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Relación terapéutica: desde la perspectiva de la psicoterapia existencialista.

La psicoterapia es o debe ser un encuentro genuino entre dos personas. Esta actitud choca con
posturas rígidas y objetivistas, desde las cuales el terapeuta no debe mostrarse como un ser
humano real ante el paciente, sino que debe poner distancia ante este último. Sin embargo, esta
misma actitud impide atender, captar y comprender la vivencia inmediata del paciente y el sentido
de la misma.

De modo que, los conceptos de presencia y encuentro no deben oscurecer la postura objetiva que
el terapeuta debe tener con y ante el paciente. La disyuntiva consiste en aprender a mantener un
equilibrio y fluir entre estas dos posturas: tratar de acercarse a la subjetividad del paciente para
poder comprender el sentido de su experiencia y, simultánea y paralelamente, observar la vivencia
del paciente desde fuera del mundo experiencial de éste, para así no perder la objetividad.

Por lo que optar por una postura rígida y objetivista ayuda, pero esta misma postura no facilitaría el
desarrollo de dicha ayuda de forma completa, debido al estado afectivo y/o experiencial en que
vive el paciente.

Entonces, ¿Es necesario que exista un encuentro real entre ambas partes? Si, es necesario debido
a que como la persona no ha podido o no ha querido vivenciarse conscientemente a sí mismo en la
vida diaria y cotidiana, se le brinda un espacio igualmente genuino donde pueda desarrollar sus
potencialidades y atender a sus posibilidades de ser.

¿Cómo se lleva a cabo este proceso?

El encuentro es un proceso en el que terapeuta y paciente participan dialécticamente de la


experiencia del último y, hasta donde sea necesario y/o apropiado, de la experiencia del terapeuta,
pero solo en relación a la experiencia presente e inmediata del paciente. Esta idea parte del hecho
de que los autores existenciales sostienen que el ser humano sólo se hace y desarrolla a sí mismo
en la relación con los otros (Boss, 1979; Rispo & Signorelli, 2005; Yalom, 1984, 2002, 2008)

Yalom (2008), refiere al respecto:

“Los pacientes transforman la valoración positiva del terapeuta en autoestima. Además, desarrollan
una nueva norma interna en lo que hace a la calidad de una relación genuina. La intimidad con el
terapeuta les sirve como punto de referencia interno. Al saber que tienen la capacidad de formar
relaciones, desarrollan la confidencia y la disposición a entablar otras relaciones igualmente
buenas en el futuro”

Es importante destacar:

- Un espacio donde la persona pueda vivenciarse y expresarse libremente mediante la


relación consciente, abierta y empática que ofrece el psicoterapeuta:
- El encuentro implica una alta exigencia profesional y responsabilidad ética por parte del
terapeuta respecto a la conciencia de su participación en el mundo experiencial del
paciente y en la relación terapéutica, y cómo esta última puede influenciar la experiencia
inmediata del paciente.
- El terapeuta forma parte del ‘campo’ relacional del paciente, no puede el terapeuta ver al
paciente a menos que participe de su campo experiencial”. Que significa atender, captar y
comprender la forma en que el paciente se vivencia y conoce a sí mismo en su relación
terapéutica.
- No debe confundirse presencia (vivencia y entendimiento de la situación que se está
compartiendo en el momento presente) con una actitud sentimentalista hacia la otra
persona.
- Debe de existir una constante captación y clarificación de los prejuicios y reacciones por
parte del terapeuta acerca de la experiencia del paciente para no involucrarlos
indiscriminadamente en la relación terapéutica.
- Revisar los propios cimientos experienciales sobre los cuales se basa y desarrolla el
cuerpo conceptual que se posea, situación que muchas veces no se realiza por darse ya
por sentado que el propio marco conceptual de referencia valida automáticamente la propia
experiencia y percepción de sí mismo y el mundo.
- En el contexto de la psicoterapia, debe ser usada para pensar al ser humano a partir de su
experiencia y situación concreta, y no al contrario (es decir, pensar al ser humano a partir
de abstracciones o generalidades estadísticas), ya que esto diluiría la particularidad y
sentido de la experiencia en una abstracción teórica generalizada de igual forma para toda
la humanidad.
- Se debe ser cuidadoso de no colocarse al servicio de la técnica, y no pretender adaptar
forzosamente a todo individuo a dicha técnica, ya que, de esta forma, se reduce al ser
humano a la categoría de objeto.
- Sólo cuando el terapeuta sepa quién es el ser humano que está enfrente suyo
compartiendo su experiencia, podrá entonces servirse de todos los porqués teóricos para
tratar de dilucidar la orientación de dicha experiencia.

Van Deurzen (1988) menciona al respecto:

El terapeuta debe estar presente para relacionarse en una forma personal y enfocarse hacia la
posibilidad para la experiencia y el crecimiento, no sobre interpretaciones del pasado. Es el
bloqueo de la propia libertad de la persona la que necesita ser removida, y para que esto ocurra, el
terapeuta debe mantenerse flexible para ajustar el método y la técnica a cada cliente individual.

Lo que significa que se debe atender al ser humano como «ser-en-el mundo», y así, no anticiparse
a sacar conclusiones a priori sobre éste. Desde esta perspectiva, siempre se debe seguir en cada
momento la orientación y movimiento del afecto del paciente, así como su deseo/ iniciativa de
cambio y su real capacidad para cambiar, para captar la intencionalidad de sus acciones y los
alcances y posibilidades de sus decisiones actuales

En este sentido, Yalom (1984), Bugental (1978, 1987, 1997), Schneider (1990, 1995, 2008),
Moustakas (1994), Gendlin (1978-79, 1992) y May (1990a, 1995) advierten que la técnica no debe
utilizarse para bloquear la presencia. “Esta presencia, llamada a veces empatía, o simplemente
relación, es fundamental en el mundo de todos los terapeutas, y según creo, ejerce un destacado
efecto sobre el paciente, que se suma a lo que dice el terapeuta o la escuela en la que se formó”
(May, 1992)

May (1992, p. 179) resalta que: “La función del terapeuta es aportar una presencia que constituya
un mundo humano en el que el paciente no sólo pueda encontrar la polaridad de la relación yo-tú,
sino que deba hacerlo”.

Por lo tanto ell paciente, a partir del encuentro real, puede vivenciar igualmente su existencia como
real y sentir sus posibilidades de ser antes que atender a cualquier tipo de explicación lógica o
causal. Se trata de integrar el conocimiento a la experiencia de sí mismo como aquel que posee
dicho conocimiento. A partir de esta experiencia, el paciente queda existencialmente de cara a las
distintas posibilidades presentes para crearse.

Es importante mencionar la necesidad de que el terapeuta revise sus propios presupuestos


teóricos, para no reflejarse ciegamente a sí mismo en el otro (o como ya se ha dicho, para no
observar sus propios presupuestos teóricos en el otro).

Un punto importante a tratar aquí es que, si el terapeuta sólo pretende observar desde afuera del
campo experiencial del paciente, sólo terminará atendiendo a sus propios prejuicios teóricos, ya
que estará desligado de la vivencia inmediata e intencionalidad del paciente, y por consiguiente, no
podrá captar su mundo y se apartará del sentido de su experiencia. Lo único que se obtiene de
esto es validar o rechazar las propias interpretaciones teóricas o diagnosticar como normal o
patológica una conducta, y como consecuencia, el conocimiento comprensivo que se alcanzará a
obtener de esta conducta resultará sesgado por la propia actitud hacia el paciente, la terapia en si
y hacia la teoría escogida.

En cambio, si la experiencia del paciente se “observa participando” conscientemente de ésta, dicha


experiencia se podrá captar de forma directa, lo cual hace que también se pueda percibir el
significado que las acciones tienen para aquel que las lleva a cabo. De esta forma se podrá
atender a la verdad existencial del paciente y conocer la estructura de con ciencia en la que se ha
desarrollado su proyecto vital.

En palabras de Rispo y Signorelli (2005): “Para que haya una comunicación verdadera y auténtica,
debe existir una intencionalidad de co-existir, de ser-para-el-otro”

“En un encuentro verdadero, las dos personas cambian […], si el terapeuta no está abierto a las
posibilidades de cambio, tampoco lo estará el paciente” (May, 1990)

Cualquier cambio, ya sea en el estado de ánimo —a pesar de que no lo manifieste— o en las ideas
sobre algún evento específico, se puede sentir. Y la razón no es el lazo sentimental que los une,
sino más bien el interés, el compromiso y la comunicación directa con el otro.

Es a través de la psicoterapia existencial que comportamientos y problemas de salud mental que


pueden ser tratados con éxito con este enfoque terapéutico, incluyendo la depresión, la ansiedad,
la dependencia de sustancias, y el estrés postraumático.

(Psicoactiva, s.f.)

(De Castro & García, 2011)

Referencias
De Castro, A., & García, G. (2011). Psicología clínica: fundamentos existenciales. Bogotá: Editorial
Universidad del Norte.

Psicoactiva. (s.f.). La Psicoterapia Existencial, el enfoque más filosófico de la psicología. Obtenido


de Psicoactiva: https://www.psicoactiva.com/blog/la-psicoterapia-existencial-el-enfoque-
mas-filosofico-de-la-psicologia/

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