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SI, mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir
de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de
ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Cc.
Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela al
hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció
desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su
designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.
5. Después del pecado original, ¿Dios nos abandonó para que aprendiéramos
la lección?
«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no
tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene
más que hablar» (San Juan de la Cruz).
Es la transmisión del mensaje de Cristo llevada a cabo, desde los comienzos del
cristianismo, por la predicación, el testimonio, las instituciones, el culto y los
escritos inspirados. Los Apóstoles transmitieron a sus sucesores, los obispos y, a
través de éstos, a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos todo lo que
habían recibido de Cristo y aprendido del Espíritu Santo.
Cabe mencionar que esta se realiza de dos modos: con la transmisión viva de la
Palabra de Dios (también llamada simplemente Tradición) y con la Sagrada
Escritura, que es el mismo anuncio de la salvación puesto por escrito.
Quiere decir confiarse, aceptar lo que se le dice, porque quien habla es persona
digna de fe, es fiable, sabe lo que me dice y no trata en modo alguno de
engañarme por lo que el hombre, sostenido por la gracia divina, responde
mediante la obediencia de la fe, que es fiarse plenamente de Dios y acoger su
Verdad.
Si, la Iglesia nos insta a hacer Lectio Divina (leer la Biblia), así nos nutrimos de la
Palabra de Dios.