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La psicoterapia es o debe ser un encuentro genuino entre dos personas. Esta actitud choca con
posturas rígidas y objetivistas, desde las cuales el terapeuta no debe mostrarse como un ser
humano real ante el paciente, sino que debe poner distancia ante este último. Sin embargo, esta
misma actitud impide atender, captar y comprender la vivencia inmediata del paciente y el sentido
de la misma.
De modo que, los conceptos de presencia y encuentro no deben oscurecer la postura objetiva que
el terapeuta debe tener con y ante el paciente. La disyuntiva consiste en aprender a mantener un
equilibrio y fluir entre estas dos posturas: tratar de acercarse a la subjetividad del paciente para
poder comprender el sentido de su experiencia y, simultánea y paralelamente, observar la vivencia
del paciente desde fuera del mundo experiencial de éste, para así no perder la objetividad.
Por lo que optar por una postura rígida y objetivista ayuda, pero esta misma postura no facilitaría el
desarrollo de dicha ayuda de forma completa, debido al estado afectivo y/o experiencial en que
vive el paciente.
Entonces, ¿Es necesario que exista un encuentro real entre ambas partes? Si, es necesario debido
a que como la persona no ha podido o no ha querido vivenciarse conscientemente a sí mismo en la
vida diaria y cotidiana, se le brinda un espacio igualmente genuino donde pueda desarrollar sus
potencialidades y atender a sus posibilidades de ser.
“Los pacientes transforman la valoración positiva del terapeuta en autoestima. Además, desarrollan
una nueva norma interna en lo que hace a la calidad de una relación genuina. La intimidad con el
terapeuta les sirve como punto de referencia interno. Al saber que tienen la capacidad de formar
relaciones, desarrollan la confidencia y la disposición a entablar otras relaciones igualmente
buenas en el futuro”
Es importante destacar:
El terapeuta debe estar presente para relacionarse en una forma personal y enfocarse hacia la
posibilidad para la experiencia y el crecimiento, no sobre interpretaciones del pasado. Es el
bloqueo de la propia libertad de la persona la que necesita ser removida, y para que esto ocurra, el
terapeuta debe mantenerse flexible para ajustar el método y la técnica a cada cliente individual.
Lo que significa que se debe atender al ser humano como «ser-en-el mundo», y así, no anticiparse
a sacar conclusiones a priori sobre éste. Desde esta perspectiva, siempre se debe seguir en cada
momento la orientación y movimiento del afecto del paciente, así como su deseo/ iniciativa de
cambio y su real capacidad para cambiar, para captar la intencionalidad de sus acciones y los
alcances y posibilidades de sus decisiones actuales
En este sentido, Yalom (1984), Bugental (1978, 1987, 1997), Schneider (1990, 1995, 2008),
Moustakas (1994), Gendlin (1978-79, 1992) y May (1990a, 1995) advierten que la técnica no debe
utilizarse para bloquear la presencia. “Esta presencia, llamada a veces empatía, o simplemente
relación, es fundamental en el mundo de todos los terapeutas, y según creo, ejerce un destacado
efecto sobre el paciente, que se suma a lo que dice el terapeuta o la escuela en la que se formó”
(May, 1992)
May (1992, p. 179) resalta que: “La función del terapeuta es aportar una presencia que constituya
un mundo humano en el que el paciente no sólo pueda encontrar la polaridad de la relación yo-tú,
sino que deba hacerlo”.
Por lo tanto ell paciente, a partir del encuentro real, puede vivenciar igualmente su existencia como
real y sentir sus posibilidades de ser antes que atender a cualquier tipo de explicación lógica o
causal. Se trata de integrar el conocimiento a la experiencia de sí mismo como aquel que posee
dicho conocimiento. A partir de esta experiencia, el paciente queda existencialmente de cara a las
distintas posibilidades presentes para crearse.
Un punto importante a tratar aquí es que, si el terapeuta sólo pretende observar desde afuera del
campo experiencial del paciente, sólo terminará atendiendo a sus propios prejuicios teóricos, ya
que estará desligado de la vivencia inmediata e intencionalidad del paciente, y por consiguiente, no
podrá captar su mundo y se apartará del sentido de su experiencia. Lo único que se obtiene de
esto es validar o rechazar las propias interpretaciones teóricas o diagnosticar como normal o
patológica una conducta, y como consecuencia, el conocimiento comprensivo que se alcanzará a
obtener de esta conducta resultará sesgado por la propia actitud hacia el paciente, la terapia en si
y hacia la teoría escogida.
En palabras de Rispo y Signorelli (2005): “Para que haya una comunicación verdadera y auténtica,
debe existir una intencionalidad de co-existir, de ser-para-el-otro”
“En un encuentro verdadero, las dos personas cambian […], si el terapeuta no está abierto a las
posibilidades de cambio, tampoco lo estará el paciente” (May, 1990)
Cualquier cambio, ya sea en el estado de ánimo —a pesar de que no lo manifieste— o en las ideas
sobre algún evento específico, se puede sentir. Y la razón no es el lazo sentimental que los une,
sino más bien el interés, el compromiso y la comunicación directa con el otro.
(Psicoactiva, s.f.)
Referencias
De Castro, A., & García, G. (2011). Psicología clínica: fundamentos existenciales. Bogotá: Editorial
Universidad del Norte.