por
todas
estas
transformaciones
en
un
mundo
que,
debido
a
la
perfección
de
los
transportes
y
las
comunicaciones,
se
ha
hecho
cada
vez
más
pequeño,
no
ha
hecho
más
que
crecer
en
los
últimos
siglos.
La
réplica
de
tantos
cambios
ha
dado
lugar
a
una
pérdida
de
la
identidad
cultural
en
muchas
sociedades.
La
lengua
inglesa,
por
ejemplo,
se
ha
convertido
en
una
lengua
muy
hablada
en
el
mundo.
Pero
la
forma
de
vestir
occidental
se
ha
convertido
en
la
dominante
en
el
mundo,
igual
que
las
pautas
de
las
culturas
euroamericanas.
Al
resultado
de
esta
pérdida
de
identidad
cultural,
lo
denominamos
aculturación.
Entendemos
por
aculturación
la
recepción
de
rasgos
culturales
ajenos
en
detrimento
de
los
rasgos
culturales
propios.
No
es
necesario
que
se
produzca
una
sustitución
íntegra
o
cuasi‐íntegra
de
la
cultura
de
una
sociedad.
Lo
ordinario
es
la
permanencia
de
los
grupos
sociales
con
posterioridad
al
proceso
de
aculturación,
aunque
adoptando
una
cultura
un
tanto
diferente
a
la
previa
El
resultado
de
los
intensos
procesos
de
cambio
acaecidos
en
el
mundo
en
los
últimos
siglos
tiene
el
nombre
de
globalización.
Se
define
como
la
interrelación
e
interdependencia
progresiva
que
se
está
produciendo
entre
todas
las
sociedades
del
Planeta.
Aunque
pueda
parecer
exagerado,
no
es
posible
encontrar
alguna
sociedad
en
el
mundo
que
se
haya
mantenido
refractaria
al
proceso
globalizador.
Las
sociedades
viven
un
proceso
de
unificación
cultural,
de
acuerdo
con
la
planta
de
las
euroamericanas.
El
proceso,
que
se
inició
en
el
siglo
XVII,
al
socaire
del
desarrollo
capitalista,
se
evidenció
con
una
fuerza
imparable
en
el
siglo
XX,
debido
a
la
suma
de
cambios
inducidos
por
las
sociedades
occidentales.
El
crecimiento
en
la
acción
de
las
organizaciones
y
de
las
instituciones
internacionales,
acorde
con
las
necesidades
de
los
propios
Estados,
ha
contribuido
a
fomentar
la
globalización
en
el
mundo.
Las
15
INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL
Eloy Gómez Pellón
ventajas
de
la
misma,
permitiendo
la
universalización,
por
ejemplo,
de
las
comunicaciones
gracias
al
fenómeno
de
Internet,
no
atenúan
los
numerosos
inconvenientes
relacionados,
por
ejemplo,
con
el
dumping
comercial.
Los
productores
a
pequeña
escala
han
conocido
un
creciente
régimen
de
dificultades
que
ha
provocado
el
abandono
de
sus
actividades
en
muchas
partes
del
mundo.
Bibliografía
del
Tema
2
Aguirre
Baztán,
A.
(1994).
“La
identidad
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Anthropologica,
18:
35‐64.
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Barcelona:
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Barcelona:
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Etnocidio. Genocidio. Identidad de los Pueblos Indígenas1
Ernesto Abramoff
(…) ¿Qué pasa cuando se intenta definir la identidad de un grupo social? ¿Cuáles son
los elementos que permiten determinar fehacientemente la presencia de un sujeto social
homogéneo que supere las diferencias individuales de sus miembros?
Este tema ha adquirido en los últimos tiempos –desde la década del ’70 en adelante-
una relevancia quizá para algunos inesperada y que ha cobrado a la luz de los
acontecimientos mundiales –especialmente desde los ’80- una dimensión que excede el
ámbito de estudio de la antropología. Así, la problemática vinculada a la identidad está
vigente en los interrogantes de los principales referentes del pensamiento de las ciencias
sociales y humanas y del pensamiento político actual.
Una de las formas de evaluar la importancia de una temática, puede resultar de la
cantidad de trabajos realizados sobre ella y la calidad de los autores convocados a
tratarla. En este sentido, el concepto de identidad fue tratado de diversas maneras por
diferentes autores.
Básicamente podemos agruparlos en función de dos ejes principales:
a) Hacia el interior del grupo social. La identidad explica la cohesión interna del
grupo. Esto es, el conjunto de elementos culturales que, por su calidad de
propios, explican su homogeneidad; hacen a la demarcación de los límites del
grupo. Determinadas acciones de los miembros del grupo, hacen que el
individuo sea reconocido, por los demás miembros como integrante del mismo;
así como, otras acciones señalan que ha dejado de pertenecer a él. Si un
individuo perteneciente a un grupo social hace tal cosa, los demás miembros
integrantes del grupo, lo reconocerán como uno de ellos; pero, si hace tales otras
cosas, no le reconocerán más la pertenencia, ya no es el que debe ser, ha
migrado, traspuso las fronteras, se ha exiliado. (…) El abordaje de la identidad
del grupo pasa por la descripción de las características del patrimonio cultural.
b) Hacia el exterior. La identidad concebida como el conjunto de elementos
culturales que por ser distintivos para los que no pertenecen al grupo, incide en
la calidad de las relaciones que establecen los no miembros con los miembros
del grupo por ser de determinada forma, diferente y distintiva. Las situaciones
resultantes de los contactos suelen ser en general conflictivas. El punto de
fricción son los límites. Para esta concepción de identidad el acento está puesto
en la relación. (…).
Al comienzo de los ’70 , con la aparición del trabajo del antropólogo noruego
Fredrick Barth, 1976, se modifica el eje de la discusión sobre la identidad étnica, hasta
entonces centrada en la descripción del patrimonio cultural, en indicadores biológicos o
en criterios lingüísticos; es decir definiciones estáticas que subrayan los elementos
permanentes que configuran la identidad. La opción identitaria sería una consecuencia
de determinados procesos previos, culturales, biológicos o psicológicos y como tal,
sería estable mientras no cambiaran los procesos de base que le dieron lugar.
Barth, en cambio, plantea la identidad en términos relacionales, introduciendo el
concepto de límites étnicos que permite una visión más dinámica.
1
Este escrito ha sido tipeado por el profesor Jose Maria Bompadre
Así, Barth dice: “…la investigación empírica de los límites étnicos evidencia dos
descubrimientos:
a) Los límites étnicos persisten a pesar del tránsito personal a través de ellos;
b) En un sistema social la interacción no conduce a la desaparición del sistema por
el cambio y la aculturación; las diferencias pueden persistir a pesar del contacto
interétnico y de la interdependencia…”. (…)
Entonces ¿qué es lo que define la identidad? La autoadscripción y la adscripción por
otros. Es decir, lo que yo creo que soy y lo que los demás creen que yo soy. Esta idea de
Barth pone el eje, como decíamos antes, en lo relacional e incorpora como elementos
indispensables para la comprensión de la identidad étnica a uno otro a través del cual
me identifico.
(…) Casi simultáneamente a Barth el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, después de
largos años de trabajo como funcionario gubernamental y de haber consultado archivos,
entrevistado a misioneros y otros funcionarios y haber examinado la bibliografía
etnográfica explica en “Las fronteras indígenas de la civilización” que lo que era
opinión casi unánime de antropólogos e historiadores no se pudo comprobar.
Esto es, que la confrontación de una etnia nacional en expansión y múltiples etnias
tribales con la cual ella se enfrenta en su camino, iba a terminar con la desaparición de
estas últimas en su absorción por la sociedad nacional en la forma de una aculturación
progresiva que habrá desembocado en la asimilación plena a través del proceso de
mestizaje.
Por el contrario esa larga investigación demostró lo equivocado de esas afirmaciones.
Los grupos indígenas no fueron asimilados a la sociedad nacional como parte
indiscernible de ella. Los que sobrevivieron dice Ribeiro “siguen siendo indígenas: no
ya en sus hábitos y costumbres, sino en la autoidentificación como pueblos distintos del
brasileño y víctimas de su opresión”.
Los grupos indígenas que recorrieron todo el camino de la aculturación, donde sus
peculiaridades culturales se alteraron y uniformaron en tal grado que ya no son
sustancialmente diferentes de las de otras variantes de la sociedad brasileña en su
aspecto rústico, a pesar de eso, permanecen indios. Esto es, que la aculturación, no
desembocó en una asimilación, sino en el establecimiento de un modus vivendi o de una
forma de acomodación.
(…) Siguiendo a Cardoso de Oliveira sostiene, que la identidad étnica no puede ser
definida en términos absolutos, sino en relación a un sistema de identidades étnicas
valoradas en forma diferente. Por lo tanto, la esencia de la identidad étnica es su
carácter contrastivo.
(…) Esta idea de identidad étnica entendida como relación, demanda la puesta en
escena de un “otro”. Esto es, aquellos que está más allá de los límites que fija la propia
sociedad.
Este “otro” es, lo que se encarna diferente. Por eso, todo encuentro interétnico pone en
juego la manifestación de los límites étnicos.
Que otro grupo se manifieste, implica una recomposición leve o intensa de la propia
identidad. Toda intrusión significa redefinir la identidad. A distintos “otros”, diferentes
“nosotros”.
(…) La lección de la historia nos enseña (la lección nunca aprendida) que los grupos
no dominan u hostilizan a otros por ser diferentes, sino por el contrario, lo connotan
como diferente para hacerlo enemigo.
Como dice Carlos Rodríguez Brandao en Identidade e Etnia, San Pablo, Brasilense,
1986, lo diferente y lo desconocido atrae y atemoriza, por eso es preciso dominarlo,
para vencerlo y sojuzgarlo, por el sólo hecho de ser perversamente diferente, lo que
exige convertirlo en un igual a mí.
Es de esta idea donde surge la idea de etnocidio es la anulación de la diferencia. Es
querer hacer del “otro” un igual a mí. El pensamiento etnocida funciona así: hacer del
indio, del negro, del gitano, del asiático otro de sí, transformándolo en un indio
civilizado, en un gitano sedentario, en un negro cristianizado, en un asiático
occidentalizado, etc
Negar la diferencia, ignorando su identidad, es la clave para ponerlo mejor a mi
servicio, y cuando esto no es posible, debo suprimirlo físicamente, en la medida que se
torna peligroso y amenaza mi supervivencia. Si no puedo convertirlo en un “otro
previsible”, en un “otro que se parece a mi” y deje de ser peligroso debo eliminarlo
directa o indirectamente. Esto es el genocidio.
(…) Desde las cacerías hasta la esterilización, desde la falta de atención médica hasta
la captura para trabajos forzados, las formas que adquiere y adquirió el genocidio son
múltiples.
En el pensamiento argentino hay numerosos ejemplos basados en el principio de
reducir lo diferente. El modelo de la “Generación del ‘80”, plantea la unidad política, y
desde este lugar, establecer un límite férreo entre aquellos sectores integrables al
proyecto de nación moderna (asimilables a partir de la educación) en tanto que la
variable coercitiva, operar aniquilando a los sectores más refractarios al nuevo orden
emergente.
Para alcanzar estos fines, lleva a la práctica, la intención deliberada de Alberdi de
provocar un transplante cultural. Rechaza la cultura tradicional, herencia hispánica que
impide el cambio y la innovación y opta por otro modelo, el de los países europeos de
raíz sajona en trance de edificar una sociedad industrial que libere al hombre de la
servidumbre de la naturaleza.
Considera que un cambio de tal magnitud no puede lograrse si no es inyectado la
simiente de la civilización partir de una inmigración selectiva que traiga a nuestro suelo
como dice Alberdi en Las Bases: “…la libertad inglesa, la cultura francesa, la
laboriosidad del hombre europeo”; la población inmigrante será el agente privilegiado
del cambio cultural.
Hay que tener en cuenta, que para Alberdi y Sarmiento, el mal que aqueja a nuestro
país es, además de la tradición hispánica la extensión, la llanura vacía del desierto que la
acecha por todos lados. La ciudad, representa el progreso, la libertad, en otros términos,
la civilización; el campo en cambio, es principio antisocial, la anarquía, la ignorancia, es
la barbarie.
Estas dos posiciones antitéticas, civilización-barbarie no conocen en el pensamiento
de Sarmiento una síntesis superadora. Una debe terminar con la otra. En el “Facundo”
dice que de lo que se trata es de “ser o no ser salvajes”. Si la asimilación es imposible
sólo queda el exterminio.
Esta eliminación étnica tendrá en el Ingenieros joven de la “Sociología Argentina” un
fundamento biologista. La superioridad étnica del blanco será para el autor, un hecho
indisoluble y determinado por el medio. (…) No es el sistema colonialista quien lo
aniquila, sino la lucha por la vida. “El indio no es asimilable a la civilización blanca, no
resiste nuestras enfermedades, no asimila nuestra cultura, no tiene suficiente resistencia
orgánica para trabajar en competencia con el obrero blanco; la lucha por la vida lo
exterminará”. (…)
¿Es posible superar entonces dicho fatalismo? Un encuentro entre culturas que sea
comunicación y no dominio-conquista, parecería requerir de un diálogo creativo, que
evite el cierre en estructuras defensivas, y posibilite reconstruir los lazos sociales a
partir del reconocimiento de la diferencia, esto es, del pluralismo y de identidades
múltiples. Sólo así será viable una sociedad justa. Porque la justicia es el modo concreto
mediante el cual una sociedad asume la cuestión del “otro” y redefine el sentido de la
diferencia.
Configurações
14 (2014)
Para além da Governação. Políticas, práticas e discursos de inclusão e promoção da
diversidade cultural
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Alicia M. Barabas
Multiculturalismo, pluralismo cultural
y interculturalidad en el contexto de
América Latina: la presencia de los
pueblos originarios
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Alicia M. Barabas, « Multiculturalismo, pluralismo cultural y interculturalidad en el contexto de América Latina:
la presencia de los pueblos originarios », Configurações [Online], 14 | 2014, posto online no dia 25 Março 2015,
consultado o 12 Agosto 2016. URL : http://configuracoes.revues.org/2219
Alicia M. Barabas
1 Este trabajo constituye un modesto intento, dada la gran cantidad de literatura sobre el tema y
las diferentes aproximaciones interdisciplinarias, por precisar los significados de los conceptos
multiculturalismo, pluralismo cultural e interculturalidad, tan en boga hoy en día, para arribar
a un uso terminológico más apropiado desde la perspectiva antropológica, ilustrado por una
panorámica de la diversidad cultural en algunos países de América Latina.
2 Através de las palabras de algunos pensadores, en los que ahora poco podré detenerme1,
parece claro que multiculturalismo ha sido usado para referirse a tres cuestiones diferentes:
la existencia de múltiples culturas, la ideología de respeto y convivencia de múltiples
culturas, y una política implementada por los gobiernos, principalmente de Europa y Norte
América, sobre todo en relación con los inmigrantes. Aunque las dos primeras acepciones de
multiculturalismo antes mencionadas son utilizadas como sinónimos de pluralismo cultural,
éste es un concepto más usual en la antropología latinoamericana que intenta dar un lugar
específico y diferencial a los pueblos originarios en los contextos de diversidad cultural. En
cuanto a la interculturalidad, su uso en las ciencias sociales es ambiguo ya que tanto se refiere a
la situación de contacto entre culturas diferentes, como a la ideología de la relación igualitaria
entre ellas construida en el marco de la globalización y las políticas de derechos humanos.
En estas páginas me aproximaré a estos conceptos partiendo de la base de que no podría
desarrollarse la interculturalidad sin una plataforma multi o pluricultural.
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de las culturas y respeto intercultural, lo que se critica es que el análisis de la cultura está
cerrado sobre sí mismo sin comparación ni comunicación con otras, lo cual es contrario al
multiculturalismo que propugna una comunicación intercultural y denominadores comunes
e incluso hibridación. Precisamente, lo intercultural sería ese estar-transitar entre diferentes
culturas.
11 Por otra parte, tanto pluralismo cultural como multiculturalismo hacen referencia también a la
ideología y la política de respeto a la diversidad cultural. A diferencia del multiculturalismo,
el pluralismo cultural tiene menos carga histórica e ideológica, y según Rouland, Pierré-Caps
et al. (1990), tiene por objeto preservar la identidad de los grupos culturalmente diferentes,
otorgándoles gran libertad en la administración de sus asuntos y tomando la forma del sistema
de autonomía local, conciliada con la integración nacional. El pluralismo trata de unir a
diferentes grupos etnoculturales en una relación de interdependencia, igualdad y respeto
mutuo, al tiempo que cada uno desarrolla su propio modo de vida y cultura.
12 La especificidad histórica y contextual del multiculturalismo que etiqueta hoy en día a los
inmigrantes culturalmente diferenciados, me inclina a proponer el uso preferente de pluralismo
cultural, utilizado por la antropología desde la década de 1980, para referirnos a situaciones
interculturales en las que estén presentes los pueblos originarios. Pluralismo cultural de hecho,
para dar cuenta de la mera existencia de la diversidad cultural en un ámbito determinado, y
pluralismo cultural de derecho, como la ideología social y política de reconocimiento y respeto
a esa diversidad cultural, vinculada con las políticas de derechos humanos de los pueblos
autóctonos; esto es una gobernanza de la diversidad. El pluralismo cultural de derecho no sólo
aboga por el reconocimiento de la pluralidad de hecho, que ya existe en muchas constituciones
nacionales, sino por la convivencia respetuosa y la comunicación igualitaria entre las culturas
alternas dentro de los estados nacionales.
13 Desde mi perspectiva sería preferible referirnos a multiculturalismo para incluir a los
inmigrantes de múltiples orígenes que habitan los estados nacionales latinoamericanos;
poblaciones que no en todos los países son sujetos de políticas públicas específicas, y a los
diversos grupos culturales internos, algunos de los cuales son sujetos de políticas públicas,
y reservar pluralismo cultural para referirnos a los pueblos originarios, quienes en mayor o
menor medida son sujetos de políticas públicas regionales y nacionales.
Interculturalidad
14 Interculturalidad es un término también muy en boga actualmente tanto en las ciencias sociales
como en la sociedad civil en general y se refiere a la dinámica de las relaciones que se
establecen en el contexto de la diversidad cultural. La pregunta por la interculturalidad ha
sido entendida como occidental y eurocéntrica, así como inscripta en la lógica de una cultura
científica en la que cada disciplina (pedagogía, literatura, política, sociología, filosofía, entre
otras) la define y clasifica desde su perspectiva, dándole matices muy diferentes. Para diversos
autores lo intercultural tiene que ver con prácticas culturales y modos de vida concretos de
las personas que se ponen en interacción, en el entendido de que el campo de lo intercultural
no está fuera de nosotros sino que estamos involucrados en él, y éste es el espacio –o
transitabilidad– que se va creando mediante el diálogo y la comunicación entre culturas.
El mecanismo que pone en acción la interculturalidad, que se piensa como la forma más
desarrollada del diálogo de las culturas y las civilizaciones, es el diálogo intercultural.
15 La interculturalidad es una meta política que debe ejercerse en todos los ámbitos de la
vida social, pero que se ha aplicado de manera especial en la educación indígena bilingüe
intercultural en toda América Latina como la política educativa indígena oficial, desplazando
a las políticas asimilacionistas e integracionistas que se llamaban bilingües, dando importancia
al aprendizaje de la lengua y la cultura propias. Un tópico que ha ocupado a diversos estudiosos
de la interculturalidad es el de la comunicación intercultural. La competencia comunicativa
intercultural consiste en una habilidad comunicativa genérica que nos permite a todos ser
flexibles, no dogmáticos y abiertos en la adaptación al reto de las interacciones interculturales;
esto es, no reducir las nuevas experiencias a categorías preconcebidas y rechazar el
etnocentrismo. Esta comunicación debe promover una reflexión crítica sobre nuestros valores
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y cultura y actitudes sin prejuicios hacia la diferencia, para lo cual es fundamental adquirir
información sobre la historia, valores, instituciones y sistemas conductuales de la o las
otras sociedades. Con la adquisición de competencia cultural sobre el “Otro” se posibilita la
interculturalidad y se destruyen los estereotipos y prejuicios negativos que suelen ser producto
de la ausencia o mala calidad de la información acerca de los estilos de vida de los otros
culturales con los que se convive.
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en 1964 con el apoyo de los misioneros salecianos. Más tarde se creó la primera organización
nacional, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). La población
total del país según el censo de 2010 ascendía a catorce millones cuatrocientas ochenta y tres
mil personas y los indígenas, hablantes de seis familias lingüísticas, sumaban poco más de
un millón (7,3%), pero eran una de las fuerzas más organizadas del país. Al decir de Moreno
(2014), la legislación ecuatoriana es una de las más avanzadas del continente en términos de
derechos indígenas.
21 Chile, con una población total de dieciséis millones quinientas mil personas y una población
indígena de un millón setecientas mil personas (11,11%), según el censo de 2012 (Wikipedia,
2014), ofrece un panorama del pluralismo indígena con nueve etnias, de las cuales los
mapuches son más de 600 000 (Campos, 2014). En Argentina, que se ha caracterizado por las
políticas genocidas y etnocidas emprendidas durante el siglo XIX y comienzos del XX contra
los indígenas, el censo de 2010 registraba la existencia de un millón de personas (2,38%),
pertenecientes a numerosos grupos etnolinguísticos; entre ellos los guaraní, q’om (toba),
wichi (mataco), pilagá y mapuche, dentro de una población total de 40 millones de personas.
Ambos países del cono sur americano y Brasil (en el Nordeste) se caracterizan actualmente
por la existencia de importantes procesos de etnogénesis. Esto es, de surgimiento de nuevos
grupos indígenas o, en la mayoría de los casos, de re-surgimiento de grupos que habían
resultado invisibilizados en los contextos regionales, ocultando y eventualmente “olvidando”
sus orígenes étnicos, y que la historia, la antropología y la sociedad nacionales daban por
extintos.
22 Brasil constituye una realidad diferenciada en el contexto de América Latina no sólo por
las raíces históricas lusitanas sino por la importante presencia africana en su formación. Sus
descendientes, los afrobrasileños, se han constituido como actores sociales diversos en busca
del reconocimiento global de sus derechos, a través de los remanecientes de quilombos,
las diversas religiones que integran los cultos afrobrasileños y las hermandades negras que
funcionan como asociaciones de asistencia. Según el censo de 2010, dentro de una población
total de ciento noventa y millones de personas, la población negra y mulata ascendía a noventa
y siete millones, en tanto que la indígena sumaba unas novecientas mil personas (0,47%)
(Wikipedia, 2014), distribuidas en veinte familias lingüísticas y 170 lenguas, gran parte de
las cuales lucha por el reconocimiento a la diversidad y la demarcación de los territorios
étnicos. Brasil es el país latinoamericano que alberga la mayor diversidad indígena, con
un caudal numérico pequeño en el contexto nacional, y que desarrolla numerosas políticas
públicas específicas para esos pueblos indígenas en los ámbitos de la salud, la educación,
la demarcación de territorios étnicos, lo que demuestra cierto grado de gobernanza de la
diversidad cultural.
23 Álvarez (2014) nota que en contraste con el uso en Estados Unidos, que racializa el concepto
multiculturalismo, en América Latina la cuestión étnica se ha clasistizado y culturalizado.
Como resultado de las diferentes perspectivas en Estados Unidos el multiculturalismo
encapsula las diversidades en compartimientos casi estancos, en tanto que en América Latina
genera nuevos espacios de habla y de ciudadanía en cuyas bases se encuentran las luchas por
el reconocimiento.
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ver con la forma y la dinámica del contacto en esta época, que ya no es asimilacionista y se
desea pluralista, en la que las culturas diferentes no se ven forzadas a adoptar los patrones y
pautas de la cultura mayoritaria.
29 Esta interculturalidad, propia de la ideología del pluralismo cultural, supone respeto por las
culturas diferentes, tolerancia, convivencia y comunicación intercultural sobre la base de la
igualdad, para propiciar el diálogo entre culturas. En este contexto de interculturalidad en
el que todos estamos involucrados, la comunicación intercultural es una forma de contacto
opuesta a la aculturación y a la fricción interétnica, es la forma comunicativa del pluralismo
cultural y tiene lugar en el espacio de los derechos humanos a la diversidad cultural.
30 En suma, y de acuerdo con sus distintos significados, interculturalidad puede ser entendida
como: el contacto de hecho entre culturas, un nuevo espacio cultural, ideología, método,
dinámica de las relaciones entre diferentes culturas en un contexto pluricultural y o
multicultural. El tema no es nuevo, en especial para la antropología, pero sí el cambio de
terminologías, ideologías y situaciones contextuales, siendo así que interculturalidad debiera
dar nombre a otra situación de contacto, no desigual sino igualitario de las diferencias, que se
funde en la ideología del pluralismo y el cultivo de las diferencias y sus derechos.
31 La interculturalidad en América Latina no se ha desenvuelto históricamente, ni se desenvuelve
al menos por ahora, en un marco de relaciones de convivencia tolerante y respetuosa entre
los pueblos originarios y la diversa población no indígena nacional, y menos aún en el marco
de políticas favorecedoras del pluralismo cultural, sino en uno de relaciones discriminatorias,
racistas y explotadoras. En el mejor de los casos, la interculturalidad forma parte del discurso
ideológico y político de sectores respetuosos del pluralismo, que no tiene gran repercusión en
términos de las leyes y defensa de derechos étnicos.
32 Bien sabemos entonces que en el seno de nuestra realidad constituida la interculturalidad
y el pluralismo son utopías, es decir, realidades sin o con escasa concreción actual, pero
dimensiones de lo posible, retos a la transformación de ideologías y prácticas en el futuro.
Más allá de los reconocimientos formales en las leyes y de la presencia en cierta ideología
social, las relaciones interculturales pluralistas pocas veces se dan en el presente de nuestros
países. De allí que, la pregunta que se plantea es cómo referirnos a la dinámica real de contacto
entre culturas que se desenvuelve en un espacio de relaciones injustas: ¿cómo pluralismo o
interculturalidad desiguales? ¿Sin embargo, no es una contradicción hablar de interculturalidad
desigual si hemos definido interculturalidad como la ideología y la praxis del pluralismo
cultural, que supone un determinado tipo de relación, de dinámica, respetuosa de la alteridad
y sus derechos?. La disyuntiva no es fácil; no obstante, desde mi perspectiva el concepto
interculturalidad como dinámica actual del contacto debe transformarse, ampliarse, para dar
explicaciones a las realidades sociales desiguales y estigmatizadoras que persisten en el
contexto de la globalización y del pluralismo desigual.
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Configurações, 14 | 2014
Multiculturalismo, pluralismo cultural y interculturalidad en el contexto de América Lati (...) 11
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América.
Notas
1 Entre los textos consultados pueden mencionarse: Turner, 1993; Fornet- Betancourt, 1994, 1998;
Kymlicka, 1996, 2003; Villoro, 1998; Mahajan, 1999; Parekh, 2000; Mira, 2001; Diez-Medrano, 2002;
Rex y Singh, 2003; Azurmendi, 2003; Bartolomé, M., 2006.
Referência eletrónica
Autor
Alicia M. Barabas
SNI-CONACYT, Instituto Nacional de Antroplogí a y Historia – Oaxaca & CONACYT. Enderezo de
correspondencia: Pino
Suárez 715, cp. 68000, Oaxaca, Oax., México. Teléfono: (0052) (951) 520 0883
barbar2@prodigy.net.mx
Direitos de autor
© CICS
Resumos
Este artículo trata de precisar los diversos significados de los conceptos multiculturalismo,
pluralismo cultural e interculturalidad, para arribar a usos más pertinentes en relación con los
panoramas de la diversidad cultural en América Latina, poniendo la atención en la situación
de los Pueblos Originarios en los contextos nacionales.
Configurações, 14 | 2014
Multiculturalismo, pluralismo cultural y interculturalidad en el contexto de América Lati (...) 12
contexts and realities of cultural diversity in Latin American countries, focusing on the
situation of the Indigenous Peoples into the national contexts.
Entradas no índice
Configurações, 14 | 2014
En defensa de la etnografía. El Papel
contemporáneo de la investigación
intercultural
In defense of ethnography. The contemporary
role of intercultural research
This essay concerns the to-be-questioned role of ethnography in the contemporary world.
Without needing to criticize once again its traditionally abused historical roles, this paper
proposes to recover ethnographic knowledge, not only as an instrument for analysis and
for knowledge of cultures alternative to ones own, but also as a resource for intercultural
dialogue in the present-day world where the processes of globalization and homogeniza-
KEY
tion are parallel to those of differentiation. Beginning with the recognition that the consu- WORDS
mers of this type of information now are not only the members of academic communities
but also the very same peoples who have been considered objects of study and who now Ethnography
resist being dominated by others, this paper explores perspectives of more egalitarian rela- Research
Ethics
tionships. Thus, from a methodological viewpoint it attempts to restate the ethical charac-
Latin
teristics of practice at the same time that it makes several somewhat eclectic theoretical- America
methodological suggestions. Intercultural
* Agradezco a mi colega y amigo Joan Josep Pujadas la minuciosa lectura de este ensayo.
1 Hace algunos años propusimos el concepto de transfiguración cultural, para designar el proceso a través del
cual las sociedades nativas cambian para poder seguir siendo ellas mismas, modificando las configuraciones cultu-
rales que constituyen sus referentes identitarios M. Bartolomé y A. Barabas (1996). Este proceso demuestra la irre-
levancia del paradigma de la aculturación, considerado como una necesaria absorción de las sociedades nativas en
el marco de las formaciones estatales-nacionales hegemónicas. Como lo han hecho siempre las culturas cambian,
pero las identidades que generan también cambian pero manteniendo la alteridad étnica de sus portadores.
parte. Hay que reconocer que en estos momentos la investigación y la reflexión antropológicas
se encuentran un tanto mediatizada por las demandas de un medio académico que, quizás en
búsqueda de una mayor legitimación profesional y de una anhelada excelencia científica, tien-
de a hacerse un tanto elitista al expresarse en un lenguaje excesivamente técnico reservado sólo
al grupo de los iniciados, que lo aísla de la misma colectividad que nutre tanto la investigación
como la reflexión. No es necesario abdicar del rigor científico, para asumir que tras los lengua-
jes generalmente esotéricos de las ciencias sociales, se pueden reconocer muchas veces luga-
res comunes del conocimiento y el saber populares. Esta propuesta es tan simple, que por su
misma sencillez no produce gran repercusión en un medio académico demasiado amante de
los malabarismos del lenguaje y orientado a elegir siempre la más compleja entre dos alterna-
tivas expositivas posibles.
En razón de lo anterior, pretendo revalorizar el papel de los estudios situacionales o de diag-
nóstico en etnografía, tarea que ha sido tradicionalmente confundida con las a veces precarias
descripciones sociológicas o con reportes institucionales de naturaleza burocrática. Tanto en el
pasado inmediato como en el presente, los diagnósticos sobre la situación de un grupo nativo
han sido minusvalorados por la tradición etnológica, que los percibe como una especie de tarea
casi periodística que podría ser eventualmente cumplida por cualquier funcionario no espe-
cializado. Sin embargo constituyen un aporte decisivo al conocimiento del contexto contem-
poráneo en el cual se sitúan los pueblos indígenas, saber que no está necesariamente orienta-
do hacia algunas de las estrategias de manipulación social, sino por la voluntad de que los
protagonistas de los contextos interétnicos se reconozcan a sí mismos como miembros de un
sistema articulatorio interdependiente2. El apóstol de la antropología interpretativa, Clifford
Geertz (1987:33), proponía que «...El lugar de estudio no es el objeto de estudio. Los antropó-
logos no estudian aldeas (tribus, pueblos, vecindarios...); estudian en aldeas...». Sin embargo,
el estudio de las aldeas, así como de otras unidades sociales, es ahora una tarea fundamental
para una antropología consciente de su responsabilidad académica y política, aunque ello no
excluya la producción teórica. Y es que el desconocimiento que la sociedad estatal exhibe sobre
las culturas nativas resulta a veces francamente sorprendente. Los estereotipos denigradores
conviven con un imaginario colectivo construido en base al prejuicio y la ignorancia. En el
pasado la misma humanidad de los indígenas fue cuestionada, pero ahora son depositarios de
muchas de las fantasías que la supuesta homogeneidad cultural nacional suele proyectar sobre
los otros3. Quizás los antropólogos no hemos logrado proporcionar a la parte no india del país
2 Dentro de ese espíritu se inscribe la reciente obra colectiva en tres tomos que coordináramos sobre Oaxaca,
México, la que busca proporcionar un panorama más coherente de la multiculturalidad local, donde frecuentemente
los grupos etnolingüísticos son confundidos con grupos étnicos organizacionales (A.Barabas y M.Bartolomé 1999).
La óptica etnológica en los diagnósticos supone, por ejemplo, que la información sobre la tenencia de la tierra en un
ámbito indígena, debe estar también acompañada por una exposición sobre la percepción cultural del territorio nati-
vo, ya que la tierra no es sólo un medio de producción sino un crucial referente simbólico e identitario.
3 En febrero de 1998, en uno de los debates respecto a las autonomías indígenas que tuvieron lugar en la cáma-
ra de diputados de México, un representante expuso que no se podían respetar todas las normas culturales de los
una imagen más realista de las etnias nativas, pero ahora la sociedad en su conjunto y especial-
mente la clase política, están obligadas a tener mayor información respecto a estas sociedades
alternas a la propia, las que no pueden seguir siendo imaginadas sino que deben ser conocidas
para poder ser entendidas. No puede haber un diálogo igualitario construido como monólogo,
en el cual uno de los interlocutores pretende imaginar al otro de acuerdo a su propia lógica o
fantasía.
Todo trabajo etnográfico tiene entonces un potencial contenido y una eventual utilización
política que no siempre está o estuvo presente en la mente de su autor. Quizás un ilustrativo
ejemplo al respecto sea la célebre obra de Maurice Leenhardt Do Kamo, prolija y aséptica etno-
grafía hermenéutica, cuyo autor jamás pudo sospechar que sería utilizada por las actuales orga-
nizaciones etnopolíticas nativas como argumento anticolonial basado en su análisis etnológico
de la relación mítica de los melanesios con la tierra (A. Recasens 1997:15). Sin necesidad de
multiplicar los ejemplos, se puede convenir que la distinción entre el trabajo considerado
netamente académico y la producción escrita de una antropología políticamente comprometi-
da, manifiestan ahora límites ambiguos que responden no sólo a los intereses de sus autores
sino también a los de sus lectores. Las etnohistorias regionales, las historias étnicas, las etno-
grafías descriptivas, las interpretaciones etnológicas o las reflexiones antropológicas, tienen
en los pueblos nativos un público consumidor cuya vocación no es necesariamente académica
sino frecuentemente reivindicativa, y que tienden a instrumentalizarlas de acuerdo a sus pro-
pios fines. Por otra parte, esa misma producción puede ser y es de hecho utilizada por ONGs,
grupos políticos o instituciones estatales, en razón de intereses coyunturales, que pueden estar
tanto orientados a reivindicar como a negar la legitimidad de los derechos indígenas, tal como
ha ocurrido en los recientes debates que tuvieron lugar en el Parlamento mexicano (2001)
sobre la cuestión de las autonomías étnicas. En ambos casos, sea tanto para sus consumidores
nativos como para la información de la sociedad civil y política, no podemos seguir propo-
niendo que el trabajo etnográfico se produce en un vacío ético y político.
Es cierto que la rapidez con que ocurren los acontecimientos contemporáneos en un mun-
do globalizado hace que muchos estudios etnográficos se transformen pronto en crónicas
etnohistóricas. Mientras analizamos un contexto dado, éste suele cambiar a una velocidad
insospechada respondiendo a nuevas dinámicas y adquiriendo otra fisonomía. Se produce así
lo que A. Rita Ramos (1992) consideraba un defasaje entre la reflexión antropológica y el
impulso histórico, ya que la maduración analítica requiere de una temporalidad de la que care-
ce la crónica periodística. Sin embargo, y aún transformada en historia reciente, la producción
pueblos indios, porque ello supondría tener que «aceptar aberraciones tales como la poligamia que practican los
triquis de Oaxaca». Estas palabras aparecieron en los periódicos y aparentemente nadie se sintió obligado a contra-
decirlas; sin embargo los triquis sólo son polígamos en las fantasías masculinas urbanas, que proyectan sobre las
sociedades que desconocen sus propios anhelos de innumerables «casas chicas». También me ha tocado escuchar
a un muy distinguido jurista que goza de gran prestigio, referirse a la cuestión étnica y mencionar a grupos extin-
guidos como si fueran los actuales pobladores indios de México, además de adjudicar la realización de sacrificios
humanos a las sociedades nativas contemporáneas.
etnográfica sigue manifestando una validez que su historicidad no alcanza a opacar. El pasado
autónomo de un pueblo cazador sedentarizado, la situación previa de grupos relocalizados por
la construcción de grandes obras de infraestructura o la recuperación etnológica de institucio-
nes en proceso de desplazamiento y reemplazo, pueden actuar como datos cruciales en la cons-
trucción o reconstrucción de los proyectos colectivos afectados por las compulsiones externas.
No pretendo sobrevalorar la tarea etnográfica, ya que nuestra capacidad de actuar y modificar
la realidad a partir del conocimiento de la misma es casi siempre muy limitada, pero tampoco
se puede aceptar que la producción etnográfica no influya, en alguna medida, sobre la realidad
con la que nos relacionamos4. Ello no nos debe inducir a una inactividad especulativa, sino a la
plena comprensión y asunción de nuestras ineludibles responsabilidades académicas, éticas y
políticas.
4 Todo escrito en un mensaje en una botella que alguien eventualmente encontrará y hará suyo. Hace pocos
años conocí a la hija de un antiguo amigo chatino de Oaxaca que fuera asesinado, debido a su compromiso y mili-
tancia etnopolítica, cuando ella era una niña. La familia se había visto obligada a migrar y grande fue mi sorpresa al
enterarme que la joven me conocía, ya que había accedido al conocimiento de la mitología de su pueblo a través de
una de mis publicaciones.
otros, dar una voz escrita a aquellos pueblos pertenecientes a tradiciones culturales alternas a
la del investigador. Pero los antropólogos latinoamericanos de mi generación nos hemos
encontrado con otra tarea; no sólo escribimos o hablamos sobre indios, sino también con
indios y muchas veces para indios. En los últimos años la escritura antropológica ha cobrado
otro sentido, por el hecho de que su público potencial ya no es sólo el reducido ámbito acadé-
mico, sino también los pueblos que habían sido considerados «objetos» pasivos de nuestras
disciplinas. Todo antropólogo sabe ahora que, en mayor o menor medida y de acuerdo a los dis-
tintos contextos regionales, su obra será leída y criticada por un creciente número de estu-
diantes e intelectuales indígenas. Y es cada vez más frecuente que los otros se nieguen a ser
representados por nosotros, o que no encuentren en los escritos etnográficos un reflejo verí-
dico del mundo del cual forman parte y en el cual puedan reconocerse a sí mismos. La legiti-
midad del conocimiento adquirido no es ahora sólo objeto de análisis y crítica por parte de la
comunidad académica, sino también por aquellos que protagonizan la vida que pretendemos
exponer en nuestros escritos.
Sin embargo, esta perspectiva no excluye aquellas orientadas a informar a otros de las
características de las culturas alternas. No es posible el diálogo intercultural que nuestra épo-
ca reclama, si éste está basado en el mutuo desconocimiento de sus protagonistas. La llamada
globalización ha puesto en contacto aún más intenso y frecuente los diferentes rostros de la
aventura humana. Con todas las limitaciones derivadas tanto de la formación personal del
etnógrafo como de sus mediatizaciones académicas, la práctica etnográfica continúa siendo
una tarea necesaria. No conozco otra forma de hacer visible a un público cada vez más vasto,
la presencia y contemporaneidad de las múltiples experiencias culturales. Indudablemente
en esa tarea nos aventajan los antropólogos nativos, miembros de las mismas culturas que
analizan; será muy difícil competir con un ayuuk (mixe) sobre el conocimiento de la religión
propia. Pero ese extranjero profesional que es el antropólogo perteneciente a una cultura dis-
tinta, siempre tendrá la posibilidad de una reflexión en cuya misma distancia está su capaci-
dad de brindar aproximaciones valiosas, en la medida que pueda ver aquello que la cotidia-
neidad hace invisible a los que lo practican5 y sea capaz de dar cuenta de la alteridad sin
cosificar a sus protagonistas. Y hay mucho que podemos aprender de las culturas nativas tra-
dicionalmente inferiorizadas; cada una de ellas ofrece respuestas y otorga sentidos a la vida a
través de complejos sistemas filosóficos, muchas han desarrollado formas de convivencia con
el medio menos destructivas que las llamadas «occidentales», algunas poseen conocimien-
tos médicos que pueden ayudar a otros, todas tendrían que poder ejercer el derecho a su sin-
gularidad sin temor a ser avasalladas.
5 Es un interesante ensayo nuestro colega brasileño Gustavo Lins Ribeiro (1989), propone que precisamente
el acto de descotidianizar la regularidad de la vida diaria, es el que tipificaría la tarea antropológica en sociedades
diferentes a la propia. Y, a la inversa, debe recurrir al extrañamiento como método para convertir lo familiar en exó-
tico, si estudia su propia cultura.
Otros, sino una convivencia que compromete nuestra cotidianidad y nos involucra en redes
personales, políticas, simbólicas, afectivas y culturales que ya nunca más nos podrán ser aje-
nas. Ello no supone renunciar a la fascinación de lo diverso, al placer de la diferencia, sino ubi-
carlo en un sitio más próximo a la vida diaria; no reservarlo para las vacaciones. Como lo ha
destacado la antropóloga brasileña Alcida Rita Ramos (1994), ni el exotismo ni la alteridad son
invenciones de la antropología, aunque haya algunos autores que lo piensen: Alcida Ramos
propone que en este sentido el exotismo sería como el colesterol, hay uno malo y uno bueno;
uno trivializa la diferencia al advertir sólo su aspecto exterior, otro intenta comprender a los
Otros a partir del reconocimiento de esa diferencia. La tarea etnográfica puede entonces con-
tribuir a ese reconocimiento igualitario de la diferencia.
con informantes, sino con interlocutores pertenecientes a las sociedades que interrogo6. No se
trata sólo de proponer un nuevo término para un viejo estilo de recolección de información,
sino de estipular claramente e inaugurar un diferente tipo de relación social con las personas
con las que nos vinculamos. Dicha relación no puede seguir estando construida a partir del
vacío ético, ni configurada como una transacción mercantil donde se intercambian nociones
culturales por dinero o mercaderías. Por una parte, ello distorsiona el sentido mismo que el
conocimiento de la cultura propia posee para sus relatores, ya que pasa a ser utilizada y conce-
bida como una mercancía a partir del hecho que puede ser vendida. Por otra parte, el mismo
afán mercantil involucrado en este tipo de relaciones, tiende a influir en la naturaleza de la
información que se proporciona, a partir de la asimetría en las relaciones de poder que se ejer-
cen7. En un ensayo que en los últimos años ha sido considerado un «clásico» del «replanteo»
de la investigación etnográfica, Paul Rabinow (1992) se preguntaba sobre la dudosa fidelidad
de sus informantes contratados, quienes de pronto no actuaban hacia él como era de esperar-
se de personas involucradas en relaciones amistosas. Pero olvidaba que todos ellos eran sus
empleados asalariados y no necesariamente sus amigos por elección propia. Una interrogación
mercantil no puede menos que producir resultados mercenarios.
Durante años he convivido y me he relacionado profesional y personalmente con pueblos
pastores, cazadores selvícolas, horticultores amazónicos y agricultores mesoamericanos; es
decir, sociedades cuya vida cultural está vinculada a distintas experiencias económicas y dife-
rentes nichos ecológicos. Puedo entonces proponer con alguna certeza que, más allá de la pre-
sencia de especialistas, toda sociedad tiene intelectuales cuyos conocimientos son superiores a
los de sus paisanos, aunque dichos conocimientos no formen necesariamente parte ni de su
estatus ni de su posición social. Si bien es importante conocer a los especialistas en lo sagrado,
en lo político o en específicos ámbitos de cada cultura, siempre hay personas curiosas, que han
buscado conocer más de lo que les enseñaron y que tienen la posibilidad de ejercer un pen-
samiento analítico sobre sus propias sociedades. Es con ellos con quienes, por lo general, un
antropólogo encuentra más factible establecer diálogos basados en una relación equilibrada, ya
que se trata de compartir un común interés por el conocimiento. Con estas personas resulta
siempre más fluido y agradable construir una comunicación horizontal, puesto que con fre-
cuencia el mismo investigador resulta interrogado sobre su propia cultura. Se produce enton-
6 Como suele suceder, después de haber escrito estas páginas leí un texto casi contemporáneo de mi respeta-
do colega y amigo R. Cardoso de Oliveira (1998), en el que también plantea la necesidad de cambiar a informantes
por interlocutores, buscando un diálogo intercultural que supere las relaciones de poder involucradas. Le reconoz-
co entonces la primacía temporal en acuñar el concepto y me congratulo de la óptica compartida con un autor fun-
damental de la antropología latinoamericana.
7 Recordemos que la información trasmitida en estas interrogaciones resulta fundamental para que el antro-
pólogo realice su propia construcción del mundo social con el que cual se relaciona. Ello llevó a proponer a C. Lisón
Tolosana , que no se trata sólo de informantes, sino de formantes, en la medida que son productores de universos
mentales que posibilitan al investigador el desarrollo de un sentido interpretativo posible respecto a sus sociedades
(2000:25).
8 Por supuesto que ello no significa que sea la única reflexión, pero sí la que más debates ha producido. Es
imposible citar aquí la cantidad de textos que genera la polémica al respecto, pero algunas visiones pueden encon-
trarse en los números especiales de Current Anthropology, Ethnographic Authority and Cultural Explanation (1995,
Vol. 36, N.º 1) y Ethnograpy: Engagement (2000, Vol. 41, N.º 2). Sin embargo mucho más reflexiva y menos reitera-
tiva es la obra española coordinada por Carmelo Lisón Tolosana (2000). Se puede proponer asimismo que el mejor
análisis crítico en lengua castellana lo constituye el libro compilado por el argentino Carlos Reynoso (1991).
«analógicas», por ser un discurso sobre los otros en lugar de un diálogo con los otros, creyen-
do descubrir un camino que ya muchos habíamos recorrido en América Latina, escribiendo
junto con nuestros interlocutores. Si bien los posmodernos han puesto énfasis en la subjetivi-
dad del autor y cuestionado la autoridad del etnógrafo (James Clifford 1988), lo que represen-
ta un avance dentro de la tradición positivista a la que pertenecen, tienden a producir un dis-
curso despolitizado y huérfano de interés humanístico, cuya crítica se orienta más hacia los
autores que a la valoración de los hechos que éstos exponen9. Tal vez sea un buen pan crítico
para nutrir a los académicos, pero se aleja de la vida que alimenta a las obras etnográficas.
Quizás el mayor cuestionamiento que se les pueda realizar es haber deconstruido algo que no
han logrado volver a construir: la carencia de monografías etnográficas posmodernas, que
supongan una mejor aproximación a los mundos alternos es el mayor argumento respecto al
poco futuro de esta perspectiva. Sin embargo, su mérito radica en haber conmovido el avispe-
ro profesional al cuestionar profundamente algunas legitimidades autorales tradicionalmente
establecidas.
Me parece incluso positiva la intención posmoderna de liberar el discurso antropológico del
agobiante marco de la ficción empirista, que proponía lograr la objetividad a partir de la cuan-
tificación a ultranza y de la supuesta exclusión de la subjetividad del autor. Pero debemos reco-
nocer que esto representa también un tardío descubrimiento (o aceptación) de lo que tradi-
ciones académicas de otros países habían postulado hace muchos años. Todas las antropologías
nacionales tienden a ser un tanto provincianas y la norteamericana no constituye una excep-
ción a la regla. No obstante parece saludable que sus representantes hayan aceptado la influen-
cia de Foucault referida a la arbitrariedad de las epistemes (paradigmas y visiones del mundo),
y el corrosivo deconstructivismo «antiepistémico» de Derrida (C. Reynoso 1991). Pero con
este nuevo arsenal crítico el posmodernismo arribó a la heteroglosia, la diglosia y la polifonía
como recursos etnográficos, sin advertir sus antecedentes en las hermenéuticas antropológicas
europeas como la de M. Leenhardt (1997), G. Condominas (1991) o L. Frobenius (1940)10. Aún
así, es válida su preocupación por romper el monólogo del autor. Los posmodernos han carac-
terizado al discurso etnográfico como una ficción, pero esto no significa que sea irreal, sino que
9 Así también lo advirtió Marc Augé cuando señalaba «...que si le creemos a James Clifford, los nuer nos ense-
ñarán más sobre Evans Pritchard que éste sobre aquellos...tratándose de etnología y de literatura etnológica, la her-
menéutica de poco alcance corre el riesgo de la trivialidad...» (1995:42).
10 Quizás cada autor sea sólo comprensible en su contexto y en su tiempo, y aunque Frobenius escribía sobre
Africa en las primeras décadas del siglo XX, de manera casi contemporánea a autores como R. Redfield (1945) que
lo hacía sobre México, en este último no aparecen reflexiones autocríticas comparables a las que registra la obra del
etnólogo alemán ¿Cómo excluir de la tradición etnográfica a uno de los primeros autores del siglo XX que respeta a
los llamados primitivos? A uno que es capaz de proponer que «...la historia, la historia arcaica y la historia primiti-
va tienen su punto de partida en el sentimiento del yo, sólo la etnología nos permite comprender el tú en la esencia
del proceso civilizador...para poder comprender la esencia humana en sí misma, para poder entender los fenóme-
nos culturales sin dejarse engañar por el egocentrismo, es necesario que la vida misma nos provea de un tú absolu-
to (la diferencia)...» (L. Frobenius 1940:73).
es una construcción del que lo escribe, cuya naturaleza de constructo debe ser claramente expli-
citada destacando las condiciones contextuales, históricas y personales, de su realización.
La obra de autores posmodernos como Stephen Tyler, que proponen una etnografía enten-
dida como un modo discursivo superordinado que relativiza a los otros discursos, se declara
necesariamente apolítica y no comprometida, arribando a un estéril juego académico-litera-
rio. Su propósito sería evocar una fantasía (sic) a través de la cual pueda percibirse un mundo,
que si bien fantástico «posea las claves propias del sentido común» (1991:187). Se ha dicho
que el sentido común es el menos común de los sentidos, y aunque C. Geertz (1994) haya pro-
fundizado en el tema, no deja de ser una arbitraria apelación a una lógica cultural que de nin-
guna manera puede ser considerada universal, salvo a partir de perspectivas fundamentalistas.
Incluso Tyler ha sido acusado, y a mi juicio con razón, de que ese discurso superordinatorio que
propone ya ha sido practicado durante milenios por la humanidad «premoderna», y se llama
precisamente «religión» (W. Trajano Filho, 1988:141). Nos encontramos así ante una propo-
sición que considera a la etnografía, no como un intento de aprehender la realidad objetiva,
sino como el acto de evocarla y reconstruirla a partir de un hipostasiado sentido común. Ante
ello cedo la palabra (¡de manera dialógica!) a mi colega brasileño Wilson Trajano «...al final,
una etnografía que se asume posmoderna, escrita por un antropólogo americano sobre los
indios karayá va a restaurar el sentido común de quién ¿de los karayá, de los Estados Unidos,
del Brasil o del antropólogo...?».
De manera explícita, en el discurso de la antropología posmoderna, aparece no sólo una
apelación a que se exponga el contexto del autor, sino también la referencia a que la investiga-
ción etnográfica no sea sino otra manera de que Occidente, y el autor como parte de él, se inte-
rroguen a sí mismos a través de los otros. Esta aparentemente novedosa reflexión olvida que ya
en 1883 Dilthey (1944-1954), proponía en su Introducción a las Ciencias del Espíritu, que en el
conocimiento de la realidad humana el hombre no se encuentra ante un mundo externo a sí
mismo como lo es la naturaleza, sino frente a un otro que es él mismo, «ya que es el hombre el
que indaga y el que es indagado», por lo que el sujeto y el objeto del conocimiento son idénti-
cos entre sí. Esta comprensión es la que le llevó a proponer como un instrumento propio del
conocimiento de lo humano la vivencia (erlebnis), entendida como la experiencia vivida o revi-
vida que nos permite conocer a los otros a través de nosotros mismos11. Es esta perspectiva la
que podemos encontrar en numerosas etnografías que podemos llamar vivenciales, en la
medida en que sus autores se incluyen vitalmente en la exposición, expresando tanto sus moti-
vaciones como sus sentimientos ante los eventos en los que participa, las informaciones que
recibe o los sucesos que contempla.
11 Algunos posmodernos, como Paul Rabinow (1992:27), prefieren recurrir a esta misma operación cognitiva
pero invirtiendo los términos. Es así que dicho autor, siguiendo a Paul Ricoeur, propone que la hermenéutica sería
«la comprensión del yo dando el rodeo por la comprensión del otro». Rabinow se refiere al yo cultural, del cual el
Otro actúa como un espejo, pero si bien la antropología es capaz de producir una reflexión crítica de la propia cultu-
ra a partir de las culturas alternas, reducir su actividad a esa sola alternativa es tan etnocéntrico como egocéntrico.
Y estas obras no están contenidas dentro de diarios de campo personalizados, sino en ensa-
yos tales como La Muerte en los Sara (1985) del recordado Robert Jaulin, donde se narra su con-
flictiva iniciación tribal; o en las vívidas páginas del libro de Georges Condominas Lo exótico es
cotidiano (1965, 1991), texto en el que se combina la experiencia personal vietnamita con la
descripción etnográfica. Otros autores, tales como Jean Duvignaud, nos ha dejado en El Salvaje
y el Proletario (1973, 1977), un excelente fresco de sus históricamente cambiantes experiencias
tunecinas en el oasis de Chebika, o como Pierre Clastres nos ha ofrecido una interpretación
personalizada de la guerra entre los yanomami de la amazonia venezolana en su breve e impac-
tante ensayo El Último Círculo (1980, 1989). Aunque quizás pocas experiencias etnográficas y
existenciales, que han cambiado tanto la vida del autor, tengan el valor testimonial de la obra de
Lluís Mallart, Soy hijo de los evuzok (1996), donde narra los años de convivencia con este pueblo
africano que le hicieron abandonar la vocación sacerdotal misionera y asumir la antropológica.
Algunos de los etnólogos no pudieron conciliar la escritura etnográfica con las vivencias perso-
nales, viéndose obligados a refugiarse en mundos literarios que les permitieron una mayor
libertad creativa. Éste fue el caso, entre otros, de antropólogos como el peruano José María
Arguedas (1958, 1964), o del brasileño Darcy Ribeiro (1983, 1990), cuyas inusitadas novelas
etnológicas desorientaron inicialmente al medio profesional del momento12. Al parecer estos
autores y sus obras, que ya forman parte de la historia de la antropología mundial, tienen en
común el no ser metodológicamente reconocidos como antecedentes por sus posmodernos
colegas norteamericanos, demasiado atentos a la contemplación de su ombligo histórico y
obsesivamente dedicados a la crítica de una pionera pero ya arcaica antropología colonial.
Bienvenida la crítica a la etnografía como obra literaria. Comparto los cuestionamientos de
los mundos aparentemente objetivos, así como la relativización de realidades autoralmente
construidas; pero no puedo aceptar que la realidad sea sólo un relato, o que tenga el mismo
estatus ontológico que lo imaginario. Que la escritura sea una construcción textual, no excluye
el hecho de que ésta se refiera a una realidad fáctica a la cual nos aproximamos, aunque no
podamos aprehenderla en su totalidad de significados. Esa clase de juego despolitizador pue-
de ser válido para antropólogos del primer mundo, y sus tradicionales seguidores periféricos
en América Latina, que siguen ignorando o minusvalorando la dimensión humana de los pue-
blos nativos con los que se relacionan; sus grandezas, miserias y luchas enmarcadas en la tra-
gedia del colonialismo. Con estas observaciones no pretendo descalificar de manera chauvi-
nista a las antropologías metropolitanas en general, cuyos aportes nadie puede desconocer,
12 De José María Arguedas, antropólogo quechua peruano, son especialmente recordables Los Ríos Profundos
(1958) o Todas las Sangres (1964), textos que no ocultan sus referentes biográficos como nativo. Darcy Ribeiro supo
combinar el imaginario brasileño sobre los indígenas con la información etnológica en su novela Maira o la aguda
crítica social a ese imaginario en Utopía Salvaje (1990). Pero Darcy Ribeiro es también autor de una monumental
obra autobiográfica Diarios Indios: os urubú-kaapor (1996), aparecida poco antes de su muerte, que recoge de mane-
ra coloquial parte de su dilatada experiencia etnográfica en la selva amazónica y que nos permite acceder a él a tra-
vés de los otros, al mismo tiempo que a los otros a través de él.
sino a aquellos investigadores que sólo usan a los pueblos nativos como un recurso para sus
carreras académicas. Y en esto sentido tampoco son inocentes las antropologías latinoameri-
canas, algunas de ellas cómplices del integracionismo etnocida propuesto por los aparatos
estatales13 o sólo dedicadas a tratar de legitimarse ante el estado o ante sus colegas metropoli-
tanos, asumiendo un inadmisible vacío ético. No es necesario que el etnógrafo se asuma como
un mesiánico salvador de la sociedad que interroga, para que en su obra se refleje el contexto
político y social dentro del cual desarrolla su tarea.
13 Resulta frecuente reconocer la culpabilidad de la antropología , por sus aportes a las políticas colonialistas
europeas o estadounidenses (G. Leclercq 1972), que aún constituyen un mea culpa reiterado y reiterativo entonado
por muchos miembros de la colectividad profesional. Sin embargo, es menos frecuente reconocer que la práctica
del indigenismos integracionista mexicano, representó una de las mayores empresas etnocidas llevadas a cabo por
un estado bajo la dirección de la antropología, orientada por lo que en la época se llamaba «aculturación dirigida»
y que supuso la descaracterización cultural y la perdida lingüística de millones de personas (M. Bartolomé 1997).
ve en diagonal. Los factores estructurales subyacentes no bastan entonces para explicar la com-
plejidad de las configuraciones culturales, aunque éstas respondan a su lógica. No podemos
reducir las culturas alternas a las lógicas (generalmente nuestras) que podamos identificar en
ellas: a quien busca comprender sentidos no le basta con coleccionar reglas.
Cuando nos encontramos frente a una cultura alterna a la nuestra, partimos de la premisa de
que está integrada por seres humanos iguales a nosotros, cuyas conductas pueden estar condi-
cionadas por múltiples variables, sean éstas ambientales, tecnológicas, políticas o de cualquier
otra naturaleza. Sin embargo, la compleja red de mediaciones simbólicas que constituye la
estructura de sentido de esa sociedad, no puede ser reducida a sus principios condicionantes
sin que su sentido pierda sentido. Es así que, aún en las sociedades más articuladas al medio
ambiente, los universos simbólicos que expresan esta íntima relación entre las personas y el
mundo exhiben una variedad extraordinaria que no permite reducirlos sólo a sus determinan-
tes ecológicos. Es por ello que la etnóloga Alicia se sentía obligada a profundizar en las motiva-
ciones de los extraños personajes que habitaban atrás de los espejos, sin pretender reducir sus
aparentemente incomprensibles conductas a la locura o al desvarío; es decir calificarlas como
desviadas de un posible modelo universal. A pesar de su rígida y condicionante educación for-
mal victoriana, Alicia sabía que «no era correcto» pensar que todas las conductas que se ale-
jaban de su modelo familiar fueran necesariamente absurdas y, por ello, intentaba ejercer, sus
quizás limitadas, pero generosas posibilidades de comprensión, ante cada uno de sus descon-
certantes interlocutores.
Tal vez, pueda sorprender que recurra a la obra de Lewis Carroll, autor al que difícilmente se
le pueda adjudicar una vocación etnográfica. Sin embargo, la llamada lógica del absurdo o,
mejor dicho, una lógica que se va inventando a sí misma en la medida en que tropieza con nue-
vos objetos de conocimiento, se demuestra a veces más competente para dar cuenta de una rea-
lidad alterna que la apelación a una rígida lógica derivada de la propia filiación cultural. Al igual
que el desorientado pero inquisitivo personaje de Carroll, quien interroga al «otro» pretende
pasar a través del espejo: trascender aquel reflejo construido por la proyección de nuestra pro-
pia imagen, y buscar más allá de esa proyección aquello que hace al otro ser lo que es, sin nece-
sidad de intentar traducirlo en términos que casi siempre le son ajenos.
Quizás pueda parecer que estoy proponiendo una apología del eclecticismo pero, aunque
no sea exactamente una apología, sí es por lo menos una llamada de atención en contra de
los prejuicios al respecto. En sus orígenes filosóficos el eclecticismo aludía a la tendencia a
asumir distintas tesis de diferentes filósofos sin reparar demasiado en la coherencia que
dichas tesis mantuvieran entre sí. Así, el eclecticismo pasó a ser entendido como una espe-
cie de incoherencia ante el conocimiento, que se plasmaba en construcciones internamen-
te contradictorias. Sin embargo, ello no se puede aplicar de manera estricta al desarrollo de
la investigación y el conocimiento etnográficos. No hace falta identificarse con las escuelas
teóricas de los distintos autores para valorar y utilizar el conocimiento que produjeron, aun-
que por lo general éste se encuentre tamizado o condicionado por las perspectivas teóri-
cas14. No se necesita hacer acto de fe funcionalista para recurrir a la prolija y valiosa información
contenida dentro de la obra de Malinowski. La riqueza monográfica y analítica de las vastas reco-
pilaciones míticas o parentales de Lévi-Strauss, no requieren de una adhesión estructuralista
para considerarlas parte importante de la historia de la reflexión etnológica. Asumir las propues-
tas dinamistas de G. Balandier, y su lúcido análisis de la situación colonial (1972), no supone
excluir las perspectivas que enfatizan la dimensión simbólica en los sistemas interétnicos. No se
trata de rescatar todos los paradigmas, sino destacar el carácter no necesariamente paradigmáti-
co del conocimiento etnográfico, en la medida que no constituye una acumulación de ciencia nor-
mal guiada por una epistemología exclusiva, sino de datos susceptibles de múltiples posibilidades
interpretativas que pueden no ser mutuamente excluyentes. Quizás, en tanto miembros de «cul-
turas híbridas» (N. García Canclini 1990) no podamos menos que ser etnógrafos eclécticos.
De hecho, todas las generaciones de etnógrafos han generado individualidades, de cual-
quier filiación teórica, cuyas obras representan aproximaciones y/o reflejos creativos de las
culturas a las cuales interrogaron. No pretendo realizar aquí un probablemente injusto listado
de nombres o de obras paradigmáticas, sino señalar que, pese a todas sus contradicciones per-
sonales y limitantes contextuales, la empresa etnográfica es factible además de necesaria. Las
teorías pasan, pero las etnografías permanecen. Este legado está compuesto por una multitud de
obras que no lograron trascender las murallas refractarias del espejo, pero también por otras
que hicieron el mejor esfuerzo para lograrlo. Y es que a pesar de todas las críticas metodológi-
cas a las que se puedan someter a sus autores, lo que las hace recordables es que ellos trataron
de ver un mundo con los ojos de los otros. Aquellos que lograron trascender las distorsionadas
imágenes del espejo, guiados tanto por el conocimiento como por una especial sensibilidad
personal, han dejado registros etnográficos que por sí solos justifican la existencia de nuestra
disciplina. Sus obras no sólo intentaron comprender a otras culturas, sino que también nos
proporcionan un testimonio histórico de realidades dinámicas y cambiantes.
14 Una antigua metáfora utilizada en la sociología del conocimiento, refiere a que si arrojamos a un mar una red
con una abertura de malla de 20 centímetros de diámetro, al recoger la pesca nos sentiríamos inducidos a proponer
que en ese mar sólo existen peces mayores de 20 centímetros, puesto que los otros se nos habrían escapado. Es decir
que nuestra visión de la realidad dependerá del instrumento de medición utilizado para captarla, lo que también se
aplica a las perspectivas teóricas exclusivistas. Sin embargo, por parcial que sea nuestra óptica o instrumento –en
este caso la red–, los peces mayores de 20 centímetros también forman parte de ese mar, por lo que de todas mane-
ras pudimos captar una parte de la realidad.
15 Asumo, junto con la perspectiva dinamista en antropología, que la dinámica es inherente a las estructuras.
La ambigüedad no es equivalente a la ausencia de estructura, sino al constante proceso de estructuración, deses-
tructuración y reestructuración que es propio del pensamiento y de las conductas humanas. Sin pretender recurrir
a analogías de las ciencias exactas, es oportuno recordar que el célebre físico teórico Stephen Hawking propone que
«...la segunda ley de la termodinámica (la entropía) resulta del hecho de que siempre hay muchos más estados des-
ordenados que ordenados...» así, por ejemplo, las piezas de un rompecabezas tienen un solo orden posible en el
cual pueden formar una imagen coherente, existiendo en cambio un número casi infinito de posiciones desorde-
nadas en las que no se puede formar una imagen (1988:192).
16 En lo que atañe a la relación de las acciones verbales (discurso) y las acciones no verbales (hechos), hay un
buen ensayo de una antropóloga española que aborda analíticamente las referencias a «lo que se dice», «lo que se
dice que se hace», lo «que se dice y no se hace» y lo «que se dice que se ha hecho» (M. Jociles Rubio 1999).
17 Hemos abordado el carácter de relación intersubjetiva localizada, pero generalizada en forma de totalización
de las comunidades sociales sobre las que se construye la producción etnográfica, en el prólogo de nuestra obra
Tierra de la Palabra: historia y etnografía de los chatinos de Oaxaca (M. Bartolomé y A. Barabas 1982).
que nos están siendo transmitidos por nuestros interlocutores. Se trata de ejercitar esa
«domesticación teórica de la mirada» que propusiera R. Cardoso de Oliveira (1998), condicio-
nada por los parámetros de la formación profesional. La experiencia personal me induce a no
aceptar como únicas estrategias metodológicas las propuestas que tratan de construir a cada
cultura como un sistema coherente de símbolos, del que estarían ausentes las anómalas con-
ductas reales de sus portadores. Pero para que la observación etnográfica sea posible y legítima
es necesario convivir con la gente y no sólo relacionarse con unos cuantos «informantes».
Se puede incluso proponer que el ámbito simbólico fundamental para relacionarnos con un
mundo culturalmente diferenciado es la zona de frontera que se genera entre sistemas de sig-
nificaciones a veces ambiguos y aparentemente irreductibles. En ese espacio incierto también
las ambigüedades del «otro cultural» se relacionan con las ambigüedades propias del mundo
donde se ha construido culturalmente el antropólogo. En una situación de convivencia margi-
nal tal vez sólo podamos conocer los márgenes de los sentidos profundos, pero toda frontera
cultural revela también los contenidos manifiestos de su núcleo de significados. Allí es donde
trabaja el etnógrafo, habitando esa región fronteriza entre sociedades diversas, construyendo
quizás una nueva área de significación que posibilite la temporaria conjunción de diferentes
sistemas culturales. Nuestra construcción, aunque siempre aproximada, será legítima si logra-
mos identificar no sólo sistemas y estructuras de significados, sino también las tensiones y
ambigüedades que los alimentan y que les imprimen sus potenciales dinamismos.
Se trata de un ámbito donde las relaciones humanas, que se busca objetivar a través de la
descripción etnográfica teóricamente orientada, aparecen cargadas de contenidos subjetivos y
afectivos. Si toda subjetividad humana manifiesta un contenido social que contribuye a confi-
gurarla, el mundo de los otros se diferencia del de nosotros no sólo por sus manifestaciones
objetivas, sino también por ser el espacio de especiales relaciones subjetivas y afectivas en las
cuales tendemos a involucrarnos. De allí la solidaridad y el compromiso que suele generarse en
un etnógrafo respecto a los pueblos con los que ha convivido y en cuyo mundo afectivo ha tra-
tado o tenido que participar con mayor o menor éxito. Ese compromiso suele desconcertar a
quienes ven a las poblaciones indígenas exclusivamente como problemas de investigación,
residuos de un pasado o sólo como seres carenciados; «pueblos objeto» alejados de la vida y la
experiencia propias. Y es que no sólo nos relacionamos con los otros a través de la razón sino
también a través de la afectividad. La propuesta etnográfica es, además de una legítima bús-
queda científica, una compleja experiencia afectiva en la que el análisis conceptual no excluye
la vivencia personal. Para intentar llevarla a cabo es necesario tratar de hacer coincidir los dic-
tados de la razón analítica con la intensidad analógica de la emoción creadora.
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O C E A N O PA C I F I C O
a colonialidad
del saber:
8 P- K 5
^urocentrismo
I 1.
D O R y ciencias sociales
perspectivas latinoamericanas
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Edgardo Lander
\ L A N T I C O Editor
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Esquema 1
4. Esto explica, en parte, que las luchas de la desarticulada Yugoslavia desde 1991 tienen “larga historia” (la Croa-
cia latina, posteriormente católica, contra la Serbia griega, que después será ortodoxa).
5. Mucha razón tiene Samir Amin, Eurocentrism, Monthly Review Press, Nueva York, 1989, cuando escribe: “Ch -
ristianity and Islam are thus both heirs of Hellenism and remain, for this reason, twin siblings, even if they have
been, at certain moments, relentless adversaries” (p.26). Muestra muy bien que la filosofía helenística sirvió prime-
ro al pensamiento cristiano bizantino (del siglo III al VII), posteriormente al árabe musulmán (cuyo esplendor co-
mienza en el VIII siglo hasta el XII, de inspiración aristotélica), y posteriormente el tiempo clásico escolástico lati-
no desde fines del siglo XII (también aristotélico). El renacimiento platónico en Italia en el siglo XV, en cambio, se-
rá ya de origen cristiano bizantino.
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Esquema 2
7. Por ejemplo, Charles Taylor (Sources of the Self. The Making of the Modern Identity, Harvard University Press,
Cambridge, 1989) habla de Platón, Agustín, Descartes, etc. Es decir, la secuencia griega-romano cristiana-moderna
europea, como siendo unilineal.
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Aclaración: la flecha a indica la procedencia del homo sapiens en América
y las influencias neolóticas del Pacífico; nada más.
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IMPERIALISMO Y GLOBALIZACIÓN
Samir Amin. Revista Globalización
Esta segunda fase del imperialismo está en el origen del más grande problema
con el que se ha enfrentado la humanidad: la inmensa polarización que ha
aumentado la desigualdad entre las gentes de una proporción de dos a uno en los
alrededores del 1800, a la de 60 a 1 en nuestros días, en donde sólo el 20% de la
población mundial queda incluída en los centros que se benefician con el
sistema. Al mismo tiempo, esos prodigiosos logros de la civilización capitalista
dieron lugar a las más violentas confrontaciones entre los poderes imperialistas
que el mundo haya visto. La agresión imperialista otra vez produjo las fuerzas
que resistieron ese proyecto: las revoluciones socialistas que ocurrieron en Rusia
y en China (de un modo nada de accidental, todas ocurrieron en periferias que
eran víctimas de la expansión polarizadora del capitalismo realmente existente) y
las revoluciones de liberación nacional. Su victoria dio medio siglo de respiro,
tras la Segunda Guerra Mundial, que alimentó la ilusión de que el capitalismo,
obligado a ajustarse a las nuevas situaciones, al menos se las había arreglado
para llegar a civilizarse.
Sin duda, esta construcción, que está muy lejos de terminarse, pero que sí está
atravesando una crisis que pone en cuestión su significado a largo plazo, sigue
siendo una tarea difícil. No se han encontrado todavía fórmulas que hagan
posible la reconciliación de las realidades históricas de cada nación, que tanto
pesan sobre la formación de una Europa políticamente unida. Agréguese a eso, la
visión de cómo este espacio económico y político europeo pueda calzar con el
nuevo sistema global, que tampoco está construido, lo hace que todo permanezca
ambiguo, para no decir nebuloso. ¿Será este espacio económico el rival del otro
gran espacio, el que fue creado en la segunda Europa por los EEUU? De ser así,
¿de qué modo esta rivalidad afectará las relaciones de Europa y de los EEUU con
el resto del mundo? ¿O actuarán en concierto? En este caso, ¿los europeos
aceptarán participar como socios en esta nueva versión del sistema imperialista
de 1492, manteniendo sus opciones políticas en conformidad con Washington?
¿Bajo qué condiciones la construcción de Europa podría ser parte de una
globalización que pusiera fin definitivo al sistema de 1492?
Hoy presenciamos el comienzo de una tercera ola de devastación del mundo por
una expansión imperialista, apoyada por el colapso del sistema Soviético y de los
regímenes nacionalistas populares del Tercer Mundo. Los objetivos del capital
dominante siguen siendo los mismos –el control de la expansión de los mercados,
el saqueo de los recursos naturales de la tierra, la superexplotación de las
reservas de trabajo en la periferia—aún cuando todo esto se persiga bajo
condiciones que son nuevas y en muchos respectos muy diferentes de las que
caracterizaron la fase precedente del imperialismo. El discurso ideológico
diseñado para asegurar el predominio de los pueblos de la tríada central
(EEUU.Europa Occidental y Japón), ha sido remozado y ahora se funda en "el
derecho a intervenir", que supuestamente se justifica en "la defensa de la
democracia", "los derechos de los pueblos" y en el "humanitarismo" . Los ejemplos
de duplicidad son tan flagrantes que para Africanos y Asiáticos llega a ser obvio
el cinismo con que se usa este lenguaje. La opinión occidental, sin embargo, ha
respondido con el mismo entusiasmo como frente a las justificaciones de las
primeras fases del imperialismo.
Todavía más: para alcanzar este fin, los EEUU lleva a cabo una estrategia
sistemática diseñada para asegurar su absoluta hegemonía mediante una
demostración de poder militar que consolida tras él a todos los socios de la
Tríada. Desde este punto de vista, la guerra de Kosovo cumplió con una función
crucial, obtener la total capitulación de los estados de Europa, que apoyaron la
posición americana sobre los nuevos "conceptos estratégicos" adoptados por la
OTAN, inmediatamente después de "la victoria" en Yugoslavia en abril23-25, de
1999. En este "nuevo concepto" (referido rudamente al otro lado del Atlántico
como "la doctrina Clinton"), la misión de la OTAN queda, para todos los fines
prácticos, extendida a toda el Asia y el África ( LOS EE.UU, ya desde la Doctrina
Monroe, se reservaba el derecho a intervenir en América), lo que viene a ser una
admisión de que la OTAN ya no es una alianza defensiva sino un arma ofensiva
de los EEUU. Al mismo tiempo, esta misión es definida en los términos más vagos
que se pudiera imaginar, para incluir nuevas "amenazas" (crimen internacional,
"terrorismo", el "peligroso" armamento de países que están fuera de la OTAN,etc.),
Agréguese que la OTAN se libera de toda obligación para actuar sólo bajo un
mandato de las Naciones Unidas, que es tratada con un desprecio similar al que
mostraron los poderes fascistas con la Liga de las Naciones (hay una asombrosa
similitud en los términos utilizados).
La ideología americana es cuidadosa en empacar su mercancía, el proyecto
imperialista, en el inefable lenguaje de "la misión histórica de los EEUU". Una
tradición heredada desde los comienzos por "los padres fundadores", seguros de
su inspiración divina. Los liberales americanos –en el sentido político del término,
los que se consideran a "la izquierda" en su sociedad—comparten esta ideología.
De acuerdo con esto, presentan la hegemonía americana como necesariamente
"benigna", la fuente del progreso en escrúpulos morales y en la práctica
democrática, que necesariamente están ahí para dar ventajas a quienes, a sus
ojos, no son víctimas de este proyecto, sino sus beneficiarios. La hegemonía
Americana, la paz universal, la democracia y el progreso material se juntan como
términos inseparables. Por supuesto, la realidad queda en cualquier otra parte.
Los pensadores de la Ilustración eran sin embargo más exigentes que el común
de nuestros contemporáneos. Al revés de estos últimos, se preguntaban por qué
había convergencia y bajo qué condiciones. Su respuesta a la primera pregunta
se inspiraba en su concepto de "Razón", el común denominador de los modos de
gobierno intentados para la democracia y el mercado. Si los hombres son
razonables, entonces los resultados de sus opciones políticas podían sólo venir a
reforzar los resultados producidos por el mercado. Esto, entonces, bajo la
condición, obviamente, de que el ejercicio de los derechos democráticos esté
reservada a seres provistos de razón, es decir, ciertos hombres –no mujeres,
quienes, como sabemos, son guiadas solamente por sus emociones y no por la
razón; no, por supuesto, los esclavos, los pobres, y los desposeídos (los
proletarios) , que sólo obedecen a sus instintos. La Democracia debe pues
basarse en calificaciones de propiedad, y quedar reservada a aquellos que
simultáneamente son ciudadanos y empresarios. Entonces, naturalmente, es
probable que sus opciones electorales sean siempre, o casi siempre, consistentes
con sus intereses como capitalistas. Pero eso al mismo tiempo significa que en su
convergencia con la economía, por no decir su subordinación, la política pierde
su autonomía. La alineación economicista funciona aquí en plenitud, ocultando
este hecho.
Por el contrario, ya estamos con los ojos muy abiertos ante el potencial
autoritario latente en el capitalismo. La respuesta del capitalismo al reto
presentado por la dialéctica del individuo versus el colectivo (social) contiene,
efectivamente, este peligroso potencial.
La contradicción entre el individuo y el colectivo, que es inherente en cualquier
sociedad a cualquier nivel de su realidad, fue superada, en todos los sistemas
sociales antes de los tiempos modernos, mediante la negación del primer
término—esto es, por la domesticación del individuo por la sociedad. El individuo
es reconocible sólo, por y a través de su estatus en la familia, el clan, y la
sociedad. En la ideología del mundo (capitalista) moderno, los términos de la
negación se revierten: la modernidad se declara a si misma en los derechos de los
individuos, aún en oposición a la sociedad. En mi opinión, esta reversión es
solamente una precondición de la liberación, el comienzo de la liberación. Porque
al mismo tiempo libera un potencial para la agresividad permanente en las
relaciones entre los individuos. La ideología capitalista expresa esta realidad
mediante su ética ambigua: larga vida a la competencia, dejemos que sobreviva el
más fuerte. El efecto devastador de tal ideología se contiene a veces por la
coexistencia de otros principios éticos, la mayoría de orígenes religiosos o
heredados de otras formas sociales más tempranas. Pero dejen caer estas
represas, y la ideología unilateral de los derechos del individuo –sea en las
versiones popularizadas por De Sade o Nietzsche, o en su versión americana—
sólo producirá horror empujada hasta sus límites, autocracia y fascismo suave o
duro.
¿De qué modo una síntesis dialéctica más allá del capitalismo pudiera hacer
posible reconciliar los derechos del individuo con los de la colectividad? ¿ De qué
modo esta posible reconciliación pudiera dar más trasparencia a la vida
individual y a la vida de la sociedad? Estas son preguntas que no intentaremos
contestar aquí, pero que definitivamente se proponen solas, y que por supuesto
son un reto al concepto burgués de democracia e identifican sus límites
históricos.
Si, entonces, no hay convergencia, ni menos una convergencia "natural", entre el
mercado y la democracia, debemos concluir que el desarrollo –entendido en su
sentido corriente de crecimiento económico acelerado a través de la expansión de
los mercados ( y hasta ahora ha habido escasamente alguna experiencia de
desarrollo de una clase diferente)--¿es compatible con algún grado avanzado de
democracia?
No faltan hechos que apoyen esta tesis. Los "éxitos" de Corea, de Taiwán, de
Brasil bajo la dictadura militar, y de los populismos nacionalistas en su fase de
ascenso (Nasser, Boumadienne, el Irak del Baath, etc.) no se cumplieron por
sistemas que tuvieran mucho respeto por la democracia. Más atrás, Alemania y
Japón, en la fase en que capturaron el momento, fueron ciertamente menos
democráticos que sus rivales Británicos o Franceses. Los experimentos
socialistas modernos, fuero escasamente democráticos, y ocasionalmente
registraron altos índices de crecimiento. Pero por el otro lado, uno pudo observar
que la Italia democrática de la posguerra se modernizaba con una rapidez y una
profundidad que el fascismo, con toda su fanfarronería, nunca alcanzó, y que la
Europa Occidental, con su socialdemocracia avanzada (el estado de bienestar de
la posguerra), experimentó el más prodigioso crecimiento en la historia. Uno
puede fortalecer la comparación a favor de la democracia enumerando
incontables dictaduras que sólo engendraron estancamiento y aún masas
devastadoras de dificultades interconectadas.
La vinculación que los miembros de una comunidad oprimida pudieran sentir por
su propia cultura de opresión, por mucho que respetemos sus sentimientos en
10
Hay una estrategia política global para el gobierno mundial. El objetivo de esta
estrategia es producir la más grande fragmentación posible de fuerzas
potencialmente hostiles al sistema, apadrinando la atomización de las formas
estatales de organización de la sociedad. ¡Que haya tantas y tantos Eslovenias,
11
La democracia y los derechos de los pueblos, que invocan hoy los mismos
representantes del capital dominante, escasamente pueden concebirse salvo
como medios políticos de la dirección neoliberal en la crisis contemporánea
12
El problema central aquí es cuál es la relación que se dará entre los conflictos
dominantes, por lo que quiero decir los conflictos globales entre diversas clases
dominantes –esto es, los estados—cuya posible geometría he tratado de delinear
más arriba. ¿Quién vencerá? ¿Las luchas sociales estarán subordinadas,
contenidas en el más amplio contexto imperial-global de los conflictos, y por ello,
serán controladas por los poderes dominantes, movilizadas para sus propósitos si
es que no simplemente manipuladas? ¿O, por el contrario, las luchas sociales
ganarán autonomía y forzarán a los poderes a adaptarse a sus demandas?
________________
Samir Amin es director de la Oficina Africana (con sede en Dakkar, Senegal) del
Tercer Foro Mundial, una asociación no gubernamental internacional para la
investigación y el debate. Es autor de numerosos libros y artículos, incluyendo
Spectres of Capitalism, recientemente publicado por Monthly Review Press, 1998).
__________________________________________
13
NOTA: El portal del CEME es un archivo histórico, social y político básicamente de Chile. No persigue ningún fin
de lucro. La versión electrónica de documentos se provee únicamente con fines de información y
preferentemente educativo culturales. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los
permisos que correspondan, porque los documentos incluidos en el portal son de propiedad intelectual de sus
autores o editores. Los contenidos de cada fuente, son de responsabilidad de sus respectivos autores.
14
N. García Canclini
1 En Diálogos de la Comunicación, Revista de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Facultades de Comunicación Social, N°30, Perú,
junio 1991, pp. 6 a 9.
255
Capítulo 5. Antropología del consumo
tores. Podemos no estar de acuerdo con la estrategia, con la coherencia oculta entre los lugares donde los miembros de
selección de quiénes consumirán más o menos, pero es in- una clase y hasta de una fracción de clase comen, estudian,
negable que las ofertas de bienes y la inducción publicitaria habitan, vacacionan, en lo que leen y disfrutan, en cómo
de su compra no son actos arbitrarios. se informan y lo transmiten a otros. Esa coherencia emerge
Sin embargo, la única racionalidad no es la de tipo ma- en estudios como La distinción, de Bourdieu, cuando la
crosocial que deciden los grandes agentes económicos. Los mirada sociológica busca comprender en conjunto la ló-
estudios iniciales del marxismo sobre el consumo dieron gica de dichos escenarios.
una visión muy sesgada por sobrevalorar la capacidad de En esos estudios pareciera que el consumo sólo sirve
determinación de las empresas2. Una teoría más compleja para dividir. Pero si los miembros de una sociedad no
sobre la interacción entre diversos actores, tal como se de- compartieran los sentidos de los bienes, si sólo fueran
sarrolla en algunas corrientes de la sociología política y de comprensibles para una elite o una minoría que los usa, no
la sociología urbana, revela que en el consumo se mani- servirían como instrumentos de diferenciación. Un coche
fiesta también una racionalidad sociopolítica interactiva. importado o una computadora sofisticada distinguen a sus
Cuando miramos la proliferación de objetos y de marcas, escasos poseedores en la medida en que quienes nunca ac-
de redes comunicacionales y de accesos al consumo, desde cederán a ellos conocen su significado sociocultural. A la
la perspectiva de los movimientos de consumidores y de inversa, una artesanía o una fiesta indígena cuyo sentido
sus demandas, advertimos que el crecimiento económico, mítico es propiedad de quienes pertenecen a la etnia que
el ascenso de algunos sectores y el enriquecimiento de las las generó se vuelven elementos de distinción o discrimi-
expectativas generado, en parte, por la expansión educa- nación en tanto otros sectores de la misma sociedad en-
tiva intervienen también en estos procesos. El consumo, tienden en alguna medida su significado. Luego, debemos
dice Manuel Castells, es un sitio donde los conflictos entre admitir que en el consumo se construye parte de la racio-
clases, originados por la desigual participación en la es- nalidad integrativa y comunicativa de una sociedad.
tructura productiva, se continúan a propósito de la distri- Si esta lógica simultánea de integración y distinción
bución y apropiación de los bienes3. El consumo es un es- puede leerse al ver cómo se conectan los extremos de una
cenario de disputas por aquellos que la sociedad produce y sociedad, es aún más notable en la convivencia de las
por las maneras de usarlo. La importancia que las de- grandes ciudades. A través de cómo nos vestimos, de los
mandas por el aumento del consumo y por el salario indi- lugares en que entramos, de los modos en que usamos la
recto adquieren en los conflictos sindicales, así como la re- lengua y los lenguajes de la ciudad, construimos y repro-
flexión creciente y el sentido crítico desarrollados por las ducimos la lógica que nos vincula, que nos hace ser una
agrupaciones de consumidores, son evidencias de cómo se ciudad, una sociedad.
piensa en el consumo desde las capas populares. Si alguna
vez fue un territorio de decisiones más o menos unilate- ¿Hay una racionalidad posmoderna?
rales, hoy es un espacio de interacción, donde los produc- Algunas corrientes de pensamiento posmoderno han lla-
tores y emisores no sólo deben seducir a los destinatarios mado la atención –en una dirección opuesta a la que es-
sino justificarse racionalmente. tamos sugiriendo– acerca de la diseminación del sentido,
Una tercera línea de trabajo, los que estudian el con- de la dispersión de los signos y la dificultad de establecer
sumo como lugar de diferenciación y distinción entre las códigos estables y compartidos. En otro texto reciente4 me
clases y los grupos, nos ha llevado a reparar en los aspectos detengo ampliamente en este debate. Aquí deseo señalar, a
simbólicos y estéticos de la racionalidad consumidora. Existe propósito del consumo, cómo veo la crisis de la raciona-
una lógica en la construcción de los signos de status y en lidad moderna y sus efectos sobre algunos núcleos del de-
las maneras de comunicarlos. Los estudios de Pierre Bour- sarrollo cultural.
dieu, de Jean Baudrillard y tantos otros muestran que en Sin duda, aciertan autores como Lyotard o Deleuze
las sociedades contemporáneas buena parte de la raciona- cuando identifican el agotamiento de los metarrelatos que
lidad de las relaciones sociales se construye, más que en la organizaban la racionalidad histórica moderna. Los hori-
lucha por los medios de producción, en la que se efectúa zontes globales han caído. Pero este señalamiento, estimu-
para apropiarse de los medios de distinción. Hay una lante para repensar las formas de organización compacta
2 Un ejemplo: los textos de Jean Pierre Terrail, Desmond Preteceille y Patrice Grevet en el libro Necesidades y consumo en la sociedad capitalista ac-
tual, México, Grijalbo, 1997.
3 Manuel Castells, La cuestión urbana México, Siglo XXI, apéndice a la segunda edición.
4 Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo – CNCA, 1990.
256
Constructores de Otredad
de lo social que instauró la modernidad (las naciones, las un proceso ritual cuya función primaria consiste en “darle
clases, etc.) suele conducir a una exaltación de un supuesto sentido al rudimentario flujo de los acontecimientos”5.
desorden posmoderno, una dispersión de los sujetos que En ciertas conductas ansiosas y obsesivas de consumo
tendría su manifestación paradigmática en la libertad de puede haber como origen una insatisfacción profunda,
los mercados. Es curioso que es este tiempo de concentra- según lo analizan muchos psicólogos y como lo sabe cual-
ción planetaria en el control del mercado alcancen tanto quiera que engorda. Pero en un sentido más radical el con-
auge las celebraciones acríticas de la diseminación indivi- sumo se liga, de otro modo, con la insatisfacción que en-
dual y la visión de las sociedades como coexistencia errá- gendra el flujo errático de la significación. Comprar ob-
tica de impulsos y deseos. jetos, colgárselos o distribuirlos por la casa, asignarles un
Sorprende también que el pensamiento posmoderno lugar en un orden, atribuirles funciones en la interacción
sea, sobre todo, hecho con reflexiones filosóficas, incluso con los otros, son los recursos para pensar el propio
cuando se trata de objetos tan concretos como el diseño ar- cuerpo, el inestable orden social y las interacciones in-
quitectónico, la organización de la industria cultural y de ciertas con los demás.
las interacciones sociales. Cuando tratamos de probar sus Consumir es hacer más inteligible un mundo donde lo
hipótesis en investigaciones empíricas observamos que sólido se evapora. Por eso, además de ser útil para expandir
ninguna sociedad ni ningún grupo soportan demasiado la el mercado y reproducir la fuerza de trabajo para distin-
irrupción errática de los deseos, ni la consiguiente incerti- guirnos de los demás y comunicarnos con ellos, como
dumbre de significados. Dicho de otro modo, necesitamos afirman Douglas e Isherwood, “las mercancías sirven para
pensar, ordenar, aquello que deseamos. pensar”6.
Me resulta útil invocar aquí algunos estudios antropo-
lógicos sobre rituales y relacionarlos con las preguntas que Fin de la nación, auge del mercado
iniciaron este artículo respecto a la supuesta irracionalidad ¿Qué tipo de sociedad está madurando en esta época en
de los consumidores. ¿Cómo diferenciar las formas del que los metarrelatos históricos se desintegran? ¿A qué con-
gasto que contribuyen a la reproducción de una sociedad junto nos hace pertenecer la participación en una socia-
de las que la disipan y disgregan? ¿Es el “derroche” del di- lidad construida predominantemente en los procesos de
nero en el consumo popular un autosaboteo de los pobres, consumo? Tiempo de fracturas y heterogeneidad, de seg-
una simple muestra de su incapacidad de organizarse para mentaciones dentro de cada nación y de comunicaciones
progresar? fluidas con los órdenes transnacionales de la información,
Para mí la clave para responder a estas preguntas hay de la moda, del saber. En medio de esta heterogeneidad
que buscarla en la frecuencia con que esos gastos suntua- encontramos códigos que nos unifican, o al menos per-
rios, “dispendiosos”, se asocian a rituales y celebraciones. miten que nos entendamos. Pero esos códigos compar-
No sólo porque un cumpleaños o el aniversario del santo tidos son cada vez menos los de la etnia, la clase o la nación
patrono justifiquen moral o religiosamente el gasto, sino en las que nacimos. Esas viejas unidades, en la medida en
porque en ellos ocurre algo a través de lo cual la sociedad que subsisten, parecen reformularse como pactos móviles
intenta organizarse racionalmente. de lectura de los bienes y los mensajes. Una nación, por
Mediante los rituales, dicen Mary Douglas y Baron ejemplo, se define poco, a esta altura por los límites terri-
Isherwood, cada sociedad selecciona y fija – gracias a toriales o por su historia política. Más bien sobrevive
acuerdos colectivos– los significados que la regulan. Los ri- como una comunidad hermenéutica de consumidores, cuyos
tuales sirven para “contener el curso de los significados” y hábitos tradicionales llevan a relacionarse de un modo pe-
hacer explícitas las definiciones públicas de lo que el con- culiar con los objetos y la información circulante en las
senso general juzga valioso. Los rituales más eficaces son redes internacionales.
los que utilizan objetos materiales para establecer los sen- Como los acuerdos entre productores, instituciones,
tidos y las prácticas que los preservan. Cuando más cos- mercados y receptores –que constituyen los pactos de lec-
tosos sean esos bienes, más fuerte será la inversión afectiva tura y los renuevan periódicamente– se hacen a través de
y la ritualización que fija los significados que se le asocian. esas redes internacionales, ocurre que el sector hegemó-
Por eso ellos definen a muchos de los bienes que se con- nico de una nación tiene más afinidades con el de otra que
sumen como “accesorios rituales” y ven al consumo como con los sectores subalternos de la propia. Hace veinte años,
5 Mary Douglas y Baron Isherwood, El mundo de los bienes. Hacia una antropología del consumo, México, Grijalbo, CNCA, 1990, p. 80.
6 Idem, p. 77.
257
Capítulo 5. Antropología del consumo
en la euforia de las interpretaciones dependentistas, se maneja en México la mayoría de los canales, los centros de
reaccionaba ante las primeras manifestaciones de este pro- video, muchas publicaciones), que se nutre con la chatarra
ceso acusando a la burguesía de falta de fidelidad a los inte- norteamericana mas productos repetitivos, de entreteni-
reses nacionales. Y, por supuesto, el carácter nacional de miento fácil, generados nacionalmente.
los intereses era definido a partir de tradiciones “autén- No es que el consumo sea para todos un lugar de con-
ticas” del pueblo. Hoy sabemos que esa autenticidad es sumo irreflexivo y de gastos inútiles. Lo que ocurre es que
ilusoria, pues el sentido “propio” de un repertorio de ob- la reorganización transnacional de los sistemas simbólicos,
jetos es arbitrariamente delimitado y reinterpretado en hecha bajo las reglas neoliberales de la máxima redituabi-
procesos históricos híbridos. Pero además la mezcla de in- lidad de los bienes masivos y la concentración de la cultura
gredientes de origen “autóctono” y “foráneo” se percibe, para decisiones en elites muy seleccionadas, lleva a neutra-
en forma análoga, en el consumo de los secretos populares, lizar la capacidad creativa de las mayorías. No es la estruc-
en los migrantes campesinos que adaptan sus saberes ar- tura del medio (televisión, radio o video) la causa del acha-
caicos para interactuar con turistas, en los obreros que se tamiento cultural y de la desactivación política: las posibi-
las arreglan para adaptar su cultura laboral a las nuevas tec- lidades interactivas y de promover la reflexión crítica de
nologías y mantener sus creencias antiguas y locales. estos instrumentos han sido muchas veces demostrada
¿Cómo se reestructuran las identidades y las alianzas sólo en experiencias micro de baja o nula eficacia masiva.
cuando la comunidad nacional se debilita, cuando la par- Tampoco debe atribuirse sólo a la administración de la
ticipación segmentada en el consumo –que se vuelve el vida pública y al repliegue familiar en la cultura electró-
principal procedimiento de identificación– solidariza a las nica a domicilio la explicación del desinterés por la polí-
elites de cada país con un circuito transnacional y a los sec- tica: no obstante, esta transformación de las relaciones
tores populares con otro? entre lo público y lo privado en el consumo cultural coti-
En estudios sobre consumo cultural en México encon- diano debe ser tomada en cuenta como el principal
tramos que la separación entre grupos hegemónicos y sub- cambio de condiciones en que deberá ejercerse un nuevo
alternos no se presenta ya, como ocurría en el pasado, tipo de responsabilidad cívica.
principalmente como oposición entre lo propio y lo im- Si el consumo se ha vuelto un lugar donde cada vez es
portado, o entre lo tradicional y lo moderno, sino como más difícil pensar es por la liberación de su escenario al
adhesión diferencial a subsistemas culturales con diversas juego pretendidamente libre, o sea feroz, entre las fuerzas
complejidad y capacidad de innovación: mientras unos del mercado. Para que el consumo sea un lugar donde se
escuchan a Santana, Sting, y Carlos Fuentes, otros pre- pueda pensar, deben reunirse al menos, estos requisitos:
fieren a Julio Iglesias, Alejandra Guzmán y las telenovelas una oferta vasta y diversificada de bienes y mensajes repre-
mexicanas o brasileños de importación. sentativos de la variedad internacional de los mercados, de
acceso fácil y equitativo para las mayorías; información
El consumo es el conjunto de procesos socioculturales en multidireccional y confiable acerca de la calidad de los
que se realizan la apropiación y los usos de los productos. productos, con control efectivamente ejercido por parte
de los consumidores y capacidad de refutar las preten-
Esta escisión no se produce únicamente en el consumo siones y seducciones de la propaganda; participación de-
ligado al entretenimiento. Segmenta a los sectores sociales mocrática de los principales sectores de la sociedad civil en
respecto de los bienes estratégicos necesarios para ubicarse las decisiones fundantes del orden material, simbólico, ju-
en el mundo contemporáneo y ser capaz de tomar deci- rídico y político donde se organizan los consumos: desde
siones. Al mismo tiempo que el proceso de modernización la habilitación sanitaria de los alimentos a las concesiones
tecnológica de la calificación laboral, crece la deserción es- de frecuencias radiales y televisivas, desde el juzgamiento
colar y se limita el acceso de las capas medias (y por su- de los especuladores que ocultan productos de primera ne-
puesto de las mayorías populares) a la información más ca- cesidad o informaciones claves para tomar decisiones.
lificada. El conocimiento de los datos y los instrumentos Plantear estas cuestiones implica recolocar la cuestión
que habitan para actuar en forma autónoma o creativa se de lo público. El desacreditamiento de los Estados como
reduce a quienes pueden suscribirse a redes exclusivas de administradores de áreas básicas de la producción y la in-
televisión (antena parabólica, cable, cadenas repetidoras formación, así como la incredibilidad de los partidos (in-
de canales metropolitanos) y a bancos de datos. cluidos los de oposición), arrastró al desencanto y el desin-
Por otra parte, se establece un modelo de comunica- terés los pocos espacios donde podía hacerse presente el in-
ción masiva, concentrado monopólicamente (Televisa terés público, donde debe limitarse y arbitrarse la lucha
258
Constructores de Otredad
–de otro modo salvaje– entre los poderes privados. Co- cedieron la iniciativa y el control de la economía material y
mienzan a surgir en algunos países, a través de la figura del simbólica a las empresas, está claro a qué conduce la privati-
ombdusman, de comisiones de derechos humanos, de ins- zación: descapitalización nacional, subconsumo de las ma-
tituciones y medios periodísticos independientes, instan- yorías, desempleo, empobrecimiento de la oferta cultural.
cias no gubernamentales, ni partidarias, que permiten des- Sólo mediante la reconquista imaginativa de los espacios
lindar la necesidad de hacer valer lo público de la deca- públicos, del interés por lo público, podrá ser el consumo
dencia de las burocracias estatales. un lugar de valor cognitivo, útil para pensar y actuar signifi-
Después de esta década perdida para América Latina cativa, renovadoramente, en la vida social.
que fue la de los ochenta durante la cual los Estados Unidos
259
Capítulo 5. Antropología del consumo
Introducción de 1857 1
K. Marx
260
Constructores de Otredad
idealmente el objeto de la producción, como imagen inte- sumo productivo. Los economistas llaman a ambos con-
rior, como necesidad, como impulso y como finalidad. Ella sumo productivo. Pero establecen no obstante una dife-
crea los objetos de la producción bajo una forma que es to- rencia. La primera figura como reproducción; el segundo,
davía subjetiva. Sin necesidad no hay producción. Pero el como consumo productivo. todas las investigaciones
consumo reproduce la necesidad. sobre la primera se refieren al trabajo productivo y al tra-
Por el lado de la producción a esto corresponde 1] que bajo improductivo; las que tratan el segundo tienen por
ella proporciona al consumo su material, su objeto. Un objeto el consumo productivo o no productivo.
consumo sin objeto no es un consumo; en consecuencia, en
este aspecto la producción crea, produce el consumo. 2] 2] Cada uno de los dos aparece como medio del otro y es
Pero no es solamente el objeto lo que la producción crea mediado por él: ello se expresa como dependencia recí-
para el consumo. Ella da también al consumo su carácter proca, como un movimiento a través del cual se relacionan
determinado, su finish. Del mismo modo que el consumo el uno con el otro y aparecen como recíprocamente indis-
daba al producto su finish como producto, la producción da pensables, aunque permaneciendo sin embargo externos
su finish al consumo. En suma, el objeto no es un objeto en entre sí. La producción crea el material del consumo en
general sino un objeto determinado, que debe ser consu- tanto que objeto interno, como finalidad de la producción.
mido de una manera determinada, que a su vez debe ser Sin producción no hay consumo, sin consumo no hay pro-
mediada por la producción misma. El hambre es hambre, ducción. [Esto] figura en la economía en muchas formas.
pero el hambre que se satisface con carne cocida, comida
con cuchillo y tenedor, es un hambre muy distinta de la de 3] La producción no es sólo inmediatamente consumo,
aquel que devora carne cruda con ayuda de manos, uñas y ni el consumo inmediatamente producción; ni tampoco
dientes. No es únicamente el objeto del consumo sino tam- es la producción únicamente medio para el consumo y el
bién el modo de consumo, lo que la producción produce no consumo fin para la producción, vale decir que no es el
sólo objetiva sino también subjetivamente. La producción caso que cada término sólo suministre al otro su objeto;
crea, pues, el consumidor. 3 ] La producción no solamente la producción, el objeto externo del consumo; el con-
provee un material a la necesidad sino también una nece- sumo, el objeto representado de la producción. Cada uno
sidad al material. Cuando el consumo emerge de su pri- de los términos no se limita a ser el otro de manera inme-
mera inmediatez y de su tosquedad natural –el hecho de re- diata, y tampoco el mediador del otro, sino que, realizán-
trasarse en esta fase sería el resultado de una producción que dose, crea al otro y se crea en tanto que otro. Sólo con el
no ha superado la tosquedad natural– es mediado como im- consumo llega su realización el acto de la producción, ha-
pulso por el objeto. La necesidad de este último sentida por ciendo alcanzar al producto su consumación como pro-
el consumo es creada por la percepción del objeto. El objeto ducto, en tanto lo disuelve, consume su forma de cosa, su
de arte –de igual modo que cualquier otro producto– crea forma autónoma; en tanto convierte en habilidad, por la
un público sensible al arte, capaz de goce estético. De modo necesidad de la repetición, la disposición desarrollada en
que la producción no solamente produce un objeto para el el primer acto de la producción. El consumo no es, pues,
sujeto sino también un sujeto para el objeto. La producción únicamente el acto final gracias al cual el producto se
produce, pues, el consumo, 1] creando el material de éste; convierte en producto sino también el acto en virtud del
2] determinando el modo de consumo; 3] provocando en el cual el productor se hace productor. Por otra parte, la
consumidor la necesidad de productos que ella ha creado producción engendra consumo, creando el modo deter-
originariamente como objetos; en consecuencia el objeto minado de consumo, creado luego el atractivo del con-
del consumo, el modo de consumo y el impulso al con- sumo y a través de éste la capacidad misma de consumo
sumo. Del mismo modo, el consumo produce la disposición convertida en necesidad. Esta última identidad mencio-
del productor, solicitándolo como necesidad que determina nada en el apartado 3] es interpretada de muy diversos
la finalidad de la producción. modos en la economía a propósito de la relación entre la
Las identidades entre el consumo y la producción apa- oferta y la demanda, los objetos y la necesidad, las necesi-
recen por lo tanto bajo un triple aspecto: dades creadas por la sociedad y las necesidades naturales.
(págs. 40-43)
1] Identidad inmediata: la producción es consumo; el
consumo es producción. Producción consumidora. Con-
261
Constructores de Otredad
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