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10/01/2020 - 18:31

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HECTOR PAVON

Entrevista
Santiago Avendaño, la intensa
vida del cautivo explorador
La doctora en Letras María Laura Pérez Gras publicó el primer
tomo de las memorias completas del cautivo Santiago Avendaño.
Un retrato que humaniza a los ranqueles y muestra su alto grado
de organización.

Caricatura del "explorador" Estanislao Zeballos, publicada en el periódico “El


mosquito” (1863-1893). Ilustración de V. Lynch.
El archivo con el nombre de Estanislao Zeballos del Museo de Luján se
encuentra a pocos pasos de la Basílica, la de la postal. Hay algo de
milagroso al ver el trabajo a pulmón de las museólogas del lugar que
cuidan de numerosos papeles amarillentos guardados en carpetas de
cartón.

Una de ellas guarda el invaluable manuscrito que el cautivo Santiago


Avendaño dejó como testimonio del paso obligado por las tolderías
Ranqueles entre los 7 y los 14 años (de 1842 a 1849). Afortunadamente
esas hojas ya están digitalizadas.

El testimonio allí guardado no era totalmente secreto, se había publicado


fragmentado en un caso y censurado en otro. Allí llegó la doctora en
Historia María Laura Pérez Gras cuando trabajaba en su tesis “Relatos de
cautiverio” que incluye los relatos de otros dos cautivos.

Pérez Gras volvió a Luján para trabajar especialmente en los escritos de


Avendaño para publicar Cautiverio y prisión de Santiago Avendaño, Tomo
I (USAL-Colección dirigida por María Rosa Lojo) en 2019. “Me entero de
la existencia del manuscrito a través de una primera edición realizada
por un sacerdote benedictino, Meinrado Hux, sin ningún rigor académico
ni edición crítica propiamente dicha”.

“Yo creo que es material para una película, para una serie” señala
Pérez Gras. Y es que la vida de Santiago Avendaño fue corta, intensa y
malograda. En su niñez adolescencia fue cautivo de los
ranqueles. Cuando volvió a Buenos Aires, fue interrogado por Juan
Manuel de Rosas en persona porque creía que pertenecía a una familia
unitaria y lo internó en el Convento de San Francisco para que al mismo
tiempo sirviera al Ejército.

Un día de temporal, Avendaño y otro grupo de jóvenes soldados no


pudieron asistir a la práctica militar. Fueron encarcelados
indefinidamente hasta la caída de Rosas en 1852. “Al final estoy pasando
un peor cautiverio entre mis compatriotas, entre los blancos, que entre
los indios”, subrayó Avendaño.

Después escribió los manuscritos de sus cautiverios, se casó, fue


lenguaraz del jefe aborigen Cipriano Catriel. En 1874 Catriel se sumó a la
revolución que lideró Bartolomé Mitre junto con dos mil lanceros.
Muchos se sublevaron porque no toleraron esa alianza y terminaron
matando a lanzazos a Catriel y Avendaño, al que consideraron igual de
traidor. Pérez Gras explica su trabajo en conversación telefónica desde
Estados Unidos.

–Tanto en tu tesis como en este libro te preguntás por qué los


relatos de los cautivos fueron silenciados y censurados. ¿Por qué
fue así?

–Exactamente, esa es la hipótesis central de la tesis, y en ese libro


desarrollo toda la argumentación. Los manuscritos daban cuenta de una
posible vinculación humana, una convivencia pacífica con los indios, y
ese relato era peligroso para el discurso del estado que avanzaba, que
quería apropiarse de esa Patagonia y de sus riquezas y que, por lo tanto,
era un discurso que iba en contra de las necesidades y los deseos de ese
estado. La cuestión imperial la heredamos con la conquista, entonces
reproducimos un modelo imperialista, blanco, cristiano, monocultural
que lo seguimos sosteniendo hasta hoy, en muchos de nuestros
discursos. La primera publicación ocurrió cuando Avendaño vivía, eran
tres fragmentos en La Revista Buenos Aires, y son textos absolutamente
censurados. Avendaño no llama captores a quienes lo secuestraron y
vivían con él, los llamaba familia.

María L. Pérez Gras (San Isidro, 1978) es doctora en Letras e investigadora de


Conicet. Dirige en la USAL proyectos de investigación sobre literatura argentina. Ha
definido el relato de cautiverio como género literario.
–El escritor y coleccionista Estanislao Zeballos “encontró” los
manuscritos. ¿Cómo llegaron a sus manos?

–Yo di con una carta en donde la viuda de Santiago Avendaño pedía una
pensión que le correspondía como viuda de un servidor del ejército y
Zeballos fue gestor de este pedido y se convirtió en su abogado personal.
Un investigador de Azul, Guillermo Palombo me acercó documentos
como, por ejemplo, el acta de matrimonio. Allí Avendaño arrendó un
campo y vivió hasta su muerte. Palombo sostiene que como ella no tenía
dinero le pagó a Zeballos con el manuscrito. Es imposible históricamente
que los hubieran guardado los mapuches de Calfucurá, porque en
realidad Avendaño habitó con las dinastía de los Zorros, no con la
dinastía de los Piedra. O sea, Calfucurá estaba lejos geográficamente.
Avendaño supo del líder mapuche por lo que le contaban en las tolderías.
Él se volvió traductor, un mediador de historia oral.

–¿Cuándo escribió Avendaño sus diarios?

–Lo hace después de la caída de Rosas, cuando sale de su segundo


cautiverio. Recién en 1853/54 empezó a escribir estas memorias. No
tienen ningún sentido pensar que las podría haber guardado Calfucurá
en los médanos de General Acha: ése fue un recurso romántico del
escritor que era Zeballos que compuso una trilogía en la que
prácticamente usa el manuscrito de Avendaño en el borde del plagio.

–Claro. Y solo usa unas partes, ¿no?


–Exacto. Él usa, por ejemplo, las partes que ya están publicadas en La
Revista de Buenos Aires, ahí sí pone que hay un texto de un ex cautivo,
Avendaño. Pero después habla del manuscrito misterioso que encontró
en los médanos, y nunca dice que el autor es Avendaño. Ahí hay una
doble utilización, con mucha astucia, de ese material. Y por supuesto usa
solo lo que le sirve. La primera parte de la trilogía se llama Calfucurá y
todo lo que usa para construir su figura lo saca del texto de Avendaño.

–Que en realidad tampoco es tanto lo que dice Avendaño de


Calfucurá. ¿O sí?

–Hay un capítulo que cuenta los orígenes, cuenta cómo la familia vino de
Chile y cómo Calfucurá fue construyendo el poder a través de su astucia y
cómo atrajo a través de las supersticiones de los indios, ni siquiera de su
religión, y crear una figura mística y mítica de sí mismo. Fue haciendo
predicciones de lo que iba a suceder. Algunas cuestiones se iban dando...
Como era un gran estratega, él iba “generando” hechos y cuando las otras
comunidades veían que esos hechos se producían y que él los había
vaticinado, empezaron a creer que, de algún modo, tenía algo
sobrenatural.

–¿Cuáles fueron las mutilaciones principales que tuvieron esas


primeras versiones de los manuscritos?

–”La Revista de Buenos Aires” publicó tres fragmentitos donde están


recortadas todas las partes en que Avendaño muestra afecto por el indio,
donde se arrepiente de la huida. Dice que se siente muy ingrato porque
lo han tratado muy bien, lo han criado como un hijo, le han dado todo.
Pero también dice que extraña a sus padres reales, biológicos y quiere
volver. Y bueno, todo eso está recortado y también es interesante qué
tres fragmentos se han elegido. Se eligieron las exequias del cacique, que
son una matanza de mujeres atroz, se relata cómo las mujeres se
resistían a ser enterradas con el cacique y se las van eligiendo una por
una y se las van matando, eso es lo que eligen de todo el manuscrito. Y
después la otra parte que eligen es la fuga. Si alguien se fuga es porque se
quiere ir, obviamente. Entonces de todo el manuscrito, que tiene una
belleza entrañable, y que realmente refleja una convivencia pacífica y un
aprendizaje del que él se autoproclama intendente de los indios y nunca
le homologan el cargo, se eligen esos tramos negativos. Él solo se va a la
frontera a intentar mediar entre indios y blancos, intentar la paz, o sea
que él se hace cargo de eso que siente que es su misión en la vida, porque
él ha aprendido ese lenguaje de la frontera y esa forma de convivencia. Y
sin embargo nada de lo que se publica durante la vida de Avendaño
refleja esa empatía, ¿no?

–¿Y en el caso de la versión de Meinrado Hux?

–Es un trabajo que merece un reconocimiento, porque lo que hace este


autodidacta fascinado por las historias de las fronteras es escribir sobre
todos los caciques de la región de una forma vertiginosa, es
impresionante la cantidad de libros que publicó Hux. Lamentablemente
se publicaron sin un aparato crítico importante, sin ningún especialista
que dirija la colección, y es una pena porque el material vale mucho, pero
lo que hace Hux es intervenirlo, reordenarlo, modernizarlo, agregar
aclaraciones, interpolar una autobiografía que no puede para nada
justificar el fragmento de una carta.

–¿Cómo hizo Avendaño, siendo tan joven, para registrar todo lo que
pasaba a su alrededor en su cautiverio?

–Tiene una memoria prodigiosa, da detalles, nombres y datos


geográficos, usa muchísimos vocablos ranqueles de los que yo doy
cuenta e intento rastrear los orígenes.

–¿Él aprende a leer a escribir gracias a los hermanos, verdad?

–Era el menor de cinco hermanos varones, y realmente le enseñaron a


escribir a los cinco años, muy efectivamente porque él pudo conservar
esa habilidad.

–En una parte decís que Avendaño confiaba en el “método de


acumulación de conocimiento”. ¿En qué consistía?

–Es un método de los indios donde las cosas se van sumando. Por
ejemplo, la memoria es acumulativa en cuanto a que el relato va
agregando información. La memoria preserva el conocimiento. Todo
ocurría a través de la memoria, pensá que es una cultura ágrafa. Por lo
tanto tenían que fijar y acumular, no era que una cosa remplazaba la otra
o se asociaba con otra, se acumulaba. Y él va relatando de esa manera.
Adquirió la forma de medir la distancia y los tiempos a la usanza
aborigen.

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