Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
ENLA
EXPERIENCIA ANALÍTICA
A
COLETTE SOLER
La repetición
en la
experiencia analítica
MANANTIAL
Buenos Aires
Traducción: Horacio Pons
Soler, Colette
La repetición en la experiencia analítica. - 1 ª. ed. - Buenos
Aires : Manantial, 2004.
184 p. ; 23x16 cm. - (Estudios de psicoanálisis)
ISBN 987-500-080-9
1. Psicoanálisis 1 Título
CDD 150.195
ISBN: 987-500-080-9
Derechos reservados
Prohibida su reproducción total o parcial
' -
Índice
Capítulo 1 ....................................................................................... 9
Capítulo 2 ....................................................................................... 23
Capítulo 3 ....................................................................................... 37
Capítulo 4 ....................................................................................... 55
mos sacar algo, un pequeño fascículo: "Mi vida y el psicoanálisis, por Jac-
ques Lacan", tomado de los Escritos. Sería factible hacerlo. Hay que decir,
sin duda, que en esta empresa utilizó la sugestión, y lo hizo: creo, más que
Freud; cosa que habría que verificar. Es preciso señalar que desde el mo-
mento en que uno declara sus intenciones, produce un efecto de sugestión.
Pero me parece que en él ese efecto de sugestión fue un efecto asumido. El
propósito era convencer a sus lectores y a sus oyentes del momento, en es-
pecial a los psicoanalistas, sobre algunas orientaciones.
Así, si toman el pasaje de "De nuestros antecedentes'', en la página 66
de los Escritos, • verán que Lacan traza un recorrido desde "Médico y psi-
quiatra", etc. En el fondo, cuenta su itinerario de la psiquiatría al psicoa-
nálisis, sitúa su posición en la psiquiatría con respecto a una referencia
única a Clérambault, luego explica cómo entró en el psicoanálisis median-
te sus elaboraciones sobre lo imaginario, y así sucesivamente. De modo
que tenemos una especie de autocomentario. Podrán comprobarlo en "De
nuestros antecedentes", "Del sujeto por fin cuestionado", "De un desig-
nio": en todos los pasajes incluidos en 1966 en los Escritos, entre sus tex-
tos, hay un autocomentario sobre su trabajo.
En la misma vena, tomen el capítulo "La excomunión" con el cual se
inicia el Seminario 11. Hace ya unos cuantos años, en los primeros tiem-
pos de la École de la Cause freudienne, comenté extensamente este capítu-
lo. En él Lacan fabrica su propia historia. No diré que la relata: ¡la fabri-
ca, la inventa! No den una nota peyorativa a la palabra "inventar" sino,
más bien, la nota sublimatoria que hay en la invención.
Y en ese autocomentario me sorprendió a menudo que Lacan, por
ejemplo, se autoevaluara, generalmente en un tono elogioso. ¡Supuso, con
seguridad, que nadie lo haría tan bien como él mismo, por lo menos al
principio! En ese sentido, lo considero muy realista, verdaderamente muy
realista. Vean el comienzo del breve artículo "De un designio", en el cual
habla de sus propios textos. ¡Muy distinta sería su lectura en la pluma de
otro! Lacan dice de ellos: "Estos textos aún conservan la violencia de la
novedad que aportaban. Se apreciará su riesgo al comprobar que sus pro-
blemas siguen estando a la orden del día", etc. Lo vemos así autocalificar-
se de innovador -adviertan que esos textos son inéditos y que implicaban
un riesgo, una violencia- y, en el fondo, erigirse un poco en héroe del pen-
samiento psicoanalítico.
También nos indica a veces el modo de uso de sus textos, al señalarnos
cómo hay que leerlos -"poniendo lo suyo"- y decirnos quién es su destina-
* Aunque se dan los títulos en castellano de las obras citadas, su paginación rer,lite en to-
dos los casos a la edición francesa correspondiente (n. del t.) .
,~ OLETTE SOLER 11
tario. Lo cual no le impide, por otra parte, enseñar que cuando uno habla
jamás sabe del todo a quién se dirige. De modo que n9s revela quién es su
destinatario cuando publica: el psicoanalista o el lector. Y nos dice cuál es
su urgencia, la urgencia de su enseñanza, a saber: ¡que haya psicoanalistas!
Por último, calificando SJ.l propio designio como el combate de las Luces
contra el oscurantismo y por la incorporación del psicoanálisis a la ciencia
o, al menos, a una racionalidad que esté a la altura de las ambiciones de la
ciencia. Así pues, recuerdo estos puntos sin desarrollarlos, con el mero ob-
jeto de señalar que Lacan orquestó discretamente sus propias produccio-
nes, a partir del momento en que empezó a publicar.
Si nos preguntáramos: ¿qué realizó de lo que se propuso, de ese desig-
nio de librar el combate de las Luces en el siglo XX (propósito algo tardío,
pues el combate de las Luces corresponde al siglo XVIII)?, tendríamos que
consagrarnos, desde luego, a una exploración amplia y prolongada . Pero,
en fin, para responder qué hizo, daré simplemente algunas pistas indicati-
vas. Sin duda, creo que logró reactivar, por decirlo así, la epidemia del psi-
coanálisis, por lo menos en algunas regiones del Planeta: Europa, América
del Sur, tal vez los países del este, ya veremos. ¡De alguna manera, dio una
nueva virulencia a la peste freudiana! Podemos decir que, con seguridad,
también logró devolver cierta dimensión a la figura del psicoanalista o al
menos impedir que desapareciera. Por eso digo "devolver" .
Hace poco estuve en Estados Unidos, donde me llevé la sorpresa de
comprobar que las personas que me invitaban habían tenido el cuidado de
no calificarme de psicoanalista. Habían tomado la precaución de no anun-
ciarnos como psicoanalistas, lo cual me sorprendió mucho. Y no dejé de
preguntarles: ¿por qué lo hicieron, cuando en otros casos se mencionaba la
condición de psicoanalistas? Según las explicaciones que nos dieron, ¡po-
nían "psicoanalista" cuando no tenían otra cosa que decir! En el fondo,
anunciarme como tal ante el auditorio que me esperaba era presentarme,
en verdad, de un modo que habría suscitado de entrada un prejuicio desfa-
vorable. Puede constatarse, en cambio, que las cosas no son así donde
llegó la influencia de Lacan. No son así especialmente en Francia, particu-
larmente en Francia, un país en el cual, desde luego, se puede hablar mal
de los psicoanalistas -ése es, incluso, uno de los placeres de la vida cotidia-
na-, pero pese a todo, más allá de eso, si se habla mal de ellos es porque se
tiene una idea bastante elevada de lo que podrían o deberían ser. Y creo
que ése es, sin duda, uno de los efectos de la enseñanza de Lacan.
Ya es mucho, por cierto: reactivar la epidemia, volver a dar una figura
al psicoanalista, al desecho; no está mal. No obstante, ¿no podemos llegar
a pensar -como se darán cuenta, lo digo con fórmulas prudentes- que ha y
un hiato, un hiato profundo, entre la influencia que ejerció, ejerce y va a
seguir ejerciendo el nombre de Lacan y la enseñanza que contiene, por un
12 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALITICA
* Langue de bois, jerga constituida por fra ses hechas , conservadora y convencional, ca-
racterística de las burocracias de todo tipo . Se utiliza la traducción literal, "lengua de made-
ra" , porque es muy expresiva de su referencia (n. del t .) .
COLETTE SOLER 13
diana. Y hay otra, que es la escritura del inconsciente como saber. El in-
consciente es saber. Pero también es la insistencia del deseo. Es preciso,
desde luego, articular estas dos definiciones.
Entonces, tendremos que situar la repetición en esos maternas. Para se-
ñalar un aspecto que tenga un término, Lacan, en todo caso, situó la mo-
dalidad de la repetición: lt> necesario. La insertó en una lógica: lo transfi-
nito. Con esto quiero decirles que si bien tenemos un uso vago de la
repetición, eso no impide que en la enseñanza de Lacan haya indicaciones
extremadamente precisas que van mucho más allá del concepto mismo,
por el lado de la lógica. Por ahora voy a preguntarme cómo leyó Lacan a
Freud en lo concerniente a lo que éste llama el Wiederholungszwang, el
automatismo de repetición. Antes de entrar en la cuestión, tal vez conven-
ga dar algunas indicaciones metódicas sobre textos de referencia . No reu-
ní todos los textos en los cuales aparece la palabra "repetición". Agrupé
los grandes textos, en todo caso aquellos a los cuales tendré que recurrir.
En Freud, un texto que es anterior a la promoción del término "repeti-
ción", y que es el "Proyecto de psicología ... ", de 1895.' Viene a continua-
ción La interpretación de los sueños, y en especial el capítulo 7 sobre la
psicología del sueño, de 1901. Luego dos grandes textos, que son funda-
mentales, centrales. El de 1914, "Recordar, repetir y reelaborar", en el
cual Freud introduce ese wiederholen, que acentúa en la experiencia de la
cura analítica. Después, claro está, el gran texto de 1920, Más allá del
principio de placer. Al cual hay que agregar El yo y el ello, que en cierto
modo es su derivado. Ésos son los textos fundamentales a cuyo comenta-
rio dedicaré algún tiempo.
En lo que se refiere a los textos de Lacan, si quieren remitirse a ellos
hay algunos en los mismos Escritos. Les indicaré las páginas, porque La-
can menciona a veces la repetición en una frase de un texto que no está de-
dicado a ella. Les señalo "De nuestros antecedentes", en la página 67. A
continuación, "Función y campo de la palabra y del lenguaje", en especial
la página 318. Antes habría debido mencionar el texto de la "Introducción
teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología", en el que hay
una pequeña indicación en la página 148. Luego, "De una cuestión preli-
minar'', página 557, "De un designio'', página 367, y por último, por su-
puesto, el gran texto sobre la repetición que es el seminario sobre "La car-
ta robada", del cual ya hablaré.
Al margen de los Escritos también hay muchas cosas en los semina-
rios. Hay que mencionar en especial, desde luego, el Seminario 11 de
* Se citan los textos de Freud según el título que se les da en las Obras completas, Buenos
Aires, Amorrortu, 24 volúmenes, 1978-1985 (n. del t.) .
16 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALÍTICA
síntoma, cuando habla del "punto de desandadura del síntoma hacia los
efectos de creación". En todo caso, la idea es que allí la teoría freudiana
toma otra dirección. Habría que comentar largamente este texto. Quizá lo
haga cuando llegue la oportunidad. Entre esos dos momentos está desde
luego el Seminario 11, en el cual Lacan renovó el concepto de repetición.
Dediquémonos entonces a éxaminar la lógica de esas dos afirmaciones
contradictorias. Para hacerlo, vayamos a los textos del propio Freud. En la
lectura de esos textos, ¿qué puede marcarse o acentuarse más, la novedad
de su Más allá del principio de placer o la continuidad de la invención?
Vamos a internarnos un poco en los textos de Freud, que releí en detalle
para tratar de resumir lo que extraigo de ellos. Los dos textos centrales
son naturalmente los de 1914 y 1920. El texto de 1914, "Recordar, repe-
tir y reelaborar", destaca un fenómeno de la transferencia, a saber, que en
la experiencia analítica Freud comprueba la existencia de un límite a la re-
memoración, un límite, por lo tanto, a lo que podemos traducir con Lacan
en términos de historización. Hay un límite de la función historizante de la
palabra analizante, y este límite de la rememoración coincide con otro mo-
do de "presencia del pasado", como dice Freud. Desde luego, la alusión a
una "presencia del pasado" plantea de inmediato este interrogante: ¿cómo
puede el pasado estar presente cuando no lo está en el recuerdo? Freud
responde: es una presencia del pasado que el sujeto ignora. Pero entonces,
si el sujeto la ignora, ¿quién la conoce? Necesariamente, el analista, Freud,
que habla. Por consiguiente, una presencia del pasado ignorada por el su-
jeto y que sólo aparece en actos.
Agieren, dice Freud. Aparece en actos, y no en cualquier forma. No en
la forma de la inscripción de una memoria, en absoluto, sino en la que ,..
Freud llama "de los actos interiores", tales como los fantasmas y las aspi-
raciones del deseo. En otras palabras, Freud sitúa todo lo que se incluye en
el rubro de los sentimientos de transferencia, las aspiraciones de la transfe-
rencia, del lado de la presencia en actos del pasado en la repetición. Surge
entonces una cuestión que extraigo del texto, pero que no está formulada
de este modo: ¿cuál es la diferencia con el retorno de lo reprimido? Puesto
que este retorno también se produce sin que el sujeto lo sepa, con una for-
ma disfrazada -aquí estoy en la teoría freudiana-, en la transacción de los
sueños, los lapsus y los síntomas. Y en efecto, Freud establece la conexión
entre repetición y retorno de lo reprimido. Se pregunta: ¿qué repite el pa-
ciente? Y señala: "Repite todo lo que, emanado de las fuentes de lo repri-
mido, impregna ya toda su personalidad, a saber, sus inhibiciones, sus ac-
titudes patológicas, su carácter y sobre todo sus síntomas". De allí su
comentario inmediato: "En el fondo no hemos descubierto nada nuevo"
-¡y esto en 1914!- "sino adquirido únicamente una concepción más cohe-
rente del estado de cosas". El propio Freud nos dice aquí: lo que llamo re-
COLETTE SOLER 19
Experiencia Estructura
irá directamente de las huellas del displacer a las huellas del objeto satis-
factorio. Se comprende por qué Freud dice que el deseo busca la identidad
de percepción, y aquí introduce el término "repetición'', no en el sentido
del automatismo de repetición, sino en cuanto el deseo querría recuperar,
repetir la percepción del objeto satisfactorio.
Me gustaría hacer dos eomentarios. En primer lugar, puede decirse que
es un modelo que va de la tyché al automaton, para emplear los términos
utilizados por Lacan más adelante y de otra manera. Va de la tyché al au-
tomaton; más exactamente, la tyché se inscribe como automaton, dado
que lo primero en esta descripción de Freud es el encuentro contingente
con un objeto que en cierto modo llega a complementar la aspiración con-
tenida en la excitación. Segundo comentario: resulta muy claro que es
también una descripción por medio de la cual Freud nos indica un pasaje
de lo que nosotros llamamos goce, un pasaje del goce al deseo. Basta con
traducir "satisfacción" por "goce". Es, en efecto, la descripción de una gé-
nesis del deseo como movimiento hacia una satisfacción perdida y que por
lo tanto es preciso reproducir.
No olviden que esta experiencia de satisfacción fue inventada por
Freud para explicar un fenómeno que conocemos bien, el retorno de lo re-
primido, es decir, la insistencia de algunas Vorstellungen que pueden apa-
recer en los sueños, los actos fallidos o el síntoma. Y con la idea de que el
retorno de lo reprimido busca recuperar huellas perdidas, huellas lejanas.
Hay algo sorprendente: en su Proyecto de psicología, Freud describe en
un primer momento, junto con la experiencia de satisfacción, la prueba del
sufrimiento, vale decir, una experiencia paralela que es la del sufrimiento.
Y debemos decir con claridad que lo hace con fundamentos lógicos, por-
que si la tyché se inscribe como automaton, es indudable que está hecha de
experiencias, placeres y displaceres, satisfacciones y dolores y sufrimientos.
En un primer momento, por consiguiente, vemos que Freud aplica el mis-
mo esquema a la experiencia de sufrimiento, a saber, que lo encontrado
persiste con la forma de huellas mnémicas. De allí la cuestión que se plan-
tea entonces: ¿cómo opera el principio de placer con esas huellas? Ya co-
nocen su respuesta: las huellas del objeto nocivo producen una aversión
primaria, que Freud denomina explícitamente "defensa primaria".
Vean la página 340 de la edición francesa de Los orígenes del psicoaná-
lisis; en ella Freud hace en cierto modo un resumen, y dice: "Todo estado
de deseo genera una atracción hacia el objeto, hacia la imagen mnémica de
ese objeto. Todo acontecimiento penoso engendra una repulsión, una ten-
dencia que se opone a la investidura de la imagen mnémica hostil. Tenemos
aquí una atracción y una defensa primaria". En el texto de La interpreta-
ción de los sueños no encontramos esa "defensa primaria". Creo que es por
una simple razón: la "defensa primaria" explica la represión, mientras que
26 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALÍTICA
.
el texto de La interpretación de los sueños, en el cual me detuve bastante
extensamente, apunta a dar cuenta del retorno de lo reprimido.
Dicho esto, es indudable que Freud, sin embargo, no terminó de resol-
ver las huellas mnémicas del dolor. Pase lo que pasare con este punto, lo
cierto es que más allá de 1914 -hasta 1920, exactamente- mantuvo con
firmeza la afirmación del lazo .entre lo que llama procesos primarios, es de-
cir, el trabajo del inconsciente, y el principio de placer. Lo cual significa
que su tesis, hasta 1920, fue que el inconsciente trabajaba en pro del pla-
cer, de una satisfacción que él llamaba placer. Tuvieron que pasar veinti-
cinco años para que se corrigiera, cosa que hizo en Más allá del principio
de placer. No sólo agrega algo, sino que se corrige, rectifica un error. Po-
demos exponerlo en estos términos.
Más allá del principio de placer es un texto que con seguridad ustedes
conocen de memoria, o casi. Si no es así, deben releerlo. Saben, entonces,
cuáles son sus fundamentos. En la primera parte Freud comienza por eli-
minar todas las experiencias de displacer que a su juicio no introducen un
más allá del principio de placer. Examina las experiencias de displacer que
el sujeto soporta sin que eso signifique una objeción al principio de placer.
Yo diría que se trata de experiencias de displacer que son condicionadas,
para retomar una oposición kantiana entre lo incondicionado y lo condi-
cionado. Hay experiencias de displacer consentidas, desde luego, porque
condicionan la expectativa de un placer supuesto, por venir.
Por otro lado hay experiencias de displacer que, sin ser condicionadas,
son el resultado del conflicto psíquico, a saber, la ardua noción introduci-
da por Freud, según la cual lo que es placer para el inconsciente puede ser
displacer para el sujeto consciente. En términos generales, con ello se de-
signan todos los displaceres procedentes de la defensa del sujeto. Freud
considera que tampoco éstos objetan el principio de placer, porque en al-
gún aspecto brindan una satisfacción y sólo se tornan desagradables debi-
do a la división.
Ésa es la primera argumentación de Freud: la rápida eliminación de los
displaceres que no suponen una objeción al principio para introducir lo
que Lacan llamó "nuevos ejemplos", que por su parte sí lo objetan. Como
ustedes saben, se trata de la neurosis traumática y la neurosis de transfe-
rencia. En especial esta última, cuando vira hacia la reacción terapéutica
negativa, lo cual no sucede en todos los casos; curiosa manera de decirlo.
Les recuerdo, de paso -no desarrollo estos ejemplos que son muy conoci-
dos- que Freud considera en particular que en estos dos casos -neurosis
traumática y neurosis de transferencia- debe corregir su doctrina del sue-
ño. Debe corregir su tesis fundamental de que el sueño es una realización
de deseo. Lo cual, creo, aún no fue asimilado en nuestros días por muchos.
Puesto que Freud planteó de manera categórica que los sueños de transfe-
COLETTTE SOLER 27
criatura ávida de las huellas dejadas por una supuesta satisfacción prime-
ra. Vale decir que nos describe un principio de placer cuya captación de
las huellas, dice Lacan, es la de un todo o nada. Que sea ún todo o nada
de las huellas excluye, en todo caso, una captación de la satisfacción mis-
ma, la satisfacción primera. Y en definitiva tenemos la certeza de que el
pecho alucinado, la Vorstellúng del objeto satisfactorio, que según Freud
puede ser reavivada por el deseo, no es un pecho nutricio. Freud construye
todo su desarrollo sobre esa oposición. Vale decir que es casi un señuelo,
una sombra, para tomar el término utilizado en ese texto de "De la psy-
chanalyse dans ses rapports avec la réalité". En otras palabras, un princi-
pio de placer que conduce a buscar la identidad de percepción es un prin-
cipio antivital, un principio mortífero.
De allí todas las construcciones que Freud debe hacer para explicar que
un sujeto así construido termina, pese a todo, por tener el sentido de la
realidad y no perece en su ensoñación. Lacan lo dice con elegancia: desde
el momento en que existe el inconsciente, el inconsciente como el lugar de
las huellas donde se pierde para siempre la satisfacción primera, he aquí
que el placer se convierte en "el lugar del mundo en el que sólo pasa una
sombra que nada podría atrapar: a menos que [el organismo] tome la
sombra por la presa". Se deduce: que el organismo toma la sombra por la
presa -lo cual podría decirse: toma la huella cuando en realidad quería la
satisfacción-. Y Lacan agrega: "a menos que tome la sombra por la presa,
él mismo es la presa de la sombra". ¿Para decir qué? Tenemos la oposición
de la presa y la sombra, con la expresión francesa "il ne faut pas lácher la
proie pour l'ombre". Por "presa" entendemos lo que vale como real. Y di-
gamos que la sombra es la ilusión imaginaria. Cuando Lacan opone presa
y sombra, la oposición designa lo real y lo simbólico, lo simbólico del sig-
nificante, el efecto significante. No es, dice, que tome la sombra por la pre-
sa, sino que él mismo se convierte en la presa de la sombra, con lo cual
quiere decir que el propio organismo sufre la captación de la supuesta
sombra; no tan sombra, por otra parte, ya que es capaz de aferrar una pre-
sa que no es aquí otra cosa que el ser viviente.
Por lo tanto, subrayo un primer punto: no nos dejemos seducir por la
expresión "búsqueda de placer", principio de placer, y advirtamos que en
esa experiencia de satisfacción Freud nos describe un objetivo antivital,
que va ya contra el acuerdo supuesto del animal con su entorno de seres
vivos. Y que en cierto modo el desarrollo de Lacan reintroduce la sombra
de la muerte en la bella descripción mediante la cual Freud trataba de ex-
plicarnos el dinamismo vital del deseo. Por otra parte, justo antes del pá-
rrafo que he comentado, Freud señala que las urgencias de la vida tuvie-
ron que ser muy poderosas para apartar al aparato de su alucinación
mortal. Aunque no utiliza el calificativo de "mortal". Además, encontra-
CO LEmE SOLER 35
mos esra pro blemá rica en rexros mucho más rardíos de Freud, y en espe-
cial en La negaci ó n ", de 1925. Lo recuerdo muy rápidamente, es un tex-
to famás rico cada vez que lo releo vuel ve a sorprenderme. Ese texto -que
en francés se rraduce como "négation ", "dénégation "- tiene tres grandes
desa rrollos . Vo y a detenerme sólo en un punto. El primer desarrollo con-
sisre como saben, en indicar que la negación en la denegación, en el "no
es lo que usred cree" y "no es la madre " -en el sueño, por ejemplo-, indi-
ca el luga r del sujeto. La negación indica el luga r de la defensa del sujeto,
el luga r del sujeto como defensa, como rechazo ; no quisiera emplear este
rérmino que es ambiguo, pero sí, lo hago: como una forma de rechazo del
inconsciente. La negación es el lugar de la defensa del sujeto, mientras
que la Vorstellung afirma el inconsciente; es la Bejahung de una represen-
tación inconsciente. Eso es lo que permite a Freud señalar que si el sujeto
dice " no es mi madre", concluimos en el acto: "Es su madre", porque se
ha planteado la representación de "madre". El hecho de que después diga
" no es ella" no indica más que la defensa del sujeto. Hay además un se-
gundo desarrollo sobre la diferencia entre el juicio de atribución y el jui-
cio de existencia en la realidad. Como verán, cuando Lacan retoma esto,
en particular en la "Observación sobre el informe de Daniel Lagache", se
trata de una referencia freudiana; filosófica, por cierto, pero que ha pasa-
do por Freud.
Quisiera hacer hincapié en el pasaje en que Freud insiste en la necesi-
dad del juicio de existencia en la relación con el objeto. Dice: "Existencia
en la realidad", lo cual ya merecería algún comentario. Pero, en el fondo,
nos construye un pequeño esquema -avanzo rápidamente, para no repetir
el texto al pie de la letra- que retoma, sin decirlo, el de la experiencia de
satisfacción. En el comienzo era la percepción. Todo viene de ella. Desde
luego, tesis filosófica, y habría cosas que decir sobre el asunto. Pero, en
fin, nos dice lo siguiente: en el comienzo era la percepción -en lo cual ya
insistí al decirles: la tyché, el encuentro de la sarisfacción y el objeto-, la
Vorstellung, las representaciones. En el texto inglés dice presentation. En
francés se habla más bien de representaciones. Las representaciones son la
huella dejada, la inscripción mnémica. Y a causa de ello, Freud se da cuen-
ta de que hay dos maneras de estar presente. Está la presencia en la per-
cepción y está la presencia en la representación. Y esta última, como él lo
señala, es mental. No es una existencia en la realidad, sino una existencia
mental. De allí la necesidad, para el sujeto que quiere vivir, de retornar a
la percepción y hacer lo que Freud llama "una prueba de realidad". Con la
conclusión de que encontrar el objeto en la percepción siempre es reencon-
trarlo, porque no se hace sino recuperar lo que había dejado una huella a
partir de una percepción primera. Y esta conclusión supone que los obje-
tos que habían aportado la satisfacción real se han perdido.
36 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALÍTICA
• En lo que sigue h abrá que tomar en cuenta, desde luego, la do ble ace pción de lettre en
rancés: carta y letra (n. del t.).
40 LA REPETICIÓ N EN LA EXPERIENCIA ANAlÍTIC A
el otro el uso de todas las formas del dejar oír, el dejar oír en una forma
ficticia ; en todo caso, es algo que está muy presente, muy claro en el texto.
El apólogo está siempre abierto al comentario, a la interpretación; es lo
que sucede con las fábulas, recordarán las fábulas de La Fontaine, las fá-
bulas de su infancia, por lo menos quienes se educaron en el territorio
francés. Están tan abiertas al cpmentario que incluso hay un caso notable
en las fábulas de La Fontaine en el cual desde el recuerdo escolar uno pue-
de sorprender a su maestro en flagrante delito de mala interpretación: me
refiero a la de la cigarra y la hormiga. ¿Qué maestro no comentó la fábula
de la cigarra y la hormiga para realzar las virtudes económicas de la hor-
miga? Ahora bien, lean la fábula y verán que la idea de La Fontaine no tie-
ne nada que ver con eso; su idea es que "la avaricia no es su menor defec-
to '', lo cual quiere decir exactamente lo contrario.
De modo que el apólogo está abierto a la interpretación y hay una in-
terpretación de Lacan sobre Poe, y puede haber una del lector sobre la in-
terpretación de Lacan; la de éste sobre ese cuento consiste en decir "no lo
leamos en el nivel de evidencia en el cual se propone". El relato se propone
en un estilo de suspenso policial, es decir que en él vemos librarse una con-
tienda y podríamos creer que está en juego una contienda imaginaria en la
que "a astuto, astuto y medio'', para resolver quién lo será más: la reina ,
el ministro o Dupin.
Por supuesto, Lacan nos desvía de inmediato hacia otra cosa, para de-
cirnos que ese relato nos cuenta las aventuras de la Letra o, mejor. .. las fe-
chorías de la Letra, si me permiten decirlo así. Surge enseguida una cues-
tión crítica: ¿cómo ilustrar con una sola letra un efecto de sintaxis? Puesto
que Lacan quiere y dice hacer eso. Hay una respuesta a esta pregunta: ¿có-
mo ilustrar con una sola letra una ley de orden? La respuesta no es muy
compleja: con una sola letra y algunos lugares logramos definir un trayec-
to que valdrá igualmente para la ley de orden de los elementos ordenados
de una cadena. Las fechorías de la Letra van a consistir en mostrar que és-
ta es actuante, que actúa realmente; actúa para determinar al sujeto, dice
Lacan en la última parte de la primera frase que no había comentado:
"Cadena ordenada de un lenguaje formal determinante del sujeto".
Adviertan que Lacan no mantendrá todo el tiempo esta tesis; el signifi-
cante es determinante, sin duda, pero ¿determinante del sujeto? Cuando
Lacan indique más adelante que "el significante representa al sujeto", ha-
brá que entender que no lo determina; el significante representa al sujeto y
en tanto lo representa, en todo caso, no es determinante; en principio, un
representante no determina a su representado. Un representante es un emi-
sario, un delegado, un vicario, y por eso a posteriori encontraremos en la
enseñanza de Lacan, ligada a la tesis de que "el significante representa al
sujeto para otro significante", la idea de que el sujeto está indeterminado
' COLETTE SOLER 41
ESCENA l ESCENA II
l. No ve 2. Ve que 1 no ve 3. Ve
Estas dos escenas sólo existen por la narración que se hace de ellas; sin
esa narración, sin el relato, por lo tanto, serían invisibles e inaudibles, dice
Lacan. Señalo que si Lacan insiste en ese rasgo narrativo, es desde luego
para indicarnos que nos encontramos en el registro del sujeto; sin relato
no hay registro del sujeto, en todo caso en cuanto éste es captado por el
significante. Después de todo, sucede lo mismo en el análisis, en el cual al-
go del sujeto, lo que fuere, cobra existencia por el relato o los dichos anali-
zantes. Esto me hace recordar una observación de Sartre acerca de la nove-
la, en la que señalaba que el hecho más evanescente, más insignificante, se
convierte de inmediato en una novela cuando es relatado, para marcar con
claridad los dos niveles de facticidad de los que hablamos: la facticidad de
lo que se relata no es la facticidad de lo ocurrido.
Segundo comentario: puede decirse que la existencia de la escena II sólo
es intersubjetiva; me refiero con ello a que esa escena no existe frnomeno-
lógicamente en ningún momento; si hubiéramos progresado en d cuento
COLETTE SOLER 43
L
R
Pequeña nota que signa, por lo tanto, la rapiña del propio Dupin, y que
podemos suponer que el ministro descubrirá en el instante fatídico en que
quiera utilizar la carta; Lacan la califica de explosión pasional, una explo-
sión pasional que atribuye a una rabia femenina. He aquí entonces a Du-
pin presa de una rabia femenina. La rabia es una cólera -¿cómo la defini-
ríamos?-, pero modificada por un sentimiento de impotencia, y puede ser
devastadora como la cólera, y más. Entonces, la idea de Lacan que funda-
menta su demostración acerca del ministro es que Dupin, entre el momen-
to en que ve la carta y el momento en que se deshace de ella, aunque toda-
vía no la tenga, aunque todavía no la haya tomado, se sabe ya su dueño,
porque sabe dónde está, sabe cómo tomarla y por lo tanto en ese momen-
to se convierte en su detentar; no en la realidad fenomenológica sino en la
realidad subjetiva, y Lacan lo atribuye al automaton de la carta, transfor-
madora incluso del ser.
Entonces, hay dos pasajes completamente esenciales: "No es sólo el su-
jeto sino los sujetos, tomados en su intersubjetividad, los que se ponen en
fila; en otras palabras, nuestros avestruces, a los que hemos vuelto ahora,
y que, más dóciles que borregos, modelan su ser según el momento que los
recorre en la cadena significante". Y en efecto, tenemos la fila de la reina,
el ministro y Dupin, los engañados por la carta, y Lacan insiste, en un pá-
rrafo muy explícito: "Si lo que descubrió Freud [... ] tiene un sentido, es
que el desplazamiento del significante determina a los sujetos en sus actos,
en su destino, en sus rechazos, en sus cegueras, en sus éxitos y en su suer-
te, no obstante sus dones innatos [las armas que les proporciona la natura-
leza] y su experiencia social, sin consideración por el carácter o el sexo, y
que de buena o mala gana todo lo dado psicológico seguirá el tren del sig-
nificante con armas y bagajes".
De uno u otro modo, éste es el momento más determinista del pensa-
miento de Lacan, en la medida en que considera que el poder de lo simbó-
lico -hace algún tiempo dediqué un ciclo a los poderes de lo simbólico- re-
gla aquí todo lo que es del campo de lo imaginario y lo real. Se encuentra
un eco de la misma afirmación dicha de otra manera -volveré a ello- al fi-
nal del texto, cuando Lacan hace que éste responda la pregunta que le
plantea, las dos últimas páginas en que le hace decir lo que el texto, según
él, tenía el propósito de decir; me refiero al famoso párrafo: "Crees actuar
cuando yo te agito al capricho ... ", etc.
Ése es el automatismo de repetición: la reiteración del efecto de la le-
tra sobre el ser, particularmente demostrativo en este caso, porque no se
aplica a los mismos individuos, a las mismas personas; aquí se aprecia
COLETTE SOLER 4
reina recurre a la policía. Prosigamos. Lacan dice: "Sí, pero si Dupin de-
vuelve la carta a la policía, ¿qué pasará?". Pasará que esta carta, que ya ha
cumplido su función en el plano del mensaje, en el cual; por lo tanto, ya
no tiene interés, tampoco lo tendrá en el plano del texto. ¿Por qué?
La argumentación de Lacan consiste en decir que la policía falsifica los
textos, que la policía es con'ocida por falsificar las pruebas (pág. 39). Es
bastante divertido ver con qué seguridad nos explica que la práctica de fa-
bricar las pruebas del delito, aceptada durante mucho tiempo por la mayo-
ría de la gente, no obsta para que Dupin, en caso de devolver la carta a la
policía, reduzca el alcance de su texto y por lo tanto invalide el texto mis-
mo. De resultas de ello, cuando la carta esté en manos de la policía, no só-
lo habrá perdido su mensaje sino incluso su texto, en el sentido de lo que
se dice en la carta; no lo que quería decir, pues ése es el mensaje, sino lo
que dice.
Aquí tenemos una pequeña sorpresa, la distinción texto/mensaje, que
habitualmente se escribe así:
s
s
"De nuestros antecedentes". Así pues, tenemos "La carta robada" que sir-
ve de obertura, tenemos los "antecedentes" y luego los textos que dan ac-
ceso a lo que Lacan comienza a reconocer como propiamente de Lacan, a
saber, "Función y campo de la palabra y del lenguaje" y "Variantes de la
cura tipo" . En ellos encontramos la misma fórmula: "Lo simbólico es
constituyente". Pero entre esos' primeros textos y el de "La carta robada"
se introduce algo totalmente novedoso, que ahora nos resulta familiar pero
que no lo era en la época; creo, por lo demás, que Lacan apreciaba mucho
el texto de "La carta robada " .
Puedo confesarles, después de todo, que la primera vez que fui a verl o,
entre las diferentes preguntas que me hizo, había una que se refería a lo
que había leído de él; me preguntó si había leído algo y yo le res pondí, con
mucha amabilidad, que trataba de leer sus textos, que me pa recía n muy
difíciles y que había resuelto el problema tomando el orden cronológico,
porque así me resultaba más sencillo. Lacan puso mala cara y me pregun-
tó: "¿Ha leído «La carta robada »?". Le dije que sí, y él : " ¿Y entonces?"
No pude más que contestarle que no entendía gran cosa, lo cual no pare-
ció colmarlo de alegría, por desdicha. Dicho esto, durante mucho tiempo
me pregunté por qué me había hecho esa pregunta sobre "La carta roba-
da". ¿Por qué elegir, en el azar de una charla, "La carta robada", puesta
además al comienzo de sus Escritos? Creo que hay razones teóricas; al leer
las advertimos, las comprendemos -una vez que hemos avanzado un poco
en el trabajo, por supuesto-, y me parece que es porque con fórmulas
idénticas Lacan introduce algo que no rompe con los dos grandes textos
que son "Función y campo de la palabra y del lenguaje" y "Variantes de la
cura tipo"; no rompe con ellos pero significa un enorme progreso, un pa-
so considerable dado entre 1953 y 1956. Esto me indujo a hacer un peque-
ño planteo sobre la idea de que la tesis de "La carta robada" debe enten-
derse, situarse contra el fondo de la tesis de "Variantes de la cura tipo":
cuando Lacan nos habla de la determinación que el sujeto recibe del signi-
ficante, ¿qué entiende por "sujeto"? No perdamos de vista que él reintro-
dujo ese término en el psicoanálisis, renovando en cierto modo su sentido.
Creo que sólo hay una respuesta a esta pregunta: su definición del sujeto
en ese momento es la definición de los textos "Función y campo de la pa-
labra y del lenguaje" y "Variantes de la cura tipo", a saber, es el sujeto de
la palabra.
El sujeto de la palabra es el correlato de la tesis del inconsciente como
discurso del Otro, y hay que tener en mente, releer, reexaminar su defini-
ci ón de la palabra en "Variantes de la cura tipo": la palabra es un acto, y
agreguemos que es un acto "constituyente"; la expresión "inconsciente
co nstituyente" se encuentra en el texto. Decir que la palabra es un acto es
decir que no es declarativa, que no dice lo que es. No es registradora, si lo
COLETTE SOLER 57
S(A) - - - - - - - - - - - - - ->-A
Estas cuestiones son estudiadas por Aristóteles en su Física, libro II, ca-
pítulos 4 y 5, pero en realidad son pasajes bastante breves, de algunas pá-
ginas. En la edición francesa de Belles Lettres de París,. en el parágrafo
196b hallarán su definición de la tyché, palabra griega traducida aquí co-
mo "fortuna", el azar como fortuna; en el parágrafo 197b está la defini-
ción de los aspectos comunes del automaton y la tyché. Los términos utili-
zados en francés son fortune [fortuna] por tyché y hasard [azar] por
automaton. Aristóteles esboza en su definición lo que ambos términos tie-
nen en común y en 197b indica su diferencia. La definición aristotélica es
bastante simple y no voy a entrar en detalles; esto es un paréntesis para se-
ñalarles que el texto sitúa en una relación de inclusión, de inclusión defini-
cional, por supuesto, el automaton y la tyché. El azar, dice, es un fenóme-
no mucho más amplio que la fortuna, la tyché.
tyché
Accidente (fortuna )
Significante puro
palabra Letra
(p)acto Automaton
finalidad No finalidad
sujeto Ser
rey reina
amo sujeta
hombre mu¡er
* Toda esta observación podría evitarse en español si se recurriera a uno de los sentidos
de sujet: súbdito, que por su etimología significa literalmente "puesto debajo" y remite en-
tonces a la actitud de sometimiento debida al rey y al amo (n. del t.).
COLETTE SOLER 63
¿qué dice su oráculo? Este oráculo del significante debe balancearse, poner-
se frente a frente o en resonancia con otra cosa. ¿Con qué? Con la prosopo-
peya de la verdad. En "La cosa freudiana" Lacan hace hablar a la verdad y
eso es una prosopopeya. Quiere decir que parlotea, la prosopopeya siempre
es un poco fluvial; en general, un oráculo es lacónico y cortante. Lo diver-
tido, y señalo esto como un .trampolín para futuras búsquedas, es que La-
can evoca a la mujer a propósito de los dos. En "La carta robada" la carta
feminiza y, en lo que se refiere a la prosopopeya de la verdad, Lacan no
evoca a La mujer en el texto de "La cosa freudiana " sino en el seminario
Aun, de 1973, cuando nos dice que sólo hay una manera de no barrar a La
mujer, allí donde ésta es la verdad. Dejo esto para otro momento.
Veamos entonces el oráculo del significante. Quisiera comentar un pa-
rágrafo en detalle. ¿Qué dice el significante? En la estructura de la palabra
el significante nos tutea, lo cual quiere decir que habla. Y dice: "Crees ac-
tuar cuando yo te agito". Esta frase, nada problemática, no hace más que
expresar de manera elegante la determinación significante, la ilusión de la
libertad, la ilusión de la elección del sujeto, y lo dice elegantemente en
francés con la asonancia del "agir, agite" ["tu erais agir quand je t'agite"].
"Crees actuar cuando yo te agito al capricho de los lazos con que anudo
tus deseos": desde el momento en que decimos "anudo tus deseos", aun-
que todavía no se haya pronunciado la palabra "objeto" -aparece un po-
co más adelante-, sabemos que el significante en su condición asemántica,
la letra, si determina el ser, lo hace por medio de una determinación del
deseo, y por lo tanto de los objetos que le conciernen. Les leo el párrafo:
"Crees actuar cuando yo te agito al capricho de los lazos con que anudo
tus deseos. Así, éstos cobran fuerza y se multiplican en objetos que te de-
vuelven a la fragmentación de tu infancia desgarrada. Pues bien, ése será
tu festín hasta el regreso del convidado de piedra, que yo seré para ti por-
que me evocas". He aquí lo que dice el significante y, como ven, si en la
palabra el hablador es "hablado" -eso es lo que mostró Lacan con su idea
del mensaje invertido del Otro-, en el nivel de la libido podría ser que, de
manera homóloga, el actor fuera "actuado". Cuando hablamos de actor
nos referimos a aquel a quien el deseo hace actuar; podríamos situarlo en
el grafo de " Subversión del sujeto", si introdujéramos en ese escrito un
texto a nterior.
\ fantengá monos donde estábamos. El significante dice, entonces:
oy yo qui en hace que los objetos de tus deseos se multipliquen y forta-
lezcan . Ésa es la tesis, una tesis que encontramos con mucha frecuencia
en La can : en defini tiva, el significante gobierna los objetos del deseo. No
es que go ieroe düe ta mente al sujeto, gobierna los objetos, es el signifi-
cante el que e erm ina esos objetos y, en cierto modo , los determina de
ma nera o le, 1 i_ rementa r su atractivo y multiplicarlos. Se trata , des-
64 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANAlÍTICA
* En francés ;ambes son las jambas de la chimenea y las piernas (n. del t.) .
COLETTE SOLER 67
que, al menos en la literalidad del texto, esta carta no deja de rozar la re-
lación del sujeto con sus objetos de goce. Cuando habla de ella como un
cuerpo de mujer exhibido, es muy evidente que la carta está del lado del
partenaire.
Concluyo afirmando que, la repetición que esta carta robada nos pone
en escena se revela en todo caso como la actualización de un efecto del in-
consciente como sincronía significante. Insisto en la especificación, y todo
nos muestra aquí que es un efecto que actúa en la unión entre el sujeto de
la palabra y su partenaire. Queda en suspenso saber si vamos a llamarlo
de deseo o de goce, ya que Lacan no habla aún de éste en ese texto. Voy a
dejar el texto, pero no sin dejar de señalarles en la " Presentación de la
continuación" una pequeña frase en la que Lacan limita la tesis que acaba
de plantear y la pone en perspectiva, lo cual me servirá de introducción al
próximo tema, a saber, la nueva concepción de la repetición que nos pre-
senta a partir de 1964: "Llegaríamos a decir, por lo tanto, que si en algu-
na parte hay que dar una prueba, es del hecho de que no basta este orden
constituyente de lo simbólico para hacer frente a todo".
Acaba de demostrar el poder constituyente de lo simbólico e introduce
una restricción, escrita en 1966, en el sentido de que ese poder constitu-
yente no hace frente a todo. Aclara además que, en todo caso, aunque no
haga frente a todo, es el único al que puede "sospecharse " suficiente cuan-
do se trata de explicar la indestructibilidad que Freud atribuye al incons-
ciente.
5
•Título castellano de "La méprise du sujer supposé savoir" , en Jacques Lacan y otros,
Momentos cruciales de la experiencia analítica, Buenos Aires, Manantial, 1991 (n. del t.).
74 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANA LÍTICA
Percepción Pº Cs
inconsciente
nemos el Otro y el sujeto, lo cual podría escribirse con los círculo de Eu-
ler, utilizados más adelante por Lacan en el seminario. El sujeto y el Otro
están aquí en la lúnula:
Real
Percepción Pº ~------- Cs realidad
el programa
"Allí donde eso era, yo debo advenir": si la frase se toma como "allí
donde era lo real, yo debo advenir", se trata de una fórmula optimista. El
yo [je] en el sentido del yo que habla, el yo que vehiculiza la cadena signi-
ficante, ¿puede advenir donde era lo real? La repetición marca precisamen-
te allí el obstáculo. La fórmula "la relación del pensamiento y lo real "
puede parecer extremadamente filosófica; lo es, por otra parte, porque la
filosofía, después de todo, se ócupó mucho de la cuestión. En el fondo ,
¿qué es el idealismo? ¿En qué consiste el idealismo, si no en decir que el
pensamiento jamás encuentra lo real? Que hay encuentro fallido, repeti-
ción del encuentro fallido con lo real. Lean al obispo Berkeley, es magnífi-
co en ese aspecto. También podríamos mencionar aquí a Immanuel Kant,
que se ocupa de la misma cuestión, con la salvedad de que en su caso ya
ha aparecido la ciencia. ¿Qué indica la ciencia desde su etapa newtoniana?
Indica que si manejamos símbolos podemos actuar sobre lo real; con su
aparición, todo el mundo lo comprendió de inmediato y constituyó un
problema filosófico, religioso, etc. Cuando hablo de manejo de los símbo-
los, no tomo el símbolo, desde luego, en el sentido jungiano, en el sentido
de la simbólica. Lo tomo, más bien, en el sentido matemático, digamos en-
tre el significante y la letra.
La ciencia manifiesta un encuentro no fallido del saber y lo real. ¿Qué
quiere decir la expresión "el saber en lo real " ? Quiere decir que, Dios sabe
por qué, con los símbolos aparentemente actuamos sobre lo real. Cosa que
Lacan tradujo con la idea de que la ciencia prueba la existencia de un sa-
ber en lo real, y la cuestión de Kant se refería exactamente a esa unión del
pensamiento y lo real. Puesto que esa cuestión, su interrogante inicial, era
posterior a Newton. Relean la introducción de la Crítica de la razón pura.
El texto de la Crítica de la razón pura es muy arduo, pero la introducción
no es difícil de leer. La cuestión es cómo es posible la ciencia. Es decir, có-
mo se llega a una captación de lo real con el pensamiento, término que re-
tomamos. La respuesta de Kant es la siguiente: en los fenómenos hay sa-
ber. En lo que se refiere a la cosa en sí, no sabemos nada, está fuera de
nuestro alcance. ¿Qué son los fenómenos para Kant? Los fenómenos son,
para decirlo de algún modo, lo real pasado por el filtro de las formas a
priori. Podríamos decir: del espíritu, pero es más preciso, se trata de las
formas a priori de la intuición, lo cual incluye el espacio y el tiempo, el en-
tendimiento y el juicio. Lo que Kant llama fenómeno es una especie de real
pasado por el molde; digamos que para nosotros es la cosa. No es la cosa
en sí, pero podríamos inscribirla en los círculos de Euler. De ese modo ob-
tenemos algo fácil de comprender: para dar razón de la ciencia, si inscribi-
mos aquí lo pensable, para utilizar un solo término, y afuera lo real, pues
bien, Kant sitúa el fenómeno en la intersección. Mientras que la cosa en sí
estaría del otro lado, lo cual indica, evidentemente, que hay toda una parte
COLETTE SOLER 81
R
Pº~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~-Cs
Doy por descontado que conocen la tesis de Lacan, quien dice: la frase
del sueño es el reverso de la representación del padre despierto. Por eso es-
cribí aquí que el padre despierto es un padre que ve a su hijo arder en la
realidad. En el sueño, al contrario, hay una invocación y un reproche: pa-
dre, ¿no ves ... ? Toda la cuestión o, en todo caso, una de las cuestiones, es
la siguiente: ¿cuál es el motivo del despertar? Hay dos respuestas. Una es
lo que llega a la percepción, el ruido en la habitación contigua. Lacan nos
dice que el motivo del despertar no es esa realidad sino lo que él llama "la
otra realidad'', que está allí, en el plano del sueño . "La otra realidad" es
una expresión que no puede desconocerse, ya que evoca "la otra escena "
de Freud. En consecuencia, Lacan nos dice que el despertar se debe a esa
otra realidad. Para nosotros, el problema consiste en saber dónde están lo
real y el encuentro fallido en ese sueño.
6
además, de una manera en que lo real evoca sin duda el más allá de la rea-
lidad, la realidad cotidiana, más allá de lo que es básicamente la relación
de un padre y un hijo. Podríamos decir, por lo tanto: es el encuentro falli-
do de un padre y un hijo, cosa que tiene su consistencia; no basta, pero tie-
ne su consistencia.
Es sorprendente; si pensames en los grandes sueños que Lacan toma de
Freud en lo concerniente al padre y el hijo, veremos que son dos. Uno es el
sueño de un hijo y, como por azar, se llama sueño del padre muerto. Esta-
ba muerto, sueña el hijo de su padre, y él no lo sabía. Como saben, Lacan
atribuyó un valor considerable a ese sueño. El sueño del hijo es el sueño
del padre muerto. Eso nos indica, en sustancia, que el Nombre-del-Padre
no es un ser vivo. Digamos que es un semblante, significante, lo cual quie-
re decir que es un significante que no representa a un sujeto; habría que
desarrollar este punto. Sea como fuere, el sueño de un hijo es el sueño del
padre muerto.
Y aquí tenemos, a la inversa, el sueño de un padre, tan padre que está
frente a la muerte de su hijo: el sueño del hijo muerto. En este caso un pa-
dre sueña con su hijo muerto pero éste, curiosamente, arde más allá de la
muerte, con la dimensión de metáfora que hay en ese "arder". Son las lla-
mas que alcanzan las sábanas, es la fiebre que traspasa al hijo, la fiebre en
la realidad, pero también, más allá de la fiebre, el fuego, la causa de la fie-
bre. La invocación del hijo evoca "otro fuego", distinto, desde luego, del
que aparece en la percepción, y llama a un padre que no cierra los ojos
-adviértanlo- porque, en efecto, ¿cómo no percibir en ese "padre, no ves
que estoy ardiendo" un eco de la tesis fundamental de que el neurótico
convoca con sus anhelos a un padre que cierra los ojos? Lo que se invoca
aquí es un padre que los abre. La frase del sueño es una demanda funda-
mental. ¿Y a quién se dirige? ¿Diremos que se dirige al Nombre-del-Padre?
No, creo que no. Cuando se evoca, el Nombre-del-Padre se evoca median-
te el término "muerte". Esta frase está dirigida a la presencia del padre.
Está dirigida a un padre que no es nombre, un padre que vamos a escribir
como !f,., es decir, un padre que quiere algo, un padre animado de una vo-
luntad, de un deseo. Y la frase del sueño evoca casi automáticamente otra
frase que no pertenece a un sueño, la de la Pasión de Cristo: "Padre, ¿por
qué me has abandonado?". La misma invocación, casi la misma, en esa
Pasión de Cristo, esa pasión que inflamó al personaje de Cristo; la cues-
tión no es saber si él existió o no, existe en el discurso. Conocen la función
que Lacan atribuye al reproche que habita el "Padre, ¿por qué me has
abandonado?", y que le atribuye sin ironía, creo; no lo dice con referencia
a esta frase: si la Pasión de Cristo tiene un sentido, señala, seguramente no
es el de salvar a los hombres, es salvar a Dios, aquí el padre. ¿Y salvarlo
cómo? Salvarlo reavivando el odio a Dios; Lacan cree que no se salva a
COLETTE SOLER 91
* Alusión a Pierre Poujade, líder del movimiento político que llevó su nombre, que en la
década de 1950 fue, a través de una protesta contra la presión fiscal, el vehículo del antipar-
lamentarismo y el nacionalismo xenófobo y ramplón (n. del t.).
94 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALITICA
hay que decir que la otra gran relación en la cual se realiza la repetición es
la existente entre los sexos, con el partenaire sexual, muy especialmente en
el campo del amor. Y aquí es preciso, sin duda, distinguir entre el síntoma
y la repetición. Clínicamente, esto se manifiesta con una forma simple, co-
mo nos lo muestra el ejemplo. No es el retorno de los signos; como dijo
Lacan en primer lugar y luego yo desarrollé, la repetición verifica, reitera
en cierto modo una especie de callejón sin salida propio de la estructura
del sujeto, traducido, en el plano de los fenómenos, por un "no es eso": el
encuentro no se produce pero, para un sujeto, siempre fracasa de la misma
manera. Vale decir que, por accidente, la repetición produce siempre el
mismo resultado, o sea que, como le gustaba repetir a Lacan, al final del
baile de máscaras, cuando éstas se levantan, "no era él, no era ella"; así es
la repetición que habita el amor. Pero en términos más generales, la de-
manda siempre deja escapar al Otro. En el campo del amor eso es tan ne-
cesario que uno se pregunta, y la cosa sigue siendo un gran enigma de la
experiencia humana, cómo se llega a tener una idea de la beatitud.
Es un hecho que tenemos una idea de la beatitud objetada por la repeti-
ción. La beatitud sería el fin de la esquizia. Con más llaneza, los psicólogos,
que se creen modernos, hablan de fusión. Y nos preguntamos por el ena-
moramiento, que es un fenómeno muy interesante, ya que se trata de creer
en ello por un tiempo. No creer cerebralmente, sino experimentarlo por un
tiempo. Por un tiempo son él y ella, y nada más. Él la ama, y no existe otra
cosa. Como saben, Lacan terminó por describirlo como el sentimiento có-
mico por excelencia. El amor pertenece al registro de lo cómico e incluso,
dice Lacan, es lo cómico de la psicosis, frase que dejo en reserva. La recuer-
do para que reflexionen sobre ella. Busqué algunos ejemplos para mostrar
la dimensión de lo cómico en el amor. Evidentemente, lo cómico sólo apa-
rece desde afuera o después, que es otra manera de estar afuera. Y me acor-
daba de una compañera que tenía cuando era adolescente, y no sé qué fue
de ella porque no la frecuenté mucho, más o menos un año. Entonces, esta
muchacha tenía la particularidad de ser una gran enamoradiza, y la prime-
ra vez que la vimos enamorada en la pequeña colectividad -era un interna-
do- fue todo un espectáculo, porque exhibía su amor y se paseaba pesta-
ñeando y evocando al elegido, y era él. Curiosamente, la cosa no duró más
de un mes o dos y hubo un momento sombrío, breve. A lo largo del año
hubo cuatro episodios así, y en cada oportunidad era él, era él, siempre con
una gran seguridad. De tal modo, ella se convirtió, un poco amigablemen-
te, en el hazmerreír de todos, precisamente porque era un sujeto que, en el
fondo, expresaba la capacidad de conjurar y olvidar en el acto. Creo inclu-
so que un día le dije: "Pero, ¿cómo te explicas que todo haya terminado así
con los otros?" . No le preocupaba en absoluto: cuando estaba enamorada,
era él. Supongo que para esta persona las cosas tuvieron que terminar mal,
96 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANAlÍTICA
saber, y el objeto que constituye la verdad de ese sujeto, hay un hiato, una
barrera infranqueable que la histérica se dedica a mantener, porque con
ello mantiene su misterio y su encanto. Por lo tanto, si se le promete la re-
ducción de los misterios del amor es de esperar que se susciten en ella al-
gunas reacciones, que en general no faltan. No obstante, es un hecho que
el psicoanálisis aportó un saber sobre el amor que, como todos los saberes,
es un saber agujereado.
No es un saber que asegure la previsión, no es un saber que esté a la al-
tura de los poderes del saber científico. ¿A qué se refiere? Primero, a la im-
plicación de la castración en el amor, y segundo, a las condiciones del
amor, las condiciones de la elección de objeto. Es indudable que en esta
elección hay elementos repetitivos. Freud lo mostró con claridad. La cues-
tión es saber si en el amor está en juego la repetición. ¿La elección de ob-
jeto no se hace de manera aleatoria? ¿Un sujeto no tiene, digamos, bastan-
tes "disparadores'', para retomar un término de la etología? El sujeto
humano también tiene sus "disparadores", con la salvedad de que le son
particulares. No están ligados a la especie sino a su infancia, según la tesis
de Freud . La repetición en el amor dista mucho de significar que la elec-
ción de objeto está condicionada. Me gustaría desarrollar este punto. El
amor es tanto el lugar del síntoma como de la repetición, de allí la impor-
tancia de distinguirlos . Como saben, Lacan situó al partenaire sexual co-
mo un síntoma. Una mujer es un síntoma para el hombre. ¿Qué quiere de-
cir? El síntoma es una relación de goce, una relación entre el sujeto y un
goce, que suple la ausencia de la relación sexual. Vale decir, que suple la
inexistencia de un encuentro entre un goce masculino y un goce femenino
en la relación sexual. Lo que suple es la relación del sujeto con un goce
propio, y cuando Lacan dice: una mujer es un síntoma, quiere decir que
una mujer puede llegar a encarnar, a ser el lugar del goce de un hombre.
Cuando dice: una mujer es un síntoma, no dice una y una sola, no dice la
esposa legítima; en general no es una y una sola, y en este aspecto hay mu-
chos rostros.
Están los hombres de una sola mujer, que existen, aunque son verdade-
ramente escasos, muy escasos. Curiosamente, parece que Freud era uno de
ellos. Están, más abundantes, los hombres de dos, al menos dos, lo cual
quiere decir: más de una. Y además están los que tienen una y una serie,
en dos líneas de elección de objeto separadas. Por último, los que no tie-
nen más que la serie. Hay por lo tanto muchos ejemplos, y adviertan que
en ese nivel el síntoma no satisface las exigencias del amor. ¿Cuál es aquí
la exigencia del amor? La exigencia del amor es: "Cada cual con su pare-
ja"; me gusta mucho esta fórmula muy simple de Lacan. El amor, a falta
de relación sexual y a despecho del síntoma, de la relación sintomática, de-
manda "a cada cual su pareja". Vale decir que exige que las afinidades in-
-
98 LA REPETICIÓ E LA EXPERIE CI A AN ALITIC A
conscientes entre dos sujetos, un hombre y una mujer, afinidades que cons-
tituyen el amor, suplan la no relación; de allí, especialmente en las muje-
res, la exigencia de ser únicas. Lo cual significa: ser el único síntoma . A
menudo las mujeres quieren ser un síntoma , con la condición de que sea el
único.
Tuve la oportunidad de de¿ir, y lo pensé una y otra vez desde entonces,
1l
que querer ser la única no es en absoluto igual a querer ser la excepción; 1
no es la misma estructura . Querer ser la excepción es querer ser el Uno
que falta a todos, es la función paterna que se define como excepción. Y
de resultas vemos en la psicosis, llegado el caso, esta posibilidad en Schre- j
ber, el Schreber de Freud: "Ser la mujer que falta a todos los hombres". El
"cada cual con su pareja" no es querer ser la Una que falta a todos, es ser
la Una que falta a uno. No se trata en modo alguno de la misma estructu-
ra . Ser la Una que falta a uno al extremo de eclipsar a todos. Recuerden el
famoso verso de Lamartine que acunó nuestras adolescencias: "Un solo ser
os falta y todo está desierto".
Pues bien, "un solo ser os falta y todo está desierto"; Uno o Una falta
a una o uno, y de resultas el "todos" se desvanece: la burbuja del amor.
Finalizo con una fórmula que retomaré: la repetición no se confunde con
el síntoma. Diré incluso que la repetición es un fallo del síntoma, en la me-
dida en que éste establece una relación de goce.
7
~1
simple por el cual todo sujeto, en todo momento -habría que estudiar las
excepciones-, tiene la opción de hablar o callarse.
Ustedes me dirán: ¡bueno, bueno, hay excepciones! Está la tortura, es- ,
~
'
.J
COLETTE SOLER 103
tán sin duda todas las circunstancias en que el sujeto está, como suele de-
cirse, "fuera de sí", y podemos incluir algunos fenómenos del amor, en los
momentos en que no tiene la opción de hablar o callarse pero, en fin, de-
mos cabida a las excepciones. Eso no impide que todo el mundo sienta con
claridad que se puede elegir el mutismo o el blablablá, elegir el intercam-
bio. Cuando Lacan ponía er acento en "el inconsciente discurso del Otro",
aunque eso implicara quizás un "estaba escrito", en realidad lo hacía, más
bien, para destacar la palabra y, más precisamente, el deseo vehiculizado
en ella. Saber qué elementos de un deseo se vehiculizan a través de las ge-
neraciones sigue siendo una cuestión actual, que no implica ningún fami-
liarismo. La experiencia analítica da clara idea y permite ver concretamen-
te que algo del deseo se transmite, que padre y madre, tal como fueron en
su querer, en su pasión, en su coraje, en su cobardía, dejan una marca que
permanece en la descendencia.
No obstante, nuestra tesis es que no hay inconsciente colectivo y ni si-
quiera un inconsciente que podamos calificar de familiar, si consideramos
la familia como un pequeño colectivo. El inconsciente es siempre el incons-
ciente de uno y, de hecho, si podemos evocar lo que ya estaba "escrito" en
la familia, hay otro escrito en el inconsciente, hay en la historia del psicoa-
nálisis otra entrada por el lado del escrito inconsciente, y es que lo que se
escribe de manera traumática en el encuentro, la tyché, no tiene necesaria-
mente que ver con el deseo de los progenitores. La idea de trauma es la
idea de un encuentro primero que deja su marca. El trauma puede definir-
se de manera más o menos amplia, pero es posible acentuar una oposición;
lo que se transmite del deseo a través de las generaciones permite hablar
del inconsciente como discurso del Otro, lo cual supone la presencia de la
palabra de los otros. La definición más fuerte del trauma excluye al otro;
en cierto modo, el trauma es la marca de un goce real con el que se topó el
sujeto, para quien hubo encuentro, y sigue siendo en parte contingente con
respecto a lo que se disponía en el Otro familiar.
Hablar del inconsciente como " escrito" consiste en evocarlo como un
"hay". Por otra parte "lo imposible de soportar" para aquel a quien lla-
mamos ser humano, rebautizado por Lacan como "hablanteser", se sitúa
entre dos límites, los del "hay" y el "no hay". Lacan utilizó con abundan-
cia ese "hay" y "no hay", una oposición simple que puede hacerse fun-
cionar en muchos niveles. Hay que señalar, si no queremos dejarnos ga-
nar por la vaguedad y la confusión, que es preciso aclarar la naturaleza
de ese "hay" y ese "no hay"; vale decir que hay un "hay" y un "no hay"
del inconsciente, esto es, escritos. Y además hay un "hay" y un "no hay"
que no son del inconsciente sino del Eso, no escritos, no pertenecientes al
lenguaje sino a lo que Lacan terminó por llamar "goce". En cierto modo,
podemos construir una especie de cuadro de los "hay" y los "no hay"; si
104 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALÍTICA
* Heur significa suerte y es homófono de heure, hora. Bon heur, entonces, homófono de
bonheur (felicidad), significa literalmente "buena suerte". Se traduce como "hora de la bue-
na suerte" para mantener ambas referencias (n. del t.) .
106 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALfTICA
bertad del individuo. En Kierkegaard, como van a ver, hay una construc-
ción en la que la repetición es positiva: en ella se manifiesta la libertad en
acto. Quisiera tomarlo como punto de partida, es la aventura de la cual
salió todo esto. Y la aventura consiste en que a los veinticuatro años, este
hombre joven, destinado indudablemente por sus orígenes y en especial
por su padre a una relación íntima con los problemas de la religión, se
prenda de una muchacha muy joven, de catorce ó quince años. Conoce-
mos la aventura de Kierkegaard con Regina, podemos seguirla en su diario
y descifrarla en el texto de La repetición. Y Kierkegaard, sin ninguna ra-
zón aparente, ninguna razón que tenga su lugar en los acontecimientos de
una biografía, por una evolución subjetiva interna, rompe la relación con
esta joven a la vez que sigue considerándola la amada absoluta. Sigue
amándola, y la culpa, claro, lo atormenta mientras se pregunta cómo rom-
per sin perjudicar a la niña.
No nos precipitemos a pensar: ¡vaya síntoma obsesivo! No nos apresu-
remos a hacer un análisis reduccionista de ese tipo, porque sería una ton-
tería. ¿Qué escribe Kierkegaard en su texto? Cosas muy interesantes. Les
señalo algunos pasajes, especialmente en las páginas 8 a 10 de la ediLión
francesa de La repetición: "Ese joven, como era evidente, estaba prendado
en lo más profundo de su ser y, no obstante, ya desde los primeros días se
consagraba a rememorar su amor", de lo cual concluyó que estaba al final
de la aventura y no al comienzo. Un poco más adelante, en la página 10,
insiste: "Ella era la bien amada, la única a quien amó, la única a quien
quiso alguna vez amar. Por otra parte, sin embargo, no la amaba porque
no hacía más que suspirar por ella". Unas líneas después lo dice muy ex-
plícitamente: aunque estuviese muerta nada cambiaría; casi diríamos que
al contrario, porque habría suspirado aun más intensamente ante su re-
cuerdo. Esto es, Kierkegaard no nos dice que entre él y ella está el objeto
a, por supuesto, sino que hay algo que se interpone entre ambos, y cuando
leemos el texto nos damos cuenta de que se trata del amor mismo. Podría-
mos decir: él está enamorado del amor y, habiéndolo entendido, compren-
de que será la desdicha de la joven, que el amor que siente por ella la hará
desdichada. En otras palabras, vemos allí la dimensión de anulación que
habita el amor. Kierkegaard ha comprendido que en el amor extremo hay
una anulación del ser del otro. ¿Por qué? En un pasaje muy hermoso indi-
ca lo siguiente: una característica del sentimiento del eros es que en "el ins-
tante" -no dice la tyché, dice "el instante "- del encuentro, ¿qué encuentra
el sujeto? Una emoción que rompe por completo con su vida cotidiana,
con el antes, con el después. Y Kierkegaard insiste: desde el instante del
encuentro, la vida ha terminado. ¿Qué quiere decir?
El sujeto tiene un encuentro que podríamos escribir con un símbolo
abstracto. El instante del encuentro es del orden de una emoción específi-
108 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANA LÍTI CA
ca, dice Kierkegaard, a la elección estética. Desde luego, él sitúa todo esto
en una visión religiosa del mundo, que no es en absoluto la nuestra ni mu-
cho menos, pero introduce algo muy interesante. Dice lo siguiente: "La vi-
da recupera pérfidamente todo lo que ha dado, sin conceder una repeti-
ción". Habla de la repetición como algo deseable, y la palabra danesa para
referirse a ella -ya señalé que para nosotros "repetición " vendría de " peti-
ción"-, según los traductores -no hablo de los daneses-, de hecho signifi-
ca "recuperación". No es la misma resonancia, en absoluto; el acento no
se pone en la falta interna a la repetición sino en lo que se afirma de mane-
ra reiterada en ella.
Entonces, una palabra más para terminar con Kierkegaard . Abandonó
a Regina, lo cual fue un drama espantoso para la familia y también para
él, y el mismo año que escribe La repetición se entera de que la muchacha,
desesperada, se ha comprometido con otro. Desde luego, queda sumido en
un sombrío furor que con seguridad ustedes tenderán a malinterpretar. En
su construcción simbólica no es eso; se trata, más bien, de que ella ha trai-
cionado la repetición, la ha traicionado profundamente al volverse hacia
otro, es decir, hacia la vida, hacia los instantes, hacia la ética de los instan-
tes acumulados. Ha traicionado lo que él había erigido como objeto abso-
luto de su amor; es una traición. Esta repetición kierkegaardiana que se
opone a la diversión y la dispersión, ¿excluye el encuentro, visto que pone
el acento en la insistencia de la afirmación reiterada del ser?
Yo diría que excluye el encuentro en su concepto. En su definición,
Kierkegaard excluye el encuentro, excluye la tyché y se inclina hacia la in-
sistencia del ser; pero lo interesante para nosotros es que en su historia, el
concepto de repetición se originó en el encuentro con Regina, por lo cual
podemos decir que éste es la causa accidental de la producción sublimato-
ria de ese concepto en Kierkegaard. Por otra parte, en el nivel mismo del
concepto de repetición, el encuentro sólo queda aparentemente excluido.
En efecto, ¿qué puede repetirse sino, justamente, lo inaudito, ese algo del
sujeto que se manifestó en el instante del encuentro amoroso con Regina?
De modo que es una repetición del instante eterno, de un instante que él,
de alguna manera, quisiera fuera del tiempo. Kierkegaard sitúa la repeti-
ción como cumplimiento de la libertad, no como lo que la perturba, la
aplasta, sino, al contrario, lo que la cumple. Se comprende por qué los
existencialistas encontraron inspiración en él. Es efectivamente la idea de
que afirmar lo que se manifiesta del ser en la existencia contingente del en-
cuentro primero es la repetición de Kierkegaard. Supongo que notarán las
aclaraciones laterales que esto aporta a la repetición en psicoanálisis, pero
al mismo tiempo es evidente que hay un hiato.
El consentimiento dado a la repetición es una noción que podríamos
introducir, porque lo que se repite para un sujeto, a menudo para su pade-
11 0 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALÍTICA
cimiento, es sin duda la causa de q~e demande que le pongamos fin, que
termine, pero al mismo tiempo no sólo es algo necesitado por la estructu-
ra -por lo tanto, lo "que no cesa"- sino que la repetición, la única que es
necesaria, es el destino del hablanteser. Sin embargo, lo que no es destino
universal en la repetición es lo que afirma la singularidad propia de cada
uno. De manera análoga, cuandp Lacan habla de "identificarse con su sín-
toma al final de la cura", hay algo así, consentir e incluso asumir y -¿por
qué no?- reivindicar lo que cada uno plantea como único en su particula-
ridad, aunque sea de sufrimiento. Es evidente que esto no va con las reglas
de la normalidad, que todo marche como una seda para todo el mundo y
vaya bien, y que te mueras más normal que nadie. ¡Es, hay que decirlo, el
flagelo del discurso actual!
Quisiera introducir un planteo, que no llevaré hasta el final, sobre la
repetición y el acto. Para un sujeto, la "repetición del acto" es otra manera
de postular su singularidad, y la repetición es otra, que corresponde al
"hay inconsciente", escrito. El acto, por su parte, responde al "no hay" . El
acto verdadero interviene donde "no hay" escrito. Casi podríamos decir
que, en su definición fuerte, el acto, como la creación, es ex nihilo. Desde
luego, todo acto, cualquiera sea, tiene un entorno, un contexto. No llega-
remos al extremo de decir que el contexto es determinante. Está el contex-
to que empuja al acto, como decimos empuje a la mujer, y hay contextos
en los cuales se requiere un acto para responder a lo que sucede en la reali-
dad. En su definición misma, el acto compete a la contingencia de una de-
cisión, que inscribe un hiato en el orden de las causas, ya que el acto es
causal. Tenemos un pequeño materna para escribirlo, y si lo utilizamos lle-
gamos a lo siguiente: significante de una falta en el Otro, S(}..), y podemos
decir que el acto se inscribe en ese vacío. En ese sentido, todo acto autén-
tico se autoriza por sí mismo. Los analistas se dedicaron a imaginar que
"autorizarse por sí mismo" era verdaderamente una innovación propia. Si
lo prefieren pueden decirlo, pero la historia se les anticipó porque, aunque
no les guste, no fue el analista quien inventó el acto; se trata, más bien, de
que el acto analítico manifiesta en cierto modo la excelencia de un acto.
Puede decirse que el acto supone la exposición de la incornpletitud y la
inconsistencia del Otro, y es bien sabido que ese punto de estructura pue-
de ser recubierto. Puede ser recubierto por el sujeto supuesto saber, que di-
simula la hiancia del Otro. Puede ser recubierto y lo es por el Nornbre-del-
Padre, y también puede serlo por el fantasma. Quisiera referirme al par de
fórmulas de Lacan: "No hay acto sexual" y "no hay más que el acto se-
xual ". Con estas dos formulaciones aparentemente contradictorias, Lacan
trata de discernir algo muy preciso. Debernos agregar un pequeño comen-
tario al " To hay acto sexual". Podríamos decir: "No hay acto sexual " qu e
permita hacer proporción/relación, que permita escribir una relación se-
COLETTE SOLER 111
xual. Lacan lo comenta de la siguiente manera: "No hay acto sexual que
permita al sujeto afirmar la certidumbre de ser de un sexo". Es interesan-
te, porque significa que Lacan no sitúa el acto sexual como lo que permite
a cada uno saber de qué lado del sexo está. Aun cuando dice "no hay más
que el acto sexual" , no pretende decir con ello que el acto sexual permite
saber si somos hombre o mujer. No hay acto sexual que satisfaga la exi-
gencia del amor, esto es, lá exigencia subjetiva de unidad que hay en el
amor. El "ser Uno", "no ser más que Uno", es un gran tema que atraviesa
toda la civilización. Ningún acto sexual realiza el "no ser más que Uno ", a
causa de la objeción del goce, la objeción del plus de gozar. En la expe-
riencia es muy notorio que el acto sexual no satisface la exigencia subjeti-
va. Esto no quiere decir que no haya acto sexual satisfactorio; lejos de ello.
Incluso podríamos decir que sucede lo contrario: Lacan habla en alguna
parte del éxito del acto sexual, que constituye el fracaso de la propor-
ción/relación. Esto significa que la exigencia subjetiva interna al sexo no es
satisfecha por el acto sexual, y en la experiencia habría mucho que estu-
diar, en especial las reacciones diferenciales de ambos sexos luego del acto.
En este aspecto, y si nos atenemos por el momento a la clínica diferencial
de los dos sexos, fenómenos bastante característicos como la propensión
de ciertos sujetos hombres a huir del lecho sexual inmediatamente después
del acto deberían atribuirse a lo siguiente: no hay acto sexual que satisfa-
ga la exigencia subjetiva en cuestión. Además, ya más cerca de la filosofía,
el pequeño desarrollo de Spinoza en el que evoca la tristeza de las secuelas
del placer sexual debe incluirse en la misma problemática.
Por el lado de la mujer se trataría más bien de otra cosa. Sería más fre-
cuente, no universal pero sí frecuente, la exigencia de habla o presencia.
8
Acto
S(.A) S(!)
En este sentido, pueden ver que es el mismo lugar del sujeto supuesto
saber, porque el S.s.S cubre esa falta, lo cual hace que entre el acto y el
S.s.S actúe un "o bien ... o bien". El acto supone ante todo que ese lugar
haya sido vaciado y, como solemos jugar con la fórmula de Freud, el fa-
116 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA A ALÍTICA
moso imperativo: "allí donde eso era, yo debo advenir", podríamos dec ir
lo siguiente: allí donde era el sujeto supuesto saber debe advenir el acto.
Con la salvedad de que antes habría que incluir otra fórmula: allí donde
era el inconsciente, el inconsciente ignorado, el análisis debe hacer advenir
al sujeto supuesto saber. Aquí, el "yo" ["je"] que debe advenir advendrá ,
pero no lo hará como un "yo" -[ "je" ] que sabe, como un yo [je] sapiente,
dado que aun si supiera algo, e incluso bastante más que algo, pues bien,
el saber es imposible de totalizar; se trata de una imposibilidad lógica que
no depende del sujeto y, por lo tanto, el "yo" ["je"] advendrá, sin duda,
pero lo hará como un "yo medio-dicho'', dicho sólo por la mitad y no del
todo, y además, no sólo como un "yo dicho a medias" sino como un "no
yo'', un "yo" [ " je"] destituido, que pasa -que puede pasar- al acto. Si lo
prefieren, un "yo actante [actant]'', lo cual no es muy francés pero, en fin,
podemos fabricar una expresión para hacernos entender.
El resultado será "medio-dicho, medio-acto", aunque la fórmula
"medio-acto" no es adecuada. Se trata más bien de que la realización del
"yo" ["je"], que Freud evoca en el "yo debo advenir'', no se produce de
manera unitaria sino dividida , en dos partes, una parte "medio-dicha" y
una parte de acto. Escribamos el acto analítico, el declinar del análisis:
A
Dios
(-1)
debajo de las lágrimas y blanqueado por ellas y la camisa está cosida por
las lágrimas, pero protege más que el hierro y el acero" (pág. 138) . Con
esto indica: el rasgo del sacrificio no constituye el acto de fe de Abraham,
y no sería capaz de fundar más que una posición de resignación que no
exige nada especialmente religioso.
Lo que constituye a su jyicio el acto de fe, cuando Kierkegaard dice ser
incapaz de hacerlo y lo considera fuera de su alcance, aunque sea comple-
tamente creyente, es el acto que, en virtud de lo absurdo, hace creer en que
lo imposible es posible. Y así comenta Kierkegaard a Abraham, la fe de
Abraham. Esa fe no se manifiesta en la actitud de levantar la espada sobre
la cabeza de su hijo; luego de que Dios le hiciera una promesa, y aunque
ésta se presente como imposible de realizar, su fe, en medio de la realidad,
con su anciana esposa, vista su edad y en virtud misma de lo imposible,
consiste en inscribirse en lo posible de lo imposible. Kierkegaard emplea
bellas expresiones: "la fe constituye el sello del absurdo'', y habla del "co-
raje de la paradoja"; nos describe un acto, un acto de fe, como el pasaje
entre lo imposible -y no el renunciamiento- y la certitud, entre lo imposi-
ble y la realización. ¿Por qué lo menciono aquí? No para hacerles un elo-
gio del acto de fe, desde luego; podemos decir que "Kierkegaard plantea
que el acto de fe desafía la razón, que el acto de fe es el oscurantismo asu-
mido. No se trata de defender el acto de fe en nombre de Lacan o del psi-
coanálisis; no es ése mi objetivo.
Sin embargo, Kierkegaard sostiene con mucha claridad que donde sur-
ge lo imposible no se sigue necesariamente la resignación y tampoco el re-
nunciamiento, y que el acto de fe consiste justamente en no inclinarse ante
lo imposible. Para Abraham, entonces, en el marco de la religión, el acto
de fe se inscribe en la creencia en Dios. No es precisamente nuestra cues-
tión como psicoanalistas, pero si lo señalo es para indicarles que donde
hay forclusión -debo introducir este término al que no recurrí hasta aho-
ra; utilicé en cambio "falta en el Otro"-, donde hay un punto de forclu-
sión, Lacan nos dice que "al empujar lo imposible hasta sus últimos reduc-
tos" -el punto de forclusión es lo imposible de escribir-, "el sujeto pasa al
acto analítico". Lo que digo es que, en el fondo, donde puede aparecer el
acto analítico también puede surgir la renovación del acto de fe. Quizá
pueda aclararse desde este punto de vista el "análisis interminable" de
Freud. Hay otro autor que ilustra claramente esta generación en el sentido
de eclosión, aparición, y que muestra que el acto de fe responde a la for-
clusión. Es Jean-Jacques Rousseau, en el Emilio , texto consagrado a una
utopía educativa.
En él Rousseau incluye un gran planteo que se llama "profesión de fe
del vicario saboyano'', en el cual expone su religión personal. Ese texto in-
cluido en el Emilio suscitó un gran escándalo e hizo que la obra fuera con-
120 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALíTICA
que forme una cadena, y cuya función es dar sentido a ese S1 representante
del sujeto. En ese aspecto, el sujeto representado por el significante es un
sujeto supuesto en la cadena. ¿Cómo se presenta en la experiencia la laten-
cia del sujeto supuesto saber?
S1
imposible
S1 ~ S2
11
La tos identifica al sujeto Dora. ¿Cuál es el sentido de esa tos, dado por
todo el contexto desarrollado por la joven? Su sentido procede de la rela-
ción con el deseo del padre. El mismo Lacan, en un momento de su ense-
ñanza y especialmente en "Subversión del sujeto", utiliza el rasgo unario
como rasgo de identificación; el ideal del yo es un rasgo de identificación
del sujeto o, mejor, un representante del sujeto. Cuando Lacan nos habla
del rasgo unario en la repetición, no diré que es un rasgo que identifica el
goce, pero sí podemos caracterizarlo como un rasgo de goce. No llegare-
mos a decir que es el representante del goce porque éste no habla; en ese
sentido, es una marca que tiene efecto de goce. El efecto de goce se define
por su separación con respecto al placer, a punto tal que al leer ese semi-
nario terminaríamos por concluir que cuando hay displacer, hay goce. Es
pienso ver entonces cuál es el efecto de esa marca en el nivel del goce y no
del efecto sujeto.
9
de lenguaje implica más que el rasgo: implica además un orden, una com-
binatoria, leyes combinatorias . o obstante, el rasgo es el elemento de ba-
se del inconsciente y más precisamente del inconsciente como saber. En ese
nivel Lacan puede recurrir a la teoría de los conjuntos y a su lógica propia
para esclarecer algo del psicoanálisis . .\iie referiré a ello más adelante.
Por el momento quisiera detenerme en el lazo la relación entre el rasgo
unario y el goce. Diré ante todo , en términos generales, que el primero es
un operador en el plano del goce, y que su operación es doble. Es una ope-
ración de engendramiento del goce y, a la ez, de vaciamiento, de negati-
vación. ¿Qué nos permite decir, primer punto, que el rasgo unario engen-
dra el goce? Desde luego, el rasgo unario no engendra a los seres vivos, lo
cual puede parecer curioso. ¿Podemos hablar de goce en el nivel del ser vi-
vo, por sí solo? Lacan lo indica en El reverso del psicoanálisis: "No'', dice,
la dimensión de lo que llamamos goce, propiamente hablando, sólo se in-
troduce a partir del momento en que aparece el rasgo del significante. O al
menos el goce en cuanto es un goce correlacionado con el sujeto. Como
saben, en un momento Lacan planteó la siguiente pregunta: ¿gozan las
plantas, el lirio de los campos? En El reverso del psicoanálisis, página 206
de la edición francesa, no menciona el registro de la vida vegetal, pero
plantea la cuestión con referencia a la ostra y el castor, curiosa pareja. La
ostra ya aparece en la enseñanza de Lacan, pero el castor, no sé. Habría
que buscarlo.
En el caso de la ostra y el castor señala que no tendríamos motivos pa-
ra hablar de goce. Se trata, por supuesto, de una observación que apunta a
lo que llamamos goce en el psicoanálisis. Puesto que en el fondo, el castor
e incluso la ostra tienen un sistema nervioso y su organismo, como orga-
nismo vivo, es susceptible de dolor ... aparentemente. Ya no creemos como
Malebranche que el cuerpo del animal es una maquinaria. Como saben,
Malebranche era en este punto tan cartesiano, creía tanto en la dualidad
-lo que en la época se llamaba el alma y el cuerpo, que podríamos tradu-
cir como el sujeto y el cuerpo-, que consideraba que el animal, dado que
no tenía alma -supuestamente, se entiende-, no era sino pura extensión.
¡Y para demostrarlo molía a puntapiés a su perro, que aullaba de dolor!
Pero no conmovía a Malebranche.
Ya no coincidimos con él, pero lo cierto es que lo que llamamos goce
no depende de la mera sensorialidad del cuerpo. El goce se introduce cuan-
do, por el rasgo del significante, el cuerpo, digamos natural, el organismo
vivo, se separa, se distingue de lo que Freud denominó libido. Ésa es una
tesis muy vigorosa de Lacan, a saber, que hace falta el significante para se-
parar lo que pertenece al registro del cuerpo y lo que pertenece al registro
del goce propiamente dicho. En su funcionamiento como organismo, el
cuerpo no implica el goce, al menos el goce propio del hablanteser. Ésa es
COLETTE SOLER 127
la razón clínica, por otra parte, de que los fenómenos del goce se adviertan
más bien por un desarreglo del funcionamiento del organismo, de su ho-
meostasis. La divina homeostasis que, a veces, nos lleva a olvidar que un
sujeto se sostiene de un cuerpo. Así, en efecto, el goce se introduce más
bien como más allá del placer, que a su vez no debe tomarse en sus formas
orgásmicas sino, mejor, en ºla forma asignada por Freud, de menor tensión,
de olvido, que va a la par con el olvido del funcionamiento del cuerpo. En
ese sentido puede decirse que en el caso del hablanteser el rasgo unario in-
troduce la dimensión del goce en su distinción con respecto a la funcionali-
dad del cuerpo.
Pero al mismo tiempo, de manera correlativa a ese engendramiento, el
rasgo unario también produce la borradura: la borradura del ser vivo en
su carácter no marcado. Introduce por lo tanto el goce, no en la forma de
un plus, sino de una pérdida. Aquí retomo una frase de Lacan en el mismo
seminario: "La dimensión del goce se introduce en el ser del sujeto por el
objeto perdido, y lo hace como goce a recuperar". Sin duda debemos pre-
guntarnos qué es el "ser del sujeto". Creo que podemos decir que el ser del
sujeto no tiene otra definición que su falta en ser. Lo cual permite que La-
can pueda precisar, en su seminario Aun, de 1973: "Un sujeto como tal no
tiene mucho que ver con el goce". El sujeto "como tal" es, más bien, idén-
tico a la elisión de goce, correlativo del vaciamiento de goce y por lo tanto
idéntico a la cosa en cuanto está barrada. Puedo recordar aquí el materna
que había propuesto Jacques-Alain Miller y que lo indicaba con mucha
precisión. Lo escribía así:
A
Cosa ---7 g
J
(goce)
lacionarse con éste, pero en sí mismo, su "ser de sujeto" no es "yo " [ "je " ]
de goce. Bien, ya veremos dentro de un momento que ese ser del sujeto es
lo que Lacan formula en la teoría de los conjuntos como conjunto vacío.
Entonces, el goce -la dimensión del goce- se introduce en el "ser del
sujeto" por la dimensión del objeto perdido. Y aquí el rasgo unario es
causal, tiene una función caÚsal. Constituye, dice Lacan, "conmemora-
ción de goce". Cuidado, la "conmemoración de goce" no reproduce el
goce mismo. Es conmemoración de un goce perdido y que no se recupera ,
que no se desplaza en la conmemoración aunque quede algo de él. Por
eso el rasgo unario introduce la dimensión del goce, no como un Dasein,
como ser-ahí, sino en una doble forma: por un lado, nostalgia de la pér-
dida , y por el otro búsqueda de la recuperación. En otras palabras, el Uno
de la marca, el Uno del rasgo unario, no programa en sustancia más que
el encuentro fallido, el encuentro fallido entre nostalgia y búsqueda. Lo
cual hace que Lacan pueda decir: "Sólo hay marca para la muerte " . La
marca para la muerte es, en el fondo, una manera de aludir a la dimen-
sión castradora de la marca . Y yo me preguntaba: ¿podríamos hablar de
una marca para la vida? La vida, lo que recibe ese nombre, deja sin duda
trazas, huellas, en especial las huellas sobre el cuerpo pero también en el
nivel del sujeto, lo que llamamos "memoria". Pero esas marcas no vehi-
culizan la vida misma; en cierto modo, no son más que el indicio de su
paso. Una marca de vida sería contradictoria, y en este punto me acorda-
ba del esfuerzo que hizo Jean-Jacques Rousseau en el Emilio para intentar
presentarnos, como invención ficcional, un ser, más precisamente un ni-
ño, que fuera lo que él llamaba " el niño dichoso y libre". En su texto esta
expresión es un leitmotiv, una cantinela. Se trata de un niño que Rous-
seau describe muy bien como no marcado por el lenguaje: un niño no
marcado. Hizo una especie de esfuerzo para presentárnoslo pero, desde
luego, no pudo sino construir una imagen. En varias ocasiones nos pre-
senta la imagen del niño dichoso y libre, imagen que hace mucho tiempo
caractericé como mortífera.
Hay una contradicción interna muy notoria en el texto de Rousseau: en
el momento mismo en que éste quiere describir al niño no marcado, está
obligado a hacerlo con el instrumento del lenguaje y su descripción del ni-
ño dichoso y libre toma la forma paradójica de un epitafio. De algo que se
asemeja a una fórmula de epitafio, porque él mismo nos pinta a ese niño
que brinca en la naturaleza, sin inquietudes ni restricciones, y concluye
con una frase que no recuerdo del todo pero que es algo así como "vivió y
fue feliz". De inmediato la descripción toma la forma de una imagen dete-
ni da y, en el fondo, advertimos que, pese a los esfuerzos de Rousseau , el
lengua je introduce la mortificación en la imagen de vida que él quería pre-
sentarnos.
COLETTE SOLER 129
ber de la ciencia, porque produce una modificación del ser vivo. Esa mo-
dificación se manifiesta clínicamente mediante la aparición de las pulsio-
nes parciales. Un aspecto muy importante es que las pulsiones -lo que
Freud llamó con ese nombre- no son naturales. En el animal no parlante
no hay pulsiones sino necesidades orgánicas. Y debemos señalar que eso
es lo que los anglosajones no •logran asimilar, en especial los ingleses,
agreguemos, probablemente debido a su tradición filosófica particular-
mente empirista. En fin, no conozco la causa; se podría hacer una tesis, un
estudio sobre ella.
Pero es verdad que ahora nosotros tratamos casi como una evidencia la
idea de que la pulsión no es natural, que no pertenece al ser vivo sino a la
cosa barrada, vaciada; sin embargo, como no estamos solos en el mundo,
es preciso demostrarla o, en fin, apuntalarla. El primer dato del que puede
partirse es el siguiente: no hay perversión polimorfa del animal. Si la cosa
obedeciera al cuerpo viviente podríamos esperar que los simios superiores,
por ejemplo -¡tal vez no el castor, por astuto que sea!-, manifestaran una
perversión polimorfa, pero no es así. No es así y, sin embargo, no carecen
de autoerotismo. El simio superior se masturba a más y mejor, por ejem-
plo, pero no es un perverso polimorfo como el niño. Entre el autoerotismo
y la perversión polimorfa del niño está la incidencia del Otro, que actúa
por el elemento basal del rasgo unario.
En este punto se introduce "el predominio de la mujer como madre",
expresión de Lacan en El reverso del psicoanálisis. Ese predominio se debe
al hecho de que ella dice, ordena, prescribe y la hacemos objeto de nues-
tras demandas. Si se quiere estudiar el tema de la sexualidad femenina y
del niño, antes de introducir la sexualidad femenina en el asunto es preci-
so introducir la palabra, es preciso introducir al Otro del lenguaje entre la
madre y el niño, puesto que lo fundamentalmente determinante de una
madre es ser parlante. Luego su deseo y su goce propios cumplen su papel
en cada madre, por supuesto, pero el punto de partida es ser parlante y
que enseñe a su hijo a hablar. ¿Qué quiere decir eso?
Cito aquí una notable expresión de Lacan: "La mujer, siempre como
madre, concede al goce el atreverse a la máscara de la repetición". ¿Qué
significa? Significa que permite al goce pasar por la pérdida, en primer lu-
gar por la pérdida anterior a la recuperación. Al enseñar al niño a hablar,
lo cual, en un inicio, quiere decir pedir, al enseñarle a pedir y a hacerlo co-
mo se debe, según se dice a los niños -"como se debe" y no de cualquier
manera, o sea, a pasar por la mascarada que impone el consenso social-,
pues bien, al obligar al niño a la demanda, la madre introduce el renuncia-
miento. El renunciamiento a lo que Lacan llama el goce cerrado y ajeno de
la madre. No en el sentido de goce propio de la madre, sino en el de goza r
de ella como objeto. En la actualidad se habla mucho, sobre todo en ps i-
COLETTESOLER 131
o
A
Esto quiere decir, por tanto, que el objeto a no es una sustancia gozan-
te en su consistencia lógica; no tiene en absoluto una consistencia de goce
sino de vacío, y en el fondo se aborda mediante la elaboración de la cade-
na que identifica al sujeto. Lo cual hace que en un análisis, cuando se ha-
bla del abordaje del objeto a, éste no se produzca en la forma del encuen-
tro un buen día o al modo de la revelación o el relámpago. El objeto a se
aborda por el trabajo de hormiga que efectúa el analizante para producir
lo único que puede producir, a saber, los significantes. Y cuanto más pro-
duce el sujeto analizante esos significantes que el discurso del analista es-
COLETTE SOLER 135
.
Por eso Lacan puede decir: la transferencia no es la repetición y recí-
procamente; esto es, distingue los conceptos. Pero la transferencia condu-
ce a la repetición, como dice en el Seminario 11. La transferencia se ve con
mucha claridad a partir de la función si la retomamos únicamente con el
rasgo unano:
$ a
a - pérdida
-goce
"no todo" y La mujer, el "no todo" es una estructura que responde al sa-
ber mismo.
La astucia es que esa consistencia lógica de vacío resulta apropiada pa-
ra albergar el plus de gozar en su consistencia corporal. Vale decir , para
albergar un elemento extraño al significante, pero que se instala en la es-
tructura de lenguaje. La consistencia del objeto a, la consistencia lógica, es
lo que da su alojamiento, en cierto modo, al plus de gozar. Por eso Lacan,
al escribir sus discursos, en particular en el seminario El reverso del psi-
coanálisis, cuando escribe el discurso del amo con sus cuatro términos,
anota pérdida o bien goce [cf. el esquema anterior]. En el fondo, es pro-
fundamente coherente con lo que estoy explicando.
Así pues, cuando Lacan dice: no hay discurso que no sea goce, sí, es
así, con la condición de no perder de vista que el goce se instala en este lu-
gar. Si siguen este desarrollo, comprenderán sin duda por qué Lacan pue-
de decir que el discurso del amo moderno, en la versión que llama "capita-
lista", con la referencia a Marx, está animado por la sed de la
falla-en-gozar. Sed de la falla-en-gozar que, por otra parte, asume la forma
de un consumo multiplicado de bienes y no la de su privación. ¿Por qué
hablar de sed de la falla-en-gozar en el discurso del amo?
Como discurso del amo moderno, se trata de un discurso del amo tra-
bajado por el saber de la ciencia. Saber de la ciencia que no es el del escla-
vo antiguo sino un saber justamente homogéneo con el saber del incons-
ciente freudiano, un saber formal. Pues bien, cuanto más hacemos trabajar
el saber formal como conjunto de rasgos, más alimentamos en cierto mo-
do el vaciamiento y la pérdida de goce. De allí esas fórmulas que durante
mucho tiempo me parecieron enigmáticas -no sé cómo las entenderán us-
tedes, cada uno lo hace a su manera-, en las que Lacan nos dice: el discur-
so del capitalismo está animado por la sed de la falla-en-gozar, y alude al
proletario en su definición marxista, diciéndonos que rivaliza en esa sed.
Esto sólo se entiende, sólo se comprende si no perdemos de vista que el
proletario es quien se presta al trabajo del saber moderno. No es el que
dispone de ese saber. Presta su cuerpo a la maquinaria del saber moderno
y al hacerlo, en efecto, trabaja con un efecto de producción de falla-en-go-
zar. Falla-en-gozar que, evidentemente, el consumo no detiene.
Tal vez sea esto lo que los países que no se beneficiaron con el régimen
capitalista en todo su esplendor aún no saben; quizá no hicieron todavía la
experiencia de que, al hacer trabajar el saber al modo del saber capitalista,
se ganan bienes de consumo pero se alimenta la falla-en-gozar.
10
Tl T2 T3
Goce (uno)
pérdida re-petitio
O _µ..!] Un-decir
{ ics f
El "Un-decir" es lo que constituye como conjunto la serie infinita, y po-
dríamos decir que la eleva a lo transfinito. ¿Qué dice el "Un-decir"? . unca
dice más que la falta de, con la sp.lvedad de la interpretación, a la que volve-
ré. Este "Un-decir" no dice otra cosa que el decir de la demanda, lo que La-
can sitúa como tal en "El atolondradicho" , donde, de manera sorprendente,
señala lo siguiente: la repetición es la demanda. En la página 24 de ese artí-
culo, luego de presentar la distinción de los sexos, el "para todo hombre" y
el "no toda" por el lado de la mujer, dice: "El apoyo del dos [deux] para ha-
cer de ellos [d'eux] que parece tendernos ese no todo constituye una ilu-
sión". Acaba, por lo tanto, de plantear el ellos [eux] , que es para todo x del
hombre y no para todo x de la mujer. "Constituye una ilusión" quiere decir
que ese dos, ellos, los dos sexos, no da dos y la repetición, que es en suma lo
transfinito, muestra que se trata de un inaccesible.
dos [deux]
Vx *Uno
=Otro
Lo vemos insertar la repetici ón como una cuña entre ell as, las dos par-
tes sexuadas. ¿Por qué decir que eso no da dos? Creo que puede sostenerse
lo siguiente: si el " para todo " da "Uno ", el " no rod o " no lo da, vale decir
que no da dos " Unos " suma bles o mul tiplicables. El " no todo " no da Uno
sino Otro. Podría decirse que da dos , pero en el sentido de que Uno y Otro
son dos, no en el sentido de dos pares. En consecuencia, no da dos "Unos "
y tampoco un "Uno" de fusión, la famosa fusión amorosa, ni el uniano.
En la vida de los sexos hay por cierto algo que trata de dar dos en el senti-
do de dos Unos, dos Unos que van a la par. Es justamente la homosexua-
lidad masculina que al presentir por algún signo, sin duda, que con el Otro
no hay pareja, trata de acoplar los dos "Unos" hommosexuados, que La-
can escribe con dos emes. La homosexualidad masculina, dice Lacan, es lo
que se parapeta del falo, a saber, el Otro. No está mal que utilice el térmi-
no "parapetarse", con las connotaciones de barrera, protección, campo
atrincherado que evoca. De ese modo se arroja cierta luz sobre la segrega-
ción de los sexos.
La repetición se presenta para decir que el "Uno" -no me refiero al
"Uno" del sujeto, que sólo se supone en el cifrado- del " Un-decir" no tie-
ne alter ego ni partenaire con los cuales entablar relación. Existe solidari-
dad entre el "hay Uno" de Lacan -que debe cotejarse con el " no hay rela-
COLETTE SOLER 145
~
{III. .. -1}
0
verdad
"yo no soy"
"yo pienso"
como a la espera de ser. Si no soy, espero el ser, si no soy "Uno " , espero el
dos. Y efectivamente, la transferencia es la tercera operación, que perm ite
al sujeto salir de su "yo no pienso", conjugado con el desconocimiento
mismo del inconsciente. Con lo que solemos llamar un poco apresurada -
mente la ilusión del dominio, la ilusión del sujeto amo. Y digo: un poco
apresuradamente, porque de tpdos modos tuvo que aparecer Freud para
inventar el inconsciente como saber.
Esto quiere decir que la consideración de la división del sujeto no va de
suyo, es preciso dar cuenta de la posibilidad que tiene el sujeto parlante de
tomarse por "Uno". Habría que reflexionar aquí sobre el sujeto cartesia-
no . Como es sabido, Lacan utilizó el cogito cartesiano para decir: el sujeto
cartesiano, sujeto de la ciencia, es el sujeto que encontramos en el psicoa-
nálisis. Dicho esto, cuando acudimos a Descartes por el lado de la moral,
del Tratado de las pasiones, advertimos que su sujeto es muy compatible
con el "yo no pienso", a despecho del "pienso" del cogito, y que la moral
cartesiana es verdaderamente la ideología del sujeto amo.
La transferencia es lo que hace posible la renuncia al ser, la aceptación
de la falta que se nos impone desde el momento en que nos embarcamos
en esa forma de pensamiento que es la asociación libre, con el efecto a ve-
ces doloroso para algunos sujetos de perder en ella su marca. En la trans-
ferencia, por lo tanto, se abre una posibilidad de revelación que es, al mis-
mo tiempo, portadora de ilusión. En efecto, la transferencia hace creer que
el dos existe, hace creer en la promesa de una relación, que por otro lado
no significa una relación con el analista. Ésa es la entrada de la transferen-
cia. ¿Cuál va a ser el efecto de la operación de verdad que se despliega gra-
cias a ella sobre la repetición? Como saben, Lacan nos dice en el Semina-
rio 11 que la transferencia, aunque diferente del concepto de la repetición,
conduce a ella: la puesta en juego de la primera conduce a la puesta en jue-
go de la segunda. Es lo que Freud descubrió e inscribió en sus textos de
1914: la transferencia desemboca en la repetición.
¿Cuál es la idea de Lacan al respecto? Es una idea persistente. En " El
atolondradicho" comenta la demanda, habla de nuestra práctica del decir
y plantea: "No debe incluirse en el concepto de la repetición en ta nto és ta
no queda librada a sí misma sino que es condicionada por esa práctica, co-
mo lo hicimos notar del inconsciente".
La idea es muy precisa: el psicoanálisis condiciona la repetición en su
práctica. ¿Qué significa decir que en ésta la repetición no queda librada a
sí misma? No queda librada a lo que ella misma es fuera del aná lisis, a lo
que es fuera de la transferencia, y no sólo no queda librada a sí misma si-
no que es condicionada, al igual que el inconsciente. En "Televisión" La-
can dice que el inconsciente es condicionado por el psicoanálisis. ¿En qué
sentido? Señala en ese texto que el inconsciente habla desde siempre, lo
f
COLETTE SOLER 149
s
d
s
analizante analista d
Freud habla aquí de rechazo psíquico para señalar que cuando surge la
representación de transferencia, las asociaciones se interrumpen. ¿Por qué?
Porque el sujeto reedita el proceso de represión, de rechazo de la represen-
tación penosa. La frase dice: en el fondo, que el sujeto rememore una re-
presentación del pasado y el rechazo sufrido por ella o que eso pase al
analista por transferencia, desde el punto de vista del desciframiento del
inconsciente da exactamente lo mismo. Por lo tanto, interpretar la transfe-
rencia como repetición no es otra cosa que descifrar el inconsciente por
medio de la transferencia.
Aquí se plantea de pasada una cuestión: ¿hasta dónde llega la eficacia
del desciframiento? ¿Qué cambia por el hecho de que en el análisis se ex-
traigan, por desciframiento, los significantes, los términos que insisten en
la palabra y la conducta del sujeto, y que por lo tanto se revele al analizan-
te la representación mal conectada, como dice Freud? Es indudable que si
eso introduce un cambio, éste no tiene ningún automaton. Que un sujeto
advierta los rasgos que condicionan sus elecciones de objeto, que perciba
los rasgos del surgimiento del goce que le resulta intolerable, no impide
llegado el caso que esos rasgos actúen. Es decir que, gracias al descifra-
miento, se llega a un "ya sé, pero eso no cambia nada" . Es una gran cues-
tión en el análisis, que llamamos "caída de los significantes amos" y escri-
bimos en el discurso analítico por debajo de la barra:
¿Qué es esta caída? ¿Es simplemente sacar a luz -y aqu í podría reto-
marse la expresión "toma de conciencia"-, el hecho de que en lo sucesivo
el sujeto sepa? Sabe que tal o cual significante tiene cautiva su libido, in-
cluso de una manera incoercible, y ésta es una versión de la caída de los
significantes amos que equivale sencillamente a decir que se trata del es-
tablecimiento de su serie descifrada. ¿O la "caída de los significantes
amos" alude a la caída de su poder de significantes? Esto se plantea en un
doble nivel: en el de los ideales, porque éstos son en buena parte incons-
cientes. En general, el sujeto que llega al análisis no conoce sus ideales in-
conscientes, de modo que puede descubrirlos. ¿Esto hará que dejen de ac-
tuar? Yo diría que tenemos todas las variaciones. Por otro lado, ya no el
de los ideales del sujeto sino el de las elecciones de objeto, existe el mismo
problema.
¿Basta con identificar la condición de las elecciones de objeto para que
esa condición deje de actuar? No, o no en todos los casos, y de allí el pro-
blema fundamental en el plano de la cuestión del pase: ¿qué exigimos pa-
ra hablar de una caída de los significantes amos? ¿Exigimos únicamente
158 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALITICA
que el significante pueda producirse, esto es, enunciarse, o que haya deja-
do de actuar?
En lo concerniente a los objetos, Lacan lo dice en "La dirección de la
cura": "El análisis cuesta su puesto a ciertos objetos, aunque sea inamovi-
ble". Frase ambigua que quiere decir, por ejemplo, que no por cambiar de
partenaire se sale de la repetición. A veces, algunos sienten quizá la tenta-
ción de considerar que un cambio de partenaire en el transcurso de un
análisis es el signo de que verdaderamente hubo un cambio. Si tomamos
esta expresión de Lacan: "puesto inamovible", el objeto que estaba presen-
te puede quedar relegado, pero si es para que llegue un segundo objeto con
las mismas insignias, podemos decir que en el plano de la elección de obje-
to no habremos vencido a la repetición.
Hay una cuestión con respecto a lo que llamaré "el límite de la eficacia
del desciframiento". Tengamos la seguridad, sin embargo, de que en el
análisis no nos contentamos con descifrar el inconsciente, pretendemos in-
terpretar al sujeto. La interpretación del sujeto y el desciframiento del in-
consciente no son la misma operación. El desciframiento del inconsciente
se refiere al saber inconsciente; la interpretación del sujeto remite a éste co-
mo conjunto vacío:
También en este aspecto hay en la historia del psicoanálisis un debate
sobre la interpretación y su lugar. ¿Cómo tomó Freud la cuestión? Parta-
mos del hecho de que, como ya lo recordé, define la transferencia. Podría-
mos decir que la define con una imagen: como una transferencia de fon-
dos, expresión conocida por todos. Pues bien, en una transferencia de
fondos hay escoltas, y ni hablar de que no los haya. ¡A veces incluso son
atacados! La transferencia debe concebirse verdaderamente como una
transferencia de fondos, y en ella la escolta es el significante, las represen-
taciones. Los significantes sirven de escolta a los fondos, y los fondos es-
coltados son, desde luego, lo que Freud llama libido, deseo, quantum de
afecto, intensidad ... y lo que nosotros, hoy, llamamos goce.
Durante un tiempo, al principio, Freud cayó en una especie de confu-
sión de las operaciones de desciframiento e interpretación. ¿Qué nos auto-
riza a decirlo? El tratamiento que, desde los Estudios sobre la histeria -lo
retoma más adelante en el caso Dora-, pretende dar al surgimiento de la
transferencia como falsa conexión. Dice: "Cuando aparece la falsa cone-
xión, señalada por un efecto de interrupción de las asoci_aciones, lo único
que se puede hacer" es encontrar o conjeturar, por medio de las asociacio-
nes, la representación que ha sido transferida, y revelarla al sujeto. Freud
nos dice, por lo tanto: la interpretación consiste en descifrar y transmitir el
significante en cuestión.
Confusión de la operación de desciframiento e interpretación: en esta
época, Freud aún cree que por ese medio, al aislar el significante falsamen-
COLETTE SOLER 159
frado inconsciente que podemos escribir con los tres rasgos no cifra más
que el goce fálico, el goce del "Uno", y por eso Lacan dice que el analizan-
te consume goce fálico. Ese cifrado del inconsciente es la relación vacía
que insiste, la no relación insistente.
El correlato del cifrado es la repetición de la estructura que correlacio-
na el "Uno", por múltiple que' sea, con el conjunto vacío del sujeto. En
otras palabras, el cifrado tiene por correlato la recurrencia del sujeto como
vacío, razón por la cual, si queremos dar un nombre a ese sujeto, no pode-
mos asignarle otro que "Aleph cero". Utilizaremos, entonces, el modelo de
la operación de Cantor para designar esa estructura. Eso explica que en
.. . ou pire, Lacan sitúe "el Aleph cero por la sucesión de los números ente-
ros mediante la cual el dos que aquél inaugura simboliza en la lengua el
sujeto supuesto al saber".
Esta estructura lógica es perceptible en la experiencia, clínicamente. Si
procuramos discernirla en ella, podemos ilustrarla de diversas formas pe-
ro, de hecho, cada vez que una operación de desciframiento tiene éxito en
el psicoanálisis, lejos de reducir el enigma no hace más que acrecentarlo.
Es decir que ca~a vez que logramos extraer un significante con un peso es-
pecial de los dichos que circulan, de los sueños que se encadenan o de los
lapsus, evidentemente se produce un efecto, el sujeto hace un clic, pero ese
clic sólo vuelve más patente el vacío del "¿qué quiere decir eso?"
Tomemos cualquier sueño, el de la "monografía botánica", con todos
sus entrelazamientos de asociaciones, etc. Cuando surge la palabra "botá-
nica" surge un "Uno", hemos descifrado un "Uno" en ese sueño, un signi-
ficante que estaba latente en él. ¿Cuál es el enigma, entonces, qué quiere
decir "botánica"? Como dice Lacan, un mensaje descifrado sigue siendo un
enigma, porque el desciframiento, la sustitución de un significante, no nos
da el sentido. El desciframiento es irreductible a la interpretación, son dos
operaciones diferentes. Cuanto más logramos descifrar, más vacío es el
sentido y más insiste el sinsentido. Es decir que cuanto más consigamos re-
ducir la abundancia verbal para extraer al final , quizás, un so lo término - si
llegamos eventualmente a lograrlo, en un sueño o un caso preci o- pues
bien, tanto más presente estará el vacío de sentido, el ¿q ué soy yo Ue] ; "
del sujeto no será menos enigmático, más depurado, más acenruado. A me-
nos que, desde luego, haya conexiones en el psicoanálisis y el sujeto en un
camino siempre abierto a él, pueda precipitarse a toda marcha a elabora r
la significación para cubrir ese vacío. Se trata de una vía posible, consisten-
te en asignar, como decía Lacan, "la preferencia en todo al inconsciente " ,
vale decir, a la asociación infinita. El saber inconsciente se descifra como
un saber y ese desciframiento deja al sujeto no-sabido. Los remito a la frase
de Lacan: "lo no-sabido se ordena como el marco del saber " . El sujeto,
conjunto vacío, si se le quiere dar ese nombre tomado del modelo del
COLETTE SOLER 163
Un-decir
Que se diga
Lo que se dice - enunciación - intérprete
Lo que se oye - enunciado ~descifrador
¡Hay que oírlo para creerlo! Me preguntaba, por supuesto, sobre la expre-
sión: "¿se puede hablar de atravesamiento de un amor?". ¿Por qué no?
En principio, se la puede emplear en un sentido trivial; como se puede
hablar de una travesía marítima o como se habla de atravesar pruebas o
una aventura. En la vida hay travesías de amor al margen del psicoanálisis;
es un hecho. Ahora bien, en nuestra época, en la que desidealizamos el
amor con una velocidad aterradora -se habla de relación, ya no se dice
"tuve cinco amores en mi vida" sino "tuve tantas relaciones"-, la ciencia y
el psicoanálisis también lo sufrieron, es notorio.
El atravesamiento de un amor siempre deja huellas. Hablar de atrave-
samiento de un amor significa, por supuesto, que el amor termina, se atra-
viesa cuando termina, forzosamente, y siempre es atravesamiento en tanto
amor desdichado, engañado. No atravesamos los amores felices, que son
los amores interrumpidos por los azares de la existencia. Podemos atrave-
sar los amores que duran, y cuando llegamos al final, la travesía, en efec-
to, ha dejado huellas, reconocidas ante todo como tales en el nivel de la
identificación. Ésa es la primera idea de Freud.
Cuando el amor es decepcionado, el sujeto se identifica con el objeto
que lo decepciona. Esto motivó incluso un entretenido ensayo de un autor
llamado Sachs, que trabajó sobre un perfil de mujer y decía que bastaba
escucharlas para reconstruir la serie de objetos que habían amado, pues
conservaban una huella identificatoria de cada uno.
Pero las huellas del amor, una vez atravesado, no están sólo en el nivel
de la identificación; también las encontramos en el nivel donde actúa la re-
petición, el nivel de las condiciones de amor y de goce, y eso es lo que des-
cubrió Freud, y el psicoanálisis en general, al constatar el peso de los obje-
tos primordiales en el inconsciente. El peso de los objetos que calificó de
edípicos, lo cual quiere decir: los primeros objetos dejan una huella indele-
ble que no sólo está en el nivel de las identificaciones sino en el plano de la
conmemoración del acceso al goce mediado por ellos.
Dejan huellas que son conmemoraciones del goce del que esos objetos
fueron mediadores. En lo concerniente al analista, el análisis es sin lugar a
dudas un lazo libidinal con él y se espera que sea un amor que deje huellas
pero, justamente, no las mismas que cualquier otro amor. Al contrario, se
espera que sea un amor que deshaga las huellas, las desactive, al menos al-
gunas de ellas. Y si este amor de transferencia deja huellas, no deben ser
las de la repetición.
El lazo con el analista que calificamos de amor varía en función de dos
factores . Caso por caso, ante todo, varía en función de las condiciones de
amor del sujeto analizante. En ese sentido, el analista pasa en la transfe-
rencia, en parte, por las condiciones de amor del analizante. Pero ese lazo
varía también en términos más generales que no dependen de cada caso:
COLETTE SOLER 167
tiene sus fases típicas, sus curvas propias, no gobernadas por la particula-
ridad de cada analizante sino por lo que solemos llamar la estructura.
El análisis impone su propio orden a la repetición de las condiciones de
amor del analizante, y debido a que el discurso analítico impone su orden
podemos hablar de las fases típicas de la transferencia, que no están en fun-
ción del analizante sino del R,rocedimiento mismo. Así, por ejemplo, en lo
concerniente a la etapa terminal hablamos del pase, en singular, y supone-
mos por lo tanto que hay una fase en la cual se producen fenómenos cuya
estructura es identificable más allá de las diferencias de cada caso, pero al
mismo tiempo decimos "los pases". Por eso uno de mis artículos se titula
"Una por una", porque cada una impone tal vez su marca a la estructura.
Quisiera relacionar dos textos. Uno de ellos es "La dirección de la cu-
ra" (pág. 602), donde Lacan evoca de manera rápida pero sumamente pre-
cisa las fases típicas del amor de transferencia y las enumera: "El enamo-
ramiento primario observado al principio del tratamiento", que distingue
de lo que llama "la trama de satisfacciones que hace tan difícil de romper"
esa relación al final, cuando la neurosis de transferencia parece superar los
medios específicos del análisis; entre ambos, enamoramiento primario y
trama de satisfacciones, menciona el período que, en la teoría analítica clá-
sica, fue estigmatizado mediante la tríada "frustración, agresión, regre-
sión". Por el momento retengamos sólo la frustración.
Aquí tenemos un texto, entonces, donde Lacan nos dice: en el amor de
transferencia hay tres tiempos. Quisiera relacionarlo con otro, el del Semi-
nario 11 en el que Lacan señala que el amor de transferencia -que, como
todo amor, asume la forma de la demanda; el amor siempre es pedigüeño-
está tendido entre dos polos: en uno sitúa el ideal con respecto al cual el
sujeto quiere hacerse digno de amor, que es el polo de la demanda de
amor propiamente dicho, mientras que en el otro sitúa el objeto, digamos
la pulsión. Me parece que se puede comparar estos dos textos, estas dos
tesis, y mostrar que los tres tiempos mencionados en "La dirección de la
cura" son estructurados por el binario del ideal y a:
demanda de amor
pulsión
hace del otro lo que le falta. Eso es exactamente lo que significa: amar es
decir al otro "tú eres mi falta" .
Agreguemos, en tercer lugar, que quien ama no sólo está falto, no sólo
da sino que, cuidado, espera recibir, y acaso ése sea el secreto de que el
amor no se viva como dolor en el enamoramiento y sólo sea doloroso al
romperse, cuando el objeto no responde de acuerdo con los anhelos del su-
jeto: el amor sólo se convierte en dolor cuando fracasa. ¡Ustedes me dirán,
a lo mejor, que fracasa siempre! Ése es otro problema; en todo caso, el
amor sólo es dolor en la pena de amor.
Esta satisfacción de la falta, que se manifiesta en el amor, es precisa-
mente lo que revela que en él hay una cara oculta de espera, de demanda,
de esperanza: demanda de amor, demanda de ser, demanda de ser la falta
del otro. El amor exige ser recíproco y quien ama da su falta pero cuenta
con recibir, a cambio, la falta del otro.
Es evidente, entonces, que todo descansa sobre el hecho de que el ama-
do recibe la investidura del amor, que lo convierte en algo. Traten de ima-
ginarse al ser más insignificante del mundo y verán que basta con que otro
le diga "te amo'', es decir, "tú eres mi falta'', para que de inmediato se
convierta en algo. "No puedo vivir sin ti": ésa es la palabra suprema que
espera el amor. Aquí, la cosa se encauza hacia otra vertiente: el "no puedo
vivir sin ti" quiere decir "aspiro a poseerte'', o sea, "eres todo para mí'', y
cuando alguien es todo para nosotros, no podemos darle la libertad de
obrar a su antojo, es demasiado amenazante. De modo que podemos decir
que el amado recibe el agalma que le confiere el amor, pero al mismo
tiempo sufre la amenaza de ser poseído, la posesión lo acecha y eventual-
mente corre el riesgo de "dejarse pescar", como suele decirse.
Esta estructura del amor actúa al comienzo del psicoanálisis en el ena-
moramiento primario, que se desencadena casi automáticamente con for-
mas específicas de cada sujeto. No todos lo viven en el lirismo de una ex-
presión desbordante, pero ese enamoramiento se presenta en todos los
comienzos y obedece a la acogida analítica de la demanda. Es decir, se de-
be en principio al interés mostrado hacia la persona que se presenta, pues-
to que se la escucha, pero no es sólo eso, ya que en el mundo hay mucha
gente que escucha: los confesores, los enfermeros, los vecinos del mismo
piso, todos los terapeutas que pululan en la especie parlante.
No se trata sólo del interés mostrado hacia la persona. Ésta viene a
presentar su queja y le señalamos que la recibimos, pero que basta con que
hable, y que hable de una manera: a su capricho, hasta decir tonterías, lo-
curas, todo lo que quiera, y le damos a entender que eso la llevará a algu-
na parte. Con lo cual le significamos que, diga lo que dijere, tendrá la cer-
teza de que eso vale algo; la pena, en todo caso. Y como lo decía en algún
lado Lacan, es una muestra inaudita de confianza decir a alguien: "Parlo-
170 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALITICA
tee, que no va a ser tiempo perdido". Por otra parte, muchas veces al ana-
lizante le cuesta creerlo y llegado el caso hasta rezonga: "¿Usted cree? ¿Pa-
ra qué sirve lo que le cuento?".
En ese sentido, el analizante entra a nuestro consultorio como erome-
non, amado, en el lugar del amado. Todo el problema reside en que no tie-
ne que permanecer en él, porq4e si lo hace, es decir, si se queda en una po-
sición aun mínimamente erotomaníaca, cosa que se ve con mucha
frecuencia entre las mujeres analizantes cuando el analista es un hombre,
pues bien, si persiste en esa posición -"el analista me ama y sólo piensa en
mí, sólo yo le intereso, hace de todo para hacerme hablar y adivinar mis
secretos"-, evidentemente el análisis no puede llevarse a cabo.
Pero, en rigor de verdad, esto no es muy común porque la asociación
libre moviliza de inmediato la falta del sujeto. La moviliza porque el suje-
to al hablar en cuanto analizante, como dice Lacan, sólo entra en el saber
saliendo de él. Lo que obedece a la estructura, nuestra estructura familiar,
señalará: no importa lo que escribamos de un S1, éste estará en falta de
otro y por lo tanto entra en el enunciado de un fragmento de saber, pero,
al entrar en él, pierde automáticamente al segundo. Cosa que, por lo de-
más, lanza la dialéctica de la palabra. La asociación libre, en consecuen-
cia, moviliza la pérdida por el lado del sujeto, mientras que por el lado
del analista atribuye a éste el crédito del saber que falta en el sujeto que
habla.
Por sí sola, la asociación libre, sin maniobras excesivas del analista -só-
lo las justas para no objetar el proceso-, hace entrar al sujeto en la falta en
ser, la falta en saber y la falta en gozar, que se perfila debido a ello, e in-
viste al anali~ta como aquel de cuyo lado está lo que falta al primero: el
saber o el "saber qué quiere decir eso", e incluso el goce. En el inicio se
produce la metáfora que hace del analizante, en un principio amado, un
amante. El amante sustituye en el inicio al amado. Amante quiere decir: al-
guien que va a demandar, en especial el amor.
El primer aspecto del acto analítico consiste en objetar en acto la reci-
procidad del amor, la demanda de reciprocidad que habita el amor, e in-
troducir una disimetría. Es decir que el analizante convoc,a cal ¡rnalista al
lugar del amante: es muy simple, querría que el analista lo amara. En ese
punto el analista se rehusa como maniobra analítica y no por indiferencia
y, en el fondo, actúa por medio de una sustracción. ¿Una sustracción de
qué? De lo que se le demanda: se le demanda dar su falta. Eso es lo que re-
husa, y Lacan lo formula explícitamente: "retiene esa nada'', dice en la
"Proposición del 9 de octubre de 1967" en referencia a Sócrates.
Podríamos decir que da algo: da la negativa de su amor, lo cual compli-
ca el esquema precedente. ¿Qué quiere decir, en concreto? Quiere decir
que para el analista el paciente no es lo que le falta. Diré: no debe serlo. Si
COLETTE SOLER 171
eso sucede, pues bien, ¡puede resultar una aventura, pero no un análisis! El
paciente no debe estar en el lugar de lo que le falta sino en el de alguien
que él puede perder. Subrayo: no que quiere sino que puede perder.
Aquí interviene sin duda la importancia del dinero, pues el amor es lo
que no se compra, y es muy conveniente que el analizante pague por lo
que se le da: la negativa dél amor. Esa "negativa del amor" tiene, desde
luego, una cara positiva que llamamos "don de un deseo", pero también
un aspecto negativo, de rechazo, que el analizante -es preciso decirlo- en
general experimenta con dureza. No sólo conviene que pague sino también
que el analista sea dueño del setting, contrariamente a lo que quisieron
imaginar los analistas de la IPA, que ritualizaron el dispositivo. Dueño del
setting no significa que hace cualquier cosa, sino que a él le corresponde
decidir el tiempo, el ritmo, la cantidad.
Para decirlo en términos del lenguaje común, el primer paso de la estra-
tegia del analista consiste en hacer pasar del enamoramiento primario al
amor desdichado, a la pena de amor que, desde luego, no asume las formas
dramáticas y ruidosas de la ruptura. ¡El análisis es una pena de amor pro-
longada! Cuanto más se prolonga, más se dialectiza, con las fases de espe-
ranza, decepción, expectativa, renunciamiento. El interés de pasar del ena-
moramiento a la pena de amor -cosa que los analistas, creo, quisieron decir
con el término "frustración", para señalar que el dispositivo frustra parcial-
mente el pasaje- es que esta frustración lleve al analizante a desplegar su
demanda y, al hacerlo, tenga acceso a lo que el inconsciente le oculta.
Desplegará esa demanda en una doble vertiente. Ante todo, en la ver-
tiente de la falta en saber, planteará una demanda de interpretación, que
está ligada al amor pero no es idéntica a la demanda amorosa. En el plano
de la falta en ser va a desplegar la demanda de amor, es decir, la búsqueda
y la interpelación de un interlocutor que pueda responder y dar. Esa bús-
queda reanimará, como lo vemos en el análisis, las figuras del pasado, las
figuras que lo retrotraen a los objetos precedentes. Justamente porque el
analista no responde donde se le demanda, las figuras del pasado se levan-
tan, se evocan, y la rememoración misma es sostenida por la frustración
1
antes mencionada.'' , ' '
nos frecuentes pero también los hay, y por otra parte tampoco es fácil de-
salojarlos de sus guaridas.
Como amor, la transferencia, según decía Lacan al comienzo, no es si-
no la manera como el sujeto estructura sus objetos, y esto es válido para el
objeto analista, que se incorpora entonces a la serie repetitiva y viene a
aportar -por imputación de-transferencia, para decirlo de algún modo- los
rasgos de preterición del pasado. Este despliegue de las exigencias que un
sujeto traslada sobre su partenaire forma parte de la construcción del fan-
tasma, y es un hecho que ésta no se da en un solo nivel.
Esa construcción del fantasma se hace en el nivel imaginario, donde se
trata de construir las figuras del Otro, y el nivel simbólico, donde la cues-
tión es señalar los rasgos que marcan al Otro, pero todo esto, figuras y
rasgos, no es aún sino la envoltura del problema. La partida se juega en el
plano de la repetición de lo que se demanda, que no es sólo amor sino
también goce.
Es posible ajustar el tiempo uno del enamoramiento y el tiempo dos de
la frustración que es también el tiempo de la elaboración. Los ajustamos a
ese nivel de la demanda de amor en cuanto es el motor que produce "las
insignias del objeto", las insignias imaginarias y simbólicas del objeto. En
el fondo, sin embargo, la partida también se juega en el nivel pulsional,
porque, como yo decía al comienzo, el Otro del lenguaj e separa al sujeto
de su goce, pero contra esa separación el sujeto recurre al Otro.
Recurrir al Otro en el análisis, con la forma del analista, si gnifica tra-
ta r al Otro como un sujeto, a quien se pueden demandar las respuestas en
cuestión. Se trata al Otro como un sujeto que puede responder, dar, sus-
tentar o, al contrar io, sustraerse, ocultar, abandonar. En suma, el analista
es Dios o el dia blo .
La puesta en juego de la repetición, motivada por el goce y generadora
de l recurso al Otro, arrastra al sujeto a un proceder causal consistente, en-
tre otras cosas, en construir lo que Freud llamó " novela familiar ". La no-
vel a fa m ili a r es una ficción. ¿Una ficción para dar cuenta de qué? De las
pérdi das de goce, y en un análisis es crucial que el sujeto identifique las
con figuraciones de los momentos de pérdidas decisivas . Por consiguiente,
inscr ibir en la ficc ión los momentos de pérdida, pero también lo que se
construyó como compensación, pues no sólo ha y pérdida.
Al escribir Tótem y tabú Freud hace, como dice Laca n, un producto de
neuróti co anali zante: construye una ficci ón pa ra dar razón de la pérdida
de goce; in venta la igura de un padre ra ptor del goce. Y, de hecho, la fi-
gura del di os ca trador es una fi gu ra central del inconscie nte. El colmo es
que en la his toria del psicoanálisis hay cierras corrientes que agrega ron al
mito de la pérd ida de goce mitos de repa raci ó n, como la religió n. La reli-
gión es un miro de pérdida de goce, el miro de la caída, y adem ás está el
174 LA REPETICIÓN EN LA EXPERIENCIA ANALITICA
que el "hacerse ver", es decir, lograr conectarse con el objeto voz o el ob-
jeto mirada .
Y quien está muy pendiente del "hacerse oír" puede, durante diez,
veinte o treinta años, venir a contar absolutamente todo lo que le sucede,
y en ocasiones se llega a fases terminales en las cuales nada de lo que el su-
jeto dice tiene, estrictamente hablando, la menor importancia. Sus dich os
están vaciados y sólo se sostienen del lazo con el analista, "lazo reaucido '
COLETTESOLER 175
selo, porque ese Otro no existe. Por eso a veces se dice que descubre la ine-
xistencia del Otro.
La otra vertiente, que no es igual, consiste en que haga el duelo de la
satisfacción propia del análisis, el duelo de lo que consumía en el consulto-
rio del analista, sin saberlo y en silencio. Ese duelo no hace sino dejar más
abierta la pérdida, como podría decirse de una herida. Simplemente, el
duelo deja promesas abiertas. La asunción de la castración no deja prome-
sa alguna de una castración sellada; en cambio, el duelo del analista y del
objeto que presentificaba deja abierta para el sujeto la posibilidad de los
encuentros futuros, los encuentros pulsionales. Digamos que, de ese modo,
el amor no se le cierra sino que, antes bien, se le abre.