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MEDITACIONES CONCERNI ENTES A L A

F I LO S O F Í A P R I M E R A E N L A S C U A L ES S E
DEMUESTRA LA EXISTENCI A DE DIOS Y LA
D ISTI NCIÓN REAL ENTRE EL ALMA
Y E L C U ER P O D E L H O M B R E

PRIMERA MEDITACIÓN

Acerca de las cosas que se pueden poner en duda

Hace ya algún tiempo que advertí cómo desde mis primeros años
había recibido por verdaderas una cantidad de falsas opiniones,
y que aquello que después he fundamentado sobre principios tan mal
asegurados no podía ser sino muy dudoso e incierto; de manera que
me hacía falta intentar seriamente una vez en mi vida deshacerme
de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, y
comenzar todo de nuevo desde sus fundamcmus, si yuería establecer
algo firme y constante en las ciencias. Pero como me parecía que tal
empresa era enorme, esperé hasta haber alcanzado una edad que fuese
tan madura, que no pudiese esperar que hubiese otra en la que es­
tuviera en condiciones para ejecutarla; lo cual me ha hecho diferirla
tanto tiempo, que en adelante creeré cometer una falta si continuara
empleando en deliberar, el tiempo que me queda para obrar.
Ahora, pues, cuando mi espíritu se halla libre de toda preocu­
pación, y habiéndome procurado un seguro reposo en una soledad
apacible, me aplicaré seriamente y con l ibertad a destruir de manera
general todas mis antiguas opiniones. Ahora bien, no será necesario,
para lograr este em peño, probar que todas ellas son falsas, a lo que
tal vez nunca podría l legar; sino que, dado que la razón me persuade
desde un pri ncipio que no debo negarme con más cuidado a otorgar
crédito a las cosas que no son por completo ciertas e indubitables, que
a las que nos parecen con evidencia falsas, será suficiente que yo en­
cuentre el más m ínimo motivo de duda para hacer que las rechace a
1 66 M�ditar:iom:j m�tafísicas s�guidas d� las obj�cion�s y respuestas

todas. Y para ello no es necesario que las examine a cada una en par­
ticular, lo que sería un trabajo infinito; sino que, dado que la ruina de

1 los fundamentos arrastra consigo necesa riamente el resto del edificio,


atacaré en primer lugar los principios sobre los cuales se apoyaban
todas mis viejas opiniones.
Todo lo que hasta ahora he recibido como lo más verdadero y se­
guro lo he aprendido de los sentidos, o por los sentidos: a hora bien,
algunas veces he comprobado que esos sentidos eran engañadores, y
es prudente no fiarse nunca por completo de quienes hemos sido al­
guna vez engañados.
Pero, aun cuando los sentidos nos engañen algunas veces con res­
pecto a las cosas poco sensibles y muy alejadas, tal vez haya muchas
otras de las que no se pueda dudar razonablemente, aunque las co­
nozcamos por su medio: por ejemplo, que estoy aq , sentado cerca �
clt>l fuego, vt>sticlo con un;� bata, teniendo este papel entre mis ma­
nos, y otras cosas por el esrjlo. Y ¿ cómo podría acaso negar que estas
manos y este cuerpo son míos ? , a no ser que me compare con esos
insensatos cuyo cerebro está de tal manera perturbado y ofuscado por
los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente que son
reyes, siendo muy pobres; que están vestidos de oro y púrpura, estan­
do por completo desnudos; o que se imaginan que son cánta ros, o que
tienen un cuerpo de vidrio. Pero no son más que locos, y yo no sería
menos extravagante si me guiase por sus ejemplos.
Sin embargo, tengo que considerar que soy hombre, y que por
consiguiente acostumbro dormir y representarme en mis sueños las
m ismas cosas, y algunas veces hasta menos verosímiles, que esos in­
sensatos cuando están despiertos. ¿Cuántas veces me ha sucedido so­
ñar, durante la noche, que estaba en este l ugar, vestido, cerca del fue­
go, aunque estuviese dentro de mi lecho y por completo desnudo? Es
cierto que me parece ahora que no es con ojos dormidos que miro este
papel; que esta cabeza que muevo no está adormecida; que extiendo
esta mano con intención y deliberado propósito, y que la siento: lo que
acontece en el sueño no parece, ni tan claro, ni tan distinto como todo
esto. Pero, pensando en ello con cuidado, me acuerdo de haber sido
engañado con frecuencia por semejantes il usiones mientras dormía.
Y al detenerme en este pensamiento; veo con tal evidencia que no hay
ind icios concluyentes, ni marcas t;m ciertas por las cuales se pudiese
distinguir con nitidez la v igilia del sueño, que me lleno de extrañeza;
y esta extrañeza es tal, que es casi capaz de persuad irme de que estoy
dormido.
Primt:l'(l meditaCIÓn

Supongamos pues ahora que estamos dormidos, y que todas esas


particularidades, a saber, que abrimos los o¡os, que movemos la cabe­
za, que extendemos las manos, y cosas semejantes, no son sino falsas
ilusiones; y pensemos que tal vez nuestra manos, o todo nuestro cuer­
po, no son como nosotros los vemos. Sin emba rgo, hay que confesar
al menos que las cosas que se nos representan en el sueño son como
cuadros o pinturas q ue no pueden estar formadas sino a semejanza de
algo real y verdadero; y que así, por lo menos, esas cosas generales, a
saber, los ojos, una cabeza, las manos y todo el resto del cuerpo, no son
cosas imaginarias, sino verdaderas y existentes. Porque es verdad que
los pintores, aun cuando se empeñen con todo su artificio en represen­
tar Sirenas y Sátiros mediante formas bizarras y extraordinarias, sin
emba rgo no les pueden atribuir formas y naturalezas por completo
novedosas, sino que hacen una cierta mezcla y composición de los
miembros de diversos animales; o bien, si acaso su imaginación es tan
extravagante como para inventar algo tan nuevo que nunca hayamos
visto nada semejante, y que así su obra nos represente algo puramente
fingido y fa lso en absoluto, al menos los colores con los cuales lo com­
ponen deben ser verdaderos.
Y por la misma razón, aunque esas cosas generales, como los ojos,
una cabeza, las manos y otras semejantes, puedan ser imagina rias, es
necesario confesar, sin embargo, que hay cosas aún más simples y más
universales que son verdaderas y existentes; de cuya mezcla, ni más
ni menos que de la mezcla de aquellos colores verdaderos, están for­
madas todas esas imágenes de las cosas que residen en nuestro pensa­
miento, sean verdaderas y reales, sean fingidas y fa ntásticas. De este
género de cosas es la naturaleza corporal en general y su extensión;
igualmente la figura de las cosas extensas, su cantidad o magnitud,
y su número; así como el lugar donde están, el tiempo que m ide su
du ración y otras semejantes.
Por lo cual tal vez no concluiríamos mal si dijéramos que la Física,
la Astronomía, la Medicina y todas las otras ciencias que dependen de la
consideración de las cosas compuestas, son muy d udosas e inciertas;
pero que la Aritmética, la Geometría y las otras ciencias de esta natu­
raleza, que no tratan sino de cosas muy simples y muy generales sin
preocuparse mucho de si se dan en la naturaleza o no, contienen algo
cierto e indudable. Porque, ya sea que yo esté despierto o que duerma,
dos y tres juntos forman siempre el número cinco, y el cuadrado no
tendrá nunca más de cuatro lados; y no parece posible que verdades tan
patentes puedan ser sospechosas de alguna falsedad o incertidumbre.
1 68 Mediltlciones metafísicas seguidas de las objeciones y uspur:stas

Sin embargo, hace mucho tiempo que tengo en mi espíritu una


cierta opinión, de que hay un Dios que todo lo puede, y por el cual
he sido creado y producido tal como soy. Ahora bien, ¿ quién puede
haberme asegurado de que ese Dios no ha hecho que no haya tierra
alguna, ni cielo, ni cuerpo extenso, ni figura, ni magnitud, ni l ugar, y
que sin embargo yo tenga las sensaciones de todas estas cosas, y todo
ello no me parezca existir sino como yo lo veo? Más aún, como juzgo
a veces que los demás se equivocan aun en las cosas que piensan saber
con mayor certeza, podría ser que Él hubiese querido que yo me en­
gañe todas las veces que hago la adición de dos y tres, o que enumero
los lados de un cuadrado, o que j uzgo de algo aún más fácil, si es que
se puede imaginar algo más fácil que eso. Pero puede ser que Dios
no haya querido que me engañe de esa manera, porque se dice de Él
que es la suprema bondad. Sin embargo, si repugnale a su bondad el
haberme hecho de tal suerte que me engañara siempre, parecería serie
de igual manera contrario el permitir que me engañara a veces, y sin
emba rgo no puedo d udar que lo permita.
Tal vez haya aquí personas que preferirán negar la existencia de
un Dios tan poderoso, antes que creer que rodas las demás cosas son
inciertas. Pero por ahora no les hagamos resistencia, y supongamos,
en favor suyo, que todo lo que se ha dicho aquí de Dios es una fábula.
Sin embargo, cualquiera que sea la manera como supongan que he
llegado al estado y al ser que poseo, ya sea que se lo atribuyan a algún
destino o fatalidad, ya sea que lo refieran al aza r, ya sea que preten­
dan q ue haya sido por una sucesión y encadenamiento continuo de.
las cosas, es cierto que, puesto que equivocarse y errar es una especie
de imperfección, cuanto menos poderoso sea el autor que ellos le atri­
buyen a mi origen, tanto más probable será que yo sea de tal manera
im perfecto que me engañe siempre. Razones estas a las que no tengo
en verdad nada que responder, aunque me veo en la obligación de
confesar que, de todas las opiniones a las que en otro tiempo les he
otorgado crédito como verdaderas, no hay ninguna de la cual no pue­
da ahora dudar, no por alguna fal ta de consideración y por l igereza,
sino por razones muy fuertes y consideradas con mucha madurez: de
manera que si deseo encontrar algo constante y firme en las ciencias,
es necesario que suspenda en adelante mi juicio acerca de tales pensa­
m ientos, y que no les otorgue más crédito del que les otorgaría a cosas
que me parecieran evidentemente falsas.
Sin embargo, no es suficiente con haber hecho estos señalamientos,
es necesario además que me cuide de acordarme de ellos; porque esas
Primmz meditación 1 69

viejas y ordinarias opiniones me siguen viniendo con frecuencia a l


pensamiento, y a que e l largo y familiar trato que h a n tenido conmigo
les otorga el derecho de ocupar mi espíritu contra mi voluntad, y de
convertirse casi en d ueñas de mi convicción. Y nunca perderé la cos­
tumbre de darles mi beneplácito y de confiar en ellas, mientras que
no las considere tal y como son efectivamente, a saber, en cierta forma
dudosas, como acabo de mostrar, y sin embargo muy probables, de
manera que se tiene mayor razón para creerlas que para negarlas. Por
ello pienso que l as utilizaría con mayor prudencia si, tomando el par­
tido contrario, empleo todos mis cuidados en engañarme a mí mis­
mo, fingiendo que todos esos pensamientos son falsos e imaginarios;
hasta que, habiendo balanceado de tal manera mis prej uicios que no
puedan hacer q ue mi opinión se incline más de un lado que del otro,
mi j uicio no v uelva a verse dominado por malos hábitos y apartado
del recto camino que puede conducirlo al conocimiento de la verdad .
Porque estoy seguro de que a pesar de ello no puede haber en este
camino ni peligro ni error, y que hoy no podría concederle demasiado
a mi desconfianza, ya que ahora no se trata de obrar, sino únicamente
de meditar y de conocer.
Supondré entonces que hay, no un verdadero Dios que es fuente
soberana de verdad, sino un cierto genio maligno, no menos astuto
y engañador que pode roso, que ha empleado toda su destreza para
engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las fi­
guras, los sonidos y wdas las cosas exteriores q ue vemos no son más
que il usiones y engaños, de los cuales se si rve para sorprender m i
cred ulidad. Me consideraré a m í mismo como s i n o tuviera manos,
ni ojos, ni carne, ni sangre, como si no tuviera sentido alguno, pero
creyera erradamente tener todas esas cosas. Con obstinación perma­
neceré aferrado a este pensam iento; y si por este medio no está en mi
poder llegar al conocimiento de ninguna verdad , por lo menos está
en mi potencia el suspender mi j uicio. Por ello me cuidaré mucho
para no darle crédito a ninguna falsedad, y prepararé de tal manera
mi espíritu contra rodas las astucias de ese· gran engañador, que, por
más poderoso y astuto que sea, n unca podrá imponerme nada.
Sin embargo, esta resolución es a rdua y laboriosa, y cierta pereza
me arrastra insensiblemente al trajín de mi vida ordinaria. Y de la
misma manera que un esclavo que goza en el sueño de una liber­
tad imaginaria, cuando comienza a sospechar que su libertad no es
más que un sueño, teme ser despertado y conspira con sus agradables
ilusiones para que lo engañen por más tiempo, así también recaigo
I 70 Meditaciones metafísicas seguidas de las objeciollt:S y respuestas

insensiblemente por m í mismo en m is antiguas opiniones, y temo des­


pertarme de esta somnolencia, por temor a que las vigilias laboriosas
que seguirían a la tranquilidad de este reposo, en lugar de aportarme
alguna claridad y alguna luz en el conocimiento de la verdad, no sean
suficientes para aclarar las tinieblas de las dificultades que acaban de
ser suscitadas.

SEGUNDA MEDITACIÓN

Acerca de la naturaleza del espíritu humano;


y que es másfácil de conocer que el cue1po

La Meditación que hice ayer me ha llenado el espír� con tantas du-


.,.
das, quf" l'n adelante ya no está en mi potencia olvidarlas. Y sin em-
bargo no veo de qué manera podría resolverlas; y como si de golpe yo
hubiera caído en aguas m uy profundas, me hallo tan sorprendido, que
no puedo ni afianzar mis pies en el fondo, ni nadar para sostenerme a
flote. Me esforzaré, sin embargo, y continuaré otra vez el mismo cami­
no por el que me encaminé ayer, alejándome de todo aquello en lo cual
pueda imaginar la menor duda, lo mismo que si supiera que es por
completo falso; y continuaré siempre por este camino hasta que haya
encontrado algo cierto, o por lo menos, si no puedo otra ¿osa, hasta
que haya aprendido con certeza que en el mundo no hay nada cierto.
Arquímedes, para sacar el Globo -terráqueo de su l ugar y trans­
portarlo a otro, no pedía más que un punto que fuera fijo y seguro.
Tam bién yo tendré derecho a concebir grandes esperanzas si tengo
la suerte de encontrar al menos una cosa que sea cierta e indudable.
Supongo entonces que todas las cosas que veo son falsas; me per­
suado de que, de todo lo que mi memoria repleta de mentiras me
representa, nada ha sido jamás; pienso que no tengo sentidos; creo
que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el l ugar no son
más que ficciones de m i espíritu. ¿ Qué será entonces lo que podrá ser
considerado verdadero? Tal vez únicamente que en el mundo no hay
nada cierto.
Pero ¿qué sé yo si no hay alguna otra cosa diferente de las que
acabo de j uzgar como inciertas, de la cual no se pueda tener la menor
d uda? ¿ No hay acaso algún Dios, o alguna otra potencia que me in­
troduzca en el espíritu estos pensamientos? Esto no es necesario; por­
q ue bien puede ser que yo esté en capacidad de producirlos por mí

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