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Minuta: 12/04/19

La sesión anterior estuvo dirigida por la inquietud de saber qué tipo de educador es Sócrates.
En la primera mitad de la sesión se recogieron opiniones de los seminaristas acerca de cómo
se han ido transmitiendo a través de la historia las imágenes y discursos de Sócrates, qué
tradiciones han tenido mayor fortuna y cuáles han quedado ocultas, cómo lo han
caracterizado y cuáles han sido los aspectos más notables de sus enseñanzas. Esto nos
llevó a reconsiderar el estudio de Jenofonte en el seminario y, en última instancia, en nuestra
vida. En la segunda parte de la sesión se comentaron los dos primeros capítulos del cuarto
libro de los Recuerdos de Sócrates, en los cuales encontramos algunos carácteres de la
enseñanza socrática que relucen en la conversación con el joven Eutidemo. Esta parte de la
sesión sirvió, pues, para hacernos una apología de Sócrates (y Jenofonte) como educador.

Retomando un comentario de la sesión anterior a esta, en el cual se sugería la comparación


entre los amigos y discípulos más cercanos a Sócrates con los pintores, a propósito de la
posibilidad de que ambos llegasen a presentar una imagen verosímil y fiel de sus modelos;
se preguntó: ¿quién de los que tenemos noticia ha llegado a pintar con sus escritos la
imagen más fiel de Sócrates? Nos limitamos a considerar sólo a tres pintores: Platón,
Jenofonte y Aristófanes.
De Platón tenemos los diálogos, en los cuales, se dijo, se encuentra comúnmente la
imagen de Sócrates casi bajo un aura de santidad, pues su virtud se muestra impenetrable,
usualmente ubicado en escenarios pulcros e íntimos y con interlocutores más o menos
notables e ilustres. Jenofonte, por otro lado, llega a mostrar, superficialmente, a un Sócrates
más humano, rústico, burlón; en situaciones menos exclusivas, menos etéreas. Pero sus
Recuerdos de ninguna manera serían menos profundos y herméticos. Y de Aristófanes,
tenemos menos más un cuadro que una estampa, la comedia Las nubes es donde a primera
vista se muestra a Sócrates como un sofista más, ocupado de las cuestiones más absurdas y
pervertidor de los valores de la ciudad.
De entre todas, se dijo, parece que la pintura de Platón ha sido la que más se ha
difundido, la que figura por lo común en las historias oficiales de la filosofía. Sin embargo, su
profundidad ha sido ignorada, dando como resultado la tradición “platonista” que es, en
última instancia, en donde recaen las opiniones negativas que posteriormente expresarán
algunos pensadores. Se dijo que incluso la imagen de Sócrates había pasado incomprendida
por los mismos discípulos de Platón y el conjunto de pensadores helenísticos posteriores.
Habían, según se apunto, olvidado e ignorado el modo de preguntar y hasta la pregunta
misma. Aunque, su peculiar modo de pensar podría deberse a la situación decadente de la
políticas y la sociedad en Grecia.
No sólo la pintura de Platón fue más difundida que la de Jenofonte, inclusive la figura
de éste ha sido menos atendida que la de aquel. Hicieron notar los seminaristas que Platón
ha predominado en las historias de la filosofía como el gran filósofo de su época. Aunque, de
nuevo, este juicio se deba más al “patonismo” que a la comprensión profunda de su
sabiduría.
Sin embargo, existe, como constataron los seminaristas, una tradición menos
difundida que presta atención a la figura de Jenofonte, esta tradición la constituyen
“historiadores”, retóricos y logógrafos tales como Luciano de Samosata, Favorino y Flavio
Josefo. Pero de la figura de Jenofonte como filósofo auténtico y de su pintura de Sócrates, le
pareció al seminario, que es Maquiavelo el que encarna una comprensión más profunda. Se
dijo que Maquiavelo encuentra en Jenofonte una comprensión aguda del fenómeno político y
de la relación del poder con el saber que es preciso considerar para el filósofo político.
De aquí, nuestra primera justificación para el estudio de Jenofonte, buscar la relación
entre estos dos filósofos. Pero, por sí mismo el estudio de Jenofonte nos muestra, como lo
hemos ido notando, aspectos y ampliaciones que la pintura de platónica de Sócrates aún no
nos ha dejado ver. Empero, además de los rasgos que deja ver de Sócrates, es su modo de
recordar y reflexionar lo que nos sirve de guía para encontrar la sabiduría de nuestros
maestros, aún cuando no se encuentren presentes.
Pasamos así a la segunda parte de la sesión, en la que se comentó, precisamente,
algunos carácteres de la educación socrática. En el segundo capítulo del libro cuarto de los
Recuerdos... se relata la conversación de Sócrates con el joven Eutidemo. Este joven es
descrito como alguien que adquirió una gran cantidad de obras de los sofistas y poetas más
notables, debido a lo cual se sentía sumamente aventajado sobre otros jóvenes en sabiduría
y virtud. Un día es cuestionado por Sócrates y le hace ver que en realidad no tiene
conocimiento de aquello sobre lo que presumía, llevándolo a comenzar su verdadera
educación.
Los seminaristas encontraron en el relato de esa conversación matices importantes
respecto al Sócrates platónico. En los recuerdos de Jenofonte parece que existe cierto
elitismo diluido, debido al cual puede la enseñanza de Sócrates llegar a los jóvenes
talentosos pero que no necesariamente pertenecen a cierto grupo representativo e ilustre de
Atenas. Esta posibilidad, se dijo, no se aprecia en los diálogos platónicos. Tenemos, pues,
por un lado a Sócrates educador de guardianes y, por el otro, a Sócrates educador de
Eutidemo. Sin embargo, se sigue haciendo notar que el beneficio que se adquiere de las
enseñanzas de Sócrates depende de la naturaleza y talento particular de sus interlocutores
y discípulos a distancia.
Posteriormente, se comentó acerca del peligro de adoptar el modo de cuestionar y
educar socráticos. En el diálogo con Eutidemo, los valores de este joven son puestos en
duda. Las ideas que tiene sobre lo justo, lo bello y lo bueno, son llevadas a la contradicción ,
es de notar que, en última instancia, sus ideas son las mismas que las que guarda la ciudad,
poner en cuestión los valores de Eutidemo, quiere decir, poner en duda los fundamentos de
la ciudad. El peligro que se corre es doble, por un lado existe la posibilidad de que el
discípulo llegue a ser irremediablemente corrompido y que, por su carácter, no llegue a
concebir una comprensión más profunda de sus valores. Por otro lado, el filósofo corre el
riesgo de que la ciudad lo apunte como el único responsable de los estragos de sus
discípulos.
La educación socrática, comentaron los seminaristas, va, pues, en contra de la moral
cotidiana, la moral que requiere del ciudadano la obediencia a las leyes; sin embargo, poner
en duda esta moral no es justificación para que el filósofo y sus discípulos se dejen llevar por
sus deseos más salvajes, al contrario, al poner en duda esta moral se abre la posibilidad a
concebir una moral más auténtica que privilegia el buen juicio, la reflexión y el
autoconocimiento.
Finalmente, como se dijo, la educación que de Sócrates se obtiene hace ver que en la
obediencia a las reglas y valores de la ciudad no recae lo justo, lo bello y lo bueno. Quienes
así se dejan guiar guardan opiniones contrarias acerca de estas cosas. Poner en duda estas
opiniones lleva, sin embargo, a la posibilidad de la corrupción y destrucción del discípulo y la
ciudad; pero para el que tiene naturaleza filosófica la posibilidad más latente es la de ser
libre. La libertad, como se dijo, parece encontrarse en una comprensión genuina de lo justo,
lo bello y lo bueno. Un rasgo característico de la educación socrática es, pues, la enseñanza
de la libertad en los límites de la ciudad.

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