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L. MAFFERY Y S. GREGORY
mentales o juegos, no me interesa. Las obras así son pura paja: las
llevará el viento a la primera ocasión.
S.G. - Uno de los aspectos no tradicionales de su propia
ficción es que sus relatos no suelen tener la forma del relato
contado a la manera clásica: la estructura de presentación /
nudo / desarrollo / desenlace de tanta narrativa. En su lugar
encontramos frecuentemente una cualidad estática o
ambigua, abierta, en sus relatos. Deduzco que le parece que
las experiencias que Ud. describe no encajan en una narración
según el esquema corriente.
R.C. - Sería poco apropiado, y hasta cierto punto imposible,
resolver las cosas bien para las personas y las situaciones sobre las
que escribo. Probablemente es típico de los escritores admirar a otros
escritores que son opuestos a ellos en intenciones y efecto, y admito
que admiro mucho los relatos que se desarrollan en la forma clásica,
con nudo, solución y desenlace. Pero aunque respeto estos relatos, a
incluso me dan un poco de envidia a veces, no puedo escribirlos. La
tarea del escritor, o de la escritora, si es que la tienen, no es la de
ofrecer conclusiones ni respuestas. Si el relato se contesta a sí
mismo, a sus problemas y conflictos, y satisface sus propias necesi-
dades, entonces basta. Por otro lado, yo quiero asegurarme de que
mis lectores no se sienten engañados, de cualquier forma que sea,
cuando terminan mis relatos. Es importante que los escritores
ofrezcan lo suficiente para satisfacer al lector, aunque no ofrezcan
respuestas únicas o soluciones claras.
L.M. - Otra característica distintiva de su trabajo es que
suele presentar personajes que la mayor parte de los escrito-
res no tratan; es decir, gente que no tiene capacidad de
expresión, que no pueden exponer su caso, que con frecuencia
no parecen captar lo que les está pasando.
R.C. - No creo que esto sea especialmente "distintivo" o
no-tradicional, porque me encuentro muy a gusto con estas personas
mientras trabajo. He conocido a gente así toda mi vida.
Esencialmente, yo soy una de esas personas confusas, perplejas,
provengo de personas así, y con esa gente he trabajado y me he
ganado el pan muchos años. Por eso nunca he tenido el menor
interés en escribir un relato o un poema que trate de la vida
académica, que hable de profesores, alumnos, etcétera. No me
interesa lo suficiente. Las cosas que han dejado una huella indeleble
en mí son cosas que vi en las vidas de los que me rodeaban y de las
que fui testigo, y en la vida que yo mismo viví. Estas eran vidas en
que la gente tenía realmente miedo cuando alguien llamaba a la
puerta, de día o de noche, o cuando sonaba el teléfono; no sabían
cómo iban a pagar la renta o qué harían si se les estropeaba el
frigorífico. Anatoley Broyard trata de criticar mi relato "Preservation"
diciendo: "Y si se les estropea el frigorífico -¿por qué no llaman para
que se lo arreglen?". Esa clase de comentario es una tontería. Llamas
al técnico para que arregle el frigorífico y cuesta sesenta pavos
arreglarlo; y sabe Dios cuánto si el aparato está totalmente estro-
peado. Puede que Broyard no se dé cuenta, pero alguna gente no
puede permitirse llamar al técnico si les va a costar sesenta pavos,
igual que no van al médico si no tienen seguro, y los dientes se les
pudren porque no tienen dinero para ir al dentista cuando debieran.
Esa situación a mí no me parece poco real ni rebuscada. Tampoco
parece que, al centrarme en este tipo de gente, haya estado haciendo
nada muy distinto de lo que han hecho otros escritores. Chéjov les
escribía sobre una "población sumergida" hace cien años. Los
escritores de relatos siempre han hecho esto. No todos los relatos de
Chéjov tratan de personas que viven en la miseria, pero un número
bastante significativo se centra en esa población sumergida de la que
hablo. Escribió sobre médicos y hombres de negocios y profesores a
veces, pero también le dio voz a gente que no tiene esa capacidad de
expresión. Encontró formas de que esa gente expusiera su punto de
vista también. Así que cuando yo hablo de personas que no tienen
facilidad de palabra, y que están desconcertadas y asustadas, no
hago nada radicalmente distinto.
S.G. - La gente suele destacar los aspectos realistas de su
obra, pero yo encuentro que su ficción tiene un aire que no es
básicamente realista. Es como si algo estuviera ocurriendo
fuera de las páginas, una sensación vaga de irracionalidad,
casi como la ficción de Kafka.
R.C. - Seguramente mi narrativa está en la tradición realista
(comparada con otros extremos), pero contar las cosas sólo como
son me aburre. Me aburre muchísimo. Nadie podría leer páginas y
páginas de descripción de cómo habla la gente realmente, de lo que
realmente pasa en sus vidas. Se dormirían. Si examinas mis relatos
con cuidado, no creo que encuentres gente que hable como lo hacen
en la vida normal. Siempre se ha dicho que Hemingway tenía muy
buen oído para el diálogo, y lo tenía. Pero nadie habla en la vida co-