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No hay nada de malo en casarse con la persona

equivocada
Es una de las cosas que más tememos que nos pase. Hacemos todo lo que podemos para
evitarlo. Y, no obstante, al final acabamos haciéndolo: nos casamos con la persona
equivocada.

En parte, se debe a que enfrentamos una variedad de problemas cuando tratamos de


acercarnos a los demás. Solo para los que no nos conocen bien parecemos normales. En
una sociedad más sabia y consciente de sí misma que la nuestra, una pregunta habitual
en una de las primeras citas sería: “¿Y tú qué neurosis tienes?”.

Tal vez tenemos una tendencia a perder los estribos cuando alguien no está de acuerdo
con nosotros o únicamente podemos relajarnos cuando estamos trabajando; quizá la
intimidad después del sexo nos resulta difícil o nos quedamos callados ante
una humillación. Nadie es perfecto. El problema es que, antes del matrimonio, rara vez
nos adentramos en nuestra complejidad. Cada vez que una relación amenaza con sacar a
la luz nuestros defectos, culpamos al otro y la damos por terminada. En lo que respecta
a nuestros amigos, no tienen tanto interés en tomarse la molestia de iluminarnos. Por
ende, uno de los privilegios de estar solos es la sincera impresión de que estar con
nosotros es pan comido.

Tampoco podríamos decir que nuestras parejas sean más conscientes. Desde luego,
hacemos el intento de entenderlos. Visitamos a sus familiares. Miramos sus fotos,
conocemos a sus compañeros de la escuela. Todo esto nos ayuda a tener la sensación de
que sabemos algo del otro. No es así. El matrimonio acaba por ser una especie de
apuesta esperanzada que hacen dos personas que todavía no saben quiénes son ni en
quiénes se convertirán, que se unen en un futuro que son incapaces de concebir y han
tenido la precaución de evitar investigar.

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la gente se casaba por un


conjunto de razones lógicas: porque sus tierras colindaban; la familia del novio tenía un
negocio floreciente; el padre de la novia era magistrado en el pueblo; había un castillo
que mantener, o los suegros y consuegros estaban de acuerdo con la misma
interpretación de las sagradas escrituras. De esos matrimonios tan razonables emanaba
soledad, infidelidad, abuso, frialdad y gritos que llegaban hasta el cuarto de los niños.
En retrospectiva, el matrimonio de la razón no era nada razonable; muchas veces era
provechoso, intolerante y abusivo. Por eso no se le exigió a lo que vino después, el
matrimonio de los sentimientos, explicarse.

En el matrimonio de los sentimientos lo que importa es que dos personas sienten una
atracción mutua surgida de un instinto irresistible, que su corazón les dice es lo
correcto. De hecho, cuanto más imprudente el matrimonio (tal vez se acaban de conocer
hace seis meses; uno de los dos no tiene trabajo o ambos apenas están saliendo de la
adolescencia), más seguro se siente. La imprudencia se toma como un contrapeso de
todos los errores de la razón. El prestigio del instinto es la reacción traumatizada que se
rebela a tantos siglos de razón irrazonable.

Aunque creemos que estamos buscando la felicidad en el matrimonio, no es así de


simple. Lo que en verdad buscamos es familiaridad, que puede complicar bastante
aquellos planes de felicidad que teníamos. Estamos buscando recrear, dentro de
nuestras relaciones adultas, los sentimientos que conocimos tan bien durante nuestra
infancia. El amor que la mayoría de nosotros creímos experimentar en nuestros
primeros años muchas veces se confundía con otras dinámicas más destructivas: el
sentimiento de querer ayudar a un adulto fuera de control, de ser privados del calor de
uno de los padres o estar asustados por su enfado, de no sentirnos con la seguridad
necesaria para comunicar lo que deseábamos.

Qué lógico resulta, entonces, que ya de adultos andemos rechazando a ciertos posibles
cónyuges no porque sean malos, sino porque son demasiado buenos —demasiado
equilibrados, maduros, comprensivos y confiables— porque en nuestros corazones esa
idoneidad nos resulta ajena. Nos casamos con la persona equivocada porque no
asociamos sentirnos amados con ser felices.

También cometemos errores porque estamos muy solos. Nadie puede estar lo
suficientemente cuerdo para elegir pareja cuando quedarse soltero le parece
insoportable. Tenemos que estar totalmente en paz con la idea de pasar muchos años en
soledad a fin de ser selectivos para bien; de lo contrario, nos arriesgamos a estar más
enamorados de la idea de no estar solos que de la persona que nos evitó la pena de
seguir así.

Por último, nos casamos para eternizar un sentimiento agradable. Imaginamos que el
matrimonio nos ayudará a encapsular la dicha que sentimos la primera vez que nos pasó
por la mente la idea de unirnos en matrimonio: tal vez estábamos en Venecia, en un
bote, y el sol del atardecer teñía de dorado el mar; hablábamos de aquellas partes del
alma que nunca antes había entendido otra persona y teníamos planes de ir a cenar
risotto poco después. Nos casamos para eternizar estas sensaciones, pero no vimos que
no había una conexión sólida entre esas sensaciones y la institución del matrimonio.

En efecto, el matrimonio nos lleva sin duda a un plano muy distinto y más
administrativo, que tal vez se desarrolle en una casa, con un largo camino al trabajo
todos los días y niños gritones que matan la pasión de la que nacieron. El único
ingrediente en común es la pareja. Y puede que nos hayamos quedado con el ingrediente
incorrecto.

La buena noticia es que no importa si nos damos cuenta de que nos casamos con la
persona equivocada.

No debemos abandonar a esa persona, pero sí la idea romántica en la que se ha basado


la comprensión occidental del matrimonio durante los últimos 250 años: existe un ser
perfecto que puede satisfacer todas nuestras necesidades y cada uno de nuestros
anhelos.

Necesitamos cambiar esa visión romántica por una conciencia trágica (y hasta cierto
punto cómica) de que todos los seres humanos nos harán sentir frustrados, molestos y
decepcionados, y de que nosotros haremos lo mismo. Nunca dejaremos de sentirnos
vacíos ni incompletos. Pero nada de esto es extraordinario ni una causal de divorcio.
Elegir con quién comprometernos trata simplemente de identificar a qué variedad
específica de sufrimiento nos gustaría entregarnos más.

Esta filosofía del pesimismo nos ofrece una solución para buena parte de la angustia y la
agitación en torno al matrimonio. Tal vez suene extraño, pero el pesimismo alivia la
excesiva presión imaginativa que nuestra cultura romántica pone sobre el matrimonio.
El fracaso de una relación que no pudo salvarnos de nuestra pena y melancolía no es un
argumento en contra de la otra persona ni un signo de que una unión merezca fracasar o
mejorar.

La mejor persona para nosotros no es la persona que comparte todos nuestros gustos
(esa persona no existe), sino la persona que puede negociar las diferencias en los gustos
con inteligencia, esa que es buena para disentir. En lugar de esa idea imaginada del
complemento perfecto, es precisamente la capacidad de tolerar las diferencias con
generosidad la que indica verdaderamente quién es la persona “menos tajantemente
incorrecta”. La compatibilidad es un logro del amor; no debe ser su condición previa.

El romanticismo nos ha sido útil; es una filosofía dura. Ha hecho que muchas de las
situaciones que vivimos en el matrimonio parezcan excepcionales y terribles. Acabamos
solos y convencidos de que nuestra unión, con sus imperfecciones, no es “normal”.
Deberíamos aprender a hacernos a la idea de nuestra “falta de idoneidad”, tratando
siempre de adoptar una visión más flexible, divertida y amable ante sus múltiples
ejemplos en nosotros mismos y en nuestros compañeros.

10 lecciones que cambiarán


radicalmente tu forma de ver el
amor
Bienvenido/a a la nueva concepción de las relaciones de pareja que vas a
tener en cuanto te acabes de leer este artículo o escuches la conferencia  del
filósofo y escritor suizo Alain de Botton . Si sabes inglés, tienes unos cascos a mano y
22 minutos a tu disposición, te recomendamos el vídeo original porque cada una de
las palabras de este hombre no tienen desperdicio. También puedes leer el ensayo
que escribió para The New York Times con el mismo título que el vídeo (Por qué te
vas a casar con la persona equivocada ) y que, por supuesto, se viralizó. Pero aquí,
como somos muy majetes, te hemos hecho el favor de sintetizar la
información después de que nos haya estallado la cabeza y mira que no es
fácil porque en Código Nuevo hemos escrito largo y tendido sobre las relaciones.

No sabes quién eres


El hecho de que 'para conocer a alguien debes conocerte a ti mismo' es un clásico,
pero Alain de Botton explica que el mundo está hecho de un sinfín de estímulos y
distracciones que te pueden garantizar "no tener que hablar contigo mismo en toda tu
vida". Y eso es un desastre a la hora de relacionarte con alguien porque  no sabes
cómo eres ni hasta qué punto puedes ser tú el que es difícil de soportar.

No me quiere tal y como soy


El romanticismo que impera en nuestra sociedad nos hace creer que el 'amor
verdadero' debería aceptarnos como somos. Así que, cuando alguien intenta decirte
lo que no va bien de tu carácter, sientes que te está atacando. "Pero no lo está
haciendo, está intentando convertirte en una mejor versión de ti mismo ".
Dejemos de idealizar
Tenemos tendencia a idealizar a las personas y, en cuanto hacen algo que no nos
gusta, ya no queremos saber nada más de ellos. Sin embargo, otra gran idea de la
conferencia es que "la edad adulta, la verdadera madurez psicológica es la capacidad
de darse cuenta de que todas las personas a las que queramos serán esta mezcla
entre lo bueno y lo malo".

 En busca de la perfección


Ni tú eres perfecto ni necesitas perfección. "La búsqueda de la perfección solo nos
llevará a la soledad . No se puede tener perfección y compañía. Estar junto a otra
persona es estar negociando la imperfección cada día", dice De Botton.

No sabes querer
El amor no es algo instintivo, como nos han hecho creer hasta ahora. Ni  tampoco
tenemos por qué saber a quién querer y cómo hacerlo  por naturaleza. "Si
seguimos haciéndoles caso a nuestros impulsos y nuestros sentimientos, seguiremos
cometiendo los mismos errores".

El instinto no nos lleva hacia el amor


"La forma en la que queremos como adultos tiene mucho que ver con nuestras
experiencias en la infancia", explica De Botton en su conferencia, una idea básica en
la psicología. "En la infancia la forma en que experimentamos el amor no solo será a
través de la ternura, de la amabilidad o de la generosidad, sino también nos
sentiremos decepcionados, humillados, puede que nos hayan tratado con demasiada
dureza, o que nos hicieran sentir pequeños". Es decir, que muchas de las
experiencias de nuestra infancia están vinculadas con el sufrimiento.

Lo que buscamos es la 'familiaridad'


Creemos que en una pareja buscamos a alguien que nos haga felices, pero en
realidad lo que buscamos es que nos dé la sensación de familiaridad. Por eso hay
veces que nos presentan personas que objetivamente cumplen con nuestros
requisitos, pero no sabemos por qué no nos acaban de convencer. "No hemos
detectado en esta persona alguien capaz de hacernos sufrir en la forma que
necesitamos para sentir que el amor es real".  No buscamos la felicidad,
buscamos sufrir de formas  que parezcan familiares.
Me tiene que entender
Otra de las mentiras que nos ha contado el amor romántico es que la 'pareja ideal'
nos tiene que saber lo que nos pasa, cómo nos sentimos, lo que nos molesta y lo que
queremos SIN QUE SE LO TENGAMOS QUE DECIR. De Botton dice que "es una idea
bonita y romántica pero devastadora. Es una catástrofe a la hora de tener  buenas
relaciones, la gente no tiene por qué adivinar lo que hay en nuestras cabezas ".
Debemos comunicarlo.

Aprende a comunicarte
El filósofo habla del concepto de 'ser buenos profesores' como: "La habilidad de hacer
llegar una idea de una cabeza a otra de forma que sea aceptada". No debemos
esperar a que una cosa nos haya molestado diez veces ni a estar cansados. " Para
poder comunicar con la pareja tenemos que estar relajados, tenemos que
aceptar que tal vez no nos vayan a entender . Nunca lo conseguiremos a través de
la humillación o haciéndoles sentir pequeños".

Todos somos incompatibles


La compatibilidad en la pareja no viene de fábrica, como también nos decía el 'amor
romántico'. "Claro que no vas a ser totalmente compatible. Es  a través del amor que
aceptas gradualmente la necesidad de ser compatibles ".

El error de los que dejan una relación


porque 'ya no sienten lo que sentían al
principio'
Cuántas parejas no se habrán roto con la frase: 'es que ya no siento lo mismo' o con
variantes tipo: 'ya no es lo que era' o la peor de todas: 'ya no tengo  mariposas en el
estómago'. Y generalmente quien las pronuncia se da media vuelta,  cierra la relación
de un portazo y se va a buscar a otra persona que le despierte ese tipo de
emociones 'toda la vida'. Sin embargo, lo que le acaba pasando es que 'toda la vida'
se le escurre entre parejas fugaces a las que siempre acaba dejando por la misma
razón sin darse cuenta de que está cometiendo un error muy grave de concepto. El
de haberse dejado influenciar por el modelo del amor romántico que,  más allá de
vender libros de poemas y hacer películas de Hollywood,  nos ha hecho confundir el
enamoramiento con el amor.
El enamoramiento es un proceso biológico, una descarga hormonal que se produce en
nuestro cuerpo cuando estamos ante una persona que es genéticamente compatible
con nosotros. Estamos programados para asegurar la supervivencia de la especie y
para ello necesitamos generar ciertos lazos emocionales. Por esa razón hay personas
que hacen que tengamos un nudo en el estómago, nos suden las manos, nos tiemble
la voz y se nos nuble el pensamiento. Evidentemente es una sensación agradable
que nos tatúa una sonrisa en la cara y nos hace pensar 24 horas en esa persona.
Pero el enamoramiento también tiene su lado oscuro: por una parte nos impide
concentrarnos en cualquier otro aspecto de nuestra vida como el trabajo, la familia o
nuestro propio crecimiento personal y, por otra parte, también nos distorsiona la
imagen de la persona que tenemos en frente. Esa sobrecarga hormonal nos aumenta
los aspectos positivos de su personalidad  y nos hace minimizar los negativos. Por
eso, algunos se 'despiertan' después de unos cuantos meses de relación  y se
preguntan cómo han podido estar con semejante individuo, o no entienden por qué su
entorno parece verle a su nueva pareja unos defectos que para él o ella no son tan
graves.
De manera que el enamoramiento está bien, pero afortunadamente tiene una duración
determinada y después de unos meses o, como máximo dos años según los expertos,
nuestras hormonas vuelven a su cauce. Después de un periodo en el que la
relación se ha estrechado mucho, la emoción se convierte en algo más estable y
permiten a ambas personas volver a centrarse en otros aspectos de la vida o incluso
en el de formar una familia. Esta fase, a diferencia de la anterior, sí puede durar 'toda
la vida' mientras se trabaje la relación cada día y no se le exija a la pareja más de lo
que pueda dar.

Aquí viene la confusión


Sin embargo, aquí es donde nuestros amigos del primer párrafo se pierden. Ellos se
había creído al amor romántico que les decía que el 'amor' es esa pasión
desenfrenada, esas ganas constantes de sexo, la enajenación mental transitoria que
te impide despegarte del ser querido... y cuando el grado de pasión baja, creen que
esa persona ya es desechable. Así que se pasan la vida a la caza del
enamoramiento, lo que les genera muchas frustraciones porque, después de varios
fracasos, se empiezan a preguntar qué están haciendo mal y por qué no son capaces
de encontrar a 'la persona adecuada'.
El problema es que están buscando según unos criterios erróneos. Dejar la elección
de la pareja única y exclusivamente a las emociones suele dar resultados
devastadores, como decía el filósofo Alain de Botton en su conferencia ' Why you will
marry the wrong person '. Es imprescindible utilizar la razón e intentar darse cuenta
de si la persona que tenemos delante es compatible con nosotros en cierta
medida y a partir de ahí comenzar a trabajar para hacer que esa compatibilidad sea
cada vez mayor. Algo que se consigue cuestionándose a uno mismo, trabajando cada
día para conocerse y aprendiendo a ceder y a amoldarse a la otra persona para dar
lugar a una relación fuerte y enriquecedora.
De manera que el amor duradero tiene poco de improvisación.  Por supuesto que
habrá un impulso inicial que nos empuje hacia unas personas y no hacia otras, pero a
partir de ahí debemos intentar evitar que nuestras hormonas nos emparejen con una
persona que no nos conviene o pensar que cuando las hormonas ya no están,
tenemos que ir a buscar a la siguiente. Si seguimos queriendo romper esa relación de
pareja porque creemos que no nos conviene, perfecto, pero  al menos que la razón
no sea que 'ya no sientes lo que sentías al principio' .

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