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TEMA 8

LA CONSTITUCIÓN

3.1 UN TÉRMINO UNIVERSAL

La Constitución escrita es un fenómeno relativamente reciente en la historia de la


organización de las sociedades humanas y localizado en sus orígenes territorialmente.
Dista mucho de ser un fenómeno universal ni temporal ni territorialmente. Fue en el s. XVIII
cuando empiezan a existir documentos en los que pretende fijarse por escrito las normas a
las que debe responder la organización política general de la sociedad; y aparecen por
primera vez en las Colonias inglesas de América del Norte y después en los EEUU.
Posteriormente Francia se incorpora al mundo de la Constitución escrita en 1791 y de ahí
se extenderá al continente europeo durante el s. XIX, y a partir de entonces conocerá un
proceso de expansión extraordinario, pasando a convertirse en la forma general de
organización del poder en prácticamente todo el mundo.

No obstante, el término “Constitución” es antiquísimo (desde la Antigüedad clásica, en el


tardomedievo y en la modernidad).

3.2. EL CONCEPTO DE CONSTITUCIÓN

A) DEL SER AL DEBER-SER

En las sociedades basadas en la desigualdad por naturaleza de los seres humanos, el


poder era algo natural que no necesitaba ser constituido. Formaba parte de la naturaleza
de la sociedad, no era posible pensar ésta sin la presencia del poder. Pero, en las basadas
en el principio de igualdad, el poder político tiene que ser constituido, es artificial, resultado
de «la técnica del hombre». La sociedad igualitaria tiene espontáneamente una constitución
social, pero tiene que darse una Constitución política, tiene que constituir el Estado.

Aquí radica la diferencia del término Constitución en la Antigüedad y el concepto utilizado


en el s. XVIII para referirse a la Constitución Política del Estado. En la teoría política
preestatal el término pertenece al mundo del ser, es un término descriptivo. En la teoría
política estatal el término pertenece al mundo del deber ser, es un término prescriptivo.

Es a partir de mediados del s. XVIII en la teoría política inglesa, el concepto de Constitución


se transforma en un concepto prescriptivo, que pertenece al mundo del deber ser. La
Constitución se refiere al origen del poder, a cómo se crea y a la forma en que el poder
político debe organizarse; y no a cómo se pasa de una forma de ser del poder a otra.

B) La CONSTITUCIÓN RACIONAL NORMATIVA

La Constitución escrita es un producto típico de la Ilustración. Con ella se pretende extender


a la organización política de la sociedad la misma forma de proceder utilizada en el estudio
de la naturaleza, a fin de conseguir a través del conocimiento científico una mejor
apropiación de la naturaleza para la satisfacción de las necesidades individuales y
colectivas. Si la naturaleza tiene sus leyes y su descubrimiento permite al hombre utilizarlas
en su propio beneficio, lo mismo debe ocurrir respecto a la sociedad. Hay que descubrir
qué leyes deben presidir la vida en sociedad a partir de la definición de la auténtica
naturaleza del ser humano, que no es otra que la igualdad y libertad personales, y a partir
de ello ordenar racionalmente la convivencia humana.

Este es el «ideal» del constituyente de finales del XVIII. Descubrir mediante la razón, a partir
del estudio de la naturaleza del ser humano, la Constitución que debe presidir su
organización en sociedad y fijarla por escrito de manera prescriptiva.

G. PELAYO define a la Constitución escrita como Constitución racional normativa:


«complejo normativo establecido de una sola vez y en el que de manera total,
exhaustiva y sistemática se establecen las funciones fundamentales del Estado y se
regulan los órganos, el ámbito de sus competencias y las relaciones entre ellos».

La Constitución es producto de la fuerza ordenadora de la razón; no puede ser una


recopilación de “leyes fundamentales”, sino un documento de nueva planta, en el que se
diseñe la estructura política de la comunidad. «La Constitución es un sistema de normas,
no una resultante de decisiones parciales tomadas según van surgiendo los
acontecimientos, sino que parte de la creencia en la posibilidad de establecer de una sola
vez para siempre y de manera general un esquema de organización en el que se encierre
la vida toda del Estado y en el que se subsuman todos los casos particulares posibles»
(García Pelayo).

Para alcanzar esa finalidad es preciso que la Constitución racional normativa tenga un
determinado contenido, es decir, es el resultado de la combinación de un elemento formal
y otro material. Formalmente, tiene que ser un producto de la sociedad, creado por ella
misma, y no una norma que se le impone sin su consentimiento. Materialmente, tiene que
permitir a la sociedad autodirigirse políticamente de manera permanente. La sociedad no
solamente debe ser libre en el momento de aprobar la Constitución, sino que debe continuar
siéndolo después de manera indefinida.

Cuando alguno de estos dos elementos falla, aunque se use el término Constitución, no
estamos ante un «régimen constitucional». En los 2 últimos siglos han sido muchas las
experiencias de «abuso» del término Constitución. Tanto es así que LOEWENSTEIN clasifica
las Constituciones en «normativas», «nominales» y «semánticas» en función del no-abuso,
o menor o mayor abuso del término Constitución. En las «normativas» habría coincidencia
entre lo que la Constitución prevé y lo que ocurre en la realidad. En las «nominales» habría
una desviación importante. En las «semánticas» habría desviación absoluta.

El Derecho Constitucional en sentido propio exige una Constitución «normativa». Cuando


ésta no existe, puede haber un «Derecho Político», pero no «Derecho Constitucional». Éste
tiene un contenido político, pero expresado en un texto que tiene fuerza normativa.

Del concepto “Constitución racional normativa” se derivan una serie de problemas formales:

a) Poder Constituyente: quién tiene autoridad para hacer la Constitución


b) Interpretación de la Constitución: en cuanto norma jurídica tiene que ser interpretada
c) Reforma de la Constitución: garantizar su estabilidad y permanencia, así como su
adaptación a la evolución de la sociedad.
d) Control de Constitucionalidad de la Ley: garantizar la supremacía de la Constitución
como norma sobre las demás.
3.3. CONTENIDO DE LA CONSTITUCIÓN: LA CONSTRUCCIÓN JURÍDICA DEL
ORDEN POLÍTICO DE LA IGUALDAD Y LA LIBERTAD

La finalidad de una Constitución es posibilitar la construcción jurídica de un orden político;


objetivo cuya realización es extraordinariamente difícil, porque esa construcción no puede
hacerse de cualquier manera, sino que tiene que hacerse jurídicamente, con base en el
principio de igualdad. Y la igualdad no es un principio de orden.

Lo que es un principio de orden es la desigualdad; orden injusto, pero orden. Ésta supone
una jerarquización natural de la sociedad, en la que cada individuo ocupa el lugar que le
viene asignado por su naturaleza. La sociedad desigual es una sociedad clasificada en
órdenes, en la que cada uno ocupa «su» lugar.

En la igualdad, por el contrario, no hay ningún principio de orden. Una sociedad compuesta
por individuos iguales y libres que pueden autodeterminar permanentemente su conducta
no es una sociedad «ordenada», sino “desordenada”. Es el «estado de naturaleza»
de HOBBES.

Porque la sociedad igualitaria es naturalmente desordenada, es por lo que el orden tiene


que ser políticamente construido. El orden no es espontáneo, tiene que ser fabricado. El
cómo es lo que tiene que resolver la Constitución. Y tiene que resolverlo de forma coherente
con los principios de la «naturaleza del ser humano» que deben presidir su vida en
sociedad. Tiene que ser un orden de la igualdad y la libertad.

Ahora bien, ¿cómo se construye un orden a partir de la igualdad y la libertad manteniéndose


los hombres tras la imposición del mismo como individuos iguales y libres, que
autodeterminan su conducta de la forma que les parece apropiado? En palabras de
Rousseau: ¿cómo hallar una fórmula de asociación que defienda y proteja mediante toda
la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado y por la cual cada uno, uniéndose
a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes?

Tres requisitos se exigen de un proceso constituyente para que la Constitución responda al


«concepto» de Constitución:

1.a La Sociedad Civil tiene que poder expresarse políticamente y ser ordenada y no
anárquica, sin dejar de ser por eso sociedad civil, integrada por individuos que actúan como
les parece adecuado, sin tener que sujetarse a instrucciones de nadie. El Estado
Constitucional sólo tiene sentido para alcanzar este objetivo.

2.a La expresión política de la sociedad tiene que ser única. Si los individuos han de ser
iguales y libres, el orden político de la sociedad tiene que ser el mismo para todos. El Estado
tiene que ser el representante único de la sociedad.

3.a El Estado es «un representante» político de la sociedad, no puede tener una voluntad
propia que no sea la de los representados, ni tener una voluntad formada al margen de la
sociedad. El contenido de la manifestación de voluntad del Estado tiene que ser
reconducido de forma permanente a la sociedad, de tal manera que el individuo, al
obedecer el mandato del Estado, a la ley, no esté obedeciendo más que a sí mismo y
continúe «tan libre» como antes.
¿Cómo inciden estas exigencias en la redacción de la Constitución?, ¿cómo deben ser las
normas constitucionales?, ¿cuál es el contenido que debe tener una Constitución?

No hay una respuesta única, pero sí unificada para este interrogante. A pesar de que las
Constituciones varían de unos países a otros, en todas las Constituciones que han servido
de base a un régimen constitucional estable hay coincidencia en unos criterios básicos en
la redacción y contenido de las normas constitucionales. Son los siguientes:

1.° La Constitución tiene que limitarse a ser Constitución Política y renunciar


expresamente a ser Constitución de la sociedad. No debe decidir cómo debe
organizarse la sociedad. Ése no es un asunto del Estado, sino de la propia sociedad,
resultado de las decisiones de los individuos en sus relaciones privadas. No debe contener
ninguna indicación respecto del comportamiento de los individuos ni en positivo ni en
negativo. La Constitución no debe contener normas de conducta, ni mandatos o
prohibiciones dirigidos a los ciudadanos. A lo sumo, puede contener la formulación de
algunos deberes constitucionales de forma muy genérica, pero nada más. El constituyente
tiene que saber autolimitarse a ser un constituyente político y no de la sociedad. Ésta es la
premisa de la Constitución como un orden de la libertad.

2.° La Constitución debe reconocer y garantizar los principios en los que se basa. Si la
Constitución política es una Constitución de la igualdad y la libertad, es porque la sociedad
de la que arranca es una sociedad igualitaria y libre. En consecuencia, debe «reconocer y
garantizar» los principios que la hacen ser tal, evitando su posible desnaturalización. Tales
principios tienen que figurar en ella como principios que justifican la propia existencia del
Estado y la Constitución y son indisponibles para los poderes públicos. Dichos principios
aparecen en la parte dogmática de la Constitución en la forma de derechos individuales.

3.° La Constitución tiene que ofrecer a la sociedad un cauce para que ella pueda
autodirigirse políticamente. La sociedad civil es un todo, cuya supervivencia como tal
tiene que ser garantizada. Puesto que en ella lo único que existen son voluntades
individuales, no una voluntad general que pueda hacerse cargo de la sociedad en su
conjunto, ella misma no puede dirigirse ni garantizar su conservación. Por eso necesita el
Estado. La voluntad general de la sociedad es la voluntad del Estado manifestada en la ley.
La Constitución tiene que definir el procedimiento a través del cual la sociedad va a
determinar el contenido de la manifestación de voluntad del Estado (la ley). Por eso la
definición del órgano y el procedimiento a través del cual se aprueba la ley forma parte del
contenido mínimo de la Constitución. El órgano y el procedimiento legislativo tienen que
formar parte necesariamente de la Constitución.

4.° Pero la aprobación democrática de la ley es condición necesaria del orden de la


libertad, pero no suficiente; además, tiene que ser obedecida; por ello tiene que poder ser
impuesta, coactivamente, en caso de su incumplimiento. Como la ejecución de la ley es
una operación distinta de su formulación, no debe estar confiada al mismo órgano que la
creó. De ahí que la Constitución tenga que prever también qué órgano tendrá como tarea
específica la ejecución de la ley, qué tipo de legitimación democrática debe tener y el
procedimiento a través del cual debe tomar sus decisiones y darlas a conocer.

5.° La sociedad debe disponer de un mecanismo de resolución de conflictos para la


aplicación individualizada de la ley de manera objetiva, imparcial e independiente. De ahí
que la definición del poder judicial y su legitimación democrática a través de su
dependencia de la ley tengan que formar parte del contenido mínimo de la Constitución.
La Constitución es el cauce de expresión jurídica del orden político de la sociedad, el cual
debe ser:

a) Igualitario: no puede haber órdenes políticos distintos en la sociedad;


b) Libre: su contenido debe estar determinado por los propios ciudadanos directamente
(muy infrecuente) o a través de sus representantes (lo normal);
c) Seguro: los mecanismos de ejecución de la ley en general o de su aplicación a los casos
particulares, están también determinados en la Constitución y lo están como
mecanismos dependientes de la voluntad general; es decir, de la propia voluntad de la
sociedad, de los ciudadanos.

El orden político constitucionalmente definido tiene que ser un orden único tanto a la entrada
(el Estado tiene que ser la expresión política única de la sociedad) como a la salida (aunque
los poderes del Estado sean varios, todos tienen que estar relacionados de tal manera que
sea la voluntad general de la sociedad). La Constitución es el punto de referencia de la
ley. La ley, el punto de referencia de todo lo demás. Ésta es una exigencia insuprimible del
principio de igualdad.

Pero si la unidad del ordenamiento político y jurídico es una exigencia de la igualdad, la


legitimación de ese orden de manera permanente por la sociedad es una exigencia de la
libertad. La sociedad tiene que legitimar al Estado tanto en su origen como en su ejercicio.
Toda la vida del Estado no debe ser más que la expresión de la voluntad general de la
sociedad. De la voluntad general constituyente en el momento de aprobar la Constitución,
y de la constituida a partir de ese momento.

Esto es lo que hace que el orden constitucional sea un orden de la igualdad y la libertad de
los individuos en sus relaciones civiles (se garantiza a través de los derechos individuales),
así como en sus relaciones políticas o públicas (se garantiza a través de los derechos
políticos). De la combinación de ambos resulta la ordenación de los poderes del Estado.

Derechos individuales, derechos políticos y división de poderes, integrados en un


documento coherente que garantiza a través de ellos la autodirección política de la
sociedad, es el objetivo que persigue la Constitución. Como es un proceso continuo, la
Constitución tiene que ser un cauce a través del cual dicho proceso fluye. Por eso las
normas constitucionales no pueden ser unas normas completas y acabadas, sino normas
«principales», que contienen principios y límites para el proceso político, pero que no lo
predeterminan desde el punto de vista de su contenido o resultado. Esto es lo que convierte
a la Constitución en una norma de mínimos o de límites

3.4. CONSTITUCIÓN FORMAL Y CONSTITUCIÓN MATERIAL: FUERZA NORMATIVA


DE LA CONSTITUCIÓN

Aquí se hace referencia a un problema específico del Derecho Constitucional que no se


plantea en otras ramas del Derecho; si bien el problema general que está en el fondo del
mismo sí es un problema general de todo el mundo del Derecho, pues la contraposición
entre Constitución formal y Constitución material y el interrogante sobre la fuerza normativa
de la Constitución no es más que una forma de manifestación específica de la tensión entre
el ser y el deber ser, que sí se da en todas las ramas del Derecho.
Encontrar el punto de equilibrio entre la realidad social y el mandato jurídico, entre cómo
las cosas son y cómo la norma dice que deben ser, es la clave de la que depende el éxito
o fracaso de la norma.

Y es así, porque, aunque detrás de cada norma individualmente considerada está el aparato
coactivo del Estado para imponer su cumplimiento por la fuerza, si los ciudadanos no la
cumplen voluntariamente, la capacidad del Estado para imponer coactivamente el
cumplimiento de sus normas, cuando se pasa de la perspectiva individual a la del
ordenamiento jurídico considerado como un todo, es muy reducida.

De acuerdo con la sociología jurídica, un Estado en el que funcionara perfectamente todo


el aparato coactivo únicamente podría imponer coactivamente entre un 5% y un 7% de sus
normas. El ordenamiento jurídico descansa, por tanto, en el cumplimiento espontáneo por
parte de los ciudadanos de la casi totalidad de las normas que integran el ordenamiento.

El ordenamiento jurídico del Estado como un todo tiene necesidad de la coacción para
mantenerse, pero no puede descansar en la coacción. Si las normas no son las adecuadas
para la realidad social del país, no hay Estado que pueda imponer coactivamente su
cumplimiento.

Desde una perspectiva general, no es la coacción lo que define el ordenamiento. Pero,


desde la perspectiva de cada rama particular del ordenamiento o de las normas
individualmente consideradas, la coacción sí es elemento esencial de su definición.

Lo específico de la Constitución es que con ella sólo cabe la perspectiva general. La


Constitución sólo es una y su objeto es la construcción jurídica del orden político global de
la sociedad. En consecuencia, la tensión entre el ser y el deber ser no puede ser nunca una
tensión «localizada», sino que es por definición una tensión «total» que afecta a la Sociedad
y al Estado globalmente considerados.

¿cómo se resuelve la tensión entre el ser y el deber ser cuando el enfrentamiento se


produce entre la Constitución material de la sociedad y la Constitución formal del Estado?
¿La Constitución formal puede tener fuerza normativa frente a la Constitución material de
la sociedad como un todo?

La cuestión afecta al propio estatuto científico del Derecho Constitucional, a su propia


definición como Derecho. Por eso se plantea el problema de la fuerza normativa de la
Constitución, la cuestión más radical en relación con una norma jurídica.

En realidad, ésta ha sido la gran cuestión que no ha dejado de estar presente en el Derecho
Constitucional desde la Revolución Francesa. Las respuestas que se le han dado han sido
fundamentalmente dos: la del constitucionalismo monárquico liberal del s. XIX y la del
constitucionalismo democrático del s. XX.

A) LA RESPUESTA DEL CONSTITUCIONALISMO LIBERAL: TRIUNFO DE LA CONSTITUCIÓN


MATERIAL

El Derecho como Ordenamiento Jurídico, como orden de la sociedad en su conjunto, no


puede descansar en la coacción, sino en la aceptación social. Para ello tiene que ser
«adecuado» a la sociedad en cada momento histórico. Cuando esto no ocurre, la realidad
se rebela contra la norma y se acaba imponiendo «la fuerza normativa de lo fáctico».
En casi todas las ramas del derecho esta tensión entre norma y realidad ha tenido
manifestaciones puntuales, pero no alcance general. Pero en Derecho Constitucional esta
tensión en su forma más radical se vivió de forma generalizada a lo largo de todo el s. XIX.

El proyecto de ordenación racional-normativa del Estado expresado a través del


Constitucionalismo Revolucionario era simultáneamente un proyecto de ruptura con el
Antiguo Régimen y un proyecto de ordenación del Estado como forma política de la nueva
sociedad. En cuanto ruptura con el pasado, estaba perfectamente adecuado al momento
en que fue formulado. En cuanto proyecto de ordenación del Estado, se anticipaba bastante
a la realidad de la sociedad a la que se dirigía.

De ahí que el proyecto constitucional revolucionario fuera el instrumento de liquidación del


Antiguo Régimen, pero no el vehículo para ordenar en la práctica el Estado Constitucional
en Europa. Las Constituciones revolucionarias -francesa/1791, española/1812- son
documentos de ruptura con el pasado y se proyectan como un ideal de organización política
durante mucho tiempo, pero no fueron constituciones operativas, que ordenaran realmente
el Estado en su funcionamiento práctico.

El «modelo» de Constitución que se impondrá en la práctica a lo largo de todo el s. XIX será


uno distinto, un modelo de «reacción» frente al modelo revolucionario, que tomará como
punto de partida la experiencia de una Constitución no-escrita, la Constitución inglesa
consuetudinaria.

El «ideal» revolucionario de la Constitución racional normativa, vinculada a la soberanía


nacional y al poder constituyente de la Nación, no desaparecerá del horizonte político y
constitucional durante todo el siglo; pero el concepto que se impone en la realidad es el
de Constitución material, resultado de la evolución secular de un pueblo y no como el
producto de una Asamblea Constituyente.

De ahí que «el ideal de Constitución» sea la Constitución «no escrita». No debería ser
necesario que la Constitución se formulara por escrito, ya que ésta existe en la realidad del
país como resultado de su evolución histórica. Pero, como tras la Revolución esto ya no es
posible en el continente europeo, la Constitución tiene que ser puesta por escrito. Pero debe
ser «lo menos escrita posible», lo más breve y lo menos concreta posible, limitándose casi
exclusivamente a la institucionalización de los agentes del proceso político, el Rey y el
Parlamento, dejando a la manifestación de voluntad conjunta de ambos (la ley), la
regulación de cualquier asunto sin límite jurídico alguno para dicha manifestación de
voluntad.

El modelo de Constitución del siglo lo podemos sintetizar: «Toda Constitución ha salido del
espíritu de un pueblo, se ha desarrollado idénticamente con él y ha atravesado con él los
cambios diversos y los grados diferentes determinados por la necesidad. Es el espíritu
inmanente y la historia los que han hecho y hacen las constituciones» (Hegel).

La Constitución es la Constitución material. La Constitución formal o escrita es un mal


necesario, producto del terremoto que fue la Revolución Francesa y nada más. Su fuerza
normativa frente a la Constitución material es nula.

Esta idea de la Constitución, que corresponde al pensamiento liberal-conservador, sería


también la del pensamiento socialista de los primeros partidos de la clase trabajadora: La
Constitución verdadera de un país es la relación real de fuerzas que existen en la sociedad.
La Constitución escrita o es expresión de esa relación real de fuerzas o no sirve para nada.

La historia constitucional española refleja a la perfección este proceso. La CE/1812 fue de


ruptura con el Absolutismo, basada en la soberanía nacional y el poder constituyente de la
Nación, y expresiva de un proyecto de futuro que se mantendrá como ideal político y
constitucional durante todo el siglo y con el que conectarán expresamente las
constituyentes de 1837 y 1869. Pero las tres Constituciones juntas apenas llegaron a estar
vigentes 10 años.

El constitucionalismo predemocrático español ha estado dominado por dos Constituciones:


las de 1845 y 1876. Desde el punto de vista del «modelo», ambas son la misma. Las dos
arrancan de la descalificación del proyecto del 12, 37 o 69, como un proyecto de «metafísica
constitucional» y las dos afirman de manera expresa la Constitución como Constitución
«sustancial» o «interna», materialmente existente en la realidad del país.

Hasta que tras la I GM no se inicie una experiencia constitucional en la que se afirme de


manera irresistible el principio de soberanía popular, no se producirá un cambio en el
modelo de Constitución, en el que la fuerza normativa de la Constitución escrita jugará un
papel importante.

B) CONSTITUCIONALISMO DEMOCRÁTICO: FUERZA NORMATIVA DE LA CONSTITUCIÓN

La Constitución racional normativa, aunque presente en el paisaje constitucional del s. XIX,


no volverá a hacer acto de presencia como forma de ordenación jurídica del Estado hasta
después de la I GM, debido a la afirmación del principio de soberanía popular, que a partir
de este momento se convierte en el fundamento indiscutible le todas las Constituciones
dignas de tal nombre sin excepción. Nadie discute ya si el principio de la soberanía debe
ser el monárquico-constitucional o el parlamentario. Todas las Constituciones aprobadas
desde 1917 han sido de soberanía popular.

En la ausencia de dicho principio estaba el «talón de Aquiles» del proyecto revolucionario


europeo de finales del XVIII. Se trataba de un proyecto institucional de la igualdad que
pretendía imponerse en la práctica sobre la base de la discriminación: la participación
política quedaba reservada a un porcentaje reducido de ciudadanos como consecuencia
del sufragio censitario. La Constitución racional normativa de la Revolución era una
Constitución de la igualdad en la teoría y de la desigualdad en la práctica. En teoría todos
los hombres eran iguales, pero en la práctica política no lo eran. En estas condiciones la
Constitución no podía convertirse en norma jurídica. El derecho es la igualdad. Sin ella
pueden existir manifestaciones jurídicas parciales, pero no el derecho como categoría
general de ordenación de las relaciones sociales, ni de las privadas ni de las políticas.

Por eso la Constitución a lo largo del s. XIX no puede afirmarse como norma jurídica. La
restricción del derecho de sufragio lo hace imposible. Hasta que no se alcance el sufragio
universal, la Constitución racional normativa no puede ser el instrumento de ordenación real
y efectiva del Estado. Una vez que se alcanza y la Constitución tiene que ser aprobada
sobre dicha base, su afirmación como norma jurídica resulta imparable. Es lo que ha
ocurrido con el constitucionalismo democrático del s. XX.

Aquí está la gran diferencia entre la Constitución liberal y la Constitución democrática. La


Constitución es norma jurídica y no simple documento político. El mundo del derecho
empieza en la Constitución y no en la ley. Lo que caracteriza a la Constitución del s. XX
frente a la del s. XIX son las garantías constitucionales: las garantías de la soberanía
popular frente a la soberanía parlamentaria, las garantías de la Constitución frente a la Ley.
Mientras que la Constitución del s. XIX es flexible, en la que no existen límites jurídicos para
el legislador y en la que no se puede plantear el control de constitucionalidad de la ley, la
del s. XX va a ser una Constitución rígida, reformable a través de un procedimiento distinto
del ordinario y considerablemente agravado con respecto a éste, con base en lo cual se va
a ir afirmando progresivamente el control de constitucionalidad de los actos del legislador.

A través de estas garantías constitucionales, la Constitución penetrado en el ordenamiento


jurídico como norma de cabecera del mismo, en relación con la cual tienen que ser
interpretadas todas las demás.

El proceso no ha sido lineal ni fácil, pero ha avanzado de forma imparable desde el final de
la II GM, habiéndose alcanzado el punto de no retomo. En el constitucionalismo
democrático actual no se discute ya que la Constitución es norma jurídica inmediatamente
aplicable. El problema de su fuerza normativa se sigue planteando de manera distinta a
como se plantea en las demás normas jurídicas, ya que ni existe ni puede existir una
voluntad superior a la de la Constitución que imponga coactivamente su cumplimiento.
Descansa, por tanto, más que las demás en el consentimiento de la sociedad, en la
aceptación por parte de ésta de la Constitución como un buen instrumento para ordenar
jurídicamente la resolución de los conflictos políticos que en ella se producen.

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