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LA CONSTITUCIÓN
Este es el «ideal» del constituyente de finales del XVIII. Descubrir mediante la razón, a partir
del estudio de la naturaleza del ser humano, la Constitución que debe presidir su
organización en sociedad y fijarla por escrito de manera prescriptiva.
Para alcanzar esa finalidad es preciso que la Constitución racional normativa tenga un
determinado contenido, es decir, es el resultado de la combinación de un elemento formal
y otro material. Formalmente, tiene que ser un producto de la sociedad, creado por ella
misma, y no una norma que se le impone sin su consentimiento. Materialmente, tiene que
permitir a la sociedad autodirigirse políticamente de manera permanente. La sociedad no
solamente debe ser libre en el momento de aprobar la Constitución, sino que debe continuar
siéndolo después de manera indefinida.
Cuando alguno de estos dos elementos falla, aunque se use el término Constitución, no
estamos ante un «régimen constitucional». En los 2 últimos siglos han sido muchas las
experiencias de «abuso» del término Constitución. Tanto es así que LOEWENSTEIN clasifica
las Constituciones en «normativas», «nominales» y «semánticas» en función del no-abuso,
o menor o mayor abuso del término Constitución. En las «normativas» habría coincidencia
entre lo que la Constitución prevé y lo que ocurre en la realidad. En las «nominales» habría
una desviación importante. En las «semánticas» habría desviación absoluta.
Del concepto “Constitución racional normativa” se derivan una serie de problemas formales:
Lo que es un principio de orden es la desigualdad; orden injusto, pero orden. Ésta supone
una jerarquización natural de la sociedad, en la que cada individuo ocupa el lugar que le
viene asignado por su naturaleza. La sociedad desigual es una sociedad clasificada en
órdenes, en la que cada uno ocupa «su» lugar.
En la igualdad, por el contrario, no hay ningún principio de orden. Una sociedad compuesta
por individuos iguales y libres que pueden autodeterminar permanentemente su conducta
no es una sociedad «ordenada», sino “desordenada”. Es el «estado de naturaleza»
de HOBBES.
1.a La Sociedad Civil tiene que poder expresarse políticamente y ser ordenada y no
anárquica, sin dejar de ser por eso sociedad civil, integrada por individuos que actúan como
les parece adecuado, sin tener que sujetarse a instrucciones de nadie. El Estado
Constitucional sólo tiene sentido para alcanzar este objetivo.
2.a La expresión política de la sociedad tiene que ser única. Si los individuos han de ser
iguales y libres, el orden político de la sociedad tiene que ser el mismo para todos. El Estado
tiene que ser el representante único de la sociedad.
3.a El Estado es «un representante» político de la sociedad, no puede tener una voluntad
propia que no sea la de los representados, ni tener una voluntad formada al margen de la
sociedad. El contenido de la manifestación de voluntad del Estado tiene que ser
reconducido de forma permanente a la sociedad, de tal manera que el individuo, al
obedecer el mandato del Estado, a la ley, no esté obedeciendo más que a sí mismo y
continúe «tan libre» como antes.
¿Cómo inciden estas exigencias en la redacción de la Constitución?, ¿cómo deben ser las
normas constitucionales?, ¿cuál es el contenido que debe tener una Constitución?
No hay una respuesta única, pero sí unificada para este interrogante. A pesar de que las
Constituciones varían de unos países a otros, en todas las Constituciones que han servido
de base a un régimen constitucional estable hay coincidencia en unos criterios básicos en
la redacción y contenido de las normas constitucionales. Son los siguientes:
2.° La Constitución debe reconocer y garantizar los principios en los que se basa. Si la
Constitución política es una Constitución de la igualdad y la libertad, es porque la sociedad
de la que arranca es una sociedad igualitaria y libre. En consecuencia, debe «reconocer y
garantizar» los principios que la hacen ser tal, evitando su posible desnaturalización. Tales
principios tienen que figurar en ella como principios que justifican la propia existencia del
Estado y la Constitución y son indisponibles para los poderes públicos. Dichos principios
aparecen en la parte dogmática de la Constitución en la forma de derechos individuales.
3.° La Constitución tiene que ofrecer a la sociedad un cauce para que ella pueda
autodirigirse políticamente. La sociedad civil es un todo, cuya supervivencia como tal
tiene que ser garantizada. Puesto que en ella lo único que existen son voluntades
individuales, no una voluntad general que pueda hacerse cargo de la sociedad en su
conjunto, ella misma no puede dirigirse ni garantizar su conservación. Por eso necesita el
Estado. La voluntad general de la sociedad es la voluntad del Estado manifestada en la ley.
La Constitución tiene que definir el procedimiento a través del cual la sociedad va a
determinar el contenido de la manifestación de voluntad del Estado (la ley). Por eso la
definición del órgano y el procedimiento a través del cual se aprueba la ley forma parte del
contenido mínimo de la Constitución. El órgano y el procedimiento legislativo tienen que
formar parte necesariamente de la Constitución.
El orden político constitucionalmente definido tiene que ser un orden único tanto a la entrada
(el Estado tiene que ser la expresión política única de la sociedad) como a la salida (aunque
los poderes del Estado sean varios, todos tienen que estar relacionados de tal manera que
sea la voluntad general de la sociedad). La Constitución es el punto de referencia de la
ley. La ley, el punto de referencia de todo lo demás. Ésta es una exigencia insuprimible del
principio de igualdad.
Esto es lo que hace que el orden constitucional sea un orden de la igualdad y la libertad de
los individuos en sus relaciones civiles (se garantiza a través de los derechos individuales),
así como en sus relaciones políticas o públicas (se garantiza a través de los derechos
políticos). De la combinación de ambos resulta la ordenación de los poderes del Estado.
Y es así, porque, aunque detrás de cada norma individualmente considerada está el aparato
coactivo del Estado para imponer su cumplimiento por la fuerza, si los ciudadanos no la
cumplen voluntariamente, la capacidad del Estado para imponer coactivamente el
cumplimiento de sus normas, cuando se pasa de la perspectiva individual a la del
ordenamiento jurídico considerado como un todo, es muy reducida.
El ordenamiento jurídico del Estado como un todo tiene necesidad de la coacción para
mantenerse, pero no puede descansar en la coacción. Si las normas no son las adecuadas
para la realidad social del país, no hay Estado que pueda imponer coactivamente su
cumplimiento.
En realidad, ésta ha sido la gran cuestión que no ha dejado de estar presente en el Derecho
Constitucional desde la Revolución Francesa. Las respuestas que se le han dado han sido
fundamentalmente dos: la del constitucionalismo monárquico liberal del s. XIX y la del
constitucionalismo democrático del s. XX.
De ahí que «el ideal de Constitución» sea la Constitución «no escrita». No debería ser
necesario que la Constitución se formulara por escrito, ya que ésta existe en la realidad del
país como resultado de su evolución histórica. Pero, como tras la Revolución esto ya no es
posible en el continente europeo, la Constitución tiene que ser puesta por escrito. Pero debe
ser «lo menos escrita posible», lo más breve y lo menos concreta posible, limitándose casi
exclusivamente a la institucionalización de los agentes del proceso político, el Rey y el
Parlamento, dejando a la manifestación de voluntad conjunta de ambos (la ley), la
regulación de cualquier asunto sin límite jurídico alguno para dicha manifestación de
voluntad.
El modelo de Constitución del siglo lo podemos sintetizar: «Toda Constitución ha salido del
espíritu de un pueblo, se ha desarrollado idénticamente con él y ha atravesado con él los
cambios diversos y los grados diferentes determinados por la necesidad. Es el espíritu
inmanente y la historia los que han hecho y hacen las constituciones» (Hegel).
Por eso la Constitución a lo largo del s. XIX no puede afirmarse como norma jurídica. La
restricción del derecho de sufragio lo hace imposible. Hasta que no se alcance el sufragio
universal, la Constitución racional normativa no puede ser el instrumento de ordenación real
y efectiva del Estado. Una vez que se alcanza y la Constitución tiene que ser aprobada
sobre dicha base, su afirmación como norma jurídica resulta imparable. Es lo que ha
ocurrido con el constitucionalismo democrático del s. XX.
El proceso no ha sido lineal ni fácil, pero ha avanzado de forma imparable desde el final de
la II GM, habiéndose alcanzado el punto de no retomo. En el constitucionalismo
democrático actual no se discute ya que la Constitución es norma jurídica inmediatamente
aplicable. El problema de su fuerza normativa se sigue planteando de manera distinta a
como se plantea en las demás normas jurídicas, ya que ni existe ni puede existir una
voluntad superior a la de la Constitución que imponga coactivamente su cumplimiento.
Descansa, por tanto, más que las demás en el consentimiento de la sociedad, en la
aceptación por parte de ésta de la Constitución como un buen instrumento para ordenar
jurídicamente la resolución de los conflictos políticos que en ella se producen.