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01 Introducción III_Maquetación 1 31/10/17 10:27 Página 6

CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DEL SECCIÓN DE ARQUEOLOGÍA DEL COLEGIO


MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL OFICIAL DE DOCTORES Y LICENCIADOS EN
FILOSOFÍA Y LETRAS Y EN CIENCIAS DE LA
PRESIDENTE: COMUNIDAD DE MADRID
CONSEJERO DE CULTURA, TURISMO Y
DEPORTES
Jaime Miguel de los Santos González Primera edición: septiembre 2017
© De los textos, fotografías e imágenes:
VOCALES: Sus autores
VICECONSEJERO DE CULTURA, TURISMO Y © De la presente edición:
DEPORTES Museo Arqueológico Regional
Álvaro C. Ballarín Valcárcel Plaza de las Bernardas s/n
DIRECTORA GENERAL DE PATRIMONIO 28801 Alcalá de Henares
CULTURAL
Paloma Sobrini Sagaseta de Ilúrdoz Sección de Arqueología del Ilustre Colegio
DIRECTORA GENERAL DE PROMOCIÓN de Doctores y Licenciados en Filosofía y
CULTURAL Letras y en Ciencias de la Comunidad de
María Pardo Álvarez Madrid (CDL)
DIRECTOR GENERAL DE INVESTIGACIÓN E Calle Fuencarral, 101
INNOVACIÓN 28004 Madrid
Alejandro Arranz Calvo
ALCALDE DE ALCALÁ DE HENARES EDITORES CIENTÍFICOS
Javier Rodríguez Palacios Carmen Fernández Ochoa
CATEDRÁTICA DE ARQUEOLOGÍA DE LA Ángel Morillo Cerdán
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID Mar Zarzalejos Prieto
María del Carmen Fernández Ochoa
CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA DE LA Coordinación editorial:
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID Luis Palop, Museo Arqueológico Regional
Gonzalo Ruiz Zapatero Sección de Arqueología del CDL de Madrid

SECRETARIO DEL CONSEJO:


Diseño, maquetación y preimpresión:
SECRETARIA GENERAL TÉCNICO Vicente Alberto Serrano
Mª Teresa Barcons Marqués

MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL Impreso en España - Printed in Spain


DE LA COMUNIDAD DE MADRID
DIRECTOR Imprime: B.O.C.M.
Enrique Baquedano Dep. Legal: M-22673-2017
JEFA DEL SERVICIO DE CONSERVACIÓN E I.S.B.N.: 978-84-451-3643-0
INVESTIGACIÓN
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JEFA DEL SERVICIO DE EXPOSICIONES
María Carrillo Tundidor
JEFE DEL SERVICIO DE DIFUSIÓN Y
COMUNICACIÓN
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JEFE DEL SERVICIO DE ADMINISTRACIÓN
José María Pérez Mármol

No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, incluido el diseño de la maqueta y la


cubierta, su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por
cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el
permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Manual de cerámica romana III. Carmen Fernández Ochoa, Ángel Morillo y Mar Zarzalejos
(Eds.). 1ª ed. Alcalá de Henares: Museo Arqueológico Regional; Madrid: Colegio Oficial de
Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias, Sección de Arqueología, 2017.
596 p. Cursos de Formación Permanente para Arqueólogos. ISBN 978-84-451-3643-0
3
Cerámica común romana altoimperial de
cocina y mesa, de fabricación local, en la
Meseta

Juan Francisco Blanco García


Juan Francisco Blanco García
Universidad Autónoma de Madrid
1. Introducción
n los estudios sobre cerámica romana altoimperial referidos a la Penín-

E sula Ibérica, la común de cocina y mesa tradicionalmente ha venido


siendo el pariente pobre. Y no sólo en el mosaico que forman las dife-
rentes familias cerámicas que se están produciendo, importando y usando en
esta época (TSI, TSG, TSH, brillante, paredes finas, pintada, vidriada...), si-
no también dentro del grupo genérico de las comunes, pues mientras la bi-
bliografía referente a las ánforas, a la común importada –del norte de África,
Italia, el sur de la Galia– o a las vasijas de almacenamiento es amplia, los mo-
destos recipientes de fabricación local o regional que a diario se usaban en las
mesas y fogones hispanorromanos no han sido objeto de la misma conside-
ración. Esta situación se ve reflejada incluso en el ámbito de la divulgación
científica: en los catálogos de innumerables exposiciones de temática romana
y en las guías-catálogo de la mayor parte de los museos provinciales resulta
muy raro hallar alguna fotografía ilustrando este tipo de cerámica al que, pa-
radójicamente, siempre se hacen referencias en el texto para señalar que es la
más abundante en cualquier excavación. Se podría decir, por tanto, que la
imagen de la cerámica común no resulta atractiva.
Ciertamente, llevar a cabo un análisis de la cerámica común de cocina y
mesa de época altoimperial referido a un territorio amplio, como es este el
caso, entraña enormes dificultades por cuanto son muchos los aspectos que
han de tenerse en consideración para llevarlo a cabo de una manera acepta-
ble y útil para futuros estudios. El primero de ellos es el que obliga al inves-
tigador a deslindar, en cada yacimiento, los diferentes grupos de productos,
atendiendo a los lugares de fabricación: cerámicas locales o regionales, im-
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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

portaciones, imitaciones de estas últimas y de recipientes de lujo, etc. Hecho


este “desbroce” inicial que, dicho sea de paso, siempre puede ser objeto de
discusión porque la riqueza de matices en las producciones cerámicas menos
características (o menos claras) es tal que, en muchas ocasiones, el estudioso
tiene que decidir qué elementos de análisis prioriza y a qué otros concede una
importancia secundaria, complejo es también organizar las producciones lo-
cales exhumadas en los yacimientos siguiendo los criterios más adecuados.
En este sentido, nos decantamos por los clásicos, los morfo-funcionales, por
tipos, subtipos y variantes, todo ello con las debidas asignaciones cronológi-
cas, que es como resultan útiles los repertorios tipológicos, aunque con limi-
taciones. Puesto que no podemos realizar clasificaciones ad infinitum de
aquellos tipos de recipientes cuyas morfologías son muy diversas, como las
ollas, las jarras o los cuencos, por ejemplo, basadas a veces en detalles míni-
mos, nuestra intención en este trabajo es sintetizar. Reunir rasgos próximos
en tipos comunes.
A estas dos tareas habría que añadir otras que también plantean problemas
a los que es necesario dar respuesta. Por ejemplo, y ahora nos referiremos en
concreto a la cerámica común que está en uso en el siglo I d. C., junto a los
recipientes de morfología netamente romana hay otros que hunden sus raí-
ces en la tradición indígena, lo que en muchos casos se identifica tanto en sus
formas como en el tipo de masas arcillosas utilizadas, pero en otros sólo en
las morfologías, pues las pastas ya son las característicamente romanas; y con
todo, hay un cuarto grupo de cerámicas en el que el rasgo característico es la
convivencia de elementos indígenas y romanos, razón por la cual no es fácil
decidir dónde ubicar los tipos que en él se engloban. Esta situación, que no
es exclusiva de la Meseta, sino que afecta a todas las regiones de la Penínsu-
la Ibérica, es en las del centro y norte donde con más fuerza se manifiesta,
pues a fin de cuentas es en ellas donde durante más tiempo se mantuvieron
vivas entre la población autóctona las tradiciones del pasado, materiales y
mentales. En el centro peninsular, por tanto, encontramos en las primeras
décadas del Imperio conviviendo las cerámicas netamente romanas de cocina
y mesa con sus homólogas de características aún indígenas (celtibéricas, vac-
ceas, astures…), aquellas en las que se mezclan los rasgos de unas y otras, las
importadas (itálicas, norteafricanas…) y las imitaciones que de estas últimas
se estuvieron produciendo localmente. De estos grupos, aquí sólo nos inte-
resan las comunes de fabricación local y morfología romana o influida por
ella. Y sólo vamos a tratar las elaboradas a torno, como se puede imaginar, no
las de fabricación manual, aunque en numerosos yacimientos del norte me-
seteño estas últimas constituyen un grupo de cierta entidad numérica, como
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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

se puede comprobar, por ejemplo, en el leonés Castro de Corporales (Sán-


chez-Palencia y Fernández-Posse, 1985: 240-245, figs. 113 y 114).
De forma general, sobre cómo han sido estudiadas las cerámicas comunes
romanas de cocina y mesa de época altoimperial fabricadas en Hispania y có-
mo se estructura la información actualmente disponible, cabe hacer una cuá-
druple distinción porque cuatro son los niveles que se pueden reconocer, por
lo que, en consecuencia, no procede colocar la misma etiqueta a realidades
que son heterogéneas. De micro a macro, esos cuatro niveles son el local, el
regional, el peninsular y el “suprapeninsular”. El primero de ellos es, sin du-
da, el más interesante por cuanto constituye los cimientos en los que se sus-
tentan los otros tres y sin el cual éstos no existirían. En él se engloban tanto
las monografías sobre cerámica común de cocina y mesa de yacimientos con-
cretos (p. ej., Serrano, 1978; Romero Moraga, 1987; Sánchez Sánchez,
1992a; Alcorta, 1995 y 2001; Bustamante, 2011 y 2012), como los capítulos
a ella dedicados en estudios generales sobre yacimientos específicos (entre
otros, Vegas, 1971: 98-104; Sánchez-Palencia y Fernández-Posse, 1985; Lue-
zas, 1989; Prado, 1994; Carretero, 2000: 640-730; Delgado y Morais, 2009:
71-93). En un segundo nivel se encuentran situados, ahora ya siempre con
carácter monográfico, aquellos estudios que van referidos a zonas más o me-
nos amplias de la Península, ya sea una región natural (p. ej., Nolen, 1985;
Puerta, 2000; Casas y Nolla, 2012) o administrativa actual (Luezas, 2002;
Martínez Salcedo, 2004), y con independencia de que los materiales estudia-
dos sean de carácter doméstico, funerario, productivo (alfares) o de dos o tres
de estos tipos conjuntamente. Al tercer nivel pertenecen los trabajos de sín-
tesis referidos al conjunto peninsular (p. ej., Aquilué y Roca, 1995; Serrano,
2008), aunque no siempre se cumple lo anunciado en sus títulos, ya que se
suelen dejar fuera amplios territorios. Finalmente, en el cuarto nivel se sitú-
an los estudios realizados con intención de trascender el marco de la Penín-
sula Ibérica pero en los que gran parte de la documentación manejada es de
origen hispano (Vegas, 1973; Beltrán Lloris, 1978 y 1990).
Si ahora cambiamos el sentido y procedemos de macro a micro, pero en-
focando expresamente el territorio de las dos submesetas, que es nuestro ám-
bito de estudio, resulta que en los trabajos del cuarto nivel raramente se han
considerado las cerámicas comunes meseteñas de cocina y mesa producidas
localmente; y en muchos de los del tercer nivel que, por su carácter de sínte-
sis general parece más que obligado, también están ausentes por completo,
con lo que los títulos que suelen llevar estos trabajos no se ajustan a los con-
tenidos tratados. Aún no existe ni un solo trabajo del tercer nivel, esto es,
aquellos que se refieren a la Meseta o una parte sustancial de la misma, por
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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

lo que únicamente es en el nivel primero donde se encuentra prácticamente


toda la información sobre esta especialidad cerámica hallada en los territorios
del interior peninsular, pero de manera muy asimétrica, pues casi toda ella se
presenta como parte de artículos o de capítulos dedicados a yacimientos con-
cretos. Y aquí es donde entra en escena el presente intento de elaborar un pa-
norama general sobre las tierras meseteñas que no aspira a ser completo por-
que la materia desborda ampliamente la extensión razonable que ha de tener
este capítulo del manual, pero sí a construir un andamiaje con las formas
principales cuya utilidad es inmediata y, además, susceptible de ser comple-
tado y desarrollado más adelante. Esta es una materia de estudio que daría
para un voluminoso trabajo, pero el reto que afrontamos es más modesto, ya
que estará elaborado sobre todo con materiales publicados, con conjuntos ya
conocidos que habremos de poner en relación, siendo escasos los inéditos
que manejaremos, lo cual en cierto modo es lo que se pretende en cualquier
trabajo de síntesis, que es la esencia y el espíritu de todo manual. Una sínte-
sis lo mejor ordenada posible, con materiales bien contextualizados, para que
sea útil al menos en la primera fase de la investigación, aquella que se refiere
al trabajo de campo y la clasificación inicial de estas producciones altoimpe-
riales. Y ya que acabamos de mencionar el asunto de los contextos, creemos
necesario aclarar que, en orden a los objetivos que se persiguen, tiene una im-
portancia secundaria hacer distinciones entre materiales obtenidos en ámbi-
to doméstico y en ámbito funerario. Lo verdaderamente importante es que
cada recipiente o conjunto proceda de un contexto bien fechado. En una pu-
blicación como ésta, es impracticable poder detenernos en todas las variantes
presentes en cada morfo-tipo registrado hasta ahora en las dos submesetas.
En otro orden de cosas, y de esto casi todos los investigadores que se han
ocupado de la común romana se han hecho eco, no se puede hacer una dis-
tinción tajante entre cerámica de cocina y de mesa, ni desde el punto de vis-
ta tecnológico (grosera/fina) ni desde el funcional (procesar alimentos en ca-
liente o en frío/consumir alimentos) ya que varios tipos de recipientes
estuvieron en uso tanto en los fogones como en las mesas. Por ejemplo, las
jarras de boca estrecha y un asa, muchas de las cuales sabemos que contuvie-
ron aceite, están presentes tanto en espacios de cocina como de comedor. Es-
te hecho tiene sus consecuencias llegado el momento de construir el clado-
grama de cada uno de los morfo-tipos cerámicos y de todos en conjunto.
Siendo varias las alternativas, ninguna de las hasta ahora puestas en práctica
es capaz de no dejar flecos sueltos. Asumida la idea de que en los hogares ro-
manos, como en los de cualquier otra época, diversos utensilios domésticos
tienen un carácter multifuncional, tampoco se puede perseguir la realización
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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

de clasificaciones completas, cerradas. Siempre hemos creído que la cladísti-


ca, tan propia de las ciencias naturales, es más difícil de aplicar a las ciencias
humanas porque la materia con la que se trabaja en éstas se presta a interpre-
taciones más subjetivas, con lo que no se pueden pretender resultados como
los obtenidos en aquéllas. Esto no significa, ni mucho menos, que haya que
desistir en el empeño de seguir efectuando clasificaciones y ordenando la ma-
teria de estudio para facilitar su análisis, ya que es algo inherente al proceso
de investigación, sino simplemente asumir que no es posible alcanzar una es-
tructuración completamente cerrada.
Por otra parte, dentro del grupo de las comunes, de mesa más que de co-
cina, es habitual desgajar el subgrupo de recipientes cuyas superficies han si-
do recubiertas de engobe, generalmente rojo, pero también de color cuero,
rosáceo y a veces gris. En algunos estudios regionales y locales ya hace años
que se están contemplando como grupo tecnológico y tipológico propio. Sin
embargo, al considerar que el engobe no es más que un recubrimiento de ma-
sas arcillosas característicamente comunes (a veces muy groseras), y que en
muchos de los vasos aquí estudiados ese engobe es de baja calidad, al menos
en esta ocasión no vamos a hacer con ellos un grupo aparte, por lo que los in-
cluiremos en cada tipo analizado aunque, eso sí, señalaremos en cada caso si
poseen engobe o no. Dejaremos para otra ocasión dedicarles un trabajo espe-
cífico. Extendido tanto por las superficies exteriores como por las interiores
de los recipientes, en estas últimas el engobe cumple un triple objetivo funcio-
nal, ya que, por una parte, sirve para tapar los poros que quedan en dichas su-
perficies, con lo que al ser más fáciles de lavar y, por tanto, más higiénicos, se
consigue reducir la posibilidad de que en ellos penetren microorganismos pa-
tógenos susceptibles de originar enfermedades; por otra, al quedar imperme-
abilizadas se consigue que no se pierdan los líquidos de los alimentos cocina-
dos o presentados en la mesa, e incluso que rezumen al exterior; y en tercer
lugar, evita que las materias cocinadas se peguen a las paredes: es un antiadhe-
rente. Pero además de estos beneficios prácticos, qué duda cabe, el engobe tie-
ne un carácter estético, al ser más atractivos en la mesa.

2. El panorama peninsular
Aun siendo la común de cocina y mesa una cerámica omnipresente en todos
los yacimientos altoimperiales peninsulares, y que por regla general repre-
senta porcentajes elevados respecto al resto de las familias cerámicas con las
que comparte contexto, la información que de ella hay disponible no se pue-
de decir que esté equilibrada en términos geográficos y tampoco homogénea
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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

en cuanto al grado de profundidad con el que ha sido tratada. Es decir, por


un lado, existen amplias zonas de la Península Ibérica que aún no han sido es-
tudiadas como conjunto, a pesar de contar con numerosos enclaves registra-
dos en sus cartas arqueológicas así como yacimientos con excavaciones de
cierta envergadura que han generado cantidades importantes de cerámica co-
mún, y por otro, casos en los que ésta aparece reflejada con carácter pura-
mente testimonial, sin procesar. Todo ello viene a desembocar en el panora-
ma que mostramos en nuestra figura 1, donde sólo podemos marcar como
espacios geográficos relativamente bien estudiados de forma monográfica
ocho y como yacimientos con conjuntos significativos estudiados con cierto
detalle poco más de sesenta. Ha sido en el último cuarto de siglo cuando el
conocimiento de las comunes de cocina y mesa de fabricación local ha expe-
rimentado ese crecimiento exponencial y ahora ya sí se puede decir que se
encuentra situado en niveles parecidos a los que encontramos en la Galia e
incluso en Italia (Fig. 1).
Procediendo en el sentido de las agujas del reloj a partir del País Vasco,
esta zona la conocemos de manera bastante irregular pero al menos hay cua-
tro enclaves que han ofrecido datos sobre cerámicas comunes altoimperiales
contextualizadas de cierta relevancia: Forúa, Aloria e Iruña, por una parte
(Martínez Salcedo, 2004), y Oiasso, por otra (Urteaga y Amondarain, 2015).
En los cuatro son mayoría las producciones torneadas de fabricación local,
pero en otros yacimientos vascos, aun siendo locales también, imperan las
elaboradas a mano (Amondarain y Urteaga, 2012), de las que, como ya he-
mos señalado, no nos haremos eco para el caso de la Meseta, pero sí hay que
decir que, más que en otras regiones peninsulares, en esta zona del norte pe-
ninsular el peso de las tradiciones cerámicas de la Edad del Hierro se deja
sentir con fuerza en los inicios del Imperio. Esto es algo que sistemáticamen-
te subrayan los investigadores vascos pero que se puede reconocer en otras
muchas regiones peninsulares.
La cerámica de cocina y mesa de La Rioja se encuentra entre las más a
fondo estudiadas de la Península Ibérica. Al ser un espacio no muy extenso,
abarcable para el investigador, se puede decir que ha constituido un pequeño
laboratorio en el que han podido ser estudiadas no sólo de manera focaliza-
da en algunas de sus más importantes poblaciones –caso de Vareia (Luezas,
1989) o Libia (Marcos Pous, 1979)–, y como conjunto (Luezas, 2002), sino
también en lo que a algún que otro alfar se refiere, como el calagurritano de
La Maja (Luezas, 1991), distante unos treinta kilómetros del de Coscojal, és-
te ya en Navarra (Sesma, 1987; Sesma y García, 1994). En esta Comunidad,

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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

las producciones locales romanas de cocina y mesa aún no han sido objeto de
atención con carácter monográfico por parte de la investigación, a pesar de
que colecciones de cierta entidad recuperadas en excavación no faltan, como
las obtenidas en Pompaelo (Mezquíriz, 1958 y 1978), la villa de Liédena (Mez-
quíriz, 1954 y 1956) o el enclave de Cara (Mezquíriz, 1975 y 2006), por citar
sólo tres ejemplos representativos.
El Ebro medio es otro de los territorios cuya cerámica altoimperial mejor
y más intensamente ha sido estudiada, tanto la de lujo como la común, y tan-
to la de producción local como la de importación. En 1995, año en el que
Carmen Aguarod publica una síntesis sobre la común, en general, donde ha-
ce una valoración del estado de conocimientos al que se había llegado, ya es-
taba prácticamente definido el catálogo de enclaves que más información ha-
bían aportado (Aguarod, 1995), y los que después se han ido sumando no han
hecho más que reforzar y ampliar el panorama interpretativo por ella traza-
do, destacando lo aportado por las excavaciones de Celsa (Beltrán Lloris et
alii, 1998). El capítulo que la referida investigadora escribe en esa monogra-
fía constituye la última puesta al día sobre el tema, si obviamos el que en el
presente manual lleva su firma.
Cataluña presenta un panorama bastante irregular en lo que se refiere al
conocimiento de la cerámica común romana altoimperial, en general, y la de
cocina y mesa, en particular, ya que mientras unas zonas están estudiadas con
sumo detalle, de otras (sobre todo las comarcas del interior) aún se tiene po-
ca información. Los yacimientos mejor conocidos, como Tolegassos, Ampu-
rias, Palafrugell, Fenals-Lloret de Mar, Can Balenço, Iluro o Baetulo, se en-
cuentran situados, los primeros de ellos, en las comarcas centro-orientales de
la provincia de Gerona (Casas et alii, 1990; Tremoleda, 2000; Casas y Soler,
2003; Casas y Nolla, 2012), y los últimos, en la zona layetana costera (Puer-
ta, 2000). Fuera de estos dos espacios, son unos pocos lugares puntuales dis-
persos por el territorio los que han aportado datos: Tarraco, por supuesto
(García, Pociña y Remolà, 1997; Fernández y Remolà, 2008), Ilerda, los en-
claves productivos tarraconenses de Mas de Catxorro, L’Aumedina (Revilla
Calvo, 1993 y 1995) y algún que otro yacimiento de la costa sur barcelonesa
se encuentran entre los más sobresalientes. Aunque nunca constituyen colec-
ciones muy numerosas los materiales de todos estos yacimientos, salvo algu-
na excepción, las ventajas que presentan es que se trata de conjuntos variados
en cuanto a los morfotipos cerámicos producidos y, además, bien fechados
gracias a que suelen compartir contexto con importaciones itálicas, gálicas y
norteafricanas de cronología precisa.
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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 1. Panorama de los estudios sobre cerámica común romana altoimperial de cocina y mesa, de producción
local, en la Península Ibérica (elaboración del autor). A, Estudios de carácter territorial: I, País Vasco (Martín
Salcedo, 2004); II, La Rioja (Luezas, 2002); III, Valle medio del Ebro (Aguarod, 1995; Aguarod, e. p.); IV, Gerona
central y oriental (Casas et alii, 1990; Tremoleda, 2000; Casas y Nolla, 2012); V, Zona laietana costera (Puerta,
2000); VI, Centro-sur de la Comunidad Valenciana (Huguet, 2012); VII, Depresión de Antequera (Serrano, 1997 y
2000); VIII, Alentejo (Nolen, 1985 y 1993; Pinto, 2003). B, Estudios de conjuntos locales significativos: 1, Forúa
(Vizcaya) (Martín Salcedo, 2004); 2, Aloria (Álava) (Martín Salcedo, 2004); 3, Iruña (Álava) (Martín Salcedo, 2004);
4, Mariturri (Álava) (Martínez et alii, 2015); 5, Oiasso (Irún, Guipuzkoa) (Urteaga y Amondarain, 2015); 6, Libia (He-
rramélluri, La Rioja) (Marcos Pous, 1979); 7, Vareia (La Rioja) (Luezas, 1989 y 1991); 8, Alfar de ‘La Maja’ (Cala-
horra) (Luezas, 1991): 9, Cara (Santacara, Navarra) (Mezquíriz, 2006); 10, Alfar de El Coscojal (Triabuena, Nava-
rra) (Sesma, 1987; Sesma y García, 1994); 11, Alfar de Turiaso (Tarazona, Zaragoza) (Aguarod, 1984 y 1985); 12,
Arcobriga (Monreal de Ariza, Zaragoza) (Sánchez Sánchez, 1992b); 13, Villanueva/Zaragoza (Ferreruela, 1987);
14, Caesaraugusta (Zaragoza) (Beltrán Lloris et alii, 1980); 15, Celsa (Velilla de Ebro, Zaragoza) (Aguarod, 1995;
Beltrán Lloris et alii, 1998); 16, El Palao (Alcañiz, Teruel) (Aguarod, 2003); 17, Alfar de Mas de Catxorro (Benifa-
llet, Tarragona) (Revilla Calvo, 1995); 18, Alfar de L’Aumedina (Tivissa, Tarragona) (Revilla Calvo, 1993 y 1995); 19,
Tarraco (García et alii, 1997; Fernández y Remolà, 2008); 20, Villa de Tolegassos (Viladamat, Gerona) (Casas et
alii, 1990; Tremoleda, 2000; Casas y Soler, 2003); 21, Ampurias (Gerona) (Casas et alii, 1990; Aquilué et alii, 2010);
22, Alfar de Ermedàs (Cornella del Terri, Gerona) (Tremoleda y Castanyer, 2013); 23, Palafrugell (Casas et alii,
1990); 24, Fenals-Lloret de Mar (Casas et alii, 1990); 25, Iluro (Puerta, 2000); 26, Can Balençó (Puerta, 2000); 27,
Baetulo (Puerta, 2000); 28, Saguntum (Huguet, 2012); 29, Llíria (Escrivà, 1995); 30, Valentia (Albiach et alii, 1998;
Huguet, 2006); 31, Lucentum (Alicante) (Sala et alii, 2007; Guilabert et alii, 2010); 32, Ilici/Portus Ilicitanus (Elche,
Alicante) (Sánchez Fernández, 1983; Ronda y Tendero, 2010); 33, Carthago Nova (Cartagena) (Ballester et alii,
1995); 34, Alfar de La Cartuja (Granada) (Serrano, 1997 y 2008; Fernández García, 2004a); 35, Torrox (Málaga)
(Beltrán y Mora, 1982; Rodríguez Oliva, 1997); 36, Cerro de Los Castillones (Campillos, Málaga) (Serrano, Aten-
cia y De Luque, 1985); 37, Lacipo (Casares, Málaga) (Puertas, 1982); 38, Carteia (San Roque, Cádiz) (Rodríguez,
2006); 39, Baelo Claudia (Caños de Meca, Cádiz) (Arévalo y Bernal, 2007); 40, Alfar de Puente Melchor (Puerto
Real, Cádiz) (Girón, 2010); 41, Castulo (Linares, Jaén) (Blázquez, Contreras y Urruela, 1984; Prado, 1994); 42, Los
Villares (Andújar, Jaén) (Nogueras, 2000; Fernández García, 2004b; Peinado, 2007); 43, Villa altoimperial de Cer-
cadilla (Córdoba) (Moreno Almenara, 1997); 44, Munigua (Córdoba) (Vegas, 1971 y 1973); 45, Alfar de Cortijo del
Río (Marchena, Sevilla) (Romero Moraga, 1987; García et alii, 2013); 46, Alfares de Hospital de las Cinco Llagas-
Parlamento de Andalucía (Sevilla) (Chic-García y García Vargas, 2004); 47, Italica (Santiponce, Sevilla) (Abad,
1982); 48, Pinguele (Bonares, Huelva) (Campos et alii, 2004; Serrano, 2008); 49, Augusta Emerita (Mérida, Bada-
joz) (Sánchez Sánchez, 1992a; Alvarado y Molano, 1995; Bustamante, 2011 y 2012); 50, Monte Molião (Arruda,
Viegas y Bargão, 2010); 51, Necrópolis de Aljustrel (Pinto, 2003); 52, Villae de São Cucufate (Beja) (Pinto, 2003);
53, Alfar de Abul (Alcácer do Sal) (Mayet y Silva, 2002; Fabião, 2004); 54, Necrópolis de Pedrãozinho (Nolen,
1985); 55, Necrópolis de Torre das Arcas (Nolen, 1985); 56, Necrópolis de Santo André (Montargil) (Nolen y Fe-
rrer, 1981); 57, Villa do Alto do Cidreira (Cascais) (Nolen, 1988); 58, Conimbriga (Coímbra) (Alarcão, 1975); 59, Bra-
cara Augusta (Braga) (Delgado y Morais, 2009); 60, Lucus Augusti (Alcorta, 1995 y 2001); 61, Chao Samartín
(Grandas de Salime, Asturias) (Hevia y Montes, 2009); 62, Gijón (Asturias) (Fernández Ochoa et alii, 2012); 63, Le-
gio (Fernández Freile, 2003; Morillo et alii, 2015); 64, Petavonium (Rosinos de Vidriales, Zamora) (Carretero, 2000).

153
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

En el caso de la Comunidad Valenciana, son las provincias de Valencia y


Alicante las que han aportado más datos, pues de Sagunto hacia el norte es
muy escasa la información (Huguet, 2012: 447-449, fig. 11). La propia Sa-
gunto no cuenta con conjuntos amplios de común altoimperial de fabricación
local que estén bien contextualizados o, al menos, no están publicados, a di-
ferencia de lo que ocurre en la ciudad de Valencia (Albiach et alii, 1998; Hu-
guet, 2006) o en Liria (Escrivá, 1995), núcleos en los que gracias a depósitos
cerrados o a niveles de ocupación de cronología corta es posible entrar en de-
talles. Y ocurre lo mismo que en Cataluña: no siendo muy voluminosos los
conjuntos recuperados, el catálogo de formas suele ser de cierta amplitud.
Andalucía es, junto con los territorios costeros catalanes, el Ebro medio y
el centro-sur portugués, como seguidamente veremos, uno de los territorios
más prolíficos en datos sobre cerámica común de cocina y mesa de los siglos
I y II d. C. A pesar de lo cual, han sido relativamente poco estudiadas en com-
paración con otras producciones comunes, ya que mientras son numerosísi-
mos y muy detallados los trabajos sobre ánforas e importaciones de común
norteafricana, a las que aquí nos interesan no se les ha prestado hasta ahora
tanta atención. Falta, por tanto, un estudio general de las mismas para toda
Andalucía o, al menos, para espacios que guarden cierta homogeneidad geo-
gráfica y cultural, en la estela del realizado hace unos años para la Depresión
de Antequera por parte de Encarnación Serrano (1997), por ejemplo. El que
ahora encontramos es un panorama atomizado, formado tanto por decenas
de centros de producción en los que la común de cocina y mesa es una espe-
cialidad más de las fabricadas –alfares de La Cartuja, Los Villares de Andú-
jar, Cortijo del Río de Marchena o Puente Melchor, por ejemplo–, como por
núcleos ciudadanos en los que han sido exhumadas colecciones de cierta re-
levancia –Munigua, Corduba, Baelo Claudia, Hispalis, etc. Únicamente, si en la
monografía editada por D. Bernal y L. Lagóstena en 2004 entresacamos y
reunimos los diferentes epígrafes que en los análisis provinciales del volumen
1 se dedican a las comunes locales altoimperiales se podría confeccionar algo
parecido a ese anhelado panorama general que aún está por escribirse, pero
incluso así se quedaría corto, razón por la que no nos parece conveniente
considerar Andalucía como uno más de esos territorios cuyas comunes loca-
les de cocina y mesa han sido estudiadas de forma conjunta y monográfica.
Por otra parte, antes de llevarlo a cabo, la investigación tiene que resolver
una serie de problemas previos, como por ejemplo decidir si las imitaciones
locales de norteafricana –que son abundantísimas en lugares como Orippo,
Italica, Munigua o Corduba, por ejemplo, sobre todo durante el siglo II d. C.
(Alonso de la Sierra, 2004)– se pueden considerar como producciones autóc-
154
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

tonas, tal como la mayoría de los investigadores sostienen, o no, al conside-


rar quienes las rechazan como tales que sus referentes son productos foráne-
os. Nosotros, modestamente, consideramos que hay que darles cabida entre
las producciones locales porque de rechazarlas, y por una mínima coherencia
científica, tendríamos también que desestimar todas las demás producciones
locales que están imitando a las importaciones (itálicas, gálicas, tanto de sigi-
llata como de comunes).
Por lo que se refiere a Portugal, cuando en 1993 J. U. S. Nolen escribió
para la Historia de Portugal dirigida por J. Medina un capítulo dedicado a la
cerámica común altoimperial, únicamente pudo manejar materiales alenteja-
nos, de la villa del Alto de Cidreira (Cascais) y de Conimbriga. Veinticinco
años después, el panorama de las comunes de cocina y mesa producidas lo-
calmente ha cambiado bastante, ya que ahora contamos con estudios de no-
table envergadura, como el llevado a cabo no hace mucho por I. V. Pinto en
las villae romanas de São Cucufate (Beja) (2003), aunque de nuevo focaliza-
dos, como entonces, en el centro y sur del país más que en el norte, donde
siguen destacando, además de la ciudad que acabamos de citar en último lu-
gar (Alarçao, 1975), Bracara Augusta (Delgado y Morais, 2009). En cierto
sentido, los investigadores de la cerámica común romana que centran su
atención en el sur de Portugal siguen un poco la estela de sus colegas de la
Bética, en cuanto a que es a las ánforas y a las de mesa norteafricanas a las que
dedican más esfuerzos, pero como junto con estas dos familias suelen com-
parecer en los yacimientos las de cocina y mesa autóctonas, al menos unas pá-
ginas siempre les dedican. Un buen ejemplo de cuanto decimos lo podemos
encontrar en el alfar de Abul, en Alcácer do Sal, donde el elenco de éstas es
relativamente variado: platos, cuencos, ollas, marmitas, tapaderas, jarras (Ma-
yet y Silva, 2002: 31-33 y 38-40, figs. 16-20; Fabião, 2004: 395-396).
A pesar de que ni en Galicia ni en Asturias –y tampoco en Cantabria–, se
han realizado estudios territoriales de sus cerámicas comunes altoimperiales
en los que hayan sido comparados los materiales exhumados en diversos ya-
cimientos, al menos podemos contar con los excelentes trabajos monográfi-
cos dedicados a Lucus Augusti (Alcorta, 1995 y 2001), por un lado, y a Chao
Samartín, por otro (Hevia y Montes, 2009). De las cerámicas recuperadas en
niveles de habitación y silos fechables en las fases altoimperiales de muchos
de los castros de esta amplia zona apenas se hacen algunos comentarios en las
publicaciones y siempre es muy poca la documentación gráfica que se apor-
ta, por lo que resultan de escasa utilidad llegado el momento de presentar un
panorama detallado. Además, un problema importante en estos territorios

155
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

cantábricos es la amplitud cronológica que se suele estimar para muchos de


los materiales exhumados, lo que invalida la posibilidad de establecer compa-
raciones con áreas culturales vecinas, como la meseteña.

3. La Meseta
La poca atención de la que han sido objeto los territorios meseteños como
conjunto, en parte se debe a la enorme extensión que poseen (181.715 km2),
pero también a la dificultad de poder comparar físicamente, de manera direc-
ta, los diferentes tipos de producciones de cocina y mesa para tratar de cons-
truir tablas referidas a calidades de las masas arcillosas empleadas en cada zo-
na e incluso en cada yacimiento, a tipos de acabados de las superficies o a
materiales con los que comparten contexto, fundamental esto último para
ajustar las cronologías. En total, en este trabajo hemos considerado treinta y
tres yacimientos meseteños, aquéllos que con mejores datos cuentan (Fig. 2).
Somos conscientes de que en los informes de excavación depositados en las
correspondientes administraciones pueden existir tipos cerámicos que amplí-
an el catálogo aquí reunido, pero es materialmente imposible tratar de incor-
porar toda esta literatura gris al presente trabajo (Fig. 2).

3.1. Hornos, cocinas, comedores y basureros: los contextos de producción, consumo y


amortización
Uno de los aspectos más deficitario en información sobre el mundo de las co-
munes de fabricación local meseteñas es el relativo a los centros alfareros en
los que se estuvieron produciendo. Centros en los que, por otra parte, las ce-
rámicas comunes de cocina y mesa constituyen un tipo de producción más
entre varias, si bien a veces su ausencia, siquiera de forma testimonial, nos
obliga a guardar ciertas reservas sobre si, efectivamente, se estuvieron fabri-
cando o no. Ciudades importantes en las que nadie duda debieron de existir
alfares con una importante capacidad productiva, donde se fabricarían esas
diferentes especialidades cerámicas, aún no han mostrado a los ojos del ar-
queólogo sus restos. Y, por el contrario, en no pocos hornos descubiertos y
excavados, a veces la falta de cerámicas asociadas impide saber si en ellos se
fabricaron recipientes comunes o no. En ninguna ciudad romana meseteña
hallamos nada parecido al caso de Augusta Emerita, donde de unos treinta
hornos exhumados, entre altoimperiales y bajoimperiales, al menos en dieci-
siete –reunidos en cinco complejos productivos–, se tiene constancia de que
hubo producción de cerámica común (Bustamante, 2012: 408-409).
156
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 2. Yacimientos meseteños con conjuntos bien contextualizados de cerámica común al-
toimperial de cocina y mesa, de fabricación local (elaboración del autor). 1, Legio; 2, Astu-
rica Augusta; 3, Huerña; 4, La Corona de Quintanilla; 5, Castro de Corporales; 6, Petavonium;
7, Manganeses de la Polvorosa; 8, Villalazán; 9, Saldaña; 10, Herrera de Pisuerga; 11, Pare-
des de Nava; 12, Frechilla; 13, Pallantia/Palencia; 14, Tariego de Cerrato; 15, Montealegre de
Campos; 16, Septimanca; 17, Valladolid; 18, Pintia; 19, Segisamon; 20, Clunia; 21, Numantia;
22, El Burgo de Osma; 23, Termes; 24, Cauca; 25, Segovia; 26, Ávila; 27, Villamanta (Horno 1);
28, Ciudad Universitaria de Madrid; 29, Complutum y área periurbana; 30, Ercavica; 31, Se-
gobriga; 32, Villa de Sta. Leocadia; 33, Sisapo.
157
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

Ciudades como Asturica Augusta, Pallantia, Clunia, Numantia, Uxama,


Termes, Cauca, Toletum, Segobriga o Valeria, por ejemplo, o campamentos co-
mo Legio o Herrera de Pisuerga debieron de contar con varios complejos
productivos altoimperiales cada una de ellas, pero o bien aún no han sido des-
cubiertos por la arqueología, o bien sólo se han documentado restos parcia-
les, hayan sido éstos publicados o no. A veces, referencias de pasada en la bi-
bliografía dejan constancia de la existencia de alfares o de elementos propios
de los mismos (p. ej., Morillo, 2015: 302 y 305), pero la dificultad para aso-
ciarlos a cerámica común, o simplemente la ausencia de esta –como ocurre,
p. ej., en el horno altoimperial de Talavera de la Reina (Juan, 1983)–, nos im-
pide poder asegurar que en esos lugares se fabricó vajilla común de cocina y
de mesa, aunque se intuya que así pudiera haber sido. En otras ocasiones, son
la presencia de fragmentos cerámicos con defectos de cocción o testares, los
testimonios indirectos que nos alerta sobre la proximidad de algún alfar. En
todo caso, es aún mucho lo que se desconoce en el ámbito meseteño sobre las
instalaciones productivas.
Empezando por la Submeseta norte, del horno de La Jericó I, situado en
la palentina Herrera de Pisuerga (Pérez González, 1989: 243-259), que fue
construido en época de Tiberio y abandonado en la de Claudio, se conoce re-
lativamente bien su estructura arquitectónica pero tiene muy pocos materia-
les asociados, aunque entre ellos sí se mencionan cerámicas comunes finas al-
gunas de las cuales se presupone que fueron cocidas en él (Pérez González,
1989: 252). En El Burgo de Osma, concretamente en la Plaza de la Catedral,
tenemos un segundo ejemplo de instalación alfarera en la que, entre los años
sesenta del siglo I d. C. e inicios del II, se estuvieron fabricando moldes y va-
sos de sigillata, cerámica pintada de tradición celtibérica, común de mesa y al-
macenaje, así como materiales de construcción (Romero Carnicero et alii,
2012: 125-144, figs. 36-46). De los dos hornos de Fuentes Chiquitas (Gormaz,
Soria), exhumados en 2002, sabemos que entre sus producciones estaban las ce-
rámicas comunes, sobre todo vasos ovoides, platos, cuencos, morteros y dolia
(Romero Carnicero et alii, 2012: 156), pero permanecen inéditos. A la vista de
los materiales cerámicos, se ha propuesto que esta instalación pudo haber esta-
do en funcionamiento durante un tiempo breve, en época flavia avanzada. Fi-
nalmente, se han interpretado los restos cerámicos recuperados en una fosa
junto al foro de Tiermes –entre los que se encuentra cerámica engobada de
mesa y algunos fragmentos de común de cocina–, como materiales de vertido
de un taller de época anterior a Trajano (Diosono, 2010).
Al sur del Sistema Central ya, el Horno 1 del alfar de Viña del Pañuelo
(Villamanta, Madrid), fechado en el último tercio del siglo I d. C., es uno de
158
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

los que por ahora más información ha suministrado, pero de nuevo más so-
bre las estructuras de combustión (Zarzalejos, 2002: 75-80) e instalaciones
complementarias, tales como una pileta de decantación y una estructura cu-
yo suelo estaba formado por ímbrices (Zarzalejos, 2002: 83-88), que sobre
cerámica común asociada, pues salvo alguna excepción –como la cazuela nº
168 o la jarra nº 213–, la mayor parte de la exhumada se obtuvo en el basu-
rero UE 947, perteneciente al siglo IV d. C. Respecto al horno de Torrejón
de Velasco (Madrid), cuyo periodo de actividad se sitúa, grosso modo, en el si-
glo I d. C., se indica cómo en su interior se recuperaron pequeñas ollas de
bordes vueltos y pastas anaranjadas, cuyas superficies externas recibieron
aguadas diluidas de color algo más oscuro que la pasta (De Almeida, López y
Morín, 2013: 227). De los tres hornos de la fase II de “La Magdalena” (Al-
calá de Henares), fechados en el segundo tercio del siglo I d. C., hasta ahora
se han dado a conocer sus estructuras pero no los materiales asociados (He-
ras et alii, 2013; Heras, Bastida y Galera 2014). Únicamente se hace mención
a la recuperación de fragmentos de ollas, orzas, olpes y jarras. Ya para termi-
nar, en Alcalá de Henares también, concretamente en la Parcela 19 del yaci-
miento de El Encín, se documentaron los restos de un horno altoimperial al
lado del cual hay una pileta, y de nuevo se mencionan cerámicas comunes pe-
ro sin que esté claro si se fabricaron en él o no (Azcárraga, 2015: 275, fig.
6.150) (Fig. 3).
Respecto a los contextos de consumo de estas cerámicas en cada yacimien-
to, hasta ahora contamos con pocos espacios arquitectónicos identificados
como cocinas o comedores cuyos elencos de cerámicas recuperados en ellos
nos aporten información sustanciosa. Por lo que a las cocinas se refiere, tan
sólo la denominada habitación “h” del Edificio I del campamento de Petavo-
nium ha sido identificada como tal y ha rendido un conjunto significativo de
recipientes de cerámica común (Carretero, 2000: 40-47 y 202-209, figs. 8, 9
y 118-123) (v. Fig. 3). Junto a ella, la “d” cuenta también con un conjunto sig-
nificativo de vasos de cerámica común –además de otros muchos de sigillata
y “paredes finas”– asociados a un horno para cocinar alimentos (Carretero,
2000: 40-47, figs. 11 y 107-112). Fechada esta instalación en la segunda mi-
tad del siglo I d. C. y la primera mitad del II, de los recipientes recuperados
iremos dando cuenta al analizar la tipología vascular. También en la Casa de
los Estucos, de Complutum, la habitación B de la Fase II se ha querido iden-
tificar con una cocina y/o despensa, fechada entre finales del siglo I y el siglo
III d. C. –aunque hay algún material de inicios del IV–, pero en cualquier ca-
so, poca información hay sobre las cerámicas halladas (Rascón, 1995: 73-75,
fig. 18). Finalmente, en Sisapo, situada ya en el reborde suroeste meseteño,
159
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

sabemos de la existencia de una cocina con abundante material cerámico que


actualmente está en estudio, información que agradezco a la Dra. Fernández
Ochoa.
Ya para cerrar este epígrafe, nos restaría dedicar siquiera unos párrafos a
los contextos de amortización, a las escombreras y basureros concretamente,
no a los niveles domésticos altoimperiales en los que se han recuperado cerá-
micas amortizadas, que serían inabarcables. Son muchos los basureros y ni-
veles de vertido fechados en los siglos I y II d. C. que contienen cerámica co-
mún –más en la Submeseta norte que en la sur–, pero pocos los que han
ofrecido conjuntos numerosos y de variada tipología. Destacan especialmen-
te los de la ciudad de León, de los que aquí únicamente vamos a referirnos a
dos bien representativos. El primero de ellos es el vertedero de la calle Maes-

Fig. 3. Cocina del Edificio I de Petavonium (Carretero, 2000)


160
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

tro Copín c/v San Salvador del Nido, excavado en 1994-95, que inicialmen-
te fue fechado a mediados del siglo II d. C. (Fernández Freile, 2003: 167),
posteriormente entre los años 110-140 d. C. (Morillo y García Marcos, 2006:
256), pero que recientemente se ha circunscrito a los últimos años del siglo I
y el primer cuarto del II d. C. (Morillo, 2015: 304). Proporcionó un conjun-
to de cerámica común muy importante, ya que constituye el 67,4% de los
más de 8500 fragmentos cerámicos recuperados, y además variado. Cinco ti-
pos de ollas diferentes, cuatro de morteros, otros cuatro de jarras, copas,
cuencos, vasos, platos, fuentes, tapaderas, cántaros y barreños forman el ca-
tálogo de recipientes de cocina y mesa documentado (Fernández Freile,
2003: 119-142). El segundo vertedero se localiza en el polígono La Palome-
ra (sector de San Pedro), habiéndose publicado sólo la intervención de 1993,
permaneciendo inéditas las cerámicas comunes de la excavación de 1993, a
pesar de constituir el 75% del material cerámico (Morillo y Martín, 2013:
211-212, fig. 10). Por la sigillata asociada, está bien fechado a mediados del I
d. C. y entre los tipos cerámicos más abundantes destacan las botellas y jarras
monoansadas, los jarros de dos asas, las ollas, algunos platos, un mortero imi-
tación de Dramont D2 y tapaderas, todo ello de fabricación local.
Menos voluminoso que los leoneses referidos es el conjunto recuperado
bajo la denominada Casa del Pavimento de opus signinum de Asturica Augus-
ta (Burón, 1997). En la zona suroeste de la misma se pudo documentar un
vertido (UE 3046) cuya función era nivelar el suelo sobre el que se dispon-
dría el pavimento. Se recuperaron platos de fondo plano, diversos tipos de
ollas y de jarras, así como tapaderas, todo ello fechado entre finales de la épo-
ca de Claudio e inicios de la flavia. Y bajo él, la UE 3018 deparó comunes de
finales de Tiberio o inicios de Claudio (Burón, 1997: 31, 35 y 39).
Cambiando de submeseta, el basurero excavado en la Ciudad Universita-
ria de Madrid, datado entre finales del siglo I y mediados del II d. C., es otro
ejemplo también significativo, aunque en él se halló un conjunto aún menos
numeroso que en el caso anteriormente citado (Guiral, 1997). Como escasos
fueron también los recuperados en el vertedero de época flavia excavado jun-
to a la Casa de Hippolytus, de Complutum, del que sólo se ha dado a conocer
un gran cuenco de cerámica común con dos picos vertedores afrontados
(Rascón, 1998: nº cat. 131), o el vertedero existente junto a la muralla de Er-
cavica, aunque bien fechado en torno al 20 a. C. (Lorrio, 2001: 59-61, fig. 37),
y por publicar están aún las cerámicas comunes del vertedero de Casa de Ro-
das/Los Callejones (Aranjuez, Madrid), pues sólo se ha dado a conocer la
TSHB (Jaramillo y García, 2013).

161
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

3.2. La cerámica de cocina


Por volumen, la cerámica elaborada con masas arcillosas toscas en las que los
desgrasantes son gruesos y las superficies rugosas o poco alisadas suele ser
muy numerosa. En Petavonium, por poner un ejemplo significativo, represen-
ta cerca del 42% de toda la cerámica recuperada y el 90% de la común (Ca-
rretero, 2000: 673). Sin embargo, el repertorio de formas, si obviamos aque-
llas que están exclusivamente vinculadas a las cocinas (morteros, barreños,
embudos, etc.), es semejante al que encontramos en la cerámica de mesa.

3.2.1. Platos y fuentes (Fig. 4)


El repertorio morfológico de platos de cocina es poco variado porque para
las funciones que cumplían no era necesario disponer de formas especiales
como ocurría con los de lujo, los de sigillata. Además, los mismos platos de
cerámica común se usaron tanto para cocinar (asar, freír, cocer pan…) como
para servir y consumir en la mesa lo cocinado. Realmente, con el plato de ti-
po 1, en sus diversos tamaños, era suficiente para preparar los alimentos en
las cocinas, razón que explica lo numerosos que son en cualquier yacimiento
romano. De manera convencional consideraremos plato hasta los 30 cm de
diámetro de boca y fuente a partir de esas dimensiones, pero como la morfo-
logía suele ser la misma, no encontramos justificado hacer distinciones.
— Tipo 1. Plato/fuente de fondo plano amplio, paredes bajas suave-
mente curvadas hacia el interior y borde generalmente sencillo y
corto, a veces algo engrosado. Al estar este tipo de plato asociado
tanto a la mesa como a la cocina, en aquélla de manera más habitual
que en ésta, aunque está muy bien representado, como indica, por
un lado, el hecho de que muchos de los ejemplares registrados en
numerosos yacimientos poseen el fondo quemado por haber estado
expuestos al calor, y por otro, se evidencia en el Nivel V de la coci-
na del Edificio I –denominada habitación “h”– de Petavonium (Ca-
rretero, 2000: 40-47 y 202-209, figs. 8, 9 y 118-123), creemos con-
veniente no desgranar aquí sus características, sino en el apartado de
las cerámicas de mesa (vid. 3.3.1, tipo 1), al cual remitimos.
— Tipo 2. Plato de fondo completamente plano, pared troncocónica y
borde vuelto al exterior con amplio desarrollo horizontal. El proto-
tipo fue hallado en Petavonium, en el referido Nivel V de la cocina
del Edificio I, es de dimensiones medianas, pues tiene 16,2 cm de
diámetro de boca y 4,1 cm de altura, y su superficie externa está
162
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 4. Tabla de platos/fuentes, cuencos y cazuelas, de cocina (elaboración del autor)


163
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

quemada (Carretero, 2000: 204 y 690, fig. 119, 870 y fig. 351, 174).
Puesto que ese nivel se fechó en un siglo I avanzado y la primera mi-
tad del II d. C., a momentos indeterminados de este periodo perte-
nece. Muy parecido a éste, y fechado en la segunda centuria, halla-
mos un platito similar en Chao Samartín (Hevia y Montes, 2009:
156, fig. 132, 1). Su pervivencia en fases más tardías es fácil de com-
probar y de explicar teniendo en cuenta la gran utilidad y universa-
lidad de la forma.
— Tipo 3. Plato trípode (tripes) de concavidad muy baja, de manera que
la parte superior de las patas constituye el inicio del borde. Recupe-
rado en la necrópolis de Eras del Bosque, el borde externo ha sido
decorado con un friso de aspas incisas y conserva restos de una es-
pecie de engobe rojizo oscuro (Carretero y Guerrero, 1990: 370,
fig. 3, grupo IV, 4). De lo que no hay indicios, a pesar de las patas,
es de que haya estado expuesto a las brasas. En este cementerio pa-
lentino los recipientes trípodes están muy enraizados en la tradición
indígena.

3.2.2. Cuencos (Fig. 4).


En sus múltiples variantes, el cuenco (catinus) constituía uno de los tipos de
recipientes básicos en las cocinas romanas. Generalmente fabricados con ma-
sas arcillosas poco decantadas, con desgrasantes silíceos o micáceos gruesos y
medios, por las evidencias de uso sabemos que unos se expusieron directa-
mente al fuego, pero otros no, pues sirvieron para la preparación de alimen-
tos en frío.
— Tipo 1. Cuenco con forma de casquete esférico, borde indiferencia-
do y base plana. El ejemplar que marca el tipo procede de Cauca
(Coca, Segovia), tiene 19,2 cm de diámetro de boca, 7 cm de altu-
ra, está fabricado con arcilla poco depurada, las superficies sólo han
sido alisadas y cronológicamente sólo podemos decir que es altoim-
perial (Blanco García, 2003: 146, fig. 38, 4). Es un tipo de cuenco
tan sencillo que carece de sentido rastrear paralelos.
— Tipo 2. Cuenco hemisférico de borde vertical algo engrosado al te-
ner el labio aplanado y base plana. En numerosos yacimientos se
pueden reconocer fragmentos muy posiblemente pertenecientes a
esta forma, pero es en el leonés de La Corona de Quintanilla don-
de se ha conservado la sección completa de uno de ellos (Domergue
164
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

y Sillières, 1977: fig. 54, 28 M 2). En concreto, muestra espesas pa-


redes, un pequeño rebaje del borde para verter las materias en él
procesadas, tiene 24 cm de diámetro de boca y una altura de 9,4 cm.
Se le fecha entre los años 15/20 y 60/70 d. C., pero por su gran fun-
cionalidad, es indudable que se seguiría fabricando durante mucho
tiempo después.
— Tipo 3. Cuenco hemisférico con el borde vuelto, de tendencia hori-
zontal, pero corto, y base plana. Es un tipo sencillo también y, por
ello, se encuentra bien representado en los yacimientos meseteños
altoimperiales, aunque en pocas ocasiones se ha conservado com-
pleto.
— Tipo 3A. De mediana profundidad, su borde vuelto está engrosado.
La pieza representativa procede de La Corona de Quintanilla, tie-
ne 27 cm de diámetro de boca, 8,7 de altura, apareció con fragmen-
tos manchados de hollín, lo que es signo inequívoco de su empleo
en la cocina, y todo ello fechado entre los años 15/20 y 60/70 d. C.
(Domergue y Sillières, 1977: 149-151, fig. 56, 23 D 27).
— Tipo 3B. Este tipo de cuenco suele ser más profundo y esbelto que el
anterior, con la zona superior de la pared casi vertical y el borde sin
engrosar pero suavemente curvado hacia abajo. De nuevo es en La
Corona de Quintanilla donde encontramos el mejor referente, aun-
que no conserva la base, si bien lo más probable es que fuera plana
(Domergue y Sillières, 1977: 148, fig. 52, 26 N-a 2). Tiene nada me-
nos que 34 cm de diámetro de boca y su altura estimamos que sería
de 14 ó 15 cm. Estos grandes cuencos a veces poseen un pico verte-
dor e incluso en el vertedero que se excavó junto a la Casa de Hip-
polytus, en Complutum, se recuperó un magnífico ejemplar fechado
en época flavia con dos picos vertedores cortos situados en puntos
diametralmente opuestos (Rascón, 1998: nº cat. 131) (Fig. 5).
— Tipo 4. Cuenco trípode (tripes), hemisférico y sin borde destacado,
ligeramente vertical o algo engrosado. Es en la zona norte del valle
del Duero donde este tipo de cuenco es más habitual. El yacimien-
to meseteño que más ejemplares ha dado es la necrópolis de Eras
del Bosque –situada en Palencia capital, fechada las décadas poste-
riores a plena época augustea y con un componente indígena muy
fuerte–, y de hecho la pieza que marca el tipo procede de aquí: es de
barro tosco, tiene 11,2 cm. de diámetro de boca y 5,5 cm de altura
(López y Olea, 1986-1988: 249, fig. 4, 9, lám. V, 9). Se trata de un
165
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

Fig. 5. Cuenco de cerámica de cocina con dos picos vertedores, de época flavia, procedente de un vertedero jun-
to a de la Casa de Hippolytus de Complutum (foto, Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid)

tipo de recipiente casi siempre de dimensiones pequeñas (Carrete-


ro y Guerrero, 1990: 370, fig. 3, grupo IV, 1-3; Mañanes, 1976: 77,
lám. 4, 18 y 19), que de nuevo en Palencia lo volvemos a encontrar
en el vertedero de la calle Vacceos, fechado en las dos últimas déca-
das del siglo I d. C. y muy a inicios del II, en este caso de 6,2 cm de
diámetro de boca y con un corto borde vertical (Romero Carnicero
et alii, 2014: 456, fig. 7, 9).
— Tipo 5. Cuenco troncocónico con el borde vuelto en ángulo de 90o,
amplia pestaña hacia el interior que sirve de apoyo para una tapade-
ra y aunque la base no se conserva, posiblemente era plana. Se re-
cuperó en la cata 4 de las practicadas por Fernández-Galiano en el
cerro de San Juan del Viso y desconocemos sus dimensiones exactas
porque la ilustración carece de escala (Fernández-Galiano, 1984:
72, fig. 28, 15). A pesar de ello, si guarda proporción con los mate-
riales que le acompañan en la ilustración, pudo tener entre 15 y 25
cm de diámetro de boca.
— Tipo 6. Cuenco troncocónico de borde vuelto horizontal y base pla-
na. Su sencillez formal y gran utilidad para muchas tareas culinarias
son las notas que explican la enorme difusión geográfica con la que
se presenta. Como ejemplo del tipo nos fijamos en una pieza de Pe-
tavonium, de 16,6 cm de diámetro de boca y 7,6 cm de altura cuya
166
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

superficie es rugosa y está cocido en atmósfera oxidante (Carretero,


2000: 238, fig. 145, 1068 y fig. 355, 196). El lugar y contexto en el
que se halló –nivel V de la habitación “h” del Edificio II–, permiten
fecharlo a partir de mediados del siglo I d. C. pero con anterioridad
a la mitad de la centuria siguiente.
— Tipo 7. Cuenco similar al anterior en cuanto al tipo de borde y de
base pero de cuerpo bitroncocónico, ya que posee una suave carena
o pseudocarena en el inicio del tercio inferior. Se corresponde mor-
fológicamente con el cuenco de mesa de nuestro tipo 4 –asimilable
al ES1 de Lucus Augusti, de amplia difusión por todo el noroeste pe-
ninsular (Alcorta, 2001: 312-324)–, pero muchos de los de cocina
no están engobados. Suelen tener entre 15 y 30 cm de diámetro de
boca, siendo representativo de los ejemplares mayores una pieza re-
cuperada en el nivel V de la habitación “c” del Edificio I de Petavo-
nium que tiene 29,4 cm de diámetro de boca y 16,4 cm de altura
(Carretero, 2000: 183 y 693, fig. 101, 735 y fig. 354, 190), de pasta
gris, paredes rugosas y sin engobe. Se fecha en el último tercio del
siglo I d. C. o la primera mitad del II.

3.2.3. Cazuelas (v. Fig. 4).


Más anchas que hondas, los fragmentos que de ellas aparecen en las excava-
ciones unas veces se interpretan como pertenecientes a platos y otras como
cuencos de fondo plano. En cualquier caso, las cazuelas generalmente están
destinadas a la elaboración de guisos, preparadas para ser expuestas al fuego
directo o indirecto, pero también fueron recipientes para servir comida en la
mesa, como evidencia la ausencia que quemaduras en la base de muchas de
ellas. No obstante, y para sintetizar, no por esta circunstancia vamos a volver
a tratarlas en el apartado correspondiente a la cerámica de mesa, con lo que
creemos que serán suficientes los comentarios que en este apartado les dedi-
camos.
— Tipo 1. Cazuela de cuerpo con forma de casquete esférico y borde
vuelto cóncavo al interior para que encaje una tapadera son los ras-
gos que definen un ejemplar hallado en un nivel de destrucción de
Petavonium fechado en la segunda mitad del siglo I d. C. o primeras
décadas del II, de 17,4 cm de diámetro de boca e indicios de haber
estado expuesta al fuego (Carretero, 2000: 172 y 671-672, fig. 92,
671 y fig. 337, 104).

167
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

— Tipo 2. Cazuela trípode, de cuerpo carenado, borde amplio vuelto al


exterior y fondo plano. No son muchos los ejemplares que se cono-
cen en la Meseta, y ninguno de ellos está completo. El que mejor
puede representar al tipo procede del vertedero de la calle Vacceos,
de Palencia capital, tiene 22,6 cm de diámetro de boca y aunque no
se conserva completo el pie, por ejemplares similares –como los rio-
janos, por ejemplo (Luezas, 2002: 71-75, fig. 16, 1 y 3, fig. 17)– es-
timamos que tuvo una altura de 6/7 cm (Romero Carnicero et alii,
2014: 458, fig. 8, 4). La cronología de la pieza palentina se circuns-
cribe a las dos últimas décadas del siglo I d. C. o, como muy tarde,
inicios del II. A una cazuela trípode pertenece también un fragmen-
to de pata con inicio del fondo procedente de Numancia, pero al te-
ner engobe de color gris oscuro pudo ser una de esas cazuelas que
sirvió para usos de mesa, no de cocina (Romero Carnicero, 2015:
344-346, fig. 7, 9).

3.2.4. Ollas (v. Fig.6)


La olla (aula, cacabus) constituye, en sus múltiples formas y tipos de bordes,
el recipiente más vinculado con las labores culinarias, pero cuyo uso fue más
allá de las mismas, al haber servido en muchas ocasiones como urna cinera-
ria e incluso en alguna ocasión para la guarda de pequeñas herramientas do-
mésticas. Generalmente fabricada en masas arcillosas de calidad mediana o
baja en la que los desgrasantes son de granulometría gruesa o media para me-
jor soportar la exposición directa al fuego o a las brasas, muchas de ellas
–aquellas cuyas bases no están quemadas–, nunca se usaron para cocer ali-
mentos, sino para guardarlos, en crudo (cereales, legumbres, frutos secos y
carnosos, aceitunas…), o ya cocinados. La olla, por otra parte, suele ser un ti-
po de producto de radio comercial más corto que muchos de los recipientes
de mesa ya que su mercado se encuentra en las inmediaciones de los lugares
de producción. Como el resto de la cerámica de cocina, no interesa transpor-
tarla a lugares distantes porque es fácil y barata de fabricar localmente. Va-
mos referir los tipos principales, viendo en primer lugar las ollas de tamaños
grandes y medianos, aquellas que tienen más de 12 cm de diámetro de boca,
y después las pequeñas, las de entre 5 y 12 cm. En ambos grupos las indica-
ciones cronológicas que efectuaremos servirán exclusivamente para las piezas
concretas comentadas, pues resulta obvio que con sus mismos rasgos se pu-
dieron estar fabricando tanto antes como después (Fig. 6).

168
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 6. Tabla de ollas (elaboración del autor)

169
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

— Tipo 1. Olla de cuerpo ovoide, sin cuello y base plana o ligeramen-


te cóncava. Suele tener el diámetro máximo en el tercio superior del
cuerpo, pero en algunos casos algo más hacia el centro (p. ej., Sanz
Mínguez, 1997: 134, fig. 139, 60), y dentro de las adscribibles a es-
te tipo, hay diferencias debido tanto al tamaño como a la forma del
borde.
— Tipo 1A. Es una de las ollas más corrientes, que se caracteriza por
tener el borde suavemente curvado hacia al exterior. Aunque es un
tipo que está presente a lo largo del Imperio, son sobre todo los si-
glos I y II d. C. los de su mayor apogeo, como se ve en otras regio-
nes peninsulares (Peinado, 2012: 400, fig. 2, 4; Sánchez Sánchez,
1992: 23, fig. 3, 5; Luezas y Sáenz, 1989: 159, lám. III, 7). El ejem-
plar que nos sirve de prototipo fue recuperado en Montealegre de
Campos (Valladolid), en las excavaciones efectuadas en agosto de
1985 para tratar de dar contexto a la conocida tabula del mismo
nombre que apareció fortuitamente unos meses antes y que está fe-
chada en el año 134 d. C. Tiene 17,8 cm de diámetro de boca, 18,6
cm de altura y se fecha en la segunda mitad del siglo II d. C. (Rojo,
1988: 57, fig. 12, inf.).
— Tipo 1B. Tan corriente o más que la anterior –razón por la que ca-
rece de sentido buscarles paralelos por la geografía romana mesete-
ña–, su borde vuelto ha sido moldeado de forma cóncava para que
pueda encajar una tapadera. De nuevo es un tipo de olla de muy am-
plia cronología. La pieza representativa, de factura grosera y des-
grasantes micáceos, también procede de la referida excavación de
Montealegre de Campos. Tiene 16,9 cm de diámetro de boca, 17,6
cm de altura y, al igual que aquélla, está fechada en la segunda mi-
tad del siglo II d. C. (Rojo, 1988: 55, fig. 10, inf.).
— Tipo 1C. Este es un tipo de olla no tan corriente como las anterio-
res, cuya característica es poseer borde vuelto biglobular. El ejem-
plar de referencia procede del campamento de la legio IIII Macedo-
nica en Herrera de Pisuerga, cuenta con 15 cm de diámetro de boca,
19,3 cm de altura y se fecha entre el 10 a. C. y el 15 d. C. (Pérez
González e Illarregui, 1995: 423-424, fig. 4, inf.). Tiene el interés
añadido, desde el punto de vista tecnológico, de que en su parte in-
ferior ha conservado pegado el borde partido de otra olla de su mis-
mo tipo, lo que significa que, en ocasiones, se cocían unas encajadas
en otras, sin separación mediante piezas cerámicas auxiliares como
170
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

carretes o rodelas. A pesar de la ajustada cronología de esta olla, con


su misma morfología la podemos ver en la necrópolis de Santo An-
dré (Montargil), en la segunda mitad del siglo I e inicios del II (No-
len y Ferrer, 1981: 110-111, lám. LIII, G.4.1 (1), e incluso en el Ba-
jo Imperio, en este caso, a título de ejemplo, en el basurero 974 del
yacimiento madrileño de Villamanta (Zarzalejos, 2002: 136, fig.
114, 145-148).
— Tipo 2. Olla de cuerpo piriforme, sin cuello o muy corto y base pla-
na. Como el tipo 1, tiene también el diámetro máximo en el tercio
superior del cuerpo y se pueden individualizar dos formas principa-
les.
— Tipo 2A. Es una olla esbelta, sin cuello, cuyo borde ha sido curvado
hacia al exterior de manera más o menos pronunciada. El ejemplar
que nos sirve como referencia se halló en el nivel V de la habitación
“d” del Edificio I de Petavonium, donde, como se recordará, había
un horno. Tiene 19,6 cm de diámetro de boca, unos 25 cm de altu-
ra, pues está partida su sección, y se fecha en la segunda mitad del
siglo I d. C. o comienzos del II (Carretero, 2000: 192 y 698, fig.
108, 796 y fig. 360, 213). En este nivel de destrucción que afecta a
varias habitaciones de este edificio, así como del II, se trata de un ti-
po de olla muy corriente, con bordes de diversas formas. Como co-
rriente es también su uso para contener cenizas funerarias, tal como
se ve, por ejemplo, en las sepulturas 62 y 63 de la necrópolis valli-
soletana de Las Ruedas (Sanz Mínguez, 1997: 134, fig. 139, 62 y
63), ambas de la cronología apuntada.
— Tipo 2B. Olla con cuello corto, borde curvado hacia al exterior, ca-
rena entre cuello y cuerpo y base plana. Corresponde al tipo Vegas
1-4. Es un tipo muy extendido del que un buen referente hallamos
en la sepultura 259 de la citada necrópolis de Las Ruedas, en cerá-
mica grosera gris, de 14 cm de diámetro de boca y 16,1 cm de altu-
ra, fechada en el último cuarto del siglo I d. C. (Sanz Mínguez y Ca-
rrascal Arranz, 2015: 10-12, fig. de p. 12, arriba dcha.). Ollas
similares se pueden ver también en el establecimiento rural palenti-
no de Antuedro/El Paredón (Misiego et alii, 2012: 273, fig. 3, 1), en
la fase 2ª del Castro de Corporales (Sánchez-Palencia y Fernández-
Posse, 1985: 248-250, fig. 116, 83 y 234, por ejemplo), fechada en-
tre el 70/75 y el 120 d. C., o en Petavonium (Carretero, 2000: 192,
fig. 108, 792), por lo que no insistiremos.
171
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

— Tipo 3. Olla de cuerpo globular, con cuello corto y base plana o sua-
vemente cóncava. Su diámetro máximo se encuentra hacia la mitad
del cuerpo. Es de las formas más corrientes a lo largo del Imperio y
de nuevo se pueden distinguir variantes.
— Tipo 3A. Es una olla de cuello corto, con el borde corto vuelto al ex-
terior y base plana. De nuevo es en la fase 2ª del Castro de Corpo-
rales donde encontramos la pieza que marca el tipo y que posee
abundantes desgrasantes de cuarzo y mica (Sánchez-Palencia y Fer-
nández-Posse, 1985: 248-250, fig. 116, 614), igualmente fechada
entre el 70/75 y el 120 d. C. Su diámetro de boca es de 19 cm y su
altura de 21 cm. En algunas necrópolis altoimperiales este es uno de
los tipos de olla más utilizados como urna cineraria (p. ej., Sanz
Mínguez, 1997: 133-134, fig. 139, 64).
— Tipo 3B. Similar a la anterior, pero con la diferencia de que el bor-
de está acondicionado para recibir una tapadera. La olla nº 1348 de
la Casa del Acueducto de Tiermes, fechada sin mayores precisiones
en época altoimperial, constituye un buen referente (Argente y Dí-
az, 1994: fig. 28, 1348). Tiene 14,3 cm de diámetro de boca y 13,9
cm de altura. Si bien ésta se puede considerar como una olla de ta-
maño mediano, lo habitual es que tenga entre 18 y 20 cm de diáme-
tro de boca, y con independencia de las dimensiones se estuvo fa-
bricando a lo largo del Imperio.
— Tipo 3C. Olla de cuerpo globular pero tendente hacia la forma bi-
troncocónica, con el borde acampanado muy desarrollado, labio al-
go engrosado y base plana. Su diámetro máximo se encuentra hacia
la mitad del cuerpo, pero al no venir marcado, como en muchas bi-
troncocónicas, mediante una carena (p. ej., Sánchez Sánchez, 1992:
21-22, fig. 3, 1-3), sino que es redondeado, preferimos situarla en-
tre las globulares. Realmente, pocas son las ollas meseteñas con ca-
rena a mitad del cuerpo. Este modelo viene representado por un
ejemplar recuperado en la Casa del Acueducto de Tiermes, de 15,4
cm de diámetro de boca y 21,4 cm de altura (Argente y Díaz, 1994:
69, fig. 24, 2558) (Fig. 7).
— Tipo 4. Olla de cuerpo globular que representa las tres cuartas par-
tes de la esfera, sin cuello y presumiblemente con la base plana.
— Tipo 4A. Con el borde sencillo, que no es más que la prolongación
de la propia pared del cuerpo, a veces aparece recorrido por una

172
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 7. Olla procedente del yacimien-


to de “Momo”, Alcalá de Henares,
fechada entre 30 y 60 d. C. (Heras,
Juan y Bastida, 2014)

acanaladura externa. De la Corona de Quintanilla procede el ejem-


plar que marca el tipo, del que se señala que es pieza única (Domer-
gue y Sillières, 1977: 141, fig. 50, 26 N 4). Tiene 18,9 cm de diáme-
tro de boca y se fecha entre los años 15/20 y 60/70 d. C. Se
corresponde con la olla de tipo Vegas 3-2 (1973: 17, fig. 4, 2) y gra-
cias a un ejemplar de Clunia sabemos que en la Submeseta norte se
estuvo fabricando también a mano hasta al menos la segunda mitad
del siglo I d. C. (Palol y Guitart, 2000: 257, fig. 10, 10).
— Tipo 4B. Con el borde doblado al exterior, pegado al cuerpo y mol-
durado, lo que hace que adquiera un significativo engrosamiento.
En este caso, el ejemplar que marca el tipo es de Petavonium, tam-
poco conserva la base, tiene 12,5 cm de diámetro de boca, 16,9 de
diámetro máximo y su altura fue de unos 14 cm, por lo que se trata
de una olla de mediano tamaño (Carretero, 2000: 139 y 697, fig. 67,
441 y fig. 357, 206). Puesto que en este enclave militar zamorano
son muchos los bordes de este tipo que se han recuperado, hay que
pensar que fue una forma muy común, siempre fechada tanto en la
segunda mitad del siglo I d. C. como dentro ya del II. Esta misma
cronología es la que se propone para cierto ejemplar del Mercado
Grande de Ávila (Centeno y Quintana, 2005: 245, fig. 14, 3), pero
es indudable que el tipo se remonta, al menos, al siglo I a. C. y se
seguirá fabricando con posterioridad al II d. C.
173
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

— Tipo 5. Olla de cuerpo bitroncocónico, con carena o pseudocarena a la


mitad, borde vuelto y base plana o ligeramente cóncava. No son mu-
chos los ejemplos que podemos traer a colación, pero algunos sí hay.
Y uno de ellos es cierta pieza conservada en el Museo de Palencia, de
tamaño pequeño pero completa y muy representativa del tipo. Las
ollas de cuerpo bitroncocónico son escasas en la Meseta. En el pano-
rama peninsular donde más proliferaron fue en la Bética y Lusitania.
— Tipo 6. Ollas de pequeño tamaño. En este grupo hemos reunido las
ollas de pequeñas dimensiones, con diámetros de boca inferiores a
los 12 cm, como más arriba hemos señalado. Algunos de los tipos
son versiones reducidas de ollas grandes y medianas pero otros tu-
vieron como fuente de inspiración los vasos de paredes finas. De
cinco formas diferentes las tenemos constatadas en la Meseta.
— Tipo 6A. De cuerpo ovoide cuyo diámetro máximo se sitúa en el ter-
cio superior del mismo, paredes delgadas, sin cuello, borde vuelto al
exterior y base plana. El vaso de referencia se recuperó en niveles de
la 2ª fase del Castro de Corporales, lo que le confiere una cronolo-
gía entre el último tercio del siglo I d. C. y las dos primeras décadas
de la centuria siguiente (Sánchez-Palencia y Fernández-Posse,
1985: 250, fig. 116, 644). Su diámetro de boca sólo alcanza los 7,5
cm y la altura se queda en 13 cm.
— Tipo 6B. De cuerpo ovoide pero con el diámetro máximo en este ca-
so a su mitad, sin cuello, borde vuelto, marcado engrosamiento de
la pared interna baja y base plana, son las notas que definen cierta
ollita recuperada en una sepultura excavada a las afueras de Siman-
cas que por los materiales de acompañamiento se fechó hacia me-
diados del siglo II d. C. o poco después (Romero Carnicero y Sanz
Mínguez, 1990: 172-174, fig. 3, 2). Cocida en atmósfera oxidante,
tiene 7,4 cm de diámetro de boca y 8 cm de altura. Que ya se fabri-
caban estas ollitas desde tiempo atrás vienen a demostrarlo una pie-
za de similares características (aunque no se dan las medidas) recu-
perada en Sasamón (Abásolo y García, 1993: fig. 57, dcha.), que se
fecha hacia finales del siglo I d. C. o ya en el II y, con esta misma
cronología, otras procedentes de la Depresión de Antequera (Serra-
no, 1997: 220, 7 y 8). Y que se siguieron fabricando durante el siglo
III d. C. lo demuestran dos ejemplares de la Casa de los Plintos de
Uxama, uno de 9,3 cm de diámetro de boca y otro de 9,4 cm (Gar-
cía Merino et alii, 2009: 250, fig. 17, 6 y 7, resp.).
174
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

— Tipo 6C. De cuerpo ovoide también y borde moldurado vertical en


el que se puede encajar una tapadera. La pieza de referencia, inédi-
ta, procede de un nivel del siglo I d. C. documentado en Tierra de
las Monedas II de Cauca y tiene 10,4 cm de diámetro de boca. Es un
tipo de olla de amplia difusión geográfica y que prácticamente se es-
tuvo fabricando a lo largo del Imperio, por lo que carece de sentido
señalar otros yacimientos donde se encuentra presente y la crono-
logía en la que se documenta en cada caso.
— Tipo 6D. Su cuerpo es piriforme, tiene cuello cilíndrico desarrolla-
do, borde vuelto moldurado con el labio vertical y base plana. Está
acondicionado para recibir tapadera, que apoyaría en la parte supe-
rior de la pared interna del cuello. De Tiermes procede este mode-
lo de ollita que más bien es una olla de tamaño mediano, pues aun-
que tenga 12 cm de diámetro de boca, su altura ya es de 15,5 cm
(Argente et alii, 1984: 246, fig. 117, 80-1271). Su fecha habría que
llevarla a finales del siglo I o primera mitad del II d. C.
— Tipo 6E. Esta es una ollita de morfología poco habitual, pues tiene el
tercio inferior del cuerpo troncocónico, el resto es cilíndrico, cuello
corto ligeramente cerrado, borde vertical y base plana. Una carena
separa las dos partes del cuerpo y otra lo hace entre éste y el cuello.
Tan singular recipiente fue hallado justamente encima de un basure-
ro de la Subfase A2 (UE 29005) de Ercavica que se pudo fechar en
época augustea, lo que significa que es posterior a ese momento (Lo-
rrio, 2001: 60-61, fig. 37, 5). Pero ¿cuánto posterior? No es posible
especificar, pero quizá haya que pensar en, al menos, mediados del I
d. C. Es de barro gris, tiene 10,8 cm de diámetro de boca y 11,3 cm
de altura. Aun siendo un tipo de recipiente poco común, como deci-
mos, algunos ejemplos más sí se conocen, sobre todo en la zona de
Lusitania, y específicamente en el Alentejo: en la necrópolis de Pa-
drão, por ejemplo, encontramos dos piezas semejantes, ambas fecha-
das, sin mayores precisiones, en el siglo I d. C. (Nolen, 1985: 251,
lám. XLVII, 499 y 500), y en la de Santo André, en tumbas fechadas
en la segunda mitad del siglo I d. C. y las primeras décadas del II (No-
len y Ferrer, 1981: 102-103, D.1.4, lám. XIV, J3.3). En todos los ca-
sos parece que están tratando de imitar ollitas o cubiletes de paredes
finas, quizá algunas formas de esos característicos vasos negros que a
veces llevan decoración de ruedecilla, tan comunes, como indicamos,
en Lusitania (vid., al respecto, Bustamante, 1995: 291-292, fig. 15; y
Sánchez Sánchez, 1992: fig. 8, 41).
175
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

3.2.5. Jarras
En general, las jarras se fabricaron tanto en arcillas groseras y con las super-
ficies simplemente alisadas, como en arcillas tamizadas y las superficies trata-
das con esmero e incluso engobadas. Teniendo en cuenta que muchas de es-
tas últimas, habitualmente consideradas como de mesa, se usaron también en
las cocinas y que son las que presentan mayor diversidad de formas, será en
el apartado dedicado a la cerámica de mesa donde estudiaremos todas las va-
riantes de jarras conjuntamente. En algunas ocasiones, no muchas, son trata-
das en grupos aparte las jarras de cocina y las de mesa, según sean groseras o
finas las masas arcillosas con las que hayan sido fabricadas, pero al ser los mis-
mos morfotipos, se incurre en innecesarias repeticiones, y de esto es de lo
que queremos huir, máxime cuando es limitado el espacio del que dispone-
mos. Por ello, remitimos al apartado 3.3.5., en el que, en todo caso, iremos
indicando las características de la pasta de cada jarra representativa del tipo.

3.2.6. Morteros
Los mortaria (tipo 7 de Vegas) constituían un utensilio básico e imprescindi-
ble en cualquier cocina de una familia romana, o romanizada. Dependiendo
de su situación económica, podía tenerlos de mejor o peor calidad, de impor-
tación o de fabricación local, pero siempre varios y de diversos tamaños. A
pesar de lo numerosos que son en los campamentos legionarios meseteños
(Legio, Asturica Augusta, Petavonium, Herrera…), aún no disponemos de aná-
lisis de residuos que nos permitan ver qué tipo de materias habitualmente se
procesaban en ellos, y eso que no debe de ser extraño que entre las piedreci-
tas incrustadas en la superficie interna o en las estrías queden microrrestos
susceptibles de ser recuperados y analizados. En general, es un tipo de reci-
piente más ancho que alto, de paredes espesas, con amplios bordes para po-
derlo sujetar con firmeza durante el triturado o el rallado de las materias y
con pico vertedor. Son precisamente los rasgos morfológicos de los disposi-
tivos de vertido así como los tipos de borde los que permiten efectuar su or-
denación tipológica y su aproximación cronológica. Los morteros constitu-
yen, al igual que las ánforas, un grupo de carácter especial dentro de la
cerámica común.
Los primeros que se documentan en la Península Ibérica son de importa-
ción, vinculados por lo común al ejército, pero como consecuencia de una
demanda cada vez más importante al irse imponiendo las prácticas culinarias
itálicas, pronto empiezan a ser imitados localmente. Es a partir de mediados

176
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

del siglo I d. C. cuando más crece la industria de fabricación de morteros, a


veces ligada a la producción de materiales de construcción. Utensilio que,
por otra parte, era fácil y rápido de producir porque ni morfológicamente ni
en cuanto a las masas arcillosas que se necesitan es exigente. Casi todos los
tipos de morteros documentados en las costas mediterráneas, la Baetica o Lu-
sitania, por ejemplo, están constatados en la Meseta (Fig. 8).
— Tipo 1. Mortero de cuerpo con forma de casquete esférico pero que
en ocasiones llega a ser casi troncocónico, borde vuelto horizontal
con baquetón destacado en el inicio de la pared interna, vertedera
generalmente de longitud media o larga y base plana o con pie anu-

Fig. 8. Tabla de morteros (elaboración del autor)


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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

lar bajo. Es un tipo muy corriente, de poca profundidad, equipara-


ble al tipo Dramont D1. Uno de los mejores referentes lo tenemos
en el vertedero de la calle Maestro Copín de León, de 23 cm de diá-
metro de boca y 4,5 cm de altura, individualizado como forma 1 por
parte de Fernández Freile (2003: 131, lám. 94, 121/54). Aunque es-
te ejemplar está fechado a mediados del siglo II d.C. y es muy ca-
racterístico de la segunda mitad de esa centuria (Casas et alii, 1990:
657), el tipo, en general, se venía fabricando desde tiempo antes. En
la misma ciudad de León (Casa Pallarés) hay un ejemplar de finales
del siglo I d. C. (Prieto, 2014: 324, fig. 6, 3), la misma cronología
que se estima para cierto fragmento de Santa Leocadia (Ciudad Re-
al) (Benítez et alli, 2004: fig. de p. 180, 26). Aparte de estas piezas,
en la Meseta se tiene constatado el tipo también en Petavonium, de
29 cm de diámetro de boca y fechado en un siglo II genérico (Ca-
rretero, 2000: 240 y 720-721, fig. 148, 1080 y fig. 374, 1), Numan-
cia, Herrera de Pisuerga, y en el cerro de Los Almadenes (Otero de
los Herreros, Segovia), si bien en este caso podría tratarse de una
importación, más que de un producto local, en cualquier caso fecha-
do hacia el cambio de Era (Domergue, 1979: 151, fig. 7, 22). En sín-
tesis, estamos ante un tipo de mortero de gran difusión por toda la
Península: Tolegassos (Casas y Soler, 2003: 119, fig. 73, 12), Lucus
Augusti (Alcorta, 2001: 150-152, fig. 65, 4-5), Augusta Emerita (Bus-
tamante, 2012: fig. 5, 1), etc.
— Tipo 2. Mortero con el cuerpo en forma de casquete esférico, borde
vuelto horizontal de extremo redondeado, sin baquetón pero a ve-
ces con acanaladura interior, vertedera corta y base plana o ligera-
mente cóncava. Constituye la imitación local del tipo Dramont D2
(Joncheray, 1972: 22), generalmente más corriente que el anterior e
igualmente mejor representado en contextos militares que civiles,
como bien se constata en Legio, Asturica Augusta o Petavonium. De
este último campamento procede el ejemplar que nos sirve de refe-
rente: tiene 32 cm de diámetro de boca y unos 11 cm de altura, pues
no conserva la base (Carretero, 2000: 175 y 722-723, fig. 94, 689 y
fig. 374, 2). En la Meseta son muy numerosos los morteros de este
tipo o asimilables al mismo, pues no es raro encontrar morfologías
intermedias entre la Dramont D1 y D2, eso sí, siempre con diáme-
tros de boca que oscilan entre los 23 y los 32 cm: Villalazán (Mar-
tín Arija et alii, 1996: 71, fig. 8, 1), Manganeses de la Polvorosa (Mi-
siego et alii, 2013: 367, fig. 91, 97/14/1200), Sasamón (Abásolo y
178
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

García, 1993: 125, fig. 64, 12 y 136, fig. 69, 1), Pintia (Centeno et
alii, 2003: 91-94, fig. 19, 2), de nuevo Petavonium (Carretero, 2000:
144, fig. 72, 466; 154, fig. 80, 549…) o Madrid (Guiral, 1997: 504,
fig. 11, 1), entre otros, fechados en su mayoría desde la primera mi-
tad del siglo I d. C. hasta finales de la centuria siguiente. (Fig. 9)
— Tipo 3. Mortero con el cuerpo en forma de casquete esférico, borde
vuelto muy curvado, de extremo redondeado o apuntado, habitual-
mente con acanaladura o carena en la base interna del borde, verte-
dera larga (salvo excepciones) de forma trapezoidal casi siempre y
base plana o ligeramente cóncava. En ocasiones, y razones no fal-
tan, este tipo de mortero en el que se pueden distinguir numerosos
subtipos pero en los que por motivos obvios no cabe entrar aquí, se
interpreta como derivado de Dramont D2. En el vertedero leonés
situado en la calle Maestro Copín, fechado a comienzos del siglo II
d. C., encontramos un ejemplar de perfil completo que puede ser-
vir de modelo y que corresponde a la forma 4 de Fernández Freile
(2003: 132, lám. 96, 110/59, Morillo, 2015: 304-305)), como tam-
bién podría servir de modelo una pieza muy similar de Segóbriga,
de 24,8 cm de diámetro de boca y más antigua, pues está fechada en
el siglo I d. C. (Almagro-Gorbea y Lorrio, 1989: 137, fig. 67, 5).
Numerosos y variados son los ejemplares recuperados en Petavo-
nium (Carretero, 2000: 193, fig. 110, 803; 230, fig. 139, 1018, etc.).
— Tipo 4. De morfología radicalmente distinta a la de los tipos ante-
riores, este modelo de mortero es más bien un gran cuenco hemis-

Fig. 9. Mortero (foto, Museo de Palencia)


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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

férico de borde sencillo con pie realzado, lo que hace de él que sea
más vulnerable a la presión en el proceso de triturado. Un ejemplar
casi completo se recuperó en el vertedero de la calle Brasilia de El
Burgo de Osma: tiene 25,3 cm de diámetro de boca, 13,4 cm de al-
tura, pequeñas piedrecitas incrustadas en su superficie interna y ha
sido interpretado como una versión simplificada de los Vegas 14-15
(Romero Carnicero et alii, 2012: 141, fig. 145, 1), aunque más bien
es un tipo que hunde sus raíces en ciertas formas de cuencos y co-
pas indígenas. La fecha de este vertedero se sitúa entre los años se-
senta del siglo I d. C. y los comienzos del II, la misma que se esti-
ma para un ejemplar idéntico morfológicamente hallado en la Cata
E de la campaña de 1976 realizada en Tiermes (Jimeno, 1980: 128,
fig. 24, 495, referido como rallador).

3.2.7. Tarros
Este tipo de recipientes, muy poco corrientes en cerámica común, en alguna
ocasión han sido interpretados también como botellas y podrían haber sido
usados tanto en la cocina, para guardar ingredientes culinarios (especias, fru-
tos secos, conservas o incluso aceite) como en la mesa. Dos modelos se tie-
nen documentados en la Meseta.
— Tipo 1. Del testar de la calle Brasilia de El Burgo de Osma procede
el ejemplar que nos sirve para marcar el tipo: su cuerpo es de pare-
des verticales, de 18 cm de diámetro, que en la parte superior se cie-
rran en ángulo recto para dar lugar a una plataforma horadada en
tres puntos equidistantes que termina en boca cerrada (de 10 cm de
diámetro) con el borde vertical engrosado; paredes que, además, se
prolongan en la vertical en una pestaña a modo de anillo de conten-
ción (Romero Carnicero et alii, 2012: 143, fig. 45, 4) cuya función
tal vez fuera la de que si se derramaba la materia guardada en su in-
terior al extraerla, y estamos pensando en conservas en aceite o só-
lo en aceite, se quedase en esta plataforma y volviera al interior a
través de los tres pequeños orificios que posee, aunque éstos tam-
bién podrían haber sido respiraderos de la materia guardada, por-
que seguramente la boca tendría tapadera. La fecha de este vertede-
ro ya la hemos indicado más arriba, y puede que el referente fuera
la forma Consp. 51.1, interpretada como “jarra y cenicero”, que
luego pasaría a la sudgálica, pero que no parece que se imitara en
hispánica. Y puede que a un tarro similar al uxamense corresponda
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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

cierta pieza numantina altoimperial referida como botella, que no es


circular, sino cuadrangular de esquinas redondeadas y con la base
casi plana (Romero Carnicero, 2015: 344, fig. 7, 10) (Fig. 10).
— Tipo 2. Con muy poco convencimiento por nuestra parte, porque
también podría ser un tubo relacionado con la construcción, pudo
existir un segundo tipo de tarro. Nos referimos a cierto recipiente
tubular recuperado en las excavaciones efectuadas en 1985 en Mon-
tealegre de Campos, de paredes casi verticales, ya que se abren sua-
vemente desde la base hasta un hombro corto del que arranca la bo-
ca vertical, de 15,6 cm de diámetro (Rojo, 1988: 57, fig. 13, inf.). El
contexto en el que apareció es de la segunda mitad del siglo II d. C.,
e idéntico morfológicamente, pero de pequeño tamaño y en pare-
des finas, por lo que es un cubilete y de cronología bastante más an-
tigua, augustea concretamente, encontramos el tipo en Segóbriga
(Almagro-Gorbea y Lorrio, 1989: fig. 36, 7).

Fig. 10. Tabla de tarros (elaboración del autor)


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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

3.2.8. Tapaderas
Las tapaderas (opercula) son corrientes en cualquier yacimiento romano. Las
de cocina están fabricadas con masas arcillosas de las mismas características
que las ollas o los cuencos, tipos de recipientes a los que más comúnmente
tapaban. Al ser un tipo de producto estandarizado, prácticamente los mismos
modelos que se fabricaron en época altoimperial se siguieron haciendo du-
rante el Bajo Imperio. Son los contextos los que, en cada caso, indican su cro-
nología. Sin llegar en la Meseta a la variedad morfológica que se tiene cons-
tatada en otras zonas peninsulares, e incluso en yacimientos concretos, como
es el caso de Augusta Emerita, por ejemplo, donde se tienen registradas casi
dos docenas de tipos para los siglos I y II d. C. (Bustamante, 2012: 416, fig.
9), sí que se documenta cierta variedad, aunque no les dedicaremos mucha
extensión porque su interés se podría calificar como de baja intensidad. Y
apelando a esa idea de lo corrientes que son, tampoco peregrinaremos por la
geografía meseteña o, en general, peninsular, buscando paralelos para cada ti-
po. Con el fin de sintetizar, recogemos sólo los tipos básicos.
— Tipo 1. Tapadera plana con asidero destacado o presumiblemente
destacado. No son frecuentes las tapaderas de este tipo en la Mese-
ta, pero sí cabe advertir dos variantes.
— Tipo 1A. Totalmente horizontal, como se pueden ver en un peque-
ño ejemplar de Petavonium, de 10 cm de diámetro (Carretero, 2000:
227 y 688, fig. 137, 989 y fig. 350, 167-169), fechada entre media-
dos del siglo I d. C. y mediados del II.
— Tipo 1B. Plana, pero suavemente convexa, de la que tampoco tene-
mos ninguna muestra completa, pero sí fragmentos de varias, pro-
cedentes de Petavonium de nuevo y con la misma cronología (Carre-
tero, 2000: 135, 310 y 688, fig. 63, 411, fig. 204, 1512 y fig. 350, 167
y 168), alguna de hasta 32,4 cm de diámetro.
— Tipo 2. Tapadera troncocónica con asidero más o menos destacado
e independientemente de cómo sea el borde (apuntado, engrosa-
do…). Dentro de este grupo cabe hacer una triple diferenciación
atendiendo a la trayectoria de la pared.
— Tipo 2A. De paredes rectas, como nos muestra cierto ejemplar del
vertedero de la calle Vacceos de Palencia capital (Romero Carnice-
ro et alii, 2014: 458, fig. 8, 3), de 17,7 cm de diámetro, fechado en
las dos últimas décadas del siglo I d. C. e inicios del II.
— Tipo 2B. De paredes suavemente cóncavas. Representativas de esta
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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 11. Tabla de tapaderas, embudos y barreños (elaboración del autor)


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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

forma tan corriente son varias de las recuperadas de nuevo en Peta-


vonium (Carretero, 2000: 685-689, fig. 348, 148-158, fig. 349, etc.),
con la cronología arriba apuntada y de diámetros en torno a los 20
cm., aunque la que hemos elegido para ilustrar el tipo tiene 24 cm de
diámetro y 4,2 cm de altura (Carretero, 2000: 299, fig. 196, 1445).
— Tipo 2C. De paredes suavemente convexas. Una vez más, es a Peta-
vonium donde hemos de ir a buscar un buen referente, de 17,5 cm
de diámetro de boca y 4,3 cm de altura (Carretero, 2000: 276 y 686,
fig. 179, 1279 y fig. 350, 165).
— Tipo 3. Tapadera cuya pared es un arco de esfera en la que el aside-
ro suele ser destacado y el borde apuntado o redondeado. Este mo-
delo cuenta con dos variantes.
— Tipo 3A. De paredes convexas. Un ejemplar completo, aunque de
sólo 10,8 cm de diámetro y 3 cm de altura, se recuperó en el verte-
dero leonés de la calle Maestro Copín, fechado a comienzos del si-
glo II d. C. (Fernández Freile, 2003: 129, lám. 92, 120/144, Mori-
llo, 2015: 304-305).
— Tipo 3B. De paredes cóncavas. En este caso, el ejemplar representa-
tivo lo hallamos en Petavonium, concretamente en el nivel V de la
habitación “b” del edificio I, por lo que se puede fechar tanto en la
segunda mitad del siglo I d. C. como en la primera del II, y al tener
pasta de un poco mejor calidad que las anteriores, tendría cabida
tanto entre las tapaderas de recipientes de cocina como de recipien-
tes de mesa. Tiene 10,5 cm de diámetro (Carretero, 2000: 177 y
661, fig. 95, 698 y fig. 330, 60) (Fig. 11)

3.2.9. Embudos
Puede que algún fragmento de borde clasificado como perteneciente a un cuen-
co realmente lo fuera de un embudo, pero lo cierto es que de este tipo de uten-
silio cerámico imprescindible en la cocina tenemos pocas evidencias. Desde lue-
go, ningún fragmento tubular testimonial de su presencia, ya que los únicos que
se les parecen realmente son fustes de copas como las de nuestro tipo 1.
— Tipo 1. En el poblado zamorano de Manganeses de la Polvorosa hay
una pieza que ha sido interpretada como embudo (Misiego et alii,
2013: 367, fig. 91, 97/14/1759), y aunque tenemos nuestras dudas,
lo consideraremos como tal. Recuperado en niveles de la Fase IIIa,

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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

para la que se propone una cronología que va desde inicios del siglo
I d. C. a mediados del II, su morfología realmente es la de un cuen-
co de paredes muy tendidas, con perforación en el borde, 22 cm de
diámetro de boca, pero que no llega al inicio del tubo, por lo que
también podría ser un cuenco o una copa.
— Tipo 2. Más claro parece ser el recuperado en La Corona de Quin-
tanilla (León), el cual, a pesar de estar completo, y con buen crite-
rio, los excavadores no descartaron que pudiera tratarse de una ta-
padera similar a las que actualmente se usan en el norte de África
para cocinar alcuzcuz, lo que de ser así constituiría un caso único en
la Meseta. La pieza en cuestión, que nosotros creemos más embu-
do que tapadera, es de barro tosco, superficie interior roja y exterior
gris, de gran tamaño, pues tiene 29 cm de diámetro máximo, 6,1 de
diámetro en la boquilla y una altura de 14,4 cm (Domergue y Silliè-
res, 1977: 157-158, fig. 61). Su fecha se sitúa entre inicios de Tibe-
rio y el cambio de los julio-claudio a los flavios. Se correspondería
con el tipo 19 de Vegas (1973: 55, fig. 18), quien lo interpreta como
útil vinculado al llenado y vaciado de los líquidos de las ánforas.

3.2.10. Barreños (Fig. 11).


Algunos recipientes de forma hemisférica o troncocónica, con diámetros de
boca superiores a los 40 cm y alturas que superan los 30 cm, más que cuen-
cos cabe identificarlos con barreños, si bien algunos pueden ser algo más pe-
queños: en el vertedero de la calle Constantino de Augusta Emerita se recu-
peraron varios ejemplares y algunos de ellos sólo tienen 25 cm de diámetro
de boca y 13 cm de altura (Alvarado y Molano, 1995: 285, fig. 2, 4). No obs-
tante esto último, por su tamaño, es muy difícil que se conserven ejemplares
de los que obtener la sección completa, pero al menos tres tipos sí se pueden
identificar.
— Tipo 1. Barreño de cuerpo hemisférico con borde vuelto corto muy
grueso y base presumiblemente plana. Es un tipo común y como
ejemplar representativo hemos elegido cierta pieza del estrato 5
(corte A-1) de Sisapo de más de 40 cm de diámetro de boca, fecha-
do en el siglo I d. C. pero que ya en los finales de la República es-
taba presente (Fernández Ochoa et alii, 1994: 129, fig. 32, 63). Es-
te tipo de barreños, a veces denominados lebrillos, suele tener bajo
el borde una especie de cuello corto que podría tener, a nuestro mo-

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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

do de ver, y con la información que aporta la etnoarqueología, dos


funciones: poder asir mejor el recipiente al trasladarlo de un lugar a
otro y, en segundo lugar, llegado el caso de tener que guardar ense-
res o alimentos en él, poder cubrir la boca con una tela o cuero y su-
jetarla mediante una cuerda a lo largo de dicho cuello.
— Tipo 2. Barreño troncocónico profundo con el borde vuelto y base
plana, de forma similar a la de los cuencos de mesa de nuestro tipo
3, pero de dimensiones grandes. El ejemplar de referencia procede
de Tiermes, tiene 40 cm de diámetro de boca y 21,5 cm de altura
(Argente et alii, 1984: fig. 117, 80-1273). Por los materiales con los
que se contextualiza, se fabricó entre mediados del siglo I y media-
dos del II d. C. En Petavonium se halló otro de esta misma morfo-
logía pero más grande y sin base, de 42 cm de diámetro de boca y
unos 30 cm de altura, a pesar de lo cual fue interpretado como cuen-
co y su fecha se sitúa entre los años 70/80 d. C. y mediados del si-
glo siguiente (Carretero, 2000: 143 y 693, fig. 72, 461 y fig. 354,
191). En general, se asemejan a la forma 12-3 de Vegas. En este en-
clave militar zamorano, este tipo de recipiente debió de ser muy co-
rriente, a juzgar por la gran cantidad de fragmentos de bordes espe-
sos de amplios diámetros y paredes troncocónicas o hemisféricas
similares a la del que acabamos de referir. Hay bordes interpretados
como pertenecientes a tinajas pero es posible que más de uno hu-
biese sido de barreño. Seguramente eran recipientes para varios
usos, pero sobre todo para lavar.
— Tipo 3. Barreño troncocónico de poca altura con el borde plano pe-
ro engrosado y base plana. El recipiente concreto que marca el ti-
po, obtenido en el nivel V de la habitación “g” del Edificio II de Pe-
tavonium, tiene asas horizontales macizas muy bajas, ya que se sitúan
casi en el inicio de la base, su diámetro de boca es de 51 cm, el de la
base tiene 31,2 cm y la altura se queda sólo en 10 cm (Carretero,
2000: 235 y 708-709, fig. 143, 1048 y fig. 369, 251). Tan baja altu-
ra y la circunstancia de que la superficie externa ha estado expuesta
al fuego nos obligan a no descartar la idea de que pudiera tratarse
de una gran fuente para cocinar, aunque como barreño podría ha-
ber servido para calentar agua. Carretero refiere cómo en el noroes-
te, especialmente en Lugo, los recipientes de este tipo no suelen es-
tar quemados. Fuera cual fuese su función, se fecha entre mediados
del siglo I d. C. y mediados de la centuria siguiente.

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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

3.3. La cerámica de mesa


El elenco de recipientes comunes de mesa de los siglos I y II d. C. aun estan-
do formado por unos pocos morfo-tipos básicos, el catálogo de variantes que
algunos de ellos presentan es relativamente amplio. Platos, cuencos, vasos,
copas, jarras y tapaderas constituyen los tipos principales, pero las variacio-
nes en tamaños y formas son las que nos permiten tildar de rico el equipo do-
méstico de cerámica común de una familia media romana de los indicados si-
glos.

3.3.1. Platos y fuentes (Fig. 12)


Los platos constituyen uno de los tipos cerámicos que siempre suele estar
presente en cualquier conjunto de cerámica común de fabricación local, y no
sólo en contextos altoimperiales, sino también de época tardía. Además, en
cada uno de los subtipos que se pueden deslindar, las variaciones morfológi-
cas han sido escasas a lo largo del tiempo porque las funciones para las que
se modelan admiten pocas variaciones. Sí las hay, porque tiene que ver con el
tipo de materia que en él se vaya a depositar, en cuanto a los tamaños. Como
ya se ha dicho al tratar los platos y fuentes de cocina, los 30 cm de diámetro
constituyen, de manera convencional, la frontera entre unos y otras, pero no
haremos distinciones morfológicas ni tipológicas.
— Tipo 1. Plato/fuente de fondo plano amplio, paredes bajas suave-
mente curvadas hacia el interior y borde generalmente sencillo y
corto. Con ligeras variaciones, pues la pared puede ser troncocóni-
ca, curvada o contracurvada y el labio de tendencia vertical o estar
algo curvado hacia el interior, sea éste redondeado, apuntado o bí-
fido, se trata del tipo de plato más corriente a lo largo del Imperio
en todas las regiones de Hispania, cuyos diámetros de boca oscilan
entre los 10 cm (Sanz Mínguez, 1997: 178, 592, fig. 174, 592) y los
30 cm. Los hay mayores, pero como hemos indicado, parece más
adecuado denominarlos fuentes, como magníficamente representa
cierta pieza termestina de 41 cm de diámetro (Argente y Díaz, 1994:
fig. 38, 944). Unos y otras corresponden al tipo 15-A de M. Vegas
(1973: 48). El ejemplar que nos sirve como prototipo, plato concre-
tamente, procede de Montealegre de Campos (Valladolid), tiene
20,3 cm de diámetro de boca, 4,8 cm de altura, conserva pigmenta-
ción rojiza en su superficie interna, tratando de imitar el engobe ro-
jo pompeyano, y está fechado en la segunda mitad del siglo II d. C.

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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

(Rojo, 1988: 55, fig. 10, arriba). La imitación del engobe rojo pom-
peyano constituye una de las características de muchos de estos pla-
tos y fuentes, pero las raíces de esta forma se hunden en momentos
antiguos, en época republicana, ya que se estuvieron fabricando tan-
to en barniz negro itálico (Morel 2161a1) como en cerámica común
itálica (vid., p. ej., Principal, 2013: fig. 2, COM-IT 6). Debido a su
gran funcionalidad, también se fabricó en sigillata itálica (Consp. 9),
gálica (Hermet 5) e hispánica (forma 72). En los conjuntos de
TSHB constituye la forma numéricamente más abundante (Zarza-
lejos y Fernández Ochoa, 2008: 336, fig. 1, Lamb. 9).
En la Meseta altoimperial estos platos y fuentes se tienen docu-
mentados ya desde la primera mitad del siglo I d. C. pero su época
de apogeo es a partir de mediados de dicha centuria. De la sepultu-
ra 68 de la necrópolis de Las Ruedas, en Pintia, procede un ejem-
plar bien fechado hacia el 50/60 d. C. que sabemos contuvo un gui-
so de ave de corral (Sanz Mínguez et alii, 2003: 210, fig. 9 A), y en
este mismo yacimiento, pero esta vez en el poblado, dentro de un
gran hoyo situado entre las casas 2 y 3, apareció un ejemplar de 21,5
cm de diámetro, fechado a finales del citado siglo o inicios del II
(Centeno et alii, 2003: fig. 19, 3). La misma cronología que presen-
ta cierta pieza del Castro de Corporales (Sánchez-Palencia y Fer-
nández-Posse, 1985: 250, fig. 116, 660), o los más de cien ejempla-
res de tamaño medio recuperados en el vertedero palentino de la
calle Vacceos (Romero Carnicero et alii, 2014: 458, fig. 8, 7-9), to-
dos con engobe rojo en su interior y series de círculos concéntricos
incisos. Del siglo II parecen ser los recuperados en otro vertedero,
el de la calle Maestro Copín, de León (Fernández Freile, 2003: 128-
129 y 133-134, láms. 91 y 98), en Huerña (Domergue y Martin,
1977: 119-121, fig. 31), y también el referido plato de Montealegre.
Muchos de estos platos y fuentes no muestran indicio alguno de
haber tenido engobe rojo en su superficie interna y, además, tienen
las superficies externas muy quemadas, lo que significa que estuvie-
ron expuestos al fuego, dentro de hornos más que sobre brasas. Es-
to quiere decir que en las viviendas parte de los platos de este tipo
se usarían en el ámbito de la cocina y parte –aquellos que no mues-
tran quemaduras–, en el de la mesa, pero unos y otros estarían en
los dos ambientes. En este sentido, es particularmente significativo
lo que nos muestra el Nivel V de la cocina del Edificio I de Petavo-
188
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

nium, donde entre los platos que se recuperaron unos están afecta-
dos por el fuego y otros no (Carretero, 2000: 204, 205 y 208, figs.
119, 120 y123) (Fig. 12).
— Tipo 2. Plato con forma de casquete esférico y borde vuelto apenas
insinuado al estar suavemente tendido al exterior. Aunque le falta el
fondo, que a buen seguro sería plano, el ejemplar de referencia fue
recuperado en el nivel III de la cata 1 de La Dehesa, en Complutum,
está fechado a mediados del siglo I d. C. y su diámetro de boca es
de casi 30 cm (Fernández Galiano, 1984: 333, fig. 191, 630).
— Tipo 3. Plato de cierta profundidad, con el borde vuelto en voladizo
y cuerpo curvado o con suave carena. La pieza prototípica es de la
Casa del Acueducto de Tiermes, tiene 18,1 cm de diámetro de bo-
ca y se fecha a finales del siglo I d. C. o ya dentro del II (Argente y
Díaz, 1994: fig. 30, 721). Con pocas variaciones morfológicas y en

Fig. 12. Tabla de platos y fuentes de mesa (elaboración del autor)

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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

cuanto al tamaño, en esta misma casa termestina son varios los pla-
tos recuperados como este (Argente y Díaz, 1994: fig. 32, 249, fig.
34, 2230, etc.).
— Tipo 4. Plato de cuerpo carenado, borde vuelto al exterior redonde-
ado o apuntado y pie anular bajo. Dos excelentes referentes comple-
tos tenemos en la necrópolis vallisoletana de Las Ruedas, uno de
13,6 cm de diámetro de boca y 2,3 cm de altura, y otro de 10,4 cm
y 2,3 cm respectivamente (Sanz Mínguez, 1997: 178, 573 y 578, fig.
174, 573 y 578, resp.). Es un tipo de plato de morfología estandari-
zada porque constituye una imitación de la Hisp. 18, aunque sin
umbo, y forma parte de ese conjunto diverso de vajilla común de
mesa fabricada con arcillas muy depuradas que imita formas de la si-
gillata (Hisp. 10, 18, 27, 72, 90…, Ritt. 5, etc.). A pesar de que se
halló en posición secundaria, la cronología general de la zona don-
de apareció remite a época flavia (Sanz Mínguez, 1997: 355-357).
— Tipo 5. Plato de cuerpo con suave carena, borde vertical con labio
redondeado, acanaladura entre borde y cuerpo, y base plana. De
nuevo el referente lo hallamos en la necrópolis de Las Ruedas, tie-
ne 9,1 cm de diámetro de boca y 2,4 cm de altura (Sanz Mínguez,
1997: 178, 574, fig. 174, 574). Es un tipo de plato cuya morfología
no se ajusta exactamente a ninguna forma de sigillata pero sí mezcla
rasgos de varias de ellas y que, como el anterior, también se estuvo
fabricando en época flavia.

3.3.2. Cuencos (Fig. 13).


Junto con las jarras, el cuenco es el tipo de recipiente de mesa que mayor nú-
mero de variantes presenta, algunas de ellas con engobe.
— Tipo 1. Cuenco de cuerpo hemisférico. Dentro de esta categoría se
engloban varias formas, algunas de ellas con variantes establecidas
más que por los tamaños, por el tipo de borde que presentan.
— Tipo 1A. Es el más sencillo de todos y la diversidad sólo se hace pa-
tente en el tipo de borde, ya que puede ser vertical, doblado al ex-
terior o biselado, y en el tipo de base: plana o suavemente rehundi-
da. Se le podría asimilar al tipo 21-5 de Vegas (1973: 59, fig. 19,
21-5). Como pieza representativa del tipo hemos elegido una de Pe-
tavonium –nivel V de la habitación “i” del Edificio I, fechado a fina-
les del siglo I d. C.–, con el borde rematado en pestaña al exterior
190
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

(Carretero, 2000: 210 y 669, fig. 124, 902 y fig. 335, 96). Es de pas-
ta fina, se coció en atmósfera oxidante, conserva restos de engobe
negruzco y tiene 11,4 cm de diámetro de boca. Los cuencos de es-
te tipo con el borde biselado hacia el interior, de manera que queda
una especie de carena, sobre todo es en la Submeseta sur donde más
se pueden ver (Sierra, 2004: 160, fig. de p. 173, 1 y 2).
— Tipo 1B. Cuenco profundo de cuerpo hemisférico, borde vuelto al
exterior, casi horizontal, y base plana. Es de morfología similar al ti-
po 4 que luego veremos, pero es la forma del cuerpo el elemento
distintivo. El ejemplo que mejor define el tipo se halló en la Capa
II del enclave leonés de Huerña, tiene 21 cm de diámetro de boca,
11 cm de altura y se fechó, sin mayor especificación, en la segunda
centuria (Domergue y Martin, 1977: fig. 30, 582). Entre estos cuen-
cos hemisféricos y los bitroncocónicos de ese tipo 4 no es difícil en-
contrar morfotipos intermedios.
— Tipo 2. Cuenco de cuerpo ovoide, generalmente profundo, con el
borde vuelto hacia el interior y base plana o ligeramente cóncava y
a veces con un pequeño pie. Con el borde significativamente dobla-
do hacia dentro probablemente lo que se pretenda sea impedir que
los líquidos que en ellos se depositen se viertan. Para lograr este ob-
jetivo se han empleado dos procedimientos, lo que da lugar dos sub-
tipos.
— Tipo 2A. Viene definido por el hecho de que el borde ha sido curva-
do hacia el interior en un ángulo de algo menos de 90o –aunque a
veces lo sobrepasa (López y Del Barrio, 1994: 40, fig. 20, I-13-46).
Uno de los mejores prototipos, aunque ha sido interpretado como
plato, lo hallamos en Segobriga: tiene 22 cm de diámetro de boca y
se le fecha en el siglo I d. C. (Almagro-Gorbea y Lorrio, 1989: 162,
fig. 80, 11). También a este siglo se llevan los ejemplares identifica-
dos en La Rioja (Luezas, 2002: 101-102, fig. 30, 1) y los de Lucus
Augusti (Alcorta, 1995: 215, fig. 12, 1), si bien aquí penetran en la
primera mitad del II. Este tipo de cuenco parece querer imitar, más
que a algunos cuencos de sigillata, a ciertas formas tardías de cerá-
mica itálica de barniz negro (Morel, 1981: 2788) que a su vez fue-
ron emuladas por las poblaciones indígenas de finales del siglo I a.
C. e inicios de la centuria siguiente.
— Tipo 2B. Este segundo modelo se caracteriza porque no sólo el bor-
de, sino toda la parte alta de la pared se curva hacia el interior, lo
191
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

que significa que es más cerrado que el anterior. Por otra parte, el
borde en unas ocasiones aparece recorrido externamente por una
acanaladura más o menos profunda o un baquetón, lo que hace que
parezca engrosado, y en otras reforzado por una especie de doblez
de la pasta al exterior, moldurado. Veamos con un poco detenimien-
to cada una de estas dos variantes. Por lo que a la variante 2Ba se re-
fiere, de La Corona de Quintanilla (León) procede un ejemplar
completo, de 15 cm de diámetro de boca, una altura de 4,5 cm, ba-
se plana, con un baquetón exterior que recorre el inicio del borde y
otro interior (Domergue y Sillières, 1977: 148, fig. 56, 23 F 38). Se
fecha entre los años 15/20 y 60/70 d. C. Incompletos ya, en Petavo-
nium encontramos numerosos ejemplos de cuencos de mesa de este
tipo, pero generalmente más profundos y con carena o acanaladura
externa en lugar de baquetón, siempre fechados en la segunda mi-
tad del I d. C. y primera del II (Carretero, 2000: 246, 265… y 667,
fig. 152, 1108, fig. 171, 1208… y fig. 335, 92-95). Sin duda esta for-
ma se siguió fabricando a lo largo de la centuria siguiente porque
tanto en Lucus Augusti como en Chao Samartín se han documenta-
do (Alcorta, 2001: 329-331, fig. 138; Hevia y Montes, 2009: 127-
129, fig. 109, 4), lo mismo que los que presentan cuerpo más bul-
boide, dimensiones similares (22 cm de diámetro de boca),
superficies muy alisadas y fecha del tercer cuarto del siglo I d. C.
(Carretero, 2000: 91-92, fig. 33, 97). En Huerña esta forma la en-
contramos con la misma cronología (Domergue y Martin, 1977: 54,
183, fig. 13, 183).
Respecto a la variante 2Bb, el mejor prototipo, además comple-
to, se halló en el vertedero de la calle Brasilia de El Burgo de Osma
(Romero Carnicero et alii, 2012: 141, fig. 45, 3). Posee 20,3 cm de
diámetro de boca, 11,8 cm de altura y gracias a los materiales con
los que compartía contexto se pudo fechar entre los años sesenta del
siglo I d. C. y los comienzos del II. A principios del II se lleva tam-
bién un ejemplar de las mismas características que se recuperó en la
palentina calle Vacceos (Romero Carnicero et alii, 2014: 457, fig. 9,
1); en Lucus Augusti no parece sobrepasar los comedios del II d. C.,
aunque en este caso más que un cuenco es una fuente (Alcorta,
1995: 215, fig. 11, 3); y, por echar una ojeada a ámbitos más aleja-
dos, en Palafrugell es sobre todo en la segunda mitad de dicho siglo
cuando más se constatan estos cuencos (Casas et alii, 1990: 76, 154-
162) (Fig. 13)
192
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 13. Tabla de cuencos de mesa (elaboración del autor)


193
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

— Tipo 3. Cuenco profundo de cuerpo troncocónico (paropsis), gene-


ralmente de tamaño grande, con borde vertical en forma de T que
a veces se curva hacia dentro, base plana en unos casos y anular ba-
ja en otros, que de manera habitual cuenta con asa aplicada al cuer-
po, de sección circular y dispuesta en horizontal, a veces algo levan-
tada. Su modelo en sigillata fue, sin duda, la Hisp. 19. Suelen tener
un diámetro de boca entre el doble y el triple de su altura. El ejem-
plar que nos sirve como prototipo, de 28 cm de diámetro de boca y
11,2 cm de altura, se recuperó en la excavación efectuada en el so-
lar nº 6 de la calle Juan Mambrilla de Valladolid –junto a numero-
sos fragmentos pertenecientes a varios ejemplares más–, concreta-
mente en un estrato bien fechado gracias a la cerámica sigillata hacia
finales del siglo II d. C. (Sánchez Simón y Santamaría, 1996: 92 y
100, fig. 6, 13). Que desde momentos más antiguos ya se estaba fa-
bricando lo indica el hecho de que en el alfar de Turiasu, fechado en
la segunda mitad del siglo I d. C., ya está presente (Aguarod, 1985:
33-34, figs. 8 y 9), aunque aquí no disponemos de ningún ejemplar
completo. Es un tipo de cuenco muy funcional, de amplia difusión
territorial –Cauca, Terreros de Villasidro (Sasamón)–, y para usos de
mesa, pues hasta ahora no parecen haberse hallado ejemplares con
fondos tiznados que indique que han sido expuestos al fuego. Pre-
cisamente fue su gran funcionalidad la que explica que se siguiera
fabricando en los siglos III y IV d. C. en casi toda Hispania, como
puede comprobarse, por ejemplo, en Tarraco y su entorno (Járrega
y Buffat, 2012: 460, fig. 4, B4). Siempre son recipientes de tamaño
mediano/grande: en el área granadina, por ejemplo, poseen un diá-
metro de boca que oscila entre los 24 y los 36 cm (Serrano, 1995:
232)
— Tipo 4. Cuenco de cuerpo bitroncocónico, profundo también, con
borde vuelto al exterior, casi horizontal, base plana, a veces con una
suave carena o pseudocarena marcando el cambio de tendencia de
la pared entre los dos troncos de cono, y que generalmente está en-
gobado. Es la versión engobada de los cuencos de cocina de nues-
tro tipo 3, habitual en los enclaves meseteños situados al norte del
Duero –aunque más en los de la zona de León y Zamora que en los
de la parte oriental de la cuenca–, y, como se recordará, asimilable
al tipo ES1 de Lucus Augusti, de amplia difusión por Galicia y Astu-
rias (Alcorta, 2001: 312-324; Alcorta, Bartolomé y Folgueira, 2015:
80-85, figs. 2 y 4). Quizá sea el tipo de recipiente más corriente en-
194
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

tre las producciones engobadas que se estuvieron realizando en la


capital gallega, aquellas que han comenzado a denominarse “de ti-
po Lugo” (Fernández Ochoa y Zarzalejos Prieto, 2015: 116). En el
valle del Duero sus tamaños oscilan entre los 14,2 cm de diámetro
de boca y 6,4 cm de altura que presenta un ejemplar de Petavonium,
además con marca OF RVFIANI (Carretero, 2000: 87 y 648, fig. 30
y fig. 322, 13), y los 28/30 cm de diámetro de boca. Se trata de pro-
ducciones locales que se pueden fechar entre el tercer cuarto del si-
glo I d. C. y mediados del II. En numerosos lugares es precisamen-
te el siglo II el de máximo apogeo de este tipo de cuenco. Así, por
ejemplo, en el vertedero de la calle Maestro Copín, en León capi-
tal, apareció uno completo, de 15 cm de diámetro de boca, fechado
a comienzos de dicho siglo (Fernández Freile, 2003: 127-128, lám.
86, 103/35, Morillo, 2015: 304-305). Entre materiales tardíos apa-
reció un ejemplar casi completo, engobado, en el paraje de Las Ser-
nas, de Sasamón –de 23,5 cm de diámetro de boca y 11,6 cm de al-
tura–, pero junto a materiales de época más antigua, de la segunda
mitad del siglo I d. C. o comienzos del II (Abásolo y García, 1993:
157-159, fig. 78, 9). No parece que se pueda trazar una evolución
del tipo siguiendo criterios métricos, como en alguna ocasión se ha
propuesto, de manera que los más antiguos fuesen los ejemplares de
tamaño pequeño y los más modernos aquellos que presentan di-
mensiones en torno a 25/30 cm de diámetro de boca. Lo más lógi-
co es pensar que en cada casa estuviesen en uso simultáneamente re-
cipientes de diferentes tamaños.
Fuera del ámbito del Duero, igualmente es el siglo II d. C. el más
cuajado de hallazgos de este tipo de cuencos, como se observa no
sólo en Lucus Augusti, sino también en Chao Samartín (Hevia y
Montes, 2009: 135-138, figs. 115 y 116), o en Gijón, por ejemplo,
aunque aquí parece ser que llegan a penetrar en el siglo III d. C.
(Fernández Ochoa y Zarzalejos Prieto, 1997: 103; Fernández
Ochoa y Zarzalejos Prieto, 2015: 115), lo cual no es nada extraño
porque hay casos en los que se han documentado en cronologías
aún más tardías. Un vago reflejo de este singular tipo de cuenco ha-
llamos incluso al sur del Sistema Central: en un basurero excavado
hace unos años en la Ciudad Universitaria de Madrid, fechado en-
tre finales del siglo I y mediados del II d. C., se recuperó un cuen-
co de 22,7 cm de diámetro de boca claramente inspirado en los pro-
totipos septentrionales que nos ocupan (Guiral, 1997: 500, fig. 8, 1).
195
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

Con independencia de la cronología de cada recipiente concreto, al-


go que ya ha sido señalado por otros investigadores y que podemos
confirmar en el valle del Duero también, es que algunos ejemplares
muestran signos evidentes de haber estado expuestos al fuego, lo que
significa que se trata de cuencos de uso tanto en la mesa como en la
cocina, lo cual a nadie sorprende porque es una forma de paredes y
base gruesas especialmente preparadas para soportar el calor.
— Tipo 5. Cuenco imitación de la Hisp 44. Una de las muchas formas
de cerámica común de mesa que imita a la sigillata es este tipo de
cuenco profundo del que no tenemos ningún ejemplar meseteño
que se haya conservado completo. El prototipo procede de Huerña
(León), se halló en la denominada Capa 2, fechada en el siglo II d.
C., tiene 22,4 cm de diámetro de boca, carena en el inicio del ter-
cio inferior que está emulando el baquetón de su modelo de refe-
rencia y, presumiblemente, su base debió de ser anular baja (Do-
mergue y Martin, 1977: fig. 32, 624). A diferencia del cuenco Hisp
44, el borde de este ha sido doblado en horizontal y es más cónca-
vo, para recibir de manera más holgada una tapadera. A pesar de
que son pocos y fragmentarios los ejemplares que hemos hallado en
otros yacimientos, al menos sí se puede decir que estas imitaciones
se estuvieron fabricando en otras zonas peninsulares y que es nor-
ma de casi todos ellos el tener la superficie interior estriada (vid.,
por ejemplo, Abásolo y García, 1993: 89, fig. 44, 1), con lo que es
posible que en esta forma hayan influido también las cazuelas co-
munes africanas. Por otra parte, hemos observado que en aquellos
yacimientos donde está presente, generalmente también lo está la
Hisp. 44, la que constituyó su modelo de inspiración. Que esta imi-
tación se venía haciendo desde la segunda mitad del siglo I d. C., se
evidencia en Ampurias, por ejemplo, donde encontramos un caso
parecido a nuestro prototipo leonés, aunque con el borde no de ca-
zoleta (Casas et alii, 1990: nº 360).
— Tipo 6. Cuenco troncocónico de paredes tendidas, borde vertical y
pie redondeado cóncavo, rasgos todos ellos que están presentes en
una pieza hallada en el vertedero de la calle Brasilia del Burgo de
Osma (Romero Carnicero et alii, 2012: 141, fig. 45, 2), fechado en
la segunda mitad del siglo I d. C. o inicios del II. Posee 15 cm de
diámetro de boca y 6,2 cm de altura. Es un tipo de cuenco que hun-
de sus raíces en la tradición celtibérica pero que se siguió fabrican-
do en época romana en muchos lugares. En Los Castillones (Mála-
196
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

ga) está presente en contextos de finales del siglo I e inicios del II


(Serrano, 1995: 237-238, fig. 8, 64) y en la necrópolis portuguesa de
Santo André (Montargil) quizá en el siglo II d. C., aunque sus in-
vestigadores no lo aseguran (Nolen y Ferrer, 1981: 99).

3.3.3. Vasos (Fig. 14)


Quizá porque la mayor parte de los vasos para beber a lo largo del siglo I d.
C. fueran los de paredes finas –aunque no dejaban de ser productos de mesa
accesibles sólo a las economías holgadas–, o porque para esta función sirven
otras formas multiusos, lo cierto es que en cerámica común romana estos
sencillos recipientes es a partir de finales del siglo I y a lo largo del II cuan-
do más proliferan en los yacimientos meseteños. Varios son los tipos que se
tienen constatados.
— Tipo 1. Vaso globular. De una sencillez, podríamos decir, prehistórica,
el prototipo procede de Tiermes, tiene sólo 10 cm de diámetro de bo-
ca, parece querer imitar a los de paredes finas y se fecha, grosso modo,
en el siglo I d. C. (Argente et alii, 1984: fig. 116, 80-694).
— Tipo 2. Vaso troncocónico de borde ligeramente vuelto y base pla-
na. Constituye una imitación de la Hisp. 10. En la escombrera pa-
lentina de la calle Vacceos tenemos un ejemplar prototípico, de 8,3
cm de diámetro de boca y 6,2 cm de altura (Romero Carnicero et
alii, 2014: 456, fig. 7, 4), por lo que es muy de finales del I d. C.
— Tipo 3. Vaso ovoide sin cuello, con el borde vuelto y base estrecha y
plana. La pieza de referencia procede de la necrópolis tantas veces
citada de Eras del Bosque, en la que, como ya se ha señalado, el pe-
so de la tradición alfarera vaccea es fuerte, pero en este caso poco se
manifiesta porque parece claro que está tratando de imitar ciertos
cubiletes de paredes finas aunque sus paredes son gruesas (Carrete-
ro y Guerrero, 1990: 374, fig. 6, grupo XII, 1).

3.3.4. Copas (Fig. 14)


Tal como ocurría con las páteras, en las copas altoimperiales de cerámica co-
mún para usos de mesa también se dan cita características de las últimas pro-
ducciones indígenas y de la sigillata. Unas veces por razones puramente tec-
nológicas y otras por razones tipológicas, cronológicas y culturales, se pueden
considerar tanto cerámica fina de mesa tardovaccea como romana. Las copas
de los tipos 2, 3 y 4, por ejemplo, copian modelos de sigillata pero están fabri-
197
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

Fig. 14. Tabla de vasos y copas (elaboración del autor)


198
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

cadas con tecnología y masas arcillosas típicamente vacceas. Es más, alguna si-
gillata hispánica (90) trata de imitar las copas indígenas de fuste, lo que signi-
fica que el hilo conductor de las tradiciones alfareras indígenas meseteñas si-
guió operativo hasta, al menos bien entrado el siglo II d. C. (Fig. 14).
— Tipo 1. Constituye el tipo de copa más habitual y extendido por las
tierras del interior peninsular, sobre todo en la Submeseta norte. En
latín suele ser referido como calix. Aunque ninguna se ha conserva-
do completa, resulta fácil de identificar porque, en primer lugar,
trata de imitar a las copas de pie alto celtibéricas y vacceas tardías
(Wattenberg García, 1978: 25, IV A y B), las cuales también fueron
imitadas en sigillata, dando lugar a la Hisp. 90; y en segundo lugar,
porque en algunos yacimientos aparecen bordes de este tipo de co-
pa, decorado su interior con pintura, asociados a fustes, como pue-
de comprobarse, por ejemplo, en El Burgo de Osma (Romero Car-
nicero et alii, 2012: 139, fig. 44, 1-4). Lo que no nos parece nada
probable es que la fuente de inspiración fuese la Lamb. 4 de campa-
niense B o las copas del grupo Morel 1410, como en alguna ocasión
se ha propuesto, ya que las distancias morfológicas son bastante más
cortas con las copas indígenas que con las itálicas (vid., por ejemplo,
Aguarod, 1985: 34-36, fig. 10, 29-31; Aguarod, 1995: 146, fig. 25,
6). Se caracteriza por tener el cuerpo hemisférico o casi hemisféri-
co, el borde vuelto al exterior y generalmente engrosado, y el pie
más o menos elevado con la base moldurada. Un último apunte:
puesto que en la Meseta sólo contamos con fragmentos de borde,
no con formas completas, no podemos descartar que algunos de los
bordes típicos de este tipo de copa no puedan haber pertenecido re-
almente a embudos de tipo Celsa 79.87. Atendiendo al tipo de bor-
de y a la morfología del cuerpo, tres modelos se pueden deslindar.
— Tipo 1A. Uno de los mejores referentes meseteños lo encontramos
en Tiermes, caracterizado por tener borde vuelto grueso, almendra-
do, y cuerpo no muy profundo en cuya parte alta aparece una care-
na (Argente y Díaz, 1994: fig. 33, 494). Son bastante corrientes en
la Submeseta norte (Cauca, Pallantia, Segisama, Clunia…), al igual
que en La Rioja –forma XXXIV de Vareia (Luezas, 1989: 179-181,
lám. XXV, 102 y 103, y lám. XXVI, 104), o bien bajo la denomina-
ción de Forma Nieto Gallo, 1958 fig. 9 (Luezas, 2002: 113-115, figs. 37
y 38)–, Álava (Marcos Pous, 1979: 248-259, fig. 67, 3119 y fig. 68,
4502) y Navarra. En todos los casos se insiste en que sus tipos de pas-

199
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

tas están más cerca de las producciones celtibéricas y vacceas que de


las romanas propiamente dichas. Y sobre su cronología, de nuevo es
el siglo I d. C. su época de apogeo, si bien penetran en el II.
— Tipo 1B. A diferencia del anterior, esta variante tiene el borde ar-
queado hacia abajo y el cuerpo es más profundo debido a que su
parte alta posee un cierto desarrollo vertical. De nuevo es en Tier-
mes donde hallamos el referente más representativo (Argente y Dí-
az, 1994: fig. 33, 656). Lo dicho para el tipo 1A sobre las caracterís-
ticas de su pasta y la cronología sirve también para este tipo, así
como para el 1C.
— Tipo 1C. Suele ser de dimensiones mayores que las dos copas ante-
riores y en cierto modo su morfología recuerda a algunas fuentes
celtibéricas y vacceas. Es de cuerpo profundo, con carena situada
hacia la mitad o en el tercio superior y borde vuelto algo engrosado
pero con poca proyección hacia el exterior. El ejemplar termestino
que nos sirve de referencia tiene 22,3 cm de diámetro de boca (Ar-
gente y Díaz, 1994: fig. 32, 480).
— Tipo 2. Copa/cuenco imitación de la Consp. 22 y 23 / Ritt. 5. Su pas-
ta en unos ejemplares es rojo ladrillo pero en otros es de las mismas
características que las últimas vacceas y celtibéricas (Blanco García,
2015: 440 y 455-456). Cocidas en atmósferas oxidantes, es una for-
ma que está presente sobre todo en poblados situados al norte del
Duero, que son los más influidos por los campamentos militares.
Dentro de la estandarización de los modelos itálicos y gálicos, la en-
contramos en tamaños diferentes y con singularidades formales que
remiten a las distintas variantes establecidas en el Conspectus (Ettlin-
ger et alii, 2000), a veces incluso miniaturizadas, como ocurre en la
necrópolis palentina de Eras del Bosque (Carretero y Guerrero,
1990: 374-375, fig. VI, grupo XIV, 1-4) o en la vallisoletana de Las
Ruedas (Sanz Mínguez, 1997: 178, fig. 174, 575), en cualquier caso
siempre a lo largo del siglo I d. C. pero con el máximo apogeo en
tiempos de Claudio y Nerón. El ejemplar recuperado, por ejemplo,
en la sepultura 68 de esta segunda necrópolis, de 11,6 cm de diáme-
tro de boca, 7 cm de altura y base plana, se fecha entre el 50 y el 60
d. C. (Sanz Mínguez et alii, 2003: 207-212, figs. 7-9); y las copas re-
cientemente publicadas de Montealegre de Campos lo hacen desde
finales de Augusto hasta los flavios (Morillo et alii, 2014: 41). Algo
más tardíos son las del vertedero de la calle Vacceos de Palencia,
200
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

pues se fechan en las dos últimas décadas del siglo I o inicios del II
(Romero Carnicero et alii, 2014: 456, fig. 7, 1-3).
— Tipo 3. Copa/cuenco imitación ¿de la sigillata itálica Consp. 23.1?
¿de la de barniz negro itálico Morel grupo 2737?. Una copa halla-
da en la necrópolis vallisoletana de Las Ruedas, concretamente en
la sepultura 259, que fue fechada en el último cuarto del siglo I d.
C. (Sanz Mínguez y Carrascal Arranz, 2013: 12), constituye, a nues-
tro modo de ver, más que la imitación de la Consp. 23.1, la de las
formas Morel 2737 de barniz negro itálico. Aunque estas formas se
fechan en el siglo II a. C., lo cual en absoluto encaja con el perfil
cronológico del resto de materiales de acompañamiento, no es raro
ver estas copas itálicas en contextos de época de Augusto, sobre to-
do en las costas mediterráneas –como por ejemplo en Ilici (Ronda y
Tendero, 2010: 327, lám. 4, fig. 4.1)–, con lo cual las distancias se
acortan. Este hecho, y el cuenco tardovacceo barrocamente decora-
do, es lo que, como en otra ocasión ya propusimos, quizá aconsejen
envejecer un poco la cronología estimada para la referida tumba en
varias décadas. La copa en cuestión ha sido cocida en atmósfera re-
ductora, tiene 8,3 cm de diámetro de boca, 4,9 cm de altura y está
algo deforme (Fig. 15).

Fig. 15. Copa de Montealegre de Campos (foto cortesía de M. Retuerce)


201
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

— Tipo 4. Copa/cuenco imitación de la Consp. 31 / Drag. 27 / Hisp.


27. Este tipo de copa participa de la misma calidad técnica que la del
tipo 2, de su misma cronología y allí donde aquél se encuentra, és-
te también suele estar presente. Forma parte del mismo servicio de
mesa o, en su caso, de los mismos contextos funerarios, como se ob-
serva en el cementerio de Eras del Bosque (Carretero y Guerrero,
1990: 374-375, fig. 6, 6), por lo que no vamos a insistir.
— Tipo 5. Copa con el cuerpo de paredes parabólicas, borde vuelto al
exterior y pie anular, rasgos todos ellos presentes en una pieza recu-
perada en el vertedero de la calle Vacceos, de Palencia (Romero
Carnicero et alii, 2014: 456, fig. 7, 7). Es de pasta anaranjada, bien
tamizada, tiene 7 cm de diámetro de boca y 3,6 cm de altura. Este
vertedero, como en varias ocasiones hemos indicado, se fecha en las
dos últimas décadas del siglo I d. C. e inicios del II.

3.3.5. Jarras (Figuras 16-22)


El repertorio de tipos de jarras de cerámica común, grosera y fina, es exten-
sísimo en las tierras meseteñas, como lo es en el resto de la Península. Deno-
minada en latín urceus y también hidria, Apicius refiere algunos de los usos
que de ellas se hacían (André, 1981). Teniendo en cuenta que ciertos ejem-
plares proceden de contextos de cocina, como se ve en Petavonium (Carrete-
ro, 2000: 203-204, fig. 118, 865 y 866), hemos de considerar que algunos ti-
pos no sólo se usaron en el ámbito de la mesa, sino también en el de la
transformación y preparado de alimentos. El tercer contexto del que también
proceden algunas jarras es el funerario, pues no es raro hallarlas en sepultu-
ras, razón por la que hemos de suponer que en su día contendrían viandas lí-
quidas para el Más Allá (aceite, vino, hidromiel, leche, agua…). Debido a esa
enorme diversidad morfológica, los criterios básicos clasificatorios (y jerar-
quizados) que seguimos son: un asa/dos asas, boca con pico vertedor/sin pi-
co, boca y cuello anchos/estrechos, cuello largo/corto.
— Tipo 1. Los rasgos que definen este tipo de jarra son los siguientes:
posee un asa, cuello y boca anchos y pico vertedor. En este grupo
englobamos tanto las jarras de boca circular pero en las que en el ex-
tremo opuesto al asa se ha modelado un pico –generalmente algo
elevado– para facilitar el vertido, como aquellas otras en las que la
boca es trilobulada. En ambos casos, se trata de un tipo de jarra co-
rriente y de gran proyección cronológica y geográfica. Dos son las
formas que en la Meseta altoimperial se pueden distinguir.
202
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

— Tipo 1A. Jarra de cuerpo cilíndrico, cuello ancho de escaso desarro-


llo, boca amplia trilobulada, base plana y un asa. El recipiente pro-
totípico, depositado en el Museo de Santander, forma parte de un
lote de vasos casi con seguridad procedente de la necrópolis palen-
tina de Eras del Bosque (López y Olea, 1986-1988: 244-246, fig. I,
3 y lám. II, 3). Es de pequeñas dimensiones, pues sólo tiene 6,9 cm
de diámetro máximo de cuerpo y 9 cm de altura. La pasta es de bue-
na calidad aunque el acabado y el tacto son algo ásperos, carecien-
do de decoración. Este es un tipo de jarra de pico que se seguirá fa-
bricando en siglos posteriores, muy corriente en época visigoda,
pero de este ejemplar en concreto sí se puede decir que se fecha en
el primer tercio del siglo I d. C. (Fig. 16)
— Tipo 1B. Jarra de cuerpo bulboide, cuello ancho y corto, boca am-
plia con pico vertedor ancho, base plana y un asa. Constituye otro
tipo de jarra que ha perdurado hasta nuestros días. El recipiente
marcador del tipo formaba parte de un depósito cerrado, un gran
hoyo situado entre las casas 2 y 3 de Pintia, que se pudo fechar en
el último tercio del siglo I d. C. o comienzos del II gracias a los va-

Fig. 16. Jarra del yacimiento


de “Momo”, Alcalá de Hena-
res, fechada entre 30 y 60 d. C.
(Heras, Juan y Bastida, 2014)
203
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

sos de sigillata con los que compartía contexto. Tiene 15 cm de diá-


metro máximo en el centro del cuerpo y 20,7 cm de altura (Cente-
no et alii, 2003: fig. 19, 1). Es un tipo de jarra muy común que se
puede englobar dentro de la forma Vegas 46, de amplia difusión te-
rritorial, pero en las que a veces encontramos pequeñas peculiarida-
des regionales. Las producidas en Chao Samartín, por ejemplo, sue-
len tener el pico muy estrecho y muchas de ellas una especie de
botón en la parte superior del asa para sujetar con el pulgar (Hevia
y Montes, 2009: 123-127, figs. 106 y 107).
— Tipo 2. Jarra de un asa con cuello estrecho pero de cierto desarrollo
vertical, boca trilobulada también estrecha y base plana o anular ba-
ja. Constituye un tipo relativamente común, de tamaños variados,
pues su altura oscila entre los 14 y los 25 cm. Las jarras de este tipo
suelen ser de más calidad técnica que las de Tipo 1 al estar fabrica-
das con masas arcillosas más depuradas, las cocciones son tanto oxi-
dantes como reductoras y de nuevo se pueden identificar dos formas
en la Meseta.
— Tipo 2A. Es de cuerpo globular y más corriente que la que después
veremos, la 2B, si bien ambas se estuvieron fabricando en la misma
cronología. El ejemplar que mejor representa el tipo, a pesar de fal-
tarle la base pero que tuvo unos 20 cm de altura, procede de la Ca-
sa del Acueducto de Tiermes (Argente y Díaz, 1994: 94, fig. 43,
1164), seguramente es de la segunda mitad del siglo I d. C. o de co-
mienzos del II. De su misma morfología y cronología algo más an-
tigua, ya que se ha podido fechar entre los años 30 y 60 d. C., dis-
ponemos de un ejemplar que se halló dentro de un pozo en el
yacimiento de “Momo”, en Alcalá de Henares (Heras et alii, 2014:
105, fig. 8) (v. Fig. 16). De nuevo no conserva la base, aunque pudo
haber tenido unos 14 ó 15 cm de altura, el asa es de cinta de tres ca-
bos y la boca con pico casi estrangulado en la base. En la necrópo-
lis palentina de Eras del Bosque se recuperó una jarrita de este tipo
con amplio hombro horizontal. Ya en sigillata hispánica, pero del si-
glo III d. C., hallamos este modelo de jarra en la habitación 7 de la
Casa de los Plintos de Uxama (García Merino et alii, 2009: 229-230
y 248-249, fig. 11, 12). Sobre la función de este tipo de jarra y la 2B,
en alguna ocasión se ha propuesto que pudieran haber servido para
servir vino, lo cual entra dentro de lo posible (Beltrán Lloris et alii,
1996: 175, fig. 26, 2), y las investigadoras de Uxama que acabamos

204
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

de citar dicen que la referida jarrita de sigillata hubo de contener vi-


no, aceite o salsa, pero serían necesarios análisis de residuos para sa-
lir de dudas en cada caso concreto.
— Tipo 2B. Posee el mismo tipo de boca y de cuello que el anterior, pe-
ro el cuerpo ya no es globular, sino bitroncocónico. El tronco de co-
no superior es de escaso desarrollo, si bien constituye el hombro del
recipiente, mientras que el inferior supone las tres cuartas partes del
cuerpo. El modelo que mejor representa esta forma, fabricado en
cerámica poco tamizada, lo encontramos en el Nivel V del Edificio
I de Petavonium, tiene 6,4 cm de diámetro de boca, 23,3 cm de al-
tura, es de pasta ocre-anaranjada y asa de cinta de dos cabos (Carre-
tero, 2000: 182 y 674, fig. 101, 734 y fig. 338, 111). Se fecha en la
segunda mitad del siglo I d. C. De esta misma morfología, aunque
con el hombro más parabólico, y casi la misma altura apareció un
ejemplar en Las Molleras (Salinas de Rosío, Burgos), fechado, por
similitudes con cierta pieza de Castro Urdiales que se halló con sud-
gálica, hacia mediados del siglo I d. C. (Abásolo y Pérez, 1985: 230
y 253, fig. 47 y lám. XIV). Aunque se trata de restos fragmentarios,
puede que jarras de este tipo haya también en Asturica Augusta
(González Fernández, 1999: 1031, fig. 2, inf. dcha.) y en León (Fer-
nández Freile, 2003: 138, láms. 104 y 105), todo ello en la misma
cronología. Fuera de estas comarcas noroccidentales de Castilla y
León, este es un tipo de jarra nada extraño en otras regiones penin-
sulares, como por ejemplo en Gerona (Casas et alii, 1990), de nue-
vo en el siglo I más que en el II d. C. (Fig. 17 y 18).
— Tipo 3. Jarra de un asa con cuello estrecho de cierto desarrollo ver-
tical, boca circular igualmente estrecha y cuerpo generalmente
ovoide, pero a veces globular, en cualquier caso siempre bajo. La
pieza que marca el tipo, palentina, como seguidamente veremos,
cuenta con algunos rasgos morfológicos más, como poseer borde
apuntado, baquetón en la unión del cuerpo con el cuello y base um-
bilicada, pero no los incorporamos a la descripción genérica porque,
en todo caso, con el tiempo puede que se revelen como elementos
singulares marcadores de subtipo, y preferimos dejar la puerta
abierta a esta posibilidad. De hecho, en la Casa de Hippolytus, de
Complutum, tenemos una jarrita de su mismo tipo pero con el bor-
de redondeado y sin baquetón marcando el final del cuello y el co-
mienzo del hombro, de época flavia ya (Rascón, 1998: nº cat., 209)

205
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

Fig. 17. Tabla de jarras (elaboración del autor)


206
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 18. Tabla de jarras (cont.)


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CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

(Fig. 20); y en algún que otro yacimiento no meseteño hay jarras co-
mo esta pero con la base totalmente plana, como se puede compro-
bar, por ejemplo, en Valentia (Albiach et alii, 1998: 159, fig. 16), fecha-
da en época de Augusto. La pieza en cuestión procede de un contexto
cerrado, de una sepultura excavada por M. del Amo en 1990 en la ne-
crópolis de Eras del Bosque, en Palencia capital, y que por los mate-
riales romanos de lujo con los que compartió espacio se puede fechar
hacia el 10/20 d. C. (Del Amo, 1992: 199, fig. 7, 6), habida cuenta el
periodo de vida útil de dichos materiales, que realmente se fechan
veinte o veinticinco años antes. Es de barro anaranjado bien depura-
do, tiene 19 cm de altura y 4 cm de diámetro de boca.
— Tipo 4. Jarra de un asa con cuello corto y estrecho, boca circular
igualmente estrecha, borde grueso de sección triangular, cuerpo
globular y base plana. La pieza prototípica se recuperó en la Estruc-
tura nº VI de las exhumadas en las excavaciones del año 2000 en el
yacimiento de Las Frailas (Frechilla, Palencia), pero no es única, si-
no que aparecieron dos, ambas fechadas a finales del siglo I d. C. o

Fig. 19. Jarra de la necrópolis de


Eras del Bosque, Palencia, de ini-
cios del siglo I d. C. (foto, Museo
de Palencia)
208
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

inicios del II, por los materiales de acompañamiento (De la Cruz y


Franco, 2012: 263-264, fig. 3 y fig. 6, 1). Tiene 18,5 cm de altura, 5
cm de diámetro de boca y sobre el hombro lleva el grafito precoc-
ción LIC SEX así como un motivo zoomorfo que no se describe.
No es nada raro encontrar jarras de este tipo marcadas con grafitos,
teóricamente relativos a sus propietarios. En el Nivel V de la habi-
tación “j” del Edificio I de Petavonium, se halló una jarra como la
palentina, pero de unos 27 cm de altura, pues no se ha conservado
la boca, con el grafito …SERA (Carretero, 2000: 213-214, fig. 127,
923), de la misma cronología.
— Tipo 5. Jarra de un asa con cuello destacado y estrecho, boca circu-
lar también muy estrecha, por lo general moldurada e internamen-
te preparada para recibir un tapón, y base plana o anular baja.
— Tipo 5A. Su principal peculiaridad es el gran desarrollo que adquie-
re el cuello, de manera que el cuerpo sólo supone la mitad de la al-
tura del recipiente. Estas jarras suelen estar fabricadas con arcillas
bien depuradas, cocidas la mayor parte de ellas en atmósferas oxi-
dantes a unos 900-950oC, como recientemente ha quedado demos-
trado en León (Morillo et alii, 2015: 129), sus superficies externas
están bien alisadas e incluso semibruñidas en algunos casos, y a ve-
ces las interiores especialmente impermeabilizadas para que no ab-
sorban los líquidos en ellas depositados (Fig. 21). Siempre son de
proyección vertical, pero cuyo cuerpo puede adoptar diversas for-
mas: globular, ovoide, piriforme. Por seguir con León, aquí encon-
tramos un ejemplo representativo en cierta jarra conservada parcial-
mente para la que se estima una altura de 21,9 cm, de cuerpo
bulboide bajo (Morillo et alii,, 2015: 122-123, fig. 3, 1) A diferencia
de otros tipos de jarras, que se inscriben geométricamente dentro
de un cuadrado, este tipo lo hace dentro de un rectángulo en posi-
ción vertical. No obstante, siempre hay tipos intermedios. Este es
uno de los tipos de jarra de más amplia difusión por todo el cua-
drante noroeste peninsular y, en nuestro caso, especialmente abun-
dante en poblados y enclaves militares del occidente castellano-leo-
nés sobre todo en el siglo I d. C. Sus alturas siempre están en torno
a los 20/22 cm, y aunque algunas la superan, se podría confeccionar
una extensa tipología de estas jarras, con subtipos y variantes, aten-
diendo a la diversidad morfológica de las bocas y de los cuerpos,
equiparable a la realizada para Augusta Emerita por parte de Sán-

209
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

chez Sánchez (1992a: 42-48), pero, al menos en esta ocasión, no ve-


mos justificado realizarla.
Lo que sí queremos señalar es que, dentro de la diversidad, pa-
rece un tipo de producción estandarizada en cuanto a su capacidad.
Es decir, es un envase fabricado para recibir medidas fijas del líqui-
do al que va destinado, en muchos casos, aceite, seguramente de oli-
va, como ha quedado demostrado tras los análisis efectuados a ese
conjunto de jarras de León (Morillo et alii, 2015: 148-149). Este es
uno de los enclaves en los que en mayor número se han recuperado
y, en consecuencia, con mayor número de variantes morfológicas,
vinculadas en todo caso al ejército, lo mismo que en Asturica Augus-
ta (González Fernández, 1999: 1031, fig. 2), Huerña (Domergue y
Martin, 1977: 81, fig. 20, 332 y 333 y fig. 36, 694) y Petavonium (p.
ej., Carretero, 2000: 91, fig. 31, 89), siempre en contextos de ese si-
glo I d. C. avanzado. En contextos no militares, este tipo de jarra lo
vemos en otros muchos lugares meseteños, como por ejemplo en el

Fig. 20. Jarra de época flavia recu-


perada en la Casa de Hippolytus,
de Complutum (foto, Museo Ar-
queológico Regional de la Comuni-
dad de Madrid)
210
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

alfar de El Burgo de Osma (Romero Carnicero et alii, 2012: 142,


fig. 46, 1), fechado entre la década de los sesenta y comienzos del si-
glo II d. C.; quizá, pues sólo se conservan varias bocas, en el Horno
1 del alfar de Viña del Pañuelo (Villamanta, Madrid), en este caso
del último tercio del I d. C. (Zarzalejos, 2002: 155, fig. 132); y ya
más tardíamente, del siglo III d. C., en el nivel de destrucción de la
habitación 7 de la Casa de los Plintos de Uxama (García Merino,
Sánchez y Burón, 2009: 239, fig. 19, 4) (Fig. 19).
Pero este tipo de jarra, que en otras zonas de Hispania ya se fa-
bricaba en la primera mitad del I d. C. –como vemos en el valle del
Ebro (Beltrán Lloris et alii, 1980: 142 y 148; Luezas, 2002: 116-119,
figs. 41-43)–, se siguió fabricando a lo largo de la centuria siguien-
te, hecho que se constata a través de ejemplares recuperados en en-
claves situados en la periferia meseteña como Lucus Augusti (Alcor-
ta, 1995: 218, fig. 14, 2) o Forua (Martínez Salcedo, 2004: 304)

Fig. 21. Conjunto de bocas de jarras del tipo 5 procedentes de León (foto cortesía de A. Morillo)
211
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

entre otros. En varios lugares, donde, por cierto, son referidas co-
mo botellas monoansadas y, efectivamente, más apropiado parece,
no se han podido vincular éstas con instalaciones alfareras conoci-
das, salvo en algún caso, como ocurre con Turiaso (Aguarod, 1984:
36-37, figs. 12, 13 y 14, 47-50; Aguarod y Amaré, 1987: 844, fig. 9),
fechadas en la segunda mitad del I d. C.
— Tipo 5B. A diferencia del tipo anterior, esta jarra tiene el cuello sen-
siblemente más corto y el cuerpo representa las tres cuartas partes
de la altura total. En Petavonium hallamos la pieza más representa-
tiva, de 35 cm de altura, marcada con grafito ATIM (Carretero,
2000: 179, fig. 98, 712).
— Tipo 6. Jarra de un asa con cuello corto y ancho, boca circular an-
cha, borde moldurado, cuerpo ovoide en unos casos y globular en
otros y base plana, anular o umbilicada, a juzgar por los paralelos de
formas completas extrameseteñas. Atendiendo a la configuración
del borde sobre todo, se pueden deslindar tres formas.
— Tipo 6A. El tipo de borde de esta jarra está fuertemente doblado ha-
cia el exterior y modelado de forma cóncava para que en él encaje
una tapadera. La pieza que mejor representa esta forma procede del
Horno 1 del alfar de Viña del Pañuelo (Villamanta, Madrid) –fecha-
do, como se recordará, en el último tercio del siglo I d. C.–, tiene
nada menos que 40,8 cm de altura, 24 cm de diámetro de boca,
cuerpo ovoide y base umbilicada (Zarzalejos, 2002: 153, fig. 131).
— Tipo 6B. Aunque no se conserva ningún ejemplar meseteño comple-
to, la diferencia respecto del anterior es que tiene el borde sensible-
mente menos tendido hacia el exterior y en él también podría enca-
jar una tapadera. La jarra prototípica procede del testar localizado
en la calle Brasilia de El Burgo de Osma (Soria), quizá vinculado
con el horno de la Plaza de la Catedral excavado en 1998-1999 (vid.
supra), tiene 12 cm de diámetro de boca, asa de dos cordones, y es-
tá fechada entre los años sesenta del siglo I d. C. e inicios del II (Ro-
mero Carnicero et alii, 2012: 142, fig. 45, 5). Muy similar a esta ja-
rra, y de la segunda mitad del I d. C. también, tenemos un ejemplo
en el alfar de Turiaso (Aguarod, 1984: 37-38, fig. 14, 53) (Fig. 20)
En este tipo de jarras a veces el borde moldurado es completa-
mente vertical, a pesar de cual también podría encajar una tapade-
ra, que apoyaría en la superficie interna del cuello. Un buen ejem-

212
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

plo de bocas de este tipo lo encontramos en la denominada Cata E


de Tiermes (Jimeno, 1980: 73, fig. 22, 419), fechada en la segunda
mitad del siglo I d. C. Su dispersión territorial es amplia y su época
de apogeo se sitúa en esos momentos, aunque se sigue fabricando en
el siglo II d. C. En la villa de Santa Leocadia (Ciudad Real), así co-
mo en Sisapo (La Bienvenida, Ciudad Real), los contextos en los que
se ha documentado conducen a esa cronología (resp., Benítez de
Lugo, Esteban y Hevia, 2004: 180-181, fig. de p. 180, 19; Fernán-
dez Ochoa et alii, 1994: 133, fig. 32, 59). La misma que indican las
del valle del Ebro (Luezas, 2002: 123; Aguarod, 1984: 37-38, fig. 14,
51-53 y fig. 15, 54-57).
— Tipo 7. Jarra de un asa con cuello corto y ancho, cilíndrico o troncocó-
nico, boca circular ancha también, borde moldurado, cuerpo globular
en unos casos y troncocónico en otros y base plana o suavemente um-
bilicada. Tres son las formas que englobamos dentro de este grupo.
— Tipo 7A. Un único ejemplar conocemos hasta ahora, procedente de
Montealegre de Campos (Valladolid). Es de pequeño tamaño, pues
sólo tiene 11,2 cm de diámetro de boca y unos 10 cm de altura, su
cuerpo es globular, el cuello cilíndrico, asa de dos cabos, no conser-
va la base y está fechado en la segunda mitad del siglo II d. C. (Ro-
jo, 1988: 57, fig. 11, arriba). Su tamaño y morfología permiten que
también pudiera ser interpretada como una taza. Lamentablemen-
te, no se dan indicaciones sobre el tipo de pasta y de cocción.
— Tipo 7B. También sólo es un ejemplar el que conocemos, pero de
mayor tamaño que el anterior y, además, carenado. Procede del tes-
tar de la calle Brasilia de El Burgo de Osma, no se ha conservado el
borde, a pesar de lo cual pudo haber alcanzado entre 12 y 13 cm de
altura y unos 20 cm de diámetro de boca, el cuerpo es bajo y tron-
cocónico, hombro y cuello troncocónicos, y la base suavemente
anular pero algo umbilicada (Romero Carnicero et alii, 2002: 142,
fig. 45, 6). Su cronología queda establecida entre los años sesenta
del siglo I d. C. y comienzos de la centuria siguiente. Morfológica-
mente es casi idéntica a las denominadas tazas carenadas del Chao
Samartín, fechadas además en la misma época que la soriana (Hevia
y Montes, 2009: 51-53, fig. 34 y fig. 35, 1 y 2), y muy similar a al-
gunas de las exhumadas en la necrópolis portuguesa de Santo André
(Montargil), ya claramente del siglo II d. C. (Nolen y Ferrer, 1981:
101, lám. X, C8.5a).
213
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

— Tipo 7C. Tampoco en este caso está la jarra completa, ya que le fal-
ta la base, aunque muy posiblemente fuese plana. Procede de las ex-
cavaciones realizadas en 1971-1973 en La Corona de Quintanilla,
situada junto al río Duerna, en la provincia de León, tiene 19,4 cm
de diámetro de boca, cuerpo globular, cuello engrosado, borde
grueso también de sección ovalada y cronológicamente se sitúa en-
tre los años 15/20 y 60/70 d. C., al igual que el resto de materiales
con los que comparte contexto (Domergue y Sillières, 1977: 155,
fig. 58, 22 E 20).
— Tipo 8. Jarra de dos asas, de perfil en “S”, con cuello corto y ancho,
boca circular ancha también, borde suavemente exvasado y base pla-
na o suavemente umbilicada. El ejemplar prototípico, procedente
de la necrópolis de Eras del Bosque y es de pequeño tamaño, pues
sólo tiene 4,6 cm. de diámetro de boca y 5,6 cm. de altura (López y
Olea, 1986-1988: 248, fig. III, 7 y lám. IV, 7), por lo que es una ja-
rra miniaturizada para usos funerarios. Es de suponer que los mo-
delos en los que se inspiró fueran de tamaño mayor. Su cronología
se sitúa en la primera mitad del siglo I d. C. (Fig. 21)
— Tipo 9. Jarra de dos asas con cuello corto y ancho, boca circular
igualmente ancha, borde vuelto al exterior y base plana o suavemen-
te umbilicada. Por ser un tipo de jarra muy funcional, es de amplia
difusión geográfica y de gran proyección cronológica. El ejemplar
marcador del tipo es bastante burdo, procede del castro palentino
de Tariego de Cerrato, tiene 8 cm de diámetro de boca, 19 cm de
altura, su base es umbilicada y se fecha, grosso modo, en los siglos I-
II d. C. (Castro y Blanco, 1975: 75, lám. XII, 45).
— Tipo 10. Jarra de dos asas con cuello corto y ancho, boca circular
igualmente ancha, borde vuelto al exterior pero preparado para re-
cibir una tapadera y cuerpo ovoide. El prototipo procede de la Ca-
sa del Acueducto de Tiermes, tiene 8,3 cm de diámetro de boca,
17,7 de altura y base ligeramente cóncava. Jarras como esta las te-
nemos también, datadas en la segunda mitad del I d. y la primera del
II, en Petavonium (Carretero, 2000: 132 y 678, fig. 61, 390 y fig.
343, 127), en el alfar de Turiaso (Aguarod, 1984: 38-39, fig. 15, 59-
61), etc. El tipo se siguió fabricando a lo largo del Bajo Imperio.
— Tipo 11. Jarra de dos asas con cuello ancho de longitud media, boca
circular ancha, borde moldurado vertical, cuerpo bulboide y base
plana. Es un tipo de jarra de proporciones singulares y pequeño ta-
214
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

maño que de nuevo procede de la necrópolis palentina de Eras del


Bosque (López y Olea, 1986-1988: 246, fig. II, 4, lám. II, 4). Su pas-
ta es de buena calidad pero las superficies están simplemente alisa-
das y son ásperas al tacto. Tiene 5,2 cm de diámetro de boca, 9,8 cm
de altura y su cronología se sitúa en las primeras décadas del siglo I
d. C. Una cierta similitud morfológica tiene esta jarra con alguna ja-
rra engobada numantina, aunque la soriana es de mejor factura (Ro-
mero Carnicero, 2015: 344, fig. 7, 5).
— Tipo 12. Jarra de dos asas con cuello cilíndrico ancho de longitud
media, boca circular ancha también, borde moldurado vertical más
ancho que el cuello para poder acoger una tapadera, cuerpo bulboi-
de y base plana pero ligeramente cóncava. La pieza que marca el ti-
po se recuperó en la tumba 65 de la necrópolis pintiana de Las Rue-
das –fechada a mediados del siglo I d. C.– y está engobada tanto por
dentro como por fuera (Sanz Mínguez, 1997: 136, fig. 140, F). Su
tamaño es pequeño: 6,8 cm de diámetro de boca y 9,6 cm de altura.
Según C. Aguarod esta forma de jarra surge en la primera mitad del
siglo I d. C. (1985: 46), y viendo la que acabamos de describir, la de
Eras del Bosque, con la que tantos elementos en común tiene, nos-
otros también lo creemos.
— Tipo 13. Jarra de dos asas con cuello troncocónico, corto y estrecho,
boca circular estrecha, borde vuelto al exterior y moldurado, cóncavo
por estar preparado para que encaje una tapadera, cuerpo ovoide y ba-
se plana. El ejemplar que mejor representa el tipo tiene el perfil com-
pleto, se halló en Petavonium, es de arcilla tosca, de tamaño grande,
pues tiene 45 cm de altura (casi un pequeño cántaro), 12,6 cm de diá-
metro de boca, asas de cinta y en el hombro muestra el grafito SE.P…
(Carretero, 2000: 131 y 678, fig. 59, 381 y fig. 339, 117). Su cronolo-
gía se sitúa hacia finales del siglo I d. C. o inicios del II.
— Tipo 14. Jarra de dos asas con cuello cilíndrico corto y estrecho, bo-
ca circular de anchura mediana, borde algo exvasado, engrosado y
moldurado, y cuerpo bulboide más que globular. De nuevo es Peta-
vonium, concretamente el nivel V de la habitación “j” del Edificio I,
el lugar de procedencia del ejemplar prototípico de este tipo de ja-
rra (Carretero, 2000: 214 y 656, fig. 128, 924 y fig. 326, 37). Tiene
8 cm de diámetro de boca y aunque no conserva la base, su altura
estuvo en torno a los 20 cm. La cronología es la misma (Fig. 22)

215
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

Fig. 22. Jarra de la necrópolis de


Eras del Bosque, Palencia, de ini-
cios del siglo I d. C. (foto, Museo
de Palencia)

3.3.6. Botellas (Fig. 23)


Ya hemos señalado al explicar las jarras cómo las de alto cuello estrecho y bo-
ca también estrecha (Tipo 5), aunque tengan un asa, ciertos investigadores
prefieren denominarlas botellas, lagoenae (Beltrán Lloris, Aguarod, Luezas,
Tremoleda…), y razones no les faltan. Nosotros las hemos dejado como ja-
rras, por lo que el repertorio de botellas queda, de momento, restringido a
dos tipos.
— Tipo 1. Botella de cuerpo ovoide, cuello corto, boca estrecha con el
borde vuelto y base plana. La pieza que muestra estas características
procede de La Corona de Quintanilla (León), tiene 5 cm de diáme-
tro de boca y 29 de altura, su superficie externa muestra múltiples
acanaladuras estrechas –interpretadas como un sistema para que el
recipiente no resbale de las manos, además de ser decorativo–, y
aparece recubierta por un muy diluido engobe gris (Domergue y Si-
llières, 1977: 139-141, fig. 43). Está fechada entre los años 15/20 y
60/70 d. C. Una pieza de morfología muy similar, pero con 6 cm de
diámetro de boca y 25,5 de altura, se recuperó en el nivel V de la
habitación “m” perteneciente al Edificio II de Petavonium, si bien se
interpreta como jarra al conservar un arranque de asa (Carretero,
2000: 255 y 676, fig. 160, 1157 y fig. 339, 114). Su cronología, con-
216
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

Fig. 23. Tabla de botellas, quemaperfumes y portalucernas o pie de candelabro (elaboración del autor)
217
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

siderando el contexto, quizá sea un poco posterior al de la botella


leonesa, de la segunda mitad del siglo I d. C. o inicios de la centu-
ria siguiente.
— Tipo 2. Botella de cuerpo globular, cuello corto, boca relativamente
ancha y base algo cóncava, rasgos que presenta un ejemplar obteni-
do en posición secundaria en la necrópolis vallisoletana de Las Rue-
das. Es de pequeño tamaño, pues tiene 7,8 cm de diámetro de boca
y 13,1 cm de altura (Sanz Mínguez, 1997: 179, 593, fig. 174, 593).
La posición secundaria en la que se halló no impide ajustar su cro-
nología, ya que todos los materiales de la zona remiten a época fla-
via (Sanz Mínguez, 1997: 357).

3.3.7. Tapaderas
El repertorio de tipos de tapaderas fabricadas en cerámica común fina es si-
milar al de las fabricadas en pastas groseras que ya vimos, por lo que no in-
sistiremos.

3.3.8. Otras formas


En este apartado apendicular queremos recoger algunas formas de cerámica
común que, sin estar directamente relacionadas con las tareas de preparado y
consumo de alimentos –y al margen de los recipientes de almacenamiento–,
sí lo están con actividades desarrolladas en el ámbito doméstico, entre otras
posibles.

3.3.8.1. Quemaperfumes o incensarios (Fig. 23).


Esta es la función que se asigna a un tipo de recipientes abiertos de amplias
bocas, semejantes a los platos, algunos de los cuales suelen tener el fondo de
la superficie interna quemado. Estarían relacionados con la combustión de
materias aromáticas, pero no se sabe muy bien si en contextos de carácter ri-
tual o de mejora de los ambientes que se respiraban en las casas. No son na-
da abundantes en los conjuntos de cerámica común. Al menos en la Meseta
se pueden reconocer dos tipos.
— Tipo 1. De cuerpo bajo, paredes curvadas, borde vuelto al exterior
con encajadura para colocar una tapadera, baquetón decorado en
relieve –al igual que el borde externo–, y aunque no se conserva la

218
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

base, el fondo presumiblemente es plano, pero sobre peana, a juz-


gar por ejemplares mejor conservados. Todas estas son las caracte-
rísticas que presenta cierta pieza recuperada en el Sector Casa Pa-
llarés de León, de 20 cm de diámetro de boca, que, por el contexto
material en el que ha aparecido, inicialmente se fechó a finales del
siglo I d. C. (Prieto, 2014: 324, fig. 6, 4), pero poco después se ha
podido precisar aún más: entre los años 60 y 80 d. C. (Morillo,
2015: 302). No obstante, es un tipo que se siguió fabricando des-
pués: en Lucus Augusti los tenemos similares entre inicios del siglo
II y mediados del III (Alcorta, 2001: 336-339, fig. 141, 3, 5 y 6).
— Tipo 2. Carenado, cuerpo de profundidad mediana en el que la mi-
tad inferior tiene forma de casquete esférico y la superior troncocó-
nica, borde biglobular y, de nuevo, tanto éste como la línea de care-
na están decorados en relieve. Tampoco se conserva la base, pero lo
más probable es que tuviera pie elevado o peana, tal como nos
muestra el excelente referente de Vindonissa que recoge M. Vegas
(1973: tipo 64-1). De las inmediaciones de la muralla de Segóbriga
(sector 7) procede el ejemplar que representa al tipo. En más peque-
ño que el anterior, pues sólo tiene 13,8 cm de diámetro de boca,
conserva restos de engobe rojizo y se fecha en la segunda mitad del
siglo I d. C. (Almagro-Gorbea y Lorrio, 1989: 128, fig. 57, 9). Al
igual que el anterior, y con pocas modificaciones morfológicas, per-
vivió hasta, al menos, finales del siglo IV d. C., como evidencia, por
ejemplo, cierta pieza completa –además, quemada en su interior–,
de la Casa de los Estucos de Complutum (Rascón, 1998: nº cat. 219)
(Fig. 23).

3.3.8.2. Portalucernas o pie de candelabro (Fig. 23).


De un estrato del foro de Clunia, que fue fechado por Palol y Guitart en el
último cuarto del siglo I d. C., procede un esbelto fuste estriado que se inter-
pretó bien como parte de un portalucernas, bien de un candelabro. Sus di-
mensiones no las sabemos porque no se consignan en el inventario y tampo-
co la figura en la que se recoge cuenta con escala (Palol y Guitart, 2000: 274,
fig. 19, 68).

219
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

4. Conclusiones
Muy brevemente, varias son las cuestiones que queremos destacar. En primer
lugar, no parece que tenga mucho sentido tratar de identificar en las produc-
ciones meseteñas de cerámica común altoimperial elementos de singularidad
respecto de los que se constatan en las regiones de su periferia, pues uno de
los efectos del proceso de romanización de Hispania es la tendencia hacia co-
tas cada vez más elevadas de homogeneidad material. No obstante, sí se pue-
den apreciar algunas leves diferencias, de manera que mientras la cerámica
común de las zonas de León y Zamora está tecnológica y tipológicamente
cercana a la del norte de Portugal, Galicia y Asturias (Bracara Augusta, Lucus
Augusti, Chao Samartín…), cuanto más al sur estos rasgos se van perdiendo.
Por ejemplo, las jarras monoansadas de alto cuello que englobamos en nues-
tro tipo 5, tan numerosas en Legio, Asturica Augusta o Petavonium, al sur del
Duero se vuelven muy escasas. Por otra parte, y en sentido sur-norte, las in-
fluencias de la común norteafricana, tan presentes en la Bética y en zonas
costeras mediterráneas e incluso atlánticas, en la Meseta tienen muy poca en-
tidad.
En segundo lugar, tal y como ocurre en el resto de regiones de la Penín-
sula, aquí también se identifica un horizonte de transformación/extinción de
las cerámicas comunes indígenas a lo largo del siglo I d. C., pero en unos en-
claves más que en otros. En las antiguas ciudades vacceas en proceso de ro-
manización, así como en las celtibéricas –y en sus respectivas necrópolis–, se
observa cómo el peso de las tradiciones cerámicas autóctonas fue importan-
te, tanto en la común como en la pintada (Blanco García, 2015). Este hecho
se encuentra mucho más difuminado en los poblados del área carpetana, don-
de la romanización material está presente desde momentos más tempranos.
Lógicamente, en las ciudades campamentales de la Submeseta norte, y en
aquellas en las que se advierte presencia de contingentes militares, aunque
también hay reminiscencias de la época anterior –cerámica de tradición astur
en Legio, Asturica Augusta o en Castro de Corporales y de tradición vaccea en
Petavonium–, el peso de esas tradiciones fue menor.
En tercer lugar, en la Meseta son aún pocos los yacimientos con coleccio-
nes numéricamente significativas de cerámica común altoimperial, a diferen-
cia del panorama que presentan otras regiones peninsulares. Al menos, colec-
ciones que estén publicadas total o parcialmente. Destacan sobre todo las de
las ciudades campamentales de Petavonium, Legio y Asturica Augusta. En la
mayor parte de las ocasiones el material disponible se reduce a conjuntos pe-
queños, aunque diversos desde el punto de vista tipológico y por ello todos
220
JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

interesantes. Como es habitual, en la Meseta también son los cuencos, las


ollas y las jarras los tipos de recipientes con mayor diversidad morfológica.
Los platos, aun siendo muy numerosos, son morfológicamente poco varia-
dos, lo mismo que ocurre con las tapaderas. En general, y a medida que se
vayan dando a conocer nuevas colecciones que nos consta están en estudio,
tanto de excavaciones antiguas como recientes, el panorama tipológico aquí
presentado se irá enriqueciendo (Fig. 24).

Fig. 24. Algunos tipos de pastas cerámicas. 1, plato de cocina; 2, olla; 3, cuenco de mesa; 4, borde de mortero
(elaboración del autor)
221
CERÁMICA COMÚN ROMANA ALTOIMPERIAL DE COCINA Y MESA, DE FABRICACIÓN LOCAL, EN LA MESETA

Finalmente, un aspecto aún muy deficitario es el relativo a los análisis ar-


queométricos. Los pocos que se han realizado sobre cerámicas romanas al-
toimperiales en los últimos años se han centrado en las producciones de ca-
lidad, en la sigillata básicamente (Buxeda y Tuset, 2010; Madrid y Buxeda,
2012; Jaramillo y García, 2013). La común de cocina y mesa ha sido tan po-
co atractiva para este tipo de analíticas que, aun constituyendo un porcenta-
je importante en los conjuntos exhumados en las excavaciones, dado que a ve-
ces llegan a superar el 70%, habitualmente son dejadas al margen, y eso a
pesar de que la investigación reconoce su enorme interés como fuente de in-
formación para conocer las prácticas alimenticias de quienes las usaron. Esta
es una de las carencias que seguimos arrastrando y que contrasta con lo que
se viene haciendo en otras regiones de Hispania, donde ya están firmemente
asentados estos estudios. No hay, por ejemplo, investigaciones sobre capaci-
dades, tampoco análisis de fitolitos, de residuos, ningún intento de comparar
estadísticamente los repertorios de ciudades campamentales con los de las
que nunca lo fueron, escasos análisis de pastas (Fig. 24), y en alguno de los
efectuados recientemente ni siquiera se especifica si las muestras que han si-
do utilizadas son altoimperiales o bajoimperiales. Entre los escasos trabajos
arqueométricos que se pueden destacar en el ámbito de las submesetas, el
más reciente es el realizado sobre cierto tipo de ánforas y jarras de Legio por
parte de A. Morillo, R. Morais y R. García (2015) cuyos resultados han sido
de un gran interés, no sólo para los estudios de cerámica, sino también para
el conocimiento histórico de este enclave militar.

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JUAN FRANCISCO BLANCO GARCÍA

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