Un día de primavera, alguien lo vio llegar al muelle de Niebla, era alto y su
largo pelo cano iba recogido en un grueso moño, lucía unos gastados pantalones de cotelé, gruesos bototos de suela claveteados y una parka azul algo desteñida, sobre su hombro, un talego de marino que presumiblemente contenía ropa. Se quedó en el muelle contemplando el ajetreo de las lanchas de pasajeros y las embarcaciones pesqueras. Su persona irradiaba tranquilidad. A una mujer que venía de la Isla del Rey a vender tortillas de rescoldo a los pasajeros de las lanchas, le compró dos panes, pagándolos con monedas que se rebuscó en los bolsillos. El día era esplendoroso y la tarde se fue arrimando al balneario dibujando en el cielo como el trazo de un pintor las borrosas figuras de pelícanos y albatros que pausadamente rumbeaban a sus dormideros mientras la brisa traía aromas de yodo y de esencias de la vida que vienen de mar adentro . Las luces del muelle se fueron encendiendo y los últimos pescadores se retiraban a sus hogares o al boliche. El viejo se paseó por el lado de la playa y tras una piedra, alivió las ganas de orinar, de uno de sus bolsillos extrajo un ajado cigarrillo, lo rompió y con el tabaco cargó una ostentosa pipa. Volvió al muelle, se sentó en un escaño y disfrutó del tabaco asta consumirlo, sacó del talego un viejo saco de dormir y enfundándose en él, se quedó dormido. Al día siguiente lo vieron merodear por la caleta, la playa grande y la plazuela, su rostro demostraba que lo que veía, le complacía y bajo el agradable solcito y sin apuro, regresó al muelle, en ese momento atracaba una lancha cargada con mallas de choritos que era esperada por un camión, no se veían cargadores a la vista y el dueño del camión indicándole con el dedo casi le ordenó que empezara a descargar. El viejo ágilmente a pesar de los años, se quitó la parka y empezó a trabajar. Terminada la pesada labor, el dueño del vehículo le extendió algunos billetes y este los guardó en uno de sus bolsillos, tomó su saco y se dirigió al restaurante, pidió permiso para lavarse, hecho esto, se presentó en el comedor y ordenó un gran plato de pescado frito. Al viejo se le veía disfrutar verdaderamente del paisaje y del mar. El buen tiempo que como regalo de Dios, bendice estas tierras , viste con un festival de colores y luces a la naturaleza , llenaba asta casi ahogar los cansados ojos del hombre haciéndole renacer el brillo y vivacidad de energías perdidas e ignoradas en lejanas y olvidadas sagas. Las semanas fueron pasando y al hombre del saco no le faltaban encargos, tampoco faltó un alma caritativa que le ofreció un techo bajo alguna bodega donde tender con seguridad su saco de dormir. Sus excursiones de fin de semana fueron haciéndose habitual en la caleta, estas se extendieron asta Curiñanco, manteniendo con quien se le cruzara, un agradable dialogo y sabrosas historias que daban a entender que sus conocimientos eran mas amplios que el común de esas sencillas gentes. Un día Domingo. A bordo de una camioneta que viajaba con destino a San Ignacio , el viejo del saco encontró lo que al parecer andaba buscando , una hermosa playa poblada de gaviotas , algo aislada y una suave planicie cubierta de pasto que era cruzada por un limpio riachuelo. Verlo y quedar prendado del paisaje, fue un solo acto.En ese momento decidió que en ese lugar construiría una cabaña para pasar el resto de sus días. Averiguó quién era el dueño de esos terrenos y lo abordó, el propietario resultó ser un indígena natural de esas antiguas posesiones, que se caracterizaba por su mal carácter. El viejo fue advertido por algunas personas del mal genio que tenía el hombre, este se encontraba en el patio de su casa, partiendo leña para su cocina. Hablaron por mas de dos horas, sentados sobre sendos troncos y se les vio reír y gesticular alternativamente, total, el viejo fue invitado a almorzar y al otro día, ante el Alcalde de Mar de Niebla, firmaron un contrato de arriendo por doscientos cincuenta metros cuadrados de terreno cerca de la playa. El arrendatario canceló seis meses anticipados y el arrendador lo recibió conforme. A la salida de la oficina, se separaron, y el viejo partió a Valdivia en el primer bus que apareció. Por la noche regresó con una camioneta cargada con planchas de zing, clavos y herramientas para carpintería y para labrar la tierra, malla de alambre etc., Con el dueño, midió y estacó los metros cuadrados contratados. Al quedar solo, sacó un block de papel y lápiz en ristre, bosquejó lo que sería su futura vivienda. Esta resultó ser una cabaña de tres ambientes y un pequeño alero que daba de frente al mar. Los muebles eran los indispensables y de estilo rustico que el mismo fabricó, vivía en forma modesta pero con decoro. Cualquier vecino que pasara por la tarde, cerca de la playa, lo encontraría sentado en la galería mirando el mar o leyendo, prendado a su pipa. El pedazo de tierra de que disponía, lo roturó a pala y azadón, pronto echaría las primeras semillas de lo que sería su huerto. Tres veces por semana esperaba los botes que fondeaban en la caleta de los Molinos y compraba algún pescado y mariscos, los pescadores lo conocían y se trenzaban en largas peroratas y sabrosas historias que todos disfrutaban. El viejo se transformó en parte del paisaje y ya estaba en el inventario de esas sencillas gentes del balneario. El verano por fin sentó sus reales en la provincia y un largo tropel de turistas llenó todos los espacios. Un caluroso día llegó a San Ignacio, un curso de estudiantes de filosofía de una universidad capitalina. El viejo fue abordado por dos niñas confundiéndolo con un oriundo procedente de la zona, consultándole algo sobre los antiguos fuertes. El hombre, apoyándose en el azadón con que estaba removiendo la tierra de sus verduras, les entregó detallada información de las antiguas construcciones españolas. El dialogo se alargó y dos horas después, todos los muchachos ocupaban muy relajados todos los espacios de la pequeña galería y el viejo en medio de todos Los vieron reírse y también llevar un diálogo serio y profundo, con las últimas luces de la tarde los jóvenes se retiraron, llevándose talvez un nuevo concepto de la vida y al viejo, la satisfacción de haber alternado con jóvenes y de haberle entregado algo de sus experiencias. Por su clara idea sobre las cosas y lo justo de sus opiniones, los pobladores de los alrededores tomaron por costumbre, dirimir sus diferencias, consultando al viejo, éste oía atentamente a los litigantes y al final entregaba su opinión, con palabras sencillas y mesuradas. Las partes por lo general acataban su desición y así limaban sus diferencias. Se sentía tan a gusto en ese sector de la costa que solo se trasladaba a Valdivia una vez al mes a comprar sus alimentos y a sumergirse en un local de venta de libros viejos donde pasaba la mayor parte del día revolviendo con Alan antiguos libros y cambalachaba éstos por los ya leídos . También se daba el tiempo para ingresar a la sucursal de un prestigioso banco que estaba frente a la plaza de la ciudad y tras saludar a la secretaria del gerente, se hacía anunciar a este y sin dilación era introducido a la elegante oficina y media hora mas tarde se retiraba tan silenciosamente como había llegado. Tres años cumplía esa primavera desde que el viejo arribara a esas tierras, en ese lapso cultivó muchos amigos y el respeto de los pobladores. Por esos días, un joven cura jesuita se trasladaba a Niebla por haber sido designado por la autoridad del obispo a hacerse cargo de la comunidad cristiana de ese sector asta Curiñanco y Pilolcura. El sacerdote inició sus actividades visitando casa por casa a los miembros de su grey. Organizó actividades para los jóvenes y gentes de la tercera edad, activó las campañas de oración en los hogares y trató de revivir las costumbres de todos los cristianos, adormecidos por los años de orfandad de dirección religiosa. Difícil misión, ya que el relajo moral de la población se debía a la poca educación y a la pobreza endémica. Un día, los pasos del cura lo llevaron a la cabaña del viejo al que encontró afanado en la preparación de un róbalo al jugo. El viejo le hizo pasar e indicándole una fuente con papas, le indicó que empezara a pelarlas, éste sin vacilar, se arremangó y puso manos a la obra mientras se hacían las correspondientes presentaciones. Mientras l a olla hervía y despedía un agradable aroma, la conversación se extendió y por momentos se tornaba apasionada. Sin abandonar el fluido diálogo, el dueño de casa despejo la mesa y extendió un floreado mantel plástico y dispuso dos cubiertos, una panera con tortillas de rescoldo, de un rincón sacó una empolvada botella de vino blanco y después de descorcharla, lo probó y con la cabeza manifestó su aprobación, la cena fue larga y los temas de conversación saltaban a los mas variados tópicos. Esta fue la base de una fuerte amistad que se caracterizaba por la metódica e inclaudicable machacadera del hombre santo de llevar al viejo a la casa de Dios a asistir a los misterios de la misa y del viejo de esgrimir argumentos para mantener su independencia teológica. En el plano de la amistad, ambos ganaron pues llegaron a transformarse en sus mas grandes apoyo, cuando alguno flaqueaba en sus principios, sobre todo el joven cura que a veces su predica y dedicación, caía en el vacío y la indiferencia de los lugareños, atrapados en el alcohol y la miseria. El jesuita admiraba del viejo, lo firme de sus convicciones, los claros conceptos para hacerse comprender y su profunda cultura, para él estaba claro que no era una persona corriente, pero por respeto a la amistad, nunca le preguntó de donde provenía y que fue de su vida anterior. En largas tardes de invierno. En rededor de la estufa de la agradable cocina de la cabaña, desfilaban filósofos griegos, pensadores alemanes, generales romanos. Navegantes portugueses, grandes emperadores chinos, poetas latinos y matemáticos árabes con la misma sencillez con que se relata el casual encuentro en el camino con algún vecino. Al despedirse, el joven cura sentía la fuerza de las ideas pero también de daba cuenta que su amigo, sutilmente trataba de asentarle el amor a la causa que había abrasado para sí, él , quedándose al margen. ¿Quién era ese hombre ¿ Esa primavera, ya se cumplían nueve años de la llegada del viejo a San Ignacio, los porfiados esfuerzos por llevar a la población por una vida cristiana, ya no lo desesperaban, pero los progresos eran visibles, algo mejoraba la vida de los lugareños, mas niños asistían a la pobre escuela, pensiones del Estado para los viejos desamparados y menos parejas viviendo sin pasar por la iglesia y el civil, eran los progresos mas notables del pastor. Una tarde como muchas, los pasos del cura se dirigían a la cabaña de su amigo. Este, estaba removiendo la tierra para sembrar ajos y chalotas, la tarde declinaba y el sol lanzaba sus tibios rayos de despedida para esa jornada, la brisa proveniente del mar traía esos aromas a sales y yodos que entra en los pulmones y se ramifica por todas las arterias dando la sensación de que la vida quiere reventar por los poros. Esa tarde el joven encontró a su amigo algo extraño, no ironizó por ningún tema y se quedó afirmado en la pala , mientras el cura tomaba un azadón y ayudaba a desmalezar . Después se fueron a la galería y se acomodaron en las mecedoras mientras el anfitrión cargaba su pipa. ¡ te estaba esperando, muchacho , tengo algo que contarte y deseo que no me interrumpas. Provengo de una antigua y aristocrática familia santiaguina que por alguna razón casi todos los hombres mueren ce cáncer antes de cumplir los sesenta años , esto es solo para tu capote y desearía que lo que te voy a decir , lo escuches en carácter de confesión ¡ Calló un momento como ordenando sus ideas mientras encendía su pipa . ¡Soy el quinto de ocho hijos de una familia conservadora . Me recibí muy joven de ingeniero civil. Al recibirme, mis padres me obsequiaron un viaje alrededor del mundo, esto duró un año. Al regresar , instalé mis propias oficinas avalado por mi padre, y casi sin darme cuenta mis actividades se expandieron de tal manera que tuve que contratar a otros ingenieros para que se hicieran cargo de los pedidos de proyectos, tres años mas tarde me casé con el amor de toda mi vida , tuve cuatro hijos , todos hombres que casi no los vi crecer pues mis actividades consumían todo mi tiempo y tenía que viajar mucho y por largo tiempo y casi sin darme cuenta los muchachos ya habían ingresado a la universidad y todos seguían mis pasos y antes que se titularan ya tomaban responsabilidades en la empresa y yo me sentía feliz de poder transmitirles mis experiencias y sobre todo estar junto a ellos. Hace quince años, mi esposa enfermó y a los dos meses falleció pese a los esfuerzos de los más reputados médicos desplegaron para salvarla , mis hijos hacían sus vidas independiente y yo me encontré a la deriva en una enorme casa en donde asta ayer estaba llena de risas y voces de niños, ante la fuerte depresión que sufrí , mis hijos me insinuaron que a lo mejor me vendría bien hacer un largo viaje por el mundo para distraerme y así alejarme por un tiempo de la rutina , les hice caso y salí a buscar respuestas para el resto de mi vida, pero la sensación de culpa sobre algo que quedé debiendo a mi esposa y cada ciudad y cada paisaje que veía y no lo compartía con ella, era otro ladrillo para la gran catedral de mis culpas , llegué a odiar mi profesión ya que ahora , todos los bienes materiales que atesoré, tenían un sabor amargo. De regreso a la capital, el médico de la familia recomendó hacerme un completo chequeo médico y ahí estaba la vieja herencia del cáncer, éste es de tales características que es indoloro pero su avance es lento e irreversible, tras mucho estudiarlo, el médico me pronosticó cinco años de vida bajo estrito control. Ante esta nueva situación, encontré que no tenía objeto retomar mis actividades en la empresa, mis hijos estaban preparados para seguir llevándola adelante en forma exitosa y no necesitaban la experiencia del padre. En ese momento decidí que el resto de mi vida , lo viviría conociendo otras experiencias de vida , sin la presión de los compromisos ni el agobio de la gran ciudad, necesitaba encontrarme conmigo mismo y relacionarme con gentes sencillas, recorrí el país de punta a punta asta arribar a esta costa y encontré todo lo que necesitaba, aquí he sido aceptado he recibido afecto y absolutamente nadie me ha preguntado quién soy ni de donde vengo , mi tiempo esta llegando y quiero que te hagas cargo de algunas cosas. El día que ya no esté y de esto falta muy poco, te podrás venir a vivir aquí, el sitio está comprado y los papeles están todos al día, mis restos los sepultarás en éste cementerio, el lugar está reservado y cancelado, tendrá solamente una cruz de madera, en esta caja encontraras una serie de sobres sellados, cada uno con su nombre, éstos los despacharas una semana después que esté sepultado. En un gran sobre que esta dirigido a ti, encontrarás un croquis de lo que será tu futura parroquia, aquí en San Ignacio y una escuela con internado, éstos los llevarás a la capital y en las oficinas de mis hijos harán los planos y todos los tramites necesarios, en el banco hay instrucciones para liberar los fondos necesarios para la construcción, creo que con esto puedo pagar en parte la amistad que estas gentes me brindaron. El anciano calló y ambos se dieron cuenta que la noche había caído, el cielo estaba tachonado de brillantes estrellas y en las arenas de la playa las olas iban a rendir culto a la madre tierra. El cura se alejó por la senda que ascendía asta el camino y un estremecimiento recorrió su cuerpo, pensaba que pronto volvería a quedar huérfano. Dos días después, el cura llegó asta la cabaña para su diaria visita y encontró al viejo, muerto en su lecho, su cara estaba serena y casi una sonrisa dibujada en sus labios.