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Centrarse en los demás

Corresponder

«Mi madre —me decía hace ya tiempo un buen


padre de familia— es muy absorbente. Y siento
tener que decir que desde que la hemos traído a
casa hemos empezado a tener un montón de
problemas nuevos.

»Tiene setenta y ocho años y está bastante


enferma. Y la enfermedad le afecta ya un poco a la
cabeza, y se ha hecho bastante absorbente, como
te decía, por no decir que a veces —con perdón—
está insoportable.

»A ella le gustaría que estuviéramos todo el día a


su lado, y nos controla hasta las horas de llegada a
casa por la tarde. No para de opinar de todo, y la
verdad es que hay veces en que acaba con mi
paciencia.

»Algunas veces pienso que lo mejor sería que


estuviera en una residencia, y dejarme de
problemas. Pero luego me avergüenzo al recordar
todo lo que ella me ha soportado a mí, antes y
después de nacer. Y pienso que no puedo menos
que corresponder ahora así con ella.»

Se trata de una situación bastante común en


muchos hogares. Son circunstancias que a veces se
hacen difíciles, pero que hay que asumir
serenamente, como una tarea difícil y al tiempo
maravillosa, de hacer felices a nuestros padres en
esos pocos años que les quedan de vida.

A veces, por su edad o por su enfermedad, ya casi


no pueden evitar ser como son. Quieren atención,
cuidados y cariño. Y a veces actúan con un egoísmo
invasor que hay que saber encauzar, con un modo
de ser que quizá nos cansa bastante, y entonces
nos vienen a la cabeza pensamientos que luego
vemos que no están bien.

Hay que pensar que cuando nosotros teníamos seis


meses, o cuatro años, también seríamos muchas
veces pesados, desagradables o caprichosos. Y
seguro que más de una vez nuestra madre perdió
un poco los nervios y se le pasó por la cabeza la
idea de que de buena gana nos tiraba por la
ventana. Pero, naturalmente, no lo hizo y aquí
estamos.

Piensa que hace unos años tus padres te cuidaron


a ti. Ahora se han invertido los términos y tienes
que cuidarles tú a ellos. Y no olvides que dentro de
no muchos años, se volverán a invertir las tornas,
y será de ti de quien tendrán que cuidar. Piensa que
cuidando a tus padres, o a tus suegros, aparte de
cumplir un deber de justicia y de cariño, estás
enseñando mucho a tus hijos. Ve preparándote
para entonces y actúa ahora como quieres que
suceda contigo en el futuro.

He sabido que, en los días de comienzo de


vacaciones, o de un puente un poco más largo, hay
en los hospitales una avalancha de ingresos de
personas de edad avanzada. Y no es porque esos
días tengan los abuelos algún motivo especial de
enfermedad, sino porque muchas familias quieren
deshacerse de sus padres ancianos y pasar así más
tranquilos las vacaciones. Me pregunto si en esas
familias habrá realmente tranquilidad y alegría en
el disfrute de esos días de descanso, después de
abandonar así a quienes les dieron la vida.

Esas familias en las que todos los hermanos se


desentienden, en las que a todos les es
materialmente imposible atender a sus padres
ancianos, en las que —en el mejor de los casos—
los soportan unos pocos días en cada casa y con
cara de disgusto; en esas familias, es fácil que
dentro de veinte o treinta años a ellos les espere de
sus propios hijos un trato parecido en sus últimos
años de vida.

Sin embargo, he conocido, por fortuna, muchas


otras familias que han considerado un orgullo hacer
felices a sus padres ya ancianos, y que han hecho
grandes equilibrios para acogerles gustosos. Eso les
ha supuesto tantas veces renunciar a muchas
salidas y a mucha aparente felicidad, pero son
familias felices y se les puede augurar una vejez
feliz, porque sus hijos habrán visto, como una
lección práctica, cómo se trata a los propios padres
cuando se hacen mayores.

Conocer a los demás

«Hay que elegir un poco los amigos. Se ve


enseguida cómo son por la forma que tienen de
pasar el rato —decía con convicción Jaime, un
despierto estudiante de diecisiete años.
»Encuentras colegas para pasarlo bien, dices
bobadas, te ríes, acabas consiguiendo tener una
gran habilidad dialéctica y humorística..., pero no
logras una amistad seria. Hay mucho coleguismo.
Aprendes a bandearte, porque en cuanto te
descuidas le dan a uno en las narices.

»Y, desde luego, como sean perezosos, acabas


siéndolo tú también. No hay quien aguante que te
llamen todos los días para salir cuando estás
estudiando.

»Yo tuve a los catorce años unos amigos que


fumaban porros y en el recreo te ofrecían. Todavía
no sé bien cómo logré quitármelos de encima. Es
un tópico eso de que sólo fuman los macarras y los
jatos. Es sobre todo la gente bien. Han probado ya
todo y necesitan más. Esnifan coca, fuman
marihuana o se empastillan en cuanto te quieres
dar cuenta. Y en zonas muy corrientes, no en los
suburbios.

»Suele ser un problema de su familia. Y de él, que


es un imbécil. Lo peor son el chico o la chica con
demasiado dinero. Venga, vamos a probar, y ya no
lo pueden dejar.

»Lo más triste —seguía diciendo Jaime— es que


está muy de moda. Se contagian entre ellos. Si vas
con esa gente, caes, porque no se puede resistir
estar con ellos y no enviciarse. Fumas porros, si no,
no pintas nada allí. Te excluyen del grupo, y si no
estás con los amigos, ¿adónde vas? Y si te dicen
que todos los sitios son peligrosos pero no te dan
soluciones, ¿en qué ocupas el tiempo libre?
»Yo tuve suerte porque encontré otros amigos que
hacían mucho deporte, iba a jugar con ellos a sus
casas y venían a la mía, me aficioné a la bicicleta,
y a leer. Desde luego, si juegas un partido el
domingo a las diez de la mañana, o sales de
excursión al monte, o con la bici, seguro que no te
pasas la noche anterior de juerga.

»Hay que tener amigos con buenas ideas, lo que


pasa es que no hay muchos amigos de ésos.»

Escuchando a Jaime me venía a la cabeza aquello


de dime con quien andas y te diré quién eres. Sin
que nadie se lo explicara, había llegado a
comprender la importancia de seleccionar las
amistades.

¿Pero eso de seleccionar las amistades no resulta


poco natural, no suena a elitismo? Pienso que eso
no es elitismo. O mejor dicho, toda persona sensata
es elitista si por elitismo entiendes saber rodearse
de amigos que no supongan un daño sino un bien
mutuo. Y eso no sólo en la amistad, sino también,
por ejemplo, a la hora de elegir con acierto marido
o mujer.

No es elitismo sino simple sensatez. Piensa un


momento con quien vas, a quién admiras, a quien
envidias, con quien quieres codearte. Y piensa si
son los modelos de persona que realmente quieres
para ti. Y piensa si no debes elegir un poco mejor
tus amistades.
La personalidad y el entorno

En un reciente congreso de filósofos y pensadores


de ámbito internacional se analizaron diversas
cuestiones relativas a las corrientes de
pensamiento actualmente más en boga. Una de las
conclusiones más unánimes se refería a algo que
quizá, a primera vista, puede parecer muy simple.
Podría resumirse en que el atractivo de la persona
individual tiene mucha fuerza, más que las
doctrinas y que las ideologías.

Que lo normal es seguir a las personas, más que a


las ideas. Y ese natural deseo de emulación,
muchas veces casi imperceptible, no es algo que se
reduzca a los niños, o al seno de la familia, o a la
educación.

Siempre, pero quizá más en tiempos de


controversias ante los valores, emerge con fuerza
inusitada el hombre concreto, el modelo individual.
Más que ideas generales, se buscan modelos
humanos vivos, personalidades concretas que
sirvan de referencia. Se escriben y se venden
infinidad de biografías. Se buscan vidas que, por su
categoría humana o espiritual, sean dignas de
admirar o imitar. La gente no quiere teorías, busca
la elocuencia de las obras.

A la hora de pensar cuáles son los modelos


humanos con los que tienen oportunidad de
identificarse nuestros hijos, podríamos analizar
algunos aspectos interesantes.

Por ejemplo, Chesterton decía que los profesores


son las primeras personas adultas distintas de sus
propios padres que el niño conoce con cierta
continuidad. Y que, por tanto, de ellos es quizá de
quienes más aprenda a hacerse adulto. Desde
luego, una razón de peso para elegir bien el colegio
al que va.

Primero sus maestros, y después sus profesores,


tienen un gran protagonismo en su educación.
Porque hasta el simple trato humano tiene ya un
gran poder formativo o deformativo.

De todas formas, quizá de unos años a esta parte


ha aumentado la influencia de otros muchos
modelos. Un deportista famoso, una cantante, o el
protagonista de una película o de una serie de
televisión, pueden producir en los chicos una fuerte
tendencia a asumir detalles que consideran
atractivos en el carácter de esas personas. Y lo malo
es que a veces esos modelos son muy poco
positivos.

Quizá de ahí arranque la falta de pautas morales


válidas en la vida de algunos jóvenes. Es decisivo
que quien está a punto de ser hombre o de ser
mujer tenga ante sus ojos modelos atractivos y
logrados, de modo que adquieran así criterios de
estimación válidos. El entorno es muy importante.

A veces lo notan los padres cuando sienten, con


dolor, que parece que a los ojos de sus hijos lo
menos importante es lo que dicen sus padres. Es
una actitud muy propia del adolescente y contra la
que resulta difícil luchar de frente. Quizá de modo
indirecto puede hacerse más. Muchas veces no
basta con charlar con ellos y procurar hacerles
razonar, porque quizá su autosuficiencia
adolescente les retrae de hablar confiadamente con
sus padres.

¿Qué hacer entonces si los hijos son ya


adolescentes? Por tu parte, todo lo que puedas;
pero quizá, considerando esto de los modelos y del
entorno, procura también que tus hijos tomen
contacto con personas que puedan hacerles bien.
Por ejemplo, resumiendo lo que hemos tratado,
puede ser positivo:

 procura elegir bien el colegio y habla con


frecuencia con el preceptor o tutor;

 haz algo por ir conociendo a sus amigos, para


poder así darle de vez en cuando algún buen
consejo, delicadamente y respetando su
libertad;

 procura, siempre que sea posible, que la


televisión se vea en casa de modo familiar:
una película bien elegida puede ser una
espléndida ocasión para provocar una tertulia
donde conozcamos el modo de pensar de
nuestros hijos y el eco que tiene en ellos lo
que han visto;

 aplica tu imaginación para que los chicos


tomen contacto con ideas y actitudes
sensatas;

 haz lo posible para que se muevan en un


ambiente favorable al buen desarrollo de su
personalidad: por ejemplo acudiendo a un
club juvenil donde puedan pasarlo bien de
forma sana, hacer buenos amigos en un
ambiente adecuado y recibir una ayuda en su
formación;

 evita esos lugares de vacaciones o de fin de


semana donde resulta tan fácil verse envuelto
en un ambiente de personas con
planteamientos inadecuados sobre los modos
de divertirse (es sorprendente el porcentaje
de alumnos que vuelven irreconocibles a clase
después de un verano desafortunado); etc.

Si en las edades clave falla el entorno, de poco


sirven los razonamientos teóricos con los hijos.
Decía Confucio que no son las malas hierbas las que
ahogan la buena semilla, sino la negligencia del
campesino. Un colegio equivocado, un lugar de
veraneo de bajo nivel moral, o una indigestión
habitual de televisión indiscriminada, por ejemplo,
pueden echar por tierra muchos esfuerzos hechos
en casa por mantener limpias las mentes de los
chicos.

Si no se actúa sobre el entorno, puede suceder


como en aquel dicho del cadáver en la piscina:
"Mientras no se saque el muerto, de poco vale echar
cloro."

Autosuficiencia y consejo

Cuentan que en un puente estrecho, de aquellos


típicos que se encontraban hace unos siglos como
colgados entre las dos orillas de un torrente, se
paró en cierta ocasión un mulo, afirmándose con
terquedad en el sitio.

Intentaron arrastrarlo por la cabeza, empujarle, e


incluso molerle a palos las costillas, pero no había
modo de hacerle avanzar. A uno y otro extremo del
puente la gente esperaba con impaciencia.

Hasta que llegó uno que parecía entender de mulos,


se acercó, agarró al mulo por el rabo y tiró de él
hacia atrás. Al sentir que le querían hacer
retroceder, el animal salió como una flecha hacia
adelante, dejando el paso libre.

Hay personas que son como aquel mulo: el mismo


espíritu de contradicción. Parece que están
esperando a saber de qué se habla para decir que
ellos piensan lo contrario. Su norma principal es
decir y hacer lo opuesto a lo que se diga o se haga.

Para educar a esas personas, quizá lo mejor sería


contratar los servicios de un experto en testarudos,
como ése de la anécdota, para que les diga en cada
momento lo contrario de lo que de ellos se quiera
conseguir.

Es triste ser tercos como aquel mulo, o tan


autosuficientes que nunca sepamos aceptar un
consejo. Todos necesitamos la ayuda de alguien
que nos ayude y nos comprenda; de alguien, al
menos, con quien poder desahogarnos alguna vez.
Desahogarse un poco y pedir ayuda a quien nos la
puede prestar, es ya un paso importante.
Primero, porque significa que ya nos hemos dado
cuenta de que necesitamos esa ayuda.

Después, porque al explicar las cosas a otra


persona, suelen adquirir más objetividad y
entonces ya las comprendemos mejor. Además, el
mero hecho de contarlo produce ya un gran
desahogo.

Y por último, porque seguro que nos pueden ayudar


mucho con algún buen consejo.

Algunos dicen que quienes piden consejo para todo


van como a remolque de los demás, que son gente
de poca personalidad. Pero pedir consejo no implica
seguirlo siempre, ni descargar en quien nos
aconseja la responsabilidad de la decisión. No quita
que sigamos siendo los autores y supremos
responsables de nuestras vidas. El consejo hay que
tomarlo de quien nos merezca confianza, y luego
decidir por nuestra cuenta.

Como el niño que aprende a nadar o a montar en


bicicleta, poco a poco debe ir soltándose de quien
le enseña, para poder aprender. Luego, sin que le
estén sujetando, seguirá recibiendo consejos para
mejorar su estilo. Pero tan equivocado sería
sostenerle indefinidamente como dejarle caer mil
veces mientras no logra aprender la técnica del
equilibrio.

Es muy duro para cualquiera no tener a nadie que


le sepa dar un consejo oportuno en los momentos
de dificultad. Les sucede a veces a las personas
mayores, y sucede con más frecuencia a los niños:
muchos no tienen ningún amigo de su edad ni
ningún adulto a quien abrir su corazón, nadie en
quien confiar.

Pero más aún sufren aquellos que sí tienen en quien


confiar, pero no quieren hacerlo porque son
demasiado orgullosos y se empeñan en rumiar
pesadamente en soledad lo que seguramente se
arreglaría con facilidad en una sencilla conversación
de padre a hijo, o de hermanos, o de amigos.

Siempre contribuirá en gran medida a la paz y la


alegría en la familia que todos se preocupen por
ayudar, pero a veces resultará más importante que
aprendamos a dejarnos ayudar, a escuchar esa voz
amiga que tiene la lealtad de darnos un buen
consejo. Son muchos los que recuerdan con
emoción uno de esos encuentros providenciales con
un consejo que determinó el cambio de rumbo de
una vida.

Desconfiados y resentidos

Muchas personas tienen un profundo


convencimiento de que en el mundo todo es
egoísmo y mezquino interés.

Y como ellos así lo piensan, les parece que lo normal


y lo corriente es que todos los humanos sean
también, como ellos, unos egoístas de muchísimo
cuidado.
Viven así una vida empobrecida, parece como que
miran siempre de reojo. Son desconfiados. Es algo
casi enfermizo.

No hace falta insistir en lo negativo de ese


planteamiento para la educación del carácter. La
educación en la familia debe prender en un clima

 de generosidad y de confianza,

 de prestar ayuda siempre,

 de no llevar cuenta de los favores,

 de no pensar en si alguien es merecedor de un


servicio,

 de no tener en cuenta si nos lo van a devolver


o agradecer.

Hay padres y educadores que empujan


habitualmente a desconfiar, y cometen con eso un
grave error.

Es verdad que tampoco hay que pasarse por el otro


extremo, porque pueden efectivamente acabar
siendo unos ingenuos y que luego todo el mundo
les engañe y nunca espabilen. Es preciso encontrar
un equilibrio. Es verdad que ese peligro existe, pero
es bastante menor que su contrario, y, además, es
más fácil de corregir.

Repasemos algunas ideas para facilitar un clima de


confianza en la familia:
 Más vale ser engañados alguna vez por los
hijos que educarlos en un clima de
desconfianza o de control policíaco.

 "Yo perdono, pero no olvido", dicen algunos.


En muchos casos, eso probablemente no sea
perdonar, sino un refinado sucedáneo de
resentimiento.

 Atención a las listas de agravios que guardan


celosamente algunas personas, esclavas de
sus viejos rencores. En lugar de dedicarse a
vivir, parece que se recrean en recordar lo
malo de sus vidas para sufrir doblemente.

 Se dice que para quien tiene miedo todo son


ruidos. Para el que desconfía, todo son
maniobras para aprovecharse de él. Sin
embargo, las más de las veces son sólo fruto
de su imaginación, y es su miedo lo que les
angustia: no han logrado descubrir la
maravilla de la confianza, son hombres
esquivos y solitarios de espíritu.

 Confianza en los demás, para poder perdonar.


Y perdonar es ser generoso en conceder
oportunidades de enmendarse.

 A veces somos rígidos porque estamos


inseguros, porque no nos lanzamos a educar
en la confianza. Y la confianza es un gran
medio de unidad y de educación.

La desconfianza está detrás de los resentidos que,


después de recibir una herida, están decididos a no
volver a confiar. Detrás de los solitarios, de los
desamorados. De los viejos que se esconden
desconfiados porque piensan que ya no valen para
nada y todos les desprecian. De los enfermos que
piensan por sistema que nadie les comprende. De
los jóvenes que ven a los mayores como gente que
jamás les podrán entender. De los tímidos, que se
encierran dentro del propio corazón por miedo a
abrirse.

Creer en los demás

Cuenta Anthony Robbins cómo en la escuela tuvo


un profesor de oratoria que, un buen día, le dijo que
quería verle después de la clase. El chico se
preguntaba si habría hecho algo malo.

Sin embargo, cuando hablaron, el profesor le dijo:


"Señor Robbins, creo que usted tiene condiciones
para ser un buen orador, y quiero invitarle a un
certamen de oratoria con otras escuelas".

Robbins no pensaba que poseyera ninguna


capacidad especial como conferenciante, pero su
profesor lo decía con tal seguridad que no dudó en
creerle y aceptó. Aquella sencilla intervención de
aquel profesor cambió la vida de ese chico, que en
pocos años llegó a ser uno de los más valorados
talentos de la comunicación, con un gran prestigio
internacional. Aquel profesor hizo una cosa
pequeña, pero logró cambiar la percepción que ese
chico tenía de sí mismo.

La imagen que cada uno tiene de sí mismo es en


gran parte reflejo de lo que los demás piensan
sobre nosotros. O, mejor dicho, la imagen que cada
uno tiene de sí mismo es en gran parte reflejo de lo
que creemos que los demás piensan sobre
nosotros.

No puede olvidarse que esa imagen es una


componente real de la propia personalidad, que
regula en buena parte el acceso a la propia energía
interior, o incluso crea esa energía. Es un fenómeno
que puede observarse con claridad, por ejemplo, en
los deportes. Los entrenadores saben bien que en
determinadas situaciones anímicas, sus atletas
rinden menos. Cuando una persona sufre un
fracaso, o se encuentra ante un ambiente hostil, es
fácil que se encuentre desanimado, desvitalizado,
falto de energía. En cambio, cuando un equipo
juega ante su afición, y ésta le anima con calor, los
jugadores se crecen de una forma sorprendente.
También lo experimentan los corredores de fondo,
o los ciclistas: pueden estar al límite de su
resistencia por el cansancio de una carrera muy
larga, pero una aclamación del público al doblar una
curva parece ponerles alas en los pies.

Nuestra energía interior no es un valor constante,


sino que depende mucho de lo que pensemos sobre
nosotros mismos. Si no me considero capaz de
hacer algo, me resultará extraordinariamente
costoso hacerlo, si es que llego a hacerlo. Hay que
pensar que la opción del desánimo tiene también su
poder de seducción, y que el derrotismo y el
victimismo se presentan para muchas personas
como algo realmente sugestivo y tentador.

Y en esto también se puede adquirir hábito. El tono


vital optimista o pesimista, el sesgo favorable o
desfavorable con el que vemos nuestra realidad
personal, también es algo que en gran parte se
aprende, algo en lo que cualquier persona puede
adquirir un hábito positivo o negativo.

¿Y no es un poco narcisista esto de pensar tanto en


la propia imagen? Podría serlo si no se plantean
bien las cosas, pero no tiene por qué ser así. El
narcisista sufre porque en realidad no se ama a sí
mismo, sino sobre todo a su imagen, de la que
acaba siendo un auténtico esclavo. En el momento
de elegir entre él mismo y su imagen, acaba en la
práctica prefiriendo a su imagen, y ésa es la causa
de sus angustias: una atención exagerada a su
figura y, como consecuencia, una falta de
identificación y afianzamiento en sí mismo.
Desarrollar la autoestima, es decir, una equilibrada
estimación de uno mismo, es algo muy necesario,
para lo que es preciso tener una buena percepción
de uno mismo. Si uno confunde eso con dejarse
esclavizar por su imagen, equivoca el camino; pero
si logra crear una imagen positiva de sus propias
capacidades, sin duda éstas rendirán mucho más.

Por eso, creer en los demás tiene efectos que


muchas veces son sorprendentemente positivos.
Todos respondemos conforme a las sinceras
expectativas que otros tienen de nosotros. Si
probamos durante un tiempo a tratar a alguien con
mayor consideración y afecto, a creerle capaz de
mejorar su carácter o su rendimiento; si nos
esforzamos, en definitiva, por verle con mejores
ojos –quizá más inteligente y más capaz de lo que
ahora lo vemos–, es bien probable que esa persona
acabe siendo mucho mejor de lo que ahora es.

Todos hemos pasado alguna vez por pequeñas


crisis, por momentos en los que nos faltaba un poco
de fe en nosotros mismos, y quizá entonces
encontramos a alguien que creyó en nosotros, que
apostó por nosotros, y eso nos hizo crecernos y
superar aquella situación. Goethe escribió: trata a
un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es;
trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en
lo que puede y debe ser.

Gentileza de http://www.interrogantes.net/ para la


BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

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