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Las causas de la migración internacional en la región centroamericana*

Introducción
Actualmente, no se puede sostener que solo un factor es el causante de la migración y, en general, de la movilidad
humana. La multicausalidad de los procesos migratorios adquiere especificidad espacial y temporal en cada país de origen,
tránsito y destino. En los últimos años, en los países de Centroamérica, especialmente en los denominados del Triángulo
Norte (El Salvador, Guatemala y Honduras), se han producido cambios en la vida social y en las condiciones ambientales
que, sumados a las condiciones estructurales e históricas de sus economías, forman un conjunto de factores que impulsan
de forma más acentuada la migración internacional. A las condiciones de desigualdad, pobreza y falta de empleos, se
suman el escalamiento de la violencia que se vive en gran parte de los territorios de los tres países ya mencionados.
Igualmente, factores de tipo ambiental, como huracanes y sequías, y geológicos, como terremotos, entre otros, también
contribuyen a que las personas en riesgo decidan migrar. Sin embargo, a pesar de esta multicausalidad, los factores
económicos y la violencia, especialmente en esos tres países, son los principales impulsores de la migración y han
conformado contextos de mayor vulnerabilidad y riesgos para las personas migrantes.
¿Qué es la migración?
Desde la antigüedad, el ser humano ha estado en constante tránsito. Algunas personas se desplazan en busca de trabajo
o de nuevas oportunidades económicas, para reunirse con sus familiares o para estudiar. Otros se van para escapar de
conflictos, persecuciones, del terrorismo o de violaciones o abusos de los derechos humanos. Algunos lo hacen debido a
efectos adversos del cambio climático, desastres naturales u otros factores ambientales.
En la actualidad, una gran cantidad de personas vive en un país distinto de aquel donde nacieron, el mayor número hasta
ahora. En 2019, el número de migrantes alcanzó la cifra de 272 millones, 51 millones más que en 2010. Los migrantes
internacionales comprenden un 3,5% de la población mundial, cifra que continúa en tendencia ascendente comparándola
con el 2,8% de 2000 y el 2,3% de 1980.
¿Quién es un migrante?
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) define a un migrante como cualquier persona que se desplaza o
se ha desplazado a través de una frontera internacional o dentro de un país, fuera de su lugar habitual de residencia
independientemente de: 1) su situación jurídica; 2) el carácter voluntario o involuntario del desplazamiento; 3) las causas
del desplazamiento; o 4) la duración de su estancia.
Las causas profundas de la migración en Centroamérica
En las décadas 1970 y 1980 la migración en los países centroamericanos se impulsó preponderantemente por la
inestabilidad política, para luego dar paso en los años noventa a una nueva época en que los factores económicos se
constituyeron en el principal incentivo de los movimientos migratorios internacionales. Actualmente, la región aún
experimenta grandes movimientos migratorios, con más de cien mil personas de origen centroamericano que ingresan
cada año a Estados Unidos, muchas de ellas de forma irregular (Orozco y Yansura, 2015: 48).
En Centroamérica hay una confluencia de factores que impulsan la migración. En las dos últimas décadas se ha hecho
referencia al impacto creciente de la violencia y la inseguridad, pero las causas económicas persisten (Programa Estado
de la Nación, 2016). La situación se agrava por los desastres ocasionados por fenómenos naturales y sus efectos de
mediano y largo plazo, a los que se suman los daños a cultivos, como el café, por plagas y enfermedades que han diezmado
su producción. Así, estos factores no sólo afectan a las personas, sino que también se han incrementado las
vulnerabilidades social y ambiental que se expresan en fragilidad, inseguridad, inestabilidad e incertidumbre para amplios
sectores de la población (Canales y Rojas, 2018).
Según los diagnósticos para la región, esta situación se agudiza en los países donde los sistemas políticos “no están
logrando dar respuestas satisfactorias a las demandas de representación, participación, transparencia, justicia y, en
general, a las expectativas de bienestar y desarrollo de la población” (Programa Estado de la Nación, 2016: 65). A estas
circunstancias se agregan el impacto de las redes sociales y determinados aspectos culturales que incentivan la migración.
Sin embargo, son las condiciones económicas y la violencia, en sus diversas manifestaciones, los principales factores que
obligan a las personas en Centroamérica a migrar desde los lugares donde viven a otras regiones del mismo país, a otro
país de la región, o a otros países fuera de la región.
Bajo nivel de desarrollo económico, desigualdad y pobreza
El nivel de desarrollo es uno de los factores estructurales impulsores de la emigración. Si se analizan los datos del Producto
Interno Bruto (PIB) por habitante en Centroamérica, es notorio el contraste entre los países con altas tasas de emigración
y los que son reconocidos como de inmigración. En 2015, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua tuvieron en
promedio un PIB por habitante de 2.7 mil dólares, mientras que Panamá y Costa Rica tuvieron en promedio 10.1 mil
dólares.[1] Por otra parte, si se hace una distinción entre el periodo anterior y el posterior a la crisis de 2009 (2004-2008
y 2010-2013), lo que se evidencia es que, en el segundo periodo, conocido como de recuperación, no se alcanzaron las
tasas de crecimiento económico del primero (Programa Estado de la Nación, 2016: 168). En dicho periodo, Honduras y El
Salvador registraron las más bajas tasas de crecimiento de la región, con tan solo 1.8% en cada país. Para Orozco y Yansura
(2015: 20), no es coincidencia que éstos sean los países con los índices de violencia más altos de la región.
La desigualdad es otro de los factores de expulsión de migrantes. Distintos estudios, como los citados en este texto,
coinciden en afirmar que la desigualdad constituye uno de los mayores desafíos para los países de Centroamérica. Para su
medición se recurre al índice de Gini o a la distribución (en deciles o quintiles, por ejemplo) de la población según el
porcentaje del ingreso nacional total que reciben. De acuerdo con este último método, en la región se evidencian
desigualdades extremas. Por un lado, 20% de la población que se ubica en el quintil I percibe entre 2.4% y 5.2% del ingreso
total nacional,[2]mientras que, por el otro lado, 20% de la población en el quintil V percibe entre 49.4% y 59.8% de dicho
ingreso.[3] Si se revisan los datos desde el año 2000, no se observan mayores variaciones en la distribución en países como
Guatemala y Honduras, los dos países donde la desigualdad de ingresos es especialmente pronunciada. En Guatemala, la
población del quintil V percibía 58.9% y 59.8% del ingreso nacional en 2002 y 2014, respectivamente. En Honduras, el
mismo quintil poblacional percibía 61.6% y 59.6% del citado ingreso en 2001 y 2013, respectivamente.
En cuanto a la pobreza, el Programa Estado de la Nación ya citado señala que es uno de los males crónicos de la región,
en particular en los países de emigración. Según este informe regional, se ha estimado que, en 2013, 21 millones de
personas (47%) del total de habitantes de Centroamérica se encontraban bajo la línea de pobreza, y ocho millones (18%)
en indigencia. Igualmente, si se analizan las series históricas que publica la CEPAL en su página electrónica, se puede
constatar que desde la década de 1990 esta situación es característica para la región y que son pocas las variaciones que
se han registrado. Si bien hay mejoras en la incidencia de la pobreza en algunos de los países que la integran, en la mayoría
ésta sigue siendo significativa.[4] Por lo mismo, Costa Rica y Panamá, países receptores de migrantes, contrastan de
manera notoria con el resto de la región. El caso más contrastante y preocupante es el de Honduras y, en menor medida,
Guatemala, donde la pobreza aumentó en este periodo.
Al hacer un análisis por hogares, se observa que seis de cada diez hogares centroamericanos viven en situación de pobreza
(2014).[5] Si se desglosa por zona de residencia, la incidencia es más severa en las áreas rurales que en las urbanas,
inclusive en países donde los niveles de pobreza en la región son menores como en Costa Rica. En Nicaragua, Honduras y
El Salvador, la pobreza no sólo está más generalizada en los hogares rurales, sino que los niveles son considerablemente
mayores. En las zonas rurales de Nicaragua, por ejemplo, 94% de los hogares son pobres mientras que en las zonas urbanas
la proporción es de 68.5%; en Honduras, por su parte, los porcentajes son de 84% y 79%, respectivamente; y en El Salvador
la incidencia de la pobreza afecta a 79% de los hogares rurales y a 53% en los urbanos.
Violencia y criminalidad
En su estudio comparativo en El Salvador, Guatemala y Honduras, con información de 900 municipalidades, Orozco y
Yansura (2015) encontraron que las comunidades de emigración son las de más alta población y en donde ocurre la
mayoría de los homicidios en cada país. En Honduras, por ejemplo, según su estudio, cerca de 90% de los homicidios
ocurre en estas municipalidades.
Si bien en todos los países centroamericanos hay registros de violencia y criminalidad, los contrastes entre Honduras, El
Salvador y Guatemala con el resto de la región son alarmantes (véase la gráfica 2). En los tres países mencionados, pero
en particular en los dos primeros, la magnitud de la violencia, medida por la tasa de mortalidad por muertes violentas
(homicidios), es tan elevada que los ubica entre los más violentos a nivel mundial.
Según el balance de una década (2006-2016) de Hazel Villalobos (2017), a propósito de los 20 años de la firma de los
Acuerdos de Paz en Centroamérica, a pesar de no existir un conflicto armado declarado, la región se cataloga como una
de las más violentas en el mundo.
En el caso de El Salvador, por ejemplo, la tasa de homicidios en 2015 superó los registros históricos al sobrepasar los 100
homicidios por cada 100 000 habitantes. El repunte de la violencia en El Salvador a partir de 2012 hasta alcanzar 103
homicidios por 100 000 habitantes en 2015 rompió la tendencia de todos los países de la región centroamericana y lo
ubicó como uno de los más violentos del mundo. En 2016, dicha tasa bajó a 81, pero aún es la más alta de la región. En el
caso de Honduras, el valor de las tasas descendió en los años recientes de 91 a 60 homicidios por 100 000 habitantes; sin
embargo, este valor se ubica por encima del promedio regional y de muchas regiones del mundo. En el caso de Guatemala,
los valores descendieron en la última década de alrededor de 45 a 27 homicidios por 100 000 habitantes, con lo que se
ubica al país en el tercer lugar de mayor violencia en la región (véase la gráfica 2).
En el estudio Crimen y violencia en Centroamérica (Banco Mundial, 2011, citado en el Programa Estado de la Nación, 2016:
286) se identificó que los factores que incentivan el crimen y la violencia en la región son: 1) el tráfico de drogas, 2) la
violencia juvenil y las pandillas, 3) la masiva disponibilidad de armas y 4) la debilidad de los sistemas de administración de
justicia. Según dicho estudio, entre estos factores, el narcotráfico puede contribuir con una explicación sólida al
incremento inusitado del tipo de violencia de los últimos años, debido a su incidencia en la mayor circulación de armas y
la profundización en la fragilidad de las instituciones judiciales. Esto último debido a la corrupción, que agudiza aún más
la posibilidad de frenar la violencia y contrarrestar la acción del crimen organizado (Programa Estado de la Nación, 2016).
Otras formas de violencia que pueden ser identificadas, son las perpetradas por las pandillas o “maras”, de las que se
estima hay 900 en Centroamérica integradas por 70 000 miembros. Entre los delitos cometidos por estos grupos se
incluyen extorsiones, asaltos, secuestros y participación en casos de violencia extrema, lo que incrementa el temor de la
población (Muggah y Stevenson 2008, citado en Programa Estado de la Nación, 2016).
Conclusiones
En el último cuarto de siglo, los factores que provocan la emigración en la región centroamericana transitaron de un
contexto de conflictos políticos y precaria situación económica, a uno en el que aspectos como la pobreza y la desigualdad
social que afectan a amplios sectores de la población se combinan con otros como el escalamiento de la violencia
perpetrada por distintos actores, en especial en Guatemala, Honduras y El Salvador. Este tipo de factores no sólo provoca
emigración, también propicia condiciones de mayor riesgo y vulnerabilidad debido al carácter forzado de la salida.
Así, la migración centroamericana, particularmente la que proviene de los tres países del norte de la región, continuará y
prevalecerán modalidades de movilidad forzada, así como condiciones de vulnerabilidad y riesgo mientras no cambien
algunas de las principales causas que ocasionaron la emigración en las dos últimas décadas. Es imperativo un cambio en
el enfoque de la política migratoria de los países de la región, entre ellos los de tránsito y de destino, que contribuya a la
protección efectiva de las personas migrantes, que ponga el acento en su seguridad y en la facilitación de procesos, tanto
migratorios como de protección internacional, y no en la contención migratoria que deriva en detenciones y deportaciones
que exacerban la exposición a los peligros y a la precariedad.

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