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medrosos políticos a quienes la conspiración de setiembre sedujo con promesas de
patriotismo y con palabras de legalidad.
Estas palabras de ahora son mejores, porque siempre es mejor la verdad, y nos
congratulamos de haberlas provocado. Ahora la Nación y la opinión internacional saben
a qué atenerse sobre el actual gobierno y sobre el que está incubándose oficialmente.
Nada de que el pueblo exprese su voluntad en comicios limpios, nada de alegatos
forenses, nada de citas legales.
Desde el 6 de setiembre de 1930, el gobierno de hecho empezó a descender por
una pendiente que está protocolizada en decretos, comunicaciones y discursos que la
historia recogerá como documentos excepcionales de la evolución argentina.
Fueron primero declamaciones sobre la patria, zalamerías al pueblo, solemnes
juramentos de respeto a la Constitución. El 6 de setiembre era un segundo 25 de Mayo y
el jefe del gobierno de facto un nuevo San Martín. Todo se prometía entonces, en una
atmósfera de gloria inmarcesible, con estremecimiento de clarines marciales.
Después vinieron los rencores banderizos, los pujos oligárquicos, los nepotismos
provechosos, los prejuicios de casta, los intentos de regresión, las tortuosas burlas al
derecho, las persecuciones crueles a una parte de los argentinos, el salto atrás a las
peores épocas de nuestro pasado; pero aun se invocaba a la ley para cubrirse con ella.
Mas, ahora, después de la nota del señor Ministro del Interior, hemos llegado al
momento en que el gobierno de hecho, arrinconado por la fuerza civil del radicalismo,
rehuye el combate en el terreno de la razón pública y de las instituciones patrias,
despojándose del manto de ficción legal con que durante años se cubriera.
Eso es, precisamente, lo que la Unión Cívica Radical necesitaba para mostrar al
pueblo argentino, en toda su horrible desnudez, la verdad de la hora política en que
vivimos, y para que los demás partidos y todos los ciudadanos sepan a qué especie de
elecciones se convoca.
La nota ministerial se ocupa también de lo que ahora se llama “estado de sitio”
por eufemismo. No rectifica la definición constitucional que de este régimen hemos
dado. Afirma simplemente —y ésta es otra ironía— que, a pesar del “estado de sitio”, la
más completa libertad reina en toda la República. Pero nosotros debemos atenernos al
testimonio de innumerables comités cerrados, de reuniones prohibidas, de libretas
secuestradas, de diarios clausurados, de ciudadanos inhabilitados, presos, procesados,
desterrados, injuriados y perseguidos.
Contando con la obsecuencia de agrupaciones accidentales complacientes y
complacidas, el gobierno se propone formar un Congreso “ad hoc”, con mayoría
genuinamente reaccionaria. Mire bien el pueblo quiénes son los verdaderos defensores
de su derecho en esta emergencia.
Ahora comprenderá la Nación lo que vale todo ese aparato legalista con que desde
hace un año se pretende desacreditar al Radicalismo, mediante investigaciones
administrativas, “descubrimientos” policiales, vetos y procesos, “citas legales” y
“alegatos forenses” que el gobierno de hecho menosprecia, según propia confesión,
aunque usa de todo ello para infamar a nuestro partido.
El “veto” a las candidaturas radicales pertenece a la misma especie de las “citas
legales” que no hacen al caso, como dice el señor ministro. Se trunca la Constitución, se
abusa de ella, se arroga el P.E. facultades extralegales de inhabilitación, y se aducen
argucias morales, cuando nada es peor que dos generales llegando juntos en automóvil a
la Casa Rosada en un momento de acefalía, y que después de posesionarse el uno del
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gobierno conquistado sin comicio y sin batalla, un año más tarde, al sentirse agotado,
entrega al otro general el comando.
Nada hay en ello que demuestre respeto al espíritu ni a la letra de la Constitución,
a todo lo que fué el ideal del pueblo argentino durante un siglo de contiendas por la
democracia.
No procedieron así los prohombres de Mayo, con quienes los hombres de
setiembre, en la primera embriaguez del fácil triunfo, dijeron emular; no procedió de esa
manera aquel general San Martín cuya virtud se olvida en los actuales días.
Una vez fundada la libertad del Perú, San Martín se alejó de América para no usar
de su espada en las luchas internas. Cuando volvió de Europa cinco años después, las
Provincias argentinas hallábanse desgarradas por la contienda fanática de unitarios y
federales; los combatientes le ofrecieron la dictadura, pero San Martín se negó a
aceptarla y nuevamente se alejó de su patria con el corazón atribulado por los odios
fratricidas, para morir 20 años después, en voluntaria expatriación. Fué en 1829, cuando
dijo al coronel Olazábal: “¿Mi sable? ¡No! Jamás se desenvainará en guerra civil”.
El puesto que San Martín repudió, Rosas habría de tomarlo más tarde; Rosas, que
no participó en la guerra de la independencia nacional y de lo que sigue siendo nuestro
destino manifiesto como Nación.
No es en la tradición de Mayo y de la Constituyente, no es en los paladines
militares de la magna epopeya, no es en el pensamiento civil de Moreno, de Echeverría,
de Alberdi, de Sarmiento, de Sáenz Peña, en donde se hallan los hontanares de las
fuerzas regresivas predominantes en la Argentina oficialista de hoy.