Вы находитесь на странице: 1из 120

1

2
Xe
DamiAn Cabrera
Xe
DamiAn Cabrera
Cabrera, Damián
Xe - 1ª ed.
Asunción: Ediciones de la Ura, 2019.
120 pgs. - 13 x 19,5 cm - Colección Paragua’u

ISBN XXXXXXXXXXX

Edición: Lia Colombino


Diseño de Cubierta: Ana Ayala
Diagramación: Damián Cabrera
Impresión: Marben Editora
Tirada de 300 ejemplares

Logo Ediciones de la Ura/Logo Paragua’u: Ana Ayala, 2012.

© Damián Cabrera, 2019.


© Ediciones de la Ura, 2019.
Telmo Aquino 3772
Asunción
e.mail: edicionesdelaura@gmail.com

Junio, 2019
Asunción, Paraguay
Xe: Símbolo del elemento químico Xenón
en la tabla periódica de elementos.
Del griego ξενόν: raro, extraño, y aun extranjero.
1

Llovizna y corta. Madrugada indigerible en trozos


por el paseo de gigantografías publicitarias, donde
muy solo. Yo. Mi estar de una vez por todas. Aunque
no haya hora decisiva para mí. Porque la vida me
come. Perezosa. En la calle, desafío: circunstancia,
o sueño.

Masticar quisiera. Como los felinos hacen con el


alimento. El lenguaje. Que no cabe en la boca.

Kuarahy jope kuarahy’ã ha pyhare omo’ãva.

Polvo comí. En soledad, en espera terminé. Junto al


paisaje que se deshace. Molido. Triturado. Exterior
de mí. Arrastro restos. Un fantasma soy. De mi
idioma. O nube pretérita. El dorso olvido.

Un pescadero equilibra sobre su hombro. Duermo.


El anhelo de los gatos. La pesadilla que me turba
y sacudo. De mí desprendo mis restos de mí. Es el
canto de los que duermen, agudas de río de sirenas
la voz. A minha linguagem é uivo. Del Paraná.
Como modulo cuando el somniloquio estrecho,
acuática, que la palabra custodio.
9
2

Ser muralla. De pie hombres. Orinan banqueros.


Cuidacoches. Policías. Con olor a cerveza, el fútbol
de cancha sintética tiene hombres.

Llevo el olvido de mí hasta una sombra, donde me


abandono. Invisible soy. Las pelvis inclinadas, hacia
delante. Para abrir hay dos significados. Noto. Las
piernas, y orinar. Junto al carrito del panchero me
dormí, sin plata. Hay dos significados en un mismo
acto, como un órgano con dos funciones. Es lo que
descubro. Excretor. Hay felicidad en este hallazgo.
Ahora subrayo: hay en esta postura dos sentidos.
El uno deseable. O ambos. Para el pasaje.

Junto a arcos iridiscentes que se juntan. Siento el


olor de panchos. En este banco desteñido, en la
plazoleta o el estacionamiento. O un árbol quisiera.
Frente a mí quisiera.

Desde peso, de los muslos de papá, recuerdo. Nada


que pueda retener en mí, me libero como el privilegio
de una descarga a cielo abierto, aliviado. Así sin aire
el amor me entibie. Un chorro invisible se escurra
en el dorso de mi sueño. El de mi hermano y el mío,
10
dos hilos dorados por las comisuras. En la ventana,
espejismo. Masculinas. Con el paso de mis vecinos
en short de fútbol. Desde aquel peso quiero muslos.
Pero de mucho antes las nalgas. El deseo es anterior
a mí.

11
3

Ser extraño. Aun la parte ajena se finja conocida. En


distancia, o alejándose para desvanecer. O descargar
sobre sus piernas de hijo. Eso que se llama pasión
ambigua. Su frustración de padre. Sobre su llanto,
líneas, hendiduras. Dibujo en suma sobre piel
quebranto.

Por causa que… Por eso obraron. Porque mi


sombra bailó contra la pared y ellos vieron. Antes
que yo. Por causa que te mande lejos no significa.
Yo te quiero por eso te alejo, me dijo, mi hijo. Que
no te ame. Cuando papá te pegaba, yo te besaba
las lágrimas, mamita. Por causa que mi sombra.
Por eso me mandaron.

Eso me dijo:
No sé si sueño.
O si recuerdo.

12
4

Junto a tres plantas de pindó, en la plaza,


te dormiste. Quién tuviera respeto por un hombre
que duerme en la plaza. El pasto guarda el rocío
nocturno, pero no huele a pasto sino a orín, a
cerveza caliente y a ceniza de pucho. Quién tuviera
consideración para mirar dos veces esa hombría
abatida, que asoma por el cierre del vaquero sucio
del hombre que no tuvo más tiempo.
Será por eso que los tres pindós revisten
cierta humanidad: erguidos en corral y en custodio
alrededor, como verrugas que coronaron un glande.
En la cresta del sueño ahora el sol es de un amanecer
rosado.
Cuando tambaleabas con destino incierto,
chutaste sin ver un caracol. Su coraza sonó hueca,
picó un par de veces y luego se detuvo unos pasos
adelante, hasta que tu pie derecho, calzado,
la aplastó. La babosa se retorció, ella también
desorientada, apuñalada en el centro imposible de
situar, por el filo exterior que era ella misma. Sobre
el charco de baba viscosa el caracol se detuvo, pero
su agonía se repetía ahora en el recuerdo de un pie,
13
que caminaba como si también estuviese herido,
pero estaba calzado, entonces no. El dolor era ahora
un eco, y para que el eco se apagara había que
olvidar.
En el ángulo de la plaza, un cuerpo tendido
y húmedo duerme, junto al vértigo tieso de tres
palmeras y su canción de cuna: soñás vos con los
insectos que ahora se alimentan con los restos

de un caracol muerto que los distrajo de mí.

14
5

Si pudiera verse, el crecimiento de pastos


no sería ascensión sino un estirarse horizontal:
radículas blancas aprisionasen colillas de cigarrillos,
tapitas de cerveza y condones usados —secos como
piel muerta que algún viento hiciese flamear por
senderos de un campo—. Esas escamas paleolíticas
que acompañan el balanceo de su animal no son
escamas sino pastos erguidos, arriba.
Con las púas de su cola —largas y
cartilaginosas como bigotes de bagre—, un insecto
de carne hurga: hierba oscura y de hojas diminutas
crece entre pastos; ahí, escamas ceden paso a lo que
de lejos se ve como plumones y pelo —son plantas
vulgares, sin ornamentos: nada que, como una
flor, les hiciese merecer una atención particular, o
beneficiarse siquiera de un nombre; pero ahí están,
y, en el haz de alguna hoja, quizás ese insecto de
carne ponga huevos—.
La vegetación aprisiona y descompone restos
industriales mínimos como el insecto de carne
saborea una larva blanca: larva sin flores ni nombre
específico o merecimiento de otra atención que no
sea la del que la devora. Multitudes anónimas están
15
en éxodo por este país inferior mientras vos dormís
sobre el banco de la plaza.

Hubo un tiempo en que tres adolescentes
iban a nadar en el río, distante a unos pocos
kilómetros. Llegaban cansados y sucios de polvo,
y se lanzaban al agua haciendo piruetas desde
barrancos; después, se sentaban en la orilla
lodosa, pernilargos y perniabiertos, a ver cómo un
pato zambullidor desaparecía y reaparecía en la
superficie, entre camalotes espesos.
Luego, alguien proponía que jugaran a
dormirse: se trataría de un truco hipnótico o de
una llave específica capaz de cortar la respiración.
Alguien aferraba a su compañero por detrás,
cerraba un puño sobre su pecho, y hacía presión con
la otra mano, para elevarle sobre su propio cuerpo
con un solo impulso. Entonces, los brazos y piernas
colgaban. El tercer compañero se aproximaba y le
tomaba de las piernas con ambas manos, y el dormido
resbalaba por un tobogán de tórax y abdomen hasta
el suelo. Él sólo recordaría la deliciosa sensación
de descender a un país de pastos filosos, donde,
transparente, soñaba que plantas crecían a través
de él; para despertar, unos segundos más tarde,
con ojos de recién nacido que viera por primera
vez el mundo exterior: con la cabeza apoyada sobre
los muslos exhaustos de un amigo, y con el otro
agitándole los pies para que despertara.
Nadie no te puso el puño en el pecho. Estás
dormido sobre el banco —como una mediación
16
segura frente al avance del pasto—. Y ahora, ¿cuál
es el sueño verdadero? ¿Es aquello que semeja
sueño o es este despertar a un recuerdo que parece
inventado?
Buscás en tus bolsillos alguna moneda para
el pasaje. No hay. Se te cayeron, seguramente, hacia
el otro lado: debajo del banco de la plaza, en el país
de abajo, perdidas para siempre en el envés mojado
del país del sueño.

17
6

Ni duermo.
Ni despierto.

La bocina del mototaxista me invita.

Primero rechazo. Después asiento. Ahora que


vi mi deseo encontró, en la parte más baja de su
espalda, con amplitud. Esa forma generosa que
el ancestral deseo y su firmeza. Quiero reconocer
en ambos lados lo que llama: ante la vista o en
punto ciego. Barajar posturas en aproximación,
mientras mis párpados empujan pestañas. Él no
saca una mano. Tiene cara de analfabeto, pienso.
Del bolsillo. Uno de sus progenitores fue
rubio. Me levanto, dejo caer la lata. El otro, no.
Sólo entonces despierto. El panchero me mira.
La lata rueda, con ruido. Reñanimáta pio rehóvo,
piensa. No habla. No te vayas-ke, me dice el
panchero. No te vayas con la cabeza.

Cómo no ir si ya apoyo y tiento. Subí con ganas.


Yo sin plata. Vamo mbóra, kape. É o momento em
que dois cachorros cheiram. E é feita a descoberta.
O rabo um do outro.
18
Aprieto más. El viento helado desde la parte trasera
en la lata de cerveza paso. El alcohol me trae. No
sé cómo nombrar todo lo que alimento en este
continuum de cuerpos: porque el convite está en el
borde de las palabras. Y esta luz extraña que no es ni
azul ni blanca: sospecho que no puedo ver el color.
Como soy yo el que aprieta, sus muslos asfixiantes
en amabilidad ahora. Valentía y palpo. Por una vez
cambié, pensé. De lugar cambié.

19
7

¿Ha mba’éicha gua’u la repagase piko, chico?


Que me tire sin plata en una cuneta donde no
quiero. Un árbol torcido en sentido Sur que ría.
Con fuerza aprieta la mano que uso y estire. De mí
al toque. No dije antes del peso, de la tensión en los
músculos y en la piel apuro. También me pertenece,
antes que yo me pertenece, como una aguja que me
enterrara. Tengo ganas en el ombligo. De orinar,
suplico. Vamos juntos y yo no tengo caso. Por esta
vez gratis, me dice, camino y llego. Al llegar mancho.
Él se va: Ko’aguive jarokovrátama. Las baldosas
ampliamente.

20
8

Che mandu’ápa:
˜ ˜ ˜
Ógagui ase aguatarei, ha aguahe panchérope. Ase.˜
Okuarúva, kuimba’ekuérarehe. Okuarúvarehe ama’e.
Arekóramo pláta térã cerveza térã che-pasaje-rã.
Ndohupytýi nga’u. Ndohupytýikena. Ndohuputýima
katu. Che képe, cerveza-pe apytávo. Kerambu.
Takerambu mototaxi-peve. Tachegueraha. Tajupíke
hendive. Ta’e nga’u chupe ndaguerekoiha, tapérema
térã rohokuetévo. Upe riréma ta’e nga’u, si
mombyrýmako jaha hína.

Imóto’ári, tachembohovái, tachedesafia, che po


tojoko peve pe hetepochykue. Ajéa ho’a porã hese
pe ivakéro, porã asýko omopu’ã pe humby. Ore
apytépe, siérreicha: ojasurúvaicha ope’akuévo
toike. Toikémana, ha’e chejupe. Ha aike. Kóa ko
vuelta gratis, kape, ta he’i˜ chéve. Pasaje tepa? Térã
mokõivéva? Térã aguahema piko ógape raka’e?
Atravessei uma ponte a pé: era noite e eu não vi.

Térã asoña raka’e.

21
9

Anterior despierto. Antesueño. El viaje antesala o


puerto. No quiero ayer, pienso, porque el tiempo me
rasga: pero insiste. La noche es de una obstinación
penosa. Fuerza mi paciencia o constriñe mi celo.
Horizontal mi cuerpo, en un banco. Vertical mi
espera, mi deseo. A grana nunca chega quando eu
quero. A velocidade do desejo é vertigem. Si miro la
realidad bajo la luz del alumbrado público, si miro
sobre el brillo del asfalto que se eleva por reflejo.
Azul o blanco. Estoy en medio de dos resplandores
que son el mismo en su origen, y yo estoy en el
centro. Un núcleo negro.

22
10

Pasaron y vino mi primo. Los días. Con Cine Privê


de medianoche le hago el relato. Él me pone. Con
Sylvia Kristel a prueba. Me cuenta, como lunares en
la mano como rosarios. La empleada. La compañera
fea del colegio. La mamá de su mejor amigo. Cierra
y entrecierra. Tenés la cara de Emmanuelle en
la pantalla, en el colchón en el piso, en el dedo,
si parpadeás rápido ahora en la pared. Si cierra y
entrecierra o termina. Si apretás fuerte y después
abrís. Él se da la vuelta a dormir. No sé qué me pasó.
No sé qué. Los ojos.

23
11

Decir que un hombre es arisco parece una


incongruencia, no así un caballo.
En un bosque, vos y tus amigos pasaban la
tarde, un día, cuando un caballo se les aproximó.
El más osado de todos decidió que había
que montarlo; a pelo, como se dice. Y él lo montó.
Enseguida, el caballo se tambaleó con arritmia, pero
el más osado de todos lo sostuvo por las crines y
por las orejas. Luego fue el turno de otro, y de otro
luego.
Es inútil resistirse a esta caída: como si se
tratara de disimular la caída del cabello. Alguien
se peina con un resto torpe de vanidad. Esta caída
causa risa: una mujer que caminaba delicadamente
en el barro, para no ensuciar sus zapatos, se resbaló
y terminó encharcada.
Cuando te llegó el turno, te montaste sobre el
caballo, y éste abrió los ojos e hizo crujir sus dientes,
y salió disparado, de súbito, por el bosque; trató, eso
pensaste, de derribarte, haciéndote chocar contra
los árboles, pero, por suerte, no trató lo suficiente
y no alcanzó. Durante el trayecto, pensaste en tu
columna colapsada, en tu cuerpo enredado entre
las patas del caballo, o en tu mentón molido por
24
sus cascos; pero también pensaste en lo otro: en el
ridículo de ser el único incapaz de domar un caballo
que se les había aproximado, en aparente actitud
dócil.
Pudo menos el miedo al ridículo que el
otro miedo, más serio, y tus muslos terminaron
sangrando por la fuerza que hiciste para sostenerte
contra el lomo áspero del animal y no caer.
Tus amigos corrieron a tu auxilio, y el
caballo se alejó con un trote ligero, cagando trozos
de bosta en intervalos cortos y rápidos, hasta un
arbusto del que se puso a comer. Entonces, uno de
los muchachos dijo que éstos eran unos animales
muy inteligentes, que podían sentir el miedo, y que
si uno tenía miedo tenía que esconderlo.

Ya en la grupa del mototaxista analfabeto


recordás un caso que te habían contado: en esta
ciudad había un caníbal, que tenía predilección por
los mototaxistas; era distante el destino del servicio
solicitado, cruzando campos y bosques sobre una
ruta a oscuras. Llegados a cierto punto, el pasajero
descendía y mataba a su chofer, y luego se lo comía
Te voy a comer.
Un chiste, el siguiente: llaman a tres hombres
—un brasilerito, un argentinito y un paraguayito—
para que entren en una casa a oscuras donde
aparentemente hay un monstruo. El brasilerito
entra y escucha te voy a comer, te voy a comer, y sale
disparado. El argentinito escucha te voy a comer,
y enloquece. Le llega el turno al paraguayito y él
25
enciende un fósforo en la habitación, y ve cómo un
mono pela una banana y repite te voy a comer, te
voy a comer. Fin.
Te voy a comer, pensaste. En una curva,
junto a una zanja, el mototaxista desaceleró un
poco, y sus cascos chocaron el uno contra el otro,
el tuyo contra el de él, con rebote. Pero enseguida
volvió a acelerar. Apretaste los muslos hasta llegar a
casa.
La serie Emmanuelle con tu primo los viernes
de noche veían, tomaban una cerveza y se contaban
anécdotas: La anécdota del caballo, el chiste del
brasilerito, el argentinito y el paraguayito, del viaje
en moto le contaste, y él comenzó a enumerar con
los dedos de la mano izquierda sus últimas hazañas,
entrecerrando los ojos, y con los de la derecha
también, borracho. Y siguió contando una tras otra
hasta que se quedó sin dedos. Era su treta para que
le tendieras la mano.

26
12

No saber lo que significa el bamboleo inútil


de una pulsera, o un teléfono. Entre anécdotas, tu
primo sorbe, pasa la guampa, y aunque no diga nada
tiene esa inquietud por la que gasta energía. A una y
otra mano. Ahora te resulta imposible no comparar
cuando el sol le baña un lado de la cara y pareciera
hacer el mismo guiño.
Ponderar la blancura de los dedos, en
contraste con su anillo negro, o la sombra sobre
el vello castaño en la parte interna del muslo
que el short exhibe. Hay que entrenar la mirada
no sólo como una forma de blindaje sino de
economía. Él asea los objetos poseídos por un eco
de esplendor. Como en la tarde, antes de la fiesta
esperada, cuando la tormenta se detenía y el cielo
se despejaba. Son restos que provienen de plantas
retozonas, y partículas ocultas en el lenguaje de los
muchachos cuando toman tereré. Recordás que de
niños practicaban una forma de telepatía, y pensás
en segunda persona, dirigiéndote a él esta vez.
Derivo y sueño un rapto. Es lo primero que
se te ocurre pensarle cuando enunciás mentalmente
tu deseo: Eliminar los elementos indeseables en este
conjunto que componen los amigos; y desaparecer
27
por los lugares que él conoce de antemano como si
siempre explorara. Su persistencia abrió senderos
en los lindes de los terrenos que visitaban. Alguna
manta siempre llevabas y te hizo el gesto de Aladín
sobre la alfombra.
Antes, el recuerdo dislocaba lugares y fechas
donde él te había ofrecido las primeras enseñanzas,
confundidas con engaño; pero ahora, al volver,
sabés que fue acá. Es acá donde jugaban a la pelea,
y él siempre te derribaba primero. Acá encontraron
un tapití muerto, cubierto de garrapatas. Aquí
—es decir, en esta ciudad—, acá fue. Estás seguro,
por la forma en que los sonidos de autos se deslizan
por los árboles o el techo de zinc de una casa
abandonada: eso no se olvida. Podrías señalar con el
dedo dónde respectivamente un suelo o unas manos
tocaron rodillas.

28
13

Otro día volver. En el envés del tiempo, mirar


a través de los papeles que el viento arrastra
por las calles, o las luces de un avión en el cielo.
Una datación cromática se diluye en el espacio.
Me pienso en el pasado, más viejo, aunque fuera
joven.

El panchero detrás del humo delante la noche es


negra. El mototaxista no se acerca. Hace su ronda
por las latas de cerveza por el calor. De mi mano
se congela. Esta vez con plata. Los hombres orinan
en la calle y yo soy un sonajero. Me alejo o doblo,
me tiento, por la plaza de los lapachos. Meu medo
é uma dívida de aluguel: eu não paguei. La moto
es luz, detrás de mí, delante es negra. Detrás azul o
blanca. Vamo mbóra, kape. Por la calle sin acelerar
muy fuerte, hacia un baño lejos. Ellos debajo de
un árbol, nosotros no. De todas las piernas que se
abren, de todos los dobles sentidos elijo uno, su
asiento por vía y apoyo, opaco el vestigio.

29
14

Por mucho que pospusieras el reencuentro,


era inevitable. Iba a pasar lo siguiente: ibas a sentir
esa suerte de ardor que se parece a una sed vieja,
le buscarías, él te esperaría en una esquina, y te
subirías a la grupa de su moto. Ya el después sería
esquivo. Sobre todo el después de esa sed, porque
era insaciable.
Así fue: Bajaste del bus sobre la doble
avenida, anónimo entre la gente que iba y venía y
que nunca se quedaba: te convertiste en sedimento,
en isla sedimentaria y pluvial.
Hay algo de caballeresco en estas motos que
pasan, eso es evidente. Lo ves en grupas de Linces
y en grupas de motochorros lo ves, y pensás en
malones guaykuru: nobles hermosos a caballo, en
incursiones por ciudades-puerto; desvalijan casas,
roban iglesias coloniales; y junto al río, sin nada ya,
ya sin ropa, alguien es raptado. Todavía palpitan en
la habilidad de montar de estos muslos muchachos,
herederos de aquella estirpe; hijos de los extintos, y
primos de los que aún no se extinguieron, algunos
de los cuales ahora también van en moto.
Un perro ladra indistintamente a todas las
ruedas que pasan, pero que se enerva de forma
30
especial frente a las motos con roncadores, y ladra
con espasmos, como si expulsara con su aliento
memorias de jaurías que tampoco existen más.
Él llega pronto. Frena grácil, porque su
desaceleración no es abrupta; baja los pies de
los pedales y los pasea sobre el asfalto con sus
championes impecables, hincado ligeramente hacia
delante sobre el manubrio. Nada no dice. Te mira y
espera.
No pareciera haber espacio detrás. Pero hay.
Él deshace la proximidad que duda, palpando con
el dorso ciego del cuerpo; sólo cuando alcanzan el
barranco desolado emplea la mano, antes inútil,
como las madres emplean la piel del rostro para
medir la temperatura de sus hijos, o como se usa
las manos para calcular proporciones que el ojo
desnudo no ve.
Apaga la moto, pero persiste un respiro
cansado en el motor y los circuitos, y entonces se
saca los championes y se tiende en el suelo. No dice
nada y te mira. Sus medias son blancas demasiado,
una blancura imposible.

31
15

En su conjunto de calles, la población participa


en solidaridad o culpa con dos o más. Hay grillos,
hay polvo. En este lugar, agrupaciones de muchachos
hacen cambios no siempre recíprocos de cosas o
personas por otras; son sólo comunicaciones de
conocimiento, sin embargo, lapsos circunstanciales
de tiempo. La debida observancia de fe al vínculo
y su tendencia se mantiene sin mutación: en algún
sitio espera, durante cierto tiempo, sin peligro de
cambio, sin desaparecer: y siempre ha de recuperar
el equilibrio. Tristeza oscura y confusa es tener una
obligación contraída cuando un amigo espera, pero
vuelvo al anochecer con una cerveza fría o dos.

32
16

En un mismo baldío, junto al vigor del güembé y de


la solterona, voy a renunciar. Las orejas pectorales
coronan el serpenteo lento, vegetal, de esta jardinería.
A mi dignidad. Involuntaria. Pero esta corona es
inferior. Porque esta postura sólo puede llamarse.
Entre los terrones y hojas secas. Renuncia. Donde la
luna transfiere a mi piel. No sólo un hormigueo por
la tensión. Su paisaje. También hormigas. Vinimos
a perturbar. Y ellas se despertaron. Este ecosistema
con nuestros cuerpos semidesnudos. Hay una hilera
ya subiendo por mis muslos. O un quejido humano
que penetrara en el siseo de insectos. Desde la
colonia y pican. Él las aparta, como si peinara los
pocos pelos. Entre fruta podrida. De mis lunas con
sus dedos. Cuando nos vamos todavía bajados. Con
los vaqueros, tenemos las rodillas. Él señala lo blanca
que es. Sucias. Mi piel. Con ese sudor él también es
visible. Tenés color de hormiga, no le digo, pienso.
Damos zancadas en el yuyal, hacia su moto. Miro
atrás, hasta las hojas del güembé y de la solterona.
Ahí dejé mi dignidad. Ahí quedó mi renuncia.

33
17

Esta distancia te queda grande. No conduce


el chofer, se pasea. Aplana calles, hace recuento
por el paisaje que es de todos, se te antoja, menos
tuyo. Contar galpones, descampados y algunos
árboles es atravesar las escalas comunes, y aunque
a medida que se aproximan al centro los pasajeros
se agitan, a vos te come el aburrimiento. Es así: te
sentás en uno de los asientos del bus y te dejás llevar,
te dejás llevar. Dirías: Nada no me impulsa, pero
tragás aire por la ventanilla y sabe a bostezo.
Me impulsa el sueño.
Si un conocido se subiese al bus, te esconderías
detrás de los párpados. La tragedia peor sería que se
sentara a tu lado. Habiendo tantos asientos vacíos…,
venir a sentarse justito al lado de uno. Para evitar
conversar hay que ponerse a ver por dónde se va con
el cuerpo: medir irregularidades, declives y curvas,
hasta que llegue el desnivel del destino, o la luz fuerte
del centro que se alcanza a ver inclusive sin mirar,
de noche.
Una ciudad sin ganas, pensaste una vez,
marchitándote bajo el sol renegrido de una parada,
con las manos guardadas no por el frío sino para
no tener que saludar.
34
La música del chofer cambia, sus resonancias
agudas se opacan. Es que perdiste el hilo de la
realidad, y te dormiste mecido por el ronroneo del
motor.
Es un asalto. Pero se pensaría que cuando
asaltan hay al menos dos partes conscientes, y nadie
se muere cuando está durmiendo.
Cuando la sensación de haber llegado te
despierta, conocidos y desconocidos hurgan entre sus
pertenencias midiendo la intensidad de los daños,
y se alejan bamboleantes en esa coreografía iluminada
que es compartir los unos con los otros lo milagroso
y lo infame, como hacen los buenos vecinos.
Vos no. Llegaste y estás solo, y además te estás
quedando sin batería. Tenés que buscar un lugar
conocido donde puedan ubicarte, y hay relámpagos.
El callejón parece más oscuro que de costumbre, y no
hay un alma. Te consolás pensando en que un rayo
no puede caer dos veces sin mirar a quién, y estás
ansioso y escondido bajo alguna sombra, contra
alguna pared. Jugás con las manos: mano diestra,
mano siniestra.
Gotas insignificantes empiezan a caer, dos,
no más. Dan asco sobre la piel, como un perro roñoso
que te lamiera, pero llamémosle lluvia.

35
18

Acá no te voy a poder. En el baño y en el lugar donde


se orina, no muy. Que se diga retraída. Al contrario
su buzo gris. Hay lluvia, y ayuda a mojarte. Los peces
vivos se agarran con la mano. Mirá un poco, cómo se
deslizan. Mira hacia la lluvia y se baja un poco, nadie,
no. Te voy a poder. O gosto é um engano. Dar acá.
Había luz que no luz pero mis ojos. Se abrió que me
vibró y empujó en mi boca hacia la puerta. Sin pensar
ni una vez en mí, en mí al momento.

36
19

Quién adornaría paredes con ropa. Él viste


—la luz desnuda— con frazada su única ventana.
Rayas resplandecen o se apagan según el transcurso
del sol en la piel de tigre, peluda hasta el cielo.
Camisas cansadas se abrigan unas a otras,
organizan turnos y espera, colgadas en clavos.
Alineados en altura zapatos parecen fuera de lugar.
Por más que busques no parece haber indicio
de suciedad; si acaso en el cuello de una remera blanca
o una toalla, pero no hacen aparición impertinente y
aguardan el lavado en el cesto. Todo, sin embargo, se
ve raído y desteñido.
Es una caja de zapatos con pasadizos internos
por los que hay que administrar volúmenes en
movimiento, ya sea hacia el baño o hacia la cocina.
Aunque es una casa de hombre, él también la arropó,
y eso te hace pensar en una vigilancia femenina.
Flores arrancadas al paso se ahogan en un
jarrón de cerámica sobre la mesita, pero inclusive lo
marchito en ellas no se manifiesta como desprolijidad
sino como una economía del hacer durar.
¿Flores?, le preguntás, sí flores contesta. En
realidad no preguntaste nada.
37
Todo parece modelado por su cuidado
cuando él se mueve entre sus cosas, y los sitios más
raros de almacenamiento se vuelven excusa para un
despliegue de elasticidad y de promesa.
Ni siquiera tu presencia perturba la
organización y enseguida él se muestra solícito a
integrarte al espacio.
Primero, pone un calce bajo una de las patas
de la cama, extiende con cierto orgullo un edredón
azul con aspecto de nuevo, y sólo entonces te invita a
sentarte. La suavidad del uso es notada por tu mano y
tu nalga cuando te apoyás sobre el colchón, mientras
él, de espaldas a vos, se cambia y viste un short de
fútbol. Si llegara a ponerme su ropa de acá ya no
salgo, pensás.
Rey de su tienda, agasaja con agua helada.
Gracias. Él se acuesta como en el cuenco entrecerrado
de una mano en el que se sopla, y sonríe porque
sabe que algo retuvo para sí esta tarde. Te quitás los
zapatos, te ponés las zapatillas que te ofrece y vas al
baño a lavarte.

38
20

Saliva en pelo que proporcionan probar más. Ahora


que los placeres son planetas. Por amplios, anchos,
ir en moto. Visitar la forma de caminar o donde se
sientan los hombres como astronauta. Acariciar el
hábito querés.

39
21

Hay espejos en el telo, por donde mires:


el techo, la puerta de vidrio del baño, las ventanas
oscuras, las paredes. Hecho de porciones paseás,
contás; vas de la mano al pelo sin nombre, sin olor.
Él no: este lado de la pieza es un punto ciego, dice.
Y vos te perdés, te despedazás, te partís, te
desmembrás. ¿Adónde miro para verme entero?,
pensás. Y si me alejo, ¿cómo hago para volver a mí?

40
22

Hay una sombra acá, debajo, tan abajo que tu


inclinación no alcanza. Encendés la luz de los ojos,
bruñidos, y comunicás con ellos la alegría de este
hallazgo de la lengua, pero él guarda los suyos; sus
párpados son vainas de poroto manteca, como los
que abrías con tu mamá bajo el sol en una casa del
sueño perdida del recuerdo.
En los pliegues de esa gruta hincado vivirías
si pudieras, o dormirías siquiera esta noche, con el
aliento comprimido por el peso de sus muslos. El vello
los dientes peinan. Estas dos bocas opuestas se hablan
tan de cerca que el idioma es fracción. Es así: un tramo
interrumpido por un árbol que crece horizontal, o la
barrera de sábanas sobre la que piernas tratan de
nadar.
El sabor es el de una boca que vino estuvo
tomando, por la que tratás de cruzar entre espasmos,
como valla perforada hacia el jardín de las calesitas,
que el nene que fuiste riendo en ristras de sonido
atravesó. El rugir vibrante de las papilas cabalga
sobre un gemido, que es aquello: lenguaje primitivo
antes del lenguaje; es decir, música; canto sin escalas,
sólo pulsión y pulsión y brisa sobre cuerdas y pelo y el
empuje del aire que penetra donde la lengua no.
41
Entra todo, surge. Qué mitología es ésta en la
que el Ulises que navega teje la manta de Penélope
apoyada en el asiento y el regazo. Porque el tiempo
es ya una trenza que se extendió hasta las primeras
horas, y lo que las cortinas no cubren los párpados
apagan. Qué animal es éste y cómo puede dormirse
así de pronto. Este animal ciego y ya mudo, sin
ronquido y flojo, sin respiración siquiera, desde el
que de pronto una vibración te llega. Cómo puede
entre dientes, pensás, hablar dormido. Cómo puede
que sigas pedirte, pero sin dientes. Con dientes no
por favor decirte.

42
23

Vivir en grosería, o en ciudad limpia. Sucio por veces,


repetir en intensidad. No hay en el ritmo cotidiano
variación específica: pudiera abrirse brecha en la
experiencia, pero no. No en las oficinas, o en el sudor
de las camisas de los funcionarios. Agrio en el aroma.
Velar con perfume la muerte o morir de ansiedad.
El temblor de enfermo, con extrañeza de baños.
Por mingitorios, en cubículos con mierda ajena:
mirar por rendijas a hombres de espaldas. Que lave
mis manos, que las nalgas en los pantalones de vestir
en el espejo. Meadas que se demoren como si fueran
de espera. Se reflejen. Hay en un ángulo ojos. Una mujer
repasa, gacha, el piso. También la disciplina.

43
24

Corro, atravieso la lluvia, buscando un


resguardo. La casilla de la parada es frágil, pero
me cubre la cabeza. Llegué jadeando, escalando mi
apuro, pero ahora que mi respiración está en reposo,
mi cuerpo sigue alerta.
Hubo un apagón. Hay una forma de silencio
que se extendió por las calles, hasta la altura de
techos de casas y tinglados, y que se recostó contra
algunas murallas vacías.
No hay pájaros negros con colas largas en el
cielo, no hay perros que yergan orejas.
Hay un insecto que se arrastra por debajo
del asiento de la parada. Corre exhausto como vos,
como si hubiera sobrevivido a un naufragio, pero él
no jadea, él tiene seis patas. Traza una sinuosidad.
Hasta que él también entra en un hueco, él también
llegó a una parada a esperar.
La tormenta se impone, vanidosa y polifónica,
sobre la ciudad arrepentida y tímida.
Bolsas de plástico se inflan y desinflan
impulsadas a través del torrente de agua. Aguavivas.
Los resplandores de los relámpagos recortan
la silueta de los pinos-Paraná, o fotografían el
movimiento convulso de las ramas de un yvyra-pytã.
44
Limpié el barro rojo de las suelas de mis zapatos,
pasándolas por el borde del asiento.
Ojalá pasara un auto que me llevara,
pensás. Cualquiera, no importa. Uno que tuviera
calefacción mejor, donde pudiera secarme las ropas
y acurrucarme en el olor ajeno escuchando música.
Ojalá, pienso, como un deseo y una posibilidad, pero
hay algo en estas ganas que es anterior a mí, algo
que ya estaba en mi madre y en su madre, y en los
padres de los padres de mis padres, y que por tanto es
una parte de mí que siempre ha existido, y que si yo
muriera esta noche moriría para siempre conmigo.
Llovió más intensamente. Escalé. Subí al
banco de la parada pero era inútil. Llovía desde arriba
y desde abajo, y llovía también por los costados.

45
25

Tenés una espina. Caminabas vos, el arroyo


torciendo. El amor a una distancia de kilómetros.
Tenés nueve años y estás en Carayaó. Y también
faltan días. Papá, me duele. Pisaste la raya y te dio
veneno. Bailó con su cuerpo y te dejó su herida.
Espiralada. Hasy gueteri pio ndéve, che ra’y. Ya no.
Y luego fiebre, y luego semanas. Mentira.

46
26

Empezás adelante, luego atrás. En la boca. Y al chupar


el termolar queda fuera de sí. Nde’yuhéi ra’e, agrega
sin limpiar el pico. Mientras pasa líquido pantalón
verde’o sin medias. Mirás que lustra y calza. Assim,
em direção à noite, nas vésperas do coice receio.
Las botas. Vos siempre en la espera de oportunidad,
sin desperdicio esta vez por favor. Cuando su cara
es otra frunce: invita o agrede. Namombyrýi opyta
˜
la cheróga. Jaguata’imíta añete, péro sapy’aitépe
ñaguaheta. Siempre que se veían urgentemente
decíle, ahora sin bus en un mismo segundo. Ahora
por detrás en la cama despierto o hay mucho espacio
y prospera. Sin nombre.

47
27

Primero sueño: Te hiciste amigo. Estaba siguiendo


la carrera militar y te invitaba a tomar vino en los
parques del cuartel. De un muchacho. Amanecían
dormidos debajo de los árboles de lluvia de oro. Pero
después él desapareció de tu vida, y tu sueño migró

Miro los árboles de lluvia. Y entonces recuerdo. Me


hice de un muchacho. Amigo. Que estaba siguiendo.
Me invitaba en los parques y amanecíamos. La carrera
militar. Beber. Dormir bajo los árboles de lluvia. Pero
después él desapareció. Dorada. De mi vida. Migró.

48
28

Hubo flores marchitas en las canaletas de la


calle, frente al cementerio. Vos las pisaste.
Se puede vivir en una ciudad por algún
tiempo, recorrerla a tientas o ciego, distraído por
cualquier cosa, o extraviado en las ideas.
En el zoológico, los investigadores trataron
infructuosamente de hacer que un casal de zorros
de crin se reprodujera, pero apenas nacían, la madre
se comía a las crías. Es que la madre quería salvar a
las crías del destino del cautiverio, agregó uno de los
cuidadores. No, le respondió el otro: es que no está
dispuesta a compartir el paraíso del cautiverio con
los nuevos competidores.
Caminabas con dirección al aserradero, y
pisaste flores en la canaleta de la calle, frente a un
cementerio, y ahora que llegaste a esperar en la plaza
viste un pétalo amarillo en la suela de tu zapato,
sentado en el sócalo del pedestal que sostenía un
busto. La arrancaste. Me quiere o no me quiere.
En un ángulo de la plaza un hombre canoso
comía su almuerzo: traía un tupper y un termo,
y comía con el gesto inquieto de los pájaros que
picotean y eligen qué costado de un mismo gusano
devorar primero.
49
Unos niños jugaban al vóley a través de las
rejas que rodean la plaza, y cuando en un momento la
pelota salió disparada con un celebrado tanto, llegó
hasta tu banco, y la devolviste con un pie.
Entonces él llegó y fue extraña la sensación
de reconocer en él un olor familiar pero todavía
irreconocible, pero nadie dijo nada. Guardaron los
movimientos como el hombre canoso guardaba sus
cubiertos, lento, demorándose.
Los patos, te contó tu abuela, si saben que un
gato olisqueó o tocó sus huevos abandonan el nido.

50
29

Es de alambres el tejido pliega


ingresás en un fondo con pastos reptan dañinos
sin altura de malezas
yo no considero chircas rodeasen
un claro y mechones de paja.
Tuyo y pálido
jardín de faces se expusieron a la luna lamió
pensás hay túneles con hierba pasadizos fabrico
un mandiocal abandonado de mí todo el tiempo]
suspendido,
afilo caricias.
Rociada sobre terrones puse la espera cambié
por cabezas de muñecas sonreían cuando las cortaba
ángulo tieso ropas con almidón me hice tortas
de comer hice estacas para levantar la primera casa]
estaba acá.
Puse a prueba una elasticidad de cuerda pulsó la
primera música que guardo un guijarro negro es
el color de la humedad en el sueño que alguien me
llama.
Alguien que tenga mi misma edad de muslos sobre mí,
tan distinto mi nombre.

51
30

Negro, en la punta donde se despliega el sabor,


la conformidad regala. Detrás de las junturas, las
papilas se atrasan hacia el suspenso, pero pide. Más,
reitera. Más. De vuelta, doy. Aunque son pálidos los
alrededores lisos, y vibra: como estambre se muestra
orgulloso de que estaba ante mi vista, vibrando,
aunque es negro. Después continúa: mi mano se
suelta, suspendida en el aire, y con su otra retiene.
Sin gesto, muy quieto exhibe. Tiene mi mano, con
dolor que avergüenza. Miro: Son dos las direcciones,
esquivando. Un momento después rotamos. Sin
cambiar el eje, le digo.

52
31

Capturen los techos alturas. Demoliciones


verticales que forraron con su diseño el miedo a
la soledad. Me aseguro de separar mis pasos con
amenaza de resbalones, y desciendo hasta pasillos
donde chicas pobres y hermosas descansan las
piernas. Pensé con instinto en pilas acarreadas por
estibadores a través de túneles, y me distraje tratando
de descifrar las cifras, las entonaciones del dinero.
Si la cartelería cayese —y ya han caído
carteles— tal vez liberarían radiancias, geometrías
sobre cuerpos, algunos flexibles. Desaparezco en
lo rancio, sudo, y me arrastran sonámbulos hasta
una grieta de polvo. Escalón tras escalón, el talco
del trabajo se reúne y evapora; hace la curva por la
espera y el hamaqueo en los colectivos. Una mujer
martilló con su cabeza el vidrio de la ventanilla, y no
se rompió, ni siquiera el sueño.
En bordes de concreto y asfalto hay malezas,
palpitaciones violáceas que laten hacia el sol, arriba, y
hacia el agua de barrancos. Si se avecinara una lluvia,
autos se apurarían por cruzar rutas inundables, pero
un peatón, quizás yo, enlodaría sus zapatos.
Es precisamente la lluvia la que ablanda la
franqueza hostil de balcones. En ese parque tuve un
53
reposo al alcance de la mano, y me fue robado por
la velocidad. Había sido que era preferible vivirla de
espaldas, y regresar andando a contramano y ciego,
pero caminaste frontal, y el choque te aplastó contra
el cordón de una vereda. Fue el penúltimo espectáculo
del fin de tarde, antes de la puesta sangrienta que
persistió de noche.

54
32

Como en un oasis, los edificios se agolpan: En su


trompa curva, un elefante blanco sostiene billetes:

Rublos
Rands
Shekels
Dinares
Yuanes
Yenes
Francos
Libras
Coronas
Dólares
Bolivianos
Pesos
Euros
Reales
Guaraníes

No aspires y traces estrías sobre este espejo.

55
33

Ahora recuerdo y restauro imágenes: Junto a la


puerta de un baño, erguidos. Tendiste la mano y
acariciaste su pregunta: ¿Es un cúmulo de funciones
inútiles o es un cúmulo de irreconocibles funciones?

Ni sueño.
Ni espejismo.

56
34

Nadie podría en tu lugar, estaba consciente de


ello. Caber. Sin embargo, por momentos parecía
que mi entrega al encanto ajeno era aceptable, o el
relegamiento de esa información que ahora albergo.
Cómo obviar el cotejo. En mi cuerpo. En esas
proximidades siempre estaba presente la analogía, y
el volumen de tu entusiasmo. Con tu tacto.

Anduve ido, me dejé ir. Tendido bocabajo junto a


ropas que no eran mías oí el murmullo. Alguien me
hablaba, pero yo estaba inmóvil. De extraños. Y mi
respiración helaba. Con restos de voz pedí que me
dejara. Por favor, le dije. Por, insistí, favor. Dormir.
En el sueño, alguien juntaba y cosía por horas. Mis
pedazos.

Así, pensé, se inauguraba otra: distinta a las tantas


previas que te consagré. Espera. En aquéllas me
imponías inter, para aparecer débil, mitencias, como
herido, después de mucho tiempo. En ésta, yo te
mostraría los pespuntes, manso. ¿Y si no volvieras?
¿Tendría que surcir un vacío con otro?

57
35

58
36

Soñé con dos. Ahora recuerdo. Noches:

Yo arrastré por las calles. Yo mi casa estaba cerca. Yo


tu cuerpo. Estábamos uno sin querer. Nos abrazamos
cuadrúpedos sobre los hombros, con una X en la
espalda. Y así andamos.

Creo que fue junto a una iglesia pentecostal. Fieles


salían después de una vigilia, de madrugada. Vos tus
ojos. Vos tu asco ante su mirada, te aproximaste más
y yo traté. Yo te cuido. De rechazarte. No vi venir,
que ahora brotaba en sangre de tu nariz. Esa entrega.
En mi propia nariz. Sentí tu sabor, te llevé dentro.
Y mientras buscaba las llaves, escribías con un dedo
sobre la pared que da a la calle.

Cuando leí. Tardé tanto en subir las escaleras, para


no tener que encontrarme con el consumado, por
temor a que se deshiciera. Deseo. Esa noche te perdí.
Porque yo asumí que esa runa sería indeleble. Hoy
busco restos de esa escritura.

59
37

Fundamentalmente vertebrados, se desplazan


a través de un desorden amanecido de muebles y
ropas. Entre el baño y el sofá la ceniza sigue activa,
dibuja un círculo en la orilla de los cuerpos, ahora
que su espalda se eriza al contacto con el piso helado.
Se pasan la guampa de tereré, y el aliento que
parecía palpable se apacigua, retrocede. Alcanzás
una rebanada de pizza de ayer, un vaso de gaseosa,
y te recostás sobre su pecho un instante, mientras
se desperezan. El viento sopla e infla la cortina de
la única ventana: olas que irrumpen en el interior
habitable. Aunque sea domingo de mañana, la
circulación de personas interrumpe la calma de su
refugio: el mundo exterior llegó, y tiene forma de
música vecina.
Del piso a la cama, el sueño y la vigilia
están suspendidos de un hilo: el prolongador del
ventilador atraviesa toda la cama, donde también
hay un tubo de desodorante, una toalla mojada y
un tenedor. Se despierta con temblor de pesadilla,
y mientras tratás de apaciguarle pasan a otra cosa:
las manos no sólo palpan sino que modelan cuerpos,
frotan como si trataran de sacarse brillo, pero sólo
60
dejan un ardor rojo que en tu muslo izquierdo tiene
después huella de dedo.
Después se encierra en el baño por varios
minutos, y aprovechás para poner algo de orden en
el espacio, consciente de que en el transcurso de las
horas todo va a volver a su habitual anarquía.
Uno después del otro, pasan por fronteras;
alisan pliegues, ordenan el pelo el uno del otro con
la mano. En algunos animales la lengua evolucionó
para funcionar como una mano. ¿O fue al revés? ¿Es
la mano humana la que evolucionó para adquirir las
funciones de la lengua? Pero lame con las dos.
No bebe vino, pero está súbitamente voluble
junto a esa ventana de beber, donde descubre un
nuevo sabor en tu lengua, y le pone nombres.
Cuando llega, sus olores se encuentran y
descubren su diferencia, pero pasadas las horas
terminan compartiendo los buenos y malos olores.
Salen a la calle y se esfuerzan por disimular la
modorra, y las ganas de retroceder y reposar con el
menor esfuerzo: Pero hacen como si eligieran hablar
otra lengua para comprometerse de alguna manera
con el exterior.
Si vuelven borrachos, se van desnudando
mientras suben las escaleras. ¿Cómo es que llegamos
arriba y ya amaneció?, se preguntan. Su espalda y su
sueño regalada a tu ombligo y tibia. Y aunque te pide
que cierres las cortinas para que no entre el sol, el sol
sabe cómo, tiene maneras, y ni bien tendido bocabajo
en la cama él boquiabierto duerme ya entró.

61
38

Circulo por refugios. Por qué me entregué. Buscar


cierto resguardo querría. A este destierro. Al compás
de pasos, con la música de zapatos deshechos. Por fin
te reconocí en esta evasión. Del rostro que te puse,
de las palabras que obligué o gestos, me arrepiento
y fugitivo.

Quizás desconozco el deseo. Someto a sentencia sin


saber.

Huyo por grutas, subterráneas; arrebato el ardor


de lirios e imprimo. Que silbe sobre mi sentido el
incendio. En el recuerdo de mi único amigo.

Quise que cargaras con mi quise. Quise imponerte


esta conducta extraña. Y al fracasar huí.

Voy saltando de patio en patio. Pateo latas por los


caminos. Sabés cómo son los perros de madrugada:
están siempre alertas. Nunca se está solo en estas
caminatas, pero quién recompensa mi compañía.

Piso piedras apretadas o hundo el pie en desagües.


La calle se empina, yo la subo. Alcanzo veredas
62
pulcras: ni siquiera las flores caídas del jazmín son
preservadas: todo expulsa, sin embargo avanzo.

Junto a una casa muy iluminada, una chica está


sentada. En la vereda, con el pelo recién lavado, a
las cuatro de la mañana. Lleva una bolsa de plástico,
llena de ropas. Ella también es extranjera; como
yo, pienso. ¿Está de regreso o parte? No tengo más
prenda que darle que un saludo con la cabeza, pero
ella no me ve.

En la garita de la esquina, el sereno toma mate: un


cuerpo atrapado en la única claridad de la cuadra,
ahora que la luz se fue. Entonces empieza a llover.
Miro hacia la chica y ella ya no está. Yo. Que solo estoy.
Buscando abrigo. Buscando al sereno. Doblemente
estoy.

63
39

Después recuerdo: En el hotel conversamos. En el


ojo, con afecto. Hay jadeo por ternura, y besó.

64
40

Traté de grabar su ronquido. Era grave con


el ritmo de un oso en carrera. Patas aplastan, garras
aferran pedregullo. Pero me dormí.
Era imposible correr del gruñido, y fruncía la
angustia, apelmazada en el camino, empinado. Crucé
la cimbra, agachando el cuello: puse en pausa la prisa
para evitar las púas, pero el descenso fue brusco, no
lo suficientemente calmo, y me corté.
Hablaba con el vello un lenguaje erizo, de
pinceles blandengues, pinceles tiesos. Levantaba un
brazo y mostraba el tesoro del sudor, en su fermento
de siestas sucesivas. Y aún arrimado a esa acritud
había resquicio para roce, todo eso antes de que
sobreviniera la ruina.
Risa le dio escucharse grabado. Esa voz no es
mía, y rio a carcajadas, parece una moto, mientras
reclamaba hambre.
Yo le preparaba la cena como una madre a un
hijo enfermo, mientras volvía a escuchar ese respiro
gutural, desde la cocina. Su única voz verdadera,
pensé.

65
41

En el desnudo el sillón comenté. Con sonreír no


hay nada. Obligo. En el pelo, en el pliegue besé. No
quiere angustia, arrimo. O tremor é pele, no chão é
pele, penso. Mañana de vuelta. La cortina es roja y de
adhesión resbala, en la rodilla. Rojo en el calor.

66
42

Cuando sueño con esa vez, en la escritura: Decime de


espaldas.

67
43

Está del revés. Como nunca antes el asiento. Otra vez


el horizonte. Se estira. Es blando y mojado en el olor.
Busca en la heladera. El pedazo de jamón tiene. Hace
un mes y medio, por primera y última vez. Pelusas
blancas y pelusas verdes. Quiero ser violento. Ayer.

68
44

Nos quedamos callados. Manos boxean suaves


en el aire. Apoyados en la mesa, él unta mayonesa
en el pan, yo corto tomates. Nos quedamos callados.
El agua vertida en vasos suena a agua vertida en
miles de vasos más pequeños, y los cuchillos arañan
platos. Ramas de eucalipto dibujan el contorno de un
gato detrás de la cortina, pero el pelaje es áspero a
la caricia. Él lee, y creo que algo recuerda porque se
pone triste. Yo me acerco por detrás, pero él avanza
unos pasos, alejándose: retrocede hacia delante,
pienso. Bajo las escaleras y le doy un sándwich que
sobró al nene sordo que cuida coches. Él apoya una
mano sobre el pecho, en señal de gratitud. Yo inclino
la cabeza.

69
45

Tomá de la boca, en el colchón. O tecido é frio, com


você, pela circunstância. Aparece en un costado, y
mojamos. Kuehe ie rohecha chekérape. Durmamos
ya, pide, sin lengua: tan temprano sin ese polvo, sin
ojos.

70
46

Detrás de las junturas, en el penúltimo pliegue, en


adhesión íntima y total, al tocar o imprimir con
movimiento: el momento álgido. En suma.

71
47

Quise prologar. Entre ladrillos que él limpió. El contacto.


De malezas que crecen en verano. Lento vuelven. De
color rosa oscuro. A poblar el lugar que ocupábamos
cuando hacía calor, y jugábamos. Hay una cortina
de flores ahora, sobre los ladrillos. Truco o ajedrez.
Donde una vez vi alacranes, y me asusté. Se acumulan
en el fondo. Colillas de cigarrillos. Envoltorios o
recipientes. En todo el espacio hay una progresión y
un cúmulo.

Ni siquiera su teléfono, o un nombre verdadero.


Cables, mangueras, una culebra muerta. Todo es
lineal para recordarme tanto. Inclusive en el tallo
erguido de los yuyos. Su forma como el sentido de
la prolongación, de la rigidez o la rememoración.
Apenas pretendo huir del sentido, los signos se
juntan. Contestan mi desdén. Con tenacidad.

Aunque fuera ciego. Puedo ver con las manos ahora


que arranco yuyos. Puedo ver con los pies. Ahora
que enrollo la manguera, los cables, espanto las
alimañas. Cuando camino descalzo ahora sobre los
cascotes, entre los alacranes. Para fingir cierto orden
en el patio ahora, o en mi memoria. O para desistir de
una vez por todas ahora.
72
48

La lengua. De la galletita abrió y acercaba. Un


paquete cerrado, pero abrió. Que tragues quiero.
Tragá, apreté, contra rechazo. Y acercó.

Todo queda.

Lo que más contamina en esta ciudad es el ruido,


pensaste. Siempre hay una espera cansada. Con la
falta de dinero, en la cama o con tereré. Posponer.
En el pan, en la manteca, ver que dure porque va a
hacer falta, en las migajas, con sabor. La ingesta. El
recuento del cuidado no es excepción.

O sexo de hoje é o sexo de ontem, faz tempo. Yo juego,


manipulo. Y él espera, mirándome a los ojos, se cubre
la boca con el antebrazo. El tiempo. A que yo remate.
Reipe’a va’erã upéva ndejehegui. Pero él también
pospone, escamotea. La falta que hará. Tanta falta,
pensaste. Igual besé.

73
49

Sus piernas estrechan el camino, angostan


la vereda. Ellos reposan la fuerza antes ofrecida al
servicio; el cansancio se vino acumulando como
monedas en una lata. Hay allí un deseo agazapado,
bajo la sombra de un kepis: resto de intimidad que
se estira para cobijar un sueño con piernas desnudas
que el sudor y el cemento no manchen. Su postura
vulnerable, el músculo del esfuerzo que alimenta
lentitudes o abraza marchas; aferra como los muslos
el lomo de un animal de carga. Animal de domar,
hasta las manos perfumadas del amo se arrastra.
Es la mano de lamer la que tu ojo acaricia,
la que guarda superpuesta sobre el vaquero raído.
Le asignás un crecimiento a ese tesoro: el cambio
esperado del fruto es dejarse madurar sobre la mesa,
hasta que el color indique el momento de pelar.
Entonces el obrero despierta, apenas: avanza
desde el fondo de las pupilas un brillo, tal vez la punta
húmeda de un sueño, donde la mano curtida acaricia
espaldas. Concentra en un único pálpito su fuerza,
que toca la médula invisible.
Él sonríe. Vuelca sobre otra nalga el peso
del cansancio, y agacha el birrete con lentitud de
párpado.
74
La ropa no alcanza a cubrir el pudor. En la
esquina, junto al león de piedra, o a la sombra del
lapacho torcido.
Enfrente, dos perros corretean: el uno
arrastra tras de sí una correa; el otro jadea cojeando
pero suelto.

75
50

La sensación persiste, pero se portó. Ella es capital


de extranjería.

Con amabilidad, pero no porque de todos modos


tenga. Salís de Montevideo, en una de las paredes.
Hostil. Razón o sea.

Escrito con sangre, hay un mensaje para vos. Nada.


Pero en esta fecha ya no significa.

En Colón escuchás. Hay alguien que dice en medio,


pero no lográs ver. Quién. Tu nombre, de la gente.
No hay caras conocidas y volvés. Cuántas veces
esperar en una esquina. Al salir. Fumás un cigarrillo
y te sentás en la escalera de acceso de una casa
abandonada. Enfrente hay basura: latas, botellas, y
un sillón de mimbre roto. A que llegue. Los taxistas y
la calle está. Se llama como vos. Se estima que cierto
porcentaje de la población se llama.

Duermen. Cuando llega se van por Estrella. En la


calle encuentran una lámina de radiografías. Es un
tórax adulto: Tiene el tercio inferior del esternón
deprimido, y un poco desplazado hacia la derecha.
76
Hay un bulto gris, él dice que es un huevo. Sobre la
lámina. Te la quita y el cielo está despejado. De araña.

Ni se miran, y cuando llega el apagón, sólo la luz roja


de los semáforos alumbra su cabeza.

77
51

El lugar tiene efecto. Por la esquina, por la forma


recorto piel. Rasco. El pelo arañé. Con las yemas de los
dedos, con la calle sangraste. Sin responsabilidad, sin
frío alguno. Temblé de falta. Con la nariz blanquísima,
y con la respiración del color de las nubes. Tenho
duas malas e as duas estão vazias. Hago recuento. En
la baldosa del departamento. Sucio. Cuando pienso
en el lenguaje, en tu cuerpo

apretaba sílabas que ya sin palabras.

78
52

Es la última. Nadie que quiera vez, que anticipe


forma. Gastar en ello, en expectativa y despliegue.
Camino distancia. La cerveza a pie, calienta la noche
caliente yo. Sin aviso. Hay un teléfono que suena y
no contesta. Los ecos de telo que envuelven voz. Es
pasaje previo a encuentro posterior. Todo di. Y todo
se paga. En el recuerdo de la cama, de la ceniza de
pucho y la merca amarilla, las ganas que ya no hay.
Llovizna pero sin filo pero sin celos dice. Nada me
pertenece. Ya nada quiero porque nada de mí.

79
53

La plaza del sueño es triste, la noche de la


plaza tibia, cruzo la plaza en vilo. Entonces rodé,
crucé adoquines y calzadas pulcras, y barrancos
junto a arroyos silenciosos cubiertos de hierba, y
latas de gaseosa rodé bajo alumbrados públicos,
cuesta abajo, hasta árboles de sibipiruna en flor rodé.
Mis latas aplastadas y perdidas. Mi huida del sonido
de su moto lenta.

80
54

No siento más____________________tu ardor.

dame otra vez

81
55

Busqué la casa y pasé. Ideal para vivir. Un patio


custodiado por leones, un día. Por leones fieros fui
visto, y en eso salí. Un día llegué. Corriendo salté
entonces corrí más rápido. En curva, por un terraplén
a cuyos costados sólo veía pastos. Que conocía.
Llegué hasta una casa en descampado. Que dejaba
comida para los visitantes ocasionales. De una que
había muerto. En el corredor. Amiga. Para paseros
hambrientos, o fugados. Había latas y señales de
una fogata en una de las piezas. Por fin dormir en el
refugio. Mierda, o señales de una escritura.

82
56

Los baños de los shoppings. Los baños de las


lomiterías. Los baños químicos. No hay más suerte
en los baños.

Los orificios de la costura: un espacio de aire


diminuto, alrededor del hilo adentro. Verticales, en
pantalón, invisibles por veces, pero de cerca…

Abro las puertas de los baños como si abriera puertas


de las piezas de mi casa, buscando algo. En el baño del
club hay una banqueta: me siento a atar los cordones
de mis zapatos, o a atar la espera. En el baño de la
plaza leo: mensajes anónimos, números de teléfono
que no existen. El baño de la terminal es el más triste:
hay tanta ansiedad en las partidas y regresos que la
espera se incendia. Los baños de los bares y de los
shoppings son escenarios de vanidad y mostración:
he visto ahí tanta hambre, tantos niños tendiendo la
mano por una moneda.

83
57

No comer. Por compromiso, por asco refriego. Ahora


baila. No quiero. De short-vaquero, de falta de edad
refrené. No quiero ese nombre, hacia modo de hacer,
con teatro, pensé. Y debajo piel, hay apuro irritado
que rascar. Respiro una caspa. Na criança menino-
mulher, na representação que o meu estilingue tem
na mira. Ahora agacha. La oferta presenta, de modo
que eriza. En baile. Sin sentir reclama, con exigencia
que aturde. Es niño de un hambre, con dos apuros
traga. Añembotavyséramo jepe, aikéma ñuhãme.
Después viste. Bajo ducha limpiar, y no sale. Es
profundo el sello, rojo es también en el ardor. Me
quedé sin. Anterior quedé.

84
58

Cambié la entrega por acogida. En el lugar donde la


calle se cruza con la espera, dejé recuerdos. En dos
direcciones, con dos sentidos, miré: con la piel, con
el miedo que eriza; con el aire que expresa el deseo.
Respiro. Otra moto por una vez.

El ocupante es conductor: interpela, reclama, con


reproche. Desnuda mi espera con los ojos, una visión
de rayos X que desintegra. Contestar con tientos
mientras se imagina la sucesión de hechos que te
llevaron a ese lugar. Si pudiera, pensás, si tuviera
las ganas de huir de ese compromiso. Pero no, es
imposible. Mi rechazo sabe a agravio, y el de la otra
moto me hace saber: Mi rechazo es otro, también,
porque mi espera se prolonga.

Como un perro, oigo todas las motos que pasan y las


reconozco. Ninguna es la de aquél. Ese no.

85
59

Miraste hacia atrás, buscando ojos que


brillaran en la oscuridad, en medio de la maleza.
Pero te encontraste con una orquídea. Blanca, casi
iluminada, con puntos marrones. No te vio. Las
plantas son organismos ciegos. Entonces, tembló.
Una gota de rocío, el vigor del crecimiento que hizo
que la planta se estirara, que su vareta vibrara.
Estamos solos, pensaste. ¿Cómo se puede estar solo
frente a algo como una flor que tiembla? Ese sexo
abierto para ser mirado por los insectos, que espera
con viscosidad la pelambre del bicho.
¿Duermen las plantas? No. Este es uno de los
mayores artificios de la naturaleza, su mayor mentira
es el disfraz aparente de su sexo en reposo. Y este es
tu secreto: Te acercaste más, acercaste la nariz. No
siento ningún olor, pensaste decepcionado. No siento
ninguno.

86
60

Porque siento más dolor. De mamá, de la forma en


que alimenta. Recibo en intensidad, en despliegue
de violencia que suma. Arrepentirse, por los
bordes, en la mancha de la sábana. El recuerdo de
su cuidado, para alargar distancia. Desde el sueño,
contra pedido y rechazo, ahora que somos tres. Que
me cuide, que hunda afecto, con cuerpo y pose.
Porque el otro no. Sonreír en soberbia, en orgullo de
cabida, de daño obrado, para fijar recuerdo. Porque
es usanza. Cuánto aprieta, cuánto estira en la falta,
y los otros nombres que visitan. No quiero así, pero
tenga. Y calle. Contra deseo mantengo, por pedido y
deterioro. De mí no queda. Que venga ése y me diga
que no otra vez. Nada.

87
61

Voy a borrarte. Ahora que todavía no hay marca o un


punto rojo en la piel siquiera.

Cuando voy camino a casa o leo. Nadie que quiera
viaje sólo para no encontrar una palabra que tan
poco significa.

Porque la lectura siempre va a estar en mí, porque


nunca voy a poder huir de ese conocimiento del
lenguaje, o de un nombre. Ni siquiera es verbal. Nadie
que quiera ceguera. Nadie que fugue o recuerdo.

88
62

Hubo dos soles en nuestra despedida. El


primero vibró como estilos, y arañó nubes detrás
de las que se escondía. El segundo latió como
corazón, como cuando se siente que cambió de
sitio, y palpita en el exilio. Por las agujas del césped
nos arrastramos, tomados de las manos, huyendo
hacia un cobijo donde guarecer nuestro deseo
improvisado, bajo carpas, escombros y maleza. Pero
la luz vidriada alcanzaba hasta el último cubil, y caía
en trizas amarillas sobre nuestras cabezas.
Las crestas más empinadas de nuestras
espaldas nos palpamos hasta arrancarnos toses.
Dibujamos escorpiones con las piernas, embebidos
en su propio olor. Los muslos se inflaron.
Habíamos esquivado la pena de las alarmas
con chistes y cosquillas, o escondimos nuestro
secreto con un pie.
Ahora invento laberintos para desaparecer.
Acarreo el rencor y la añoranza: es la mochila más
vacía que porto. Nos perdimos por senderos en el
monte, pero nunca solos y nunca juntos. Alguien
disparó a una lechuza justo en el ojo, y solo yo pude
decir que era del color de nuestro sol.
89
Y si me arrancaran la vergüenza, volvería
más osado a tocar el pelo más áspero. Llavearía la
puerta de mi pieza. Le daría tantas vueltas que me
sangrarían los dedos.

90
63

Perdí tu contacto.

Por algún tiempo puse tu cuerpo donde no estaba. No


quería encontrarte como algo que estuviera buscando.
Y hasta que por accidente. No quería humillación.

Apareciste una mañana. Uma assombração. Un


mediador dijo: Te llaman. Porque te llamé por el
nombre que no.

Intercambiamos sílabas que no palabras. Yo imaginé.


Con ojos que esquivaban. La espera de tu amigo,
impaciente y celosa, pero digna en su distancia.

Estábamos en el accidente: un lugar no deseado, al


mismo tiempo. No me llames, dijiste. Por ese nombre
ya no.

91
64

Arrastrás ruedas
recortando tiempo por como el sueño sigue ileso.
Roncás.
Despertás aturdido,
tratás de situarte en paisaje
turbio,
y así si se suscita tácito sentarte
sobre el olor donde reposan manos que amasan.
Cuando alcanzás el límite de árboles y silos soltás
migajas mientras avanzás en oscuridad hacia el baño
como rocas/lunares.
Guardás de su forma el recuerdo en partes
del cuerpo olvidadas.

92
65

En el camino del campo, tablas rosadas/verdes. De


las casas, en el zaguán. Toma tereré y le salpica lluvia.
Ontem: atravessar a ponte contrabandeando óleo. El
sol atrapado en trocitos que en el aceite brillan. En el
colchón ahora.

˜ oguata’i hína nde ati’ýre. Upévaiko


Haĩ, peteĩ tahýi’i
la che mokyryiva hina ra’e? Haĩna... rrúvio asy.
Rejukáta piko? Anínati.

No colchão, óleo, agora entra e brilha até limites,


um pouco. Las sábanas que cambiar, y cuando se
va rápido en un auto y echa humo por la ventanilla,
todavía echa aceite y moja.

93
66

La promesa hiela. Los rudimentos de la vida no


preparan para ciertas cosas. Vuelvo a casa y trato de
recordar el primer golpe, pero resulta que siempre
es otro, y cuando muestro mi orilla más áspera ya a
nadie le resulta tan insólito.

94
67

Por el esqueleto silba negro. A membranas se adhiere


y oscurece. De polvo se forma sobre mí una costra ya,
tan rígida. En hileras pisares puse, para coserme en
la corva un lapso
de vestir.

Cabezas colecciono, como flores de lapacho:


—sobre un pañuelo
—en el regazo

Se revienta en un vértice pilas, que la medida frágil


del tacto fuera.

Arrugo,
sobre ropas sueño.

Pliego,
y me organizo un sabor.

Quiero despertar en otra ciudad, en cuyas camas de


la edad aprendiera: Si hundo en lo terso/en lo limpio
la conformidad poner a prueba. Con las manos en la
hierba pálida un hueco abrir, y guardar allí el cuidado.
Tan poco para deshacer hace falta, aunque costase.
95
Si pudiera reunir retazos en bolsas, fabricarles abrigo.
Que no doliese su contigüidad, ni romper claveles
que mamá regaba, o las rodillas que ya curé.

Supiera ahorrarme el parentesco, sin invocar halagos.


Muriendo cada vez estoy, y que la fecha me vengue
espero. Hoy reclamo para mí esa altura desde donde
su llama esquivar pudiera.

96
68

Saliendo del shopping se encontraba. De visita a


Ciudad del Este, en un terreno irregular. No sé por
qué, en una loma. Eran unos acantilados, llenos de
raíces gordas de árboles, y orquídeas; el río Paraná en
lo bajo, y un arroyo que descendía. Pienso en pasado,
entonces pensaba en futuro. Como tobogán hasta él.

Cuando llegó la policía hasta donde estábamos.


Patrulleras en nuestra dirección. Yo sugerí que nos
quedáramos a dar explicaciones. Vendrán. Hoy en
la redacción leí que en un operativo policial habían
muerto dos personas, me dijo. Podríamos ser nosotros
en la portada de mañana. Sus falsos positivos.

97
69

En una zona deforestada cayó el polvo. En medio de


las entrevistas, repentino. Que escribiera mi nombre
pidieron, y yo cambié. Eso nos pasa por andar
metiéndonos, me dice. También mi letra.

Morir sin saber si la muerte será permanente. O mi


nombre.

98
70

Hubo incendio. Con las llamas de su casa, en medio


del campo. Lenguas rojas en el techo, las paredes de
tablas verdes. La maestra se cubrió. Dejó afuera la
nariz. Para respirar, pensé.

99
71

Acerco mi deseo junto al fuego de su


campamento encendido. Comprendo: Que destruyan
sus casas, que se queden sin y se derramen por
plazas y veredas de ciudades, donde moleste tanto lo
que son como lo que están. Venga a ver su pena, la
incertidumbre de amanecer, mi amor desparramado
y ya frío quienquiera.

100
72

Como ahora que la imagen, en la orilla de la espera.


Un ocelote agazapado en el baño, o anhelando ser
liberado del encierro. Ninguna aparición obligue,
todo sea real, en el olor del jabón de tocador. En todo
haya tacto, o acritud en el olfato. ¿Por qué maúlla tan
fuerte? Si acariciase las patas del animal. Probaría la
profundidad en el filo.

101
73

Siempre hay policías. O ladrones. Y, a veces,


éstos son la misma cosa: En todas partes algún
ladrón traspuso el ejercicio, alguna vez; y viceversa,
un policía merodeó a inocentes, portando su siniestro
como un arma.
Sí, se cruza los puentes, también la vigilancia.
Los pasaportes tienen sellos: de entrada; de salida.
Determinan las fechas, los plazos. Son, en suma, las
marcas que facilitan la vigilancia policíaca.
Pero perder un pasaporte puede acarrear
dificultades, problemas. Algunos problemas no
pueden tener sino una solución. Otros, pueden tener
indefinido número.
Perdés tus documentos del otro lado de
la frontera: metros después de cruzar la aduana.
Te los retuvo el empleador. En principio, esto no
tiene importancia sino para los plazos: se puede
solucionar, por ejemplo, con una denuncia, con una
renovación. Pero una vez que se suceden las fechas,
las posibilidades se vuelven limitadas.
Un traductor es, en cualquier instancia, un
mentiroso. Nadie es fiable. Inclusive aquél que pasa
sus propias ideas de una lengua a otra, sobre las que
tiene igual dominio, está siendo robado, o necesita
102
inventar algo nuevo para evadir las pérdidas. Y hay
situaciones en las que lo urgente es poder disponer
de lo suyo. Un sello, una prórroga: 315 reales con 22
centavos.
Lo que se gana es tiempo. ¿Hay algo más
estúpido que la idea de ganar tiempo cuando se se
está perdido de antemano?
Comenzaste a pensar en otro idioma como
si fuese el tuyo propio. Y comenzaste a hablar,
convencido de que las palabras fluían con claridad.
Ya no necesito traducir, te dijiste. No es una forma de
mi necesidad.
Pero luego volviste en sí. No pudiste evitar
sentirte como la mujer del video, Ruth Lemos,
nutricionista, que tuvo problemas de retorno
durante una entrevista: escuchaba su propia voz
pero no el final de las frases, y por eso los repetía,
tartamudeando.
Todo se puede traducir-cir, y no todo se puede
traducir-cir. Todo se puede decir en otra lengua-gua,
y no todo se puede decir-cir en otra lengua-gua. Ni
siquiera en la-la misma lengua-gua, en otro-tro
país-ís. Ni siquiera dos perso-sonas distintas en-en
la misma lengua-gua. Antes de-de tocar el cielo-lo,
Babel-bel, o mejor di-dicho, su torre, se desmoronó-
nó, y nadie más comprendió na-nada-da. Se hizo
polvo-vo.
Entonces la tierra como la lengua —como
tantas sustancias sólidas— se deshace, y con un
movimiento se eleva en el aire.

103
74

Una fecha, en la que el silencio se injerte sobre la


apariencia dócil. Quiero escribir un código legible,
una combinación exacta del metro en el que me
ahogue. No hay buceadores a esta altura, tan hondo.

Una fecha, donde el silencio es cavado en el tema.


Quiero escribir un código legible, la composición
exacta del metro que manejé. Ningún buceador en
esta colina, tan profundo.

La historia, donde el silencio es silencioso sobre


el tema. Quiero escribir un código legible, la
configuración exacta del metro que manejé. Ningún
buceador en esta colina, muy profundo.

La historia de silencio silencioso sobre el tema. Quiero


escribir un código que pueda leer la configuración
exacta de la medida que he resuelto. Nadie brilla en
esta montaña.

Una historia silenciosa sobre este tema. Quisiera


escribir un código que pueda leer la configuración
correcta del cambio. Nadie brilla en este risco.
104
Esta es una historia silenciosa. Quiero escribir un
código que puede cambiar la traducción correcta.
Nadie brilla en esta loma.

Esta es la historia de la historia, quiero traducir


traducciones para traducir el idioma, nadie piensa en
esta estribación.

Esta historia es una historia, quiero traducir una


traducción que traduce el idioma, no fue imaginada
por este peñasco.

Esto es una cosa: nadie quiere traducir el lenguaje


que piensa de este volcán.

Eso es una cosa, no quiere traducir el lenguaje ayuda


por favor que piensa sobre éste.

Es una cosa, nadie quiere traducir un lenguaje que


piense en ello.

Asigna a una agencia un sujeto para pensar.

Él emplea una agencia pensante.

Ellos son la compañía.

Él acompañó.

105
75

Entonces llegué a casa de abuela, buscando consejo:

Él no quería a las criaturas, me dijo. A tu tío le quemó


la mano con un cigarrillo.

Hice de mi marido dos personajes: uno bueno y otro


malo. Y me aferré al bueno. Conté cuántas veces me
fallaba y cuántas veces hacía cosas buenas. Y las cosas
buenas superaban. Y por eso me perdí.

106
76

El sueño era así:

El tránsito estaba congestionado. Vibraciones


de metal avanzaban desde colectivos hasta los
transeúntes como un rugido: no se piensa, sin
embargo, en animales, sino en máquinas; pero el
rugido es, también, un sonido mecánico. Estábamos
en una plaza, junto a una iglesia, y ella había decidido
ir andando por entre una multitud de gente, yendo y
viniendo, que compraba, y no te permitía ver su cara.
Murmullos de voces avanzaban como oleajes;
rebotaban en la cartelería y se perdían entre peluches
y frazadas, para volver a emerger, no entendías cómo,
bajo sus pies. Sentiste ese murmullo como el pálpito
de un órgano enfermo. Sentías sabor a enfermo en la
boca, no sabés por qué.
Lejos, se veía el colectivo que les llevaría, pero
vos te distrajiste mirando algo en una de las mesitas
de los vendedores; cualquier cosa, un juguete, unos
lentes de sol. No me sueltes, te había dicho ella,
porque si me soltás te vas a perder y no me vas a ver
nunca más.
Y así iban arrastrándose a lo largo de las
calles, uno al lado de la otra, chocaban contra paquetes
107
grandes y cestos de fruta, verificando con la yema
de los dedos sus contigüidades, hasta que de un
momento a otro le perdiste, y te despertaste.

O era el recuerdo.

108
77

Por una pendiente, entre typycha hũ y aguara-


ruguái, mamá desciende hasta las charcas negras del
humedal. Hunde un pie y después el otro, gacha:
sus manos planean como halconcitos tiesos sobre la
superficie pútrida del agua; ella es casi un anfibio,
como los sapos y ranas que caza: los junta en una
bolsa de algodón que lleva sobre su hombro, colgando
como un tercer seno, más bullente que los otros dos
que penden. El ypa ka’a, la garza, una pareja de teros,
caminan entre los camalotes, gráciles: le miran, con
un ojo por vez; como miran las aves.
Antes de que anochezca, mamá emprende
el retorno. La subida es más lenta. Ella se aferra a
algunos arbustos, y resbala, negra de barro hasta
la cintura. Casi cuando está por llegar a la altura se
estira a descansar, gira sobre sí, se acomoda la ropa,
el pelo, y respira, y después se pierde en el bananal
pálido del patio de una vecina, camino a casa. En el
humedal titilan luciérnagas y no hay luna.

109
78

Con perder el suelo me hice


esta forma de temer
desafiara puentes y su tormenta
el auto que demasiado familiar busca impresión
y la fuerza ascendente en espigas por el lecho seco.
Suspensión de ventanas sobre el juicio impone.
Tuve por ese instante dos,
y en ambas morí. Vidas.
Busco esa escalada,
entre esponjas de luz donde el rugido
se desvaneció sobre rocas
y musgos repitiesen el movimiento de altura.
Pero levitar era el peor de todos
sueños de ascensión distante
los miedos.
Es siempre materno el desequilibrio que me devora.
Ella
me siento pesada últimamente
me dijo ella,
colecciono caídas,
multiplico los huesos.

110
79

Estoy otro. El panchero me acerca. Él también tiene


malestar, pero es otro: se rasca, tose. Su lata de
cerveza. Con el tiempo aprendo de esta operación
que nos reúne. Una pausa que suspende por un
momento otras formas de entrega: ahí también hay
lenguaje, en las formas del cuerpo que me comunican
de espaldas.

Me pongo en hilera entre el futbolista y el albañil


adolescente: todo comienza en nosotros, pienso, todo
lo que es común o una contribución. Ahí también hay
aprendizaje o sentido. Pero esta vez no tengo ganas
de proporcionar. O pared quisiera. Ser el término de
algo.

111
80

Vuelvo a casa. En moto hablamos. El mundo peteĩ


planeta. De la vida, de la forma en que quiero. Él
no sabe leer, pero conoce su nombre. Le escribo en
la piel. Con la forma del pan compara, con la mano
cotejo. Esta vez es gratis, kape. Es cortesía.

112
81

No tenemos lugar.

A beira do rio é um colchão. Entonces busquemos.

Este mototaxista se descalza, se despeina. Enciende


el fuego. Pesco bagre, y tare’ýi, mi papá pescaba. En
este río mis hijos. Ojalá y mis nietos también, dice. O
los hijos de sus hijos.

Hay ternura por esperanza, contra pronóstico y en


intemperie. En la orilla silencio o sentencia. Él se
confiesa, yo halago. Pero no pica.

Sostener. Una persistencia que se tense. En la caña.


En el lugar y en el trabajo de este hombre. De pescar.
No somos únicos, presiento. Pienso en todos los
hombres que mueren. Pienso en todos los hombres
en mí.

113
82

˜ De noche, con el hombre y después solo.


Ko’embotaitéma ha pytũ gueteri. La calle en medio
de lluvia, y alcancé con pies mojados. Nadie a mi
alrededor, y la espera más larga es despedida. Si me
dormí, si estaba tan profundamente que perdí. Me
despertó —o del sueño o del recuerdo—. Mis ojos
cansados, su boca se movía. Ya no vamos a volver,
imposible. Una mancha amarilla y resplandeciente,
pero no alcancé nada de lo que decía. Sólo quería no
estar. El instinto me salvó, pero me siento traicionado.
En el asiento me percaté de que no tenía. Ya
en el bus. Pagué y me bajé. Por un instante había
salido de casa, pensé. Por un instante estaba fuera.
Cuántas veces preparar el paraguas y advertir que
se había quedado del otro lado, cuando la lluvia me
alcanzaba. Cuántas veces creer que se está soñando,
o despierto. Pero recuerdo la cabeza. Comencé a
correr. Mis pies se hundían en la vereda, haciendo
temblar luces reflejadas. El aire hasta mis pulmones,
líquido. Inalcanzable.
No sé cuánto tardé hasta mi huida, lo cierto
es que no estaba. Todo era demasiado lejos. Los
recuerdos pueden ser lugares, secretos en cualquier
pared. Pero esa verdad no libera a nadie. Diante de
114
um tesouro perdido não somos nada. No se puede
deshacer el vacío pero sí el olvido.
Ya es hora. Me subo. Apoyo la cabeza contra
la ventanilla, y sueño. Que está llena de gotas saladas
que se escurren. Mi espalda está desnuda. Mi
recuerdo.

115
83

El padre es una sombra, y su amor cambió:


Kuarahy’ãicha ova.

116
Se terminó de imprimir en los
talleres gráficos de
Marben Editora
el X de mayo de 2019

Esta tirada consta de


300 ejemplares
119
120

Вам также может понравиться