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Denuncia de agresión por parte de un chico del Bahia

Este texto nace desde la necesidad de aclarar unos hechos, para de este modo poner a cada quién en
su sitio y desenmascarar a aquellas personas que entre nosotrxs y bajo una falsa apariencia “alternativa” y/o
crítica perpetúan el Patriarcado y las relaciones de dominación. También es un objetivo, añadirme a las
voces que reclaman actuar con firmeza contra la violencia patriarcal fuera y también dentro de los
colectivos y espacios de los que formamos parte.

El pasado mes de enero asistí a una fiesta en Mataró, en el Centro Social Okupado La Fibra. Al
llegar, me encontré con unas comopañeras que iban con un chico que yo no conocia, del Centro Social
Bahia de Sants. Yo soy parte de la Asamblea de Can Vies (también del barrio de Sants) y las compañeras
aprovecharon la situación para presentarnos.

El chico, Diego, al darse cuenta de que formo parte de ese colectivo se mostró despreciativo hacia
mí y hacia el proyecto. Sorprendida por su reacción le planteé que no era ni el lugar ni el momento de
hablar de los motivos de su actitud. A partir de entonces comenzó a mostrar una actitud agresiva,
acosándome y diciéndome “te quiero follar, te quiero follar”.

Mientras bailaba con un grupo de personas, Diego se me acercó. Al darse cuenta que entre las
personas con las que bailaba había un amigo, se puso enmedio de todas nosotras. En todo momento le
estuvo dando la espalda de manera que con su cuerpo impedia que él me viera, quedando así aislada.
Mientras hacía eso, Diego también le iba lanzando miradas amenazadoras. Viendo que no tenía ninguna
voluntad de dejarme tranquila y que se iba agravando su acoso, -intentó darme dos lamidas en la cara-
valoré las consecuencias de responderle de forma violenta: opción que desestimé por encontrarme, como la
mayor parte de las personas de la fiesta, bajo los efectos de las drogas. Un compañero fue a hablar con el
grupo de personas que lo acompañaban para que no dejasen que se acercara si no querían que se liara...

Dias más tarde, decidí irlo a buscar con la voluntad de hacerle saber cómo me había tratado y con
la intención que reflexionara sobre la forma de relacionarse con las mujeres. No solo no aceptó ninguna de
las críticas sino que se defendió de su actitud, con frases como: “Era una venganza contra Can Vies”. Yo le
respondí que si eso era así, si el tipo de relación sexual de la que me hablaba en la fiesta era una violación. Él
me respondió “que sí, algo por el estilo”. Diego se definió como un “cabrón”, justificando orgullosamente
esta actitud por su herencia cultural argentina (sic).

Ante la gravedad de los hechos, expliqué en la asamblea de Can Vies todo lo que me había pasado
y decidimos que era importante ponerlo en conocimiento de la asamblea del Bahia. Las personas de este
colectivo, lejos de alarmarse por lo sucedido, en todo momento relativizaron todo lo que he explicado.
Trataron los hechos como un problema personal entre nosotrxs dos, del cual ellxs no tenían nada que
decir. Cuando de nuevo -Diego- dijo, ante todas las que estábamos allí, que tenía la fantasia de violarme; le
disculparon diciendo que “era un buen chaval” o que “lo dice pero no lo va a hacer”.
Ante la imposibilidad de llegar a ningún entendimiento, les dijimos que queríamos un posicionamiento
colectivo ante lo que había pasado. Nos dijeron que dirían algo el próximo lunes (todavía estamos
esperando algún posicionamiento).

El sábado de esa misma semana, la Asamblea de Okupas de Barcelona celebraba una fiesta en el
Bahia. Con tal de respetar el plazo del posicionamiento que se les había pedido y que se terminaba el lunes
siguiente, la Asamblea de Okupas puso como única condición para celebrar la fiesta, que Diego no
estuviera. Aceptaron. Pero ese sábado, Diego se saltó el acuerdo y se le pudo ver paseando con actitud
provocativa por la fiesta. Un grupo de mujeres, fueron a buscarlo para pedirle explicaciones, pero antes de
que pudieran hablar se fue al piso de arriba, a la zona habitacional, donde vive. El grupo de mujeres
intentó acceder al habitaje pero, varios hombres del Bahía lo impidieron insistiendo en que la cuestión era
a nivel personal entre Diego y yo. Aunque las mujeres plantearon que, en ese momento, el problema era
que no se había respetado el acuerdo tomado en la Asamblea de Okupas, no accedieron a dejarlas hablar
con Diego, cerrándoles el paso y riéndose de ellas.

Los hechos que he vivido y las consecuencias que han tenido, me demuestran una vez más que no
somos inmunes a la mierda que nos rodea. Necesitamos reflexionar sobre las relaciones que construimos.
Esta no es una cuestión privada, ya que somos víctimas de la educación o condicionamientos del sistema
patriarcal y nosotras no somos inmunes.
Aquellas personas que usan el ámbito privado para excusar y eludir enfrentar actitudes y prácticas de las
personas que tienen a su alrededor contribuyen a perpetuar el modelo de relaciones que se nos impone.

Que un espacio luzca una K, no tiene porqué indicar que de puertas hacia dentro las relaciones que se
desenvuleven sean diferentes a las que nos encontramos de puertas para fuera. El colectivo que okupa el
Bahia ha demostrado que lejos de defender relaciones horizontales, defienden y encubren acosadores.
Desde el Centro Social La Revoltosa llamaban, por medio de un comunicado, a trabajar estas cuestiones;
yo y el Centro Social Can Vies también lo creemos necesario.

Contra el Patriarcado, sus defensores y sus falsos críticos.


OBJETIVOS DE ESTAS PÁGINAS:

­ No me apetece explicar  una  vez tras otra lo que pasó en el mes de junio porque me 


genera   malestar.   Por   eso   he   escrito   este   dossier:   para   que   quede   constancia   de   los 
hechos explicados en primera persona y de mis reflexiones al respecto.

­ Esta historia me ha sido ignorada y negada durante muchos meses, y eso me ha hecho 
mucho   daño.   Lo   he   ido   haciendo   visible   como   he   podido,   en   diferentes   etapas,   con  
diferentes ritmos y con diferentes personas, considerando en cada momento lo que podía 
asumir. Hoy por hoy, y ya que bastante gente sabe “algo”, he valorado que lo mejor es que 
quede una versión escrita de referencia para informar a la gente sensible con el tema, ya 
sea a nivel personal como político. También lo he escrito para llamar a la reflexión y para 
que así, nos preguntemos porqué siguen dándose agresiones en espacios considerados 
de confianza, y porqué resulta tan dificil hacerle frente.

­ Tras la experiencia vivida, puedo asegurar que no es útil para mí tratar más este tema 
desde una  vertiente privada e íntima, con una persona mediadora con lazos personales 
con ambas partes. Por eso he escogido cerrar por mi parte los debates privados que 
confunden   más   la   situación,   que   tienen   la   tendencia   de   centrarse   en   los   detalles 
prescindibles, con la intención de tratar de manera superficial lo que es importante.

­ Me quiero sacar este peso de encima que me ocupa desde hace demasiado tiempo,  
porque estoy agotada, aburrida y me afecta demasiado seguir dándole vueltas a temas 
que para mí están  muy  claros y que yo ya he reflexionado extensamente. Me he dado 
cuenta   que   no   nos   pondremos   de   acuerdo,   pues   hay   un   conflicto   y   una   parte   lo   ve  
demasiado   claro   y   la   otra   parte   demasiado   poco   claro.   Por   todos   estos   motivos   he 
decidido hacerlo público.

ACERCA DE PORQUÉ SE LE SUELE LLAMAR BROMA A UNA AGRESIÓN ENTRE 
AMIGOS...

Es fuerte encontrarme a 2 amigos (tengo que dejar claro que unos minutos antes de los 
momentos que narraré a continuación, todavía los consideraba amigos) enmedio de una 
fiesta (que yo creía espacio de confianza para mí) que me sujetan un por cada brazo con 
un evidente abuso de fuerza y, por lo tanto, ejerciendo sobre mí una importante dosis de 
violencia   física:   se   lanzan   sobre   mí   a   la   vez   que   me   arrinconan   contra   una   pared   y, 
mientrastanto   me   empiezan   a   tocar  de  una  manera   claramente   babosa.  A  la  vez que  
ejercen sobre mí una importante dosis de violencia verbal: mientras me empiezan a decir 
guarradas varias  (comentarios  desagradables sobre  mi  cuerpo   y sobre  lo  que  quieren 
hacer, mientras rien con cara de babosos). Claro, esto es mientras yo alucino y solamente 
puedo pronunciar, en el estado de shock que genera una situación de esta envergadura 
ejercida por 2 supuestos amigos: “si es una broma paren”, y ellos responden “sí que es 
una   broma,   juajua,   pero   tú   si   que   estás   buena”,  y  siguen   haciendo   lo   mismo. 
Imponiéndome   su   deseo   sexual   a   la   fuerza.   Me   estoy   sintiendo   agredida.   Hasta   que 
reacciono y me los saco de encima a empujones, con el pánico, el asco y la decepción en 
el cuerpo.
Siento impotencia por haber tenido que vivir estos 5 minutos de mierda gratuitamente.
Acto   seguido  se   me   quedan   mirando   serios,   sin   pronunciar   un   lo   siento,   ni   un   nos 
pasamos de rosca... ni nada. Uno de ellos todavía tiene la cara de decir: “pero cómo no 
quieres estar conmigo, si estuviste con aquél durante tanto tiempo!” (refiriéndose a una 
persona con la que estuve hacía 6 años). Evidentemente no valía la pena responder ni 
una sola palabra ante tal juicio patético.
Todo esto sucedió el 3 de junio de 2007 sobre las 4 de la madrugada aproximadamente.

Al día siguiente al mediodia, estamos terminando de comer en una mesa con unas 10 
personas,   amistades   comunes   de   las   partes   implicadas   en   los   hechos   de   la   noche 
anterior. Uno de ellos ya se había ido a su casa en la mañana, el otro estaba en la misma 
mesa que yo. En un momento, ya no aguanto más la angustia de seguir haciendo como si 
no hubiera sucedido nada. Y aprovecho un comentario de esta persona para explicar los 
hechos, evidentemente con un tono de enojo. La actitud generalizada de la gente de esa  
mesa, supuestamente compañeros de un mismo espacio político y quizá alguna amistad, 
es la de levantarse de la mesa o ignorar la narración. Por otro lado, la persona a la cual 
me estoy dirijiendo, me dice “no me acuerdo de nada, cualquier cosa que te haya hecho 
daño, discúlpame”, y se  queda  tan tranquilo. ¿Una  típica  negación  de los  hechos  por 
miedo   a   perder   una   imagen   políticamente   correcta?   Evidentemente   me   genera   una 
inmensa impotencia con esta respuesta. En todo momento he pensado que es mentira  
que se les haya olvidado tan facilmente. Quizá son las drogas (pero no parecia que se 
hubieran tomado las suficientes como para generar tal amnesia), quizá la cobardía de 
reconocer tales miserias en público, dado que son 2 personas políticamente correctas, 
políticamente activas, políticamente conocidas y su imagen pública debe valer demasiado 
para intentar que una compañera se sienta un poco menos mal, una vez ya la han cagado  
totalmente. Por suerte, lo puedo hablar de la manera más confortable más tarde con 3 
personas (con las que ya lo había hablado con anterioridad a la comida), pero finalmente 
decidimos no hacer nada más por el momento pues “ya has sido bastante valiente por 
decir todo en voz alta”  (argumento que por el momento me convence) y se supone que 
“es un tema que a la larga acabarás hablando con las otras 2 personas implicadas”. Debo 
decir que,  internamente, en alguna parte de mí, estaba la certeza de que en un tiempo 
prudencial tendrían el valor de reconocer los hechos, almenos. Pero fueron pasando los 
meses. Y con todo y las ganas de hablarlo con ellos para sacarme algo de encima, se me 
hacía humillante dirigirme a pedir una explicación de tú a tú, pues ni es un tema privado, 
ni me veo siendo la educadora de nadie (creo que es evidente que ellos deberían de 
perder el culo para intentar restaurar el daño causado). Pero como siempre, la historia al 
revés.
No vuelvo a coincidir con estas 2 personas juntas en un espacio común hasta octubre de 
2007 (en agosto coincido con una de estas personas en un espacio abierto con mucha 
gente y me siento incómoda). En este momento pienso que la historia no se puede acabar 
así, con el silencio sin más, porque me siento fatal y me dan ganas de irme de un espacio 
que hasta el momento, había sido de confianza para mí, donde sentía que no me podía 
pasar nada malo. Por otro lado, a partir de este momento dejo de frecuentar este espacio  
(donde   me   he   pasado   muchas   horas   en   los   últimos   años),   en   gran   parte,   para   no 
exponerme a situaciones que me generen malestar. Eso me ha significado distanciarme  
de mucha gente y de actividades diversas, por no poder llevar la situación de otra manera, 
incluso he roto con amistades por la incomodidad generada en diversas situaciones, por 
diversas opiniones o por silencios. Puedo decir que mi dia a dia ha cambiado.
A partir de aquí comienzo a pensar sobre el tema, sobre cómo solucionármelo y comienzo 
a hablarlo con más gente, que me animan a hacer visible la situación. Estoy unos 2 meses 
reflexionando sobre cómo quiero que sea la “limpieza” de esta situación. Pienso en varias 
opciones, y la que en un primer momento me convence más (almenos para comenzar) es 
hacer público un escrito sin revelar las identidades de nadie, pero narrando los hechos y 
llamando   a   la   reflexión   de   porqué   han   de   suceder   estas   cosas   en   espacios 
supuestamente liberados de cualquier tipo de abuso.

Una noche de diciembre fui a una fiesta en un centro social y nada más entrar me dicen 
que está una de las personas que me forzó. Digo que prefiero no saber dónde está para 
intentar estar tranquila (es un espacio de unos 300m2). Después de unas cuantas horas 
de estar tranquilamente, esta persona se sitúa a unos 3 metros de distancia y me siento 
muy invadida. Al cabo de 10 minutos de charlar sobre si es mejor irme, hacer ver que no 
pasa nada, o encarar..., no puedo más y acabo decidiendo encarar.
Le pido que se sitúe en un lugar donde no lo vea, que el espacio es bastante grande para  
estar los dos sin interferencias, y que me siento muy mal teniéndolo cerca después de lo 
que pasó en junio (teniendo en cuenta que no se han dignado a mover ni un dedo durante 
6 meses y que yo me lo he comenzado a trabajar seriamente desde hace 2 meses). En  
resumidas palabras, me dice que todo me lo estoy inventando y que soy una paranoica y  
también una histérica (porque en el momento en que  me dice mentirosa me pongo muy 
nerviosa, obviamente). Una amiga lo aparta de mí y se va a hablar con él y, resumiendo 
de nuevo, le dice que todo es una conspiración contra él y sigue negando la historia. Estoy 
10 minutos “tranquila” y se me vuelve a situar a 3 metros, pero por el otro lado, quizá para 
despistar... Entonces voy directa hacia allá y le digo que no lo quiero ver cerca, y que 
necesito que me respete en esta decisión. Y sigue con lo mismo de antes, tengo que decir 
que   con   un   pose   demasiado   arrogante.   Entonces,   ya   bastante   nerviosa,   le   hago   un 
simulacro “light” de lo que me hicieron ellos el 3 de junio de 2007, y le grité “¿todavía no 
recuerdas o qué!?”, y él se queda impasible y me sigue llamando paranoica. Es entonces 
cuando la rabia y la impotencia me revienta y le empiezo a dar puñetazos en la cara 
(porque si no, los hubiera dado contra una pared y me hubiera roto la mano). La gente me  
intenta apartar. Nadie sabe bien qué está pasando. Me voy. Y hay que tener presente que 
si no les di los puñetazos la noche de la agresión en el mes de junio, es porque todavía 
los consideraba amigos.

Total que la historia se hace pública de golpe, pero evidentemente de una forma peligrosa 
porque todo el mundo comienza a decir la suya sobre si el golpe o no, sobre qué debería 
pasar, sobre si tal o cual es tan buena persona, sobre si nos creemos a uno o a otra... 
Unas con buena intención, otras con menos. Hay revuelo... y todo el mundo dice la suya. 
Hay   gente   que   encuentra   inadmisible   partirle   la   cara   después   de   meses   pues   no   es 
legítima defensa. Hay otra gente que situa el golpe en un contexto complicado donde hay 
muchas resistencias a afrontar un tema que a mí me hace daño: si se da al cabo de 
meses, es por la impotencia que genera escuchar a uno de ellos explicitar que soy una 
mentirosa,   paranoica   e   histérica   en   palabras  textuales  (también   decir   que   son   “típicas 
acusaciones” en situaciones de agresión). Realmente para mí fue en legítima defensa (si 
se   quiere   decir   mental)  al  negárseme   unos   hechos   que   me   han   perseguido   durante 
meses. Y si pudiera ir hacia atrás, les hubiera dado un golpe a cada uno el 3 de junio de 
2007 y si no lo hice fue por el shock que genera que 2 “amigos” me estuvieran poniendo  
en   una   situación   tan   desafortunada.   Afortunadamente,   también   hay   revuelo   sobre   el 
porqué de todo y de lo que pasó en junio. En general, cuando todo el mundo “habla”, hay 
muchas historias diferentes circulando y eso puede confundir más la situación. Por eso, 
por la parte que me toca y para que exista una versión de referencia escrita por mí misma, 
aquí tienes estas páginas (podría ser un paso que ellos escribieran su parte de la historia 
desde la sinceridad e hiciesen público el porqué de todo, vaya...). También lo he escrito 
para llamar a la reflexión a la gente que día a día intenta construir espacios liberados, 
donde no deberían de suceder estas cosas, de manera que el entorno pueda afrontarlo. Y 
de esta forma, que quede alguna cosa escrita, intentando en la medida que pueda, que no 
nos sintamos siempre partiendo de cero en estas situaciones.

Me ha llegado apoyo de gente y colectivos varios, para mí muy importantes. Del entorno 
en común con las 2 personas en cuestión, pues poca gente. Quizá se han dado cuenta o 
quizá   no...   Queda   en   el   aire.   Yo   no   he   frecuentado   el   espacio   para   no   exponerme   a 
situaciones   desagradables.   Además,   yo   no   he   tenido   la   fuerza   para   ir   a   buscar 
complicidades, o a “convencer” a nadie de la injusticia vivida (si no he sentido previamente 
un “puedes contar conmigo”). Pero también es cierto que desde el mes de junio, quien 
más o quien menos, sabe que pasó algo, y el rumor a partir de los hechos de diciembre  
ha corrido bastante... Por lo tanto, no puedo obviar un hecho que también me hace daño, 
que   son   determinados   silencios.   Otra   gente   cercana   a   ambas   partes   ha   pretendido 
minimizar los hechos o ha pretendido una supuesta neutralidad, para mí fingida (pues 
delante   de   una   agresión   no   puede   haber   neutralidad   y   el   silencio   es   cómplice.  Si   no 
apliquémoslo a cualquier otra injusticia social).

En el peor de los casos se me ha juzgado, por exagerada o por tener tan mala leche, por 
el famoso puñetazo... Probablemente, del tema se ha hablado de oreja en oreja. Eso sí, 
en ningún momento se ha propiciado un debate colectivo y productivo (lo cual se que es 
dificil).   Pero   me   duele   el   “hacer   ver   que   no   pasa   nada”.  Así   que  no   he   recibido 
demasiados apoyos, almenos explícitos. He hecho lo que he podido y para mí ya ha sido 
bastante resituarme y comenzar a pensar “y ahora qué”. ¿Porqué la cohesión de grupo 
que   se   debería   generar   para   evitar   o   reparar   situaciones   de   abuso,   se   emplea   para 
silenciarlas? Ya se que dan miedo estas cosas, dan miedo los conflictos en la cara y  
además si son un abuso sexual. ¿Pero no da miedo que una compañera se sienta sola 
ante una agresión, a la vez que ha sido obligada a ser parte de un conflicto asqueroso no  
escogido?
Retomando la historia, a partir de los hechos de diciembre de 2007 se visibiliza el conflicto 
y por primera vez en meses, almenos de una forma explícita, por “su parte” se comienzan 
a activar unas posibles ganas de solucionar algo (durante los primeros 6 meses se da una  
indiferencia y negación de la historia). Comienza a haber movimiento.

A la semana siguiente de que se visibilizara la historia en público, una persona amiga de 
ambas   partes   comienza   a   hablar   con   ellos   para   propiciar   un   encuentro,   de   momento 
privado, para encarar los hechos. Habla con ellos y, por lo que me han explicado, después 
de   4   horas   de   conversación,   ellos   terminan   reconociendo   la   situación.   También   me 
explicitan que todo y reconocer la historia, su vivencia de aquella noche es diferente. Para 
mí es muy valioso que después de meses ellos terminen reconociendo los hechos, aún y 
que pensamos cosas distintas. Y ante eso, yo no hablo con ellos directamente, toda la  
información me llega por parte de la persona mediadora. Nos proponemos encontrarnos 
un dia, concretamente el 28 de enero.
Yo accedo al encuentro, todo y el mal rollo que me supone, convencida que  íbamos a 
encontrar   puntos   en   común   sobre   las   “diferentes   vivencias”   de   unos   mismos   hechos, 
previamente   reconocidos.   En   este   punto,   encontraba   sentido   a   discutir   el   tiempo   que 
hiciera   falta   para   llegar   a   la   conclusión   que   los   hechos   no   eran   una   “broma”   o   un  
“malentendido entre colegas” sino una agresión.

Nada   más   comenzar,  al  escuchar   su   narración   de   la   noche,   ellos   manifiestan   que   se 
acuerdan de “todo” (“estuvimos baiilando toda la noche y de repente se extrañaron porque 
yo me fui a dormir enojada y me estuvieron buscando...”) excepto de la agresión. Yo había 
accedido a este encuentro no para exponerme a otra situación desagradable y tener que 
repetir   hasta   la   saciedad   los   hechos   (de   los   cuales   yo   me   acuerdo   muy   bien)   sino 
contando con que había un previo reconocimiento, almenos de una parte de los hechos. 
¿Porqué esta amnesia transitoria?

Hay que decir también, que además de preguntarme de manera reincidente cuáles habían 
sido los hechos, se me preguntaba con una excesiva exigencia de detalle que rallaba el 
absurdo: “¿con qué fuerza se te agarró?”, “¿pero te podias soltar si querías o no?”, “¿era 
una fuerza que inmobilizaba?”, “¿era tanta fuerza que te hizo daño?”, “¿pero dónde se te 
tocó... los pechos y el culo, o por dónde?”, “¿pero exactamente dónde y cómo?”...
Bien,   yo   expongo   que   justamente   había   accedido   a   un   primer   encuentro   “en   privado” 
porque la persona que estaba mediando me había asegurado que en un encuentro previo 
con ellos, le habían reconocido los hechos después de una larga discusión, donde ellos 
poco a poco habían ido aflojando y aceptando que en los meses posteriores todo había 
sido tan  cutre  debido a sus inseguridades ante  una situación como  esta. Lo cual, me 
resultaba comprensible.

La persona mediadora, me comentó que ante la “subjetividad personal” de unos hechos 
como   estos ella  quizá  lo  hubiera  vivido  diferente  a  una   agresión,  y que  se  lo  hubiera 
tomado quizá como una broma de colegas y les hubiera dicho simplemente “¿qué estáis 
haciendo?”. En este punto sentí bastante malestar, pues se estaba quitando importancia a 
unos hechos para mí importantes, vividos claramente como una agresión. Y, creo yo, que 
no íbamos a hablar de cómo hubieran podido vivir aquellos hechos personas diferentes.

Después, y teniendo en cuenta lo que yo esperaba del encuentro (en el cual yo avancé via 
mail unos puntos concretos donde explicitaba lo que quería del encuentro, que son los 
“Puntos para el encuentro” que adjunto), ya comenzamos a desviar claramente el tema a 
hablar: se empezó a juzgar qué es juego y qué es agresión, y las “confusas fronteras” que 
lo separan, lo cual puede llevar a ser muy perverso. Comentaban que ellos, que viven tan 
agradablemente   su   sexualidad,   sin   tabús   ni   “cosas   raras”,   los   “juegos”   de   la   noche 
siempre los gestionan bien... (no hace falta decir que para mí aquella noche no fue nada 
bien portada). Se comenzó a debatir de qué diferentes maneras se hubieran podido vivir 
los mismos hechos y cuáles pueden ser los límites de cada uno. En lugar de hablar de los 
hechos concretos en cuestión, ni del respeto a mis límites “en concreto”. Para mí hacía 
falta hablar de la imposición de sexo explícita que se da cuando 2 colegas te agarran uno 
por cada brazo y te empiezan a babosear y tú estás explicitando claramente que te dejen. 
A mí nadie me preguntó nada, ni hubo mucha sofisticación en la “jugada”. Para comenzar, 
si tenemos que hablar de límites, hay cosas que de entrada se hacen desde el respeto y 
otras que no. Para mí, aquellos hechos superaban de entrada mis límites desde el primer 
momento. Además, yo explicité cuál era mi límite en aquel momento y no se me respetó, 
continuando el abuso (y además de manera burlesca). Para mí, el problema que se tenía 
que tratar no eran mis límites, sino la resistencia por parte de ellos a aceptar los límites 
que les ponen las otras personas y que eso derive en una situación de abuso.
Podríamos debatir horas y horas sobre los límites de cada quién, pero no era el tema en 
cuestión. Además, una de las veces que volví a explicar los hechos (hay que decir que 
para mí es desagradable tener que estar repitiéndolos), la persona que mediaba comentó 
que estaba ampliando la versión, ya que notaba ahora que la información era diferente. Yo 
no   he   ampliado   nada,   pues   son   unos   hechos   bastante   claros   y   simples,   que   llevo 
explicando desde hace bastantes meses, y que además he explicado a varias personas 
de la misma manera. Para mí este no es el papel de ninguna mediadora y menos en el  
momento de hablar con las dos personas implicadas. Y si lo pensaba o lo dudaba, hubiera 
estado bien que me lo hubiera preguntado a mí en privado y no teniendo delante una 
situación tan compleja como el “encuentro”. Sentí que se estaba poniendo en duda mi 
sinceridad, de una forma que se escapaba a mi sentido común. Realmente me generó 
mucha   confusión   y   no   se   si   se   refería   a   la   información   facilitada   por   mí,   como   una 
consecuencia de su exceso reiterativo de preguntas de detalle (innecesarias) con lo que 
me presionaron todos, donde nada más faltaba que se me preguntara con qué fuerza se 
me estaba agarrando, medido en unidades de “joules”.
Una de las muchas veces que expliqué los hechos, uno de ellos me recordó un “flash” de 
la noche; el momento en que uno me recriminaba que porqué no quería estar con él. Pero 
de  lo que había pasado antes, no se acuerdan en absoluto. Lo cual no me creo, y es 
sintomático de cómo ha ido todo el proceso: es una coartada perfecta decir que da mi  
“verdad como objetiva”, en palabras textuales (y además, también dicen que al dar este 
paso, están cediendo mucho...) pero que tienen un gran lapso de los 5 minutos de la 
noche en que ocurrió la agresión. Al decir que no se acuerdan de los hechos, se están 
situando en una postura muy cómoda para ellos. Pero para mí es peor, pues si realmente 
no se acuerdan de lo que hicieron son un peligro, viéndose capaces de protagonizar un 
abuso   como   este   sin   acordarse,   e   interpretándolo   como   a   su   probable   sexualidad 
expansiva y sin tabús.

Otro punto delicado que se dio fue que una de las dos personas implicadas alegaba lo  
siguiente: ¿porqué si en el momento de los hechos yo tenía la “legitimidad moral que tiene 
la persona agredida” no confronté más la situación e impliqué a más gente que estaba 
presente el día que lo dije en voz alta y no actué con más fortaleza si yo tenía la “razón”? 
Quizá, por la falta de responsabilidad colectiva en estas situaciones, lo más “normal” es 
que pase  lo contrario ¿no?  ¿No es justamente  una  falta  de  legitimidad  de la persona 
agredida la que, de entrada, hace que sea tan complicado que esta se sienta capaz de 
afrontar una situación de abuso? Él hizo referencia a que yo lo había llevado fatal, casi 
tanto como ellos y que tenía que asumirlo. Evidentemente no lo asumí, pues está claro 
para mucha gente, creo, y sin necesidad de que yo lo tenga que explicar... Tan simple 
como que la situación me superaba y para mí ya fue demasiado decirlo en voz alta y 
obtener   la   respuesta   “no   me   acuerdo   de   nada,   cualquier   cosa   que   te   haya   hecho 
discúlpame” de una de las personas implicadas, además, del silencio de las personas 
presentes, que no me dio más fortaleza, sino que más bien sentí decepción y soledad 
(nada   más   una   persona   de   las   presentes   se   acercó   a   mí   unos   días   después 
interesándose por lo que había explicitado, a parte de las personas con  quien lo había 
hablado en privado). También dijo que él en el momento en que lo dije en voz alta lo 
expliqué muy por encima (evidentemente no entré en detalles morbosos, pero dejé claro 
que me habían agarrado, tocado y demás), y en referencia a eso, afirmó que en aquel 
momento él me pidió que lo explicara mejor, lo cual no es cierto, pues se quedó más bien 
mudo y con cara de póker.
Al finalizar el tiempo que teníamos previsto para el encuentro, se comentó que hacía falta 
otro día para acabar de hablar, concretamente se dijo para el 18 de febrero (yo en ese 
momento accedí, pues para mí estaba claro que no habíamos aclarado nada y aún no 
había digerido el encuentro). Un hecho curioso para mí, que comentó uno de ellos al final 
del   encuentro   fue   que   “creía   necesario   para     que   nos   entendiéramos,   hacer 
interpretaciones psicoanalíticas de nuestras personalidades”, sin mucha comprensión de 
la   iniciativa   por   mi   parte.   También   se   comentó   que   hacía   falta   hablar   del   tema   del 
puñetazo extensamente unas cuantas horas y que reserváramos el próximo día para eso. 
Debe resultar que soy la única que encuentra a faltar todavía haber hablado a fondo de 
los “orígenes” de todo, desde la sinceridad y la responsabilidad.

Después de todo, en estas condiciones no quiero seguir hablando por ellos, porque me 
siento   pasando   por   el   tubo.   En   ningún   momento   pretendía   que   la   discusión   fuese 
enfocada en estos términos (como se puede ver en mis puntos facilitados previamente al 
encuentro),   más   que   nada   confusos   y   poco   responsables   con   los   hechos.   Fue   una 
situación   de   mierda   contenida   porque   supuestamente   “todos   éramos   amigos   o   lo 
habíamos sido”, y no se puede hablar de un tema como este “como un malentendido entre 
colegas”.

Después de la experiencia tengo una cosa muy clara porque me he sentido fatal; y es que 
una pesona amiga de las 2 partes no puede hacer de mediadora de una forma justa (si es  
que fuera posible una mediación). Y seguro que todo está hecho con la mejor intención de 
solucionar   de   una   forma   agradable   y   rápida   la   situación,   pero   estas   cosas   no   son   ni 
rápidas ni armónicas. Creo que a ninguna de nosotrxs nos han enseñado a actuar en una 
situación como esta, y además es un papel complejo para hacer una única persona amiga 
de ambas partes. He valorado la implicación de esta persona y he intentado confiar en su 
manera de hacer accediendo al encuentro (aunque no estaba segura de sentirme a gusto 
con el enfoque de la situación y me tardé un tiempo en llegar a un acuerdo, pues yo lo  
hubiera enfocado de forma bastante distinta). Pero yo ya lo he intentado y he comprobado 
que no es lo mejor para mi salud mental ni física. He sentido mucha confusión, malestar y 
agotamiento. Tanto en el sentido de preguntarme “¿qué hago aquí”? Cuando escuchaba 
que no se acordaban de nada, contra todo pronóstico. Pero también un daño añadido, que 
es gestionar el malestar que me genera que esta persona “mediadora” no me da el apoyo 
que necesito en un momento como este (y que yo, de alguna manera, esperaba) y eso me 
confunde demasiado y me hace daño. Y este apoyo no me parece justo pedirlo, es o no 
es. En definitiva, no quiero más tensión en esta situación, y menos con una persona que 
para mí es importante, por lo tanto no quiero ningún otro encuentro como el que se hizo. 
Aún con el daño que me ha generado la situación por la divergencia de maneras de hacer, 
puedo llegar a comprender cómo ha intervenido esta persona, todo y que para mí no sea 
lo más apropiado ni lo más justo, y no lo comparto. Como una conclusión, y después de 
haberlo intentado, si ha de haber algún otro encuentro, tiene que ser con apoyos explícitos 
por mi parte (si ellos quieren llevar un apoyo explícito por la suya, estoy totalmente de 
acuerdo), pero creo que al existir implicaciones personales­emocionales entre la persona 
que “mediaba” y ambas partes se confunde todo más. Pues no siempre somos capaces 
de solucionar las situaciones “desde dentro” de una forma responsable y justa. Además, 
es una cosa que no nada más me implica a mí y a ellos, no es algo que haga “para mí”, 
sino   que   es   una   cosa   que   nos   afecta   colectivamente   y   por   lo   tanto   (y   valga   la   frase 
recurrente “lo personal es político) este formato de encuentro todavía lo dificulta más.
Al   salir,   todo   eran   sensaciones   desagradables,   pero   una   de   las   cosas   que   me   hizo 
comenzar a reflexionar ante el hecho que no quería más encuentros como este, fue lo que 
me comentaron todos los “participantes” del encuentro: si yo no me creía que ellos no se 
acordaban,   no   llegaríamos   a   entendernos.   O   sea,   para   que   “todo   fuera   bien”   y 
pudiésemos seguir hablando se me ponía por requisito que me los tenía que creer. Pero 
es que resulta que yo no les creo, y no puedo decir una cosa por otra, pero el hecho que  
no   me   los crea  tampoco  es lo  principal.  Lo   principal  es que  no  se  acuerden  o  no  se 
quieran acordar: si no se acuerdan se están situando en una postura muy cómoda para 
ellos, pero para mí es peor, pues si realmente no se acuerdan de lo que hicieron son un 
peligro, Y el debate debería ir enfocado a dicho peligro, y no a que yo me los crea. Otro  
tema clave que me generó mucho malestar fue el tema de los límites, donde también se 
habían volteado los fundamentos: la conversación debía ir enfocada a la resistencia por 
parte de ellos a aceptar los límites que les ponen las otras personas, y no a juzgar si mis 
límites son los apropiados o no. Y así muchos más ejemplos (ya narrados) con los que me 
di cuenta que no sacaríamos nada en claro. Para mí, la poca claridad, el enfoque de las 
cosas “al revés” y el desviarnos de lo importante fueron la tónica del encuentro.

Conclusiones:

­ Yo iba a este “encuentro” convencida de que los hechos estaban, almenos en parte,  
reconocidos. Al no ser así no acepto ningún otro encuentro como este. No veo  útil, ni 
productivo, ni bueno para mi salud mental (ni tengo ganas) de seguir haciendo reuniones  
privadas en esta línea de “debates íntimos” que no implican una responsabilidad real ni 
ninguna acción frente a. Ya no tiene más sentido para mí tratar este tema en privado, y sin 
tener todos presente que estamos ante una cuestión política.

­ Al existir implicaciones personales­emocionales entre la mediadora y ambas partes se  
confunde todo más y todavía es más dificil llegar a una situación justa y responsable.

­ Por eso, si se volviera a hacer un encuentro, debería ser en una reunión “abierta” (pero 
no   por   eso   descontrolada)   con   todas   las   personas   que   tengan   alguna   sensibilidad  
personal y/o política con esta historia (abstenerse chismosos), tomando como referencia 
los   objetivos   definidos   por   mí   previamente   (los   que   se   adjuntan   en   “puntos   para   el 
encuentro”, aunque haría falta actualizarlos).

Estas conclusiones han sido enviadas a las personas en cuestión para informarlas que he 
decidido no hacer ningún encuentro más en estas condiciones.
Estos fueron los puntos que yo avancé al encuentro, citados anteriormente:

PUNTOS PARA EL ENCUENTRO:

­ No quiero que sea una reunión de disculpas en privado y que se de todo por cerrado. Y 
que   después   delante   de   los   amigotes   se   diga   “sí,   ya   está   todo   arreglado,   es   una 
exagerada...” o cosas por el estilo. Quiero que lo que se reconozca en privado también se 
reconozca en público, para no caer en esquizofrenias e hipocresias peligrosas para todos 
y todas.
­ No quiero que sea una reunión privada y personal. Porque no nada más es un tema 
personal entre nosotrxs. Para mí es un tema político y más trantándose de una agresión 
entre   compañerxs   que   además   de   haber   sido   amigxs,   hemos   compartido   tamibén 
espacios políticos importantes para nosotrxs.

­   Quiero   que   este   encuentro   sea   un   primer   contacto,   el   inicio   de   un   proceso   donde  
comience una reflexión eminentemente política sobre los hechos, de manera constructiva 
y   sincera,   dejando   de   lado   los   miedos   y   la   buena   imagen.   Y   teniendo   como   objetivo 
principal asumir el daño causado a una compañera.

­ Quiero que este proceso, cuando estemos preparados y preparadas, desemboque en un  
debate colectivo con la gente de nuestro entorno con quien creemos importante hablarlo, 
explicarlo  y reflexionar sobre  nuestras actitudes y también  sobre  las actitudes de  este 
entorno ante unos hechos como estos.

­ He hecho un escrito explicando los hechos y cómo me he sentido, a la vez que he 
lanzado  algunas reflexiones para  mí  esenciales  a tener en cuenta. Estaría  bueno  que 
vosotrxs reflexionaseis sobre lo que ha pasado desde el mes de junio hasta el dia de hoy 
y que valoreis sinceramente cuál ha sido vuestra actitud y lo que me ha podido suponer a 
mí.

ALGUNAS REFLEXIONES PARA EL DEBATE COLECTIVO:

Después   de   haber   narrado   todo   lo   que   he   vivido   durante   estos   meses,   he   intentado  
reflexionar y analizar a posteriori todo lo que ha ido sucediendo y quiero que quede calro  
que,  lo   que   me   ha   pasado   a   mí   no   es   ningún  hecho   aislado   ni   atípico   dentro   de   los 
movimientos sociales. Lo que ha pasado en esta historia desde el comienzo hasta el día 
de hoy, sigue unos patrones de actuación muy comunes y los mecanismos que se han 
desplegado por no asumir la agresión y por neutralizar el conflicto nos pueden recordar a 
otras experiencias pasadas. En general, quizá es que nos hace falta un debate colectivo 
donde   nos   cuestionemos   desde   los   fundamentos   para   que   se   den   tan   a   menudo 
agresiones en los espacios de confianza y porqué muchas no se hacen visibles, y porqué 
las   que   se   hacen   visibles   se   intentan   invisibilizar.   Más   que   nada,   para   no   sentirnos 
siempre   partiendo   de   cero   y   no   sentirnos   siempre   repitiendo   dinámicas   que   acaban 
generando todavía más malestar y confusión. Por eso, intentando no hablar directamente 
de mi caso concreto, he intentado escribir algunas reflexiones generales, donde la historia 
concreta de este dossier se ve reflejada. Para de este modo, intentar una vez más, que 
nos demos cuenta de la necesidad urgente de plantearnos tratar estos temas como una 
cuestión política igual de importante que cualquier otra.

Es   preocupante   que   dentro   de   los   movimientos   sociales   actuemos   como   si   nos 


hubiéramos creido que las cuestiones que plantea el feminismo ya están asumidas por 
todo el mundo y, por lo tanto, están superadas, son repetitivas... Cuando realmente hay un 
retroceso   en   las   prácticas   colectivas   y   en   el   discurso.   ¿Cómo   podemos   creernos 
transformadorxs si ni nos preguntamos a nivel personal sobre los valores que salen de 
dentro nuestro que siguen legitimando dominaciones y desigualdades? ¿Cómo podemos 
tener   tantas   resistencias   a   asumirlo?   ¿Y   cómo   podemos   tener   tantas   energías   para 
neutralizar los conflictos?

Es muy difícil identificar a una persona que ha agredido en un ambiente político, tanto por 
ellos como por el entorno, ya que su imagen no se corresponde con el imaginario de  
maltratador. Este imaginario del maltratador nos desvía de la posibilidad de reconocer el 
abuso en todas sus formas/expresiones.

Cuando estamos en espacios de confianza un hecho idéntico lo valoramos de manera 
distinta que cuando pasa fuera de este. ¿Porqué en estos casos la verdad puede ser 
paranoia,  la  rabia   o  el  miedo   puede   ser susceptibilidad  y la  proximidad   puede   acabar 
siendo distancia?

Es peligrosa la doble moral según la cual es fácil reconocer los errores de los enemigos, 
pero no de los amigos. ¿Porqué la protección del “nosotrxs como grupo” es tan fuerte y se 
generan   tantas  resistencias   a   aceptar   que   un   miembro   del   entorno   haya   cometido   un 
grave error?

IMAGINARIO DEL MALTRATADOR POLÍTICAMENTE CORRECTO. LA RELACIÓN 
DESIGUAL DEL DERECHO PARA AGREDIR VERSUS EL NO DERECHO A 
VISIBILIZARLO:

­   La   figura   del   agresor   está   completamente   mediatizada:   solamente   puede   ser   una 
persona de fuera de nuestro entorno, el que sale por la tele, el estereotipado psicópata 
que  te   espera   en  la   esquina  con   una   navaja  o   el   alcohólico   desestructurado.  Cuando 
alguien conocido ha maltratado parece que sentimos la necesidad de justificarlo.  ¡Debe 
continuar   siendo   una   persona   perfectamente   normal!  ¡No   puede   haber   enfermado   de 
golpe!

­   Pero   no   hay   patrones   que   describan   quién   puede   maltratar   y   quién   no.   Puede   ser 
cualquier amigo, familiar... Pero justamente por esta mediatización del agresor que hay en 
nuestro imaginario, no queremos aceptar que sean amigos o familiares. Y también por 
eso   queremos   justificarlos,   tranquilizarnos   pensando   que   fue   un   simple   momento   de  
locura, de debilidad o de pérdida de control justificable.

­ Debemos ser capaces de ver más allá y desarticular estos imaginarios y como no, las 
identidades (o apariencias) militantes: ¿Cómo puede haber agredido un “supermilitante” 
inteligente,   sociable,   decidido,   consciente,   con   dotes   organizativas...?   Pero   también   y 
sobretodo con gran capacidad para esconder todas sus contradiciones. Mientrastanto, la 
persona   que   ha   agredido   también   está   viviendo   una   situación   contradictoria,   pues   la 
imagen pública que debe ser perfectamente correcta, no se corresponde con su actitud 
real.

­ En la mente de la persona que ha agredido, es muy típico y recurrente el recurso de 
cuestionar   a   la   persona   agredida   y   a   su   grupo   de   apoyo   incondicional   como   una 
conspiración, para de esta forma limpiar su imagen. En su recurso para salvar el culo es 
muy   fácil   señalar   a   la   presona   agredida   y   a   su   grupo   de   apoyo   como   personas   sin 
credibilidad   (histéricas,   paranoicas,   “feministas”...).   El   otro   recurso   que   se   utiliza   es   la 
camaraderia con  otros hombres “aliados” a los que  ve  como “iguales” y con quien  se  
puede explaiar tranquilamente en su lenguaje.

­ Por lo tanto, una vez se hace visible la situación, los daños personales que puedan sentir 
las personas que han agredido son su última responsabilidad, desde el momento en que 
ejercen la agresión. Los daños a la imagen del agresor que aparecen al visibilizar una 
situación de abuso no han de recaer en la persona que está denunciando los hechos. Si 
en privado la persona agresora es suficientemente “valiente” como para faltar al respeto, 
humillar e imponer su deseo sexual de manera abusiva, una vez se hace público es de 
justicia asumir la situación y no ampararse en el no reconocimiento o deslegitimación de 
la persona agredida, unicamente por salvar su culo.

­ El prototipo de agresor que se dibuja en el imaginario colectivo, el sociópata de callejón, 
se mueve en una clandestinidad conciente de estar cometiendo un delito. En cambio, las 
agresiones   dentro   de   los   ambientes   de   confianza   no   se   dan   en   la   clandestinidad 
(sabemos   perfectamente   quiénes   somos,   dónde   vivimos,   qué   hacemos...).   En   estos 
casos,   para   agredir,   al   igual   que   para   defenderse,   hace   falta   sentirse   con   derecho   a 
hacerlo,   y   por   eso   hace   falta   cierta   convicción   personal,   además   de   cierta   protección 
social. Por lo tanto, la agresión (del tipo que sea, física, psíquica, verbal... y venga de 
quien venga, de un familiar, amigo...) se hace bajo secreto y protección de la privacidad, 
pero con una patente de familiaridad, con la confianza en la cohesión del grupo, con la 
seguridad de la comprensión, la mediación o el silencio de la comunidad.

­ Esto no significa la aprobación colectiva de determinados hechos, pero sí la facilidad 
para obviarlos, o para, una vez visibles o ineludibles, priorizar la protección y reproducción 
de la normalidad: que el padre siga siendo el padre, la pareja la pareja y el amigo el 
amigo.

­ Es dentro de esta conciencia de lo normal (y de lo que puede ocurrir protegido por la 
normalidad) en la que un familiar, pareja o amigo impone un acto sexual (del grado que  
sea) mediante las malnombradas bromas, la falta de control sin pensar en la voluntad 
externa  o en  el  peor de  los casos la fuerza, y todo  con absoluta tranquilidad moral y  
emocional. Y además, teniendo el privilegio de hacer daño “sin querer”, sin intención, sin 
saberlo...

­ Los hombres que encuentran la protección social y moral en la comunidad por imponer 
una voluntad sexual (sistemática o circunstancial) no actúan nunca, ni ayer ni hoy, por 
impulso de ninguna disfunción ética o psicológica, no lo hacen por una falla educativa o 
pedagógica   tampoco,   ni   tan   siquiera   con   mala   intención.   Sino   por   derecho,   porque 
“siempre ha sido así”. Las agresiones no son anécdotas aisladas, sino que forman parte 
de una violencia estructural, amparada en un privilegio social.

­ De la misma manera que cuando una mujer no se defiende o no visibiliza, no lo hace por 
debilidad mental o física, o por sumisión, o por falta de inteligencia o criterio. Sino por 
ausencia   de   derecho.   Porque   lo   primero   que   nos   aparecen   son   los   miedos   e 
inseguridades de todo lo que sabemos tendremos que afrontar...

­ El poder es mucho más que forzar a un cuerpo que se resiste o reafirmarse contra una 
negativa... Eso no es poder, aunque sea la fuerza la que habitualmente permite imponer y  
normalizar estas situaciones. El poder está allí donde la fuerza no es necesaria, o las 
cosas pueden precisamente pasar sin ningún conflicto visible ni previsible. Y es lo que 
pasa con las agresiones que ocurren en los supuestos espacios de confianza. Y es donde  
se produce la violencia sexual de manera normalizada, privada e invisible, es donde más 
se da lugar a equívocos y a sofisticaciones del lenguaje y sus interpretaciones.

¿PORQUÉ HEMOS APRENDIDO A SENTIR UN HECHO IDÉNTICO DE MANERAS 
DISTINTAS SEGÚN SI SE DA EN NUESTRO ENTORNO O FUERA DE ÉL? LOS 
ESPACIOS DE CONFIANZA VERSUS LAS AGRESIONES. RESISTENCIAS A 
AFRONTAR LA AGRESIÓN EN EL ENTORNO CERCANO:

­ ¿Por qué somos capaces de identificar sin dudas ciertos tipos de agresiones y otras no? 
¿Porqué no intervenimos con la misma contundencia ante una agresión de género en 
nuestro entorno más cercano? ¿Porqué cuando nos toca de cerca, se desvanecen los 
principios   que   serían   incuestionables   en   otras   circunstancias   externas?   ¿Porqué   si 
detectamos facilmente una agresión como tal cuando sucede fuera de nuestro entorno, 
nos cuesta  tanto  detectarla  cuando  sucede dentro  de  nuestro  entorno  y lo  intentamos 
justificar,   minimizar   o   eufemizar   con   palabras   como   “sería   una   broma”,   “será   una 
exagerada”, “será un malentendido”...? ¿Porqué en muchos casos recurrimos al chantaje 
emocional,   a   la  crítica   destructiva,   a   los   juicios...?   ¿Nos  limitamos   a   fingir  una   simple 
contraposición   teórica   a   estos   esquemas?   ¿Y   en   la   práctica   qué?   ¿Hasta   qué   punto 
condicionan los “antiestereotipos”? ¿Porqué hay tantas agresiones sexuales dentro de los 
espacios políticos y porqué tanta incapacidad para gestionarlo colectivamente?

­  ¿Cómo   vemos   la   percepcion   de   los   propios   derenchos   o   la   ausencia   de   ellos?;   ¿la 


persona agredida tiene derecho a explicar qué le ha pasado sin que la gente la juzgue? 
¿O por otro lado: si me dicen que NO, yo tengo derecho a imponer mi deseo sexual por la 
fuerza?.   ¿Estamos   dentro   de   relaciones   de   dominación   naturalizadas   y   normalizadas 
(sean puntuales o reincidentes), y que por lo tanto pueden ser ejercidas sin ningún tipo de 
justificación?

­ Existe una gran dificultad para identificar las múltiples caras de la violencia contra las 
mujeres, así como detectar los casos que se pueden incluir bajo este nombre, sobretodo 
si suceden en espacios de confianza. Pero es imposible hablar de violencia sexual sin 
referirnos a las relaciones de confianza. Las agresiones dentro del entorno más cercano 
no   son   una   acumulación   de   “errores”   o   “anomalías   individuales”,   no   es   ningún   %   de 
amoralidad ni de anormalidad, sino que son una prueba del buen funcionamiento de las 
relaciones de confianza como cojín de las relaciones de violencia (donde también entran 
formas de abuso no propiamente violentas).

­ La violencia estructural contra las muejres no es ningún concepto abstracto propio de 
estudios,   ni   nada   de   la   vida   de   los   otros,   externo   a   nuestro   entorno   supermilitante   y 
superconsciente. No son los 4 abusos en boca de todo el mundo, ni la suma infinita de  
agresiones que cada una puede explicar que ha sufrido, o las agresiones que salen por la 
tele... Esta violencia estructural se sustenta en unas pautas generalizadas de dominación 
que   atraviesan   todas   las   esferas   de   nuestra   cotidianidad,   por   eso   hace   falta   una 
responsabilidad colectiva para hacerle frente. Reconocer la estructuralidad de la violencia 
machista   es   crear   las   condiciones   necesarias   para   evitarla,   y   en   último   lugar 
responsabilizarnos de lo que suceda en nuestro entorno.

­ Es una paradoja esteril estar frecuentando espacios liberados si después no lo son. Para 
que un espacio liberado sea diferente de la sociedad (tal como nos queremos creer) hace  
falta comenzar a pensar que dentro de estos no puede caber cualquier actitud. Porque no  
podemos  ser   compatibles  con   ciertas  actitudes   que   desafortunadamente   pasan   tantas 
veces. Quien actúe de manera indeseable ha de notar por parte de su entorno que está 
fuera de lugar y debe sentirse incómodo. Pero quizá pasa lo contario.

­ Realmente en los grupos en los que nos movemos, a menudo se dan situaciones de 
abuso. Y es muy difícil que las reconozcamos y que reaccionemos ante actitudes sexistas 
y abusivas que han protagonizado personas que hemos escogido como amigas, o con 
quien hemos decidido compartir un espacio, o con quien nos identificamos en mucho de 
lo que pensamos. Es duro que una persona escogida como amiga nos agreda y vulnere 
un espacio hasta el momento considerado de confianza. Y también es duro que el entorno 
más cercano no se implique, sino que mire hacia otro lado, intentando invisibilizar, olvidar 
y dejar el asunto en la esfera privada.

­ Se nos hace difícil asumir esta responsabilidad colectiva ante las agresiones, pues es 
quizá   reconocernos   como   agresorxs,   o   como   amigxs   de   agresorxs.   El   personaje   del 
agresor se entiende que está lejos de nuestro entorno más cercano, como alguien que no 
puede ser nuestro amigo. Es muy fácil asociar  directamente agresión sexual solamente 
las violaciones que salen por la tele y no las agresiones sexuales más comunes que se 
dan   en   espacios   de   confianza,   donde   interviene   un   abuso   de   fuerza,   humillación   o 
cualquier presión para imponer sexo, aunque sea verbalmente.

­ Las agresiones suceden cotidianamente en nuestros espacios y están amparadas en el 
silencio por miedo a autocuestionar nuestras actitudes y las de nuestrxs amigxs, cayendo 
a menudo en inercias facilonas como el buen rollo, la fiesta, las drogas... y repitiendo 
siempre   la   idea  de  que   estas   agresiones   forman   parte   de   un   ámbito   privado,   donde 
entonces todo vale y no como una cuestión política igual de importante que cualquier otra. 
Si   se   da   una   agresión   dentro   de   un  ambiente   político,   lo   más   habitual  (dada   la   poca 
reflexión que destinamos a estos hechos) es que la cohesión de grupo pase por delante 
de la visibilización y reflexión sobre la agresión. Hace falta positivizar la cohesión de grupo 
para afrontar los conflictos y no para esconder la mierda.

­ Esta mezcla de factores legitima, silencia y protege las conductas de las personas que 
han agredido, y por lo tanto deslegitima el malestar, respuesta o protesta de la persona 
agredida. Así se siguen produciendo estas situaciones. Hace falta tener claro ante todo 
que el conflicto lo genera la  persona que agrede en el momento de la agresión y no la 
persona agredida en el momento de visibilizar o denunciar la agresión.

­   Lo   más   recurrente   es   dar   a   los   casos   de   abuso,   agresión,   o   maltrato,   el   trato   de 
problema   privado   y   personal,   a   ser   resuelto   entre   2   partes.   Cuando   lo   que   es  
denunciado/visibilizado   como   agresión   se   encara   como   una   cuestión   personal   donde 
intervienen emociones, donde se lee como un asunto turbio donde no hay una verdad,  
sino dos experiencias muy diferentes de una misma situación confusa..., podemos estar 
perdiendo   la   posibilidad   de   hacer   política,   que   es   de   lo   que   se   trataria   cuando   nos 
encontramos ante casos de violencia machista.

­   Y   es   que   cuando   quien   ocupa   el   lugar   de   agresor   es   un   amigo   tenemos   muchos 


problemas para colgarle la etiqueta, pero es que lo tenemos mal entendido: no se trata de  
colgar etiquetas, ni de demonizar a nadie. No es ningún juicio integral a la persona. Si 
alguien tiene que ser víctima de nada, lo serían las dos partes por igual. Hace falta una 
toma de conciencia.

­ Por miedo a decir las cosas por su nombre, caemos en eufemismos y pretendemos 
encontrar “otras explicaciones” o incluso justificaciones del estilo “estaba drogado”, “ella 
se   estaba   insinuando”,   “ella   se   lo   estaba   buscando...”   y   por   lo   tanto,   estamos  
cuestionando el grado de responsabilidad del agresor sobre sus actos.

­  Hay enormes  resistencias a  reconocer el maltrato  en  el entorno  por miedo  a  que  el 


espacio   se   convierta  en   blanco   de   críticas   por   parte   de   otros   espacios   externos. 
Anteponemos la vergüenza que nos da que alguien del propio colectivo haya ejercido un 
abuso y que nos puedan señalar como grupo, que no que se aprenda y crezca de estas 
situaciones, y así se pueda acumular experiencia y no sentirnos partiendo de cero tantas  
veces. Denunciarlo es una forma de hacer política. Silenciarlo, minimizarlo o aceptarlo 
también   es   un   posicionamiento   político,   pero   en   el   sentido   opuesto   y   por   lo   tanto, 
reaccionario.

­ Muchas veces, para evitar el cuestionamiento, y pretendiendo una fingida neutralidad, 
intervienen las perversas proximidades políticas que tienden a crear bandos enfrentados, 
en   lugar   de   propiciar   debates   reflexivos   que   enfrenten   y   solucionen   el   conflicto.   Nos  
perdemos   en   juicios   superficiales   de   los   hechos.   Se   traslada   la   discusión   a   factores 
externos o detalles morbosos, en lugar de tratarlo desde lo estructural de la violencia y la 
necesidad   de   conservar   una   tensión   y   atención   constantes   para   no   reproducir   más 
violencia.

­ Es también cómplice quien fomenta dudas, difunde voces, deslegitima la palabra de la 
agredida,   juzga   la   versión   de   la   agredida   (es   histérica,   odia   a   los   hombres,   es   una 
paranoica...), porque fomenta a crear un clima de impunidad para el agresor, y este se  
puede   continuar   moviendo   tranquilo   donde   quiera   sin   perder   su   imagen   de 
“supermilitante”. El silencio, las resistencias y la complicidad perpetuan que siga pasando.

­   Dentro   de   un   colectivo,   ante   el   riesgo   de   conflicto   se   agudizan   los   roles   de   género 


preestablecidos, donde las mujeres suelen cumplir el papel de medidoras, y se suelen  
implicar   más   a   la   hora   de   encarar   el   conflicto,   lo   cual   no   es   negativo,   pero   sí   es 
ejemplificativo   de   cómo   está   el   patio,   Pero   paradojicamente   hay   muchas   muejres   que 
actuan priorizando la unidad del colectivo y el consenso mediocre, como si la agresión a 
una de nosotras no fuera una agresión a todas (y todos). En hacer esto se perpetuan los 
cánones del universal masculino y así dejamos de politizar cuestiones que nos afectan, 
para   no   aburrir,   no   dar   la   nota,   no   ser   criticadas...   perpetuando   la   necesidad   de 
aprobación que necesitamos muchas mujeres ante el grupo, sobretodo fundamentada en 
base a los amiguismos.

­ Ante un conflicto, siempre son necesarias las precauciones, pero con temas de maltrato 
dentro   de   los   espacios   políticos   son   extremadamente   desmedidas   benevolentes   y 
protectoras   en   cuanto   al   maltratador   y   siempre   caemos   en   cuestionar   y   juzgar   a   la 
persona agredida. Y probablemente, la persona que se atreva a denunciar públicamente, 
antes  de   poder  demostrar   la   responsabilidad   de   la   otra   persona   en   el   daño   causado, 
deberá defenderse de mentirosa e histérica.

­ A veces, criticar/acusar a un “buen compañero” tiene frecuentemente la contrapartida de 
recibir   la   acusación/juicio   de   estar   perdiendo   el   tiempo   y   no   entender   que   hay 
problemáticas más difíciles e importantes para afrontar. Por eso es fácil que las mujeres 
que nos atrevemos a hacerlo público sigamos ignoradas, excluidas, criticadas... Además, 
en caso de que la persona agredida haga públicos los hechos, hace falta que explique 
miles de veces todas las particularidades, en correcta y precisa sucesión, sin tener en 
cuenta que eso le puede generar mucho malestar.

­   Siempre   que   se   inicia   alguna   acción   de   respuesta   a   una   agresión   (planificada   o 


espontánea)   ante   una   persona   del   entorno,   también   te   enfrentas   a   muchas   críticas 
dolorosas.  En  una situación  de  agresión  lo que  quiero  reprimir  es la  agresión  y no  la 
reacción   a   esta.   Ninguna   defensa   o   visibilización   es   exagerada,   porque   la   persona 
agredida sabe mejor que nadie lo que está sintiendo, sea de manera tranquila o no. Lo 
que hace falta cuestionar son las agresiones y no las reacciones a estas.

­   Hay   una   gran   falta   de   debate  sobre   el   tema,   pocas   campañas   realizadas,   fuerte 
obstruccionismo a  las que se han hecho, miedo a rupturas en  el  movimiento... No es 
extraño que cuando una persona denuncia un abuso o agresión de un “buen amigo”, ella 
termine marcada, por activa o por pasiva, como un problema. Todo eso genera múltiples 
barreras que toman especialmente fuerza al continuar considerando los abusos expresión 
de   asuntos   privados   y   experiencias   personales   y   no   como   una   parte   de   un   proceso  
político.   Así,   ante   sus   manifestaciones,   nos   encontramos   siempre   ante   una   extrema 
indecisión e incerteza sobre las posibles acciones a realizar, y tendemos a asignar a la 
persona agredida la responsabilidad última e individual de la respuesta a la situación, en 
lugar de hacerlo colectivamente.

­ Tampoco hace falta aislar ni castigar a la persona que ha agredido, pero haría falta que 
se diera cuenta que si él no plantea lo que ha hecho en clave de asumir el daño causado, 
no   encontrará   ninguna   cobertura   social.   Pero   a   veces   este   aislamiento   se   le   hace 
indirectamente a la persona agredida.

­  En   el   caso   de   que   se   intente   tratar  el   tema   colectivamente,   si   se   intenta   buscar  un 


consenso en un grupo (donde la mayoria no suele tener una reflexión previa propia sobre 
estos temas, y los discursos de los cuales suelen pasar por simplificaciones de telediario) 
algunas opiniones  se ponen a la misma altura que otros discursos fundamentales en la 
reflexión y sensibilidades desenvueltas con trabajo previo. Hace falta tener en cuenta no 
dejarnos   arrastrar   por   la   tiranía   de   los   consensos   del   grupo,   que   puede   desvirtuar 
argumentos y  rebajar discursos  a  niveles inadmisibles. Por eso  la  necesidad  de  tener  
debates a nivel colectivo sobre estos temas, como una tarea política igual de importante 
que cualquier otra (y si puede ser, este trabajo se debería dar sin la necesidad de que se 
haya dado una agresión).

­ Si se presenta un trabajo colectivo ante una agresión, no se vale tratarlo como un hecho 
“para”   la   persona   agredida.   Se   debe  enfocar   este   trabajo   como   algo   que   el   colectivo 
necesita para sí mismo. Pueden haber malos entendidos cuando la intervención del grupo 
se plantea únicamente como una forma de mediación neutral entre las partes afectadas y 
también cuando se plantea como un tema particular del colectivo a resolver de puertas 
para dentro (los trapos sucios se lavan en casa...). Nos da miedo tomar posicionamientos 
o decisiones políticas pues siempre  existe  la  posibilidad  de recibir críticas  y  entrar  en 
discusiones.   Pero   en   los   casos   de   abusos   se   levantan   murallas   contra   las   opiniones  
críticas y también contra los planteamientos externos y se intenta mantener a toda costa el 
problema como algo individual y fuera del debate colectivo y sin ningún contacto con el 
exterior.

­ Hace falta tener en cuenta que se dan muchas dificultades a la hora de hacer público 
que se ha sufrido una agesión y también a la forma sobre cómo actuar. Hacer pública una 
agresión   en   determinado   entorno   político   puede   significar   sentirse   muy   sola.   Es   muy 
importante pues, que cuando una persona se siente agredida no dude (ni la hagan dudar) 
de si ha sido una agresión, que confie en los sentimientos desagradables y humillantes 
que ha podido sentir, que pueda hablarlo cómodamente con su gente y que se sienta 
escuchada y con apoyo ante lo que decida hacer.

­ En la mayoría de situaciones no tenemos claro cómo reaccionar, pero por lo menos hay 
que tener claro que hace falta hablarlo y no silenciarlo. No hay una forma de afrontar una 
agresión, hay muchas, tantas como situaciones, momentos, estados de ánimo y personas 
diversas. Pero ante todo, tener claro que el silencio significa aceptar la situación, no dar 
visibilidad   al   problema   y   no   permitir   que   se   encuentre   una   respuesta   colectiva.   No 
intentemos  evitar  el   escándalo,   nos   hemos  de   escandalizar  para   que  las   actitudes  de 
abuso no tengan ningún apoyo ni coartada social. Sobretodo no aceptemos la situación 
facil de parecer tranquilas cuando hay motivos que nos angustian o molestan.

­ Hay que ver qué es lo que pasa, más de lo que se dice y que la solución debe ser 
colectiva,   pues   las   agresiones   son   cuestiones   políticas   sobre   las   que   nos   hemos   de 
posicionar,   y   ante   las   que   hemos   de   actuar.   Primero   hay   que   encontrar   fuerzas   para  
hablar   y   compartir   la   experiencia   de   abuso   con   otras   personas   de   confianza.   Estas 
personas de confianza deben ser receptivas y ofrecer el apoyo necesario, sin rechazo, 
juicio, minimización o ataque.

­ Hay que entender y aprender cómo se experimenta la agresión y no tener miedo al 
intercambio.   Hay   que   generar   un   grupo   de   apoyo   y   seguimiento,   porque   una   vez   ha  
sucedido,   quien   la   sufre   tiene   mucho   por   digerir.   No   hay   que   invisibilizar   sino   saber, 
conocer cómo  se  siente  la  agredida,  cómo  define  la  violencia  y cómo  actua  contra   la 
violencia vivida del momento y la de los momentos posteriores. Hay que conectar con el 
ritmo de la persona que lo ha vivido.

­ Los colectivos que deciden gestionar una situación de violencia (sea el colectivo entero o 
un grupo de personas de este) deben hacer público su posicionamiento y reflexiones, para 
permitir abrir el debate y que sirva de precedente, de manera que acumulen experiencia. 
Es una responsabilidad política.

­ Si apostamos por colectivos mixtos debemos poner estas cuestiones en el centro: lo 
ideal sería trabajar estos temas sin tener que tratar ningún abuso sucedido. Si no se da el 
caso, por lo menos no despolitizar ni minimizar el debate, no cuestionar ni juzgar lo que  
explica   la   persona   agredida,   no   caer   en   amiguismos,   no   reducir   los   debates   a 
“conversaciones de barra”, no crear bandos o falsas cohesiones de grupo...

­ La implicación de las mujeres en un espacio político busca entre otras cosas la creación 
de   un   espacio   seguro,   un   espacio   que   anule   la   interiorización   del   peligro   sexual   que 
muchas   veces   tenemos   dentro.   Y   lo   busca   no   por   la   via   de   normas,   restricciones, 
vigilancias o penas... sino que lo busca como una actitud, sensibilidad y responsabilidad 
de toda la gente que forma parte.

Muchas gracias al Dossier “Tijeras para todas. Textos sobre violencia de génelo en los 
movimientos sociales” (2007), porque me ha ayudado mucho a aclararme las ideas, a 
identificar que lo que ha ido sucediendo en todo el proceso es lo que sucede siempre, y a  
ver   que   lo   que   me   ha   pasado   es   “una   más”   de   las   tantas   veces   que   pasan   estas 
situaciones inadmisibles.

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