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Reseña

Educación después de Auschwitz


Theodor Adorno

Fray José Ángel VIDAL ESQUIVIA, O.P.

En la conferencia radial Educación después de Auschwitz pronunciada por Theodor Ludwig


Wiesengrund Adorno, filósofo alemán de origen judío, en el año de 1966, es patente la idea
del autor de la necesidad de preguntarse por la educación, marcando como suceso de mayor
relevancia la barbarie ocurrida en los campos de concentración de Auschwitz durante el
periodo cruento conocido como Segunda Guerra Mundial.

Adorno es tajante al momento de afirmar que Auschwitz no se debe repetir, y para que dicha
petición se cumpla, la educación debe jugar un rol protagónico. La falta de concientización
en los centros de educación de la atrocidad ocurrida en los campos de concentración nazi es
quizá el factor clave en la solicitud de Adorno, ya que la “ausencia de memoria” conlleva a
un sinsentido educativo, una educación que se olvida de la “bestialidad de los hombres” es
una educación condenada a la repetición de barbaridades como las de Auschwitz formando
a su vez generaciones del reclamo.

Dos interrogantes surcan el texto del filósofo. El primer interrogante cuestiona las
condiciones psicológicas, pero sobretodo social, que llevaron a la realización de Auschwitz.
Si bien Adorno da prevalencia al factor social, no descarta en su totalidad la conducta del
hombre en sí mismo, sobre todo la de los victimarios. El segundo interrogante versa sobre
cómo prevenir que tal atrocidad se repita, ya que al parecer eventos como estos podrían llegar
a constituirse en simples “sucesos históricos necesarios”, ya sea para la disminución
ineludible del aumento demográfico o el establecimiento mismo de la ley del más fuerte.

Adorno considera la posibilidad de repetición de este hecho debido a que aún persisten en
los hombres las mismas condiciones que conllevaron a que ocurriera hace ya unos años dicha
barbaridad, puesto que tales condiciones no son extrínsecas de la sociedad misma y se trata,
por tanto, de una “civilización que engendra anticivilización”. Entonces ¿qué hacer?
La respuesta está en la educación, al menos así lo piensa el filósofo. La educación debe
descubrir cuales fueron esas condiciones y mecanismos que llevan al hombre a incurrir en el
desdén, la tortura, el odio, etc., posteriormente debe hacerlas conocer a todos aquellos que se
encuentran en su proceso educativo y finalmente mediante un proceso de concientización
evitar la repetición de dichas condiciones. Todo esto ayudará al “giro” del sujeto,
encontrando así la educación su sentido, al llevarlo a adentrarse en una reflexión crítica sobre
sí mismo.

Adorno insiste en la necesidad de no repetición y que la educación es la responsable de que


hechos tan atroces no vuelvan a suceder. Por eso recomienda que la escuela ha de “pasar la
hoja” en cuanto a la práctica pedagógica se refiere, de ahí que para el debería ser impensable
la continuación de una pedagogía del rigor, puesto que dicha pedagogía propende potenciar
sentimientos de indiferencia, de insensibilidad por el otro, de superposición y de
autoritarismo. Sólo será posible una no repetición desde una educación que se libere de la
pedagogía del rigor y avance hacia una pedagogía del amor, en donde el sujeto supere la
heteronomía y se haga responsable ante su propia razón, convirtiéndose en un sujeto auto-
reflexivo, que no “entra en el juego” de la masificación y por ende de la insensibilidad.

El filósofo también resalta la relación del hombre con la “técnica”, diciendo que dicha
relación puede ser considerada de tipo irracional, considerando estas cosas que, si bien son
“prolongación del brazo humano”, como una fuerza con entidad propia, en otras palabras, la
creación al mismo nivel del creador, acaparando la atención y el afecto que podría ser
brindado a los otros que son verdaderamente como yo.

Finalmente, Adorno rescata la figura del “esclavo”, es decir de aquel que ejecuta órdenes, en
otras palabras, los faltos de autonomía, y sobre ha de recaer el tipo de educación que el autor
propone. Esto además nos debe llevar a pensar en el contexto colombiano y la
responsabilidad de la educación en la no repetición de hechos tan atroces como las masacres
y demás belicosidades perpetuadas durante el conflicto armado, en donde existen “asesinos
de mesa de despacho” y hombres y mujeres esclavos de éstos, incapaces de liberarse porque
aún nuestra educación no les ha enseñado a ser autónomos e ilustrados.

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