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Drogas - Opiniones - PSICOANÁLISIS

Esta Revista electrónica fue dirigida hasta marzo de 2003 por la Lic Patricia Sorokin. El
material reunido se conserva a efectos de su archivo y cita
Disponible en http://www.drogas.bioetica.org/drolisis2.htm

GAMSIE, SILVINA*:
«¿QUÉ HAY DE NUEVO, VIEJO?»:
EL AUGE DE UNA PSIQUIATRÍA INFANTIL AL SERVICIO DE LA
ADAPTACIÓN **

La tendencia actual, riesgosa por cierto, de acompañar ciertas consultas habituales y


frecuentes en la infancia, con una medicación de moda (fluoxetina, para los casos de la
«vieja» angustia fóbica tildados de «ataque de pánico», asociados o no a un «TOC»
[DSM IV], o Ritalina y sus equivalentes para los casos de «distracción» en la escuela,
que suelen ser incluidos dentro de la extensa clasificación que agrupa los «trastornos
por déficit de atención y comportamientos perturbados con hiperactividad» [DSM IV]) -
-los antiguos hiperkinéticos de los servicios de neurología--) me llevaron a algunas
reflexiones sobre la medicación y sus efectos cuando el sujeto a medicar es un niño.
En primer lugar, es necesario recordar la importancia de situar la función del síntoma en
la infancia. Si para Lacan, en las dos notas a Jenny Aubry, lo que aparece denotado
como síntoma del niño y señalado como lo más accesible a nuestras intervenciones, es
aquello que está en posición de responder, de representar lo sintomático de la pareja
parental, ¿qué se medica cuando se medica al niño? ¿La angustia de quién se acalla? ¿A
qué demanda se accede? No forzosamente la del niño. Es difícil de admitir que surja
como tal, por parte del sujeto infantil, una demanda de medicación de su padecer.
En segundo lugar esta tendencia implica desconocer la función estructurante de la
angustia y las fobias en la infancia. Me refiero, por una parte, a las «fobias infantiles»
de los 3 o 4 años, cuya aparición preanuncia la elección de una neurosis y, por la otra, a
aquellas que, al desencadenarse a una edad más avanzada, dibujan el «recorrido» de las
fallas de efectuación de la metáfora paterna, cuyo balizamiento establece patéticamente
un «por aquí sí - por aquí no» que, por un instante, trastabilla.
Sabemos también que cuando la posibilidad de jugar, de poner «en juego» en relación al
Otro, los distintos personajes que se supone ilusoriamente responden al «¿qué me
quieren?», se ve interrumpida, cuando han caído los enlaces simbólicos y no se sabe ya
qué máscara ofrecer, es sólo por la vía de la metáfora que el dispositivo analítico ofrece
a los niños en su invitación al juego, que el sujeto puede reubicarse.
Y como de «niño» y de «loco» todos tenemos un poco, ¿no será por el deslizamiento
facilitado del «loco» al «niño», que los psiquiatras aggiornados, no vacilan en responder
a las exigencias adaptativas de las diversas instituciones con una prescripción
medicamentosa? Las falencias de la institución parental, en primer lugar, y la escolar en
segundo, para atraer a los niños al terreno de la investigación y los descubrimientos que
facilita el dominio de la lecto-escritura, contribuyen en gran medida a no «distraer» a
esos niños «disatentos», de la menos aburrida escena parental, de la que no pueden
«distraerse» ni un minuto. Pensaba en una chiquita que tenía problemas para
«concentrarse» en su último año de primaria y a la que medican con Ritalina durante un
mes y medio --a disgusto del padre--, cuya «distracción» cede, cuando su madre se toma
el tiempo de transmitirle un método de estudio; quería tener a la mamá atenta a su lado,
enseñándole un «cómo se hace» para poder arreglárselas «sin mamá», en su entrada a la
pubertad. Que el niño no moleste o moleste lo menos posible, en el lapso de tiempo más
breve posible, constituye un ideal incentivado por el erróneo prejuicio de que las
terapias analíticas se prolongan indefinidamente, alentado a su vez por todas aquellas
políticas de salud que tienden progresivamente a restringir los plazos de atención en las
instituciones públicas. Con los tiempos que corren, la ilusión de la panacea ha alcanzado
también a nuestros niños, de la mano de padres entrenados bajo presión a responder
puntualmente a las demandas de sus hijos ... para que no molesten ... con la adquisición
de esa infinidad de juguetitos cada vez más exóticos, que se ofrece al consumo de un
mercado especialmente diseñado a su medida.
Los psicofármacos de última generación forman parte de esta oferta lanzada al consumo
masivo del mercado infantil, incentivada por el expreso pedido de los padres que,
influidos a su vez por los medios que publicitan la «eficacia» de los psicofármacos,
introducen incautamente a sus hijos en la vías de una adicción, ante la que la misma
sociedad se escandaliza.
Contexto que tiende a entorpecer la capacidad de interrogación de los padres, en torno a
lo que aparece designado como sintomático en sus hijos.
Doble silenciamiento. Por una parte, del niño, si la consulta se agota en la
administración de pastillas que, contrariamente a la aversión parental por los tiempos de
límite impreciso del psicoanálisis, suelen prescribirse por tiempo ilimitado. Es sabido
que la interrupción de la medicación vuelve las cosas a fojas cero. Un ejemplo reciente
es el descubrimiento de la falta de una hormona antidiurética en las llamadas enuresis
secundarias (generalmente nocturnas), cuyo suministro artificial espesa la orina,
impidiendo su producción por el riñón y, por ende, la micción durante la noche. La que
reaparece desde el momento en que se suspende la administración de dicha hormona.
¿Qué alegan los devotos de la causalidad biologista ante los frecuentes casos de enuresis
que remiten en las primeras entrevistas de los padres con el psicoanalista?
Silenciamiento también del lado de los padres, a los que el recurso biológico permite
permanecer en una posición de no saber, respecto de todo aquello que atañe a su propia
responsabilidad.
Si apelar a una medicación en el devenir de un análisis da cuenta de una decisión
compartida entre el analista y el analizante para dar curso a la palabra, cuando se trata
de un niño, el deslizamiento que tiende a jerarquizar el padecimiento de los padres se
hace evidente al medicarlo. El riesgo, más allá de la cronificación del remedio como
respuesta, consiste en apuntar a una «modificación de la conducta» del sujeto infantil --
que los farmacólogos esgrimen como inherente a la medicación--, en lugar de contribuir
al despliegue en una escena articulada de la respuesta que el síntoma vehiculiza del lado
del niño, relanzando el discurso del lado de los padres.
Curiosamente, estos mismos psiquiatras suelen proponer de modo concomitante con la
medicación, un tratamiento «psicoterapéutico», la mayoría de las veces de corte
comportamentalista. Cabría preguntarse, entonces, si es efectivamente la acción del
psicofármaco lo que conduce la cura a buen término.
En una conferencia reciente, un especialista en psicofarmacología no dudaba en atribuir
la «dirección de la cura» a lo que él llamaba las «terapias de base psicológica»,
entendiendo por «dirección» el hecho de contribuir a modificar las «causales que
generaron el trastorno psicopatológico», atribuyendo a la terapia de base farmacológica
la propiedad de la «cura», es decir, la modificación del signo y los síntomas del
trastorno.
Retomando la posición de los farmacólogos, ¿no habría que interrogar la
responsabilidad que les cabe a muchos de aquéllos que, diciéndose analistas, no vacilan
en precipitarse en la prescripción medicamentosa, en la ilusión de una conjunción sin
contradicciones de lo que en los hospitales suele denominarse «distintas modalidades de
abordaje del síntoma», así como en la promesa de un «porvenir radiante». Pensemos en
la multiplicidad de enfoques que cohabitan en nuestros servicios de psicopatología
infanto-juvenil: perspectivas grupales, familiares, vinculares, sistémicas, psicoanalíticas,
con la inclusión creciente de psicofármacos. El empleo de la medicación en el curso de
un tratamiento analítico obedece a una concepción que reconoce la responsabilidad de
cada cual respecto del propio sufrimiento, noción que ubica necesariamente al sujeto y
su demanda. Lo que nos instala en una dimensión ética y nos confronta con una
pregunta acerca de si la ética del psicoanálisis es una, o vacila cuando el analizante en
cuestión es un niño.
Es responsabilidad del analista descontarse de la serie en la que se ubican los padres, en
su desazón, la escuela, y el discurso médico en general, que se atiene a una descripción
psiquiátrica del síntoma. El apartado «Trastornos de la niñez y adolescencia» del DSM
IV, constituye un magnífico ejemplo de descripción de los fenómenos
comportamentales agrupados en una clasificación general, que desconoce
sistemáticamente el valor del síntoma como respuesta del niño en tanto sujeto, al Otro
encarnado en los padres. La lectura fenomenológica que promueve, entraña el riesgo
concreto de acceder linealmente a la demanda del Otro, achatándola sobre el plano de la
necesidad, al administrar una pastilla concebida como salvadora; y de situar al analista
exactamente en la perspectiva contraria a la que reconoce al síntoma como una
respuesta articulada del sujeto, que incluye una vertiente a descifrar respecto del lugar
del niño en el Otro --vertiente metafórica del juego-- y una vertiente atinente al goce
que queda por fuera de la representación. Lo que del lado del niño aparece como
demanda al Otro en un tratamiento, es justamente aquello que, por quedar retenido en el
campo parental, no le retorna bajo la forma de un «¡juega!», determinando las
dificultades del niño para ponerse en juego, y que son las que el análisis debe contribuir
a desanudar.
En la infancia, de manera paradigmática y como en ningún otro período de la vida, el
padecimiento y la angustia del sujeto se articulan en una relación evidente con el Otro
encarnado. El niño es «el bueno» o «el malo» para mamá o papá, con las consecuencias
que dicho posicionamiento puede acarrearle respecto del amor de los mismos. Que el
sujeto pueda reubicarse a cierta distancia del Otro, en un movimiento que favorece el
despliegue de sus identificaciones a las significaciones fálicas, será la contribución de
un análisis al desarrollo de esa infancia.
La angustia está al servicio de la elaboración de la neurosis infantil, permitiéndole al
sujeto descontarse del lugar de objeto que fue en el fantasma materno para orientarse
como sujeto en la vía de su propio deseo. El analista de niños acompaña el decurso de la
neurosis infantil, no interviene sobre ella. La introducción de una medicación en esta
perspectiva operaría contrariamente como un cortocircuito en un proceso, petrificando
al sujeto infantil en una posición de sujeción al servicio de la voluntad de goce del Otro
parental.
Una posición ética nos obliga a calcular el efecto de esas intervenciones en el devenir de
cada uno de los chicos que se medica, así como, más ampliamente, en el devenir
previsible del cuerpo social. Más allá de los efectos aún desconocidos que pudiera
provocar la administración prolongada de estos psicofármacos en los niños (se aceptan
ya muchos efectos adversos del empleo de la fluoxetina en los adultos), una vez
eliminado el síntoma neurótico, coartada la posibilidad de promover los enlaces
simbólicos que marcan la relación al Otro, lo que queda del lado del sujeto es la
escenificación perversa.
No podría sorprendernos entonces encontrar, a cada paso, «niños» como el que ilustra la
noticia periodística que daba cuenta de un chiquito de seis años que apalea en Estados
Unidos a un bebé de meses, en venganza contra lo que experimentaba como el
desprecio de los adultos, en un intento de hacer activo lo que sufría pasivamente, es
decir, los apaleos en la cabeza que le propinaba su mamá. Llevado ante el Juez, en la
sala de audiencias, se abraza a sus abuelos, desconociendo curiosamente la presencia de
su madre que se encontraba allí. Otro del goce absoluto, mal entendedor, espectador
fallido para el que montó su escena de terror.

* Silvina Gamsie. Psicoanalista de Niños. Coordinadora del Area de Interconsulta del


Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Supervisora clínica de niños en los hospitales R.
Gutiérrez, Fiorito, Cesac Nº 8, y Htal. Alvarez
** Publicado en la revista «Psicoanálisis y el Hospital - Publicación semestral de
practicantes en Instituciones Hospitalarias» Nº 9 “Psiquiatría y psicoanálisis”, Buenos
Aires, Junio 1996, pp. 62/65.

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