Вы находитесь на странице: 1из 110

SEMINARIO PALAFOXIANO

ARQUIDIOCESIS DE PUEBLA

INICIACIÓN EN
LA HOMILÉTICA

PUEBLA, 2018
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

ESQUEMA PARA CURSO


INICIACIÓN EN LA PREDICACIÓN Y LA HOMILÉTICA

PARTE TEÓRICA: Una parte del Curso

INTRODUCCIÓN

I. SENTIDO DE LA PREDICACIÓN.
a. Anunciar, proclamar, transmitir el Evangelio, la Palabra de Dios.
b. Predicar.
c. Don y tarea. Gracia y ejercicio.

II. MODOS DE PREDICAR, ANUNCIAR, PROCLAMAR, TRANSMITIR LA PALABRA DE DIOS.


a. Homilía.
b. Predicación de temas.
c. Ejercicios espirituales.
d. Catequesis.
e. Formaciones.
f. Enseñanza escolar de la doctrina.
g. Puntos de meditación o pautas de oración.
h. Conferencias.
i. Conversaciones.
j. Testimonio de vida.
k. Etc.

III. LA PREDICACIÓN Y LA HOMILÉTICA.


a. ¿Qué es predicar? ¿Qué es la homilía?
b. Historia de la predicación y homilía.
i. Antiguo Testamento.
ii. Nuevo Testamento.
iii. Historia de la Iglesia.
iv. Notas del Magisterio sobre la predicación y la homilía.
v. Actualidad de la predicación y la homilía.
1. Luces y sombras.
c. ¿Qué no es la predicación y la homilía?
2
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

d. El CÓMO de la predicación y la homilía.


i. Humildad ante Dios y ante los hombres.
ii. Aspirar a ser un buen predicador y tener el deseo de siempre aprender y mejorar.
iii. El objetivo de la predicación y homilía.
iv. El antes, durante y después de la predicación y homilía.
v. Introducción, contenido, conclusión de la predicación y homilía.
vi. Tono: Ideal, conversión o proyección de la predicación y homilía.
vii. Contexto de la predicación y homilía:
1. Tiempo litúrgico: tiempo ordinario, cuaresma, pascua, adviento, navidad.
2. Fiesta, solemnidad, memoria libre u obligatoria.
3. Fiestas patronales.
4. Celebraciones especiales: XV años, 3 años, boda, 25 o 50 años de
matrimonio, intenciones de difuntos, acción de gracias por intención
particular.
5. Sacramentos: bautismo, primeras comuniones, etc.
6. Funerales.
7. Temática de un retiro.
8. Temática de ejercicios espirituales.
9. Etc.
viii. Ingredientes de la predicación y la homilía.
ix. Importancia de escribir la homilía y predicación.
x. Tiempo.
xi. Verbalización.
xii. Gesticulación.
xiii. Revisar la homilía y pedir aportes o crítica constructiva.
e. Las dificultades en la predicación y la homilía.
f. La práctica y ejercicio de la predicación y la homilía.

IV. TIPS PARA LA PREDICACIÓN Y LA HOMILÍA


a. Predicar con las citas de cada día o del domingo.
b. Predicar un tema.
c. Dar lo que medito.
d. Mirar lo que necesita la gente, orar eso que necesita la gente, dar o predicar lo que
necesita la gente.
e. No acostumbrarse a comida pre-cocida (cf. Libros de homilética, comentarios a lecturas en
internet, subsidios para las homilías, etc.)
f. Darse tiempo para orar y escribir las homilías o predicaciones.
g. Actitud al preparar la homilía, cuando hay luz o cuando no hay luz.
3
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

PARTE PRÁCTICA: Otra parte del Curso

 Escuela de homilía o predicación.


o Cada seminarista prepara una predicación u homilía y la predica al grupo, con fechas
establecidas anticipadamente.
o Aplicamos los criterios de una escuela de predicación: “revisar en grupo la predicación”.
 Seminarista predica y el grupo escucha con espíritu crítico constructivo, con el
objetivo de ayudar a mejorar en la predicación.
 Se graba la predicación en audio o video, para que el seminarista se vea a sí mismo.
 Después de la predicación:
 Autocrítica o valoración propia de la propia predicación.
 Los miembros del grupo hacen su crítica o valoración de las cosas positivas y
negativas. También dan sugerencias de cómo mejorar.
 Se toma en cuenta mira el objetivo y todos los aspectos del COMO de la homilía

EVALUACIÓN:
Examen teórico: 35 %
Examen práctico: 35 %
Tema para predicar por escrito: 30 %

4
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

INTRODUCCIÓN

A. EXPLICACIÓN DEL CURSO


- Fechas.
- Esquema.
- Bibliografía.
- Metodología.

B. INTRODUCCIÓN A LA PREDICACIÓN Y LA HOMILÉTICA

El curso lo he llamado, introducción a la predicación y homilética, porque la predicación es una


realidad más amplia, dentro de la cual se encuentra la homilía. Es decir, que la homilía es un modo de
predicar.
“Entre las formas de predicación destaca la homilía, que es parte de la misma liturgia y está
reservada al sacerdote o al diácono; a lo largo del año litúrgico, expónganse en ella, partiendo
del texto sagrado, los misterios de la fe y las normas de vida cristiana”1.

Es necesario ver la realidad general y global, para luego ver la realidad particular. Es ver primero el
todo, para luego ver las partes. Cuando un estudiante hace medicina, le enseñan primero la medicina
general, luego estudia la especialidad. Cuando se quiere construir un rompecabezas, tienes presente
la imagen que debes conseguir al final, para entender y buscar acomodar las piezas que tienes
revueltas.

El todo es la predicación y la pieza es la homilía. Es verdad que como seminaristas se preparan para
ser sacerdotes y vivirán la práctica de la homilía constantemente; pero, también es verdad que no
será el único modo de predicar que usarán en el ministerio. Además, hay religiosas y laicos, que nunca
harán una homilía como tal (tal vez harán liturgias de la Palabra); pero en general, usarán otros
modos de predicar que no son propiamente la homilía. Si este curso sólo fuera de homilética, solo
serviría para prepararse en las homilías.

Como futuros pastores o agentes evangelizadores (sacerdotes, religiosos, laicos comprometidos o


laicos consagrados), es necesario aprender los distintos o diversos modos de predicación para ayudar
al pueblo de Dios, para alimentarlo, para hacerlo crecer.

FRANCISCO JAVIER CALVO GUINDA2

En la introducción a su libro sobre la homilía3, Luis Maldonado se lamenta, con razón, de la escasa o
nula atención que los planes de estudio de la mayoría de los centros teológicos españoles dedican a la

1
Código del Derecho Canónico, n. 767 § 1.
2
FRANCISCO JAVIER CALVO GUINDA, Homilética, SAPIENTIA FIDEI - Serie de manuales de teología, BAC, Madrid 2003, pp.
XVII-XX
3
L. MALDONADO, La homilía, (Madrid 1993) 5.
5
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

homilética. Cuando concluyó el Concilio Vaticano II, hace treinta y ocho años, entonábamos la misma
queja:
«A los sacerdotes se nos preparaba mal para la predicación. Paradójicamente no se ha
preparado a los futuros sacerdotes para su función principal. ¿Cuántos seminarios no tienen
todavía en sus planes de estudio una asignatura que se ocupe de la predicación? (Y no
pensábamos con esto en clases de oratoria)»4.

La situación en un pasado reciente concordaba con esta falta de preparación. Cuando era joven, la
homilía no formaba parte necesariamente de la liturgia dominical; quedaba a discreción del
celebrante. Así he podido conocer sacerdotes que no habían predicado nunca en su vida. Claro que,
según el Concilio de Trento, se puede muy bien ser sacerdote sin predicar nunca 5. En algunos
templos, mientras el celebrante oficiaba la misa, otro sacerdote predicaba desde el principio al final
de la celebración, con una breve pausa en el momento solemne de la consagración.
«Quien recuerde la predicación de hace unos decenios en España -escribe Alberto Iniesta- se
dará cuenta de que si ahora tenemos un caos, entonces era el vacío. Ahora hay algo, hay vida,
aunque sea salvaje. Entonces alguna predicación retórica y profesionalizada dos o tres veces al
año, y poco más, o nada más»6.

Las carencias en el campo homilético que denuncia Luis Maldonado no se limitan al ámbito español.
Existe una situación similar en los países latinos, países de mayoría católica.

Las lagunas en la homilética son lagunas teológicas. En vano buscaremos el artículo «predicación» en
algunos monumentos del saber teológico, las grandes enciclopedias católicas; por ejemplo, el
Dictionnaire de Théologie Catholique de Vacant-Mangenot-Amman o el Dictionnaire d’Archéologie et
Liturgie de CAbrol-Leclerq. Estas obras son fruto de una época, todavía reciente, en la que se ha
podido llegar a decir que la Iglesia católica era la Iglesia del sacramento, reservando a nuestros
hermanos separados el monopolio de ser iglesia de la palabra. Hoy aparece la urgencia de una
teología de la Palabra de Dios.

Después de la encíclica de Benedicto XV ‘Humani generis’ (15-6-1917), prolongada por la instrucción


de la Sagrada Congregación Consistorial (28-6-1917), ningún documento pontificio importante parece
haber tratado de la predicación, salva las consignas anuales a los predicadores cuaresmales.
Ciertamente, la encíclica apareció en las circunstancias poco favorables de la Primera Guerra Mundial
y sigue siendo poco conocida a pesar de que traza un verdadero código de la predicación cristiana.
Han sido más bien las oleadas sucesivas de los movimientos bíblico y litúrgico y ante todo el impacto
conciliar los que han puesto en marcha un proceso saludable de cambio.

Se dice a veces que el predicador nace. Hay quien está dotado de naturaleza para predicar y quién no.
Las cualidades naturales en el sacerdote determinarían si uno va ser un buen o mal predicador. Esto

4
J. CALVO, «El ministerio de la Palabra»: Palabra 12-13 (1996) 10.
5
CONC. TRID., Ses. XXIII, De Sacr. Ordinis, can. 1.
6
A. INIESTA, «Cómo predicar en la celebración sacramental. Líneas de fuerza»: Sal Terrae 4 (1981), 244.
6
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

no es así. Todos pueden aprender a mejorar su predicación. Y las páginas siguientes aspiran a ser una
ayuda para este perfeccionamiento.

Arte de predicar, ars praedicandi, llamaron a sus obras de este género algunos grandes maestros del
pasado. ¿No resulta presuntuoso el mismo título a un manual que repite lo que otros han dicho,
añadiendo un poco de la propia experiencia? ¿Por qué no callar y hacer hablar a los viejos maestros?
En el correr de los tiempos han cambiado los puntos de vista y las necesidades y hay que volver a
empezar de nuevo para ofrecer un sumario de todo lo que interesa saber, de acuerdo con la tradición.
Cada uno repite a su manera la lección de los antiguos reuniendo, en un trabajo de costurera, muchas
informaciones de muchos autores distintos, con muchos detalles de aquí y de allá.

El presente libro ha surgido de las clases que el autor ha impartido regularmente desde los años
setenta en el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón. Originariamente fueron unos
apuntes. Apuntes para las necesidades de los estudiantes en clase. Creo que han perdido ese carácter
de ayuda al alumno concreto. Sin olvidar a las religiosas y laicos que se preparan para diversas tareas
eclesiales en las que el ejercicio de la palabra de Dios juega un papel importante, pensamos en el
candidato al sacerdocio, destinado a ser párroco, probablemente de varias parroquias rurales a la vez,
liturgo, profesor, administrador, visitador de enfermos, especialista en el trato con niños, jóvenes,
adultos y ancianos, constructor, músico, organizador capaz de distribuir y coordinar tareas, de fundar,
acompañar y dirigir grupos y comunidades, de cooperar con los colaboradores y de tratar
constructivamente con los conflictos que se derivan de todo lo antedicho. Y además, desde luego,
predicador. «Y para esto ¿quién es suficiente?» (2Cor 2,16).

Surge la pregunta de si los sacerdotes que están en medio de una actividad práctica, frecuentemente
sobrecargados, que disfrutan de poco tiempo libre, con estas páginas van a recibir ayuda o se les
impone nuevas cargas y así toda la buena intención del autor sería ilusoria. La cuestión no está mal
pensada.

Se me ocurre responder:

Primero. El catálogo de exigencias pastorales no justifica la negligencia en la preparación de la


predicación; no justifica la negligencia, al menos cuando tareas menos importantes, menos centrales,
se realizan con más impulso, más paciencia, más solicitud, sólo porque se ofrecen en primer plano y a
veces con más urgencias. Recuerdo con la pasión con la que Franz Xaver Arnold clamaba en sus clases
contra esos jóvenes sacerdotes que pasan interminables horas con un grupo de jóvenes y no tiene
tiempo de preparar la predicación para varios cientos de personas, cuyo alimento espiritual
normalmente es la homilía semanal.

Es cuestión de establecer prioridades teniendo en cuenta la importancia y la urgencia. Quien esté


convencido de la primacía de la predicación, encontrará seguramente modos de liberarse para el
cultivo de la Palabra de Dios.

7
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Algunos tienen varias parroquias o tareas supraparroquiales en la diócesis. ¿Cuándo queda tiempo
para preparar la predicación? Al que la predicación le causa dificultades, lee rápidamente una hoja o
revista, modifica un poco lo que trae en la hoja y ya sabe lo que tiene que predicar. Habrá que
preguntarse si los oyentes quedan también satisfechos.

A algunos, sin duda, esclavos de sus tareas pastorales, no les queda otra solución que recurrir a
esquemas y notas para la homilía. Pero aquí también, como veremos, se requiere un trabajo personal
de asimilación y adaptación.

Segundo. ¿Es posible llevar todo a la práctica? Parece bastante utópico el tener en cuenta todos los
detalles que se proponen en este libro; tampoco ésa es la intención del autor. En un bufé libre de
calidad se ofrece un amplio panorama de alimentos que van desde las variadas ensaladas hasta los
postres exquisitos, pasando por las carnes gustosas y los pescados suculentos. Los ojos pueden ver y
apetecer mucho más de los que un estómago puede soportar. Cada uno debe conocer su medida para
que el disfrute del placer de la mesa no se transforme en horror a la comida. Igualmente no se trata
de poner todo en práctica, a la vez, todo lo que en este libro se indica, lo que más bien llevaría a
aborrecer el quehacer homilético. Cada uno debe conocer su dosis para sea provechosa aun a los
paladares más exigentes. El predicador con años de experiencia puede servirse del libro como la abeja
que va tomando de aquí y de allá aquello que le beneficia, o dicho de otro modo, con palabra bíblicas,
«como el amo de casa, que de su tesoro saca lo nuevo y lo añejo» (Mt 13,52).

Y tercero. El libro mantiene su estructura especial de servicio a aquellos que se preparan para su
futuro ministerio de predicadores según las orientaciones del Concilio Vaticano II:
«La preocupación pastoral que debe informar por entero la formación de los alumnos exige
también que éstos sean cuidadosamente preparados en todo aquello que se refiere de modo
particular al sagrado ministerio, especialmente en la catequesis y en la predicación» 7.

Y más concretamente:
«No podrá faltar tampoco la iniciación pastoral práctica al ministerio, después de una
conveniente preparación teórica sobre el arte de la comunicación humana y las exigencias de
la expresión pública de la palabra hablada en general y de la predicación sagrada en concreto.
Todos estos objetivos se conseguirán con un estudio programado de la teología de la
predicación u homilética, con suficiente entidad en el conjunto de los estudios» (PPP 26)

Claro que una cosa son las directrices episcopales y otra su cumplimento.

La renovación de los predicadores presupone la renovación de la teología. Y es la juventud, la etapa


en que lo nuevo se hace carne y sangre propia para toda la vida. En fases posteriores de la existencia
es más difícil el cambio de mentalidad y acecha el peligro de que lo nuevo sea sólo un barniz más o
menos superficial.

7
OT 19; cf. CIC, can. 256.
8
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

En mis años de formación tuve la ocasión y la fortuna de cursar la asignatura de homilética con un
maestro de la reflexión pastoral, Franz Xaver Arnold, en la Universidad de Tubigna. Sin duda, a lo largo
de muchos trechos del libro, el lector notará un cierto sabor a éstos orígenes germánicos. Es mi deseo
saldar en parte la deuda de gratitud hacia mi maestro transmitiendo a otros lo que él me enseñó.
Quiero expresar también mi gratitud a mi arzobispo, Mons. Elías Yanes, por su interés, manifestado
en la lectura del manuscrito y posteriores sugerencias y por su apoyo en la edición de la obra.
Finalmente, gracias de todo corazón al director de la B.A.C., D. Joaquin L. Ortega, por haber admitido
el libro en la colección Sapientia fidei.

SALVADOR GÓMEZ YÁÑEZ-JOSÉ H. PRADO FLORES8.

Hoy presenciamos una época tan maravillosa como llena de oportunidades y facilidades en el
fascinante mundo de las comunicaciones. Sin embargo y en contraste, subsiste un problema que no
es cuestión de antenas, circuitos ni de internet. No se trata de comunicar algo sino de comunicarse. El
gran reto que enfrentamos en los campos personal, comunitario, social, y aún religioso, es
comunicarnos; y no nos referimos a los medios de comunicación sino a los comunicadores.

No basta tener un mensaje, por más importante que sea. Es necesario saberlo presentar de forma
pedagógica y atractiva, para que sea acogido por el auditorio.

El problema de la iglesia no radica en el mensaje que anuncia, pues el Evangelio es “fuerza de Dios
para la salvación de todo el que cree” (Rom 1,16).

Nuestro reto estriba en el modo en que lo transmitamos, pues en la propaganda de la televisión se


presentan grandes mentiras como si fueran verdades, pero en los púlpitos se proclaman grandes
verdades como si fueran mentiras, por la forma en que se presentan.

VITTORIO PERI9.

«Es un auténtico milagro que la Iglesia sobreviva a los millones de pésimas homilías de cada
domingo» (Joseph Ratzinger)

Los comentarios agrios, humorísticos y hasta mordaces sobre la homilía 10 son tan abundantes que
constituyen un síntoma de una emergencia pastoral.

«Todavía es posible encontrar fe en Francia, a pesar de treinta mil predicaciones de cada


domingo» (Ives Congar)

8
SALVADOR GÓMEZ YÁÑEZ-JOSÉ H. PRADO FLORES, Formación de predicadores, REMA 2106, pp. 9-10.
9
VITTORIO PERI, La homilía, Sígueme 2013, pp. 9-12.
10
La palabra homilía procede del verbo griego «homilein», que significa «conversar familiarmente». Este término aparece
por primera vez con ese significado en los Hechos de los apóstoles 20,11.
9
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

«La Iglesia ha colocado el Credo después de la homilía para invitarnos a creer, a pesar de lo
que hemos oído» (Thomas Spidlik)

«En ningún lugar se ven rostros tan inexpresivos como en la iglesia durante la predicación»
(François Mauriac)

«La predicación es útil porque somete a dura prueba la fe de quienes escuchan» (Julien Green)

«El cura pensaba que la única manera de convertir al mundo sería permanecer callados hasta
que las viejas palabras sagradas tuvieran tiempo de adquirir un sonido nuevo. Entretanto, la
mejor predicación que podían hacer los sacerdotes era no predicar» (Bruce Marshall)

«La homilía es el tormento de los fieles» (Carlos Bo), «el rato en que se mira más el reloj»
(anónimo)

Y podríamos poner muchas más citas por el estilo.

Lo cierto es que, por encima de las indirectas más o menos mordaces, la homilía es, junto con la
apresurada proclamación de les lecturas bíblicas, el «talón de Aquiles» de nuestras celebraciones.

Y, sin embargo, en ella «se compendia la mayor parte del ejercicio del ministerio de la Palabra»11. Para
muchos cristianos es sin duda el único punto de encuentro con la Escritura. Por tanto, su importancia
en la vida de la Iglesia resulta indiscutible. Lo confirman los miles de millares de homilías dominicales
y festivas que cada semana, y nada menos durante cincuenta semanas al año, escuchan cientos de
millones de fieles en todo el mundo.

Resulta indiscutible la dificultad de presentarla correctamente, porque, como decía el cardenal


Martini, «es un modo sui generis difícil, sin duda el más difícil, de tratar en la Iglesia la Sagrada
Escritura». Si la homilía no funciona, la luz de la Palabra de Dios no llega y la casa permanece a
oscuras.

Así pues, si la homilía «no responde adecuadamente a su objetivo»12, hará falta volver a reflexionar
sobre ella, animados y sostenidos por la confianza que trasmite este agudo aforismo de Erasmo de
Rotterdam: «Si los elefantes aprender a bailar y los leones a jugar, también los predicadores pueden
aprender a predicar».

JOSÉ ALDAZÁBAL13.

11
Conferencia episcopal italiana, Il sacerdocio ministeriale, 26.
12
Ibid.
13
JOSÉ ALDAZÁBAL, El ministerio de la homilía, Biblioteca Litúrgica, Barcelona 2006, p. 219.
10
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La homilía, sin embargo, es inquietante. No me refiero al hecho de que, no hace muchos años, las
homilías eran objeto de multas gubernamentales. Me refiero a ahora. Hay sacerdotes a los que esta
responsabilidad les pesa.

FRASES DE AUTORES

En 1990 hicimos una encuesta entre los oyentes de unos sermones en la Casa de Retiros de Petaluma
y escuchamos las siguientes opiniones acerca dela predicación que habían escuchado:
* El padre predicó 20 minutos y no narró ni un solo ejemplo. Demasiada doctrina pero sin
ninguna narración agradable y uno se queda sin nada en la memoria y se cansa.
* Nos recomendó la oración, pero no nos enseñó cómo orar. Y uno no sabe cómo hacer para
orar bien. Y no nos enseña eso tan importante.
* Predica con un modo de hablar tan monótono y como si estuviera cansado o no sintiera
entusiasmo por eso que nos está diciendo. La gente se queda sin entusiasmarse por el tema
que se le predica.
* Habló de sí mismo, de sus títulos, de sus éxitos, etc., y esto no nos agradó.
* Repite mucho algunas palabras y algunas frases. Quizás nunca ha oído la grabación de un
sermón suyo y no se da cuenta de que repite mucho ciertas palabras.
* En una semana de sermones no hemos escuchado ni un chiste ni una sola narración graciosa.
Parece que no supiera hablar sino cosas tremendas y seriototas. Y es lástima, porque las
narraciones agradables descongestionan el cerebro.
* No miran al auditorio y no se dan cuenta de las reacciones que la gente tiene. Si se fijaran
cuántos duermen y cuántos están distraídos, quizás harían algo efectivo para darle más
animación a su predicación.
* Párrafos demasiado largos, casi interminables que resultan menos efectivos que las frases
cortas que impresionan más.
* Debería ejercitarse más en el arte de ser concisos, breves, claros y saber finalizar un sermón,
resumirlo brevemente para que nos quede algo concreto en la memoria.
El resultado de esta encuesta puede traer mensajes oportunos a quienes tienen que hablar en
público. Es la voz del pueblo, y dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios14.

“Hoy existen más predicadores que nunca y sin embargo las costumbres se van corrompiendo cada
vez más y más. ¿Por qué? ¿Acaso es que la espada de dos filos que es la Palabra de Dios ha perdido su
fuerza? ¿O será que ahora los oyentes tienen peores disposiciones que en tiempos de los apóstoles?
No. La Palabra del Señor nunca pierde su fuerza para convertir y transformar y los oyentes no tienen
ahora peores disposiciones para escuchar lo que Dios quiere decir. Lo que sucede es que muchos
predicadores no son ya como los apóstoles y los primeros discípulos, sino que se han enfriado en su
fervor y ya no brillan suficientemente en santidad” (Benedicto XV)15.

De un predicador se decía que ‘predicaba como avión’, porque lo hacía a gran velocidad, con gran
ruido y siempre por las nubes.

14
P. ELIÉCER SÁLESMAN, Manual de predicadores y catequistas, Apostolado bíblico católico 2003, 5ª. Ed., pp. 76-77.
15
Ibid., p. 52.
11
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

IMÁGENES
 Embudo.
 Flecha.

I. SENTIDO E IMPORTANCIA DE LA PREDICACIÓN Y HOMILÉTICA.

EVANGELIZAR

Durante el Sínodo, los obispos han recordado con frecuencia esta verdad: Jesús mismo, Evangelio de
Dios (15), ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la
perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena.

Evangelizar: ¿Qué significado ha tenido esta palabra para Cristo? Ciertamente no es fácil expresar en
una síntesis completa el sentido, el contenido, las formas de evangelización tal como Jesús lo concibió
y lo puso en práctica. Por otra parte, esta síntesis nunca podrá ser concluida. Bástenos, aquí recordar
algunos aspectos esenciales16.
 El anuncio del Reino
 El anuncio de la salvación liberadora.
 A costa de grandes sacrificios.
 Predicación infatigable.
 Signos evangélicos.
 Hacia una comunidad evangelizada y evangelizadora.
 La evangelización, vocación propia de la Iglesia
La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: "Es preciso que
anuncie también el reino de Dios en otras ciudades" (34), se aplican con toda verdad a ella
misma. Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: "Porque, si evangelizo,
no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no
evangelizara!" (35). Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la Asamblea
de octubre de 1974, estas palabras luminosas: "Nosotros queremos confirmar una vez más que
la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"
(36); una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada
vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su
identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser

16
Papa Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 1975, n.7.
12
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo
en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa17.
 Vínculos recíprocos entre la Iglesia y la evangelización.
 La Iglesia, inseparable de Cristo.

Significado de algunas palabras

- Anunciar18.
Del lat. annuntiāre.
1. tr. Dar noticia o aviso de algo; publicar, proclamar, hacer saber.
2. tr. pronosticar.
3. tr. Hacer saber el nombre de un visitante a la persona por quien desea ser recibido.
4. tr. Dar publicidad a algo con fines de propaganda comercial.

- Proclamar19.
Del lat. proclamāre.
1. tr. Publicar en alta voz algo para que se haga notorio a todos.
2. tr. Declarar solemnemente el principio o inauguración de un reinado u otra cosa.
3. tr. Dicho de una multitud: Dar voces en honor de alguien.
4. tr. Conferir, por unanimidad, algún cargo.
5. tr. Dar señales inequívocas de un afecto, de una pasión, etc.
6. prnl. Dicho de una persona: Declararse investida de un cargo, autoridad o mérito.

- Transmitir.
Del lat. transmittĕre20.
1. tr. Trasladar, transferir.
2. tr. Dicho de una emisora de radio o de televisión: Difundir noticias, programas de música,
espectáculos, etc. U. t. c. intr.
3. tr. Hacer llegar a alguien mensajes o noticias.
4. tr. Comunicar a otras personas enfermedades o estados de ánimo.
5. tr. Conducir o ser el medio a través del cual se pasan las vibraciones o radiaciones.
6. tr. En una máquina, comunicar el movimiento de una pieza a otra. U. t. c. prnl.
7. tr. Der. Enajenar, ceder o dejar a alguien un derecho u otra cosa.

- Predicar.
Del lat. praedicāre21.

17
Ibid., n. 14.
18
http://dle.rae.es/?id=30C6Foc
19
http://dle.rae.es/?id=UFlPOsk
20
http://dle.rae.es/?id=aLjNpvi
21
http://dle.rae.es/?id=Txijq3j
13
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

1. tr. Publicar, hacer patente y claro algo.


2. tr. Pronunciar un sermón. U. t. c. intr.
3. tr. Reprender agriamente a alguien de un vicio o defecto.
4. tr. coloq. Amonestar o hacer observaciones a alguien para persuadirle de algo.
5. tr. Fil. y Gram. Decir algo de un sujeto o de la realidad que designa.
6. tr. p. us. Alabar con exceso a alguien.

DON Y TAREA. GRACIA Y EJERCICIO.

En tercer, lugar, finalmente, es necesario al predicador lo que se llama el espíritu de oración:


así nos lo da a conocer el Apóstol, el cual, luego que fue llamado al apostolado, se decidió a ser
hombre de oración: “Pues he ahí que ora”. Porque no se halla la salud de las almas hablando
con facundia ni disertando con agudeza o perorando con vehemencia; el predicador que en
esto se para, no es más que metal que suena y campana que retiñe28. Lo que hace que la
palabra humana tenga poder y sirva maravillosamente para la salud, es la divina gracia: “Dios
es quien ha dado el crecimiento”. Ahora bien, la gracia de Dios no se obtiene con estudio y arte,
sino que se alcanza con la oración. Por lo tanto el que poco o nada es dado a ella, en vano
consume sus trabajos y sus cuidados en la predicación, pues delante de Dios no alcanza
provecho ni para sí ni para los demás22.

"¿Cómo creerán en Aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? y ¿cómo
predicarán si no son enviados?" (Rm 10, 14-15). Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad,
puede anunciarse a sí mismo el Evangelio. "La fe viene de la predicación" (Rm 10, 17). Nadie se
puede dar a sí mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor
habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como
miembro de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse a
sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados
y habilitados por parte de Cristo. De Él los obispos y los presbíteros reciben la misión y la
facultad (el "poder sagrado") de actuar in persona Christi Capitis, los diáconos las fuerzas para
servir al pueblo de Dios en la "diaconía" de la liturgia, de la palabra y de la caridad, en
comunión con el Obispo y su presbiterio. Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen
y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la
Iglesia lo llama "sacramento". El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un
sacramento específico23.

22
Benedicto XV, Carta Encíclica Humani Generis Redemptionem (sobre la predicación de la Palabra de Dios), 1917, n. 17.
23
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 875
14
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de
la multiforme gracia de Dios. El que ha recibido el don de la Palabra, que la enseñe como
Palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga como quien recibe de Dios ese poder,
para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder,
por los siglos de los siglos! Amén24.

…porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha,
pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera25.

Respecto al ejercicio de la predicación, observen todos también las prescripciones establecidas


por el Obispo diocesano. Para hablar sobre temas de doctrina cristiana por radio o televisión,
se han de cumplir las prescripciones establecidas por la Conferencia Episcopal26.

SOBRE LA PREDICACIÓN

SALVADOR GÓMEZ YÁÑEZ-JOSÉ H. PRADO FLORES27.

El ministerio de la Palabra es primordial como descuidado por muchas personas. Anunciar es tan
esencial, que:
Dios quiso salvar a los creyentes
mediante la “sencillez”
(“necedad” BJ 1976; “locura” BJ 1998)
se la predicación: 1Cor 1,21.

Si la salvación depende de la predicación, ¿Cuál otro ministerio en la Iglesia es más importante que la
proclamación del Evangelio?

Jesús es la Palabra de Dios, y predicó la Buena Nueva con palabras y signos preñados de significado,
ambos unidos de manera indisoluble.

Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder (Cf. Hech 4,33).
Ellos eran conscientes de la prioridad de este ministerio. Por eso, cuando tuvieron que escoger entre
diversos ministerios, su opción fue la predicación de la Palabra de Dios:
Nosotros nos dedicaremos a la oración
Y al ministerio de la Palabra: Hech 6,4
El Apóstol tiene conciencia de su vocación:
No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar: 1Cor 1,17.

24
1Pe 4,10-11.
25
1Tim 4,8
26
Código del Derecho Canónico, n. 772 § 1 y 2.
27
SALVADOR GÓMEZ YÁÑEZ-JOSÉ H. PRADO FLORES, Formación de predicadores, REMA 2106, pp. 10-12.
15
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Por eso, con experiencia, expresa el proceso de la salvación con una lógica incontestable, uniendo la
importancia de la predicación al papel del predicador:
¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?
¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído?
¿Cómo oirán sin que se les predique?
y ¿cómo predicarán sin no son enviados?: Rom 10,14-15.

Y concluye:
La fe viene de la escucha
de la Palabra de Cristo Jesús: Rom 10,17.

La predicación es el medio que genera la fe para ser salvados en Jesucristo. Sin la predicación, no hay
salvación; pero sin predicador, no hay predicación. Así de determinante es este ministerio. Por eso, el
Papa Pablo VI decía en la Evangelii Nuntiandi 14: “La iglesia vive para evangelizar”.

Apolo tuvo la capacidad de aprender, para mejorar:


Un judío, llamado Apolo,
originario de Alejandría, hombre elocuente,
que dominaba las Escrituras, llegó a Éfeso.
Había sido instruido en el Camino del Señor
y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba
con todo esmero lo referente a Jesús,
aunque solamente conocía el bautismo de Juan.
Este, pues, comenzó, a hablar con valentía
en la sinagoga. Al oírle Áquila y Priscila,
Lo tomaron consigo y le expusieron
Más exactamente El Camino: Hech 18,24-26

Apolo era un hombre con gran capacidad de expresión y profundo conocimiento de la Ley, los Escritos
y Profetas, que además predicaba con fervor y valentía. Quienes lo escuchaban quedaban
embelesados por su facilidad de palabra, su elegante retórica y la riqueza de imágenes con que
cautivaba la atención de cultos y letrados, así como la admiración de la gente de la calle.

Un día, mientras predicaba en la sinagoga, Aquila y Priscila, matrimonio que trabajaba en el equipo de
Pablo, se dieron cuenta de que, aunque hablaba muy bien, le faltaba cierta instrucción. Entonces se le
acercaron directamente y le ofrecieron ayuda. Apolo no reclamó: “¿Quiénes son ustedes para
enseñarme a mí que tengo tan cautivados a los eruditos atenienses? Yo ya sé todo”. Por el contrario,
accedió con sencillez a la proposición y fue instruido por ese buen matrimonio.

En esa etapa, Apolo todavía no era útil ni benéfico para el trabajo evangelizador de la comunidad.
Pero gracias a su actitud abierta, puedo aprender lo que le faltaba, y entonces fue gran provecho para
los creyentes, al grado que desempeñó un papel trascendente en la iglesia primitiva:

16
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Queriendo (Apolo) pasar por Acaya, los hermanos le


Animaron a ello y escribieron a los discípulos
para que le recibieran. Una vez allí,
fue de gran provecho, con el auxilio de la gracia,
a la que habían creído; fue refutada
vigorosamente en público a los judíos,
demostrando por las Escrituras
que el Cristo era Jesús: Hech 18,27-28

Apolo nos enseña que para ser predicador no basta la facilidad de palabra, ni el conocimiento de las
Escrituras, sino que se requieren la humildad y el deseo de superarse para ser un gran evangelizador.

CARTA ENCÍCLICA HUMANI GENERIS REDEMPTIONEM

1. Motivo: la predicación, asunto de mayor importancia

Jesucristo, habiendo consumado la redención del género humano con su muerte en el ara de la Cruz, y
queriendo llevar a los hombres a la posesión de la vida eterna, si eran obedientes a sus preceptos, no
escogió otro medio que la voz de sus predicadores, los cuales anunciasen a todas las gentes lo que
habían de creer y practicar: “Plugo a Dios por la locura de la predicación hacer salvos a los
creyentes”1. Por eso eligió a los Apóstoles y habiéndoles infundido por virtud del Espíritu Santo los
dones adecuados a tan alto ministerio: “Id, les dijo, por todo el mundo y predicad el evangelio”2. Y
esta predicación en verdad ha renovado la faz de la tierra.

Porque si la fe cristiana convierte las inteligencias de los hombres de sus muchos errores a la luz de la
verdad, y sus corazones de la bajeza de sus vicios, a la grandeza de todas las virtudes, sin duda que lo
hace por obra de su predicación: “La fe por el oído y el oído por la palabra de Cristo”3. Por
consiguiente, conservándose las cosas por divina disposición con las mismas causas con que fueron
producidas, es claro que por voluntad de Dios la predicación de la doctrina cristiana se emplee para
continuar la obra de la salud eterna y que tal predicación se cuente con derecho entre las cosas de
más importancia y gravedad, a ella por lo tanto debemos aplicar principalmente. Nuestra solicitud y
pensamiento, sobre todo si parece que se desvía de su nativa pureza con detrimento de su eficacia28.

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII NUNTIANDI

No es superfluo subrayar a continuación la importancia y necesidad de la predicación: "Pero ¿cómo


invocarán a Aquel en quien no han creído? Y, ¿cómo creerán sin haber oído de Él? Y ¿cómo oirán si

28
Benedicto XV, Carta Encíclica Humani Generis Redemptionem (sobre la predicación de la Palabra de Dios), 1917, n. 1.
17
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

nadie les predica?... Luego, la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo" (69). Esta
ley enunciada un día por San Pablo conserva hoy todo su vigor.

Sí, es siempre indispensable la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. Sabemos bien que
el hombre moderno, hastiado de discursos, se muestra con frecuencia cansado de escuchar y, lo que es
peor, inmunizado contra las palabras. Conocemos también las ideas de numerosos psicólogos y
sociólogos, que afirman que el hombre moderno ha rebasado la civilización de la palabra, ineficaz e
inútil en estos tiempos, para vivir hoy en la civilización de la imagen. Estos hechos deberían
ciertamente impulsarnos a utilizar, en la transmisión del mensaje evangélico, los medios modernos
puestos a disposición por esta civilización. Es verdad que se han realizado esfuerzos muy válidos en
este campo. Nos no podemos menos de alabarlos y alentarlos, a fin de que se desarrollen todavía más.
El tedio que provocan hoy tantos discursos vacíos, y la actualidad de muchas otras formas de
comunicación, no deben sin embargo disminuir el valor permanente de la palabra, ni hacer prender la
confianza en ella. La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder
de Dios (70). Por esto conserva también su actualidad el axioma de San Pablo: "la fe viene de la
audición" (71), es decir, es la Palabra oída la que invita a creer29.

MANUAL DE PREDICADORES Y CATEQUISTAS

«En la antigüedad, el predicador cristiano más famoso fue San Juan Crisóstomo. Sus sermones todavía
conmueven hoy a los que los leen, después de quince siglos de haber sido pronunciados. Este fogoso
orador escribió un bellísimo tratado sobre el sacerdocio y allí dice lo siguiente respecto de la
predicación:
“Tan importante es la predicación que los apóstoles dejaron los demás ministerios y oficios
para dedicarse a predicar. Lo que más les importaba no era hacer milagros, sino predicar,
evangelizar, no dejar de propagar la Palabra de Dios.

Para que un sacerdote sea fiel a sus sagrados deberes es necesario no sólo que predique
mucho, sino que se dedique con toda su alma a preparar lo mejor posible sus sermones y
adquirir cuanto más pueda las mejores cualidades de un buen orador.

Cuando una ciudad tiene buenos y expertos defensores cae mucho más difícilmente en poder
enemigo. Cuando los cristianos tienen unos buenos predicadores que les enseñen bien a
defenderse de los enemigos del alma, las caídas en poder del mal serán mucho menos

29
Papa Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 1975, n. 42.
18
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

numerosas. Todo cristiano necesita de buenos predicadores que le enseñen a defenderse de los
ataques del mal”»30.

«Dice el Concilio Vaticano que el principal deber de todo sacerdote es anunciar a todos el Evangelio de
Cristo (cf. P.O. 4) y que todos los fieles tienen derecho a encontrar en los labios del sacerdote la
Palabra de Dios, pronunciada y explicada. Y el Cardenal Cicognani, Secreatario de Estado, escribía
desde Roma a un Congreso de Sacerdotes: “El deber de anunciar la Palabra de Dios, ocupa el primer
lugar entre los deberes del sacerdote”. Y añade que ésta es su misión principal y la más importante de
sus obligaciones»31.

SOBRE LA HOMILÍA

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL VERBUM DOMINI

Importancia de la homilía

59. Hay también diferentes oficios y funciones «que corresponden a cada uno, en lo que atañe a la
Palabra de Dios; según esto, los fieles escuchan y meditan la palabra, y la explican únicamente
aquellos a quienes se encomienda este ministerio», es decir, obispos, presbíteros y diáconos. Por ello,
se entiende la atención que se ha dado en el Sínodo al tema de la homilía. Ya en la Exhortación
apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, recordé que «la necesidad de mejorar la calidad de la
homilía está en relación con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, ésta “es parte de la acción
litúrgica”; tiene el cometido de favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la
vida de los fieles». La homilía constituye una actualización del mensaje bíblico, de modo que se lleve a
los fieles a descubrir la presencia y la eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida. Debe
apuntar a la comprensión del misterio que se celebra, invitar a la misión, disponiendo la asamblea a la
profesión de fe, a la oración universal y a la liturgia eucarística. Por consiguiente, quienes por
ministerio específico están encargados de la predicación han de tomarse muy en serio esta tarea. Se
han de evitar homilías genéricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como
inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el
corazón del mensaje evangélico. Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es
mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda homilía. Por eso se requiere que los predicadores
tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homilía con la
meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión. La Asamblea sinodal ha
exhortado a que se tengan presentes las siguientes preguntas: «¿Qué dicen las lecturas proclamadas?
¿Qué me dicen a mí personalmente? ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación
30
P. Eliécer Sálesman, Manual de predicadores y catequistas, Apostolado bíblico católico, Bogotá 2003, 5° ed., p. 7-8.
31
Ibid., 38.
19
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

concreta?». El predicador tiene que «ser el primero en dejarse interpelar por la Palabra de Dios que
anuncia», porque, como dice san Agustín: «Pierde tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios
quien no es oyente de ella en su interior». Cuídese con especial atención la homilía dominical y en la de
las solemnidades; pero no se deje de ofrecer también, cuando sea posible, breves reflexiones
apropiadas a la situación durante la semana en las misas cum populo, para ayudar a los fieles a
acoger y hacer fructífera la Palabra escuchada32.

MANUAL DE PREDICADORES Y CATEQUISTAS

«Para el 90% de los fieles católicos, el sermón del Domingo es el único alimento espiritual de la
semana. Muchísimos creyentes no saben de la Iglesia y de Jesucristo sino lo que oyen en la Misa del
Domingo. Para la mayoría de nuestros fieles, la homilía del domingo es la única esperanza religiosa
que han recibido después de que terminaron el catecismo de Primera Comunión o de Confirmación.

Un fiel fervoroso oye cincuenta homilías al año, y aunque esté un tanto distraído, si estos sermoncitos
fueron preparados y dichos con esmero, seguramente que les dejan un notorio provecho espiritual.
Se han hecho encuestas en muchos sitios donde se prepara bien la homilía, y la inmensa mayoría de
los oyentes dicen que el sermón del domingo les trae provecho para toda la semana.

Cuántas cosas cambiarían por completo y cuántas más avanzarían seriamente en el camino de la
perfección y de la santidad, si cada sacerdote preparara con esmero la homilía de cada domingo y se
esforzara por pronunciarla con entusiasmo y con la mayor claridad posible.

Pocos temas hubo en la preparación del Concilio Vaticano que tuvieran tantas propuestas de obispos
pidiendo que se hablara en su favor, como éste de la homilía o el sermón del domingo. Parece que en
todos los países se sentía como una angustia y una inquietud acerca de lo mucho que se pierde en el
Reino de Dios si el que tiene que predicar en el Día del Señor no lo hace o lo hace descuidadamente.

Sería muy triste que habiendo ahora en todas partes movimientos de renovación y de puesta al día,
nos fuéramos a quedar los predicadores rezagados y atrasados en este maravilloso arte de predicar al
pueblo. Dios nos va a juzgar a cerca de esto, para nuestro bien o para nuestro mal»33.

SOBRE LA TRASMISIÓN ORAL O ESCRITA

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA34.

32
Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini, n. 59

33
P. Eliécer Sálesman, Manual de predicadores y catequistas, Apostolado bíblico católico, Bogotá 2003, 5° ed., p. 17-18.
20
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La predicación apostólica...

76 La transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
— oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron
de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo
les enseñó";
— por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje
de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).

… continuada en la sucesión apostólica

77 "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron
como sucesores a los obispos, “dejándoles su cargo en el magisterio”" (DV 7). En efecto, "la
predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por
transmisión continua hasta el fin de los tiempos" (DV 8).

96 Lo que Cristo confió a los apóstoles, estos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.

CONLCUSIÓN

Así lo recuerda el Papa Francisco: «Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la
convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega
su poder a través de la palabra humana» (EG 136)35.

Credo:
“Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas”.

34
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 76,77 y 96.
35
Congregación para el culto divino y las disciplinas de los sacramentos, Directorio homilético, Ciudad del Vaticano 2014,
p. 3.
21
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

“Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y
de diversas maneras…”36.

II. MODOS DE PREDICAR, ANUNCIAR, PROCLAMAR, TRANSMITIR LA PALABRA DE DIOS.

 En las historia de salvación, Dios se ha revelado con obras y palabras.

“Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad,


mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en
el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta
revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora
con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la
revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las
obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los
hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y
esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la
salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y
plenitud de toda la revelación”37.

Primer modo de revelación: predicar-anunciar-proclamar-transmitir con los hechos, con la vida, con el
testimonio.

Ante todo, y sin necesidad de repetir lo que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto:
para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida
auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la
vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo
escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan —decíamos
recientemente a un grupo de seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan
testimonio" (67). San Pedro lo expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa,
para que si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta (68). Será
sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es
decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los
bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad 38.

Segundo modo de revelación: predicar-anunciar-proclamar-transmitir con la palabra.

36
Heb 1,1.
37
Dei Verbum, 2
38
Papa Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 1975, n. 41.
22
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

 Dios ha hablado muchas veces y de muchos modos.

“Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en
muchas ocasiones y de diversas maneras…39

 Dios se revela por medio de la palabra, y dentro de este modo de revelación hay muchos modos
de predicar-anunciar-proclamar-transmitir.

a. HOMILÍA.

“La homilía es la comunicación de la Buena Nueva dentro de la celebración litúrgica, que es su


ámbito propio. Es una exhortación a que lo que se cree ya globalmente (como evangelizados) y se va
entendiendo en profundidad (como catequizados) vaya calando en nuestra mentalidad y se lleve a la
práctica en la vida, siguiendo el mensaje de las lecturas escuchadas en la celebración. El verbo griego
es “omiléo”, que significa “platicar”, y se refiere a un estilo de comunicación fraterna”40.

b. PREDICACIÓN41.

“A continuación te presento estos 5 Tipos de predicación, aunque no son los únicos pero si los más
conocidos, con la intención de darte una variedad de opciones para tu desarrollo como predicador de
la Palabra.

La Predicación Textual.
La Predicación Temática.
La Predicación Biográfica.
La Predicación Ocasional.
La Predicación Expositiva.

1. La Predicación Textual, es aquella en la cual las principales divisiones del bosquejo de tu


predicación se derivan de un texto consistente en un breve pasaje de las escrituras. Ya sea que
utilices un versículo de las escrituras o tres versículos. La idea es que Las principales divisiones de un
bosquejo textual tienen que provenir del texto mismo, aunque en el desarrollo posterior también
puedes usar otros pasajes de las escrituras.

39
Heb 1,1
40
JOSÉ ALDAZÁBAL, El ministerio de la homilía, Biblioteca Litúrgica, Barcelona 2006, p. 23-24.
41
http://www.comopredicarelevangelio.com/blog/diferentes-tipos-de-predicacion.html
23
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

2. La Predicación Temática, es la que define, explica y desarrolla una idea. Es el mensaje en el cual las
principales divisiones del bosquejo se derivan del tema. Por ejemplo si vas a hablar del pecado, se
analizan todos los versículos en los cuales la palabra pecado ejerza un papel preponderante. Se
requiere de una amplia exploración bíblica con el objetivo de definir sus orígenes, sus causas, su
evolución y las consecuencias. En fin, en este tipo de Predicación se habla acerca de un tema, con el
objetivo de que los oyentes tomen conciencia de la importancia del mismo.

3. La Predicación Biográfica, toma su base en un personaje de la biblia. De ese personaje se buscan


los aspectos positivos, los aspectos negativos, que principios espirituales aplicó a su existencia y
cuáles de estos principios son válidos hoy día.

4. La Predicación Ocasional, es la que se predica con motivo de un acontecimiento particular en la


vida de la iglesia. Ya sea el evento un matrimonio, un bautismo, un funeral, o cualquier otro evento
especial. Es necesario que todo aquel que predica la Palabra de Dios esté preparado para predicar
este tipo de mensajes, dado a que siempre en toda iglesia se celebran al año cualquiera de este tipo
de eventos y requiera predicar este tipo de mensajes.

5. La Predicación Expositiva, es aquella en la que se interpreta una porción de las escrituras. A


diferencia de la predicación textual que utiliza uno o hasta tres versículos como máximos, la
Predicación Expositiva es la que comenta un pasaje de la biblia más extenso. Consiste en una
exposición de una cierta parte de las Escrituras. Este es uno de los estilos más enriquecedores para la
iglesia, dado a que el predicador no fuerza un versículo para que diga lo que él quiere, sino que toma
con naturalidad cada una de las ideas y puntos que van surgiendo en cada versículo”.

c. EJERCICIOS ESPIRITUALES42.

La predicación en el contexto de los ejercicios espirituales está marcado por un predicador que guía
los ejercicios y los ejercitantes, en completo silencio.

Los objetivos de los Ejercicios Espirituales son


 Ayudar al ejercitante a que haga experiencia de ejercitarse espiritualmente,
 Para discernir y conocer lo que Dios quiere de él,
 Desear y elegir la voluntad de Dios para su vida.
 Dejando el propio querer, gusto e interés (apego desordenado).

42
Cf. http://es.catholic.net/op/articulos/52757/cat/661/que-son-los-ejercicios-espirituales-ignacianos.html
24
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

De modo particular, los Ejercicios Espirituales, son muy útiles para organizar la vida diaria de
acuerdo a la voluntad divina, e incluso a descubrir a qué vocación Dios me está llamando, para
aquellos que todavía no han decidido.

d. CATEQUESIS43.

II. Transmitir la fe: la catequesis

4 Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer
discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, creyendo ésto
tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de
Cristo (cf. Juan Pablo II, Catechesi tradendae [CT] 1).

5 "La catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende
especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y
sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana" (CT 18).

6 Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la
misión pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para la catequesis o
que derivan de ella, como son: primer anuncio del Evangelio o predicación misionera para suscitar la
fe; búsqueda de razones para creer; experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos;
integración en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y misionero (cf. CT 18).

7 "La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y
el aumento numérico de la Iglesia, sino también y, más aún, su crecimiento interior, su
correspondencia con el designio de Dios dependen esencialmente de ella" (CT 13).

8 Los períodos de renovación de la Iglesia son también tiempos en los que a la catequesis le
corresponde un mayor empeño. Así, en la gran época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos
obispos consagrar una parte importante de su ministerio a la catequesis. Es la época de san Cirilo de
Jerusalén y de san Juan Crisóstomo, de san Ambrosio y de san Agustín, y de muchos otros Padres
cuyas obras catequéticas siguen siendo modelos.

9 El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los concilios. El Concilio de Trento
constituye a este respecto un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en
sus constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva también su nombre y

43
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 4-10.
25
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

que constituye una obra de primer orden como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio suscitó
en la Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió, gracias a santos obispos y teólogos
como san Pedro Canisio, san Carlos Borromeo, san Toribio de Mogrovejo, san Roberto Belarmino, la
publicación de numerosos catecismos.

10 No es extraño, por ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano II (que el Papa Pablo VI
consideraba como el gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya
atraído de nuevo la atención. El Directorio general de la catequesis de 1971, las sesiones del Sínodo
de los Obispos consagradas a la evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones
apostólicas correspondientes, Evangelii nuntiandi (1975) y Catechesi tradendae (1979), dan
testimonio de ello. La sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió "que sea
redactado un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la
moral" (Relación final II, B, a, 4). El Santo Padre, Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el
Sínodo de los Obispos reconociendo que "responde totalmente a una verdadera necesidad de la
Iglesia universal y de las Iglesias particulares" (Discurso de clausura del Sínodo, asamblea
extraordinaria, 7 de diciembre de 1985). El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara la
petición de los padres sinodales.

e. FORMACIONES44.

El título del Plan Pastoral de la Arquidiócesis de Puebla para los años 2014-2018 es: “Una iglesia en
formación de alegres discípulos misioneros de Jesucristo”.

Se ha buscado por medio de las VII Asambleas diocesanas de pastoral, ofrecer reflexiones sobre
muchas temáticas para llegar al 5° Sínodo Diocesano de Pastoral para llegar a criterios, líneas
generales e itinerarios formativos en las diversas dimensiones pastorales.

En ello, hay una carga grande de predicación por medio de formaciones en itinerarios formativos.
Itinerarios que tienen una estructura sistemática.

f. ENSEÑANZA ESCOLAR DE LA DOCTRINA.

“Todos los cristianos, en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo han sido
constituidos nuevas criaturas, y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana.
La cual no persigue solamente la madurez de la persona humana arriba descrita, sino que busca,
sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don de la fe, mientras son

44
Cf. Plan Pastoral de la Arquidiócesis de Puebla 2014-2018, Vicaría de Pastoral de la Arquidiócesis de Puebla, 2013.
26
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios


Padre en el espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, adaptándose a vivir según el hombre
nuevo en justicia y en santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud
de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico. Ellos, además, conscientes de su vocación,
acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza y a promover la elevación cristiana del mundo,
mediante la cual los valores naturales contenidos en la consideración integral del hombre redimido
por Cristo contribuyan al bien de toda la sociedad. Por lo cual, este Santo Concilio recuerda a los
pastores de almas su gravísima obligación de proveer que todos los fieles disfruten de la educación
cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia”45.

Importancia de la escuela

“Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la escuela, que, en virtud de su
misión, a la vez que cultiva con asiduo cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del
recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por las generaciones pasadas,
promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los
alumnos de diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye
como un centro de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias,
los maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad
civil y toda la comunidad humana.

Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en
el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de
educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una
preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse”46.

Hay una fractura actual entre parroquia, familia y escuela; es decir, antes la educación de la fe iba
caminando en el conjunto de éstas tres realidades, pero actualmente no. Por otra parte, la escuela de
gobierno no acepta la clase de religión. En muchas escuelas donde se da religión, se respira una
decadencia en las que religiosos o religiosas.

Es raro encontrar un profesor de religión (laico -a-, religioso -a-, sacerdote) que influya
significativamente en los jóvenes que reciben la clase de religión, por medio de su predicación con la
enseñanza de la doctrina cristiana.

g. PUNTOS DE MEDITACIÓN O PAUTAS DE ORACIÓN.


45
Declaración Gravissimum Educationis (sobre La Educación Cristiana), n.2
46
Declaración Gravissimum Educationis (sobre La Educación Cristiana), n.5
27
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Las pautas de oración o puntos de meditación es la Palabra de Dios leída, escuchada, meditada, asimilada
y encarnada en la propia vida, a punto para darla.

Son la leche espiritual47 o alimento sólido48 necesario para mí y para muchos oyentes que esperan. Por
ello, es necesario el adaptarla y hacerla asequible. Son la Palabra adecuada para cada situación o
circunstancia personal y comunitaria.

El contexto de este tipo de predicación es de personas que ya se encontraron con Cristo y quieren
aprender a orar, crecer en el conocimiento de Dios personal, familiar, cercano todos los días o
constantemente. Es un medio para ayudar a cultivar la oración personal. Este medio es medio propio de
la Familia Misionera Verbum Dei.

La espiritualidad ignaciana lo usa en el contexto de los ejercicios espirituales propiamente como la


meditación ignaciana que anima el que dirige los ejercicios ignacianos.

h. CONFERENCIAS.

Es una disertación pública sobre un asunto de fe (moral, liturgia, biblia, dogmática, historia, etc.), o
sea, exposición generalmente de un solo conferenciante o de unos pocos, a veces con una finalidad
de fe, a veces académica49.

Tiene el matiz de ser expuesta la conferencia por un experto en el tema.

i. CONVERSACIONES.

EL “DIÁLOGO”50

27. La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la
Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio.

Este aspecto capital de la vida actual de la Iglesia será objeto de un estudio particular y amplio por
parte del Concilio Ecuménico, como es sabido, y Nos no queremos entrar al examen concreto de los

47
Cf. “Desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación…” (1Pe 2,2)
48
Cf. “Os di a beber leche, no alimento sólido, porque todavía no podíais recibirlo. En verdad, ni aun ahora podéis…” (1Cor
3,2)
49
https://es.wikipedia.org/wiki/Conferencia
50
Papa Pablo VI, Carta Encíclica «Ecclesiam Suam», nn. 27-29.
28
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

temas propuestos a tal estudio, para así dejar a los Padres del Concilio la misión de tratarlos
libremente. Nos queremos tan sólo, Venerables Hermanos, invitaros a anteponer a este estudio
algunas consideraciones para que sean más claros los motivos que mueven a la Iglesia al diálogo, más
claros los métodos que se deben seguir y más claros los objetivos que se han de alcanzar. Queremos
preparar los ánimos, no tratar las cuestiones.

Y no podemos hacerlo de otro modo, convencidos de que el diálogo debe caracterizar nuestro oficio
apostólico, como herederos que somos de una estilo, de una norma pastoral que nos ha sido
transmitida por nuestros Predecesores del siglo pasado, comenzando por el grande y sabio León XIII,
que casi personifica la figura evangélica del escriba prudente, que como un padre de familia saca de
su tesoro cosas antiguas y nuevas (44), emprendía majestuosamente el ejercicio del magisterio
católico haciendo objeto de su riquísima enseñanza los problemas de nuestro tiempo considerados a
la luz de la palabra de Cristo. Y del mismo modo sus sucesores, como sabéis. ¿No nos han dejado
nuestros Predecesores, especialmente los papas Pío XI y Pío XII, un magnífico y muy rico patrimonio
de doctrina, concebida en el amoroso y sabio intento de aunar el pensamiento divino con el
pensamiento humano, no abstractamente considerado, sino concretamente formulado con el
lenguaje del hombre moderno? Y este intento apostólico, ¿qué es sino un diálogo? Y ¿no dio Juan
XXIII, nuestro inmediato Predecesor, de venerable memoria, un acento aún más marcado a su
enseñanza en el sentido de acercarla lo más posible a la experiencia y a la compresión del mundo
contemporáneo? ¿No se ha querido dar al mismo Concilio, y con toda razón, un fin pastoral, dirigido
totalmente a la inserción del mensaje cristiano en la corriente de pensamiento, de palabra, de
cultura, de costumbres, de tendencias de la humanidad, tal como hoy vive y se agita sobre la faz de la
tierra? Antes de convertirlo, más aún, para convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos a él y
que le hablemos.

En lo que toca a nuestra humilde persona, aunque no nos gusta hablar de ella y deseosos de no llamar
la atención, no podemos, sin embargo, en esta intención de presentarnos al Colegio episcopal y al
pueblo cristiano, pasar por alto nuestro propósito de perseverar —cuanto lo permitan nuestras
débiles fuerzas y sobre todo la divina gracia nos dé modo de llevarlo a cabo— en la misma línea, en el
mismo esfuerzo por acercarnos al mundo, en el que la Providencia nos ha destinado a vivir, con todo
respeto, con toda solicitud, con todo amor, para comprenderlo, para ofrecerle los dones de verdad y
de gracia, cuyos depositarios nos ha hecho Cristo, a fin de comunicarle nuestra maravillosa herencia
de redención y de esperanza. Profundamente grabadas tenemos en nuestro espíritu las palabras de
Cristo que, humilde pero tenazmente, quisiéramos apropiarnos: No... envió Dios su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por El(45).

LA RELIGIÓN, DIÁLOGO ENTRE DIOS Y EL HOMBRE

29
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

He aquí, Venerables Hermanos, el origen trascendente del diálogo. Este origen está en la intención
misma de Dios. La religión, por su naturaleza, es una relación entre Dios y el hombre. La oración
expresa con diálogo esta relación. La revelación, es decir, la relación sobrenatural instaurada con la
humanidad por iniciativa de Dios mismo, puede ser representada en un diálogo en el cual el Verbo de
Dios se expresa en la Encarnación y, por lo tanto, en el Evangelio. El coloquio paterno y santo,
interrumpido entre Dios y el hombre a causa del pecado original, ha sido maravillosamente
reanudado en el curso de la historia. La historia de la salvación narra precisamente este largo y
variado diálogo que nace de Dios y teje con el hombre una admirable y múltiple conversación. Es en
esta conversación de Cristo entre los hombres (46) donde Dios da a entender algo de Sí mismo, el
misterio de su vida, unicísima en la esencia, trinitaria en las Personas, donde dice, en definitiva, cómo
quiere ser conocido: Él es Amor; y cómo quiere ser honrado y servido por nosotros: amor es nuestro
mandamiento supremo. El diálogo se hace pleno y confiado; el niño es invitado a él y de él se sacia el
místico.

SUPREMAS CARACTERÍSTICAS DEL "COLOQUIO" DE LA SALVACIÓN

29. Hace falta que tengamos siempre presente esta inefable y dialogal relación, ofrecida e instaurada
con nosotros por Dios Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo, para comprender qué relación
debamos nosotros, esto es, la Iglesia, tratar de establecer y promover con la humanidad.

El diálogo de la salvación fue abierto espontáneamente por iniciativa divina: Él nos amó el primero
(47); nos corresponderá a nosotros tomar la iniciativa para extender a los hombres el mismo diálogo,
sin esperar a ser llamados.

El diálogo de la salvación nació de la caridad, de la bondad divina: De tal manera amó Dios al mundo
que le dio su Hijo unigénito (48); no otra cosa que un ferviente y desinteresado amor deberá impulsar
el nuestro.

El diálogo de la salvación no se ajustó a los méritos de aquellos a quienes fue dirigido, como tampoco
por los resultados que conseguiría o que echaría de menos: No necesitan médico los que están sanos
(49); también el nuestro ha de ser sin límites y sin cálculos.

El diálogo de la salvación no obligó físicamente a nadie a acogerlo; fue un formidable requerimiento


de amor, el cual si bien constituía una tremenda responsabilidad en aquellos a quienes se dirigió (50),
les dejó, sin embargo, libres para acogerlo o rechazarlo, adaptando inclusive la cantidad (51) y la
fuerza probativa de los milagros(52) a las exigencias y disposiciones espirituales de sus oyentes, para
que les fuese fácil un asentimiento libre a la divina revelación sin perder, por otro lado, el mérito de
tal asentimiento. Así nuestra misión, aunque es anuncio de verdad indiscutible y de salvación
30
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

indispensable, no se presentará armada por coacción externa, sino tan sólo por los legítimos caminos
de la educación humana, de la persuasión interior y de la conversación ordinaria, ofrecerá su don de
salvación, quedando siempre respetada la libertad personal y civil.

El diálogo de la salvación se hizo posible a todos; a todos se destina sin discriminación alguna (53); de
igual modo el nuestro debe ser potencialmente universal, es decir, católico, y capaz de entablarse con
cada uno, a no ser que alguien lo rechace o insinceramente finja acogerlo.

El diálogo de la salvación ha procedido normalmente por grados de desarrollo sucesivo, ha conocido


los humildes comienzos antes del pleno éxito (54); también el nuestro habrá de tener en cuenta la
lentitud de la madurez psicológica e histórica y la espera de la hora en que Dios lo haga eficaz. No por
ello nuestro diálogo diferirá para mañana lo que se pueda hacer hoy; debe tener el ansia de la hora
oportuna y el sentido del valor del tiempo (55). Hoy, es decir, cada día, debe volver a empezar, y por
parte nuestra antes que por parte de aquellos a quienes se dirige.

j. TESTIMONIO DE VIDA.

El testimonio es el contagio de la primera experiencia de fe y constituye el primer paso y por lo tanto, el


más fundamental, en el anuncio del Evangelio. Significa la primera forma y la más sencilla de anunciar a
Jesús, al Padre, al Espíritu o María, según la experiencia de cada quién.

La predicación del testimonio consiste en la manifestación, no de lo que nosotros hemos hecho por
Jesús, sino de lo que Él ha realizado en nosotros: “Vete a tu casa, donde los tuyos y cuéntales que el Señor
ha tenido Misericordia” (Mc 5,29).

El núcleo más profundo del testimonio es la experiencia de una doble realidad: el encuentro con Dios y el
cambio que Él ha operado en nuestra vida.

III. LA PREDICACIÓN Y LA HOMILÉTICA.

a. ¿QUÉ ES PREDICAR? ¿QUÉ ES LA HOMILÍA?

LA PREDICACIÓN

«Nuestra predicación no podrá jamás consistir en teorías abstractas, desencarnadas, ni constituirá


una realización propia o satisfacción personal. Tanto en el fondo como en la forma seguiremos a
Jesús en su misión: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”. “Yo hablo lo que he visto
31
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

donde mi Padre”. “Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre me ha enviado y
mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso lo que yo
hablo, lo hablo como el Padre me ha dicho a mí”. La predicación es propagación de fe viva de la que
tienen que vivir los hijos de Dios y no puede ser adulterada»51.

«Nuestra predicación será propagación de la experiencia y vivencia propia de las verdades de la fe,
para que se vivan y convivan para el gozo y comunión de todos en Cristo. Como Juan, predicaremos:
“lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras
manos acerca de la Palabra de vida, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión
con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos
esto, para que nuestro gozo sea completo”»52.

«Contagiamos no lo que decimos y aconsejamos sino lo que profundamente oramos y vivimos.


Nuestra predicación reflejará el nivel de nuestra fe y de nuestra vida de oración. De ahí la íntima
conexión y dependencia recíproca entre nuestra contemplación y nuestra acción apostólica, entre la
oración y el Ministerio de la Palabra. Lo que sea nuestra unión con Dios será nuestra predicación»53.

«Nuestro sincero amor a Jesús y a los miembros de su Cuerpo –todos nuestros hermanos– nos hará
tomar conciencia de la grave responsabilidad y de la misión que nos confía y hará que enfoquemos
toda nuestra formación y contemplación en función de nuestra misión: propagar vivencialmente las
verdades de la fe para la vida de los hombres»54.

«Prepararemos la predicación de forma que los hombres se ilusionen por asimilar la verdad, conozcan
a Cristo y vivan de Él. Todo ello supondrá hacer vida propia la verdad que debemos predicar y
transmitir a los oyentes. Vivir realmente con toda nuestra mente, corazón y fuerzas el sí a la vocación
y misión que Jesús nos pide y a la que nos hemos comprometido ante Dios y ante los hombres» 55.

«Tanto la oración como el ministerio de la Palabra, no constituirá un fin en sí mismos. Oración y


predicación son los mejores medios para nuestra unión propia y de los hermanos con Dios y para
convivir su mismo amor y felicidad. Tanto la oración como la predicación tomadas como fin en sí
mismas, se convertirán más bien en un escapismo y apariencia del verdadero seguimiento de Jesús y
del genuino amor a su Iglesia»56.

51
Estatutos de la Fraternidad Misionera Verbum Dei (EFMVD), n. 129.
52
EFMVD, n. 130.
53
Ibid., n. 131.
54
Ibid., n. 132.
55
Ibid., n. 133.
56
Ibid., n. 134.
32
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

«La autenticidad de la oración se detectará en la necesidad, interés, estilo y fuerza de la predicación;


y en nuestra profunda y constante preparación y dedicación a la misma. Y la autenticidad de la
predicación fluirá de su íntima relación vital con Jesús, de su vivencia contagiosa, de su referencia
espontánea, implícita y explícita, al conocimiento de Cristo. Después de las palabras, sólo Jesús y la
experiencia viva de Él, debiera quedar en el corazón de los oyentes»57.

«La unión con Jesús es la mejor fuente de energía, entusiasmo y gozo del apóstol50. Este trato
familiar de afectuosa intimidad nos brinda además los mejores temas; imprime en el apóstol una
pedagogía particular, un trato delicado y fino para adaptar y hacer asequible a todos el mensaje de
Cristo»58.

«La unión existencial con Dios es la preparación siempre en acto, nueva y al día, el argumento
permanente, la palabra y expresión más certera para la conversión y santificación de los hombres. De
la oración nacerán las iniciativas y creatividad espontánea y fecunda, propias del verdadero apóstol
de Jesús»59.

LA HOMILÍA

«La naturaleza específica de la homilía está bien expresada por el evangelista Lucas en la narración de
la predicación en la sinagoga de Nazaret60. Después de haber leído un pasaje del profeta Isaías
entregó el libro al que le ayudaba y les dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír” 61.
Al leer y reflexionar sobre este pasaje podemos percibir el entusiasmo que llenó a aquella pequeña
sinagoga: la proclamación de la Palabra de Dios en la asamblea sagrada es un acontecimiento. Así
leemos en la Verbum Domini: “…la Liturgia es el ámbito privilegiado en el que Dios habla en nuestra
vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde”62. Es un ámbito privilegiado, aunque no sea el
único. Ciertamente Dios nos habla de diversos modos: a través de los acontecimientos de la vida, el
estudio personal de la Escritura, los momentos de oración silenciosa. La Liturgia, no obstante, es el
ámbito privilegiado, pues es allí donde escuchamos la Palabra de Dios como parte de la celebración,
que culmina en la ofrenda del sacrificio de Cristo al Padre eterno»63.

57
Ibid., n. 135.
58
Ibid., n. 136.
59
Ibid., n. 137.
60
Cf. Lc 4,16-30.
61
Lc 4,21.
62
Papa Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini, 2010, n. 52.
63
Congregación para el culto divino y las disciplinas de los sacramentos, Directorio homilético, Ciudad del Vaticano 2014,
p.21.
33
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

«Al ser parte integrante de la Liturgia, la homilía no solo es una instrucción sino que es también un
acto de culto…La homilía es un himno de gratitud por la Magnalia Dei; no solo anuncia a los que
están reunidos que la Palabra de Dios se cumple cuando se escucha, sino que alaba a Dios por este
cumplimiento»64.

«El Papa Francisco afirma que la homilía “es un género peculiar, ya que se trata de una predicación
dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a
una charla o una clase”65. La naturaleza litúrgica de la homilía ilumina, por lo tanto, su función
peculiar. Tomar en consideración tal función, puede ser, para ello, útil explicar lo que no es la
homilía»66.

¿Qué es, entonces, la homilía? Dos breves extractos de los Prænotanda de los libros litúrgicos de la
Iglesia comienzan a ofrecernos una respuesta. Sobre todo, en la Institución General del Misal Romano
leemos:
“La homilía es parte de la Liturgia y es muy recomendada, pues es necesaria para alimentar la
vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de algún aspecto de las lecturas de la
Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día, teniendo en
cuenta, sea el misterio que se celebra, sean las necesidades particulares de los oyentes”67.

La introducción al Leccionario amplía notablemente esta breve descripción:

En la homilía se expone, a lo largo del Año litúrgico, y partiendo del texto sagrado, los misterios
de la fe y las normas de la vida cristiana. Como parte que es de la Liturgia de la Palabra, ha
sido recomendada con mucha frecuencia y, (…) principalmente, se prescribe en algunos casos.
En la celebración de la Misa, la homilía, hecha normalmente por el mismo que preside, tiene
por objeto el que la Palabra de Dios proclamada, junto con la Liturgia eucarística, sea ‘como
una proclamación de las maravillas de Dios en la historia de Salvación o misterio de Cristo’ (SC
35,2). En efecto, el Misterio Pascual de Cristo, ser realiza por medio del sacrificio de la Misa.
Cristo está siempre presente y operante en la predicación de su Iglesia. La homilía, por
consiguiente, tanto su explica las palabras de la Sagrada Escritura que se acaban de leer como
si explica otro texto litúrgico, debe llevar a la comunidad de los fieles a una activa participación
en la Eucaristía, a fin de que ‘vivan siempre de acuerdo con la fe que profesaron’ (SC 10). Con
esta explicación viva, la Palabra de Dios que se ha leído y las celebraciones que realiza la Iglesia

64
Ibid., p.22
65
Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, n.138.
66
Congregación para el culto divino y las disciplinas de los sacramentos, Directorio homilético, Ciudad del Vaticano 2014,
p.23.
67
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_doc_20030317_ordinamento-
messale_sp.html#B)_Liturgia_de_la_palabra, Instrucción General Del Misal Romano, n. 65.
34
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

pueden adquirir mayor eficacia, a condición de que la homilía sea realmente fruto de la
meditación, debidamente preparada, ni demasiado larga ni demasiado corta, y de que se
tenga en cuenta a todos los que están presentes, incluso a los niños y los menos formados»68.

«En síntesis, la homilía está recorrida por una dinámica muy simple: a la luz del Misterio Pascual
reflejado en el significado de las lecturas y de las oraciones de una determinada celebración, conduce
a la asamblea a la Liturgia eucarística, en la que se participa del mismo Misterio Pascual…Esto
significa claramente que el ámbito litúrgico es la clave imprescindible para interpretar los textos
bíblicos proclamados en una celebración…»69.

En cuanto “parte de la Liturgia” (SC 52), la homilía es:


- Una acción del Christus totus: de Cristo y de la Iglesia, de la cabeza y los miembros, para que la
de la asamblea, confesada corde et ore (con el corazón y los labios), sea testimoniada vita et
moribus (con la vida y las costumbres).
- Un lugar espiritual que favorece el encuentro personal con Jesucristo, el cual se hace presente
en la “fracción de la Palabra” y en la “fracción del pan”.
- Es el momento más alto de la mistagogia, porque “en ella, durante el año litúrgico, a partir del
texto sagrado, se exponen los misterios de la fe y las normas de vida cristiana” (SC 32)» 70.

«Palabra, celebración, asamblea: éstas son las tres referencias ineludibles de la homilía, que deben
presentar una clara unidad temática, “de manera que los fieles sean llevados a descubrir la presencia
y la eficacia de la palabra de Dios en el hoy de la propia vida” (Verbum Domini 59)»71.

EVANGELII GAUDIUM

«Consideremos ahora la predicación dentro de la liturgia, que requiere una seria evaluación de parte
de los Pastores. Me detendré particularmente, y hasta con cierta meticulosidad, en la homilía y su
preparación, porque son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio y no
podemos hacer oídos sordos. La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad
de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho, sabemos que los fieles le dan mucha importancia;
y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al
predicar. Es triste que así sea. La homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del

68
Congregación para el culto divino y las disciplinas de los sacramentos, Directorio homilético, Ciudad del Vaticano 2014,
p.26-27.
69
Ibid., p.29.
70
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p. 19-20.
71
Ibid., p. 26.
35
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de


crecimiento»72.

«Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien
quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra
humana. San Pablo habla con fuerza sobre la necesidad de predicar, porque el Señor ha querido llegar
a los demás también mediante nuestra palabra (cf. Rm 10,14-17). Con la palabra, nuestro Señor se
ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (cf. Mc 1,45). Se quedaban
maravillados bebiendo sus enseñanzas (cf. Mc 6,2). Sentían que les hablaba como quien tiene
autoridad (cf. Mc 1,27). Con la palabra, los Apóstoles, a los que instituyó «para que estuvieran con él,
y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos (cf. Mc
16,15.20)»73.

«Cabe recordar ahora que «la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto
de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el
diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas
siempre de nuevo las exigencias de la alianza».112 Hay una valoración especial de la homilía que
proviene de su contexto eucarístico, que supera a toda catequesis por ser el momento más alto del
diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental. La homilía es un retomar ese
diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer el corazón de
su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese diálogo,
que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto»74.

«La homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos
mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración. Es un género peculiar, ya que se
trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser
breve y evitar parecerse a una charla o una clase. El predicador puede ser capaz de mantener el
interés de la gente durante una hora, pero así su palabra se vuelve más importante que la celebración
de la fe. Si la homilía se prolongara demasiado, afectaría dos características de la celebración
litúrgica: la armonía entre sus partes y el ritmo. Cuando la predicación se realiza dentro del contexto
de la liturgia, se incorpora como parte de la ofrenda que se entrega al Padre y como mediación de la
gracia que Cristo derrama en la celebración. Este mismo contexto exige que la predicación oriente a la
asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida.

72
Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, n. 135.
73
Ibid., n. 136.
74
Ibid., n. 137.
36
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Esto reclama que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille
más que el ministro»75.

«Dijimos que el Pueblo de Dios, por la constante acción del Espíritu en él, se evangeliza continuamente
a sí mismo. ¿Qué implica esta convicción para el predicador? Nos recuerda que la Iglesia es madre y
predica al pueblo como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo que
se le enseñe será para bien porque se sabe amado. Además, la buena madre sabe reconocer todo lo
que Dios ha sembrado en su hijo, escucha sus inquietudes y aprende de él. El espíritu de amor que
reina en una familia guía tanto a la madre como al hijo en sus diálogos, donde se enseña y aprende, se
corrige y se valora lo bueno; así también ocurre en la homilía. El Espíritu, que inspiró los Evangelios y
que actúa en el Pueblo de Dios, inspira también cómo hay que escuchar la fe del pueblo y cómo hay
que predicar en cada Eucaristía. La prédica cristiana, por tanto, encuentra en el corazón cultural del
pueblo una fuente de agua viva para saber lo que tiene que decir y para encontrar el modo como tiene
que decirlo. Así como a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua materna, así también en la
fe nos gusta que se nos hable en clave de «cultura materna», en clave de dialecto materno (cf. 2 M
7,21.27), y el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que transmite ánimo,
aliento, fuerza, impulso»76.

«Este ámbito materno-eclesial en el que se desarrolla el diálogo del Señor con su pueblo debe
favorecerse y cultivarse mediante la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la
mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos. Aun las veces que la homilía resulte
algo aburrida, si está presente este espíritu materno-eclesial, siempre será fecunda, así como los
aburridos consejos de una madre dan fruto con el tiempo en el corazón de los hijos»77.

«Uno se admira de los recursos que tenía el Señor para dialogar con su pueblo, para revelar su
misterio a todos, para cautivar a gente común con enseñanzas tan elevadas y de tanta exigencia. Creo
que el secreto se esconde en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas:
«No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino» (Lc 12,32);
Jesús predica con ese espíritu. Bendice lleno de gozo en el Espíritu al Padre que le atrae a los
pequeños: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas
a sabios e inteligentes, se las has revelado a pequeños» (Lc 10,21). El Señor se complace de verdad en
dialogar con su pueblo y al predicador le toca hacerle sentir este gusto del Señor a su gente»78.

75
Ibid., 138.
76
Ibid., 139.
77
Ibid., 140.
78
Ibid., 141.
37
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

«Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por
el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no
consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo. La predicación
puramente moralista o adoctrinadora, y también la que se convierte en una clase de exégesis, reducen
esta comunicación entre corazones que se da en la homilía y que tiene que tener un carácter cuasi
sacramental: «La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Rm 10,17). En
la homilía, la verdad va de la mano de la belleza y del bien. No se trata de verdades abstractas o de
fríos silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para
estimular a la práctica del bien. La memoria del pueblo fiel, como la de María, debe quedar rebosante
de las maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado en la práctica alegre y posible del amor que se le
comunicó, siente que toda palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia»79.

«El desafío de una prédica inculturada está en evangelizar la síntesis, no ideas o valores sueltos.
Donde está tu síntesis, allí está tu corazón. La diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar
ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón. El predicador tiene la
hermosísima y difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor y los de su pueblo. El
diálogo entre Dios y su pueblo afianza más la alianza entre ambos y estrecha el vínculo de la caridad.
Durante el tiempo que dura la homilía, los corazones de los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar
a Él. El Señor y su pueblo se hablan de mil maneras directamente, sin intermediarios. Pero en la
homilía quieren que alguien haga de instrumento y exprese los sentimientos, de manera tal que
después cada uno elija por dónde sigue su conversación. La palabra es esencialmente mediadora y
requiere no sólo de los dos que dialogan sino de un predicador que la represente como tal, convencido
de que “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como
siervos vuestros por Jesús” (2 Co 4,5)»80.

«Hablar de corazón implica tenerlo no sólo ardiente, sino iluminado por la integridad de la Revelación
y por el camino que esa Palabra ha recorrido en el corazón de la Iglesia y de nuestro pueblo fiel a lo
largo de su historia. La identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el
Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos –y predilectos en María–, el otro abrazo, el del Padre
misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de
estos dos abrazos es la dura pero hermosa tarea del que predica el Evangelio»81.

b. HISTORIA DE LA PREDICACIÓN Y HOMILÍA.

DOS ACERCAMIENTOS A LA HISTORIA DE LA HOMILÉTICA

79
Ibid., 142.
80
Ibid., 143.
81
Ibid., 144.
38
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

PRIMER ACERCAMIENTO82

Antiguo Testamento

Los profetas juntamente con los escribas, deben de ser considerados como los exponentes más
elevados de la predicación hebrea. El legado de ambos es innegable. Por su lado, la retórica antigua
empezó a gestarse en Sicilia alrededor del año 465 a.C. con Corax y Tisias, su discípulo. La retórica
griega también tiene mucho que ver en la formación de la homilética. En este punto, Aristóteles (384-
322 a.C.) y su retórica, tienen una gran cuota de aportación. La obra del filósofo griego fue una de las
más grandes en el mundo antiguo. También debe de resaltarse la contribución de los retóricos latinos.
Entre ellos encontramos a Cicerón (106-43 a.C.) y su obra De Oratore y Quintiliano (35-95 d.C.) con
Instituciones sobre Oratoria. De la simbiosis de ambas fuentes del "arte de hablar", en un proceso que
duró algunos siglos, emergió la Homilética cristiana, llegando a convertirse en el arte de la predicación
bíblica y cristiana83.

El papel de la predicación en el Antiguo Testamento viene dado por el hecho de que buena parte del
material registrado fue pronunciado en su momento en forma oral. Basta echar un vistazo a los libros
proféticos para darnos cuenta que el ministerio de aquellos hombres, los profetas, era básicamente
el de ser predicadores.

De hecho es casi imposible, al leer algunos de sus mensajes, no imaginárnoslos como siendo
predicados.

El nombre de homilética para la teoría de la predicación cristiana aparece a fines del siglo XVII, S.
Göbel publicó en 1672 su Methodologia homiletica y J W Baier en 1677 su Compendium theologiae
homileticae. Anteriormente los nombres habituales eran Ars praedicandi, Ars concionandi, Rethorica
ecclesiastica, etc. La expresión kerigmática - así, por ejemplo, se llama la homilética publicada por M
Pfliegler en 1965 - es el lema de una corriente de la renovación actual de la predicación.

El nombre de homilética no tiene nada que ver con la distinción entre «homilía» y «predicación
temática», sino con omilein en el sentido de predicar, de hablar familiarmente. Se expone en ella una
teoría teológica de la predicación.

La homilética como parte de la teología práctica se ocupa de las formas del discurso público en el
campo de la Iglesia. Homilética es la teología de la predicación eclesial o la exposición práctico-
científica de los fundamentos y reglas de una predicación adecuada a la palabra de Dios. A la función
82
Francisco Javier Calvo Guinda, Homilética, BAC, Madrid 2003, p. 13-30.
83
http://www.monografias.com/trabajos94/oratoria-y-predicacion/oratoria-y-predicacion.shtml#historiada
39
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

didáctica de la predicación se añade también una función soteriológica: es palabra de salvación, no


solo portadora de saber.

En la constitución de la teología de la predicación se trata principalmente no de un interés


metodológico, sino teológico. A la parte principal de la homilética le precede una introducción en el
nombre, concepto e historia de esta disciplina teológica.

Desde A. Schweizers (1848) es clásica la división entre homilética principial, material y formal. La
homilética principial tiene que poner el acento en los fundamentos teológicos de la predicación. Tiene
que preocuparse de la esencia teológica de la predicación cristiana como palabra de Dios que toma
una posición definida en el proceso de la salvación. Un capítulo especial merece la cuestión de la
eficacia de la predicación. Además hay que aclarar la relación de la predicación con la Iglesia, y la
relación entre culto o sacramento y predicación de la palabra. Otras cuestiones son la interpretación
homilética de la Escritura, el papel del predicador en el proceso de la salvación y el de los oyentes,
que no forman sólo una comunidad pasiva, sino que también son signo de salvación en el mundo.

La homilética material introduce en los contenidos de la predicación. El mensaje de salvación en


Cristo, unido a la exigencia de creer en El, es el núcleo de la predicación cristiana. Las fuentes de esta
homilética material son: la Sagrada Escritura, la liturgia, los Santos Padres, la historia y vida de los
santos. El núcleo de la predicación lo forman: Dios trino (predicación teocéntrica), el reino de Dios
(predicación escatológica), la Iglesia (predicación eclesiológica), el hombre (predicación
antropológica).

Según donde se coloque el acento, se distingue entre una predicación kerigmática, mistagógica,
catequética, apologética y puramente bíblica. Los textos de las lecturas de la misa tienen que ser
objeto de una meditación exegético-homilética para las homilías dominicales.

La homilética formal presenta los fundamentos técnicos de la preparación de la predicación. Por


ocuparse de las formas del discurso público en la Iglesia, puede considerarse como una retórica en un
contexto cristiano. Sin embargo, no debe caer en la tentación de ofrecer retórica antigua o moderna
con un ropaje actual, sino que tiene que ofrecer teología homilética. Quién predica, qué, a quién, para
qué, como, son otros tantos interrogantes a los que la homilética debe dar respuesta adecuada. La
homilética formal examina en general la función del predicador (quien), la función de la comunidad
de oyentes (a quien), el lenguaje (cómo), la finalidad (para qué). A la homilética formal dedicaremos
exclusivamente nuestra atención en los capítulos siguientes.

Ya que la homilética no es pura ciencia, sino también técnica, debe mostrar los caminos para mejorar
el arte de predicar. No partimos de cero, sino de lo que uno ya sabe para alcanzar lo que uno quisiera
40
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

aprender. Sobre todo hay que aprender el conjunto armónico de los diferentes elementos que dan
por resultado una buena predicación y, desde el principio, la lucha contra el cliché y la rutina.

Nuevo Testamento84

El ejemplo clásico de homilía está en Lc 4,16ss, cuando Jesús entra en la sinagoga de Nazaret y, tras la
lectura de Lc 61,1ss, explica a sus paisanos los versículos de Isaías. Se la puede designar como la
primera homilía de la Iglesia. Cristo presenta primero el texto de Isaías y después tiene una homilía
explicativa. “…En varios sentidos se puede considerar ésta como prototipo de la homilía cristiana”.

“El primer y mejor predicador cristiano fue Jesús, que a lo largo de toda su vida pública se
dedicó a predicar la Palabra de Dios de la salvación: ‘Todos los días me sentaba en el Templo a
enseñar’ (Mt 26,55)… Es él quien nos enseña cuales son los contenidos principales de la
predicación y también la pedagogía de su transmisión, por ejemplo con las parábolas. Es el
mejor modelo de predicación: sencillo, cercano al pueblo, dialogante, concreto, valiente”85.

Sermones o predicaciones temáticas tenemos en el sermón de la montaña y en los discursos de


despedida de Jesús (Jn 14ss).

Con la primera fiesta de Pentecostés nació también la predicación cristiana: «Entonces se levantó
Pedro con los once y, en alta voz, les habló» (Hch 2,14).

En los primeros 13 capítulos de los Hechos de los Apóstoles tenemos un esquema de la predicación de
los apóstoles. Un mismo esquema con ligeras variaciones en los cuatro discursos ante los judíos:
Pentecostés (Hch 2,14-39), la puerta Hermosa (Hch 3,12-26), Pedro en Cesarea (Hch 10,34-43), Pablo
en Antioquía de Pisidia (Hch 13,16-41). Podemos establecer tres grupos de motivos para todas estas
predicaciones: Kerygma, prueba escriturística e invitación a la conversión. El kerigma o afirmaciones
sobre Jesús: la muerte en cruz y la resurrección, la prueba escriturística se entiende en el sentido de la
promesa, la importancia del misterio de Cristo como cumplimiento de las profecías del Antiguo
Testamento, la invitación a la conversión va unida a la promesa de la remisión de los pecados.

Cuando Pablo predica ante los gentiles en Listra (Hch 14,15-17) o en Atenas (Hch 17,22-31), entonces
habla de Dios. Esto ya lo presuponía en los judíos. La diferencia de auditorio determina la elección de
los medios, en lugar de la prueba escriturística expone una doctrina sobre Dios. Parte de las falsas
concepciones de Dios de los atenienses y enseña la verdadera doctrina sobre Dios.

84
Francisco Javier Calvo Guinda, Homilética, BAC, Madrid 2003, p. 13-30.
85
José Aldazábal, El ministerio de la homilía, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2006, p. 52.
41
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Jesús vive con la conciencia de ser enviado por el Padre para anunciar, por encima de hacer milagros
(cf. Lc 4, 43). Al elegir a sus discípulos-apóstoles, les llama para dedicarse a predicar como El mismo
(cf. Mc 3,13-14; Hech 6,4) y además les manda con la misión de anunciar la Buena Nueva a toda la
creación (cf. Mc 16,15).

Patrística

Aquí encontramos los primeros pasos de una teoría. Orígenes proporcionó una aportación decisiva al
desarrollo de la homilética con su doctrina del triple sentido de la Escritura que intentaba resolver el
problema de la actualización de un texto histórico.

El tratado De doctrina Christiana (ca. 397) de San Agustín fue completado treinta años más tarde con
el libro IV, una obra maestra que trata la enseñanza cristiana no desde el punto de vista del
contenido, sino desde el punto de vista del método. Los tres primeros libros tratan del modus
inveniendi (recogida de la materia u homilética material), de los principios hermenéuticos bíblicos, ya
que San Agustín considera un requisito necesario para predicar el conocimiento de la Sagrada
Escritura y los métodos de su interpretación. El cuarto libro presenta el modus proferendi
(presentación de la materia u homilética formal) Para San Agustín, la Homilética es la teología de la
predicación eclesial, la presentación científica de los fundamentos de una adecuada predicación de la
fe.

Llama la atención que San Agustín, que era un retórico, rechaza una retórica para la predicación.
Subordina siempre las cuestiones de forma al conocimiento de la Escritura. Considera nocivos para la
predicación cristiana los esfuerzos por construir períodos complicados. El predicador se debe preparar
sobre todo mediante la oración y tiene que orar también antes de la predicación. Sin embargo, en
otros aspectos no se desembaraza de la retórica antigua y se nota la fuerte influencia del Orator de
Cicerón y el Ars oratoria la de Aristóteles, como cuando presenta las tres tareas del discurso: enseñar,
deleitar, mover, y las adapta a la predicación cristiana: «Instruir es una necesidad; agradar, un
atractivo; conmover, una victoria». Asimismo al presentar los estilos de la exposición: llano,
moderado y sublime. Su consejo de que se puede con buena conciencia «tomar lo que sabia y
elocuentemente fue escrito por otros», domino la práctica de la predicación en la Baja Edad Media.

Una historia de la predicación tendrá inevitablemente que dedicar un amplio espacio a los Santos
Padres porque son quienes dan a la homilía su forma definitiva cultivando todas las formas de la
oratoria con un lenguaje familiar que les acerca al pueblo cristiano. Sin embargo, una historia de la
homilética tendrá que aparecer más sobria al saltar desde San Agustín a la escolástica, con pequeñas
excepciones. Los Santos Padres no dedicaron su atención a un tratamiento teórico de la predicación.

42
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Edad Media

Se vive de San Agustín y se avanza poco. Mencionemos en primer lugar al último gran orador de la
Antigüedad cristiana en Occidente, el papa San Gregorio Magno (540-604), y su Liber regulae
pastoralis, que para el clero secular significó en la Edad Media lo que la Regla de San Benito para las
órdenes religiosas. En él hace unas breves observaciones prácticas sobre la atención a las diferentes
clases de oyentes.

Rabano Mauro (780-856) enlaza con el obispo de Hipona. Esto se observa muy claramente en su obra
De institutione clericorum, donde transcribe, a veces casi literalmente, el tratado de San Agustín. A la
homilética se la designaba también como ars praedicandi -así la llama Alcuino- o también como
rhetorica ecclesiastica. De esta última manera la llama también Alcuino en el renacimiento carolingio.

Hay que destacar la obra atribuida a San Buenaventura De arte concionandi (hacia 1250), un intento
de estudio de la esencia de la predicación neotestamentana. La obra del Superior General de los
dominicos, Humberto de Romams (| 1277), De eruditione religiosorum praedicatorum, basada en el
De doctrina chtistiana de San Agustín, nos informa sobre la predicación de las Ordenes mendicantes
en el siglo XIII y condiciona el modo de predicar de los dominicos. La predicación tiene una estructura
lógica al tomar las reglas de la escolástica: desarrollo lógico de un tema a partir de unas palabras de la
Escritura. Es una predicación docta que da importancia a la enseñanza.

Junto a esta predicación docta se dio al mismo tiempo una predicación popular apoyada en
colecciones de ejemplos, que se desarrolló en los siglos XIV y XV. El predicador tiene un objetivo
práctico «Predica los diez mandamientos, los artículos de la fe, los sacramentos, los novísimos,
reconfortando a los buenos y tratando de infundir temor a los malvados». Desde 1400 se llama
postillas a una colección de homilías para un año, es decir, homilías tenidas post illa verba textus. Son
predicaciones, hechas para ser leídas por predicadores poco preparados, que tuvieron para la
homilética teórica sólo una importancia indirecta.

El humanismo

En el Renacimiento la homilética es ars praedicandi, ratio praedicandi, y conecta con los antiguos
rethores. El humanismo produjo un giro por la restauración de la retórica antigua. Se abría camino
una predicación moderna. Se invoca especialmente a Quintiliano y Cicerón y se analiza la
composición, exposición y estilo de los sermones. Como muestra de esta época señalemos a Erasmo
de Rotterdam con su Ecclesiastes seu de ratione concionandi (1535), donde describe las posibilidades
de aplicar la dialéctica y la retórica a la predicación y da orientaciones al predicador para el uso
correcto de la Sagrada Escritura.
43
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La Reforma y el Concilio de Trento

Lutero ve la palabra en oposición al pagano Aristóteles. La retórica se presenta como enemiga de la


predicación cristiana. La primera homilética de la Reforma se debe a Andreas Hyperius y lleva como
título De formandis concionibus sacris seu de interpretatione scripturarum populari (1553). Es una
obra escrita a petición de sus alumnos de Marburg que contiene una detallada enseñanza sobre la
predicación con validez todavía hoy.

También por parte católica comenzó una fuerte orientación hacia los textos bíblicos Así, San Francisco
de Borja en Libellus de ratione praedicandi (1556) rechaza la retórica antigua apelando al Nuevo
Testamento. Diego de Estella, apoyándose en los Santos Padres, quería hace valer sólo la homilía
cuando se recomendaba la alternancia de predicación temática y homilía. El Concilio de Trento
fomentó la predicación bíblica. Se recuerda a los obispos que «su principal función» es predicar el
Evangelio.
«Están obligados a predicar ellos mismos el santo Evangelio de Jesucristo *…+ Igualmente, los
párrocos y todos los que han obtenido [...] iglesias parroquiales u otros que tengan cura de
almas tendrán cuidado, al menos los domingos y fiestas solemnes, de procurar el alimento
espiritual a los pueblos que se les ha encomendado *…+ enseñándoles lo que todo cristiano
necesita para salvarse».

Una vez acabado el Concilio, tocaba llevarlo a la práctica. Con éxitos y reveses, se intentó aplicarlo
sobre todo en los decenios restantes del siglo XVI, pero en general faltó la ejecución de los buenos
planes conciliares.

Son importantes dos obras. Los Ecclesiasticae rhetoricae libri sex de Fray Luis de Granada (1576) y las
Instructiones pastorum ad concionandum de San Carlos Borromeo (1567).

Francia hacia 1700

Para esta época, Francia representa un tiempo de esplendor, especialmente con los tres grandes
predicadores de la corte de Luis XIV. Jacques Bénigne Bossuet (1627-1704), obispo de Meaux y
preceptor del Delfín: el jesuita Louis Bourdaloue (1632-1704), y el oratoriano Jean Baptiste Massillon
(1663-1742), obispo de Clermont. Estos hombres son los fundadores de una homilética moderna. De
esta época floreciente de la elocuencia francesa procede la obra póstuma de François Fénelon (1651-
1715), arzobispo de Cambrai: Diálogos sobre la elocuencia en general y sobre la de la cátedra en
particular (1718).

44
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Desde fines del siglo XVII se llama homilética a la teoría de la predicación. Es una disciplina teológica,
aunque todavía con unos puntos de vista predominantemente metodológicos La homilética fue
adquiriendo cada vez más un contenido científico y, poco a poco, también un contenido teológico.

La Ilustración

La Ilustración en el mundo germano significa un fomento de la labor kerigmática y homilética Se


plantearon elevadas exigencias, se tuvo más en cuenta la capacidad de comprensión del pueblo, las
profesiones y la edad. Sin embargo, desde un punto de vista material-kerigmático, la Ilustración
desciende a un mínimo; ha dejado los misterios al margen de la predicación y se ha contentado con la
religión natural. El mensaje cristiano se rebaja a una simple enseñanza de los deberes, poco basada en
la enseñanza de la fe. La predicación está profundamente impregnada de antropocentrismo.

La técnica retórica se traspasó a la predicación. Las reglas del arte de predicar, que no se diferencian
en nada del arte oratoria profana, se las extrae, sin dudar, de la retórica de Aristóteles y Cicerón. La
eloquentia sacra fue la tarea principal de la homilética y se la considera como una parte de la retórica
mundana. Para la elocuencia sagrada fue especialmente estimado el manual de Dommicus Decolonia
cuyo título resulta significativo Ars rethorica variis regulis illustrata juxta mentem Marci Tullii
Ciceronis, Marci Fabii Quintiliani, aliorumque praestantium (1725)

Hasta la actualidad

La teología pastoral nace como disciplina universitaria en Viena en 1774. Al principio abarcaba cuatro
disciplinas, homilética, liturgia, catequética y la pastoral especial. Poco a poco, estas disciplinas se
fueron independizando y se abrió así un cauce a la publicación de una serie de manuales no sólo de
teología pastoral, sino también de homilética. Las obras de Johann Michael Sailer, con una orientación
bíblico-teológica, abrieron un nuevo punto de vista, al recomendar la predicación a partir de la idea
central del cristianismo. La existencia de diversas revistas dedicadas a la predicación, así como los
numerosos congresos y cursos, son un signo del vivo interés por la predicación. La encíclica Humani
generis de Benedicto XV, publicada en plena Primera Guerra Mundial (15-6-1917), fue y sigue siendo
poco conocida, a pesar de que en ella se traza una síntesis de las características de la predicación
cristiana. En el capítulo anterior ya hemos visto la evolución de la homilética en los decenios
anteriores. Como la bibliografía homilética del pasado reciente y de la actualidad se irá citando a lo
largo del libro, cerramos con esto la breve ojeada a la historia de la homilética.

SEGUNDO ACERCAMIENTO86

86
José Aldazábal, El ministerio de la homilía, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2006.
45
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La historia es siempre maestra. También en cuanto a la homilía como ministerio dentro de la


comunidad cristiana. Vale la pena, aunque sea brevemente, seguir algunos de los pasos de este
ministerio en la historia.

En la Iglesia apostólica

La “proto-historia” de la predicación homilética está en el mismo Nuevo Testamento: en la persona de


Jesús y en sus discípulos, a los que les dio el encargo fundamental de predicar, de difundir por el
mundo entero la Buena Nueva del Reino y de la salvación. El primer y mejor predicado cristiano fue
Jesús, que a lo largo de toda su vida pública se dedicó a predicar la Palabra de la salvación: “todos los
días se sentaba en el Templo a enseñar” (Mt 26,55). Fue el auténtico maestro, y no sólo por las
palabras, sino por los milagros, las obras y la vida. Es él quien nos enseña cuáles son los contenidos
principales de la predicación y también la pedagogía de su transmisión, por ejemplo con las parábolas.
Él es el mejor modelo de predicación: sencillo, cercano al pueblo, dialogante, concreto, valiente.

Es interesante recordar la primera “homilía” de Jesús en su pueblo, Nazaret (Lc 4), que empezó
despertando el entusiasmo de sus paisanos, y acabó siendo perseguido por ellos para despeñarlo por
el barranco: en varios aspectos se puede considerar esta como prototipo de la homilía cristiana. Y
también la “homilía-catequesis” que tuvo con los discípulos de Emaús, abriéndoles el sentido de las
Escrituras.

Este mismo encargo de predicar lo dio Jesús a sus discípulos. Marcos termina su evangelio con esta
consigna: “Jesús les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación…Ellos
salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las
señales que la acompañaban” (Mc 16, 15.20).

Herederos de la sinagoga, en la que la celebración de la Palabra, además de las lecturas y los salmos,
incluía la predicación por parte de la persona a la que se encomendaba este servicio, no es de
extrañar que ya desde el principio las comunidades cristianas siguieran esa dinámica entre la lectura
de las Escrituras y la predicación. Las primeras comunidades nacieron por esta predicación de los
apóstoles y de Esteban y de Felipe y de Pablo.

En el libro de los Hechos encontramos los mejores resúmenes de la predicación de Pedro (sobre todo
el día de Pentecostés: cf. Hch2), de Esteban y de Pablo y sus acompañantes en sus viajes apostólicos.
Esta predicación aparece en sus varias formas: la kerigmática inicial con la evangelización global del
misterio de Cristo, la catequesis o didascalia más sistemática y profundizadora, y la “parenesis” o
“pataclesis” moral o exhortación, a veces dentro de la celebración litúrgica.

Pablo se nos muestra, tanto en el libro de los Hechos como en sus cartas, como un auténtico maestro
de la Palabra. Y también él tuvo, en ese ministerio, éxitos consoladores y muchos fracasos: baste

46
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

recordar el de Atenas, donde no le aceptaron su anuncio de la resurrección, o en Corinto, donde llegó


a perder los ánimos ante la aparente resistencia de aquellos habitantes ante el Evangelio cristiano.

Los primeros siglos

Hacia el 150, tenemos un hermoso testimonio del lugar que ocupa la homilía del presidente en la
celebración comunitaria de la Palabra de Dios, como primera parte de la Eucaristía.

Justino, profesor de filosofía, describe en su obra Apología (I, 67), la reunión eucarística del domingo
tal como la celebraban en Roma: ”El día llamado del sol se tiene una reunión…y se leen los
comentarios de los apóstoles o las escrituras de los profetas, mientras el tiempo lo permite. Luego,
cuando el lector ha acabado, el que preside exhorta e incita de palabra a la imitación de estas cosas
excelsas”. Buena definición de la homilía: la describe como una exhortación, por parte del que
preside la Eucaristía, a imitar lo que se ha leído.

Poco más tarde, Tertuliano explica en qué hacían consistir la celebración de la Palabra hacia el año
197:”nos reunimos para recordar las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Siempre hay
circunstancias de los tiempos presentes que obligan a hacer determinadas advertencias o a
reflexionar sobre ciertas verdades. En todo caso, por medio de las sagradas palabras, alimentamos
nuestra fe, elevamos nuestra esperanza, confirmamos la confianza, al tiempo que, con insistencia,
intensificamos la observancia de los mandamientos. Es entonces cuando tienen lugar las
exhortaciones, las correcciones y la divina amonestación”.

La estructura de la celebración la explica el mismos Tertuliano:”scripturae leguntur, psalmi cantantur,


allocutiones proferuntur, petitiones delegantur”: después de las lecturas y los salmos, viene la
exhortación (“allocutiones”) y todo desemboca en la oración universal.

Después de haber estudiado los autores orientales y latinos de los primeros siglos, concluye A. Olivar
que “la predicación nació, como la misma Iglesia, de la naturaleza de la revelación, o sea, de la Palabra
de Dios manifestada al mundo en la historia, Palabra que había de ser difundida transmitida
(proclamada y explicada), convertida en espíritu y vida para los hombres y mantenida en ellos por la
exhortación”. Suponía, por tanto, anuncio y a la vez adaptación a las culturas geográficas, a las
circunstancias históricas y a la nueva lengua, el latín. A veces, esta predicación tuvo que dirigirse
claramente a luchar contra las herejías.

Una de las figuras más relevantes de este ministerio, el que más se ha estudiado, es San Agustín,
antiguo profesor de retórica y que luego, como presbítero y como Obispo, fue un gran predicador
cristiano, siguiendo las leyes de retórica, pero sobre todo guiado por su fe, su amor a Cristo y a la
Iglesia, y su cercanía para con el pueblo.

47
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Se puede decir que Agustín fue ordenado presbítero y luego Obispo para predicar. Un día que su
Obispo Valerio, en Hipona, se estaba quejando de su edad y de la dificultad que tenía de expresarse
(era de habla griega y allí se predicaba en latín), el pueblo tomó posesión de Agustín, que se hallaba
presente, y que era conocido por su calidad humana y por su arte oratoria, y se lo pusieron delante al
Obispo para que lo ordenara de presbítero. Desde entonces, y sobre todo en sus muchos años de
Obispo, predicó continuamente. Sus contemporáneos se dieron cuenta del valor de sus sermones, y
nos han conservado centenares de ellos estenografiados.

Además de muchas homilías (se conservan más de trescientas)y tratados de interpretación bíblica,
nos dejó san Agustín un auténtico “tratado de homilética” en su obra “De Doctrina Cristiana”.

Algunos aspectos de la predicación patrística

Siguiendo el completísimo estudio de A. Olivar, nos pueden resultar interesantes algunas de las
lecciones que nos da la historia de la homilía, muchas veces aplicables tal cual a nuestra pastoral
actual.

La terminología

En griego, los términos que aparecen en torno a la predicación y la homilía son “Keryssein”,
“Kerigma”, pregonar, pregón; “evaggelizo”, evangelizar; “didasko”, didascalia o enseñanza; “catejo”,
catequesis o resonancia; y “omileo”, la plática fraterna, más exhortativa, diferente del “logos”, que es
más discursivo y temático.

En latín los términos son “praedicare”, hablar en público, delante de los demás, que equivale muchas
veces a la evangelización; ”tractare” o “tractatus”, tratar un tema, equivalente muchas veces a
“predicar”; el término “sermo” aparece como el más cercanos a la “homilía”, en su carácter de plática
fraterna del Obispo a su comunidad.

No son exactamente equivalentes los varios géneros de predicación que encontramos en los Santos
Padres: la homilía o el sermón (exhortación a partir de las lecturas que se acaban de escuchar), la
catequesis o tratado (más temáticos, como los Tratados de San Agustín sobre los Salmos o sobre San
Juan), los panegíricos (de difuntos, de mártires o de santos), o los escritos polémicos (contra las
herejías).

Quién predicaba

Propiamente, el ministerio de la homilía, dentro de la celebración, pertenecía al Obispo. Era él quien


presidía la celebración, solía ser única en cada localidad. Por tanto, predicaba el que presidía.

Se ven casos en Oriente de “delegación” o encargo puntual a un presbítero por parte del Obispo, por
diversos motivos. Incluso Orígenes llegó a predicar por encargo del Obispo siendo todavía laico, y
48
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

luego muchas veces como presbítero. También Juan Crisóstomo predicó alguna vez antes de ser
Obispo.

En Occidente sucedió algo parecido, como casos excepcionales, por ejemplo cuando Agustín, siendo
todavía presbítero , fue invitado a predicar por su Obispo Valerio. En la Galia, solo en el siglo VI, con
Cesáreo, que presidió un sínodo en el año 529, se llegó a la decisión, por el bien de las comunidades,
de que predicaran los presbíteros si presidían la Eucaristía, a falta de Obispo. También se dan casos de
que a un diácono le encargara el Obispo la homilía, como al diácono Vicente en Zaragoza.

A veces se dan casos de “predicación conjunta”, o sea, que sean varios los que prediquen
sucesivamente, como en la comunidad de Jerusalén tal como nos lo cuenta la peregrina Egeria,
seguramente para atender a grupos de lengua diversas (griego, siríaco, latín), por un predicador más
cercano.

Hay Padres que en estos siglos escriben obras sobre el ministerio de la predicación y de la homilía,
como la de san Ambrosio, “ De officiis ministrorum”; de san Agustín, “De doctrina christiana”; o de
San Isidoro, “De ecclesiasticis officiis”.

Preparación e improvisación

Encontramos testimonios tanto de improvisación de los sermones como de una preparación detenida.

Algunos se ve que tenían gran facilidad oratoria, como Orígenes, Crisóstomo, Basilio y Gregorio
Nacianceno en el Oriente, y Agustín en Occidente. No siempre tenían escrito o aprendido el sermón:
dejaban al menos algo a la improvisación. Agustín, que tenía una particular capacidad de
improvisación, se adapta fácilmente a las circunstancias. Un joven que leyó un salmo por otro, dio
ocasión a que Agustín comentara el salmo que había sonado (sermón 352).

Pero no se debe hablar de improvisación absoluta, sino relativa. Siempre se nota que tienen al menos
un esquema estructurado, con las citas preparadas, y siempre con una calidad literaria muy digna.

A veces dicen explícitamente que tienen en la mano el códice con las lecturas bíblicas que se han
proclamado. Agustín dice una vez: “Johannes apostolus, cuius evangelium in manibus habemus” (el
evangelio de Juan, que tenemos en las manos), y en otra ocasión “et hoc quod gestamus in manibus,
Scripturae scilicet quam videtis” (lo que tenemos en las manos, o sea, la Escritura que veis…).

Cuando predicaban

Predicaban sobre todo en domingo, el día propio de la reunión eucarística, como ya decía Justino.

Pero también entre semana, aunque hubiera menos gente. Por ejemplo los días estacionales, o en
sábado, o en tiempos como la Cuaresma o la semana de Pascua, o en las fiestas de los santos.

49
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Es difícil saber si llegaban a la predicación diaria. Cuando hablan de que “ayer” habían dicho algo que
hoy continuaban, puede significar “el otro día”, y “mañana” puede significar “la próxima vez”. A
veces sí dicen claramente que varios días seguidos.

Duración de la homilía

Los mismos predicadores aluden a veces a que ha sido o que va a ser corto o largo su sermón, y piden
perdón o animan a que no pierdan los ánimos.

La larga duración se debe a que el texto bíblico es largo y complicado y necesita explicación.
Sencillamente, a veces el predicador se ha entusiasmado y sigue hablando y luego tiene que pedir
perdón. También podía ser que se alargaran porque veían que la gente estaba a gusto.

Las causas de que el sermón se acorte son que o no quieren cansar (la gente está de pie: no hay sillas
ni bancos), o que se cansa el predicador mismo, o le falla la voz, o los fieles tienen que ir a trabajar. O
sencillamente, por pedagogía: un sermón largo está condenado al olvido y el breve se recuerda más.

Es difícil saber la duración real de los sermones escritos que guardamos de estos Padres, transcritos
por los taquígrafos. No todo lo escrito tal vez se leía. O se predicaba más de lo que estaba escrito, con
improvisaciones. Tal vez se podría decir que duraban unos quince minutos. Pero hay casos en que el
sermón no podía decirse en menos de media hora o incluso más. Alguno de los sermones de san
Agustín, si se dijeron tal cual, tenían que haber durado más de una hora.

Desde dónde predicaban

El lugar normal del sermón era, naturalmente, el lugar donde se celebraba la Eucaristía, tanto si era
en los domicilios particulares o en las iglesias, cuando se construyeron. Muy raramente fuera de la
iglesia: a veces, eso sí, en torno a las tumbas de los mártires.

Se predicaba desde el presbiterio, ábside de la iglesia, desde el “bema” ola “catedra”: tiene que ser un
lugar elevado y bien visible a todos. Normalmente el predicador predicaba sentado en su sede.

Los asistentes

A veces los Padres se quejan de la poca asistencia de fieles. Ya el autor de la carta a los Hebreos se
quejaba de que algunos habían tomado la costumbre de no acudir a la reunión: “Fijémonos los unos
en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonar vuestra propia asamblea,
como algunos acostumbran hacerlo” (Hb 10, 24-25).

Crisóstomo en Oriente y Agustín en Occidente se quejan también alguna vez de que hay pocos fieles,
o que se marchan después de la homilía, incluso algunos durante la homilía, o que antes sí se llenaban
las iglesias y ahora no, o que se ven muchos mayores y pocos jóvenes, que prefieren los juegos o el

50
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

circo o el teatro. A veces denuncian que ponen como excusa para no ir a la celebración el trabajo, o el
calor, o la lluvia. Pero en el fondo, dicen ellos, es pereza y desidia, y alaban a los presentes.

San Agustín, precisamente en un sermón del día de los santos Pedro y Pablo, se queja amargamente
de que hay pocos fieles. Y se da cuenta en seguida está “riñendo” a los que están por los que no están
(se ve que eso es antiguo).

Muchas veces se habla de una asistencia numerosa, sobre todo en Cuaresma y en las fiestas grandes.
A veces muchos vendrían atraídos por la oratoria de los grandes Obispos.

Los asistentes eran muy heterogéneos en su conjunto, niños y mayores, nobles y campesinos. Solo
había una misa en las ciudades de los primeros cuatro siglos. Se dice que hay más mujeres que
hombres, tanto en el Oriente como en el Occidente. En muchos lugares, ya están separadas las
mujeres de los hombres, como hacían los judíos y luego harán los musulmanes.

A veces se nota que hay orden y silencio en la muchedumbre. Otras, los diáconos tienen que dar
repetidos avisos a para conseguirlo.

En estas comunidades tenemos noticias de que a veces hay ciertas reacciones de algunos, o porque
les ha extrañado algo, o porque notan alguna equivocación, o no les gusta lo que oyen. Otras veces
nos consta de aplausos y aclamaciones o murmullos o sollozos o risas (que quedan señaladas en los
escritos). Son auditorios vivaces, muy atentos, que responden de esas maneras a la interpelación de
la homilía.

Valoración global

La predicación de aquellos primeros siglos constituyó un gran fenómeno social, llenando el mundo
conocido de la buena noticia de Cristo, a pesar del ambiente muchas veces hostil y la violencia de las
persecuciones.

Esta predicación cristiana tenía un contenido específico cristiano, Cristo, pero seguía con las
acomodaciones oportunas el método y el estilo de la oratoria de la época.

Estos siglos conocieron grandes predicadores, como Juan Crisóstomo, Basilio Gregorio de Nisa,
Orígenes en Oriente, y Agustín, junto con Hipólito, Jerónimo, Ambrosio o León Magno en el
Occidente.

La predicación dentro de la liturgia se consideraba propia de los que presiden la Eucaristía, o de otros
ministros ordenados a los que se confía expresamente, y no de los laicos o monjes, a no ser en
contadas ocasiones y por encargo explícito del Obispo. Los laicos participan, y admirablemente, en la
evangelización y en la catequesis, pero no en la homilía litúrgica.

51
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Dice Olivar que a partir del siglo V, con la caída del imperio romano, las invasiones y las conversión
multitudinaria al cristianismo, fue muy diferente el clima de la predicación, y su calidad disminuyó,
aunque quedaron autores eximios como Proclo, Germán, Juan Damasceno, Cesáreo de Arlés y el papa
Gregorio Magno.

El resto de la historia

Lástima que a partir del siglo VII no tengamos una obra global equivalente a esta de Olivar sobre la
predicación homilética. Ciertamente existió también en la Edad Media y en los siglos sucesivos gran
preocupación sobre los contenidos de la homilía y la recta formación de los sacerdotes en el “ars
praedicandi”, siguiendo las líneas de los Santos Padres, sobre todo de San Agustín. Se publicaron
también diversos “homiliarios”.

En siglos bastante posteriores, aunque fue costumbre en algunos en algunos ambientes de no


predicar, sino de leer homilías de autores prestigiosos (sobre todo en ambientes monacales), nos
encontramos con predicadores insignes, como Antonio de Padua, Francisco de Sales, Bossuet,
Bourdaloue, Lacordaire…en España hemos tenido predicadores eminentes, como Vicente Ferrer, Juan
de Avila, Luis de Granada, Diego de Estella, Tomás de Villanueva, de algunos de los cuales van
apareciendo estudios monográficos interesantes. En torno al Vaticano II se ha revalorizado
efectivamente el ministerio de la homilía, como se ha hecho con la Palabra y su proclamación.

En los documentos del Concilio se habla insistentemente de la predicación, de la Palabra y en


concreto, de la homilía: SC 35,52; LG 25 (el oficio de enseñar de los Obispos), LG 29(ministerio de los
diáconos), DV 1-10 (la Revelación y su transmisión), DV 21(veneración por la Escritura), SC 52 (la
homilía como parte de la liturgia), PO 4 (el presbítero, ministro de la Palabra)…

Los documentos posteriores han subrayado también la importancia de la homilía, como iremos
viendo a lo largo de estas páginas. Así, por ejemplo, el Catecismo (1992), que define así la homilía: ”la
homilía, que exhorta a acoger esta Palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios, y a
ponerla en práctica” (CCE 1349).

Naturalmente, es el Misal Romano, en su introducción (IGMR), y el Leccionario, en la suya (OLM), los


que más acentúan la valoración de la homilía y la normativa de su desarrollo. Por cierto, en la primera
edición de OLM (1969) no se hablaba de la homilía, mientras que en la segunda (1981) sí, y muy
expresivamente.

Los Episcopados de varios países han publicado últimamente documentos más o menos desarrollados
sobre este ministerio.

Recordaremos sólo el de la Comisión Episcopal de Liturgia de España, unas Orientaciones que iremos
citando repetidamente en nuestro estudio.

52
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La finalidad del documento es animar a los sacerdotes “a entregarse con ilusión y esmero a una tarea
a la vez tan hermosa y tan exigente” (PPP 4) e “invitarles a desempeñar su ministerio con generosidad
y alegría“ (PPP 33).

En la Introducción se inicia la reflexión a partir del ejemplo de Cristo Jesús, sobre todo en el episodio
de Emaús, en el que conduce a los dos discípulos a descubrirle en la Palabra y en la Fracción del Pan.

En una 1ª parte se describen los principios doctrinales: a) la homilía al servicio de la Palabra de Dios y
valor del Leccionario; b)la homilía al servicio del misterio celebrado; c) la homilía al servicio del Pueblo
de Dios.

En la 2ª parte se ofrecen unas aplicaciones prácticas: a) la preparación de la homilía a partir de los


textos bíblicos; b) la realización de la homilía (obligatoriedad, lenguaje…). Insiste en la “fidelidad” que
debe tener el homileta a la Palabra y a la Iglesia.

c. ¿QUÉ NO ES LA PREDICACIÓN Y LA HOMILÍA?

“La homilía no es aquello que, de ordinario, no tenemos más que remedio que escuchar…

Aquí va una larga sarta de cosas que la homilía ni es ni debe ser.


- No es una disertación de orden socio-político o cultural (homilía sociológica)….
- No es un manifiesto para proponer soluciones político-administrativas (homilía mitin)…
- No es un discurso en defensa de personas o instituciones de la Iglesia (homilía reivindicativa)…
- No es el recuerdo de aniversarios, tomas de posesión, etc. (homilía conmemorativa)….
- No es una exhortación espiritualista o moralista (homilía fervorín)…
- No es el elogio de un personaje ilustre (homilía panegírica)…
- No es la exaltación de un santo (homilía hagiográfica)…
- No es la frecuente filípica contra los ausentes o contra los males del momento (homilía
tormento)…
- No es ocasión para cansar a los oyentes con divagaciones genéricas (homilía monólogo)…
- No es un pretexto para exhibir eruditas elucubraciones (homilías autocelebrativas)…
- No es una arenga para excusarse a uno mismo o recriminar a otros (homilía autodefensiva)…
- No es una exposición histórico-crítica del texto bíblico proclamado (homilía exegética)…
- No es la reseña o síntesis de cada una de las lecturas (homilía instrucción)…
- No es la explicación sistemática de las verdades de la fe o de algún aspecto de la liturgia que se
está celebrando (homilía catequesis)…
- No es una ocasión para dialogar con la asamblea (homilía diálogo)…

53
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

- No es, en fin, dar avisos o informaciones sobre las actividades parroquiales (homilía
publicitaria)…»87.

«No es un sermón sobre un tema abstracto: en otras palabras, la Misa no es una ocasión para que el
predicador afronte argumentos que no estén completamente relacionados con la celebración litúrgica
y con sus lecturas, o para forzar los textos previstos por la Iglesia, distorsionándolos para adaptarlos a
una idea preconcebida. La homilía no es ni siquiera un puro ejercicio de exégesis bíblica… La homilía
dominical, además, no es el momento para ofrecer una exégesis bíblica detallada; no es ésta la
ocasión para llevarla a cabo bien y, es más importante, el hecho de que el homileta está a hacer
resonar cómo la Palabra de Dios se está cumpliendo aquí y ahora. La homilía tampoco es una
enseñanza catequética, aunque la catequesis sí es una dimensión suya importante. Como para la
exégesis bíblica, no es ésta la ocasión de ofrecerla en modo apropiado; esto representaría una
variante de la praxis de tener durante la Misa un discurso que no estaría realmente integrado en la
misma celebración litúrgica. Por último, la homilía no debe ser utilizada como un momento para dar
testimonios personales del predicador. No cabe duda de que las personas pueden ser profundamente
conmovidas por las historias personales pero la homilía debe expresar la fe de la Iglesia y no
simplemente la historia personal del homileta…

Decir que la homilía no es ninguna de estas cosas no significa que en la predicación no tengan lugar
los temas fundamentales, la exégesis bíblica, la enseñanza doctrinal y el testimonio personal;
ciertamente en una buena homilía pueden resultar elementos esenciales…»88.

d. EL CÓMO DE LA PREDICACIÓN Y LA HOMILÍA.

i. Humildad89 ante Dios y ante los hombres

Predicar nos constituye un honor. La predicación exige el sacrificio continuo de la propia


personalidad, porque el hombre es instrumento (cf. Jn 3,30).

Esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros mismos seamos
capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios.
No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús. Por eso llevamos este tesoro en

87
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p. 13.
88
Congregación para el culto divino y las disciplinas de los sacramentos, Directorio homilético, Ciudad del Vaticano 2014,
p.23-24.
89
Moisés Vivar Martinez, Predicar con la Biblia en la mano, EDIVAC, México 2001, p.30-32.
54
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros
(2Cor 3,4-5; 4,5.7).

La humildad libera al predicador de su más grande y grave peligro: el protagonismo. Entendemos éste
como una enfermedad del espíritu, propia del que necesita hacerse notar para sentir que vale algo.
Jesús procura cuidar a los suyos de ese peligro y les inculca la humildad:

«Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabí” porque uno solo es vuestro Maestro; y
vosotros sois todos hermanos… Ni tampoco os dejéis llamar “instructores” porque uno solo es
vuestro “instructor”: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se
ensalce será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Mt 23,8-12).

El protagonismo del que hablamos tiene siempre una cierta dosis de soberbia; se vuelve chocante,
insoportable, dando lugar al desprecio y descrédito de la Palabra. Y porque se convierte en una
“infección” de la comunidad, Jesús inculca el espíritu de servicio.

La humildad es necesaria porque reviste de fortaleza al hombre y lo capacita para lo pesado de la


tarea:
«Antes bien nos recomendaos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en
tribulaciones, necesidades, angustias… tenidos como impostores, siendo veraces; como
desconocidos, aunque bien conocidos; como moribundos, pero vivos… como quien nada tiene,
aunque lo poseemos todo» (2Cor 6,4-10; 2Cor 4,7-12)

En la Biblia, tanto en Antiguo Testamento como Nuevo Testamento tenemos una multitud de
testimonios de lo que significa la humildad ante el ministerio de la predicación como misión confiada
por Dios:
- Moisés recibe la misión de liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto y él siente que no le van
a creer y que además es tartamudo.
1 Pero Moisés respondió: «Y si se niegan a creerme, y en lugar de hacerme caso, me
dicen: «No es cierto que el Señor se te ha aparecido»?». 2 Entonces el Señor le
preguntó: «¿Qué tienes en la mano?». «Un bastón», respondió Moisés. 3 «Arrójalo al
suelo», le ordenó el Señor. Y cuando lo arrojó el suelo, el bastón se convirtió en una
serpiente. Moisés retrocedió atemorizado, 4 pero el Señor le volvió a decir: «Extiende tu
mano y agárrala por la cola». Así lo hizo, y cuando la tuvo en su mano, se transformó
nuevamente en un bastón. 5 «Así deberás proceder, añadió el Señor, para que crean
que el Señor, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob, se te ha aparecido». 6 Después el Señor siguió diciéndole: «Mete tu mano en el
pecho». Él puso su mano en el pecho; y al sacarla, estaba cubierta de lepra, blanca
55
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

como la nieve. 7 En seguida el Señor le ordenó: «Vuelve a poner tu mano en el pecho».


Así lo hizo Moisés; y cuando la retiró, ya había recuperado nuevamente su color natural.
8 Entonces el Señor le dijo: «Si se niegan a creerte y no se convencen ante la evidencia
del primer prodigio, el segundo los convencerá. 9 Y si a pesar de estos dos prodigios
permanecen incrédulos y no te escuchan, saca del Nilo un poco de agua y derrámala en
la tierra; y al caer en la tierra, el agua que saques del Nilo se convertirá en sangre».

Aarón, intérprete de Moisés

10 Moisés dijo al Señor: «Perdóname, Señor, pero yo nunca he sido una persona
elocuente: ni antes, ni a partir del momento en que tú me hablaste. Yo soy torpe para
hablar y me expreso con dificultad». 11 El Señor le respondió: «¿Quién dio al hombre
una boca? ¿Y quién hace al hombre mudo o sordo, capaz de ver o ciego? ¿No soy yo, el
Señor? 12 Ahora ve: yo te asistiré siempre que hables y te indicaré lo que debes decir».
13 Pero Moisés insistió: «Perdóname, Señor, encomienda a otro esta misión». 14 El
Señor se enojó con Moisés y exclamó: «¿Acaso no tienes a tu hermano Aarón, el levita?
Yo sé que él tiene facilidad de palabra. Ahora justamente viene a tu encuentro, y al
verte se llenará de alegría. 15 Tú le hablarás y harás que sea tu portavoz. Yo los asistiré
siempre que ustedes hablen, y les indicaré lo que deben hacer. 16 El hablará al pueblo
en tu nombre; será tu portavoz y tú serás un Dios para él. 17 Lleva también en tu mano
este bastón, porque con él realizarás los prodigios»90.

- Jeremías:

1 Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de


Benjamín. 2 La palabra del Señor le llegó en los días de Josías, hijo de Amón, rey de
Judá, en el año decimotercero de su reinado; 3 y también en los días de Joaquím, hijo de
Josías, rey de Judá, hasta el fin del undécimo año de Sedecías, hijo de Josías, rey de
Judá, es decir, hasta la deportación de Jerusalén en el quinto mes. 4 La palabra del
Señor llegó a mí en estos términos: 5 «Antes de formarte en el vientre materno, yo te
conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido
profeta para las naciones». 6 Yo respondí: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque
soy demasiado joven». 7 El Señor me dijo: «No digas: «Soy demasiado joven», porque tú
irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. 8 No temas delante de ellos,

90
Ex 4,1-16.
56
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –». 9 El Señor extendió su
mano, tocó mi boca y me dijo: «Yo pongo mis palabras en tu boca91.

- San Pablo.
Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimonio de Dios, no fui con
superioridad de palabra o de sabiduría, 2 pues nada me propuse saber entre vosotros,
excepto a Jesucristo, y éste crucificado. 3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y con
temor y mucho temblor. 4 Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras
persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, 5 para que
vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios92.

EL ALMA DE TODO APOSTOLADO93

PRÓLOGO
Ex quo omnia per quem omnia in quo omnia.

Dios altísimo y Bondad Absoluta. Qué admirables y deslumbradoras son las verdades de la Fe, que nos
descubren lo más íntimo de tu Vida. Tú, Padre santísimo, te miras desde la eternidad en el Verbo,
imagen perfecta tuya. El Verbo queda extático al contemplar tu Belleza, y del éxtasis de los -dos, surge
el Espíritu Santo como un Volcán de Amor. Tú, Trinidad Santísima, eres la única vida interior perfecta,
superabundante e infinita. Porque eres la Bondad sin límites, deseas difundir tu vida íntima. Al
conjuro de tu Voz, tus obras salen de la nada, proclamando tus perfecciones entre cantos de gloria. Tu
Espíritu de Amor, acuciado por la necesidad inmensa que siente de amar y entregarse, colmará el
abismo que te separa del polvo animado por tu soplo de vida. Así, merced a Él, en tu Seno aparece el
Decreto de nuestra divinización. Este barro amasado por tus Manos, podrá ser deificado, y tener
parte en tu eterna bienaventuranza. Tu Verbo se brinda a realizar esta obra, haciéndose carne para
que nosotros nos hagamos dioses (1). Y esto lo lograste, oh Verbo, sin dejar el Seno de tu Padre, en el
cual subsiste tu Vida esencial, Fuente de donde brotarán las maravillas de tu apostolado.

Oh Jesús, "Dios con nosotros", tú entregas a los apóstoles el Evangelio, la Cruz y la Eucaristía,
enviándoles a engendrar hijos de adopción para tu Padre. Y después vuelves al Padre. Desde ese
momento a tu cargo queda, divino Espíritu, la santificación y el gobierno del cuerpo místico del
Hombre-Dios (2), realizados por Ti con la colaboración de los auxiliares que escogiste para hacer que
baje la vida divina de la Cabeza a los miembros. Abrasados por el fuego de Pentecostés, se distribuyen
por la tierra para sembrar en todas las inteligencias el Verbo que ilumina, y en todos los corazones la

91
Jer 1,1-7.
92
1Cor 2,1-5
93
Dom J. B. Chautard, El alma de todo apostolado, Editorial Pax, p.1-6.
57
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

gracia que inflama, canales por los que se comunica a los hombres esa vida divina, de la cual Tú eres
la plenitud.

* * * Oh fuego divino, excita en cuantos participan de tu apostolado, el ardor que transformó a


aquellos hombres dichosos que se congregaron en el Cenáculo, para que no se limiten a ser
predicadores del dogma y la moral, sino transfusores de la Sangre divina en las almas. Espíritu de luz,
graba con caracteres indelebles en sus inteligencias, esta verdad: Que el módulo de la eficacia de su
apostolado es la Vida íntima sobrenatural que tengan, de la cual Tú eres el PRINCIPIO soberano y
Jesucristo la FUENTE. Oh caridad infinita. Provoca en sus voluntades una sed ardiente de la Vida
interior. Que tus suaves y poderosos efluvios penetren en sus corazones, haciéndoles sentir que aun
en este mundo, no hay verdadera felicidad sino en esa Vida, imitación y participación de la tuya y de
la del Corazón de Jesús, en el Seno del Padre de todas las misericordias y de todas las ternuras. * * *

Oh María inmaculada, Reina de los Apóstoles, dígnate bendecir estas modestas páginas y alcanza para
cuantos las lean la gracia de comprender que si Dios se sirviera de su actividad como de un
instrumento regular de su Providencia, para difundir sus bienes celestiales en las almas, esa actividad
suya será eficaz en cuanto participe de la naturaleza del Acto divino como tú lo contemplaste en el
Seno de Dios, cuando tomó carne en tus entrañas virginales Aquel a quien nosotros debemos la
merced de poder llamarte Madre nuestra.

PRIMERA PARTE
DIOS QUIERE LAS OBRAS Y LA VIDA INTERIOR

1. Las Obras y, por tanto, el Cielo, son queridos por Dios

Atributo de la naturaleza divina es la liberalidad más soberana; Dios es bondad infinita, la cual, como
toda bondad, tiende a difundirse y a comunicar los bienes que posee. La vida mortal de nuestro Señor
fue una constante manifestación de esta liberalidad inagotable. Jesús, en los Evangelios, es el divino
sembrador, que por todos los caminos va derramando los tesoros de amor de un Corazón ávido de
acercar a los hombres a la Verdad y a la Vida.

Jesucristo transmitió esa llama de apostolado a la Iglesia, don de su amor, difusión de su vida,
expresión de su verdad, reflejo de la santidad suya. Encendida en esos ardores, la esposa mística de
Cristo, continúa a través de los siglos, la obra de apostolado de su divino modelo. Designio admirable
y ley universal de la Providencia es que el hombre enseñe al hombre el camino de la salvación (1).
Sólo Jesús derramó su sangre para rescate del mundo. Sólo Él hubiera sido capaz, a quererlo, de
aplicar su virtud, obrando directamente en las almas, como lo realiza en la Eucaristía. Plúgole, sin
embargo, servirse de cooperadores en el reparto de sus beneficios.
58
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

¿Por qué? Exigencia fue, sin duda, de la Divina Majestad; pero también tuvo su parte, su ternura
inmensa para con el hombre. Y si el más encumbrado de los monarcas no gobierna por sus ministros,
qué dignación la de Dios, al asociar unas pobres criaturas a sus trabajos y a su gloria. La Iglesia, que
tuvo su origen en la cruz al salir de la llaga abierta en el costado del Salvador, perpetúa por el
ministerio apostólico la acción bienhechora y redentora del Hombre-Dios.

Este ministerio es, por voluntad expresa de Jesucristo, el factor esencial de la difusión de la Iglesia
entre las naciones y el instrumento más corriente de sus conquistas. En el apostolado ocupa el primer
lugar el clero, cuya jerarquía forma el cuadro del ejército de Cristo. Clero que ilustran tantos obispos y
santos sacerdotes llenos de celo; honrado tan gloriosamente con la canonización del Santo Cura de
Ars. Junto al clero oficial se agrupan, desde el origen del Cristianismo, las compañías de voluntarios,
verdaderos cuerpos escogidos, cuya exuberante floración constituirá siempre uno de los fenómenos
más palpables de la vitalidad de la Iglesia.

Enumeremos ante todo las Órdenes contemplativas de los primeros siglos, cuya oración incesante y
cuyas ásperas maceraciones contribuyeron tan poderosamente a la conversión del mundo pagano. En
la Edad Media aparecen las Órdenes de Predicadores, las Órdenes mendicantes y militares, y las
consagradas a la heroica misión de rescatar los cautivos, que estaban en poder de los infieles.

Por último, los tiempos modernos han visto nacer una muchedumbre de milicias dedicadas a la
enseñanza, Institutos, Sociedades de Misioneros y toda clase de Congregaciones, para difundir el bien
espiritual y corporal en todas sus formas. También encontró la Iglesia en todas las épocas de su
historia, preciosos colaboradores entre el elemento seglar, como esos católicos fervientes; que hoy
son legión, denominados con la expresión ya consagrada: "Personas de obras" cuyos corazones
ardientes, formando un haz que centuplica sus fuerzas, ponen sin reserva, al servicio de nuestra
Madre común, su tiempo, su capacidad, su fortuna, a menudo su libertad, y algunas voces hasta su
sangre. Es un espectáculo que admira y conforta esta eflorescencia providencial de obras que nacen
según las necesidades y con una tan perfecta adaptación a las circunstancias.

Con la Historia, en la mano se puede observar que, al crearse nuevas necesidades o aparecer nuevos
peligros, una institución nueva ha surgido para atender a las primeras y conjurar los segundos. Por
eso en nuestra época han aparecido para oponerse a los graves males presentes, una serie de obras
desconocidas antes: Catecismos de preparación para la Primera Comunión; Catecismo de
perseverancia; y para los niños abandonados; Congregaciones, Cofradías, Reuniones y Retiros para
hombres, mujeres y jóvenes de ambos sexos; El Apostolado de la Oración; el de la Caridad; Ligas para
el Descanso Dominical, Patronatos, Círculos de Estudios, Obras Militares, Escuelas Libres, Buena
Prensa, etc.; que son diversas formas de apostolado; suscitadas por el espíritu que encendía el alma
59
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

de San Pablo: Ego autem libentissime impendam et superimpendar ipse pro animabus vestris (2) y
que quiere distribuir por todas partes los beneficios de la sangre de Jesucristo.

Que estas humildes páginas lleguen hasta los soldados que con todo celo y ardor por su noble
empresa, se exponen, precisamente a causa de la actividad que despliegan, al peligro de no ser, ante
todo, hombres de vida interior, y que tal vez algún día, amargados por fracasos inexplicables en
apariencia o por graves daños de su espíritu, pudieran sentir la tentación de abandonar la lucha y
meterse en sus tiendas, llenos de abatimiento. Las ideas expuestas en este libro nos han servido a
nosotros mismos para luchar contra la absorción de las obras exteriores. Que puedan también ahorrar
a algunos esos sinsabores y ser guía de su entusiasmo, al enseñarles que el Dios de las obras no debe
ser abandonado por las obras de Dios y que el Vae mihi si non evangelizavero (3) no nos autoriza a
olvidar el: Quid prodest homini si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum
patiatur (4).

Los padres y madres de familia para quienes La Introducción a la vida devota no es un libro pasado de
moda, y los esposos cristianos que se creen en la obligación de practicar un apostolado recíproco y
formar a sus hijos en el amor e imitación del Salvador, pueden también aplicarse a las enseñanzas de
estas modestas páginas. Ojalá que todos comprendan la necesidad de que su vida sea no sólo
piadosa, sino interior, para que su celo gane en eficacia y para perfumar sus hogares con el espíritu de
Cristo, que les dará esa paz inalterable, la cual, aun a través de las más duras pruebas, será siempre la
compañía de las familias fundamentalmente cristianas.

2. Dios quiere que Jesús sea la Vida de las Obras

La ciencia puede enorgullecerse con razón de sus conquistas inmensas. Pero no ha logrado ni logrará
jamás crear la vida, ni producir en los laboratorios químicos un grano de trigo o una larva. Los
estruendosos fracasos sufridos por los defensores de la generación espontánea, han sido el más claro
testimonio de la vacuidad de sus pretensiones. Dios se ha reservado el poder de crear la vida. Los
seres que pertenecen al reino animal y vegetal pueden crecer y multiplicarse, pero sometidos a las
condiciones establecidas por el Creador. En cambio, cuando se trata de la vida intelectual, Dios crea
directamente el alma racional.

Existe toda vía un coto cerrado que guarda - con mayor celo y es el de la Vida Sobrenatural, por ser
ésta una emanación de la vida divina, comunicada a la Humanidad del Verbo encarnado. Jesús, en
virtud de su Encarnación y Redención, es la FUENTE ÚNICA de esta Vida divina a cuya participación
son llamados todos los hombres. Per Dominum nostrum Jesum Christum. Per ipsum, et cum Ipso et in
Ipso (5). La Iglesia tiene como función esencial, comunicarla mediante los sacramentos, la oración,

60
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

predicación y las demás obras relacionadas con estos medios de vivificación sobrenatural. Nada hace
Dios sino, mediante su Hijo: Omnia per Ipsum facta sunt et sine Ipso jactum est nihil (6).

Esto se cumple en el orden natural, y más en el sobrenatural, al comunicarse la vida divina, dando a
los hombres una participación de la naturaleza de Dios para hacerlos hijos suyos. Veni ut vitam
habeant. In Ipso vita erat. Ego sum Vita (7). Estas palabras son tan precisas, como luminosa la
Parábola de la vid y los sarmientos con que el maestro aclara esta verdad. Con qué insistencia quiere
grabar en el espíritu de sus apóstoles el principio fundamental de que sólo ÉL (JESÚS) ES LA VIDA, y su
corolario, o sea, que para participar en esta vida y comunicarla a los demás, es preciso ser un injerto
del Hombre-Dios.

Quienes recibieron el honor de colaborar con el Salvador en la transmisión de esta vida divina en las
almas, deben reflexionar que son unos modestos canales acodados a esa fuente única; para tomar de
ella la vida. Si un hombre apostólico, por ignorar estos principios, se creyera capaz de producir, el
menor vestigio de vida sobrenatural, prescindiendo en absoluto de Jesús, demostraría una ignorancia
teológica tan supina, como estúpida suficiencia.

Y si reconociendo que el Redentor es la causa primordial de toda vida divina, el apóstol olvidase esta
verdad cuando actúa, y cegado por una presunción tan incomprensible como injuriosa para Jesucristo,
no contase sino con sus propias fuerzas, cometería un desorden, que aunque menor que el anterior,
no sería menos intolerable a los ojos de Dios. Rechazar la verdad o prescindir de ella en la conducta,
constituye siempre un desorden intelectual, doctrinal o práctico, y es la negación del principio que
debe informar nuestra conducta. Ese desorden aumenta cuando la verdad, en vez de iluminar la
inteligencia del hombre de Obras, choca con un corazón en oposición, por el pecado o la tibieza, con
el Dios de toda luz.

Esta conducta, que consiste en ocuparse en las obras como si Jesús no fuera el único principio de vida,
ha sido calificada por el Cardenal Mermillod de HEREJÍA DE LAS OBRAS, expresión que sirve para
estigmatizar la aberración del apóstol, que, olvidado de su papel secundario y subordinado,
pretendiera lograr el éxito de su apostolado con sola su actividad y sus talentos.

¿No implica esta conducta la negación práctica de una gran parte del Tratado de Gracia?

Esta consecuencia espanta, pero, a poco que se reflexione, se ve que desgraciadamente encierra
mucha verdad. ¡Herejía de las obras! La actividad febril en lugar de la acción de Dios; la ignorancia de
la gracia; la soberbia del hombre que pretende destronar a Jesús; el considerar como meras
abstracciones, al menos en la práctica, la vida sobrenatural, el poder de la oración y la Economía de la
Redención, son casos nada imaginarios que se presentan y que, en diversos grados, un análisis de las
61
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

almas acusa con frecuencia en este siglo de naturalismo en el que el hombre juzga según las
apariencias y obra como si el éxito de su empresa dependiera principalmente de lo ingenioso de su
organización.

Aun a la luz de la filosofía, y prescindiendo de la revelación, seria digno de lástima el hombre de valer
que se negara a reconocer que todos los talentos que los demás admiran en él, los ha recibido de
Dios. ¿Qué impresión produciría en un católico instruido en la religión, el espectáculo de un apóstol
que hiciera ostentación, al menos implícita, de prescindir de Dios en su tarea de comunicar a las almas
la vida divina aun en sus menores grados? Calificaríamos de insensato al obrero evangélico que dijera:
Señor, no pongas obstáculos a mi empresa; no me la atasques: que yo me encargo de llevarla a buen
fin. Este sentimiento nuestro reflejaría a la versión que produce en Dios tal desorden; la vista de un
presuntuoso que se dejara arrastrar del orgullo hasta el extremo de pretender dar la vida
sobrenatural, engendrar la fe, suprimir el pecado, impulsar a la virtud y hacer brotar el fervor en las
almas con solas sus fuerzas, sin atribuir estos efectos a la acción directa, continua, universal y
desbordante de la Sangre divina, precio, razón de ser y medio de toda gracia y de toda vida espiritual.
Por eso la humanidad del Hijo de Dios pide a su Padre que confunda a esos falsos cristos paralizando
las obras de su soberbia, o permitiendo que no produzcan sino un espejismo fugaz. Y, excepción
hecha de la acción que ex opere operato se realiza en las almas, Dios está como obligado con el
Redentor a retirar al apóstol hinchado de suficiencia, sus mejores bendiciones, para concedérselas al
sarmiento que con toda humildad reconoce que su savia, no le viene sino de la vid divina. Que si Dios
bendijera con resultados profundos y duraderos una actividad envenenada con ese virus que hemos
llamado Herejía de las obras, daría a entender que alentaba el desorden y permitía su difusión.

ii. Aspirar a ser un buen predicador y tener el deseo de siempre aprender y mejorar.

De la tripe munera o el triple oficio de Cristo regir, enseñar y santificar participamos todos,
comenzando por los obispos, luego los sacerdotes, después los carismas de la vida religiosa, etc.

Es teológicamente evidente que es propio del sacerdote estar al frente del pueblo de Dios y
gobernarlo, santificarlo por medio de los sacramentos y enseñarlo por medio de la predicación de la
Palabra de Dios. Es prácticamente evidente que los sacerdotes, en general, ponen el acento más en
gobernar y administrar sacramento que predicar.

Por esa evidencia práctica, podemos decir que no es lo mismo ser sacerdote a ser un sacerdote
predicador. Más aún, no es lo mismo ser un predicador a ser un buen predicador.

62
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Hay buenos doctores, buenos arquitectos, buenos abogados, buenos ingenieros, etc. No nacen sólo
por talento, es por la aspiración de ser buenos en lo que realizan y el deseo de superarse que les hace
ser buenos en su campo.

Ejemplo:
- Una cosa es ser un albañil y otra cosa es ser buen albañil (cf. Mi madre, el baño y el albañil)
- Una cosa es ser un conductor y otra cosa es ser buenos conductores (cf. Misionera en España,
guardia civil, la licencia en México se compra).

«El Padre Tardif que ha recorrido todos los continentes predicando y sanando, narra el cambio que
tuvo en su predicación:
“Antes, para que no me quedara sin decir ninguno de los muchos pensamientos de sabiduría que
quería decirles, les leía los sermones. Pero un día sentí que el Espíritu Santo me decía: ‘Si no eres
capaz de aprender lo que les vas a decir, ¡cómo quieres que ellos aprendan eso que les dices?’. Y
aprendí el gran valor que tiene el narrar lo que Dios hace por sus amigos. Antes decía muchas teorías.
Ahora narro las historias de lo que Dios ha hecho por los que ama. Y no sólo los milagros que Jesús
hizo hace dos mil años, sino los que hizo la semana pasada. Y Dios bendice esta predicación porque es
contarles lo admirable que es el poder de Dios y la bondad del Señor”»94.

»Demóstenes que vivió 333 años antes de Cristo, fue el orador más notable de la antigüedad. Cuando
empezó su labor de hablar en público fracasó muchas veces. Pero un día se fue a un tribunal y
escuchó a una familia emocionadísima defendiendo una herencia que les querían quitar. Aquella
familia ganó el pleito porque logró conmover a los jueces. Y ese día Demóstenes sacó una conclusión:
al hablar en público es necesario conmover. Pero para conmover a los demás es necesario
entusiasmarse uno mismo por lo que les dice. Nadie da de lo que no tiene. Si el que predica no está
emocionado por lo que predica, ¿cómo va a lograr que los oyentes se emocionen?»95.

El sabio Andrés Bello recomendaba: «Si quieres tener éxito al hablar en público, cumpla estas tres
reglas: 1ª. Excite la imaginación. 2ª. Ilumine el entendimiento.3ª. Mueva la voluntad a obrar. Pero no
se imagine nunca que para hablar con sencillez basta echar los pensamientos como llegan a la mente.
La verdadera sencillez es fruto del estudio constante. Sencillez significa “sin complicaciones”, pero
nunca significa: “sin preparación”»96.

«El sabio Platón (400 a. de Jc) decía que todo discurso tiene dos etapas: la primera la hace el alma
dialogando consigo misma. La segunda se hace dialogando o hablando con el auditorio. En la primera

94
P. Eliécer Sálesman, Manual de predicadores y catequistas, Apostolado bíblico católico, Bogotá 2003, 5° ed., p.158-159.
95
P. Eliécer Sálesman, Manual de predicadores y catequistas, Apostolado bíblico católico, Bogotá 2003, 5° ed., p.159.
96
Ibid., p. 161.
63
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

etapa la persona razona, investiga, lee, dedica tiempo a pensar, analiza el pro y el contra, y se
esfuerza por sacar conclusiones que al público le interesa y le haga bien. Después de haber repetido
muchas veces el discurso allá en el fondo del alma, cuando llega el tiempo de decirlo al público ya es
muy agradable el pronunciarlo. Pero lo catastrófico sería tratar de hablar a la gente de lo que no se ha
pensado seriamente y no se ha planeado con calma y meditación»97.

»San Juan Crisóstomo, máximo predicador de Constantinopla, decía que todo orador debe ser un
POETA para despertar los nobles sentimientos de sus oyentes. Que debe ser un SANTO para que logre
de Dios que le conceda la eficacia y buen éxito a lo que les enseña a los otros. Que sea un ARTISTA
para encantar y agradar en su hablar: UN BUEN ACTOR para mantener bien despierta la atención de
los que lo escuchan. Que sea UN ENTUSIASTA CONVENCIDO de lo que dice, porque si es cínico que no
cree en lo que enseña, aunque tenga cualidades de buen conversador no será nunca un buen orador,
pues la oratoria exige estar bien convencido de lo que se dice»98.

San Luis Beltrán decía a sus alumnos de oratoria: “Lo que más éxito les dará a los que vais a predicar y
enseñar serán las oraciones q»ue hayáis dicho por el éxito de lo que vais a decir a los demás”. Y él
daba el ejemplo. Gastaba horas y horas rezando antes de predicar y luego convertía por millares a los
indios de la costa del Caribe en Colombia. A uno que le preguntaba por qué rezaba tanto antes de
predicar y enseñar, le respondió: “Es que las almas, sólo se conquistan de rodillas”»99.

«El Santo Cura de Ars, a quien le preguntaban dónde había adquirido esa sabiduría tan práctica y
provechosa que enseñaba en los sermones, lo llevó a su reclinatorio en la iglesia y le dijo: “Aquí es
donde se aprende a predicar. De rodillas, orando al Señor, para que nos ilumine”»100.

«San Gregorio Nacianceno, célebre predicador, escribía en el año 380: “He dedicado muchísimas
horas de trabajo y de estudio a aprender a predicar y he viajado por mar y tierra para aprender el arte
de la predicación. He renunciado a títulos y honores, a placeres y muchas vanidades del mundo, pero
hay algo a lo cual nunca renuncio: a esforzarme por predicar cada vez mejor. Y no me arrepiento de
todos los sacrificios que he tenido que hacer por adquirir el arte de predicar bien”101».

San Bernardino fue el predicador más famoso y más popular de su tiempo (año 1400). Al principio
tenía una voz muy fea, pero pidió a Nuestro Señor una bella voz, y Dios le concedió una voz sonora y
poderosa, la cual cuidó mucho…

97
Ibid.
98
Ibid., 162.
99
Ibid., 163.
100
P. Eliécer Sálesman, Manual de predicadores y catequistas, Apostolado bíblico católico, Bogotá 2003, 5° ed., p. 163.
101
Ibid., 164.
64
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

San Bernardino estudiaba todos los secretos de la oratoria. Iba a escuchar a buenos predicadores y a
personas que sabían tener atento al público e interesarlo por lo que les decían.

Empleaba todos los medios que podía para lograr conservar la atención de sus oyentes, y se esforzaba
por aprender secretos para hacerles recordar lo que les enseñaba. Se valía de ejemplos y
comparaciones para que les fuera más fácil recordar lo que habían escuchado.

La gente lo seguía con entusiasmo porque hablaba sumamente bien, pero también porque practicaba
lo que predicaba.

Moralizaba mucho, o sea, hablaba de cómo obtener buenas costumbres y evitar las costumbres
malas. Pero también dogmatizaba siempre, o sea, enseñaba la verdad de la religión católica,
especialmente lo que la religión enseña acerca de Dios…

San Bernardino rezaba mucho por sus sermones. A las cuatro de la madrugada ya estaba de rodillas
orando. Y durante el día no dejaba de encomendar al Señor lo que le iba a decir a la gente. Por eso
obtenía efectos admirables, porque cada palabra que les decía venía precedida de muchas oraciones
para obtener del buen Dios la conversión de los oyentes.

Cada sermón lo preparaba con el más cuidadoso esmero. Pasaba días y noches preparando un
sermón. Y estudiaba cuidadosamente cada palabra que iba a pronunciar, para decir aquellas que más
impresionaran al público y más les hicieran bien.

Muchas veces tenías que predicar en las plazas porque casi en ningún templo cabían sus oyentes.
Pero se esforzó por obtener una pronunciación tan perfecta que a más de 100 metros lo escuchaban
le entendían claramente.

Aún ya anciano, cuando sabía que en alguna parte enseñaban métodos para predicar bien, se iba a
escuchar como un simple alumno, porque quería no dejar jamás de progresar en el arte de predicar
bien. Buscaba maestros de oratoria que le enseñaran a predicar bien.

No leía nunca los sermones, porque esto les quitaba vida a la predicación, pero los escribía
cuidadosamente antes de pronunciarlos, y estos sermones escritos sirvieron muchísimo en los cuatro
siglos siguientes a innumerables predicadores. En los siglos 16, 17 y 18 muchos predicadores tomaron
los sermones de San Bernardino como modelos para predicar…

Recordemos algunos detalles de su predicación.


65
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

A Bernardino le encantaba contemplar la naturaleza (mar, viento, montañas, aves, a imitación de su


santo preferido, San Francisco)…

Aprovechaba su excelente memoria para ir atesorando todas las frases hermosas e impactantes que
escuchaba y los ejemplos edificantes que leía, y así tener un repertorio variado y atrayente para tener
atentos a sus oyentes.

San Bernardino jamás dejó de estudiar el arte de la predicación. De joven leyó muchos libros clásicos
para aprender a hablar con perfección. Después asistía a cuanto curso se dictaba para predicadores, y
cuando oía hablar de algún predicador que sabía predicar muy bien, se iba a escucharles sus
sermones para aprender sus técnicas y cualidades. Frecuentaba las academias donde se enseñaba
oratoria, y aún viejo lo veían humildemente sentado entre las bancas de los aprendices escuchando
atentamente a otros más sabios para adquirir nuevos conocimientos acerca del arte de la predicación.
Él podía repetir lo que dice el libro de la Sabiduría: “Porque amé con todo mi corazón el arte de hablar
bien, lo logré conseguir”.

Observaba cuidadosamente a la gente, sus costumbres, sus charlas, su comportamiento, para poder
después en sus sermones alabar lo bueno y corregir lo malo. Sus oyentes exclamaban: “Mientras
predica parece que estuviera describiendo lo que decimos y hacemos en nuestra vida diaria”.

Decía que después de la oración y la meditación, no hay arma más poderosa para el predicador que es
estudio, y a él dedicaba al menos cinco horas diarias. Madrugaba mucho para aprovechar las horas de
quietud y silencio de la madrugada para leer mucho y estudiar en paz. Y el éxito rotundo de sus
sermones era como un premio del cielo a sus esfuerzos por estudiar cuidadosamente lo que iba a
decir en cada predicación…»102.

«Cuando San Agustín fue ordenado sacerdote se le encomendó el oficio de predicar al pueblo. Porque
su obispo que era el que tenía que hacer ese oficio, no poseía las cualidades para ello. Entonces el
santo pidió que le dieran varios meses de tiempo para irse a la soledad a prepararse leyendo y
meditando la Sagrada Escritura; y a quienes le decían que eso era demasiado tiempo les respondió:
“Si me hubieran encomendado encargarme de defender los bienes materiales de la Iglesia: fincas,
casas, dinero, etc., me darían todo este tiempo para dedicarme a ello y hasta me permitirían ir al
exterior para defender esos bienes y adquirir todos los conocimientos económicos necesarios. Y para
adquirir los conocimientos de la Sagrada Escritura y así lograr defender los bienes espirituales de la
Iglesia, ¿por qué no he de dedicar también varios meses?

102
P. Eliécer Sálesman, Manual de predicadores y catequistas, Apostolado bíblico católico, Bogotá 2003, 5° ed., p. 168-173.
66
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Le dieron el permiso y se fue a estudiar Biblia, moral y los libros de religión. Después volvió muy bien
preparado y su predicación fue un éxito completo.

Los primeros años siempre escribía su sermón antes de decirlo. Y muchas veces los oyentes le pedían
el texto del sermón para copiarlo ellos y llevarlo a su casa y volverlo a repasar…»103.

iii. El objetivo de la predicación y homilía.

Lo tocaremos en el punto de introducción, contenido y conclusión.

iv. El antes, durante y después de la predicación y homilía.

ANTES

Francisco Javier Calvo Guinda en su libro sobre la homilética104 desarrolla la parte de la preparación
de la predicación en 8 capítulos:
1) Escuchar la Palabra de Dios. El contenido de la predicación: el texto bíblico.
2) Escuchar la comunidad. Los oyentes.
3) La actualización.
4) El predicador.
5) La finalidad.
6) Las ayudas para la predicación.
7) Lenguaje.
8) El guión.

José Aldazábal en su libro El ministerio de la homilía105, subraya la necesidad de una preparación


remota y una preparación próxima.

En la preparación remota remarca la importancia de una formación específica para el ministerio de la


homilía por medio de la asignatura de la Homilética en los Seminarios y casas de formación, junto con
el estudio de arte y psicología de la comunicación orar y no oral, las bases de una buena dicción vocal
y del lenguaje no verbal, del uso de la megafonía, y todo ello con ejercicios prácticos y revisión.

PREPARACION REMOTA Y PROXIMA106

103
Ibid., p. 174-175.
104
Francisco Javier Calvo Guinda, Homilética, BAC, Madrid 2003, p. IX-XII.
105
José Aldazábal, El ministerio de la homilía, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2006.
67
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

El arte de predicar necesita un proceso de formación y de ejercicio práctico. Un buen predicador no


nace, se va haciendo, con preparación, con magisterio de expertos, con ejercicio y revisión. Y con una
preparación próxima para cada homilía.

Formación remota

Tanto por sus contenidos como por el conocimiento de la asamblea concreta y por su pedagogía
comunicativa, la homilía es compleja y no se puede improvisar de la noche a la mañana. El “arte de la
homilía” requiere, en el periodo formativo de un pastor, una atención especial, con la asignatura de la
Homilética.

Por eso, tanto en los Seminarios como en las casas de formación de los religiosos, urge que, además
de la formación bíblica y teológica, haya un espacio de formación específica para el ministerio de la
homilía.

Ciertamente se ha mejorado, estos últimos años, en la enseñanza de la teología sistemática y, de


modo particular, de la Sagrada Escritura. Y se les procura formar como hombres de oración,
respetuosos con el carácter sagrado y sobrenatural de la liturgia. Pero debería también tenerse
presente que los futuros pastores de la comunidad necesitan estudiar el arte y la psicología de la
comunicación oral y no oral, las bases de una buena dicción vocal y del lenguaje no verbal, del uso de
la megafonía, y todo ello con ejercicios prácticos y revisión.
También debería entrar este apartado de las leyes de la comunicación en el proceso de formación
permanente de los sacerdotes, o sea, de los que ya están realizando este ministerio en la comunidad,
y que pueden ciertamente mejorarlo con un mayor conocimiento tanto de los contenidos teológico-
bíblicos como de la pedagogía de la comunicación.

Homilética en los Seminarios

Repetidamente se ha insistido en la necesidad de esta formación en los últimos documentos de la


Iglesia.

En la Instrucción Eucharisticum Mysterium, de la Congregación de Ritos (1967) se afirma:

106
Ibid., pag. 187-197.
68
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

“El pueblo tiene derecho a ser alimentado en la misa con la proclamación y explicación de la Palabra
de Dios…Sean preparados para esto los ministros con adecuados ejercicios, especialmente en el
seminarios y en las casas religiosas”.

En la Instrucción In ecclesiasticam futurorum, de la Congregación para la Educación Católica, en 1979,


se concreta más:

“Es particularmente necesario que los alumnos reciban lecciones sobre el arte de hablar y de
expresarse con gestos, así como acerca del uso de los instrumentos de comunicación social. En la
celebración litúrgica, en efecto, es de la máxima importancia que los fieles comprendan no solo lo que
el sacerdote dice o recita, sea que se trate de la homilía o del rezo de oraciones y plegarias, sino
también aquellas realidades que el sacerdote debe expresar con gestos y acciones. Esta formación
reviste tan grande importancia en la liturgia renovada, que merece un cuidado especial”.

Pocos años más tarde (1983), el Código de Derecho Canónico de la Iglesia establecía:

“Fórmese diligentemente a los alumnos en aquello que de manera peculiar se refiere al ministerio
sagrado, sobre todo en el práctica del método catequético y homilético, en el culto divino y de modo
peculiar en la celebración de los sacramentos… ”(CIC 256).

Los Obispos españoles, en sus orientaciones sobre la homilía, dijeron:

“No queremos dejar este apartado dedicado a la preparación de la homilía sin referirnos a la
formación de los futuros ministros de la Palabra, particularmente en el campo especifico de la
predicación litúrgica…No podrá faltar tampoco la iniciación pastoral práctica al ministerio después de
una conveniente preparación teórica sobre el arte de la comunicación humana y las exigencias de la
expresión pública de la palabra hablada en general y de la predicación sagrada en concreto. Todos
estos objetivos se conseguirán mejor con un estudio programado de la teología de la predicación y
homilética, con suficiente entidad en el conjunto de los estudios”.

Piden, por tanto, estos documentos eclesiales una formación específica de los seminaristas al arte de
la homilía y a la comunicación en público. Incluyen en este proceso también las leyes del lenguaje no
verbal (gestos, acciones) y ejercitaciones prácticas, porque el arte de hablar en público no se aprende
en los libros.

Los Obispos españoles, en concreto, exigen que “la homilética tenga suficiente entidad en el conjunto
de los estudios” de un Seminario o casa de formación.

69
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Los seminaristas se están preparando a ser ministros de la Palabra para bien de la comunidad.
Además de acoger ellos mismos la Palabra, y de estudiar bien la Biblia y la Teología, es lógico que se
adiestren también en la técnica de su transmisión a los demás, en concreto por medio de la homilía.

La Homilética en los seminarios de USA

En concreto, pensamos que es útil reproducir aquí lo que la Comisión Episcopal de Estados Unidos
para la Formación Sacerdotal publicó hace años sobre la enseñanza de la Homilética en los
seminarios.

“Dadas las quejas sobre la pobre calidad de las homilías, y que en varios Seminarios se ha suprimido la
enseñanza de la Homilética, la Comisión publica este documento, con la esperanza de que esta
asignatura reciba prioridad de ahora en adelante…”

Reconocemos:
 Que los tiempos han cambiado: “las circunstancias pastorales y humanas (referentes al
sacerdocio) han cambiado muy a menudo radicalmente”(PO 1).
 Que la finalidad del ministerio sacerdotal es la fe en Cristo Jesús: “el fin que los presbíteros
persiguen con su ministerio y con su vida es…que los hombres reciban consciente, libre y
agradecidamente lo que Dios ha realizado por Cristo Jesús, y lo manifiesten en su vida
entera”(PO2).
 Y que la predicación en su primer deber:” el Pueblo de Dios se congrega primeramente por la
Palabra de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los sacerdotes. En efecto,
los presbíteros como cooperadores que son de los Obispos, tienen por deber primero el de
anunciar a todos el Evangelio de Dios”(PO 4).
Por consiguiente: tiene que incluirse un curso de Homilética en el “curriculum” del Seminario.
 La finalidad de la Homilética es preparar a los futuros sacerdotes para que prediquen: o sea,
que ejerciten públicamente y en nombre de la Iglesia aquella forma de comunicación oral que
da origen y alimenta la experiencia de fe en Cristo Jesús. Una proclamación que encuentra sus
más alta expresión en la homilía eucarística.
 En la acción de predicar, el predicador, dando testimonio de su propia fe, comparte con los
oyentes las reflexiones que, en un clima de oración, se han suscitado en él sobre el significado
de la revelación divina tal como llega a los hombres a través de la Sagrada Escritura, la
enseñanza de la Iglesia y la continuada acción del Espíritu Santo en sus vidas.
 Esta comunicación de fe viviente para engendrar fe, se hace de un modo sencillo, directo,
personal y sin embargo suficientemente desarrollado para que los oyentes puedan
experimentar en sus propias vidas la gracia de la revelación según la medida concedida por un
Padre amoroso.
70
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

 Para preparar a los futuros sacerdotes para este ministerio, el curso de Homilética debe
favorecer el aprecio de la primacía de la predicación en el ministerio eclesial y de sus
sacerdotes, subrayando el poder de la Palabra de Dios para cambiar nuestras vidas. Esto se
consigue mejor con un estudio programado de la teología de la predicación.
 El “curriculum” debe asegurar también que cada uno de los futuros sacerdotes adquiera una
competencia profesional en aquellas áreas de comunicación que forman parte de la expresión
pública de la palabra hablada. Hay que cuidar el desarrollo del instrumento total que es la
persona misma del comunicador: el cuerpo, la voz, el corazón y la mente; ya que la
comunicación requiere que se empeñe activamente toda la persona en el momento mismo de
la comunicación. Deberían incluirse en el “curriculum”, donde sean necesarios para asegurar
esta competencia, cursos sobre el arte físico y vocal de leer y hablar en público.
 El estudiante debe también tener amplia oportunidad, por medio de sesiones de laboratorio o
prácticas, de verificar por sí mismo la validez de las consideraciones teóricas propuestas en la
teología de la predicación y en la teoría de la comunicación.
 Dado que “en la liturgia se manifiesta la santificación del hombre por signos sensibles”, es
particularmente importante que haya un curso que se concentre en los medios de comunicar
las ideas por la palabra y los símbolos, de modo que se apele, a través de la imaginación, al
corazón del creyente.
 A aquellos que enseñan el curso de Homilética tendría que exigírseles una adecuada
preparación profesional. Y a esta asignatura tendría que concedérsele una validez académica
igual a la de las demás disciplinas del seminario.
 Los seminaristas que tienen la oportunidad de ejercitar el ministerio de la predicación en
medio del Pueblo de Dios, deberían reflexionar sobre sus experiencias bajo la guía de un
experto, como un medio de integrar en una síntesis sus estudios de Escritura, teología, liturgia
y comunicación.

Todo lo dicho aquí puede aplicarse, con las debidas diferencias, a la formación de los diáconos
permanentes y de los lectores”.

Preparación próxima

Este ministerio es noble, pero también difícil. Debemos prepararlo bien. Los locutores de TV o de la
radio o los que van a intervenir en un mitin político se preparan cuidadosamente. Con mayor razón el
predicador, porque su mediación depende en buena parte que la Palabra de Dios llegue estimulante
o no a los fieles.

El predicador no improvisa. Por el respeto que tiene a la Palabra y a la asamblea que escucha, se
prepara bien cada homilía. Siente la responsabilidad de ser el que transmite a los fieles lo que Dios les
71
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

quiere decir. No quiere caer en la rutina, ni en vulgaridades, ni en consideraciones superficiales que se


le ocurren cada vez. Es algo serio lo que está en juego: el que la comunidad cristiana escuche,
entienda y haga suya la Palabra que le dirige Dios hoy y aquí. No se trata de que quede bien el
predicador (“hay que ver qué bien habla…cuanto sabe…”), sino de que la Palabra llegue en las
mejores condiciones a todos.

El documento del Episcopado español sobre la homilía dedica sus números 20-25 a “la preparación de
la homilía”, haciendo ver, sobre todo, que el predicador debe conocer bien la Biblia, el Leccionario y la
liturgia del día.

Juan Pablo II, en su carta con ocasión de os 25 años de la Constitución conciliar de liturgia,
recomendaba en concreto “la esmerada preparación de la homilía a través del estudio y la
meditación”.

Hay una preparación remota, de la que ya hemos hablado, que son los estudios teológicos que ha
hecho el predicador, sobre todo referentes a la Biblia, y la formación permanente que no descuida, así
como el estudio de la Homilética y la atención constante a las circunstancias de la historia que
estamos viviendo.

Pero hay también una preparación próxima, que supone, en primer lugar, una lectura detenida de los
textos bíblicos del día, con la preocupación de no serle infiel en la homilia a ese Dios que quiere dirigir
su Palabra a esta comunidad. Se prepara pensando que dicen los textos en sí mismos, que dice el
profeta, a quien lo dice, porqué lo dice. Y que nos dice hoy a nosotros este pasaje.

Esta preparación también implica el acceso a diversos comentarios exegéticos y pastorales de otros
autores que pueda tener a la mano para la preparación de su homilía. Ojalá también existan cauces
para que otros fieles –sacerdotes o laicos- ayuden al predicador a preparar en grupo la homilía, a
enfocar y aplicar su reflexión a las circunstancias concretas de esta comunidad.

En esta preparación entra también la actitud de aplicación personal a sí mismo del mensaje que
contienen las lecturas: qué me dice a mí, qué me pide a mí esto que está diciendo Jeremías o Pablo o
Jesús…

Y también, que de alguna manera esta lectura y preparación se conviertan en oración: es un


ministerio serio, que no podemos realizar bien sin la ayuda de Dios. Si el predicador ha hecho suya la
Palabra y se la aplicado a sí mismo, seguramente estará luego en mejores condiciones para ayudar a
los demás.

72
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Como dicen las Orientaciones sobre la homilía: ”La eficacia última de la predicación de la Palabra
depende de la gracia del Señor y de la acción del Espíritu Santo que interviene tanto en el que habla
en nombre de Cristo como en los oyentes. Por eso, del mismo modo que a la lectura de la Sagrada
Escritura debe acompañar la oración para que se realice el dialogo de Dios con el hombre, así también
la preparación de la homilía debe ir acompañada de la meditación de la Palabra de Dios que es
preciso enseñar y explicar desde la vivencia personal y con la exquisita caridad pastoral a imagen de
Cristo”

El Concilio lo dijo claramente a los sacerdotes: “Como ministros de la Palabra de Dios, leen y escuchan
cada día la Palabra de Dios que tienen que enseñar a otros. Si al mismo tiempo se esfuerzan en
acogerla en sí mismos, serán discípulos del Señor cada vez mas perfectos, según las palabras del
apóstol Pablo a Timoteo (1Tm4,15-16). En efecto, buscando cómo comunicar más adecuadamente a
los demás lo que han contemplado, saborearán más a fondo las insondables riquezas de Cristo y la
multiforme sabiduría de Dios. Teniendo en cuenta que es Dios quien abre los corazones y que la
grandeza no viene de ellos, sino del poder de Dios, en la acción misma de transmitir la Palabra han de
unirse íntimamente con Cristo Maestro y dejarse guiar por su Espíritu. Así, por la unión con Cristo,
participan del amor de Dios, de cuyo misterio, escondido desde siempre, se nos ha revelado en
Cristo”

Preparar el comienzo y el final de la homilía

Es importante preparar el comienzo de la homilía. Hay que saber empezar: a veces con una afirmación
clara, resumen de todo; o bien con una pregunta; o con una exclamación de asombro o de admiración
o de duda ante la página leída; o con una afirmación de la situación actual, tanto si sintoniza como si
se opone al mensaje de la lectura.

Sin necesidad de empezar con títulos y saludos a las diversas personas, ni a los fieles, la homilía, es
parte de la celebración, y el saludo ya se ha hecho al principio, hay que saber captar desde el principio
la atención de los presentes. Todavía se puede decir que no han tenido tiempo de “desconectar”, y
por tanto es bueno centrar en seguida el mensaje, haciendo ver la fuerza de lo que ha dicho la
Palabra, o su carácter sorprendente o paradójico:¿es posible lo que nos ha dicho Jesús? ¿tiene razón
Pablo, o Jeremías…? las primeras afirmaciones han de ser vivas, interpelantes. El predicador debe
saber situarse en los bancos de la iglesia y pensar cómo ha recibido la comunidad la lectura que acaba
de serle anunciada.

También hay que tener preparado, de algún modo, el final.

73
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

El predicador pensará si conviene terminar su homilía con una afirmación conclusiva, o con una
palabra de estímulo y esperanza, o con una pregunta, o con una invitación a seguir pensando en lo
que nos ha dicho la Palabra y examinarse a la luz de ella. El “haz tu lo mismo” de Jesús puede tener
modalidades diferentes a la hora de concretar el mensaje del día para nosotros hoy y aquí.

Una de las virtudes de una buena homilía es la de saber a cavar a tiempo, que no se haga
interminable, pero también terminarla pedagógicamente.

No habría que tener miedo de terminar la homilía “pronto”, o incluso un poco “en punta”. El oyente
lo agradecerá más que no el ir prolongando el aterrizaje sin demasiado sentido. Lo que sí hay que
tener en cuenta es que la homilía no es el final de la celebración, sino que debe preparar el camino al
rito sacramental. No hace falta decirlo todo: a veces basta sugerir, plantear interrogantes, invitar a
que sigan pensando antes de pasar al Sacramento.

La ayuda de los homiliarios

El predicador puede echar mano, para la preparación de su homilía, de los varios homiliarios que
existen, sobre todo para los domingos. En la historia ha habido con frecuencia homiliarios, obras de
prestigiosos predicadores, sobre todo Santos Padres, que han sido utilizados durante siglos.

También ahora tiene a mano un predicador diversas ayudas para la homilía. Unas, en forma de libros
con homilías ya hechas. Otras, como folletos u hojas sueltas, con materiales para construir uno mismo
su homilía. Unas y otras pueden resultar una buena ayuda para sus ideas y sus aplicaciones concretas.

Las homilías hechas de los “homiliarios” es difícil que respondan a las circunstancias de la propia
comunidad y además, en pocos años quedan “desfasadas” en cuanto a la historia de la humanidad y
de la Iglesia, que también cuentan a la hora de organizar una homilía: o sea, se puede decir que los
homiliarios pueden “envejecer” rápidamente.

De las publicaciones más ágiles habría que decir que en principio no deberían considerarse como
pensadas para leer directamente, sino para ayudar a preparar la propia homilía, que es la que se
adapta a la comunidad. Es cada uno quien conoce a la comunidad y quien puede preparar una homilía
más viva y concreta para ella. Estos subsidios para la predicación no es ideal que ofrezcan “homilía
hechas”, aunque muchas veces las pidan sus suscriptores.

Es bueno leer lo que dicen al respecto las Orientaciones de la Comisión Episcopal de Liturgia:

74
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

“Desde los comienzos de la reforma litúrgica, cuando la homilía se hizo obligatoria, han proliferado
por todas partes diversas publicaciones, en forma de libro unas, de aparición periódica las más, que
han pretendido facilitar a los ministros de la Palabra el desempeño de su tarea.

Estas publicaciones, cuando proponen de manera positiva y clara el comentario bíblico conforme a
una exegesis seria y respetuosa con la unidad de toda la Sagrada Escritura, prestan una buena ayuda
en la preparación de la homilía…

La utilización de estos materiales no debe impedir una preparación cuidadosa de la homilía, atenta a
la situación concreta de sus destinatarios, aspecto que nunca podrá suplir ni el mejor de los guiones o
esquemas de predicación. Estos deben, en cierto modo, educar o ayudar, no suplantar una tarea que
forzosamente ha de ser realizada por el propio ministro de la homilía. En este sentido, buscando una
mejor preparación, sería muy loable que, donde sea posible, los presbíteros compartiesen esta tarea
incluso con el concurso de otros miembros de la comunidad cristiana, pero asumiendo siempre cada
uno la propia responsabilidad ministerial de partir el pan de la Palabra divina a su pueblo”.

II. LA INTERPRETACIÓN107 DE LA PALABRA DE DIOS EN LA LITURGIA108

16. La reforma litúrgica post-conciliar ha hecho posible la predicación en la Misa a partir de una
selección más rica de los textos bíblicos. Pero, ¿qué podemos decir de los mismos? En la práctica, con
frecuencia el homileta responde a esta pregunta consultando los comentarios bíblicos para dar un
cierto background a las lecturas y así ofrecer un tipo de aplicación moral general. Lo que falta a veces,
es la sensibilidad sobre la peculiar naturaleza de la homilía como parte integrante de la Celebración
Eucarística. Si la homilía es comprendida como parte orgánica de la Misa, entonces está claro que se
le pide al homileta que considere las diversas lecturas y oraciones de la celebración como algo crucial
para la interpretación de la Palabra de Dios. Estas son las palabras del Papa Benedicto XVI:
«La reforma promovida por el Concilio Vaticano II ha mostrado sus frutos enriqueciendo el
acceso a la Sagrada Escritura, que se ofrece abundantemente, sobre todo en la Liturgia de los
domingos. La estructura actual, además de presentar frecuentemente los textos más
importantes de la Escritura, favorece la comprensión de la unidad del plan divino, mediante la
correlación entre las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, “centrada en Cristo y en su
Misterio Pascual”» (VD 57).

107
Nota: Se puede leer y estudiar éste documento: Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia,
San Pablo, 2014, 7ª. Ed.
108
Congregación para el culto divino y las disciplinas de los sacramentos, Directorio homilético, Ciudad del Vaticano
2014p.9-17.
75
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

El Leccionario actual es el resultado del deseo expresado por el Concilio «a fin de que la mesa de la
Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los
tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes
más significativas de la Sagrada Escritura» (SC 51). Los Padres del Concilio Vaticano II, no obstante, no
sólo nos han transmitido este Leccionario, también han indicado los principios para la exégesis bíblica
que se refieren en particular a la homilía.

17. El Catecismo de la Iglesia Católica presenta los tres criterios de interpretación de las Escrituras,
enunciados por el Concilio, en los términos siguientes:
«1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura». En efecto, por
muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad
del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua.

Por el corazón de Cristo se comprende la sagrada Escritura, la cual hace conocer el


corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura
era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en
adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser
interpretadas las profecías (Santo Tomás de Aquino, Expositio in Psalmos, 21,11: CEC
112).

2. Leer la Escritura en “la Tradición viva de toda la Iglesia”. Según un adagio de los Padres, “la sagrada
Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”. En efecto,
la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la
interpretación espiritual de la Escritura (CEC 113).

3. Estar atento “a la analogía de la fe”. Por “analogía de la fe” entendemos la cohesión de las
verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación (CEC 114)».

Si es cierto que estos criterios son útiles para la interpretación de la Escritura en cualquier ámbito, lo
son de modo particular cuando se trata de preparar la homilía para la Misa. Los consideramos
singularmente en relación a la homilía.
18. El primero es el «contenido y la unidad de toda la Escritura». El bellísimo pasaje de santo Tomás
de Aquino, citado por el Catecismo, pone en evidencia la relación entre el Misterio Pascual y las
Escrituras. El Misterio Pascual desvela el significado de las Escrituras, “oscuro” hasta ese momento (cf.
Lc 24,26-27). Visto con esta luz, el trabajo del homileta es el de ayudar a los fieles a leer las Escrituras
a la luz del Misterio Pascual, de manera que Cristo pueda revelarles el propio corazón, que según
santo Tomás coincide aquí con el contenido y el corazón de las Escrituras.

76
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

19. La unidad de toda la Escritura está incluida en la estructura misma del Leccionario, en el modo en
cómo está distribuida en el curso del Año Litúrgico. En el centro encontramos las Escrituras con las
que la Iglesia proclama y celebra el Triduo Pascual. Este viene preparado por el Leccionario Cuaresmal
y ampliado por el del Tiempo Pascual. Del mismo modo ocurre para el ciclo de Adviento-Navidad-
Epifanía. Y además, la unidad de toda la Escritura está incluida al mismo tiempo en la estructura del
Leccionario Dominical y del Leccionario de las Solemnidades y de las Fiestas. En el centro está el
pasaje del Evangelio del día; la lectura del Antiguo Testamento viene escogida a la luz del Evangelio,
mientras que el Salmo responsorial está inspirado en la lectura que lo precede. El texto del Apóstol,
en las celebraciones dominicales, presenta una lectura discontinua de las Cartas y, por lo tanto, no
está normalmente, de manera explícita, en relación con las otras lecturas. No obstante, en virtud de la
unidad de toda la Escritura, con frecuencia es posible encontrar relaciones entre la segunda lectura y
los pasajes del Antiguo Testamento y del Evangelio. Se puede constatar que el Leccionario invita con
insistencia al homileta a considerar las lecturas bíblicas como mutuamente iluminadas o, por usar
todavía las palabras del Catecismo y de la Dei Verbum, a ver el «contenido y la unidad de toda la
Escritura».

20. El segundo es «la Tradición viva de toda la Iglesia». En la Verbum Domini, el Papa Benedicto XVI
ha puesto el acento sobre un criterio fundamental de la hermenéutica bíblica: «el lugar originario de
la interpretación escriturística es la vida de la Iglesia» (VD 29). La relación entre la Tradición y la
Escritura es profunda y compleja y, ciertamente, la Liturgia representa una manifestación importante
y única de esta relación. Existe una unidad orgánica entre la Biblia y la Liturgia; a lo largo de los siglos
en los que las Sagradas Escrituras se estaban escribiendo y el canon bíblico tomaba forma, el pueblo
de Dios se reunía regularmente para celebrar la Liturgia. Para ser más exactos, los escritos eran, en
buena parte, creados para tales asambleas (cf. Col 4,16). El homileta debe tener en cuenta los
orígenes litúrgicos de las Escrituras y considerarlas con el fin de ver cómo hacer que se pueda
aprovechar un texto en el nuevo contexto de la comunidad a la que predica. Es aquí, en el momento
de la proclamación, cuando el texto antiguo se manifiesta todavía vivo y siempre actual. La Escritura
formada en el contexto de la Liturgia es ya Tradición; la Escritura proclamada y explicada en la
Celebración Eucarística del Misterio Pascual es, del mismo modo, Tradición. A lo largo de los siglos se
ha acumulado un tesoro excepcional interpretativo de esta Celebración Litúrgica y de la proclamación
en la vida de la Iglesia. El misterio de Cristo viene conocido y valorado, cada vez más profundamente,
por la Iglesia y el conocimiento de Cristo por parte de la Iglesia es Tradición. De este modo, el
homileta está invitado a acercarse a las lecturas de una celebración no como a una selección
arbitraria de textos sino como a una oportunidad de reflexionar sobre el significado profundo de estos
pasajes bíblicos con la Tradición viva de la Iglesia entera, así como la Tradición encuentra expresiones
en las lecturas escogidas y armonizadas o en los textos de oración de la Liturgia. Estos últimos
también son monumentos de la Tradición y están orgánicamente conectados con la Escritura ya que
han sido tomados directamente de la Palabra de Dios o se inspiran en ella.
77
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

21. El tercero es «la analogía de la fe». En sentido teológico, se refiere al nexo entre las diversas
doctrinas y la jerarquía de las verdades de fe. El núcleo central de nuestra fe es el Misterio de la
Trinidad y la invitación dirigida a participar de la Vida Divina. Esta realidad ha sido revelada y realizada
a través del Misterio Pascual; de lo dicho hasta ahora se deriva que el homileta debe, por un lado,
interpretar las Escrituras de modo que tal misterio sea proclamado y, por otro, guiar al pueblo para
que entre en el misterio a través de la celebración de la Eucaristía. Este tipo de interpretación ha
constituido una parte esencial de la predicación apostólica desde los inicios de la Iglesia, como leemos
en la Verbum Domini:
«Llegados, por decirlo así, al corazón de la “Cristología de la Palabra”, es importante subrayar
la unidad del designio divino en el Verbo encarnado. Por eso, el Nuevo Testamento, de
acuerdo con las Sagradas Escrituras, nos presenta el Misterio Pascual como su más íntimo
cumplimiento. San Pablo, en la Primera carta a los Corintios, afirma que Jesucristo murió por
nuestros pecados “según las Escrituras” (15,3), y que resucitó al tercer día “según las
Escrituras” (1 Cor 15,4). Con esto, el Apóstol pone el acontecimiento de la muerte y
Resurrección del Señor en relación con la historia de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo.
Es más, nos permite entender que esta historia recibe de ello su lógica y su verdadero sentido.
En el Misterio Pascual se cumplen “las palabras de la Escritura, o sea, esta muerte realizada
‘según las Escrituras’ es un acontecimiento que contiene en sí un logos, una lógica: la muerte
de Cristo atestigua que la Palabra de Dios se hizo ‘carne’, ‘historia’ humana”. También la
Resurrección de Jesús tiene lugar “al tercer día según las Escrituras”: ya que, según la
interpretación judía, la corrupción comenzaba después del tercer día, la palabra de la Escritura
se cumple en Jesús que resucita antes de que comience la corrupción. En este sentido, san
Pablo, transmitiendo fielmente la enseñanza de los Apóstoles (cf. 1 Cor 15,3), subraya que la
victoria de Cristo sobre la muerte tiene lugar por el poder creador de la Palabra de Dios. Esta
fuerza divina da esperanza y gozo: es este en definitiva el contenido liberador de la revelación
pascual. En la Pascua, Dios se revela a sí mismo y la potencia del amor trinitario que aniquila
las fuerzas destructoras del mal y de la muerte» (VD 13).

Es esta unidad del diseño divino, la que ha hecho que el homileta ofrezca una catequesis doctrinal y
moral durante la homilía. Desde el punto de vista doctrinal, la naturaleza divina y humana de Cristo
unidas en una sola persona, la divinidad del Espíritu Santo, la capacidad ontológica del Espíritu y del
Hijo de unirse al Padre en el compartir la vida de la Santa Trinidad, la naturaleza divina de la Iglesia en
la que estas realidades son conocidas y compartidas: estas y otras verdades doctrinales han sido
formuladas como el sentido profundo de lo que las Escrituras proclaman y los sacramentos cumplen.
En la homilía, estos datos doctrinales no van presentados como partes de un tratado elevado o de una
explicación escolástica, en la que los misterios pueden ser explorados y diseccionados en

78
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

profundidad. Tales datos doctrinales guían, de todos modos, al homileta y le garantizan que
alcanzará, al predicar, el significado más profundo de la Escritura e del Sacramento.

22. El Misterio Pascual, eficazmente experimentado en la celebración sacramental, no sólo ilumina las
Escrituras proclamadas sino que transforma también la vida de cuantos las escuchan. De este modo,
otra función de la homilía es la de ayudar al pueblo de Dios a ver cómo el Misterio Pascual no solo da
forma a lo que creemos, sino que nos hace también capaces de actuar a la luz de las realidades que
creemos. El Catecismo, con las palabras de san Juan Eudes, indica la identificación con Cristo como la
condición fundamental de la vida cristiana:
«Te ruego que pienses [...] que Jesucristo, Nuestro Señor, es tu verdadera Cabeza, y que tú
eres uno de sus miembros [...]. Él es con relación a ti lo que la cabeza es con relación a sus
miembros; todo lo que es suyo es tuyo, su espíritu, su corazón, su cuerpo, su alma y todas sus
facultades, y debes usar de ellos como de cosas que son tuyas, para servir, alabar, amar y
glorificar a Dios. Tú eres de Él como los miembros lo son de su cabeza. Así desea Él
ardientemente usar de todo lo que hay en ti, para el servicio y la gloria de su Padre, como de
cosas que son de Él» (Tractatus de admirabili Corde Iesu; cf. Liturgia de las Horas, IV, Oficio de
las lecturas del 19 de agosto, citado en CEC 1698).

23. El Catecismo de la Iglesia Católica es un recurso inestimable para el homileta que utiliza los tres
criterios interpretativos de los que hemos hablado. Ofrece un apreciable ejemplo de «la unidad de
toda la Escritura», de la «Tradición viviente de toda la Iglesia» y de la «analogía de la fe». Esto se hace
particularmente claro cuando nos damos cuenta de la relación dinámica que hay entre las cuatro
partes que componen el Catecismo, y que corresponden a lo que creemos, a cómo celebramos el
culto, a cómo vivimos y a cómo rezamos. Se trata de cuatro ámbitos relacionados por medio de una
única sinfonía. San Juan Pablo II señaló esta relación orgánica en la Constitución apostólica Fidei
depositum:
«La Liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe encuentra su lugar propio en la
celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del
obrar cristiano, del mismo modo que la participación en la Liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la
fe carece de obras, es fe muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida eterna.
Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio
de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo
unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen
María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está
siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él es la verdadera
fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración» (2).

79
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

En relación a los pasajes que conectan entre sí las cuatro partes del Catecismo, sirven de ayuda al
homileta que, prestando atención a la analogía de la fe, intenta interpretar la Palabra de Dios en la
Tradición viva de la Iglesia y a la luz de la unidad de toda la Escritura. Análogamente, el índice de las
referencias del Catecismo muestra cuánto rebosa de la palabra bíblica toda la enseñanza de la Iglesia.
Podría ser utilizado correctamente por los homiletas para poner en evidencia cómo ciertos textos
bíblicos, usados en las homilías, son utilizados en otros contextos para explicar las enseñanzas
dogmáticas y morales. El Apéndice I de este Directorio ofrece al homileta una contribución para el uso
del Catecismo.

24. Con todo lo apuntado hasta ahora, debería quedar claro que, mientras los métodos exegéticos
pueden revelarse útiles para la preparación de la homilía, es necesario que el homileta preste
atención, también, al sentido espiritual de la Escritura. La definición de tal sentido, ofrecida por la
Pontificia Comisión Bíblica, sugiere que este método interpretativo es particularmente apto para la
Liturgia: «[El sentido espiritual es] como el sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los lee
bajo la influencia del Espíritu Santo en el contexto del Misterio Pascual de Cristo y de la vida nueva
que proviene de él. Este contexto existe efectivamente. El Nuevo Testamento reconoce en él el
cumplimiento de las Escrituras. Es, pues, normal releer las Escrituras a la luz de este nuevo contexto,
que es el de la vida en el Espíritu» (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la
Iglesia, II, B, 2 citado en VD 37). De este modo, la lectura de las Escrituras forma parte del vivir
católico. Un buen ejemplo proviene de los Salmos que rezamos en la Liturgia de las Horas; a pesar de
las diferentes circunstancias literarias en las que florece cada Salmo, nosotros los comprendemos en
referencia al Misterio de Cristo y de la Iglesia y también como expresión de los gozos, dolores y
lamentaciones que caracterizan nuestra relación personal con Dios.

25. Los grandes maestros de la interpretación espiritual de la Escritura son los Padres de la Iglesia, en
su mayoría pastores, cuyos escritos con frecuencia contienen explicaciones de la Palabra de Dios
ofrecidas al pueblo en el curso de la Liturgia. Es providencial que, junto a los progresos realizados por
la investigación bíblica en el siglo pasado, se haya llevado a cabo también un notable avance en los
estudios patrísticos. Documentos que se creían perdidos han sido recuperados, se han realizado
ediciones críticas de los Padres y ahora están disponibles las traducciones de grandes obras de
exégesis patrística y medieval. La revisión del Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas ha puesto a
disposición de los sacerdotes y de los fieles muchos de estos escritos. La familiaridad con los escritos
de los Padres puede ayudar en gran medida al homileta a descubrir el significado espiritual de la
Escritura. De la predicación de los Padres es de donde nosotros, hoy, aprendemos cuan íntima es la
unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. De ellos podemos aprender a discernir innumerables
figuras y modelos del Misterio Pascual que están presentes en el mundo desde el alba de la creación y
se revelan ulteriormente a lo largo de toda la historia de Israel que culmina en Jesucristo. Es de los
Padres de quien aprendemos de qué modo todas las palabras de las Escrituras inspiradas pueden
80
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

revelarse como inesperadas e impenetrables riquezas si vienen consideradas en el corazón de la vida


y de la oración de la Iglesia. Es de los Padres de quien aprendemos la íntima conexión existente entre
el misterio de la Palabra bíblica y el de la celebración sacramental. La Catena Aurea de santo Tomás
de Aquino permanece como un instrumento magnífico para acceder a las riquezas de los Padres. El
Concilio Vaticano II ha reconocido con claridad que tales escritos representan un recurso valioso para
el homileta:

«En el sagrado rito de la Ordenación el obispo recomienda a los presbíteros que “estén
maduros en la ciencia” y que su doctrina sea “medicina espiritual para el pueblo de Dios”. Pero
la ciencia de un ministro sagrado debe ser sagrada, porque emana de una fuente sagrada y a
un fin sagrado se dirige. Ante todo, pues, se obtiene por la lectura y meditación de la Sagrada
Escritura, y se nutre también fructuosamente con el estudio de los santos Padres y Doctores, y
de otros monumentos de la Tradición» (Presbyterorum ordinis 19).

El Concilio ha transmitido una renovada comprensión de la homilía como parte integrante de la


Celebración Litúrgica, método fructuoso para la interpretación bíblica y estímulo, con el fin de que los
homiletas se familiaricen con las riquezas de dos mil años de reflexión sobre la Palabra de Dios, que
constituyen el patrimonio católico. ¿Cómo puede un homileta traducir en la práctica esta visión?

III. LA PREPARACIÓN109

26. «La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo
prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral» (EG 145). El Papa Francisco pone en
evidencia esta advertencia con palabras muy fuertes: un predicador que no se prepara, que no reza,
«es deshonesto e irresponsable» (EG 145), «un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío» (EG
151). Claramente, en la preparación de las homilías el estudio reviste un valor inestimable pero la
oración permanece como esencial. La homilía se desarrolla en un contexto de oración y debe ser
preparada en un contexto de oración. «El que preside la Liturgia de la palabra, compartiendo con los
fieles, sobre todo en la homilía, el alimento interior que contiene esta palabra» (cf. OLM 38). La acción
sagrada de la predicación está íntimamente unida a la naturaleza sagrada de la Palabra de Dios. La
homilía, en un cierto sentido, puede ser considerada en paralelo con la distribución del Cuerpo y
Sangre de Cristo a los fieles en el Rito de la Comunión. La Palabra sagrada de Dios viene “distribuida”,
en la homilía, como alimento de su pueblo. La Constitución dogmática sobre la divina Revelación, con
palabras de san Agustín, pone en guardia para evitar de convertirse en «predicador vacío y superfluo
de la Palabra de Dios que no la escucha en su interior». Y más adelante, en el mismo párrafo, se
exhorta a todos los fieles a leer la Escritura en actitud de devoto diálogo con Dios porque, según san
109
Congregación para el culto divino y las disciplinas de los sacramentos, Directorio homilético, Ciudad del Vaticano
2014p.17-24.
81
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Ambrosio, «a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas» (DV 25).
El Papa Francisco llama la atención sobre cómo los propios predicadores deben de ser los primeros a
ser heridos por la viva y eficaz Palabra de Dios, para que esta penetre en los corazones de los que los
escuchan (cf. EG 150).

27. El Santo Padre recomienda a los predicadores que establezcan un profundo diálogo con la Palabra
de Dios recurriendo a la lectio divina que está compuesta de: lectura, meditación, oración y
contemplación (cf. EG 152). Este cuádruple enfoque se basa en la exégesis patrística de los
significados espirituales de la Escritura y ha sido desarrollado, en los siglos sucesivos, por los monjes y
monjas que, en la oración, han reflexionado sobre las Escrituras durante toda la vida. El Papa
Benedicto XVI describe los pasos de la lectio divina en la Exhortación apostólica Verbum Domini:

«Se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la cuestión sobre el conocimiento de
su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el
riesgo de que el texto se convierta sólo en un pretexto para no salir nunca de nuestros
pensamientos. Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice
el texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también comunitariamente,
debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas
en el pasado, sino en el presente. Se llega sucesivamente al momento de la oración (oratio),
que supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La
oración como petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que
la Palabra nos cambia. Por último, la lectio divina concluye con la contemplación
(contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la
realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el
Señor? San Pablo, en la Carta a los Romanos, dice: “No os ajustéis a este mundo, sino
transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de
Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto” (12,2). En efecto, la contemplación tiende a crear
en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros “la mente
de Cristo” (1 Co 2,16). La Palabra de Dios se presenta aquí como criterio de discernimiento, “es
viva y eficaz, más tajante que la espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se
dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hb
4,12). Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se
llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás
por la caridad» (cf. VD 87).

28. Este es un método fructuoso y válido para todos para rezar con las Escrituras que se recomienda,
así mismo, al homileta como modo de meditar sobre las lecturas bíblicas y sobre los textos litúrgicos,
con un espíritu de oración, cuando se prepara la homilía. La dinámica de la lectio divina ofrece,
82
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

además, un parámetro eficaz para acoger la función de la homilía en la Liturgia y cómo esta incide en
el proceso de su preparación.

29. El primer paso es la lectio, que explora lo que dice el texto bíblico. Esta lectura orante debería de
estar marcada por una actitud de humilde y asombrada veneración de la Palabra, que se expresa
deteniéndose a estudiarla con sumo cuidado y con un santo temor de manipularla (cf. EG 146). Para
prepararse a este primer paso, el homileta debería consultar comentarios, diccionarios y otros
estudios que pueden ayudarle a comprender el significado de los pasajes bíblicos en su contexto
originario. Pero, sucesivamente, debe también observar atentamente el incipit y el explicit de los
textos en cuestión, con el fin de acoger el motivo por el cual en el Leccionario se ha decidido hacerle
comenzar y terminar justamente de esa manera. El Papa Benedicto XVI enseña que la exégesis
histórico-crítica constituye una parte imprescindible de la comprensión católica de la Escritura ya que
está unida al realismo de la Encarnación. Él nos recuerda que «el hecho histórico es una dimensión
constitutiva de la fe cristiana. La Historia de la Salvación no es una mitología, sino una verdadera
historia y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria …» (VD 32).
Sobre este primer paso no se debería pasar demasiado deprisa. Nuestra salvación se cumple por
medio de la acción de Dios en la historia y el texto bíblico la narra por medio de palabras que revelan
su sentido más profundo (cf. DV 3). Por tanto, tenemos necesidad del testimonio de los
acontecimientos y el homileta precisa de un fuerte sentido de su realidad. «La Palabra se hizo carne»
o, se podría también decir, «la Palabra se hizo historia». La práctica de la lectio se inicia teniendo en
cuenta este hecho decisivo.

30. Existen estudiosos de la Biblia que han escrito tanto comentarios bíblicos como reflexiones sobre
las lecturas del Leccionario, aplicando a los textos proclamados en la Misa los instrumentos de la
moderna investigación académica; tales publicaciones pueden ser de gran ayuda para el homileta. Al
iniciar la lectio divina, él puede retomar las ideas maduradas con su estudio y reflexionar, en la
oración, sobre el significado del texto bíblico. No obstante, debe tener presente siempre que su
objetivo no es el de entender todos los pequeños detalles de un texto, sino el de descubrir cuál es el
mensaje principal, el que estructura el contenido y le da unidad (cf. EG 147).

31. Ya que el objetivo de tal lectio es preparar la homilía, el homileta debe tener cuidado de trasladar
los resultados de su estudio en un lenguaje que pueda ser comprendido por sus oyentes.
Remontándose a las enseñanzas de Pablo VI, para quien la gente sacará grandes frutos de una
predicación «sencilla, clara, directa, acomodada» (Exhortación apostólica Evangelium nuntiandi 43), el
Papa Francisco alerta a los predicadores sobre el uso de un lenguaje teológico especializado que no
resulta familiar a quienes escuchan (cf. EG 158). Ofrece también algunas sugerencias muy prácticas:
«Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a
hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere
83
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a
valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se
sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda
puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad
en la dirección del Evangelio» (EG 157).

32. El segundo paso, la meditatio, explora lo que dice el texto bíblico. El Papa Francisco propone una
pregunta simple y, a la vez, penetrante que puede dirigir nuestra reflexión: «Señor, ¿qué me dice a mí
este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en este texto? ¿Por
qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me
atrae? ¿Por qué me atrae?» (EG 153). Como ya enseñaba la tradición de la lectio, esto no significa
que, con nuestra reflexión personal, nosotros nos transformemos en los árbitros definitivos de lo que
dice el texto. Al poner en evidencia «lo que nos dice el texto bíblico» nos guía la Regla de la fe de la
Iglesia, la cual prevé un principio importante de la interpretación bíblica que ayuda a evitar
interpretaciones equivocadas o parciales (cf. EG 148). Por tanto, el homileta reflexiona sobre las
lecturas a la luz del Misterio Pascual de la muerte y Resurrección de Cristo y extiende la meditación a
cómo este Misterio actúa en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y comprende las situaciones de los
miembros de este Cuerpo que se reunirán el domingo. Este es el centro de la preparación homilética.
Es aquí donde la familiaridad con los escritos de los Padres de la Iglesia y de los Santos puede inspirar
al homileta para ofrecer al pueblo una comprensión de las Lecturas de la Misa que pueda nutrir
verdaderamente la vida espiritual. Aún es en esta fase de preparación donde puede extraer las
implicaciones morales y doctrinales de la Palabra de Dios, por lo que, como ya se ha recordado, el
Catecismo de la Iglesia Católica es un recurso utilísimo.

33. Simultáneamente a la lectura de las Escrituras en el contexto de toda la Tradición de la Fe


Católica, el homileta debe reflexionar también a la luz del contexto de la comunidad que se reúne
para escuchar la Palabra de Dios. Como dice el Papa Francisco, «el predicador necesita también poner
un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un
contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo» (EG 154). Por esta razón es útil
comenzar a preparar la homilía dominical algunos días antes. Junto con el estudio y la oración, la
atención a lo que sucede en la parroquia, así como en la sociedad en sentido amplio, sugerirá caminos
de reflexión sobre lo que la Palabra de Dios tiene que decir a tal comunidad en el momento presente.
Fruto de esta meditación será el discernimiento actualizado, a la luz de la muerte y Resurrección de
Cristo, de la vida de la comunidad y del mundo. De este modo, el contenido de la homilía, tomará
forma claramente.

34. El tercer estadio de la lectio divina es la oratio, que se dirige al Señor como respuesta a su Palabra.
En la experiencia individual de la lectio este es el momento para el diálogo espontáneo con Dios. Las
84
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

respuestas a las lecturas vienen expresadas en términos de temor y de admiración; hay quien se
siente movido a pedir misericordia y ayuda; o se puede manifestar la simple explosión de la alabanza
o expresiones de amor y de agradecimiento. Este cambio de la meditación a la oración, si viene
considerado en ámbito litúrgico, pone en evidencia la relación estructural entre las lecturas bíblicas y
el resto de la Misa. Las peticiones como conclusión de la Liturgia de la Palabra y, más profundamente,
la Liturgia Eucaristía que sigue, representan nuestra respuesta a la Palabra de Dios en forma de
súplica, invocación, acción de gracias y alabanza. El homileta debería aprovechar la ocasión para
acentuar esta íntima relación de modo que el pueblo de Dios pueda llegar a una experiencia más
profunda de la dinámica interna de la Liturgia.

Esta conexión se puede evidenciar, también, de otras maneras. La función del predicador no se limita
a la homilía en sí misma; las invocaciones del rito penitencial (siempre que se adopte la forma tercera)
y las peticiones en la Oración Universal pueden hacer referencia a las lecturas bíblicas o a un aspecto
de la homilía. Las antífonas de entrada y de la comunión, indicadas en el Misal Romano para cada
celebración, se toman normalmente de los textos bíblicos o se inspiran claramente en ellos, dando así
voz a nuestra oración con las mismas palabras de la Escritura. En caso de no adoptar estas antífonas,
los cantos serán escogidos con atención y el sacerdote deberán guiar a cuantos están implicados en la
tarea de animar el canto. Existe otro modo con el que el sacerdote puede poner de relieve la unidad
de la Celebración Litúrgica: a través de un uso atento de las opciones que nos ofrece la Ordenación
General del Misal Romano para introducir breves moniciones en algunos momentos de la Liturgia:
después del saludo inicial, al inicio de la Liturgia de la Palabra, antes de la oración eucarística y antes
de la fórmula de despedida (cf. 31). Al respecto, siempre tendría que existir un gran cuidado y
vigilancia. Debe haber una sola homilía en cada Misa. En el caso en que el sacerdote decida decir
algunas palabras en uno de estos momentos debería preparar con anticipación una o dos frases
concisas que ayuden a los presentes a descubrir la unidad de la Celebración Litúrgica sin entrar en
explicaciones prolongadas.

35. El paso final de la lectio es la contemplatio, durante la cual, según palabras del Papa Benedicto
XVI, «aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué
conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?» (VD 87). En la tradición monástica,
este cuarto peldaño, la contemplación, era visto como el don de la unión con Dios: inmerecido, más
grande de cuanto nuestros esfuerzos pudieran nunca alcanzar, un puro don. El proceso se inicia a
partir de un texto, para llegar, más allá de sus propias características, a una visión de fe de la
totalidad, acogida con una mirada intuitiva y unitaria. Los Santos nos revelan tal altura, pero lo que ha
sido dado a los Santos puede ser de cada uno de nosotros.

Considerado en ámbito litúrgico, el cuarto paso, la contemplación, puede ser motivo de consolación y
de esperanza para el homileta, porque nos remite al hecho de que, en definitiva, es Dios quien actúa
85
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

para realizar su Palabra y que el proceso de formación en nosotros de la mentalidad de Cristo se


cumpla en el arco de toda la vida. El homileta está llamado a hacer cualquier esfuerzo para predicar la
Palabra de Dios de manera eficaz, sabiendo, no obstante, que al final sucede como ha dicho san
Pablo: «Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer» (1Cor 3,6). Además, tendría que
invocar al Espíritu Santo para que le ilumine en la preparación de la homilía y, también, para pedir
frecuentemente y con insistencia que la semilla de la Palabra de Dios caiga en terreno bueno para
santificarle a él y a cuantos lo escuchan, según los modos que superan lo que él es capaz de decir e,
incluso, de imaginar.

36. El Papa Benedicto XVI ha añadido un apéndice a los cuatro estadios tradicionales de la lectio
divina: «conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a
la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad»
(VD 87). Lo que, en el contexto litúrgico, evoca el «ite missa est», es decir, la misión del pueblo de
Dios formado por la Palabra y nutrido por la participación en el Misterio Pascual gracias a la Eucaristía.
Es significativo que la Exhortación Verbum Domini concluya con una larga consideración sobre la
Palabra de Dios en el mundo; la predicación, combinada con el alimento espiritual de los Sacramentos
recibidos con fe, abre a los miembros de la asamblea litúrgica a expresiones concretas de caridad.
Citando las enseñanzas del Papa Juan Pablo II, para quien «la comunión y la misión están
profundamente unidas» (Exhortación apostólica Christifideles laici 32), el Papa Francisco exhorta a
todos los creyentes:

«Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en
todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del
Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (EG 23).

III. La preparación de la predicación110

145. La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo
prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral. Con mucho cariño quiero detenerme
a proponer un camino de preparación de la homilía. Son indicaciones que para algunos podrán
parecer obvias, pero considero conveniente sugerirlas para recordar la necesidad de dedicar un
tiempo de calidad a este precioso ministerio. Algunos párrocos suelen plantear que esto no es posible
debido a la multitud de tareas que deben realizar; sin embargo, me atrevo a pedir que todas las
semanas se dedique a esta tarea un tiempo personal y comunitario suficientemente prolongado,
aunque deba darse menos tiempo a otras tareas también importantes. La confianza en el Espíritu
Santo que actúa en la predicación no es meramente pasiva, sino activa y creativa. Implica ofrecerse

110
Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, n.145-159.
86
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

como instrumento (cf. Rm 12,1), con todas las propias capacidades, para que puedan ser utilizadas
por Dios. Un predicador que no se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable con los
dones que ha recibido.

El culto a la verdad

146. El primer paso, después de invocar al Espíritu Santo, es prestar toda la atención al texto bíblico,
que debe ser el fundamento de la predicación. Cuando uno se detiene a tratar de comprender cuál es
el mensaje de un texto, ejercita el «culto a la verdad».111 Es la humildad del corazón que reconoce
que la Palabra siempre nos trasciende, que no somos «ni los dueños, ni los árbitros, sino los
depositarios, los heraldos, los servidores».112 Esa actitud de humilde y asombrada veneración de la
Palabra se expresa deteniéndose a estudiarla con sumo cuidado y con un santo temor de manipularla.
Para poder interpretar un texto bíblico hace falta paciencia, abandonar toda ansiedad y darle tiempo,
interés y dedicación gratuita. Hay que dejar de lado cualquier preocupación que nos domine para
entrar en otro ámbito de serena atención. No vale la pena dedicarse a leer un texto bíblico si uno
quiere obtener resultados rápidos, fáciles o inmediatos. Por eso, la preparación de la predicación
requiere amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas que ama;
y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar. A partir de ese amor, uno puede detenerse todo
el tiempo que sea necesario, con una actitud de discípulo: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 S
3,9).

147. Ante todo conviene estar seguros de comprender adecuadamente el significado de las palabras
que leemos. Quiero insistir en algo que parece evidente pero que no siempre es tenido en cuenta: el
texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto del que
utilizamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra
lengua, eso no significa que comprendemos correctamente cuanto quería expresar el escritor
sagrado. Son conocidos los diversos recursos que ofrece el análisis literario: prestar atención a las
palabras que se repiten o se destacan, reconocer la estructura y el dinamismo propio de un texto,
considerar el lugar que ocupan los personajes, etc. Pero la tarea no apunta a entender todos los
pequeños detalles de un texto, lo más importante es descubrir cuál es el mensaje principal, el que
estructura el texto y le da unidad. Si el predicador no realiza este esfuerzo, es posible que su
predicación tampoco tenga unidad ni orden; su discurso será sólo una suma de diversas ideas
desarticuladas que no terminarán de movilizar a los demás. El mensaje central es aquello que el autor
en primer lugar ha querido transmitir, lo cual implica no sólo reconocer una idea, sino también el
efecto que ese autor ha querido producir. Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser
utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si
111
PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 78: AAS 68 (1976), 71.
112
Ibid.
87
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones
teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar
acerca de las últimas noticias.

148. Es verdad que, para entender adecuadamente el sentido del mensaje central de un texto, es
necesario ponerlo en conexión con la enseñanza de toda la Biblia, transmitida por la Iglesia. Éste es un
principio importante de la interpretación bíblica, que tiene en cuenta que el Espíritu Santo no inspiró
sólo una parte, sino la Biblia entera, y que en algunas cuestiones el pueblo ha crecido en su
comprensión de la voluntad de Dios a partir de la experiencia vivida. Así se evitan interpretaciones
equivocadas o parciales, que nieguen otras enseñanzas de las mismas Escrituras. Pero esto no
significa debilitar el acento propio y específico del texto que corresponde predicar. Uno de los
defectos de una predicación tediosa e ineficaz es precisamente no poder transmitir la fuerza propia
del texto que se ha proclamado.

La personalización de la Palabra

149. El predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de
Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita
acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus
pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva». 113 Nos hace bien
renovar cada día, cada domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros
mismos crece el amor por la Palabra que predicamos. No es bueno olvidar que «en particular, la
mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra».114 Como dice
san Pablo, «predicamos no buscando agradar a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros
corazones» (1 Ts 2,4). Si está vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos
que predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios: «de la abundancia del
corazón habla la boca» (Mt 12,34). Las lecturas del domingo resonarán con todo su esplendor en el
corazón del pueblo si primero resonaron así en el corazón del Pastor.

150. Jesús se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que
enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella: «Atan cargas pesadas y las ponen
sobre los hombros de los demás, mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo» (Mt
23,4). El Apóstol Santiago exhortaba: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos,
sabiendo que tendremos un juicio más severo» (3,1). Quien quiera predicar, primero debe estar
dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta. De esta
manera, la predicación consistirá en esa actividad tan intensa y fecunda que es «comunicar a otros lo
113
JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 26: AAS 84 (1992), 698.
114
Ibíd., 25: AAS 84 (1992), 696.
88
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

que uno ha contemplado».115 Por todo esto, antes de preparar concretamente lo que uno va a decir
en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás,
porque es una Palabra viva y eficaz, que como una espada, «penetra hasta la división del alma y el
espíritu, articulaciones y médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12).
Esto tiene un valor pastoral. También en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: «tiene
sed de autenticidad *…+ Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y
tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo».116

151. No se nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que
vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos. Lo
indispensable es que el predicador tenga la seguridad de que Dios lo ama, de que Jesucristo lo ha
salvado, de que su amor tiene siempre la última palabra. Ante tanta belleza, muchas veces sentirá que
su vida no le da gloria plenamente y deseará sinceramente responder mejor a un amor tan grande.
Pero si no se detiene a escuchar esa Palabra con apertura sincera, si no deja que toque su propia vida,
que le reclame, que lo exhorte, que lo movilice, si no dedica un tiempo para orar con esa Palabra,
entonces sí será un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío. En todo caso, desde el
reconocimiento de su pobreza y con el deseo de comprometerse más, siempre podrá entregar a
Jesucristo, diciendo como Pedro: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy» (Hch 3,6). El
Señor quiere usarnos como seres vivos, libres y creativos, que se dejan penetrar por su Palabra antes
de transmitirla; su mensaje debe pasar realmente a través del predicador, pero no sólo por su razón,
sino tomando posesión de todo su ser. El Espíritu Santo, que inspiró la Palabra, es quien «hoy, igual
que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y
pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar».117

La lectura espiritual

152. Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos
transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de
Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve. Esta lectura orante de
la Biblia no está separada del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje central del
texto; al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir qué le dice ese mismo mensaje a la
propia vida. La lectura espiritual de un texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno
fácilmente le hará decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus propias
decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en definitiva, será utilizar algo

115
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae II-II, q. 188, art. 6
116
PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 76: AAS 68 (1976), 68.
117
Ibíd., 75: AAS 68 (1976), 65.
89
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

sagrado para el propio beneficio y trasladar esa confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar
que a veces «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14).

153. En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo:
«Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me
molesta en este texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula
de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?». Cuando uno intenta escuchar al Señor, suele
haber tentaciones. Una de ellas es simplemente sentirse molesto o abrumado y cerrarse; otra
tentación muy común es comenzar a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar aplicarlo a la
propia vida. También sucede que uno comienza a buscar excusas que le permitan diluir el mensaje
específico de un texto. Otras veces pensamos que Dios nos exige una decisión demasiado grande, que
no estamos todavía en condiciones de tomar. Esto lleva a muchas personas a perder el gozo en su
encuentro con la Palabra, pero sería olvidar que nadie es más paciente que el Padre Dios, que nadie
comprende y espera como Él. Invita siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta plena si
todavía no hemos recorrido el camino que la hace posible. Simplemente quiere que miremos con
sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a
seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr.

Un oído en el pueblo

154. El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles
necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del
pueblo. De esa manera, descubre «las aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de
amar, de considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano», prestando
atención «al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo a las cuestiones que
plantea».118 Se trata de conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana, con algo que
ellos viven, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra. Esta preocupación no responde a
una actitud oportunista o diplomática, sino que es profundamente religiosa y pastoral. En el fondo es
una «sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios»119 y esto es mucho
más que encontrar algo interesante para decir. Lo que se procura descubrir es «lo que el Señor desea
decir en una determinada circunstancia».120 Entonces, la preparación de la predicación se convierte
en un ejercicio de discernimiento evangélico, donde se intenta reconocer –a la luz del Espíritu– «una
llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios
llama al creyente».121

118
Ibíd., 63: AAS 68 (1976), 53.
119
Ibíd., 43: AAS 68 (1976), 33
120
Ibíd.
121
JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 10: AAS 84 (1992), 672.
90
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

155. En esta búsqueda es posible acudir simplemente a alguna experiencia humana frecuente, como
la alegría de un reencuentro, las desilusiones, el miedo a la soledad, la compasión por el dolor ajeno,
la inseguridad ante el futuro, la preocupación por un ser querido, etc.; pero hace falta ampliar la
sensibilidad para reconocer lo que tenga que ver realmente con la vida de ellos. Recordemos que
nunca hay que responder preguntas que nadie se hace; tampoco conviene ofrecer crónicas de la
actualidad para despertar interés: para eso ya están los programas televisivos. En todo caso, es
posible partir de algún hecho para que la Palabra pueda resonar con fuerza en su invitación a la
conversión, a la adoración, a actitudes concretas de fraternidad y de servicio, etc., porque a veces
algunas personas disfrutan escuchando comentarios sobre la realidad en la predicación, pero no por
ello se dejan interpelar personalmente.

Recursos pedagógicos

156. Algunos creen que pueden ser buenos predicadores por saber lo que tienen que decir, pero
descuidan el cómo, la forma concreta de desarrollar una predicación. Se quejan cuando los demás no
los escuchan o no los valoran, pero quizás no se han empeñado en buscar la forma adecuada de
presentar el mensaje. Recordemos que «la evidente importancia del contenido no debe hacer olvidar
la importancia de los métodos y medios de la evangelización».122 La preocupación por la forma de
predicar también es una actitud profundamente espiritual. Es responder al amor de Dios,
entregándonos con todas nuestras capacidades y nuestra creatividad a la misión que Él nos confía;
pero también es un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás
algo de escasa calidad. En la Biblia, por ejemplo, encontramos la recomendación de preparar la
predicación en orden a asegurar una extensión adecuada: «Resume tu discurso. Di mucho en pocas
palabras» (Si 32,8).

157. Sólo para ejemplificar, recordemos algunos recursos prácticos, que pueden enriquecer una
predicación y volverla más atractiva. Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar
imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer
más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar sólo al
entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere
transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible,
conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere
transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio. Una buena
homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen».

122
PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 40: AAS 68 (1976), 31.
91
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

158. Ya decía Pablo VI que los fieles «esperan mucho de esta predicación y sacan fruto de ella con tal
que sea sencilla, clara, directa, acomodada».123 La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado.
Debe ser el lenguaje que comprenden los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío.
Frecuentemente sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en
determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las personas que los
escuchan. Hay palabras propias de la teología o de la catequesis, cuyo sentido no es comprensible
para la mayoría de los cristianos. El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio
lenguaje y pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente. Si uno quiere
adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la Palabra, tiene que escuchar
mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención. La sencillez y la
claridad son dos cosas diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco
clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios
temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga
unidad temática, un orden claro y una conexión entre las frases, de manera que las personas puedan
seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que les dice.

159. Otra característica es el lenguaje positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer sino que
propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar
también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el
remordimiento. Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no
nos deja encerrados en la negatividad. ¡Qué bueno que sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan
periódicamente para encontrar juntos los recursos que hacen más atractiva la predicación!

DURANTE

SIN PAPELES124

Los expertos en comunicación lo señalan sin la más mínima duda: hablar directamente –lo cual no
significa improvisar- es mucho mejor que leer. La lectura, sobre todo en el caso de la homilía, rebaja el
nivel de atención hasta casi anular su fuerza comunicativa.

Se lo indicaba con franqueza un feligrés a un párroco imaginario: «Me quedo observándolo, estimado
párroco, mientras lee lo que ha escrito la tarde anterior. Usted no es que ojee un guión o un esquema
que le sirva de apoyo para hablar directamente; no, usted recita su homilía como un mal actor su
papel. De esta forma, su predicación ya está muerta antes de que la pronuncie. Pierde inmediatez y

123
Ibíd., 43: AAS 68 (1976), 33.
124
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p.65-66.
92
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

anula la comunicación. La predicación escrita es como un pescado congelado: podrá ser bueno; pero
el fresco es mucho mejor».

¿Condenamos pues, sin misericordia las homilías escritas? No, en absoluto. Si no nos sentimos
seguros (por ejemplo, si predicamos en un idioma que no dominamos), tenerla en papel nos puede
ayudar. Pero la lectura deberá ser lo más parecida posible a una conversación viva: frases breves, de
estructura simple, sin construcciones subordinadas, sin incisos, con pocos adjetivos. Y mirando con
frecuencia a los oyentes.

En conclusión: alguien ha dicho que las palabras que se van a pronunciar –no sólo en la homilía, sino
en cualquier contexto- tendrían que pasar por tres filtros: primero, el de la verdad; segundo el de la
necesidad; el tercero, el de la compresión. Solo entonces deberíamos sentirnos autorizados a
acercarnos al ambón para pronunciarlas. «Podríamos imaginarnos el silencio que produciría –escribe
el humorista checo Karel Capek- si todos dijeran solo aquello que saben y solo aquello que saben
decir». Mejor ninguna homilía que una mala homilía.

El ideal es que alguien grabe la predicación y haga anotaciones para hacer aportes a la predicación
con el objetico de mejorarla en el futuro.

DESPUÉS

Si hubo alguien que mientras se realiza la predicación puede pedir a alguien con espíritu de aprender
a predicar que haga una crítica constructiva sobre la predicación que se realiza y que tal vez ponga
por escrito las observaciones positivas y negativas sobre la misma, para que después de la predicación
reciba dichas observaciones el predicador. También se puede pedir que durante la predicación se
haga una grabación de la predicación (audio o video/audio), para que el predicador después la
escuche con espíritu crítico para aprender de sus propios errores.

Si hay una escuela de predicación, se puede hacer una reunión donde se hace en grupo la crítica de la
predicación, con el objetivo de ayudarse a predicar en comunidad.

v. Introducción, contenido, conclusión de la predicación y homilía.

Aquí hablaremos del objetivo, introducción, contenido y conclusión de la predicación y homilía.

III PREPARACIÓN DE UN ESQUEMA DE PREDICACIÓN125

125
Francisco Javier Calvo Guinda, Homilética, BAC, Madrid 2003, p. 139-142.
93
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Cuanto menos tiempo tiene uno para la preparación de su predicación, tanto más importante se hace
un esquema que le ayude a ordenar sus ideas y hablar de acuerdo con sus oyentes. No debe surgir la
impresión de que ya sé cómo hay que hacer una predicación. En la literatura homilética hay diversos
modelos. Hay muchos caminos que conducen a Roma, pero solo se llega por uno que hemos escogido
y que seguimos desde el comienzo hasta el final. Proponemos la elaboración de un guión como un
método que uno adapta con toda libertad a sus circunstancias personales y ambientales y no como
una receta que haya que seguir cuidadosamente.

1 El objetivo

En una hoja de papel escribo como titulo la finalidad. La finalidad debe decirme lo que intento lograr
en la predicación. No es el tema. Corrientemente no la nombro en la predicación. Pero todo lo que
digo está relacionado con ella. Así evito la prolijidad y no me voy del tema. Es como un continuo
indicador a lo largo de toda la challa (la raya blanca de la carretera). Si mis oyentes al final de la
predicación están dispuestos a hacer lo que les he recomendado directamente, o más todavía
indirectamente, he cumplido mi propósito («Yo pretendo que mi comunidad »)

2 La introducción

Seguidamente me ocupo de la introducción. Es la tarjeta de visita del predicador. De ella depende en


gran parte, si se está dispuesto a escuchar de mala gana o con viva atención Sobre todo, la
introducción no debe ser demasiado larga. La introducción y el final sumados tienen que ser
notoriamente más cortos que la parte principal

Si comienzo con frases ya muy oídas, que estaban ya en los libros de predicación de tiempo de
nuestros abuelos, no será raro que el oyente asiduo desconecte sin remordimientos de conciencia y el
oyente ocasional, que ha venido al templo quizá por casualidad, quede decepcionado y confirmado en
su opinión de que la predicación no tiene nada que decir. En pedagogía y periodismo se sabe lo
importante que es la introducción y lo efectivo que es empalmar con un acontecimiento actual. La
televisión nos trae a casa informaciones de todo el mundo. Apenas hay un predicador que tome
noticia de ello como si no existiese esta sobreabundante información de las personas. En su lugar,
para la introducción eligen acontecimientos y personajes del Antiguo Testamento, a los cuales la
mayor parte de nuestros oyentes no tienen un acceso porque les falta conocimiento de la Biblia. En el
caso de la homilía, la introducción, además de indicar el tema, puede establecer una relación con la
liturgia, con el año litúrgico.

3. El tema
94
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

El tema cierra la introducción. Lo escribo debajo de las frases de la introducción y trazo una raya de
izquierda a derecha que separe la finalidad, la introducción y el tema de la parte principal. La
predicación temática ya tiene de suyo un tema. La homilía, por el contrario, corre el peligro de carecer
de un desarrollo lógico de las ideas. Para no perderse en las derivaciones atractivas que ofrecen los
versículos, hay que mirar a la idea central de la perícopa. Este es el tema. Aunque el tema no hay que
predicarlo directa y expresamente, va a determinar todo el contenido de la predicación. Es un error
preparar todo el esquema de la predicación y luego buscarle un título. El tema es más bien el hilo
conductor que ha de ordenar todo y según el cual hay que colocar los acentos en las diversas partes
de la predicación.

4. La parte principal

Al principiante - y a todos se recomienda dividir la predicación en tres partes El número «tres» se


queda más fácilmente en la memoria que «cuatro» o «cinco» Esto vale tanto para el predicador como
para el oyente. En nuestra hoja formulemos primero una idea central, que concuerde con la finalidad
y con el tema. Las ideas que no conducen a la finalidad hay que guardarlas para otras predicaciones.

Debajo escribimos otras frases (en estilo telegráfico o más brevemente), que expliquen la frase
central. Luego buscamos un ejemplo (vivencia, sucedido, cita, etc.) que ilustre de modo plástico la
frase central y sus explicaciones y que la haga quedarse en la memoria del oyente más sencillo. Las
citas literales de la Sagrada Escritura deben ser pocas, sin embargo, todo debe estar impregnado del
espíritu de la Biblia. Para cada parte de la predicación se procede en la forma anterior buscando de
nuevo una idea central Cada apartado de la parte principal debe presentar algo nuevo. Tiene que
estar en relación con las otras partes, pero da al tema una expresión propia.

5 La conclusión

El final no se anuncia. Si lo hace el predicador es porque tiene mala conciencia. Quien se refiere
muchas veces al final y sigue hablando, muestra una mala preparación. «Flota» y no llega a la orilla. Es
una vieja experiencia que un mal final estropea la mejor exposición. Por eso hay que preparar el final
tan cuidadosamente como la introducción. El final debe ser corto. No puede ser una repetición de lo
dicho. Es muy eficaz si en pocas frases, en forma muy marcada, menciona las ideas fundamentales de
la predicación. No se debe terminar con manifestaciones de pesimismo. El pesimismo extiende el
desánimo o despierta la oposición. En la conclusión debe encontrar su coronación la finalidad (sin que
se la mencione, al menos, no literalmente), debe corroborar el núcleo del tema. Ha de resumir de
modo convincente el mensaje del texto bíblico y expresarlo como una interpelación de Dios a la
comunidad. Por regla general debe corresponderse con la introducción, si ésta ha sido concebida
95
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

como inducción. Hoy no se aceptan ni introducciones ni conclusiones retóricas. El final deber ser
objetivo, sobrio, personal. Una cita -pero ni una palabra más- acaba la homilía en redondo y provoca
conformidad. Cuanto más breve, tanto mejor. Y ninguna improvisación al final. Un esquema claro y
una sucesión de las ideas apuntando a una finalidad facilitan a los oyentes poder seguir el curso de la
predicación.

6 Estudio del guión

a) Subrayamos -mejor en rojo- aquellas palabras o frases que queremos decir a toda costa
Habitualmente son todas las frases principales, las citas y las referencias de los ejemplos. Está
probado que la escritura subrayada en rojo se graba mejor en la memoria. Hay que evitar el extremo
de subrayar casi todo, pues entonces lo especial no destaca.

b) Leemos el guión (volumen de la voz adecuado al tamaño de nuestra habitación) tal como está.
Pocas frases, estilo telegrama, palabras aisladas Cuando llega el ejemplo lo narramos concisamente,
como en estilo telegrama. Según la capacidad de asimilación de cada uno, lo repetiremos varias veces
de esta manera.

c) Ahora cerramos los ojos, relajamos el cuerpo en un asiento cómodo y repetimos lo que hemos leído
sin pronunciar una sola palabra, como mudos. Y así desde la primera línea que expresa la finalidad
hasta la última frase de la conclusión

d) Ahora pronunciamos la predicación, tal como la queremos tener ante nuestros oyentes. Ahora ya
no hablamos en estilo telegrama, sino con frases bien construidas gramaticalmente. Si disponemos de
magnetófono grabamos la predicación y la escuchamos a continuación para encontrar faltas que no
las notamos cuando estamos hablando. Para el autodidacta, el magnetófono es el mejor crítico

e) Si en la prueba nos detuvimos muchas veces, suele ser indicio de una preparación insuficiente
Habrá que volver de nuevo a estudiar y lo mejor es comenzar desde el principio.

f) No es necesario elaborar el guión y aprendérselo en un solo día. Al contrario la experiencia señala


que un tiempo más amplio de preparación suele ser ventajoso. Esto vale especialmente para los
principiantes y para aquellos predicadores que no poseen gran facilidad de asimilación (estos, por lo
regular, suelen conservar mejor que los de gran facilidad, que olvidan antes).

vi. Tono: Ideal, conversión o proyección de la predicación y homilía.

La explicación sobre este punto, lo hacemos de un modo muy sencillo.


96
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Predicar en tono de ideal significa que Dios quiere iluminar y entusiasmar por su proyecto, su
voluntad sobre la vida de las personas. Es una verdad que están por descubrir con asombro y
novedad. Las palabras claves son iluminar, entusiasmar, novedad, asombro, etc.

Cuando se hace con el tono de conversión es que Dios quiere poner a la persona y lo que vive frente a
Dios y su voluntad o proyecto. El espíritu es de contrastar, de ver la diferencia entre lo que Dios
quiere y lo que realmente vive la persona (pecado y sus consecuencias). Dios busca este contraste en
búsqueda de la conversión de la persona. Esto está lejos de echar en cara solamente el mal que se
tiene o lo mal que se vive. Es como el doctor que quiere ayudar lo que se tiene de mal en busca de lo
que se necesita hacer para recuperar la buena salud. Normalmente uno se siente mal de estar mal
porque uno quisiera estar bien. Las palabras claves son contrastar, ver la diferencia entre lo que Dios
quiere y lo que se vive, dolor del pecado y sus consecuencias.

Predicar con tono de proyección es el espíritu de abrir nuevos caminos, construir, empezar algo que
no existe o que no estaba. Es en el espíritu de poner los medios adecuados para hacer la voluntad de
Dios y vivir su proyecto. Es animar a poner los medios y enfrentar las dificultades que se encuentren
sin desistir, sin echarse para atrás porque se ha hecho la opción de hacer la voluntad de Dios de ahora
en adelante. Es el tono de perseverancia y crecimiento.

vii. Contexto de la predicación y homilía

1. Tiempo litúrgico: tiempo ordinario, cuaresma, pascua, adviento, navidad.


2. Fiesta, solemnidad, memoria libre u obligatoria.
3. Fiestas patronales.
4. Celebraciones especiales: XV años, 3 años, boda, 25 o 50 años de
matrimonio, intenciones de difuntos, acción de gracias por intención
particular.
5. Sacramentos: bautismo, primeras comuniones, etc.
6. Funerales.
7. Temática de un retiro.
8. Temática de ejercicios espirituales.
9. Etc.

viii. Ingredientes de la predicación y la homilía.

Elementos:
97
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

 Citas bíblicas apropiadas para el tema que se predica.


 Fundamentación bíblica, dogmática, eclesiológica, cristológica, trinitaria, filosófica, doctrinal,
etc.
 Experiencias personales del tema que se predica, y experiencias de otros (santos, fundadores,
obispos, sacerdotes, religiosos, laicos, etc.)
 Ejemplos.
 Historias.
 Comparaciones o parábolas.
 Chistes.
 Frases de autores en torno al tema.
 Imágenes.
 etc.

ix. Importancia de escribir la homilía y predicación126.

¿Escribir la homilía?

Escribir la homilía tiene ventajas y desventajas.

En algunas ocasiones es conveniente que esté escrita. El Papa, que la mayor parte de las veces predica
en una lengua que no es la suya, normalmente la lee. Así lo hacen también los que predican en
celebraciones especiales y más comprometidas. En el caso de las misas retransmitidas por radio o
televisión, los Obispos españoles (Comisiones de liturgia y de medios de comunicación) dieron en
1986 unas normas sobre la homilía: “El sacerdote deber ser consciente de la difusión evangelizadora
que los medios de comunicación prestan a sus palabras. Por eso, es aconsejable que escriba la
homilía, incluso por razones de medida de tiempo”.

Leer la homilía tiene la ventaja de que está preparada, no improvisada, y normalmente es más breve.
Puede ser un signo de respeto a la Palabra y a la comunidad.

Tiene la desventaja de que, si se lee con la mirada demasiado sujeta al papel, y siguiendo al pie de la
letra lo que se había escrito, se puede perder comunicatividad y viveza.

Habrá que evitar los dos extremos: la improvisación y la esclavitud del papel. Lo que sí es bueno es
tener al menos un esquema, aunque en el momento de la predicación no necesariamente se tenga

126
José Aldazábal, El ministerio de la homilía, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2006, p. 195
98
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

delante o se tenga que seguir al pie de la letra, porque seguramente la celebración misma ha creado
sensaciones que no se habían previsto antes. Lo que sí debería tener ese esquema es el modo de
comenzar y de “aterrizar” al final.

x. Tiempo.

CONCISIÓN127

Un orador que quiera ser incisivo ha de preparar un buen comienzo para captar enseguida la atención,
una eficaz conclusión y un intermedio lo más breve posible. La homilía es, de hecho, un monólogo. Y
un monólogo, si quiere ser eficaz, tiene que ser conciso.

Los que hablan mucho comunican poco. De hecho, normalmente pretenden compensar con la
extensión su falta de profundidad.

«Dictum sapienti sat est», al sabio le basta con una sola palabra, escribía Plauto128. En este sentido, es
bueno recordar el viejo adagio «non multa sed multum»129, o sea, no mucha cantidad, sino mucha
calidad. En efecto, dos o tres ideas se recuerdan mejor que quince o veinte. El gran comunicador que
fue Indro Montanelli afirmaba, no sin exageración, que «si un artículo de periódico contiene dos
ideas, una sobra». El riesgo de decir muchas cosas es que quien las escucha luego no recuerde
ninguna.

Los expertos en comunicación advierten que en siete minutos se puede leer despacio noventa líneas
de un texto mecanografiado, lo que equivale a un buen artículo periodístico que informa de los datos
esenciales de un suceso.

Hablar con brevedad significa respetar a los oyentes, especialmente cuando se ven obligados a
permanecer de pie. La paradoja atribuida a Giosuè Carducci -«considero capaz de cualquier cosa a
aquel que, pudiendo expresar un concepto en cinco palabras, usa diez»- contiene sin duda una buena
dosis de verdad.

«El comunicador no es un arquitecto, sino un escultor -ha escrito Umberto Eco-: no añade, sino que,
para ser sencillo y eficaz, va eliminando lo que sobra».

127
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p.57-61.
128
Plauto, Los Persas, 4, 6, 19.
129
Quintiliano, Institutiones, X, 1, 59.
99
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

Viene al caso recordar la leyenda de aquel sabio historiador que, cuando le pidieron que resumiera lo
más posible la multimilenaria historia de la humanidad. Escribió solo estas tres palabras: «Nacieron,
vivieron, murieron»; y también un antiguo proverbio chino que dice: «Cuando baste con una palabra,
evita el discurso; cuando baste un gesto evita la palabra; cuando baste una mirada, evita el gesto;
cuando baste con el silencio, evita también la mirada».

El popularísimo obispo estadounidense Fulton J. Sheen, que entre 1951 y 1959 llegó a tener en su
programa de televisión una audiencia semanal de más de treinta millones de espectadores, confesaba
que, para preparar un discurso de veintiséis minutos, dedicaba habitualmente un par de días.

A propósito de la divina brevitas, la concisión divina, alguien ha subrayado que Dios, para crear el
cielo y la tierra, no pronunció un discurso, sino una sola palabra: «Hágase». Y que resumió en diez
breves mandamientos las normas fundamentales de la vida. Si hubiera nombrado una comisión de
teólogos expertos en moral, en lugar de una decena de leyes divinas ahora tendríamos varios
centenares. El Ave María, la oración mariana por excelencia, contiene solo cuarenta y cinco palabras;
el Padre Nuestro, enseñado por el mismo Jesús, tiene cincuenta y seis; el «Cántico de las criaturas»,
de San Francisco de Asís, doscientas sesenta.

Podemos comparar un discurso con un árbol: cuántas más hojas tiene, menos se ven los frutos; y
también con un partido de futbol: cuantas más patadas se dan, peor es el juego. Si las palabras son
tantas que se convierten en torrentera, terminan ahogando el mensaje. La propia Escritura afirma que
la charlatanería lleva a la miseria (cf. Prov 14,23). En cualquier caso, ocurre como con los rayos del sol:
cuanto más se concentran, más queman.

Quien tiene las ideas claras suele ser conciso. Quien habla largo y tendido tiene las ideas confusas o no
se ha preparado lo suficiente. Muchos predicadores parecen imitar a aquel tipo que se vanagloriaba
diciendo: «Ideas no tendré, pero seguro que no me van a faltar las palabras».

Cuando el discurso se prolonga, se termina aburriendo al auditorio y hablando al vacío. Ya lo decía


Jesús: «En el día del juicio tendréis que dar cuentas de las palabras vanas que hayáis dicho»
(Mt12,36). Vanas, o sea, inútiles, vacías, sin la energía del Espíritu Santo.

Si son suficientes siete u ocho minutos, se puede llegar hasta diez, pero teniendo presente que en los
primeros cinco minutos habla Dios, en los cinco siguientes habla ya el hombre y en los siguientes el
demonio lo estropea todo. Y no se olvide la invitación del concilio de Trento de que se predique «cum
brevitate et facilitate sermonis»130, como si dijera: pocas palabras y poquísimos adjetivos. El Sermón

130
Concilio de Trento, Sesión V, La lectura y la predicación de la Biblia, segundo Decreto, n.11.
100
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

del monte contiene lo esencial de la vida cristiana que pronunciamos, lo que conseguimos es hacer
perder el tiempo.

Es conocido lo que le sucedió a aquel muchacho en Éfeso (cf. Hch 20,7-12), que se durmió durante un
discurso de Pablo, cayó al vacío y se mató. El accidente se resolvió con la intervención del apóstol, que
resucitó al chico. No sabemos si Pablo sacó una conclusión…De sabios es parar antes de que alguno
diga: «¡Basta ya!». Es preferible que los oyentes se queden con ganas de más, a que salgan hartos y
sin intención de volver a la iglesia.

José Aldazábal, advirtiendo sobre el peligro de «sermonerismo» de muchas de nuestras celebraciones


litúrgicas, escribe: «La liturgia pertenece no al ámbito de las realidades que terminan en -logía
(teología, por ejemplo), sino al de las que terminan en -urgia (dramat-urgia): una acción, una
comunicación total, pero también de gestos, de movimientos, de símbolos, de acciones»131.

xi. Verbalización.

LA VOZ132

Ya que los contenidos guardan una relación tan estrecha con las formas en que son transmitidos –el
cómo es tan importante como el qué-, conviene prestar mucha atención al uso de la voz en sus
distintos aspectos: volumen, tono, ritmo, pausas, «color», dicción, etc.

La voz revela a la persona; tanto es así que hasta a través del teléfono se puede intuir si una persona
es arrogante o sencilla, incluso si es fea o guapa. Se puede no compartir la opinión, pero es verdad
que la palabra constituye el medio más inmediato con el que la persona se ex-pone a sí misma y se
pro-pone. Es como una gota de agua, con solo mirarla, hace que nos imaginemos el mar.

El volumen depende de los pulmones: si es demasiado alto, hiere el oído como el papel de lija; si es
demasiado bajo, resulta soporífero.

El tono tiene que ver con el estilo: si es enfático o altisonante, fastidia; si es monótono, aburre.

Si el ritmo es demasiado rápido, dificulta la recepción del mensaje, lo mismo que si es excesivamente
lento.

131
J. Aldazábal, Gestos y símbolos, Barcelona 2003.
132
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p.46-48.
101
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La pausa, más que ser una simple parada para respirar, sirve para esponjar el discurso, subrayar
palabras clave, crear interés por lo que se va a decir, elevar el nivel de atención e incluso reprender a
algún oyente distraído.

El color o timbre de la voz puede crear un agradable pathos entre el que habla y el que escucha, y
suscitar una «sim-patía» que facilita la acogida del mensaje. Pero recuérdese que «el predicador que
no se prepara bien suele recurrir a la técnica del pathos, a las exclamaciones, a la emotividad
exagerada, todo lo cual pone de manifiesto su inseguridad» (Dietrich Bonhoeffer).

Por último, es muy importante la acústica del lugar. En la liturgia del Vaticano II la palabra no es ya
solo texto escrito, sino también audible: dicho, escuchado, comprendido. Por esto los oyentes deben
poder oír y entender con claridad. Sin embargo, raramente se estudia y planifica la acústica de las
iglesias. Y eso se nota.

En resumen, quien habla debe recordar que tiene una sola voz y, ante sí, muchos ojos y muchos oídos
de ordinario bastante exigentes. «Si dices maravillas, pero las dices mal, es como si no hubieras dicho
nada», escribió San Francisco de Sales. «Pero si dices poco y lo dices bien, has dicho mucho».

Si alguna que otra vez grabáramos nuestras predicaciones y las escucháramos, seguro que
aprenderíamos muchas cosas, o al menos nos quedaríamos admirados de…la paciencia de quienes
nos escuchan habitualmente.

LENGUAJE133

En 1940, Jerónimo Savonarola inauguró, con sus reflexiones sobre la Apocalipsis, un nuevo estilo de
predicación: «Nova et novo modo dicere», decir cosas nuevas y de un modo nuevo. Y es bien
conocido el impacto de sus palabras sobre la muchedumbre que se arremolina en las plazas de
Florencia.

No basta con hablar en español a un auditorio de hispanohablantes. Es necesario además utilizar el


mismo español que hablan los oyentes. Un buen comunicador se expresará en la lengua de su
auditorio, y en ocasiones, para dar vivacidad al discurso, no dudará en recurrir a expresiones
coloquiales o dialectales.

En los comienzos de la iglesia, la Palabra era anunciada y explicada en arameo, griego, siríaco, latín,
copto, etc. Pues hoy hemos de hacer como entonces.

133
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p.48-50.
102
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

No se puede comunicar un pensamiento moderno con un estilo ampuloso, demasiado formal. La


homilía no es una sentencia judicial, ni tampoco una lección magistral, ni por supuesto un discurso
político. Es un texto (textus, tejido) en el que se entrelazan mensajes orales (las palabras
pronunciadas), sonoros (las palabras oídas), visuales (los gestos del que habla), espaciales (los lugares
desde donde se habla), arquitectónicos (la armonía del entorno).

No siempre resulta fácil escapar a la tentación de la retórica o de la tediosa jerga para iniciados –el
«eclesiales»-, tan frecuente en boca de predicadores. Sin embargo, hay que empeñarse en ello, con el
fin de hacerse entender y evitar que alguno abandone la Iglesia harto de un lenguaje que ya no le dice
nada.

El concilio de Trento reprobó el histrionismo de no pocos celebrantes. Pero como es más fácil
desintegrar un átomo que erradicar un hábito o un tópico, como decía Albert Einstein, la costumbre
continuó mucho tiempo, tanto que, todavía a mediados del siglo XVIII, Ludovico Muratori denunciaba
la actitud de aquellos predicadores que consideraban el púlpito un escenario.

Confucio, a los discípulos que le preguntaron: «Si tuvieras que gobernar el pueblo, ¡por dónde
comenzarías?», les respondió del siguiente modo: «Por el lenguaje. No toleraría arbitrariedades en el
uso de las palabras».

CLARIDAD134
Pensar como intelectuales y hablar como la gente sencilla.

«Claridad y claridad. El que habla claro tiene el alma clara», decían Bernardino de Siena, quien como
es sabido, hablaba siempre «clarísimo». «Hablar oscuro saben hacerlo todos: hablar claro,
poquísimos», observaba Galileo Galilei. «El que habla de un modo que cuesta entenderle es enemigo
del pueblo –opinaba Lorenzo Milani-, pues hace que este se sienta ignorante». «El que escribe claro
tiene lectores; el que lo hace de un modo oscuro, tan solo comentaristas», ironizaba Albert Camus. Y
Cicerón afirmaba: «Narratio obscura totam occaecat orationem», la narración oscura oscurece todo el
discurso135.

«Que tus labios estén adheridos a la idea. En la exposición de tu discurso ha de resplandecer con
claridad el significado, sin explicaciones añadidas»136. El que sabe que es profundo se esfuerza por ser

134
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p.54-57
135
Cicerón, De oratore, Libro II.
136
Ambrosio de Milan, Carta 2,1
103
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

claro. El que quiere parecer profundo se afana por ser oscuro, sabiendo que -no exagero- muchos
consideran profundo aquello que no consiguen entender.

Cierto día, Don Bosco leyó a su madre una página escrita por él donde, hablando del apóstol Pedro,
había empleado el término «clavero». «¿Dónde está ese pueblo?», le preguntó su madre. «No es un
pueblo, madre –respondió Don Bosco-, clavero es el que guarda las llaves». «Entonces dilo así y déjate
de esas palabrejas que ni siquiera sé cómo se pronuncian».

No está prohibido, por supuesto, usar términos técnicos (como escatología, epíclesis, mistagogia,
etc.). A veces incluso pueden ser necesarios para exponer con precisión grandes verdades o para
familiarizar con lenguaje teológico. Pero entonces hay que explicarlos.

Cuando se escucha a alguien y no se consigue entenderle, es que ese que habla tampoco entiende lo
que está diciendo. «No has comprendido algo plenamente si no eres capaz de hacerlo entender a tu
abuela», sostenía Albert Einstein. «Todo aquello que se puede decir se puede decir con claridad»,
afirmaba Ludwig Wittgenstein. Un buen comunicador se hace entender sin muchas explicaciones
hasta por los niños.

Para el que transmite, el mensaje es todo lo que él piensa y dice; para el que lo recibe, es tan solo
aquello que logra entender.

Un procedimiento para facilitar la comprensión y hacerla gradual es el que se conoce como la


«escalera»: anunciar antes lo que se va a tratar después. No es un juego de palabras, sino un acto de
cortesía. «Cuando pronuncies un discurso, comenzad diciendo qué es lo que vas a explicar. Y al final,
decidle al auditorio qué es lo que habéis explicado», escribió Lee Iacocca.

Un discurso bien estructurado le ahorra al auditorio el trabajo de buscar dentro del laberinto de
palabras –una homilía puede convertirse también en esto- el hilo conductor de las ideas. Son muchos
los asistentes a conferencias, lecciones, predicaciones, etc. que han terminado agostados tratando de
encontrar el «hilo de Ariadna» del que habla la mitología clásica.

xii. Gesticulación.

LOS GESTOS137
No solo con los oídos: se oye también con los ojos

137
Vittorio Peri, La Homilía, Sígueme, Salamanca 2013, p.50-54
104
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La palabra es el medio comunicativo por excelencia, pero el cuerpo representa el instrumento


privilegiado para manifestar sentimientos y emociones. El conjunto de las expresiones o los signos del
cuerpo es un lenguaje dentro de otro lenguaje. El político senegalés Léopold Segnhor observaba: «Los
occidentales dicen: ‘Pienso, luego existo’. Los africanos, en cambio, decimos: ‘Danzo, luego existo’».

La primera impresión que recibimos nos da la persona misma que tenemos delante. Por tanto, el que
habla, si quiere que su mensaje no solo llegue a los oídos, sino además toque y encienda el corazón,
debe estar muy atento al modo de presentarse ante la asamblea.

La técnica expresiva consiste no solo en el uso adecuado de la voz, sino también en eso que Cicerón
llamaba «corporis eloquentia», el elnguaje del cuerpo. La mímica del rostro, la mirada, los ademanes,
los gestos no convencionales, el modo de caminar y movernos, la postura…son signos no verbales que
refuerzas o contradicen lo que se expresa con las palabras. Porque «el medio es el mensaje» como
afirmaba el sociólogo canadiense Marshall McLuhan. «El rostro del hombre es como una luz para
quien lo mira», escribe San Ambrosio138.

El cuerpo revela aquello en lo que de verdad se cree, aun cuando no se diga nada. «La cabeza del
Bautista –decía Primo Mazzolari- hablaba más en la bandeja que cuando estaba sobre el cuello». Hay
quien asegura que lo que se dice en la televisión es tan solo una parte mínima de lo que en realidad se
está comunicando: se transmite más y mejor por medio del modo de expresarse (voz, ritmo, etc.), las
expresiones del rostro, los movimientos del cuerpo e incluso la forma de vestir.

Los gestos de las manos, en especial, son un lenguaje muy eficaz. Su «gramática» es bien entendida
en la vida ordinaria por todo el mundo, incluso por los animales, que saben distinguir perfectamente
si una mano alzada les va acariciar o pegar.

En la liturgia, el único momento en el que el presidente puede gesticular de manera espontánea es


durante la homilía. En el resto de la celebración los gestos están en cierto modo ritualizados y, por
tanto, son sustancialmente predecibles.

Y como se comunica también con los ojos, hay que evitar tenerlos cerrados. Si para el que habla
puede ser una manera de saborear lo que dice, para el que escucha es una invitación a prestar
atención a cualquier cosa menos a aquello que se le está diciendo. Los expertos en comunicación
aconsejan dirigir siempre la mirada a los oyentes, pero no fijamente, sino como un radar, recorriendo
toda la asamblea: para captar la atención, para dar a entender que el mensaje se dirige a todos y a
cada uno, para detectar el grado de interés o de cansancio del auditorio.

138
Ambrosio de Milán, Comentario a los salmos, Salmo 43.
105
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

La mirada completa el mensaje y lo acompaña, por así decirlo, hasta el umbral del corazón. A ser
posible, debe ir acompañado por un rostro sonriente, puesto que, como enseña un proverbio chino,
«quien no sabe sonreír no debe abrir un negocio», y sobre todo porque no se puede anunciar que el
Señor es nuestra alegría con cara de funeral y con palabras que vuelan desde los púlpitos.

Los ojos permiten conocer el auditorio en tiempo real, cuando está delante. El que habla nunca puede
prescindir de las reacciones de quienes lo escuchan, si no quiere que sus palabras se las lleve el
viento. Si la gente está distraída, la responsabilidad es también del que habla, como indica el
proverbio inglés: «Si el alumno no ha aprendido, el maestro no ha enseñado».

En cuanto comunicación unidireccional, de ordinario la homilía no permite que se dé un diálogo


verbal. Por eso es necesario que el hablante entable un diálogo silencioso con los oyentes,
observando sus rostros para adivinar qué impacto están produciendo en ellos sus palabras.

El que habla hace al auditorio y el auditorio hace al que habla. Por tanto, nunca hay que
infravalorarlo. De hecho, es necesario estar siempre atentos a la onda de vuelta (lo que se conoce
como el feed-back), a la reacción que muestra el que escucha. Los ojos crean lazos, pero también
pueden levantar muros. Los ojos, pues, bien abiertos hacia el auditorio. Por muy hábiles que nos
consideremos, cada uno de los presentes siempre nos puede enseñar algo.
Por tanto, el que habla debe tener en cuenta la gramática del cuerpo, porque es «performativa»,
como muestra la experiencia del rabino paralítico que protagoniza un cuento jasídico. Este maestro
enseñaba a orar a sus discípulos como oran los judíos piadosos junto al Muro de las Lamentaciones:
saltando y balanceándose rítmicamente. Y, mientras enseñaba, se entusiasmó de tal forma que,
olvidando que era paralítico él comenzó a saltar y a danzar. «Así deben ser contados los cuentos»,
concluye Martin Buber.

xiii. Revisar la homilía y pedir aportes o crítica constructiva.

En cuanto a la revisión de la predicación ha de ser una exigencia personal por encima de todo para
poder crecer. Una autocrítica sana de la propia predicación ha de ser una costumbre después de cada
predicación. El ideal es hacerlo en diálogo con la Trinidad y María que son los primeros en querer que
aprendamos de nuestros aciertos y errores.

Si hay un equipo, grupo o comunidad que tiene la intención de ayudarse en la predicación, lo propio
es hacer reuniones de escuela de predicación para revisar las predicaciones realizadas y darse los
aportes adecuados.

106
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

El uso de grabación o audiovisual para realizar y revisar la predicación es un instrumento para


explotar.

El espíritu para vivir la revisión de la predicación ha de ser como cuando Dios pide a Moisés de
descalzarse las sandalias porque la tierra que pisa es sagrada (cf. Ex 3,1ss), o teniendo en cuenta la
humildad de la Palabra de Dios hecha carne (Cristo) que se pone en las entrañas de María y se deja
abrazar, se deja mover por sus padres con sus brazos (cf. Lc 1-2). Es la Palabra de Dios que se deja
mover por nosotros con nuestros pobres medios en la predicación, ya que la Palabra no está lejos de
nosotros, la tenemos en los labios y en el corazón (cf. Rom 10,8).

Se puede basar en unos criterios sencillos para le revisión:


 Impresión personal sobre la predicación
o positiva
o Negativa
 Contenido
o ¿cumplió el objetivo?
o ¿fueron claras las ideas principales?
 Forma
o Ideas con sus fundamentos: citas bíblicas, doctrina, etc.
o Uso de ejemplos, experiencias, chistes, frases de autores, comparaciones, etc.
o Verbalización y expresión de ideas. Construcción de frases y pronunciación
o Gesticulación (mirada, manos, postura, movimientos, etc.)
 Aportes
o Cosas que se pueden mejorar y cambiar.
o Cosas que se pueden aprovechar.

xiv. Las dificultades en la predicación y la homilía.

Podemos enumerar algunas entre muchas:

 Cuando oramos y no nos sale nada.


 Cuando oramos y tenemos la sensación de que ni a notros nos convence, pero eso es lo que
tenemos.
 Cuando no sabemos qué decir, aun teniendo algo que hemos orado y meditado.
 Cuando tenemos ideas y no hemos sacado ejemplos, experiencias, etc.
 Cuando tenemos dificultad de síntesis de muchas ideas pensadas y oradas.
 No saber centrar un objetivo y decir ideas sin objetivo.

107
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

 Tener objetivos, pero no tener ideas que apunten al objetivo.


 Tener objetivo, ideas que apuntan al objetivo pero no saber enlazarlas.
 Al empezar el tema o al finalizar, no saber cómo.
 Cuando no sentimos la unción del Espíritu, mientras predicamos.
 Cuando salimos a predicar sin orar y sin preparar la predicación.
 Al predicar muchas predicaciones en un día y en la tercera o cuarta, es más cansancio que otra
cosa.
 Se reflexiona, medita pero no se ora y la predicación es más transmitir ideas, doctrinas, etc., y
no un experiencia fresca de oración vivida por el predicador.
 Estar más centrado en el tema que en la gente, dar lo que se preparó y no ver sus reacciones
ni tampoco haber visto su necesidad previamente. Tal vez predicar algo que no necesita la
gente.
 Las muletillas.
 El tono de voz monótono.
 La falta de gesticulación y expresión.
 Frases incompletas.
 No buen uso de micrófonos.
 Usar expresiones como muletillas y que se sienten artificiales.
 Hablar de modo distinto de cómo se habla normalmente en la relación con los demás.
 La timidez o el miedo al qué dirán, qué pensarán.
 Predicar y no ver los frutos.
 Esperar quedar bien con la predicación, agradar, más que ayudar en el proceso de conversión
y santificación de las personas.
 Etc.

FRAY LUIS DE GRANADA, O.P.139

1. Mas como naturalmente suceda que nada hay sublime y grande en las cosas, que deje de ser arduo
y dificultoso; es ciertamente tan difícil este sagrado oficio, si se ejercita útil y rectamente, cuanto
tiene de digno y provechoso. Porque , siendo el principal oficio del Predicador , no solo sustentar a los
buenos con el pábulo de la doctrina, sino apartar a los malos de sus pecados y vicios: y no solo
estimular a los que ya corren, sino animar a correr a los perezosos y dormidos; y finalmente no solo
conservar a los vivos con el ministerio de la doctrina en la vida de la gracia, sino también resucitar con
el mismo ministerio a los muertos en el pecado; ¿qué cosa puede haber más ardua, que este cuidado

139
GRANADA, Fray Luis de; Los seis libros de la Rhetorica ecclesiatica o de la manera de predicar, escritos en latín por el
V.P. Maestro Fr. Luis de Granada, vertidos en español *…+, Barcelona, Imprenta de Juan Solís y Bernardo Pla, 1778, Libro
1º, Cap. IV, pp.19-20.
108
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

y esta empresa? Lidian a la verdad contra esto las fuerzas, y poder de la naturaleza caída, e infecta
con la podre del pecado original, propensa siempre a los vicios: milita también la costumbre
depravada, por no decir, envejecida de muchos y cuya fuerza es tan grande, que, como Seneca decía,
no son suficientes todas las armas de la Filosofía, para sacar del corazón una peste tan arraigada.

2. ¿Pues qué diré del mundo dado todo al demonio? ¿Qué referiré de las malas compañías, malos
ejemplos y consejos, injurias, afrentas, engaños, y lisonjas de los malvados, entre quienes
forzosamente se ha de vivir? ¿Con qué palabras podré yo declarar las fuerzas, las asechanzas de
aquella antigua serpiente, y las tentaciones y varios ardides, que tiene para dañar? ¿Acaso no está
bastantemente comprobada la verdad de lo que está escrito en el libro de Job: Aplicando su mano
poderosa, esto es, la de Dios, fue sacada la Culebra enroscada? Porque, ¿qué otra mano que la de un
Dios omnipotente era bastante para sacar fuera esta enroscada culebra, que con las vueltas de su cola
aprieta, y ahoga las almas de los pecadores? Mientras que el fuerte armado guarda su atrio ó zaguán,
si no viene otro más fuerte que él, que lo desarme y reparta sus despojos; es indecible cuan
sosegadamente guarda él su puerta y retiene sus presos: pues de tal suerte cierra y obstruye todos los
sentidos y resquicios, por donde pueda entrarles alguna luz, que por un cierto modo recóndito y
prodigioso, viendo no vean, y oyendo no oigan, ni entiendan.

3. Ni nos embaraza poco la condición de una y otra fortuna, o adversa, o prospera: pues mientras que
aquella aflige mucho, no entienden los hombres, sino lo que puede aliviar su pobreza y trabajo: como
sucedió a los hijos de Israel, oprimidos en Egipto, que no quisieron oír de la boca de Moisés las
palabras del Señor, por la angustia de los trabajos que los oprimían. Mas luego que el aire de la
fortuna comienza a soplar favorable, y viene todo a pedir de boca, se llenan de suerte los estrechos
espacios del corazón humano, que se hace sordo a casi todo lo demás. Así lo experimentó y expuso
San Agustín por estas palabras: Cuando yo contemplo a los amadores de este siglo, no sé, cuando la
predicación puede ser oportuna para curar sus almas, porque cuando tienen como prósperas las
cosas de este mundo, menosprecian con su soberbia los avisos saludables, oyéndolos como cuentos
de viejas; pero cuando los aprietan las adversidades, mas presto procuran salir de donde entonces se
angustian que tomar remedio para curarse.

4. En suma, para decir mucho en pocas palabras, es tan ardua y difícil empresa reducir al hombre de
la esclavitud de la culpa a la libertad venturosa de la gracia, que llega a decir San Gregorio: Si
atentamente consideramos las cosas invisibles, consta ciertamente, que es mayor milagro convertir a
un pecador por medio de la predicación y oración, que resucitar a un muerto. Por estas razones y
autoridades fácilmente podrá entender el Predicador, cuan grave negocio se le ha confiado , y cuan
pesada carga se impuso sobre sus hombros: y así con cuanto anhelo debe procurar no solo aplicar un
ánimo, y un estudio correspondiente a esta dificultad, sino también, y aun mucho más, con que
piedad, respeto, y humildad, debe portarse con Dios: para que la Bondad y Providencia divina, que
109
Seminario Palafoxiano
Arquidiócesis de Puebla

casi todas las cosas hace por medio de causas segundas, quiera servirse de él, como de instrumento
apto para obra tan grande. Y de aquí comprenderá también, si no busca su gloria, sino la de su Señor,
y la salud de las almas, cuanto más debe adelantar este negocio con oraciones, que con sermones:
más con lágrimas, que con letras: más con lamentos, que con palabras: y más con ejemplos de
virtudes, que con las reglas de los Retóricos.

e. La práctica y ejercicio de la predicación y la homilía.

Predicar es un arte que implica una práctica y un ejercicio. Es el trabajo de practicarlo y ejercitarlo,
que apunta a disponerse para que Dios pueda hablar por medio nuestro.

Después de cada predicación siempre habrá algo que mejorar y corregir, algo que trabajar porque el
medio que Dios usa para salvar es humano, lleno de imperfecciones y defectos. Practicar y ejercitar la
predicación pide una carga grande de humildad porque Dios es quien usa el instrumento. Es como
Jesús que usa 5 panes y dos peces para dar de comer a la multitud de personas hambrientas. Es como
el milagro de Jesús cuando convierte el agua en vino, donde pide Jesús de llenar las tinajas de agua
hasta el borde (cf. Jn 2,1ss.). Siempre tendremos la sensación de que todo lo que hagamos no es
suficiente para lo que Dios pretende por medio de la predicación.

110

Вам также может понравиться