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Fuentes)
0.- INTRODUCCIÓN.
El Pastor Rick Warren los resume bajo el enfoque de cinco propósitos ministeriales en
los cuales debe concentrarse la iglesia de Cristo:
Las iglesias necesitan crecer en fuerza a través de la adoración.
Las iglesias necesitan crecer en amor a través del compañerismo.
Las iglesias necesitan crecer en tamaño a través del evangelismo.
Las iglesias necesitan crecer en profundidad a través del discipulado.
Las iglesias necesitan crecer en amplitud a través del servicio.
(Una iglesia con propósito, p. 55.)
Los propósitos de la misión de la iglesia no han sido establecidos por ningún hombre,
sino por el propio Señor Jesucristo durante su ministerio terrenal. Fue Jesús quien
enseñó, practicó y ordenó el cumplimiento de estos cinco propósitos ministeriales:
Adoración (relación íntima con Dios por medio de la alabanza y la oración).
- “Más la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad…” (Juan 4: 23-24).
Compañerismo (relación fraternal de los unos con los otros).
- “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor
los unos por los otros” (Juan 13: 34-35).
Evangelismo (predicación del evangelio a las almas perdidas).
- “… Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”
(Marcos 16:15).
Discipulado (formación del carácter cristiano y enseñanza de la sana doctrina).
- “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis
así mis discípulos” (Juan 15: 8).
Servicio (ministración a las necesidades del pueblo y la comunidad).
- “… el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro
servidor” (Mateo 20: 25-28).
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I.- ADORACIÓN.
Melvin L. Hodges nos recuerda la búsqueda constante del rostro de Dios en la iglesia
neotestamentaria: La iglesia primitiva vivía en un ambiente de oración… (Edificaré mi
iglesia, p. 89-90). “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las
mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 2:42).
La salud espiritual es el fruto de nuestra intimidad con Dios. Schwarz nos desafía con
esta frase: Debes vivir la fe como una auténtica relación de amistad con Jesucristo.
(Desarrollo natural de la iglesia, p. 27). Por lo tanto, consagrar tiempos de calidad con el
objetivo de derramar el alma en la presencia de Dios, es de vital importancia en toda
iglesia local: ayunos, vigilias, cultos de acción de gracias, cultos de avivamiento, etc.
Estos son los tiempos decisivos que el Espíritu Santo aprovecha para ministrar la vida
de Cristo a la iglesia, lo cual traerá un doble fruto: salud y crecimiento.
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Regeneración (frutos genuinos de un nuevo nacimiento) “De modo que
si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17).
Consagración (testimonio evidente de santidad a Dios) “Así que,
amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en
el temor de Dios. (2 Corintios 7:1).
Unción (respaldo de Dios en su ministración) “Y tal confianza tenemos
mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por
nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino
que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo
ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del
espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica.” (2 Corintios
3:4-6).
No debemos buscar masividad, sino excelencia para ministrar bajo la unción de la gloria
de Dios. “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: conoce el
Señor a los que son suyos; y: apártese de iniquidad todo aquel que invoca el
nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y
de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y
otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento
para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. (2
Timoteo 2:19-21).
Este ministerio debe ser sensible al fluir de la presencia de Dios. Una ministración
eficaz es aquella donde se manifiesta la unción del Espíritu Santo en medio de su
Pueblo:
Unción de renovación (el pueblo recibe una unción fresca de Dios, que renueva
el corazón en santidad y devoción).
Unción de intercesión (el pueblo penetra en una dimensión de confrontación
espiritual con la autoridad de Dios).
Unción profética (el pueblo escucha la voz de Dios mediante los dones de
revelación y expresión profética).
Unción de milagros (el pueblo es ministrado por Dios con milagros de sanidad y
liberación).
Igualmente los intercesores son instrumentos claves en toda iglesia local. Estos
intercesores son los hombres y mujeres consagrados a la oración perseverante en la
presencia de Dios. El poder de la oración perseverante ha sido demostrado en las
Sagradas Escrituras y en la historia del Cristianismo: “Por lo demás, hermanos míos,
fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de
Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no
tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades,
contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para
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que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad,
pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de
justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo,
tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del
maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la
Palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y
velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; (Efesios 6:
10-18). Sin dudas, la oración abre las puertas a la extensión del reino de Dios, como lo
expresa Edward Mckendrie Bounds: si los hombres oraran como debieran, las
maravillas del pasado serían más que reproducidas. El evangelio avanzaría con una
facilidad y un poder que nunca conoció. Las puertas se abrirían de par en par al
evangelio. (Orad sin cesar, p. 192).
Nuestros cultos deben ser una celebración de júbilo y gloria en la presencia de Dios.
Cultos con una liturgia y dinámica religiosa o monótona obstaculizan la salud espiritual
de la congregación.
Hay una necesidad urgente de avivar el fuego de los dones espirituales de Dios en
nuestras iglesias locales, recordando la verdad bíblica: “Porque el reino de Dios no
consiste en palabras, sino en poder.” (1 Corintios 4:20). En todo lugar que Dios se
mueve con poder, hay vida, salud y crecimiento.
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7. Vivificar una expectativa de avivamiento.
Vivimos en los postreros tiempos, los cuales son días de una gran apostasía anticristiana
que atenta contra la salud espiritual del cuerpo de Cristo “Porque vendrá tiempo
cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se
amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la
verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Timoteo 4: 3-4). Por lo tanto, en estos
días peligrosos que vivimos debemos motivar al pueblo redimido a mantener una
expectativa de avivamiento. Nuestra congregación puede ser visitada por la gloria de
Dios, si disponemos nuestros corazones en la búsqueda de un verdadero avivamiento
espiritual. La actitud de genuina adoración debe ser una invitación permanente a Dios
para que derrame sus lluvias de gracia en medio nuestro.
Sin dudas, una iglesia saludable está enfocada en experimentar el fluir de la vida de
Cristo, por medio de un derramamiento espontáneo del Espíritu de Dios “Y en los
postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros
hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros
ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en
aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en
el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se
convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor,
grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.”
(Hechos 2: 17-21).