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Intertextualidad y paralelismo entre el Popol Vuh y la Biblia

Las siguientes consideraciones sobre el concepto de “intertextualidad” son de interés para


la discusión que sigue. Marchese y Forradelas han sugerido definirlo, siguiendo a M.
Arrivé, como “el conjunto de las relaciones que se ponen de manifiesto en el interior de un
texto determinado,” las cuales lo acercan “tanto a otros del mismo autor como a modelos
literarios explícitos o implícitos a los que se puede hacer referencia” (217). En este sentido
es especialmente relevante el uso que le da al término Julia Kristeva, para quien “todo texto
se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro
texto”. Y por su parte, Barthes ha propuesto que todo texto sea leído como un “intertexto”
puesto que “otros textos están presentes en él, en estratos variables, bajo formas más o
menos reconocibles; los textos de la cultura anterior y los de la cultura que lo rodean; todo
texto es un tejido nuevo de citas anteriores” (citado en Marchese y Forradelas 217).

Todo texto, entonces, puede verse como el resultado de las relaciones explícitas o
implícitas con otros textos. De señalar esas relaciones entre los textos del Popol Vuh y la
Biblia es que nos encargaremos en adelante. Asimismo, en el desarrollo de este trabajo se
señalarán ciertos aspectos de paralelismo entre la Biblia y el Popol Vuh. Sobre este
concepto, Roman Jakobson, ha sugerido que “son las unidades semánticas de distintas
capacidad las que organizan en primer lugar las estructuras paralelas [...] el paralelismo de
unidades unidas por similaridad, contraste o contigüidad influye activamente en la
composición de la intriga, en la caracterización de los sujetos y objetos de la acción, en el
enfilado tema de la acción” (112). Aunque el paralelismo que deseamos examinar atañe
más a las unidades semánticas compartidas por dos textos, la observación de Jakobson nos
parece igualmente válida para este caso. Por lo tanto, en lo que sigue nos encargaremos de
señalar tanto el paralelismo conceptual como las relaciones de intertextualidad entre los
textos del Popol Vuh y la Biblia.

Comenzaré por señalar que en el manuscrito del Popol Vuh no incluye divisiones en partes
ni capítulos. Sin embargo, algunos traductores y estudiosos, entre ellos Brasseur de
Bourbourg y Adrián Recinos, acostumbran dividir la obra en cuatro partes. De acuerdo con
este criterio, la primera división temática consta de once capítulos y se inicia con la
descripción del estado de cosas antes de la Creación:

Todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la
extensión del cielo... No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces cangrejos,
árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques; sólo el cielo existía... Solamente
había inmovilidad y silencio en la obscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador,
Tepeu, Gucumatz, los progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. (Popol 91)

Aunque expresados en distinto orden y con diferentes palabras, podemos apreciar aquí un
evidente paralelo semántico y explícita intertextualidad con el primer capítulo del Génesis
de la Biblia judeo-cristiana. Nótense los siguientes versículos: “En el principio creó Dios
los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la
faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la Faz de las aguas” (Gén.1.1-2).
La idea del estado de cosas antes de la creación es la misma y refleja la vacuidad de un
universo donde solo existen los dioses y Dios en las aguas y sobre la faz de las aguas,
respectivamente. Sin embargo vale la pena señalar que la posición de los dioses del Popol
Vuh en el momento de la creación es diferente de la posición del espíritu de Dios al
momento de iniciarla. El espíritu del Dios bíblico se movía sobre la faz de las aguas, quizá
para indicar su supremacía; en el Popol Vuh en cambio, los dioses estaban en el agua,
rodeados de claridad. La posición de los últimos parece definir su ubicación al mismo nivel
de las aguas, no por encima de ellas. Otra diferencia importante es el estado de las cosas
antes del acto de la creación. En la Biblia se menciona una situación de caos, a diferencia
de la situación de calma y quietud en el texto maya. Es importante señalar estas diferencias
porque son elementos que habríamos de tomar en cuenta al considerar la posible influencia
del padre Ximénez al copiar y/o traducir el material..

Otro paralelo por semejanza se nota en la creación del universo. Obsérvese el siguiente
fragmento:

¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe (el espacio)!, Que
surja la tierra y que se afirme!...¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra!... Así
fue en verdad como se hizo la creación de la tierra: - ¡Tierra!, dijeron y al instante fue
hecha.(Popol 91)

Patricia Henríquez, en su ensayo “Oralidad y teatralidad en el Popol Vuh,” afirma que “el
Popol Vuh comienza con la creación de una atmósfera en consonancia con la situación que
se desarrollará: el génesis del universo. La descripción inicial busca la grandiosidad y la
belleza, propias del arte del espectáculo...” (50). Esta valoración podría aplicarse también al
texto bíblico, con un tono imperativo y un tipo de expresión similar en los dos primeros
capítulos del Génesis: “Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe
las aguas de las aguas.” (Gén.1.6)

Al respecto, muy acertada nos parece la observación de José Ignacio González Faus, quien
tanto en la concepción del acto de la Creación del universo como en la del hombre,
encuentra en el Popol Vuh y en la Biblia aspectos que obedecen a una lógica ambiental y
cultural de sus respectivos pueblos. Referente al acto de la creación González Faus
establece un acercamiento entre los textos, mencionando como punto común la prioridad de
las aguas. Para él, este aspecto en el Génesis parece haber sido importado del mundo
mesopotámico, a diferencia del Popol Vuh, en el que probablemente fue motivada por su
geografía ambiental.

Según Rafael Girard, la diferencia fundamental consiste en que la creación del universo en
el texto indígena se inicia “con la fijación de los límites y dimensiones del cosmos
distribuidos en dos planos cuadrangulares superpuestos: cielo-tierra, cuyos lados, ángulos,
distancias y puntos básicos quedaron determinados de una vez y para siempre” (24). Otra
diferencia muy importante es que la visión quiché de la creación del universo involucra a
una pluralidad divina: el Creador, el Formador y los Progenitores; en cambio en la Biblia la
obra es esencialmente realizada por un sólo demiurgo.
En otro ámbito incluido en las dos narrativas, las respectivas historias de la creación del
hombre presentan notables similitudes así como contrastes muy interesantes. Básicamente
en los dos textos el barro se menciona como materia prima [3]; sin embargo en la historia
quiché, los resultados de este primer intento no son satisfactorios, debido a que las creaturas
así formadas no eran capaces de exaltar o alabar a sus creadores. Por esta razón, fueron
necesarias dos tentativas adicionales, creándose primero un hombre de palo y finalmente
uno de maíz.

En relación con la materia de la que el hombre fue creado González Faus afirma:

El hombre es creado de maíz, no de barro como en el Génesis. La lógica subyacente parece


ser que el hombre se alimenta sobre todo de maíz: luego, ¡De eso debe estar hecha su
carne!. [...] La lógica que domina en el Génesis 2 no es esa, sino la de la poquedad del
hombre: fue hecho de barro porque es tierra (adaniah); y por eso su castigo consistirá
simplemente en que “vuelvas al polvo del que naciste” (Gén. 3, 19) Dos acentos diferentes
y dos lógicas complementarias.

Por su parte, al comentar las fallidas tentativas iniciales de crear al hombre según el
PopolVuh, Margaret Mclear hace un señalamiento que dentro de este contexto es de
especial interés por el significado ético que ella le atribuye:

As it turns out the stories do not point out to the failure of the gods to make man, but the
imposibility for man to be exclusively a glob of mud, a piece of wood, or a mere brute. In
others words, the stories explain what man is not to be. (39)

La interpretación de McClear trae a luz un tipo de intertextualidad que quizás no sea tan
explícita como en los casos anteriores. Según la teleología del Popol Vuh, el hombre debe
ser sensible, con corazón y alma suficientemente generosos como para ser agradecidos y
amorosos con sus creadores y sus semejantes. De ahí que los muñecos de palo fueran
destruidos, por no ser sensibles, por no tener corazón y por lo tanto no ser obedientes. En la
Biblia se enfatiza igualmente la obediencia, y los primeros descendientes de Adán fueron
destruidos por la misma causa, la falta de sensibilidad a la palabra de Dios. En ambos textos
se menciona la muerte de los hombres desobedientes mediante un diluvio, aunque en el
pasaje quiché se agregan también otras formas de muerte de los hombres de palo. En los
dos casos la muerte es primero que nada una manifestación del castigo divino.

Como bien señala González Faus, una importante diferencia entre las dos historias sobre la
creación del hombre radica en que en el Popol Vuh, no es un solitario Adán sino cuatro
individuos los que reciben el don de la vida. A esta observación habría que agregar, como
se indicó anteriormente al hablar de la creación en general, que en el texto indígena la
creación es una obra de colaboración entre varios demiurgos, en contraste con la versión
estrictamente judaica de la Biblia, en la que el hombre es la creación de un solo Dios.
Naturalmente, la interpretación cristiana aporta la posible participación de otras personas
divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) [4], aludidas por el uso del plural: “Entonces dijo
Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza;...” (Génesis 2)
Esta última interpretación nos permitiría afirmar que en ambos casos la creación del
hombre es el resultado de una decisión colectiva. En el caso del Popol Vuh, Girard sugiere
que los dioses creadores no existen como tales sin la integración perfecta (28, 30). Para él,
la integración del septemvirato (Tzakol, Bitol, Alom, Cajolom, Tepeu, Gucumatz, y
Corazón del cielo o Cabahuil ilustra el concepto monoteísta indígena fundado en la
pluralidad dentro de la unidad, el mismo principio que rige el organismo comunal donde el
individuo no existe, sino en tanto que miembro de su comunidad, como parte integrante y
necesaria de un todo. (33)

Igual que en la Biblia, en el Popol Vuh los sucesos obedecen a un plan divino que en
opinión de Patricia Hernández, “demanda ciertos requerimientos rituales y conductuales,
tanto a escala individual como colectiva”(2). Hernández agrega que: “la civilización Maya
Quiché desciende de los dioses, y sus líderes políticos, sociales y religiosos son los
ancestros de toda la comunidad social. De ahí que se requiera de un medio que mantenga
vivo, actualizado y vigorizante esa unión divina y humana”(2). En el génesis de la
humanidad descrita en los dos textos sagrados se observa esa relación entre lo divino y lo
humano, entre el creador y lo creado.

La parte segunda del texto indígena, según la división propuesta por Recinos, comprende
catorce capítulos; además de ser la más extensa generalmente se la considera “la más
novelesca” (Acevedo 28). Así como en el Génesis, aparece aquí la genealogía de los
primeros seres vivientes. En la Biblia se detalla la descendencia de Adán, y después del
diluvio la de Noé; en el Popol Vuh se presenta la genealogía de los gemelos Hunahpú e
Ixbalanqué, hijos de Hun-Hunahpú, quien fue a su vez engendrado por Ixpiyacoc e
Ixmucané. En esta misma parte encontramos la alusión a los caminos que el hombre tiene
opción de seguir en su vida y de lo cuidadoso que debe ser al escoger, pues un error lo
puede llevar a la muerte, como le sucedió a Hun-Hunapú y Vucub -Hunapú, quienes
escogieron el camino negro: “De estos cuatro caminos uno era rojo, otro negro, otro blanco
y otro amarillo. Y el camino negro les habló de esta manera: -yo soy el que debéis de tomar
porque yo soy el camino del Señor” (121).

Esta situación evoca su contraparte en Génesis 3.1-6, aunque en este otro pasaje no es el
árbol del bien y del mal (= el camino negro), sino la serpiente la que promete: “No
moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y
seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” En realidad, los temas del libre albedrío y la
tentación, emergen en otros pasajes bíblicos. Por ejemplo, en Jeremías 6.16, Jehová invita a
los hombres a detenerse en los caminos y a preguntar por las sendas antiguas que
representan el buen camino. Naturalmente, la invitación incluye el seguimiento del camino
del bien. Más familiar quizás es la analogía de las dos sendas o puertas (Mateo 7.13-14) que
conducen al bien o al mal: una ancha y otra angosta. La primera nos lleva a la perdición; y
la angosta a la vida eterna.

En esta misma segunda parte del Popol Vuh nos encontramos con una referencia a cierto
árbol cuya fruta estaba prohibida comer; es imposible no apreciar su cercanía temática con
el árbol del bien y el mal del Génesis bíblico:

A juicio de aquellos, la naturaleza de este árbol era maravillosa, por lo que había sucedido
en un instante cuando pusieron entre sus ramas la cabeza de Hun-Hunapú. Y los señores de
Xibalbá ordenaron: --¡Que nadie venga a coger de esta fruta! ¡Que nadie venga a ponerse
debajo de este árbol! (Popol 133)

En capítulos posteriores se narra la experiencia de Ixquic, quien es precisamente la hija de


uno de los señores de Xibalbá, en términos claramente similares a la primigenia
desobediencia de Eva en el Edén bíblico. Ixquic desatiende la orden de su padre de no
acercarse al árbol, y tentada por la prohibición va en busca de los frutos, que en realidad
son calaveras. Es imposible evadir la similitud con la correspondiente descripción del
pecado original en la tradición hebrea, según la cual Eva desobedece la prohibición de
comer el fruto del árbol de la ciencia, del bien y del mal (Gen.3.6).

La experiencia de Ixquic incluye otros elementos que durante siglos han permanecido
asociados en la cultura cristiana con personajes sobresalientes en la narración bíblica. Las
circunstancias de la desobediencia conducen a una concepción sobrenatural. Una de las
calaveras dialoga con la joven, y le dice que extienda la mano para tomar las “frutas.”

En este instante la calavera lanzó un chisquete de saliva que fue a caer directamente en la
palma de la mano de la doncella. Miróse ésta rápidamente y con atención la palma de la
mano, pero la saliva de la calavera ya no estaba en su mano.

--En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia (dijo la voz del árbol) ... (Popol 134)

Meses más tarde, ésta es la respuesta de Ixquic cuando es cuestionada por su padre respecto
a su preñez: “--¿De quién es el hijo que tienes en el vientre, hija mía? Y ella contestó: --No
tengo hijo, señor padre, aún no he conocido varón” (136).

Aunque corresponde a circunstancias más trascendentales, la misma sorpresa se trasluce en


el diálogo que transcribe el evangelista Lucas (1.34): “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo
será esto? Pues no conozco varón.”

Como un ejercicio meramente especulativo, es válido aventurar algunas reflexiones sobre la


simbología de la intertextualidad que estamos describiendo. De una forma un poco extraña,
las historias de dos mujeres extraordinariamente relevantes en el texto bíblico, Eva y María,
parecen fundirse en Ixquic, quien representa a la vez la desobediencia y la redención. En
Ixquic, Eva es la misma María. Si en la historia bíblica la preñez de María obedece a la
voluntad de Dios de usarla como medio para hacerse presente en la tierra a través de su hijo
y así redimir a la humanidad, en el Popol Vuh, la preñez de Ixquic según la interpretación
de Girard “ejemplifica el doble misterio de la concepción humana y de la germinación de
las plantas (los gemelos asumen más adelante la función de dioses de maíz), asociándose en
esta ocasión, por primera vez, los conceptos inseparables de fecundidad humana y fertilidad
de la tierra, típicos de la cultura maya- quichés” (Girard, Fuente histórica, 109). En la
historia bíblica Jesucristo es Dios encarnado en hombre, y como ente divino se comporta
santamente, de modo que su conducta sirve de modelo. Hunapú e Ixbalamqué, los hijos
concebidos por Ixquic, engendrados por los Ahpú mediante el chisquete de saliva,
representan la continuación generacional de una familia que encarna el bien, la moral, lo
correcto, en resumen, lo santo.
En la tercera parte (diez capítulos) se describe el tercer y definitivo intento de la creación
del hombre, esta vez hecho de maíz. Los nombres de los primeros seres humanos fueron
Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah, e Iqui-Balam. Éstos fueron dotados de tanta
inteligencia y tanta capacidad que en muchos aspectos eran como sus creadores. Por ello,
como precaución, los dioses cambiaron la naturaleza de sus creaturas, echándoles un vaho
sobre sus ojos para hacerlos inferiores. (Popol 107) Esta misma percepción de la
inclinación humana hacia la soberbia y el auto-engrandecimiento, es la razón por la que
Jehová decide confundir las lenguas de los edificadores de Babel:

Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y
hagámonos un nombre... (Gén.11.4)

Ahora, pues, descendamos y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el
habla de su compañero. (Gén. 11.7)

Obviamente, la misma aprensión se percibe en la prohibición de comer del fruto del árbol
de la ciencia, del bien y del mal (Gén. 2.16-17) En este respecto, es válido concluir que al
comparar la versión bíblica con la versión quiché, se puede observar que en ambos el
creador y los creadores respectivamente prefieren establecer límites y asegurar su
supremacía sobre el género humano.

Para finalizar esta aproximación a las coincidencias temáticas entre el texto bíblico y el
Popol Vuh, vale la pena echar un vistazo a otras situaciones o episodios que ameritarían un
futuro y más detallado examen.

1. En el capítulo tres se describe así la creación de las esposas de los hombres de maíz:

Entonces existieron sus esposas y fueron hechas sus mujeres. Dios mismo las hizo
cuidadosamente. Y así durante el sueño, llegaron, verdaderamente hermosas, sus mujeres,
al lado de Balam'Quitzé, Balam'Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. Allí estaban sus mujeres,
cuando despertaron, y al instante se llenaron de alegría sus corazones a causa de sus
esposas. (Popol 91)

De manera semejante dio mujer Jehová a Adán, mientras éste dormía. En ambos casos la
creación de la mujer parece obedecer al designio de proporcionarle al hombre una
compañera, para asegurar su reproducción y prolongación de la especie. En ambos textos la
mujer es creada después del hombre, lo cual tiende a motivar discusiones sobre las
connotaciones sexistas de los dos textos.

2. La confusión de lenguas, aunque por distintas razones, es otra tema común en los dos
textos. En el capítulo XI de Génesis se narra la forma en que los descendientes de Noé,
después de salir de oriente y de haberse establecido en Sinar decidieron edificar “una
ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo” (v. 4). Habiendo considerado esta
iniciativa como una necedad de los hombres, Jehová decidió confundir su lengua y
esparcirlos por toda la faz de la tierra. El mismo éxodo y la necesidad de establecerse en
una ciudad y la confusión de lenguas son también elementos presentes en el Popol Vuh.
3. Otra semejanza de interés corresponde al milagro de la separación de las aguas, en el
caso de la Biblia, para dar paso al pueblo judío, que después de escapar de Egipto iba en
busca de la tierra prometida, y en el éxodo del pueblo quiché, que también tuvo que cruzar
el mar. A ambos pueblos se los describe en un contexto de aflicción y sufrimientos.[5]

4. La estrella que guió a Balam-Quitzé, Balam-Acab, Muhucutah e Iquí-Balam es descrita


de forma similar a la estrella que marcó la ruta de los reyes Magos hacia Belén de Judea, en
busca del recién nacido Jesús (Mat. 2.9-11). También los eventos que se describen
presentan una notable similitud:

Grandemente se alegraron Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam cuando


vieron la estrella de la mañana. Salió primero con la faz resplandeciente, cuando salió
primero delante del sol. Enseguida desenvolvieron el incienso que habían traído desde el
oriente y que pensaban quemar y entonces desataron los tres presentes que pensaban
ofrecer. (Popol 211)

5. Dada la naturaleza histórico-religiosa de el Popol-Vuh, puede decirse que este elemento


no podía faltar: En la tercera parte encontramos varias manifestaciones de alabanzas e
invocaciones semejantes a las de los salmos bíblicos: “¡Oh tú, Tzacol, Bitol! ¡Míranos,
escúchanos! ¡No nos dejes, no nos desampares, oh Dios que estás en el cielo y en la tierra,
Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra!” (193).

6. La cuarta y última parte del Popol Vuh, conformada por doce capítulos, narra la
dispersión de los descendientes de los hombres de maíz por el territorio quiché (50). Aquí
también se destaca la victoria del dios Tohil, lograda con la mediación de sus sacerdotes y
sacrificadores. Como paralelos con los pasajes bíblicos reconocemos sólo algunas
invocaciones similares a las de los salmos, del mismo tono que el ejemplo citado
anteriormente.

Hay pues notable evidencia sobre la relación intertextual y paralelística entre los textos de
la Biblia judeocristiana y el Popol Vuh, pero es también significativa la existencia de
importantes diferencias en las respectivas historias de la creación. Estas diferencias son
quizás la clave más importante que tenemos para dar respuesta a la interrogante de si los
transcriptores y traductores originales alteraron la versión primigenia del Popol Vuh en
respuesta a presiones ideológico políticas de las instituciones dominantes en aquella época.
Entre esas diferencias importantes debemos considerar nuevamente la concepción explícita
de una pluralidad divina, junto con elementos símbólicos como el estar los dioses en las
aguas y no sobre ellas en el momento crucial de la creación, o la referencia indirecta a la
falibilidad de los creadores. Recuérdese que éstos necesitaron al menos tres intentos hasta
la formación de los hombres de maíz, creados para dar sustento a los dioses, en lugar de ser
éstos los proveedores de sus creaturas. Todo ello definitivamente contribuye a perfilar a
unos dioses dependientes e imperfectos en muchos aspectos y sin el carácter omnipotente
del Dios bíblico. Puesto que no se trata de diferencias despreciables en su valor teológico,
parece razonable aceptar que en conjunto alejan la posibilidad de que el Popol Vuh hubiese
sido alterado simplemente para adaptarlo a la visión cristiana de los conquistadores.

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