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Este texto nace desde la necesidad de aclarar unos hechos, para de este modo poner a cada quién en
su sitio y desenmascarar a aquellas personas que entre nosotrxs y bajo una falsa apariencia “alternativa” y/o
crítica perpetúan el Patriarcado y las relaciones de dominación. También es un objetivo, añadirme a las
voces que reclaman actuar con firmeza contra la violencia patriarcal fuera y también dentro de los
colectivos y espacios de los que formamos parte.
El pasado mes de enero asistí a una fiesta en Mataró, en el Centro Social Okupado La Fibra. Al
llegar, me encontré con unas comopañeras que iban con un chico que yo no conocia, del Centro Social
Bahia de Sants. Yo soy parte de la Asamblea de Can Vies (también del barrio de Sants) y las compañeras
aprovecharon la situación para presentarnos.
El chico, Diego, al darse cuenta de que formo parte de ese colectivo se mostró despreciativo hacia
mí y hacia el proyecto. Sorprendida por su reacción le planteé que no era ni el lugar ni el momento de
hablar de los motivos de su actitud. A partir de entonces comenzó a mostrar una actitud agresiva,
acosándome y diciéndome “te quiero follar, te quiero follar”.
Mientras bailaba con un grupo de personas, Diego se me acercó. Al darse cuenta que entre las
personas con las que bailaba había un amigo, se puso enmedio de todas nosotras. En todo momento le
estuvo dando la espalda de manera que con su cuerpo impedia que él me viera, quedando así aislada.
Mientras hacía eso, Diego también le iba lanzando miradas amenazadoras. Viendo que no tenía ninguna
voluntad de dejarme tranquila y que se iba agravando su acoso, -intentó darme dos lamidas en la cara-
valoré las consecuencias de responderle de forma violenta: opción que desestimé por encontrarme, como la
mayor parte de las personas de la fiesta, bajo los efectos de las drogas. Un compañero fue a hablar con el
grupo de personas que lo acompañaban para que no dejasen que se acercara si no querían que se liara...
Dias más tarde, decidí irlo a buscar con la voluntad de hacerle saber cómo me había tratado y con
la intención que reflexionara sobre la forma de relacionarse con las mujeres. No solo no aceptó ninguna de
las críticas sino que se defendió de su actitud, con frases como: “Era una venganza contra Can Vies”. Yo le
respondí que si eso era así, si el tipo de relación sexual de la que me hablaba en la fiesta era una violación. Él
me respondió “que sí, algo por el estilo”. Diego se definió como un “cabrón”, justificando orgullosamente
esta actitud por su herencia cultural argentina (sic).
Ante la gravedad de los hechos, expliqué en la asamblea de Can Vies todo lo que me había pasado
y decidimos que era importante ponerlo en conocimiento de la asamblea del Bahia. Las personas de este
colectivo, lejos de alarmarse por lo sucedido, en todo momento relativizaron todo lo que he explicado.
Trataron los hechos como un problema personal entre nosotrxs dos, del cual ellxs no tenían nada que
decir. Cuando de nuevo -Diego- dijo, ante todas las que estábamos allí, que tenía la fantasia de violarme; le
disculparon diciendo que “era un buen chaval” o que “lo dice pero no lo va a hacer”.
Ante la imposibilidad de llegar a ningún entendimiento, les dijimos que queríamos un posicionamiento
colectivo ante lo que había pasado. Nos dijeron que dirían algo el próximo lunes (todavía estamos
esperando algún posicionamiento).
El sábado de esa misma semana, la Asamblea de Okupas de Barcelona celebraba una fiesta en el
Bahia. Con tal de respetar el plazo del posicionamiento que se les había pedido y que se terminaba el lunes
siguiente, la Asamblea de Okupas puso como única condición para celebrar la fiesta, que Diego no
estuviera. Aceptaron. Pero ese sábado, Diego se saltó el acuerdo y se le pudo ver paseando con actitud
provocativa por la fiesta. Un grupo de mujeres, fueron a buscarlo para pedirle explicaciones, pero antes de
que pudieran hablar se fue al piso de arriba, a la zona habitacional, donde vive. El grupo de mujeres
intentó acceder al habitaje pero, varios hombres del Bahía lo impidieron insistiendo en que la cuestión era
a nivel personal entre Diego y yo. Aunque las mujeres plantearon que, en ese momento, el problema era
que no se había respetado el acuerdo tomado en la Asamblea de Okupas, no accedieron a dejarlas hablar
con Diego, cerrándoles el paso y riéndose de ellas.
Los hechos que he vivido y las consecuencias que han tenido, me demuestran una vez más que no
somos inmunes a la mierda que nos rodea. Necesitamos reflexionar sobre las relaciones que construimos.
Esta no es una cuestión privada, ya que somos víctimas de la educación o condicionamientos del sistema
patriarcal y nosotras no somos inmunes.
Aquellas personas que usan el ámbito privado para excusar y eludir enfrentar actitudes y prácticas de las
personas que tienen a su alrededor contribuyen a perpetuar el modelo de relaciones que se nos impone.
Que un espacio luzca una K, no tiene porqué indicar que de puertas hacia dentro las relaciones que se
desenvuleven sean diferentes a las que nos encontramos de puertas para fuera. El colectivo que okupa el
Bahia ha demostrado que lejos de defender relaciones horizontales, defienden y encubren acosadores.
Desde el Centro Social La Revoltosa llamaban, por medio de un comunicado, a trabajar estas cuestiones;
yo y el Centro Social Can Vies también lo creemos necesario.
Esta historia me ha sido ignorada y negada durante muchos meses, y eso me ha hecho
mucho daño. Lo he ido haciendo visible como he podido, en diferentes etapas, con
diferentes ritmos y con diferentes personas, considerando en cada momento lo que podía
asumir. Hoy por hoy, y ya que bastante gente sabe “algo”, he valorado que lo mejor es que
quede una versión escrita de referencia para informar a la gente sensible con el tema, ya
sea a nivel personal como político. También lo he escrito para llamar a la reflexión y para
que así, nos preguntemos porqué siguen dándose agresiones en espacios considerados
de confianza, y porqué resulta tan dificil hacerle frente.
Tras la experiencia vivida, puedo asegurar que no es útil para mí tratar más este tema
desde una vertiente privada e íntima, con una persona mediadora con lazos personales
con ambas partes. Por eso he escogido cerrar por mi parte los debates privados que
confunden más la situación, que tienen la tendencia de centrarse en los detalles
prescindibles, con la intención de tratar de manera superficial lo que es importante.
Me quiero sacar este peso de encima que me ocupa desde hace demasiado tiempo,
porque estoy agotada, aburrida y me afecta demasiado seguir dándole vueltas a temas
que para mí están muy claros y que yo ya he reflexionado extensamente. Me he dado
cuenta que no nos pondremos de acuerdo, pues hay un conflicto y una parte lo ve
demasiado claro y la otra parte demasiado poco claro. Por todos estos motivos he
decidido hacerlo público.
ACERCA DE PORQUÉ SE LE SUELE LLAMAR BROMA A UNA AGRESIÓN ENTRE
AMIGOS...
Es fuerte encontrarme a 2 amigos (tengo que dejar claro que unos minutos antes de los
momentos que narraré a continuación, todavía los consideraba amigos) enmedio de una
fiesta (que yo creía espacio de confianza para mí) que me sujetan un por cada brazo con
un evidente abuso de fuerza y, por lo tanto, ejerciendo sobre mí una importante dosis de
violencia física: se lanzan sobre mí a la vez que me arrinconan contra una pared y,
mientrastanto me empiezan a tocar de una manera claramente babosa. A la vez que
ejercen sobre mí una importante dosis de violencia verbal: mientras me empiezan a decir
guarradas varias (comentarios desagradables sobre mi cuerpo y sobre lo que quieren
hacer, mientras rien con cara de babosos). Claro, esto es mientras yo alucino y solamente
puedo pronunciar, en el estado de shock que genera una situación de esta envergadura
ejercida por 2 supuestos amigos: “si es una broma paren”, y ellos responden “sí que es
una broma, juajua, pero tú si que estás buena”, y siguen haciendo lo mismo.
Imponiéndome su deseo sexual a la fuerza. Me estoy sintiendo agredida. Hasta que
reacciono y me los saco de encima a empujones, con el pánico, el asco y la decepción en
el cuerpo.
Siento impotencia por haber tenido que vivir estos 5 minutos de mierda gratuitamente.
Acto seguido se me quedan mirando serios, sin pronunciar un lo siento, ni un nos
pasamos de rosca... ni nada. Uno de ellos todavía tiene la cara de decir: “pero cómo no
quieres estar conmigo, si estuviste con aquél durante tanto tiempo!” (refiriéndose a una
persona con la que estuve hacía 6 años). Evidentemente no valía la pena responder ni
una sola palabra ante tal juicio patético.
Todo esto sucedió el 3 de junio de 2007 sobre las 4 de la madrugada aproximadamente.
Al día siguiente al mediodia, estamos terminando de comer en una mesa con unas 10
personas, amistades comunes de las partes implicadas en los hechos de la noche
anterior. Uno de ellos ya se había ido a su casa en la mañana, el otro estaba en la misma
mesa que yo. En un momento, ya no aguanto más la angustia de seguir haciendo como si
no hubiera sucedido nada. Y aprovecho un comentario de esta persona para explicar los
hechos, evidentemente con un tono de enojo. La actitud generalizada de la gente de esa
mesa, supuestamente compañeros de un mismo espacio político y quizá alguna amistad,
es la de levantarse de la mesa o ignorar la narración. Por otro lado, la persona a la cual
me estoy dirijiendo, me dice “no me acuerdo de nada, cualquier cosa que te haya hecho
daño, discúlpame”, y se queda tan tranquilo. ¿Una típica negación de los hechos por
miedo a perder una imagen políticamente correcta? Evidentemente me genera una
inmensa impotencia con esta respuesta. En todo momento he pensado que es mentira
que se les haya olvidado tan facilmente. Quizá son las drogas (pero no parecia que se
hubieran tomado las suficientes como para generar tal amnesia), quizá la cobardía de
reconocer tales miserias en público, dado que son 2 personas políticamente correctas,
políticamente activas, políticamente conocidas y su imagen pública debe valer demasiado
para intentar que una compañera se sienta un poco menos mal, una vez ya la han cagado
totalmente. Por suerte, lo puedo hablar de la manera más confortable más tarde con 3
personas (con las que ya lo había hablado con anterioridad a la comida), pero finalmente
decidimos no hacer nada más por el momento pues “ya has sido bastante valiente por
decir todo en voz alta” (argumento que por el momento me convence) y se supone que
“es un tema que a la larga acabarás hablando con las otras 2 personas implicadas”. Debo
decir que, internamente, en alguna parte de mí, estaba la certeza de que en un tiempo
prudencial tendrían el valor de reconocer los hechos, almenos. Pero fueron pasando los
meses. Y con todo y las ganas de hablarlo con ellos para sacarme algo de encima, se me
hacía humillante dirigirme a pedir una explicación de tú a tú, pues ni es un tema privado,
ni me veo siendo la educadora de nadie (creo que es evidente que ellos deberían de
perder el culo para intentar restaurar el daño causado). Pero como siempre, la historia al
revés.
No vuelvo a coincidir con estas 2 personas juntas en un espacio común hasta octubre de
2007 (en agosto coincido con una de estas personas en un espacio abierto con mucha
gente y me siento incómoda). En este momento pienso que la historia no se puede acabar
así, con el silencio sin más, porque me siento fatal y me dan ganas de irme de un espacio
que hasta el momento, había sido de confianza para mí, donde sentía que no me podía
pasar nada malo. Por otro lado, a partir de este momento dejo de frecuentar este espacio
(donde me he pasado muchas horas en los últimos años), en gran parte, para no
exponerme a situaciones que me generen malestar. Eso me ha significado distanciarme
de mucha gente y de actividades diversas, por no poder llevar la situación de otra manera,
incluso he roto con amistades por la incomodidad generada en diversas situaciones, por
diversas opiniones o por silencios. Puedo decir que mi dia a dia ha cambiado.
A partir de aquí comienzo a pensar sobre el tema, sobre cómo solucionármelo y comienzo
a hablarlo con más gente, que me animan a hacer visible la situación. Estoy unos 2 meses
reflexionando sobre cómo quiero que sea la “limpieza” de esta situación. Pienso en varias
opciones, y la que en un primer momento me convence más (almenos para comenzar) es
hacer público un escrito sin revelar las identidades de nadie, pero narrando los hechos y
llamando a la reflexión de porqué han de suceder estas cosas en espacios
supuestamente liberados de cualquier tipo de abuso.
Una noche de diciembre fui a una fiesta en un centro social y nada más entrar me dicen
que está una de las personas que me forzó. Digo que prefiero no saber dónde está para
intentar estar tranquila (es un espacio de unos 300m2). Después de unas cuantas horas
de estar tranquilamente, esta persona se sitúa a unos 3 metros de distancia y me siento
muy invadida. Al cabo de 10 minutos de charlar sobre si es mejor irme, hacer ver que no
pasa nada, o encarar..., no puedo más y acabo decidiendo encarar.
Le pido que se sitúe en un lugar donde no lo vea, que el espacio es bastante grande para
estar los dos sin interferencias, y que me siento muy mal teniéndolo cerca después de lo
que pasó en junio (teniendo en cuenta que no se han dignado a mover ni un dedo durante
6 meses y que yo me lo he comenzado a trabajar seriamente desde hace 2 meses). En
resumidas palabras, me dice que todo me lo estoy inventando y que soy una paranoica y
también una histérica (porque en el momento en que me dice mentirosa me pongo muy
nerviosa, obviamente). Una amiga lo aparta de mí y se va a hablar con él y, resumiendo
de nuevo, le dice que todo es una conspiración contra él y sigue negando la historia. Estoy
10 minutos “tranquila” y se me vuelve a situar a 3 metros, pero por el otro lado, quizá para
despistar... Entonces voy directa hacia allá y le digo que no lo quiero ver cerca, y que
necesito que me respete en esta decisión. Y sigue con lo mismo de antes, tengo que decir
que con un pose demasiado arrogante. Entonces, ya bastante nerviosa, le hago un
simulacro “light” de lo que me hicieron ellos el 3 de junio de 2007, y le grité “¿todavía no
recuerdas o qué!?”, y él se queda impasible y me sigue llamando paranoica. Es entonces
cuando la rabia y la impotencia me revienta y le empiezo a dar puñetazos en la cara
(porque si no, los hubiera dado contra una pared y me hubiera roto la mano). La gente me
intenta apartar. Nadie sabe bien qué está pasando. Me voy. Y hay que tener presente que
si no les di los puñetazos la noche de la agresión en el mes de junio, es porque todavía
los consideraba amigos.
Total que la historia se hace pública de golpe, pero evidentemente de una forma peligrosa
porque todo el mundo comienza a decir la suya sobre si el golpe o no, sobre qué debería
pasar, sobre si tal o cual es tan buena persona, sobre si nos creemos a uno o a otra...
Unas con buena intención, otras con menos. Hay revuelo... y todo el mundo dice la suya.
Hay gente que encuentra inadmisible partirle la cara después de meses pues no es
legítima defensa. Hay otra gente que situa el golpe en un contexto complicado donde hay
muchas resistencias a afrontar un tema que a mí me hace daño: si se da al cabo de
meses, es por la impotencia que genera escuchar a uno de ellos explicitar que soy una
mentirosa, paranoica e histérica en palabras textuales (también decir que son “típicas
acusaciones” en situaciones de agresión). Realmente para mí fue en legítima defensa (si
se quiere decir mental) al negárseme unos hechos que me han perseguido durante
meses. Y si pudiera ir hacia atrás, les hubiera dado un golpe a cada uno el 3 de junio de
2007 y si no lo hice fue por el shock que genera que 2 “amigos” me estuvieran poniendo
en una situación tan desafortunada. Afortunadamente, también hay revuelo sobre el
porqué de todo y de lo que pasó en junio. En general, cuando todo el mundo “habla”, hay
muchas historias diferentes circulando y eso puede confundir más la situación. Por eso,
por la parte que me toca y para que exista una versión de referencia escrita por mí misma,
aquí tienes estas páginas (podría ser un paso que ellos escribieran su parte de la historia
desde la sinceridad e hiciesen público el porqué de todo, vaya...). También lo he escrito
para llamar a la reflexión a la gente que día a día intenta construir espacios liberados,
donde no deberían de suceder estas cosas, de manera que el entorno pueda afrontarlo. Y
de esta forma, que quede alguna cosa escrita, intentando en la medida que pueda, que no
nos sintamos siempre partiendo de cero en estas situaciones.
Me ha llegado apoyo de gente y colectivos varios, para mí muy importantes. Del entorno
en común con las 2 personas en cuestión, pues poca gente. Quizá se han dado cuenta o
quizá no... Queda en el aire. Yo no he frecuentado el espacio para no exponerme a
situaciones desagradables. Además, yo no he tenido la fuerza para ir a buscar
complicidades, o a “convencer” a nadie de la injusticia vivida (si no he sentido previamente
un “puedes contar conmigo”). Pero también es cierto que desde el mes de junio, quien
más o quien menos, sabe que pasó algo, y el rumor a partir de los hechos de diciembre
ha corrido bastante... Por lo tanto, no puedo obviar un hecho que también me hace daño,
que son determinados silencios. Otra gente cercana a ambas partes ha pretendido
minimizar los hechos o ha pretendido una supuesta neutralidad, para mí fingida (pues
delante de una agresión no puede haber neutralidad y el silencio es cómplice. Si no
apliquémoslo a cualquier otra injusticia social).
En el peor de los casos se me ha juzgado, por exagerada o por tener tan mala leche, por
el famoso puñetazo... Probablemente, del tema se ha hablado de oreja en oreja. Eso sí,
en ningún momento se ha propiciado un debate colectivo y productivo (lo cual se que es
dificil). Pero me duele el “hacer ver que no pasa nada”. Así que no he recibido
demasiados apoyos, almenos explícitos. He hecho lo que he podido y para mí ya ha sido
bastante resituarme y comenzar a pensar “y ahora qué”. ¿Porqué la cohesión de grupo
que se debería generar para evitar o reparar situaciones de abuso, se emplea para
silenciarlas? Ya se que dan miedo estas cosas, dan miedo los conflictos en la cara y
además si son un abuso sexual. ¿Pero no da miedo que una compañera se sienta sola
ante una agresión, a la vez que ha sido obligada a ser parte de un conflicto asqueroso no
escogido?
Retomando la historia, a partir de los hechos de diciembre de 2007 se visibiliza el conflicto
y por primera vez en meses, almenos de una forma explícita, por “su parte” se comienzan
a activar unas posibles ganas de solucionar algo (durante los primeros 6 meses se da una
indiferencia y negación de la historia). Comienza a haber movimiento.
A la semana siguiente de que se visibilizara la historia en público, una persona amiga de
ambas partes comienza a hablar con ellos para propiciar un encuentro, de momento
privado, para encarar los hechos. Habla con ellos y, por lo que me han explicado, después
de 4 horas de conversación, ellos terminan reconociendo la situación. También me
explicitan que todo y reconocer la historia, su vivencia de aquella noche es diferente. Para
mí es muy valioso que después de meses ellos terminen reconociendo los hechos, aún y
que pensamos cosas distintas. Y ante eso, yo no hablo con ellos directamente, toda la
información me llega por parte de la persona mediadora. Nos proponemos encontrarnos
un dia, concretamente el 28 de enero.
Yo accedo al encuentro, todo y el mal rollo que me supone, convencida que íbamos a
encontrar puntos en común sobre las “diferentes vivencias” de unos mismos hechos,
previamente reconocidos. En este punto, encontraba sentido a discutir el tiempo que
hiciera falta para llegar a la conclusión que los hechos no eran una “broma” o un
“malentendido entre colegas” sino una agresión.
Nada más comenzar, al escuchar su narración de la noche, ellos manifiestan que se
acuerdan de “todo” (“estuvimos baiilando toda la noche y de repente se extrañaron porque
yo me fui a dormir enojada y me estuvieron buscando...”) excepto de la agresión. Yo había
accedido a este encuentro no para exponerme a otra situación desagradable y tener que
repetir hasta la saciedad los hechos (de los cuales yo me acuerdo muy bien) sino
contando con que había un previo reconocimiento, almenos de una parte de los hechos.
¿Porqué esta amnesia transitoria?
Hay que decir también, que además de preguntarme de manera reincidente cuáles habían
sido los hechos, se me preguntaba con una excesiva exigencia de detalle que rallaba el
absurdo: “¿con qué fuerza se te agarró?”, “¿pero te podias soltar si querías o no?”, “¿era
una fuerza que inmobilizaba?”, “¿era tanta fuerza que te hizo daño?”, “¿pero dónde se te
tocó... los pechos y el culo, o por dónde?”, “¿pero exactamente dónde y cómo?”...
Bien, yo expongo que justamente había accedido a un primer encuentro “en privado”
porque la persona que estaba mediando me había asegurado que en un encuentro previo
con ellos, le habían reconocido los hechos después de una larga discusión, donde ellos
poco a poco habían ido aflojando y aceptando que en los meses posteriores todo había
sido tan cutre debido a sus inseguridades ante una situación como esta. Lo cual, me
resultaba comprensible.
La persona mediadora, me comentó que ante la “subjetividad personal” de unos hechos
como estos ella quizá lo hubiera vivido diferente a una agresión, y que se lo hubiera
tomado quizá como una broma de colegas y les hubiera dicho simplemente “¿qué estáis
haciendo?”. En este punto sentí bastante malestar, pues se estaba quitando importancia a
unos hechos para mí importantes, vividos claramente como una agresión. Y, creo yo, que
no íbamos a hablar de cómo hubieran podido vivir aquellos hechos personas diferentes.
Después, y teniendo en cuenta lo que yo esperaba del encuentro (en el cual yo avancé via
mail unos puntos concretos donde explicitaba lo que quería del encuentro, que son los
“Puntos para el encuentro” que adjunto), ya comenzamos a desviar claramente el tema a
hablar: se empezó a juzgar qué es juego y qué es agresión, y las “confusas fronteras” que
lo separan, lo cual puede llevar a ser muy perverso. Comentaban que ellos, que viven tan
agradablemente su sexualidad, sin tabús ni “cosas raras”, los “juegos” de la noche
siempre los gestionan bien... (no hace falta decir que para mí aquella noche no fue nada
bien portada). Se comenzó a debatir de qué diferentes maneras se hubieran podido vivir
los mismos hechos y cuáles pueden ser los límites de cada uno. En lugar de hablar de los
hechos concretos en cuestión, ni del respeto a mis límites “en concreto”. Para mí hacía
falta hablar de la imposición de sexo explícita que se da cuando 2 colegas te agarran uno
por cada brazo y te empiezan a babosear y tú estás explicitando claramente que te dejen.
A mí nadie me preguntó nada, ni hubo mucha sofisticación en la “jugada”. Para comenzar,
si tenemos que hablar de límites, hay cosas que de entrada se hacen desde el respeto y
otras que no. Para mí, aquellos hechos superaban de entrada mis límites desde el primer
momento. Además, yo explicité cuál era mi límite en aquel momento y no se me respetó,
continuando el abuso (y además de manera burlesca). Para mí, el problema que se tenía
que tratar no eran mis límites, sino la resistencia por parte de ellos a aceptar los límites
que les ponen las otras personas y que eso derive en una situación de abuso.
Podríamos debatir horas y horas sobre los límites de cada quién, pero no era el tema en
cuestión. Además, una de las veces que volví a explicar los hechos (hay que decir que
para mí es desagradable tener que estar repitiéndolos), la persona que mediaba comentó
que estaba ampliando la versión, ya que notaba ahora que la información era diferente. Yo
no he ampliado nada, pues son unos hechos bastante claros y simples, que llevo
explicando desde hace bastantes meses, y que además he explicado a varias personas
de la misma manera. Para mí este no es el papel de ninguna mediadora y menos en el
momento de hablar con las dos personas implicadas. Y si lo pensaba o lo dudaba, hubiera
estado bien que me lo hubiera preguntado a mí en privado y no teniendo delante una
situación tan compleja como el “encuentro”. Sentí que se estaba poniendo en duda mi
sinceridad, de una forma que se escapaba a mi sentido común. Realmente me generó
mucha confusión y no se si se refería a la información facilitada por mí, como una
consecuencia de su exceso reiterativo de preguntas de detalle (innecesarias) con lo que
me presionaron todos, donde nada más faltaba que se me preguntara con qué fuerza se
me estaba agarrando, medido en unidades de “joules”.
Una de las muchas veces que expliqué los hechos, uno de ellos me recordó un “flash” de
la noche; el momento en que uno me recriminaba que porqué no quería estar con él. Pero
de lo que había pasado antes, no se acuerdan en absoluto. Lo cual no me creo, y es
sintomático de cómo ha ido todo el proceso: es una coartada perfecta decir que da mi
“verdad como objetiva”, en palabras textuales (y además, también dicen que al dar este
paso, están cediendo mucho...) pero que tienen un gran lapso de los 5 minutos de la
noche en que ocurrió la agresión. Al decir que no se acuerdan de los hechos, se están
situando en una postura muy cómoda para ellos. Pero para mí es peor, pues si realmente
no se acuerdan de lo que hicieron son un peligro, viéndose capaces de protagonizar un
abuso como este sin acordarse, e interpretándolo como a su probable sexualidad
expansiva y sin tabús.
Otro punto delicado que se dio fue que una de las dos personas implicadas alegaba lo
siguiente: ¿porqué si en el momento de los hechos yo tenía la “legitimidad moral que tiene
la persona agredida” no confronté más la situación e impliqué a más gente que estaba
presente el día que lo dije en voz alta y no actué con más fortaleza si yo tenía la “razón”?
Quizá, por la falta de responsabilidad colectiva en estas situaciones, lo más “normal” es
que pase lo contrario ¿no? ¿No es justamente una falta de legitimidad de la persona
agredida la que, de entrada, hace que sea tan complicado que esta se sienta capaz de
afrontar una situación de abuso? Él hizo referencia a que yo lo había llevado fatal, casi
tanto como ellos y que tenía que asumirlo. Evidentemente no lo asumí, pues está claro
para mucha gente, creo, y sin necesidad de que yo lo tenga que explicar... Tan simple
como que la situación me superaba y para mí ya fue demasiado decirlo en voz alta y
obtener la respuesta “no me acuerdo de nada, cualquier cosa que te haya hecho
discúlpame” de una de las personas implicadas, además, del silencio de las personas
presentes, que no me dio más fortaleza, sino que más bien sentí decepción y soledad
(nada más una persona de las presentes se acercó a mí unos días después
interesándose por lo que había explicitado, a parte de las personas con quien lo había
hablado en privado). También dijo que él en el momento en que lo dije en voz alta lo
expliqué muy por encima (evidentemente no entré en detalles morbosos, pero dejé claro
que me habían agarrado, tocado y demás), y en referencia a eso, afirmó que en aquel
momento él me pidió que lo explicara mejor, lo cual no es cierto, pues se quedó más bien
mudo y con cara de póker.
Al finalizar el tiempo que teníamos previsto para el encuentro, se comentó que hacía falta
otro día para acabar de hablar, concretamente se dijo para el 18 de febrero (yo en ese
momento accedí, pues para mí estaba claro que no habíamos aclarado nada y aún no
había digerido el encuentro). Un hecho curioso para mí, que comentó uno de ellos al final
del encuentro fue que “creía necesario para que nos entendiéramos, hacer
interpretaciones psicoanalíticas de nuestras personalidades”, sin mucha comprensión de
la iniciativa por mi parte. También se comentó que hacía falta hablar del tema del
puñetazo extensamente unas cuantas horas y que reserváramos el próximo día para eso.
Debe resultar que soy la única que encuentra a faltar todavía haber hablado a fondo de
los “orígenes” de todo, desde la sinceridad y la responsabilidad.
Después de todo, en estas condiciones no quiero seguir hablando por ellos, porque me
siento pasando por el tubo. En ningún momento pretendía que la discusión fuese
enfocada en estos términos (como se puede ver en mis puntos facilitados previamente al
encuentro), más que nada confusos y poco responsables con los hechos. Fue una
situación de mierda contenida porque supuestamente “todos éramos amigos o lo
habíamos sido”, y no se puede hablar de un tema como este “como un malentendido entre
colegas”.
Después de la experiencia tengo una cosa muy clara porque me he sentido fatal; y es que
una pesona amiga de las 2 partes no puede hacer de mediadora de una forma justa (si es
que fuera posible una mediación). Y seguro que todo está hecho con la mejor intención de
solucionar de una forma agradable y rápida la situación, pero estas cosas no son ni
rápidas ni armónicas. Creo que a ninguna de nosotrxs nos han enseñado a actuar en una
situación como esta, y además es un papel complejo para hacer una única persona amiga
de ambas partes. He valorado la implicación de esta persona y he intentado confiar en su
manera de hacer accediendo al encuentro (aunque no estaba segura de sentirme a gusto
con el enfoque de la situación y me tardé un tiempo en llegar a un acuerdo, pues yo lo
hubiera enfocado de forma bastante distinta). Pero yo ya lo he intentado y he comprobado
que no es lo mejor para mi salud mental ni física. He sentido mucha confusión, malestar y
agotamiento. Tanto en el sentido de preguntarme “¿qué hago aquí”? Cuando escuchaba
que no se acordaban de nada, contra todo pronóstico. Pero también un daño añadido, que
es gestionar el malestar que me genera que esta persona “mediadora” no me da el apoyo
que necesito en un momento como este (y que yo, de alguna manera, esperaba) y eso me
confunde demasiado y me hace daño. Y este apoyo no me parece justo pedirlo, es o no
es. En definitiva, no quiero más tensión en esta situación, y menos con una persona que
para mí es importante, por lo tanto no quiero ningún otro encuentro como el que se hizo.
Aún con el daño que me ha generado la situación por la divergencia de maneras de hacer,
puedo llegar a comprender cómo ha intervenido esta persona, todo y que para mí no sea
lo más apropiado ni lo más justo, y no lo comparto. Como una conclusión, y después de
haberlo intentado, si ha de haber algún otro encuentro, tiene que ser con apoyos explícitos
por mi parte (si ellos quieren llevar un apoyo explícito por la suya, estoy totalmente de
acuerdo), pero creo que al existir implicaciones personalesemocionales entre la persona
que “mediaba” y ambas partes se confunde todo más. Pues no siempre somos capaces
de solucionar las situaciones “desde dentro” de una forma responsable y justa. Además,
es una cosa que no nada más me implica a mí y a ellos, no es algo que haga “para mí”,
sino que es una cosa que nos afecta colectivamente y por lo tanto (y valga la frase
recurrente “lo personal es político) este formato de encuentro todavía lo dificulta más.
Al salir, todo eran sensaciones desagradables, pero una de las cosas que me hizo
comenzar a reflexionar ante el hecho que no quería más encuentros como este, fue lo que
me comentaron todos los “participantes” del encuentro: si yo no me creía que ellos no se
acordaban, no llegaríamos a entendernos. O sea, para que “todo fuera bien” y
pudiésemos seguir hablando se me ponía por requisito que me los tenía que creer. Pero
es que resulta que yo no les creo, y no puedo decir una cosa por otra, pero el hecho que
no me los crea tampoco es lo principal. Lo principal es que no se acuerden o no se
quieran acordar: si no se acuerdan se están situando en una postura muy cómoda para
ellos, pero para mí es peor, pues si realmente no se acuerdan de lo que hicieron son un
peligro, Y el debate debería ir enfocado a dicho peligro, y no a que yo me los crea. Otro
tema clave que me generó mucho malestar fue el tema de los límites, donde también se
habían volteado los fundamentos: la conversación debía ir enfocada a la resistencia por
parte de ellos a aceptar los límites que les ponen las otras personas, y no a juzgar si mis
límites son los apropiados o no. Y así muchos más ejemplos (ya narrados) con los que me
di cuenta que no sacaríamos nada en claro. Para mí, la poca claridad, el enfoque de las
cosas “al revés” y el desviarnos de lo importante fueron la tónica del encuentro.
Conclusiones:
Yo iba a este “encuentro” convencida de que los hechos estaban, almenos en parte,
reconocidos. Al no ser así no acepto ningún otro encuentro como este. No veo útil, ni
productivo, ni bueno para mi salud mental (ni tengo ganas) de seguir haciendo reuniones
privadas en esta línea de “debates íntimos” que no implican una responsabilidad real ni
ninguna acción frente a. Ya no tiene más sentido para mí tratar este tema en privado, y sin
tener todos presente que estamos ante una cuestión política.
Al existir implicaciones personalesemocionales entre la mediadora y ambas partes se
confunde todo más y todavía es más dificil llegar a una situación justa y responsable.
Por eso, si se volviera a hacer un encuentro, debería ser en una reunión “abierta” (pero
no por eso descontrolada) con todas las personas que tengan alguna sensibilidad
personal y/o política con esta historia (abstenerse chismosos), tomando como referencia
los objetivos definidos por mí previamente (los que se adjuntan en “puntos para el
encuentro”, aunque haría falta actualizarlos).
Estas conclusiones han sido enviadas a las personas en cuestión para informarlas que he
decidido no hacer ningún encuentro más en estas condiciones.
Estos fueron los puntos que yo avancé al encuentro, citados anteriormente:
PUNTOS PARA EL ENCUENTRO:
No quiero que sea una reunión de disculpas en privado y que se de todo por cerrado. Y
que después delante de los amigotes se diga “sí, ya está todo arreglado, es una
exagerada...” o cosas por el estilo. Quiero que lo que se reconozca en privado también se
reconozca en público, para no caer en esquizofrenias e hipocresias peligrosas para todos
y todas.
No quiero que sea una reunión privada y personal. Porque no nada más es un tema
personal entre nosotrxs. Para mí es un tema político y más trantándose de una agresión
entre compañerxs que además de haber sido amigxs, hemos compartido tamibén
espacios políticos importantes para nosotrxs.
Quiero que este encuentro sea un primer contacto, el inicio de un proceso donde
comience una reflexión eminentemente política sobre los hechos, de manera constructiva
y sincera, dejando de lado los miedos y la buena imagen. Y teniendo como objetivo
principal asumir el daño causado a una compañera.
Quiero que este proceso, cuando estemos preparados y preparadas, desemboque en un
debate colectivo con la gente de nuestro entorno con quien creemos importante hablarlo,
explicarlo y reflexionar sobre nuestras actitudes y también sobre las actitudes de este
entorno ante unos hechos como estos.
He hecho un escrito explicando los hechos y cómo me he sentido, a la vez que he
lanzado algunas reflexiones para mí esenciales a tener en cuenta. Estaría bueno que
vosotrxs reflexionaseis sobre lo que ha pasado desde el mes de junio hasta el dia de hoy
y que valoreis sinceramente cuál ha sido vuestra actitud y lo que me ha podido suponer a
mí.
ALGUNAS REFLEXIONES PARA EL DEBATE COLECTIVO:
Después de haber narrado todo lo que he vivido durante estos meses, he intentado
reflexionar y analizar a posteriori todo lo que ha ido sucediendo y quiero que quede calro
que, lo que me ha pasado a mí no es ningún hecho aislado ni atípico dentro de los
movimientos sociales. Lo que ha pasado en esta historia desde el comienzo hasta el día
de hoy, sigue unos patrones de actuación muy comunes y los mecanismos que se han
desplegado por no asumir la agresión y por neutralizar el conflicto nos pueden recordar a
otras experiencias pasadas. En general, quizá es que nos hace falta un debate colectivo
donde nos cuestionemos desde los fundamentos para que se den tan a menudo
agresiones en los espacios de confianza y porqué muchas no se hacen visibles, y porqué
las que se hacen visibles se intentan invisibilizar. Más que nada, para no sentirnos
siempre partiendo de cero y no sentirnos siempre repitiendo dinámicas que acaban
generando todavía más malestar y confusión. Por eso, intentando no hablar directamente
de mi caso concreto, he intentado escribir algunas reflexiones generales, donde la historia
concreta de este dossier se ve reflejada. Para de este modo, intentar una vez más, que
nos demos cuenta de la necesidad urgente de plantearnos tratar estos temas como una
cuestión política igual de importante que cualquier otra.
Es muy difícil identificar a una persona que ha agredido en un ambiente político, tanto por
ellos como por el entorno, ya que su imagen no se corresponde con el imaginario de
maltratador. Este imaginario del maltratador nos desvía de la posibilidad de reconocer el
abuso en todas sus formas/expresiones.
Cuando estamos en espacios de confianza un hecho idéntico lo valoramos de manera
distinta que cuando pasa fuera de este. ¿Porqué en estos casos la verdad puede ser
paranoia, la rabia o el miedo puede ser susceptibilidad y la proximidad puede acabar
siendo distancia?
Es peligrosa la doble moral según la cual es fácil reconocer los errores de los enemigos,
pero no de los amigos. ¿Porqué la protección del “nosotrxs como grupo” es tan fuerte y se
generan tantas resistencias a aceptar que un miembro del entorno haya cometido un
grave error?
IMAGINARIO DEL MALTRATADOR POLÍTICAMENTE CORRECTO. LA RELACIÓN
DESIGUAL DEL DERECHO PARA AGREDIR VERSUS EL NO DERECHO A
VISIBILIZARLO:
La figura del agresor está completamente mediatizada: solamente puede ser una
persona de fuera de nuestro entorno, el que sale por la tele, el estereotipado psicópata
que te espera en la esquina con una navaja o el alcohólico desestructurado. Cuando
alguien conocido ha maltratado parece que sentimos la necesidad de justificarlo. ¡Debe
continuar siendo una persona perfectamente normal! ¡No puede haber enfermado de
golpe!
Pero no hay patrones que describan quién puede maltratar y quién no. Puede ser
cualquier amigo, familiar... Pero justamente por esta mediatización del agresor que hay en
nuestro imaginario, no queremos aceptar que sean amigos o familiares. Y también por
eso queremos justificarlos, tranquilizarnos pensando que fue un simple momento de
locura, de debilidad o de pérdida de control justificable.
Debemos ser capaces de ver más allá y desarticular estos imaginarios y como no, las
identidades (o apariencias) militantes: ¿Cómo puede haber agredido un “supermilitante”
inteligente, sociable, decidido, consciente, con dotes organizativas...? Pero también y
sobretodo con gran capacidad para esconder todas sus contradiciones. Mientrastanto, la
persona que ha agredido también está viviendo una situación contradictoria, pues la
imagen pública que debe ser perfectamente correcta, no se corresponde con su actitud
real.
En la mente de la persona que ha agredido, es muy típico y recurrente el recurso de
cuestionar a la persona agredida y a su grupo de apoyo incondicional como una
conspiración, para de esta forma limpiar su imagen. En su recurso para salvar el culo es
muy fácil señalar a la presona agredida y a su grupo de apoyo como personas sin
credibilidad (histéricas, paranoicas, “feministas”...). El otro recurso que se utiliza es la
camaraderia con otros hombres “aliados” a los que ve como “iguales” y con quien se
puede explaiar tranquilamente en su lenguaje.
Por lo tanto, una vez se hace visible la situación, los daños personales que puedan sentir
las personas que han agredido son su última responsabilidad, desde el momento en que
ejercen la agresión. Los daños a la imagen del agresor que aparecen al visibilizar una
situación de abuso no han de recaer en la persona que está denunciando los hechos. Si
en privado la persona agresora es suficientemente “valiente” como para faltar al respeto,
humillar e imponer su deseo sexual de manera abusiva, una vez se hace público es de
justicia asumir la situación y no ampararse en el no reconocimiento o deslegitimación de
la persona agredida, unicamente por salvar su culo.
El prototipo de agresor que se dibuja en el imaginario colectivo, el sociópata de callejón,
se mueve en una clandestinidad conciente de estar cometiendo un delito. En cambio, las
agresiones dentro de los ambientes de confianza no se dan en la clandestinidad
(sabemos perfectamente quiénes somos, dónde vivimos, qué hacemos...). En estos
casos, para agredir, al igual que para defenderse, hace falta sentirse con derecho a
hacerlo, y por eso hace falta cierta convicción personal, además de cierta protección
social. Por lo tanto, la agresión (del tipo que sea, física, psíquica, verbal... y venga de
quien venga, de un familiar, amigo...) se hace bajo secreto y protección de la privacidad,
pero con una patente de familiaridad, con la confianza en la cohesión del grupo, con la
seguridad de la comprensión, la mediación o el silencio de la comunidad.
Esto no significa la aprobación colectiva de determinados hechos, pero sí la facilidad
para obviarlos, o para, una vez visibles o ineludibles, priorizar la protección y reproducción
de la normalidad: que el padre siga siendo el padre, la pareja la pareja y el amigo el
amigo.
Es dentro de esta conciencia de lo normal (y de lo que puede ocurrir protegido por la
normalidad) en la que un familiar, pareja o amigo impone un acto sexual (del grado que
sea) mediante las malnombradas bromas, la falta de control sin pensar en la voluntad
externa o en el peor de los casos la fuerza, y todo con absoluta tranquilidad moral y
emocional. Y además, teniendo el privilegio de hacer daño “sin querer”, sin intención, sin
saberlo...
Los hombres que encuentran la protección social y moral en la comunidad por imponer
una voluntad sexual (sistemática o circunstancial) no actúan nunca, ni ayer ni hoy, por
impulso de ninguna disfunción ética o psicológica, no lo hacen por una falla educativa o
pedagógica tampoco, ni tan siquiera con mala intención. Sino por derecho, porque
“siempre ha sido así”. Las agresiones no son anécdotas aisladas, sino que forman parte
de una violencia estructural, amparada en un privilegio social.
De la misma manera que cuando una mujer no se defiende o no visibiliza, no lo hace por
debilidad mental o física, o por sumisión, o por falta de inteligencia o criterio. Sino por
ausencia de derecho. Porque lo primero que nos aparecen son los miedos e
inseguridades de todo lo que sabemos tendremos que afrontar...
El poder es mucho más que forzar a un cuerpo que se resiste o reafirmarse contra una
negativa... Eso no es poder, aunque sea la fuerza la que habitualmente permite imponer y
normalizar estas situaciones. El poder está allí donde la fuerza no es necesaria, o las
cosas pueden precisamente pasar sin ningún conflicto visible ni previsible. Y es lo que
pasa con las agresiones que ocurren en los supuestos espacios de confianza. Y es donde
se produce la violencia sexual de manera normalizada, privada e invisible, es donde más
se da lugar a equívocos y a sofisticaciones del lenguaje y sus interpretaciones.
¿PORQUÉ HEMOS APRENDIDO A SENTIR UN HECHO IDÉNTICO DE MANERAS
DISTINTAS SEGÚN SI SE DA EN NUESTRO ENTORNO O FUERA DE ÉL? LOS
ESPACIOS DE CONFIANZA VERSUS LAS AGRESIONES. RESISTENCIAS A
AFRONTAR LA AGRESIÓN EN EL ENTORNO CERCANO:
¿Por qué somos capaces de identificar sin dudas ciertos tipos de agresiones y otras no?
¿Porqué no intervenimos con la misma contundencia ante una agresión de género en
nuestro entorno más cercano? ¿Porqué cuando nos toca de cerca, se desvanecen los
principios que serían incuestionables en otras circunstancias externas? ¿Porqué si
detectamos facilmente una agresión como tal cuando sucede fuera de nuestro entorno,
nos cuesta tanto detectarla cuando sucede dentro de nuestro entorno y lo intentamos
justificar, minimizar o eufemizar con palabras como “sería una broma”, “será una
exagerada”, “será un malentendido”...? ¿Porqué en muchos casos recurrimos al chantaje
emocional, a la crítica destructiva, a los juicios...? ¿Nos limitamos a fingir una simple
contraposición teórica a estos esquemas? ¿Y en la práctica qué? ¿Hasta qué punto
condicionan los “antiestereotipos”? ¿Porqué hay tantas agresiones sexuales dentro de los
espacios políticos y porqué tanta incapacidad para gestionarlo colectivamente?
Existe una gran dificultad para identificar las múltiples caras de la violencia contra las
mujeres, así como detectar los casos que se pueden incluir bajo este nombre, sobretodo
si suceden en espacios de confianza. Pero es imposible hablar de violencia sexual sin
referirnos a las relaciones de confianza. Las agresiones dentro del entorno más cercano
no son una acumulación de “errores” o “anomalías individuales”, no es ningún % de
amoralidad ni de anormalidad, sino que son una prueba del buen funcionamiento de las
relaciones de confianza como cojín de las relaciones de violencia (donde también entran
formas de abuso no propiamente violentas).
La violencia estructural contra las muejres no es ningún concepto abstracto propio de
estudios, ni nada de la vida de los otros, externo a nuestro entorno supermilitante y
superconsciente. No son los 4 abusos en boca de todo el mundo, ni la suma infinita de
agresiones que cada una puede explicar que ha sufrido, o las agresiones que salen por la
tele... Esta violencia estructural se sustenta en unas pautas generalizadas de dominación
que atraviesan todas las esferas de nuestra cotidianidad, por eso hace falta una
responsabilidad colectiva para hacerle frente. Reconocer la estructuralidad de la violencia
machista es crear las condiciones necesarias para evitarla, y en último lugar
responsabilizarnos de lo que suceda en nuestro entorno.
Es una paradoja esteril estar frecuentando espacios liberados si después no lo son. Para
que un espacio liberado sea diferente de la sociedad (tal como nos queremos creer) hace
falta comenzar a pensar que dentro de estos no puede caber cualquier actitud. Porque no
podemos ser compatibles con ciertas actitudes que desafortunadamente pasan tantas
veces. Quien actúe de manera indeseable ha de notar por parte de su entorno que está
fuera de lugar y debe sentirse incómodo. Pero quizá pasa lo contario.
Realmente en los grupos en los que nos movemos, a menudo se dan situaciones de
abuso. Y es muy difícil que las reconozcamos y que reaccionemos ante actitudes sexistas
y abusivas que han protagonizado personas que hemos escogido como amigas, o con
quien hemos decidido compartir un espacio, o con quien nos identificamos en mucho de
lo que pensamos. Es duro que una persona escogida como amiga nos agreda y vulnere
un espacio hasta el momento considerado de confianza. Y también es duro que el entorno
más cercano no se implique, sino que mire hacia otro lado, intentando invisibilizar, olvidar
y dejar el asunto en la esfera privada.
Se nos hace difícil asumir esta responsabilidad colectiva ante las agresiones, pues es
quizá reconocernos como agresorxs, o como amigxs de agresorxs. El personaje del
agresor se entiende que está lejos de nuestro entorno más cercano, como alguien que no
puede ser nuestro amigo. Es muy fácil asociar directamente agresión sexual solamente
las violaciones que salen por la tele y no las agresiones sexuales más comunes que se
dan en espacios de confianza, donde interviene un abuso de fuerza, humillación o
cualquier presión para imponer sexo, aunque sea verbalmente.
Las agresiones suceden cotidianamente en nuestros espacios y están amparadas en el
silencio por miedo a autocuestionar nuestras actitudes y las de nuestrxs amigxs, cayendo
a menudo en inercias facilonas como el buen rollo, la fiesta, las drogas... y repitiendo
siempre la idea de que estas agresiones forman parte de un ámbito privado, donde
entonces todo vale y no como una cuestión política igual de importante que cualquier otra.
Si se da una agresión dentro de un ambiente político, lo más habitual (dada la poca
reflexión que destinamos a estos hechos) es que la cohesión de grupo pase por delante
de la visibilización y reflexión sobre la agresión. Hace falta positivizar la cohesión de grupo
para afrontar los conflictos y no para esconder la mierda.
Esta mezcla de factores legitima, silencia y protege las conductas de las personas que
han agredido, y por lo tanto deslegitima el malestar, respuesta o protesta de la persona
agredida. Así se siguen produciendo estas situaciones. Hace falta tener claro ante todo
que el conflicto lo genera la persona que agrede en el momento de la agresión y no la
persona agredida en el momento de visibilizar o denunciar la agresión.
Lo más recurrente es dar a los casos de abuso, agresión, o maltrato, el trato de
problema privado y personal, a ser resuelto entre 2 partes. Cuando lo que es
denunciado/visibilizado como agresión se encara como una cuestión personal donde
intervienen emociones, donde se lee como un asunto turbio donde no hay una verdad,
sino dos experiencias muy diferentes de una misma situación confusa..., podemos estar
perdiendo la posibilidad de hacer política, que es de lo que se trataria cuando nos
encontramos ante casos de violencia machista.
Por miedo a decir las cosas por su nombre, caemos en eufemismos y pretendemos
encontrar “otras explicaciones” o incluso justificaciones del estilo “estaba drogado”, “ella
se estaba insinuando”, “ella se lo estaba buscando...” y por lo tanto, estamos
cuestionando el grado de responsabilidad del agresor sobre sus actos.
Muchas veces, para evitar el cuestionamiento, y pretendiendo una fingida neutralidad,
intervienen las perversas proximidades políticas que tienden a crear bandos enfrentados,
en lugar de propiciar debates reflexivos que enfrenten y solucionen el conflicto. Nos
perdemos en juicios superficiales de los hechos. Se traslada la discusión a factores
externos o detalles morbosos, en lugar de tratarlo desde lo estructural de la violencia y la
necesidad de conservar una tensión y atención constantes para no reproducir más
violencia.
Es también cómplice quien fomenta dudas, difunde voces, deslegitima la palabra de la
agredida, juzga la versión de la agredida (es histérica, odia a los hombres, es una
paranoica...), porque fomenta a crear un clima de impunidad para el agresor, y este se
puede continuar moviendo tranquilo donde quiera sin perder su imagen de
“supermilitante”. El silencio, las resistencias y la complicidad perpetuan que siga pasando.
Ante un conflicto, siempre son necesarias las precauciones, pero con temas de maltrato
dentro de los espacios políticos son extremadamente desmedidas benevolentes y
protectoras en cuanto al maltratador y siempre caemos en cuestionar y juzgar a la
persona agredida. Y probablemente, la persona que se atreva a denunciar públicamente,
antes de poder demostrar la responsabilidad de la otra persona en el daño causado,
deberá defenderse de mentirosa e histérica.
A veces, criticar/acusar a un “buen compañero” tiene frecuentemente la contrapartida de
recibir la acusación/juicio de estar perdiendo el tiempo y no entender que hay
problemáticas más difíciles e importantes para afrontar. Por eso es fácil que las mujeres
que nos atrevemos a hacerlo público sigamos ignoradas, excluidas, criticadas... Además,
en caso de que la persona agredida haga públicos los hechos, hace falta que explique
miles de veces todas las particularidades, en correcta y precisa sucesión, sin tener en
cuenta que eso le puede generar mucho malestar.
Hay una gran falta de debate sobre el tema, pocas campañas realizadas, fuerte
obstruccionismo a las que se han hecho, miedo a rupturas en el movimiento... No es
extraño que cuando una persona denuncia un abuso o agresión de un “buen amigo”, ella
termine marcada, por activa o por pasiva, como un problema. Todo eso genera múltiples
barreras que toman especialmente fuerza al continuar considerando los abusos expresión
de asuntos privados y experiencias personales y no como una parte de un proceso
político. Así, ante sus manifestaciones, nos encontramos siempre ante una extrema
indecisión e incerteza sobre las posibles acciones a realizar, y tendemos a asignar a la
persona agredida la responsabilidad última e individual de la respuesta a la situación, en
lugar de hacerlo colectivamente.
Tampoco hace falta aislar ni castigar a la persona que ha agredido, pero haría falta que
se diera cuenta que si él no plantea lo que ha hecho en clave de asumir el daño causado,
no encontrará ninguna cobertura social. Pero a veces este aislamiento se le hace
indirectamente a la persona agredida.
Si se presenta un trabajo colectivo ante una agresión, no se vale tratarlo como un hecho
“para” la persona agredida. Se debe enfocar este trabajo como algo que el colectivo
necesita para sí mismo. Pueden haber malos entendidos cuando la intervención del grupo
se plantea únicamente como una forma de mediación neutral entre las partes afectadas y
también cuando se plantea como un tema particular del colectivo a resolver de puertas
para dentro (los trapos sucios se lavan en casa...). Nos da miedo tomar posicionamientos
o decisiones políticas pues siempre existe la posibilidad de recibir críticas y entrar en
discusiones. Pero en los casos de abusos se levantan murallas contra las opiniones
críticas y también contra los planteamientos externos y se intenta mantener a toda costa el
problema como algo individual y fuera del debate colectivo y sin ningún contacto con el
exterior.
Hace falta tener en cuenta que se dan muchas dificultades a la hora de hacer público
que se ha sufrido una agesión y también a la forma sobre cómo actuar. Hacer pública una
agresión en determinado entorno político puede significar sentirse muy sola. Es muy
importante pues, que cuando una persona se siente agredida no dude (ni la hagan dudar)
de si ha sido una agresión, que confie en los sentimientos desagradables y humillantes
que ha podido sentir, que pueda hablarlo cómodamente con su gente y que se sienta
escuchada y con apoyo ante lo que decida hacer.
En la mayoría de situaciones no tenemos claro cómo reaccionar, pero por lo menos hay
que tener claro que hace falta hablarlo y no silenciarlo. No hay una forma de afrontar una
agresión, hay muchas, tantas como situaciones, momentos, estados de ánimo y personas
diversas. Pero ante todo, tener claro que el silencio significa aceptar la situación, no dar
visibilidad al problema y no permitir que se encuentre una respuesta colectiva. No
intentemos evitar el escándalo, nos hemos de escandalizar para que las actitudes de
abuso no tengan ningún apoyo ni coartada social. Sobretodo no aceptemos la situación
facil de parecer tranquilas cuando hay motivos que nos angustian o molestan.
Hay que ver qué es lo que pasa, más de lo que se dice y que la solución debe ser
colectiva, pues las agresiones son cuestiones políticas sobre las que nos hemos de
posicionar, y ante las que hemos de actuar. Primero hay que encontrar fuerzas para
hablar y compartir la experiencia de abuso con otras personas de confianza. Estas
personas de confianza deben ser receptivas y ofrecer el apoyo necesario, sin rechazo,
juicio, minimización o ataque.
Hay que entender y aprender cómo se experimenta la agresión y no tener miedo al
intercambio. Hay que generar un grupo de apoyo y seguimiento, porque una vez ha
sucedido, quien la sufre tiene mucho por digerir. No hay que invisibilizar sino saber,
conocer cómo se siente la agredida, cómo define la violencia y cómo actua contra la
violencia vivida del momento y la de los momentos posteriores. Hay que conectar con el
ritmo de la persona que lo ha vivido.
Los colectivos que deciden gestionar una situación de violencia (sea el colectivo entero o
un grupo de personas de este) deben hacer público su posicionamiento y reflexiones, para
permitir abrir el debate y que sirva de precedente, de manera que acumulen experiencia.
Es una responsabilidad política.
Si apostamos por colectivos mixtos debemos poner estas cuestiones en el centro: lo
ideal sería trabajar estos temas sin tener que tratar ningún abuso sucedido. Si no se da el
caso, por lo menos no despolitizar ni minimizar el debate, no cuestionar ni juzgar lo que
explica la persona agredida, no caer en amiguismos, no reducir los debates a
“conversaciones de barra”, no crear bandos o falsas cohesiones de grupo...
La implicación de las mujeres en un espacio político busca entre otras cosas la creación
de un espacio seguro, un espacio que anule la interiorización del peligro sexual que
muchas veces tenemos dentro. Y lo busca no por la via de normas, restricciones,
vigilancias o penas... sino que lo busca como una actitud, sensibilidad y responsabilidad
de toda la gente que forma parte.
Muchas gracias al Dossier “Tijeras para todas. Textos sobre violencia de génelo en los
movimientos sociales” (2007), porque me ha ayudado mucho a aclararme las ideas, a
identificar que lo que ha ido sucediendo en todo el proceso es lo que sucede siempre, y a
ver que lo que me ha pasado es “una más” de las tantas veces que pasan estas
situaciones inadmisibles.