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UNIR CUERPOS Y PALABRAS: LITERATURA Y EROTISMO

“Amor es un no sé qué que viene por no sé dónde;


le envía yo no sé quién;
se engendra yo no sé cómo;
contentase no sé con qué;
se siente yo no sé cuándo
y mata no sé por qué."

Ovidio

El amor está hecho de palabras. Artefacto que nos configura como una extraña

piedra filosofal que transforma el carbón de la cotidianidad en un tiempo dorado. Un

idilio: aquella locura colectiva que se vive de dos en dos (con insólitas y solitarias

excepciones de un eros electrónico cada vez más presente). Es un lenguaje:

comunica de manera extraña, ciega, elocuente. La pasión nos arrastra, nos

obnubila, nos catapulta, nos abraza y nos apresa. Es proteica, es cruel, es infantil.

Es una tela compleja el amor. Un entramado de hilos que nos abraza. Es biología,

es religión, es literatura, es mitología. “Llama de amor viva que tiernamente hieres”

dice Juan de la Cruz. Y es que el amor es paradojal: herida que sana con dolor pues

como dice Teresa de Ávila, “si te duele es buena señal”. Es una locura que se

asume, una desmesura socialmente aceptada, secretamente temida y abiertamente

anhelada. Es una trampa y por tanto es juego. La lúdica de los cuerpos que se ha

manchado de moral, de superstición. La pasión amorosa es extraña: ocurre pocas

veces. Es caprichosa: no ocurre cuando deseamos y, muchos menos, con quien

deseamos. Es itinerante, nómada, rebelde. No es mudo el amor: necesita la

metáfora. Es lingüística: es significante transformado, sobredimensionado.


El erotismo es un fin en sí mismo. Un placer que no busca engendrar y por tanto va

contra las normas establecidas. El erotismo, como ejercicio intelectual, como una

cópula entre el lenguaje y la imaginación, es más que sexo. Es una representación,

la puesta en escena de una poética de los cuerpos donde el ser amado —su piel—

se transforma en imagen, en poema, en caricia, en algo más allá de los límites de

la carne. El erotismo, así, es un viaje íntimo. Un descenso hacia lo profundo, hacia

lo insondable: una caída donde el cuerpo se abandona a los placeres de la

imaginación y todo se vuelve danza, ritual, ceremonia. De la misma manera que el

lenguaje, traspasado por la poesía, se des-automatiza para cumplir la función

superior, elevada, de comunicar lo inefable; la carne, erotizada, es metáfora. El

sexo, entonces, se vuelve arte: es fantasía, símbolo de aquello que no se puede

nombrar, que no se puede aprehender: el amor. El arte de desear, de hacer desear,

de disfrutar del deseo mismo. Desear al otro y a sí mismo como sujeto deseante.

Los mitos del amor

Eros representa la transgresión de la norma y, ésta, siempre intenta regular los

placeres, dominar el deseo. La pasión amorosa es una enfermedad para las

instituciones que ostentan el poder: aquellos que la abrazan sucumben pues los

“amorosos” se olvidan del mundo, habitan en el reino de la fantasía, al margen de

la ley. Por eso su pasión debe ser regulada con el matrimonio. El mito de Tristán e

Isolda alimenta a quienes conciben el amor como finalidad, como destino. Quienes

a la luz del día se someten a la norma y, al amparo de la noche, se entregan a la

pasión transgresora. Este mito también alimenta la angustia (elemento esencial de

nuestra concepción del amor) pues nos dice que la pasión es prohibida y trae
consigo la muerte. Tristán e Isolda ilustra la pasión oscura que nos configura:

hechizo y terror —es decir, amor y muerte—. El imperio de los sentidos: el triunfo

de Eros. Así, el mito pasó de ser un relato regulador a ser un río subterráneo que

permeó nuestra manera de amar. Un reflejo, también, de la lucha política: un

enfrentamiento entre la brutalidad feudal y el amor cortesano.

El deseo y seducción

Nos rigen dos fuerzas: la atracción y la repulsión. Amor y odio. Respiramos en un

oleaje de aire donde fluctúan, implícitas, esas dos fuerzas creadoras. El deseo,

además, es creador en ambos sentidos: cuando construye y cuando destruye;

cuando nos amamos y cuando nos odiamos. De esta oscilación de fuerzas surgen

relatos susceptibles de ser poetizados: los celos, la infidelidad, la vergüenza, la

ambición. Porque el deseo siempre es insatisfacción, siempre es un deseo por

cumplir. Siempre es posibilidad. Y de ahí nace la seducción pues nos atrae lo

prohibido, lo oscuro. La seducción nunca está de parte de las normas, de las

instituciones. Es artificio, es maquillaje, es carnaval. Así, toda seducción es

perversa, anómica. Es, además, el territorio simbólico por excelencia. Todo

simulación, todo incertidumbre, todo desafío.

Deseo y orden social: lo prohibido como elemento creador

La civilización creó instituciones y reglas de parentesco para escapar de la dictadura

del deseo: el matrimonio, el incesto, la exogamia y el adulterio son un intento de

condenarlo. Cualquier atajo, cualquier camino secundario, se torna oscuro y

clandestino. El viaje erótico no admite desvíos: el discurso se unifica y produce

relatos que funcionan como normas sociales. El cuento de hadas nace como relato
regulador, como ejemplo a seguir. Eros experimentado como mito, como imaginario

colectivo, como herramienta de poder. Discurso que encarcela el deseo: amor

espiritual, sagrado y dominante que teme degradarse en el placer libre de la carne.

Sin embargo, lo infame y lo sublimado, muchas veces, se concilian. Mito y deseo

producen relatos paralelos al discurso del poder y otras formas de amarse son

posibles. La escritura se aventura por aquel terreno vedado, acariciando cuerpos

prohibidos, dibujando una piel distinta, nunca antes acariciada; uniendo miradas

distantes, abrazando y besando lo prohibido y, siguiendo y transformando la máxima

de Valle Inclán, produciendo textos para “unir cuerpos, palabras e ideas que nunca

han estado juntas”.

Gabriel Rodríguez
Metodología y dinámica de trabajo

El amor es la matriz de muchos discursos y produce relatos que regulan nuestro

orden social. El taller indagará, y buscará, el origen de esos relatos cotidianos y los

interpelará, los criticará y los utilizará como materia prima para la escritura de

nuevas mitologías y de una poética del cuerpo renovada, íntima y personal.

Mediante la escritura de poemas, los asistentes seguirán las siguientes consignas

y explorarán los siguientes tópicos: 1) La relación entre el cuerpo y la producción de

discursos eróticos; 2) El cambio que representa contemplar el mundo desde un

prisma erótico y cómo esto transforma nuestra cotidianidad; 3) La mitificación y la

sacralización de personas y situaciones por medio del amor erótico; 4) La seducción

y la metáfora; 5) El deseo como detonante creativo y semilla de la expresión poética

Gabriel Rodríguez
Bibliografía

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