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Derecho romano.
Conviene aclarar, en primer lugar, para evitar confusiones termi-
nológicas, que en el Derecho romano clásico la palabra contractus no
significó el acuerdo de voluntades, que es el sentido moderno que tiene,
sino la relación jurídica o el vínculo obligatorio en sí (la obligación). El
acuerdo de voluntades (consentimiento) adquirió significado en el Dere-
cho justinianeo y fue llamado pactum o conventio y no contractus.
Esto explica porqué en el fragmento de ULPIANO, citado por los com-
piladores en el Digesto de Justiniano, se dice “Pactio est duorum pluriumve
in ídem placitum consensus”, vinculando así el consentimiento al pacto y
no al contrato.
En consecuencia, la evolución del valor del principio consensual
como fuente generadora de obligaciones debe seguirse en el Derecho ro-
mano (colocándonos en el enfoque dado a este Derecho por los
compiladores justinianeos) a través del pactum, que es el verdadero ante-
cedente del contrato moderno. Esta es la razón por la cual voy a referirme,
a continuación, al pacto y no al contrato.
Inicialmente el solo acuerdo de voluntades (nuda pacta) no producía
acción alguna. Para que esto último ocurriera se requería que el pacto se en-
volviera en algún tipo de ropaje (pacta vestita) que le diera valor obligatorio.
Surgen así los pactos verbales (verbis), cuya vestimenta era el uso
de palabras o ritos solemnes (como la stipulatio); los pactos literales (lite-
ris) que se formalizaban escribiéndolos en un documento el deudor o en
un libro el acreedor; y los pactos reales (re) que sólo se perfeccionaban
con la entrega de la cosa.
Los pactos reales dieron lugar a la existencia de cuatro categorías,
que en lenguaje moderno podrían llamarse contractuales, que eran: el
mutuo, el comodato, el depósito y la prenda.
Estas cuatro categorías fueron recogidas por el Derecho contem-
poráneo a través de los contratos reales.
Sin embargo, debe tenerse presente que el Código civil peruano de
1984, si bien sólo en forma indirecta, no reconoce la categoría de los con-
24 EL CONTRATO EN GENERAL
Derecho medieval.
Poca o ninguna significación, con la honrosa excepción de España,
tiene el desarrollo del contrato en la Edad Media.
Se repitió, casi paso a paso, la evolución del concepto en el Dere-
cho romano, iniciándose con una etapa primitiva, que acoge el sistema
verbal y solemne, para pasar a una época en que las necesidades del
tráfico requieren del contrato real, y finalmente llegar a una etapa en
25 MANUEL DE LA PUENTE Y LAVALLE
que se trata de alcanzar, sin lograrlo, el pleno dominio del contrato con-
sensual.
Por ello, este período histórico carece de interés para el estudio del
contrato en el Derecho peruano.
He hecho una referencia especial al Derecho español, por cuanto
fue el primero en admitir, en el Ordenamiento de Alcalá del año 1348, el
valor del simple acuerdo de voluntades o consentimiento. En efecto, por
influencia del Derecho consuetudinario castellano, la ley única del título
XVI de dicho Ordenamiento estableció que “sea valedera la obligación o el
contracto que fueren fechos en cualquier manera que paresca que alguno se
quiso obligar a otro, e facer contracto con el”, con lo cual se reconoce pleno
valor al contrato consensual.
Esta norma pasó, dos siglos más tarde, a la Nueva Recopilación de
1567, y de ahí a la Novísima Recopilación de 1805.
Derecho canónico.
Se ha reconocido al Derecho canónico una influencia determinan-
te para la formación del concepto moderno del contrato.
Inicialmente el contrato tuvo valor debido al juramento religioso
–acto solemne– que habitualmente lo acompañaba. Empero, poco a poco,
se fue abandonando la exigencia del juramento, reconociéndose el va-
lor pleno del mero consentimiento, llegándose así a afirmar que del nudo
pacto sí nace acción.
GORLA7 adopta una posición singular al afirmar que la influencia
del Derecho canónico fue muy limitada, ya que posiblemente sólo se acu-
dió a él en busca de apoyo o justificación moral cuando ya en la práctica
se había ido imponiendo el principio consensual.
Derecho moderno.
Se estima que el concepto moderno de contrato se alcanzó como
consecuencia de tres diversas corrientes de pensamiento8:
a) La influencia del Derecho canónico, que otorgó un valor funda-
mental al consenso y estableció la idea de que la voluntad es la
fuente de la obligación.
b) Las necesidades prácticas del tráfico comercial, que llevan a supri-
mir las trabas que significan las formas solemnes.
c) La doctrina del Derecho natural, que proclama la libertad indivi-
dual y la autonomía de su voluntad.
26 EL CONTRATO EN GENERAL
(*) Piensa BUEN11, sin embargo, que en el Código civil italiano de 1942 el principio de la
autonomía de la voluntad está fuertemente limitado por cuestiones de orden público.
27 MANUEL DE LA PUENTE Y LAVALLE
El Derecho actual.
El principio de la autonomía privada contractual, aplicado sin tra-
ba alguna, pronto empezó a encontrar en sí mismo su propio germen de
destrucción. La libertad jurídica, al verse enfrentada a una desigualdad
económica, provocó el abuso en la contratación.
Pronto comprendió el Estado que no podía continuar concediendo
a los particulares tanta libertad para regular entre ellos sus relaciones, lo
que había ocasionado este abuso, y decidió intervenir más de cerca en la
relación contractual para intentar equilibrar las posiciones, estrechando
así el campo de la autonomía privada.
Este nuevo rumbo se ha plasmado entre nosotros en el artículo 1355
del Código civil actual, según el cual la ley, por consideraciones de inte-
rés social, público o ético puede imponer reglas o establecer limitaciones
al contenido de los contratos.
Se presenta así el fenómeno del dirigismo contractual.
Otro aspecto que ha influenciado significativamente en la contra-
tación contemporánea es la masificación de las relaciones comerciales,
que ha dado lugar a la impostergable necesidad de celebrar simultánea-
mente una gran cantidad de contratos, cuyos términos no hay tiempo de
discutir caso por caso. A un comercio en masa corresponde una contrata-
ción en masa.
El Código civil peruano se ha visto precisado a dar una solución
adecuada a este problema, y pienso que lo ha logrado a través de las cláu-
sulas generales de contratación, como se verá más adelante al comentar
el artículo 1392.
que todavía se estiran más, hasta referirlas a cualquier acto expresivo de una voluntad
o a los que se atribuye tal carácter. Con tal proceder se explica, y resulta hasta natural,
que se construyan esos cielos de conceptos –de que hablara JEHRING– en los que se
condena como herética cualquier referencia a la realidad. No se niega, en general su
utilidad porque es posible que tal método convenga a un Derecho que hay que tener
muy en cuenta, es que tal concepción del negocio jurídico puede ser incompatible con
los principios con otros ordenamientos. De ahí el especial riesgo que se corre cuando
se recibe el concepto de negocio jurídico. Al darse entrada a tal concepto, producto del
pandectismo alemán, aceptado y mimado en la doctrina italiana, es fácil que con él se
dé entrada a construcciones hechas para las correspondientes legislaciones, pero ajenas
y hasta repugnantes del Derecho español. La simpatía hacia lo extraño y lo nuevo, el
brillo espectacular del malabarismo y de la prestidigitación con los conceptos jurídicos,
puede seducir y llevar a esa tarea monstruosa de adaptar el propio Derecho a sistemas
extraños, a costa de forzar la interpretación de las leyes y de violentar el sentido de las
instituciones fundamentales”.
32 EL CONTRATO EN GENERAL
Son actos unilaterales aquellos en que una sola parte (que puede
estar constituida por una persona o por varias personas) declara su vo-
luntad y esta declaración tiene la virtualidad de producir los efectos
jurídicos queridos por el agente.
Son actos plurilaterales los que necesitan el concurso de las mani-
festaciones de voluntad de varias partes para generar tales efectos, o sea
la creación, regulación, modificación o extinción de relaciones jurídicas.
En la plurilateralidad está comprendida la bilateralidad.
Es preciso tomar en consideración que dos o más actos jurídicos
unilaterales autónomos, aunque combinen entre sí sus efectos, no dan
lugar a un acto jurídico plurilateral, pues para la existencia de éste se
requiere que las manifestaciones de voluntad de las partes se presupon-
gan mutuamente, sean hechas con la finalidad de integrar un acto jurídico
plurilateral único. En otras palabras, cada una de las manifestaciones de
voluntad que, según la teoría del negocio jurídico, dan lugar a la forma-
ción del negocio (o acto) jurídico plurilateral, no es de por sí un acto
jurídico unilateral, sino una fracción del acto jurídico plurilateral19.
Dado que por definición del artículo 1351 del Código civil, el con-
trato es el acuerdo de dos o más partes, hay que concluir que el contrato
es un acto jurídico plurilateral. Así lo entiende parte importante de las
opiniones doctrinarias vertidas en el campo de la teoría del acto jurí-
dico20.
Según se verá más adelante al comentar el Título IV de esta Sec-
ción, el contrato, no obstante ser necesariamente un acto jurídico
plurilateral, puede a su vez clasificarse, según la doctrina tradicional, en
unilateral y bilateral, pero en este caso dichos términos están empleados
con relación al número de partes que quedan obligadas por el contrato y
no al número de partes que lo celebran. Todo contrato, sea unilateral o
bilateral, es un acto jurídico plurilateral.
Empero, ya se ha advertido anteriormente que la aplicación en el
campo de la teoría del acto jurídico de conceptos propios de la teoría del
negocio jurídico puede traer problemas.
Uno de estos problemas es el relacionado con una posición doctri-
naria, desarrollada dentro de la teoría del negocio jurídico, que sostiene
que el contrato, si bien es un negocio jurídico bilateral (que requiere para
su formación dos declaraciones de voluntad), no puede ser un negocio
jurídico plurilateral.
Este tema, que está íntimamente relacionado con el de la necesi-
dad de que el contrato sea conciliador de intereses opuestos, será materia
de estudio al comentarse el artículo 1351 del Código civil.
33 MANUEL DE LA PUENTE Y LAVALLE
5. EL CONCEPTO DE CONTRATO
Parecería inútil que, existiendo una definición legislativa del con-
trato (artículo 1351 del Código civil), se busque saber cuál es el concepto
de contrato, desde que éste es, al fin y al cabo, lo que la definición dice.
Sin embargo, debe tenerse presente que la definición, por su natu-
raleza, sólo debe establecer los lineamientos generales de la institución,
o sea cuál es su naturaleza y cuáles sus efectos, mientras el concepto de
contrato profundiza estas nociones. Por otro lado, establecer el concepto
de contrato permite juzgar, con mayores elementos de juicio, la bondad
de la definición.
No se trata en este momento de analizar el principio de la autonomía
privada, que es el sustento del contrato, ni el consentimiento, que es el acto
que da lugar a la formación del contrato, pues estos dos temas se estudiarán
al comentar los artículos 1354 y 1352 del Código civil, respectivamente.
Se busca simplemente ubicar la figura del contrato, explicar qué es.
36 EL CONTRATO EN GENERAL
Sobre este mismo tema indica GOMES30 que hay dos posiciones an-
tagónicas que dividen a los juristas: la subjetiva y la objetiva.
De acuerdo con la posición subjetiva, el contenido del contrato está
compuesto por los derechos y obligaciones de las partes, que constituyen
la relación jurídica que vincula a éstas. Según la posición objetiva, las
cláusulas contractuales tienen sustancia normativa, se trata de precep-
tos que forman un reglamento trazado por las partes de común acuerdo,
lo que determina que el contrato sea una fuente de normas jurídicas, al
lado de la ley y de la sentencia.
Para resolver esta duda, dice GOMES, hay que tener presente las en-
señanzas de SAVIGNY, quien distingue el contrato de la ley en el sentido
que aquél es fuente de obligaciones y derechos subjetivos, en tanto que
ésta es fuente de Derecho objetivo.
Por mi parte, no creo que lo que hay que cumplir es el contrato
como norma sino, tal cual acabo de decirlo, las obligaciones creadas por
el contrato. No nos olvidemos que el contrato como acto jurídico deja de
existir una vez que ha logrado su objeto, que es crear la relación jurídica,
dejando no una norma de cumplimiento obligatorio, sino esa relación
constituida por obligaciones que hay que cumplir mediante la ejecución
de las respectivas prestaciones.
Pienso, pues, que el iter contractual se desarrolla sólo en dos etapas:
el contrato como acto jurídico y la relación jurídica creada por este acto.
Estas ideas, que si bien no están puestas de manifiesto en la defini-
ción legislativa del contrato, tampoco están excluidas de ella, permiten
precisar cu+al es el concepto de contrato con el que se va a trabajar en la
presente obra.
Conjugando tales ideas con dicha definición, puede decirse que el
concepto del contrato es la declaración conjunta de la voluntad común
de dos o más partes que, por permitirlo el ordenamiento jurídico, tiene
por efecto crear, regular, modificar o extinguir entre sí obligaciones líci-
tas de carácter patrimonial.
En el Derecho anglosajón, el concepto de contrato es distinto. En
lugar de un acuerdo de voluntades generador de obligaciones, se entien-
de que el contrato es el intercambio de promesas que atribuyen a las par-
tes el derecho a exigir algo, por permitirlo el ordenamiento jurídico31. Las
obligaciones no nacen, pues, del acuerdo de ambas partes, sino de la pro-
mesa de cada una. Por otro lado, se busca más sancionar el incumpli-
miento que exigir el cumplimiento. Por eso, el Restatement of Contracts
expresa que “un contrato es una promesa por cuyo quebrantamiento el
Derecho concede un remedio”.
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